De Depredador A Presa

Un pervertido tendrá su merecido.

Saludos, lictores. Este relato forma parte de mi colección de cosas que salen mal y merecidas. Con la fecha especial más cerca, aún no se que haré para celebrar, supongo que un relato jejeje.

Martino caminaba despacio por la calle, en busca de una nueva víctima. El hombre de 43 años recién había salido de la prisión gracias a la corrupción del sistema. Su primo era un amigo del juez y Martino, un pervertido sexual, estaba de nuevo libre para hacer de las suyas. De estatura promedio, cabello corto algo canoso y con un par de kilos de más, el tipo lucía una barba de tres días y vestía zapatillas deportivas, sudadera y pantaloncillos.

Después de caminar tres calles, seguía sin encontrar a una presa con la que satisfacer su enfermo deseo. Hasta que los ojos le brillaron con malicia. Debía tener unos 13 años y era muy alta para su edad y de rizos castaños, la chica corría detrás de su hermanita en la plaza persiguiendo palomas. Martino le gustaba el vestido que llevaba puesto, que dejaba al descubierto sus piernas.

Un poco más allá, observó una heladería y tras mirar a su alrededor con mucho disimulo, no vio a otros adultos en la cercanía y fue casi corriendo a por dos helados. Al otro extremo, Marta, una ama de casa de 35 años salió de su edificio para cruzar la plaza e ir a comprar en la tienda que estaba al lado de la heladería. Era una mujer muy correcta y recatada, su vestido largo le llegaba casi a los tobillos pero era amplio para completa movilidad. Tenía un cabello rojizo corto y una mirada amable, estaba en su plenitud y su cuerpo era todo un monumento en cada aspecto, desde sus grandes senos hasta su gran culo.

El hombre terminó de comprar los helados y caminaba por la plaza como si estuviese buscando a su hijo o algún otro chiquillo bajo su supervisión. Marta pasó por su lado y le miró brevemente pues no le parecía conocido pero no le importó demasiado, ya que muchos padres llevaban a sus hijos allí, aunque en ese momento él fuese el único “papá” en el lugar.

Después de charlar con la dueña de la tienda, Marta finalizó sus compras e iba de regreso a casa para preparar la comida, cuando observó una situación extraña. Irene, la hija de su vecina Ana, caminaba junto al hombre que había visto de camino a la tienda y parecía tener mucha prisa. Martino cometió el error de mirar atrás y fue cuando Marta supo que algo estaba mal y comenzó a seguirlos.

Separados por una distancia de 20 metros, Marta respiraba intranquila pues, ya que no conocía al extraño, intuía que sus intenciones no eran buenas. Pero los nervios solo le permitían caminar, tenía la garganta seca y para colmo, no había nadie cerca para dar un grito de auxilio.

Martino comenzó a preocuparse. Una mujer les había seguido por un rato y sabía que debía hacer algo rápido o su plan se vendría abajo. Cuando obligó a la chica a caminar más rápido, Marta entró en pánico y solo pudo soltar la bolsa con sus compras y acelerar tras el pervertido.

Desde que descubrió que ella le seguía, Martino debía haber desistido pero no razonaba y creyó que podría irse de rositas. Marta iba más rápido y la jovencita solo le ralentizaba un montón al tener que casi arrastrarla detrás de sí. Pronto la mujer estiraba la mano para tratar de rescatar a Irene. Un breve forcejeo entre los adultos terminó con Martino tropezando y cayendo al suelo.

Marta instó a Irene a alejarse, aquello iba a ponerse feo.

“No huyas, asqueroso enfermo!” exclamó la mujer al ver que Martino se había levantado y torpemente se escapaba.

A por él, Marta tenía la adrenalina y la rabia en niveles peligrosos. Finalmente, tras una corta persecución; la mujer se abalanzó sobre Martino y cayeron al suelo. Sin perder tiempo, Marta observó un callejón a su derecha y con mucho esfuerzo arrastró a Martino hasta allí.

Estampándolo contra la pared, Martino se desplomó en el sucio suelo, dolorido. Marta le quitó la sudadera y ató con ella sus manos a la espalda, no sin antes propinarle un puñetazo en la mejilla que lo dejó aturdido. Cuando terminó, escupió con gesto de asco.

“Sucio pervertido, creías que nadie te pillaría?”

“No… yo no… ella es mi…” balbuceó Martino.

“Mentiras!! Yo conozco a su madre, pervertido de mierda!” chilló indignada Marta por el intento de Martino de engañarla.

Dándole un puntapié en el abdomen, dejó al hombre sin aire y aprovechando el momento de debilidad, le quitó el pantaloncillo y le obligó a separar las piernas.

“Los cerdos como tú deberían recibir una buena lección!” gritó ella histérica.

El depredador balbuceó e intentó suplicar infructuosamente pero Marta no estaba por la labor. La mujer le propinó un rápido y fuerte puntapié en el rabo que hizo que Martino chillara como un nene, aunque el dolor pasó al cabo de unos minutos.

“Guarro de mierda, por escoria como tú muchos quedan traumados de por vida,” dijo Marta.

“Déjame ir, zorra loca. Yo no he hecho nada!” aseguró Martino esperando salir del apuro.

“Ni creas, vas a aprender una buena, ya te los deberían haber arrancado de cuajo,” contestó la mujer y su pie se estrelló contra ambas gónadas.

El golpe hizo que Martino se pegase aún más contra la pared y dejó salir un chillido lastimero. El dolor se apoderó de su bajo vientre y le costaba trabajo respirar, una lágrima furiosa se deslizaba por su mejilla y los huevos le dolían un montón después de semejante patada.

Pero sin darle un respiro, la indignada y cabreada Marta comenzó a patear los huevos de Martino. Cada patada era seguida de un grito de furia de la mujer y un gemido de dolor del pervertido, al cual se le comenzaron a hinchar los huevos con mucha facilidad. Ya pronto dejó de gritar y solo se limitaba a soportar el dolor lo mejor que podía, aunque eso solo era fácil decirlo.

Cuando se cansó de patear sus testículos, Marta le miró asqueada en tanto el desgraciado se lamentaba y suplicaba misericordia. Sus huevos estaban el doble de grandes que al inicio y habían enrojecido notoriamente, de no haber estado sentado las piernas le habrian flanqueado, sentía nauseas y el dolor era insoportable.

“Ayuda… me los reventaste…” lloriqueó el pobre infeliz.

“Claro, en un momento te los masajeare…” dijo ella con evidente sarcasmo.

Agachándose entre sus piernas le agarro por la base del escroto y le dio un buen apretón que dejo sin aliento a Martino. Con una mirada asesina incrementó la fuerza de su agarre en tanto profería amenazas e insultos, Marta no soportaba a los abusadores y menos a los de esa clase, con lo que Martino estaba con las de perder.

Inclinando la cabeza a un lado, se percató que eran observados por una mujer de unos 30 años, pelirroja y vestida con pantalones, camisa y gorro. Intrigada por lo que sucedía, el hombre pensó que era su salvación.

“Que es lo que ocurre?” le preguntó la recién llegada a Marta.

“Pille a este cerdo tratando de llevarse a una inocente chiquilla, pretendía abusar de ella,” respondió Marta y le dio con el puño cerrado en su testículo derecho y Martino se quejó.

“Un violador? Pues haber empezado con eso,” dijo la mujer y se inclinó al lado de Marta.

Cubriéndole la boca con su mano, ambas mujeres tiraron y apretaron sus huevos, Martino no pudo hacer nada más que gemir angustiado. Después de eso, la mujer pelirroja le pidió a Marta que retorciese ambas pelotas y ella arañaba la piel sensible del escroto con sus largas uñas. El castigo surtió el efecto deseado y los gritos de Martino se oían hasta el tercer piso.

Con las pelotas hinchadas, enrojecidas y arañadas, lo peor vino cuando más mujeres de diversas edades llegaron; alertadas por los gritos y al oír la razón de su castigo, le asestaban patadas, bofetadas, pellizcos y toda clase de maltrato. Acostado en el suelo, con los brazos y piernas extendidos y sujetos, una universitaria lo cabalgó salvajemente que no llegó a disfrutar el polvo, ya que cada vez que descendía, sus huevos recibían todo el peso; dándole más dolor que placer.

“Vamos cerdo asqueroso, es hora de ser macho,” le increpó la chica al notar que su erección había desaparecido.

“Es un maricón!” exclamó otra.

“Hay que castrarlo!”

“Follarlo con un dildo!!”

“Apartaos, que ahora me toca,” dijo una negra sensual y de grandes curvas.

Arrodillada ante su virilidad, o lo que quedaba de ella, la mujer abrió la boca y le mordió el glande. Martino chilló desesperado pero las mujeres que lo rodeaban infundían ánimo a la mujer, que repitió varias veces hasta dejar marcas de dientes. No parecia reinar la cordura entre ellas, pues solo deseaban causarle el mayor daño posible a su hombría.

Cogiendo cada una de ellas una extremidad, lo sacaron del callejón y lo llevaron hasta la plaza. Allí, a cuatro patas y a la vista de todos, le humillaron sacándole fotos y videos, escribiendo la frase violador y cerdo en su espalda. Sus huevos hinchados, pesados y vapuleados colgaban más abajo de lo normal, con las marcas de las distintas agresiones a las que fueron sometidos.

Así estuvieron largo rato, esperando a la policía o la ambulancia, quienes llegasen primero. Cuando de pronto, Marta observó esas gónadas destrozadas y se decidió a terminar lo que había empezado.

“Que no se levante,” dijo ella.

A su espalda, Martino sintió unas manos que le agarraban los huevos y los retorcían al mismo tiempo que tiraban de ellos hacia abajo. Increíblemente, su polla reaccionó con una inoportuna erección y un cosquilleo le indicó que estaba por correrse, confundiendo dolor con placer; algunas se sorprendieron con esa reacción y aguardaban el desenlace.

Con grande gemidos, el hombre eyaculó varias veces antes de sentir un doloroso y desconocido chasquido. Marta también lo sintió y pudo notar como esos huevos hinchados ya no estaban unidos a su dueño. Martino chilló enloquecido, pero solo por unos segundos antes de desmayarse, había soportado mucho y Marta le había dado el tiro de gracia.

Y así, aquel depredador que había creído que era su día de cazar, se convirtió al final en la víctima de su propia perversión, a manos de un grupo de mujeres que no toleraban su infame deseo sexual.