De cuando me descubrieron. Parte III

Conclusión de la historia del día que me descubrieron

-Es su turno- dijo Pepe, a quien en la mirada se le notaba la lujuria.

-Está bien- contestó Cristina, quedándose tan sólo con su sujetador y su tanga puesta.

Yo en ese momento vacilé un poco. Pero como todos estaban ya muy alcoholizados, decidí entregar sólo el cinturón que ceñía mis pantalones. Luis se rio ante esa estratagema de mi parte y dijo: aquí vamos todos parejos. Y sin que me diera tiempo a reaccionar, se levantó de su asiento y fue hasta mi lugar, abrió el botón de mi pantalón, bajó la cremallera y procedió a quitarme los pantalones. Todavía me resistí un poco, pero siendo él mas fuerte y habiendome tomado por sorpresa, acabó por completar su misión.

Una vez sin pantalon, fue Cristina la que dijo: miren, Danielito usa bragas de mujer.

Me sentí descubierta. Avergonzada por haber sido expuesta de esa manera. Y luego pude apreciar la mirada de Luis y Pepe que me veían como a un manjar.

-Y tiene unas magníficas piernas- soltó Pepe.- Y un culazo de actriz porno.

Tomé mi pantalón entre lloriqueos y me fuí corriendo hasta mi habitación. Me parecía todo injusto, incómodo. ¿En que momento había decidido ir a esa cabaña con ellos? ¿Y por qué no me negué decididamente cuando todos quisieron jugar con su maldita apuesta? Que perro coraje, rabia. Impotencia. Al día siguiente tomaría temprano el autobús que me regresara a la Ciudad y no volvería a dirigirles la palabra. Y eso era todo. Por ahora solo esperaba que amaneciera para...

De pronto llamaron a mi puerta. No quise abrir, aunque de cualquier modo las puertas no tenían seguro. Entonces Luis entró.

-Hola Daniel...¿Estás bien? -me preguntó con bastante delicadeza y tono comprensivo.

-Sí, solo quiero estar solo.- contesté, mientras ponía mi cara bajo una almohada.

-Oye. No deberías ponerte así. De verdad que no sabíamos de tus gustos por la ropa femenina, pero está bien. Eres nuestro amigo y esto se va a quedar entre nosotros.

-¿De verdad? -pregunté, ya con un animo de esperanza en mi espíritu.

-Sí, claro. Ahora que me gustaría poder comprenderte del todo...porque la verdad es que tu ropa interior es lo de menos. Tienes un cuerpo que muchas mujeres envidiarían.

-Gracias- le dije y al fin voltee a verlo. Aun no se había vestido, por lo que sólo traía puesto el calzón.

-¿Te gustan entonces los hombres? -preguntó de pronto mientras acariciaba mis piernas. Eso fue demasiado para mí: la verguenza había cedido el paso a la excitación.

-Y...Sí- alcancé a contestar, en lo que él se levantaba de la cama y me sentaba en un borde de ésta. Se sacó el pene y me preguntó:

-¿Y te gusta esto?

Yo me quedé sorprendida. El tamaño de semejante herramienta era grande en estado flácido, pero ya erecto era descomunal para lo que yo me imaginaba: debían ser más de 20 centímetros de una polla venosa, roja y palpitante.

No le contesté nada y simplemente la metí en mi boca. Era mi primera verga y no tenía idea del sabor salado que tendría. Pero ya no me importó. Empece a mamar ese tronco como había visto que lo hacen algunas actrices porno. Y Luis empezó a jadear.

-Así nena. Dale, que lo haces de maravilla.

Lo chupé tanto y por tanto tiempo, que en algún momento me dolió la quijada. Pero Luis no estaba dispuesto a venirse en mi boca. El teníapara mí otros planes.

-Ok perrita. El trabajo oral te sale de maravilla. Vamos a ver que tal te va por otro lado. Ponte en cuatro.

-Pero...-Quise protestar un poco, porque sabía que ese tronco me iba a lastimar- nunca lo he hecho por ahí.

-Ahora vas a ser mía Daniela. Y me importa muy poco lo que pienses o quieras -dijo con una voz autoritaria y exigente- te pones en cuatro, o seré yo quien te ponga.

-Me vas a lastimar- Intenté una última salida titubeante. Aunque sabía bien que estaba acorralada, y que este hombre me haría suya de cualquier modo.

-Ya te dije que no me importa. Tu eres una hembra y estás aquí para complacer a tu macho. Ahora hazlo o será peor.

No me quedó de otra. Me puse como me lo pidió, y el arqueó mi espalda para que quedara mi orificio anal a su merced. Me quitó el cachetero a la vez que decía: de verdad que sí tienes un culazo.

-Por favor, sé gentil. Despacio, para que no me lastimes.

Luis tomó una crema de noche que se encontraba en un closet y lo esparció por mi agujerito. Entonces empezó la estocada. Comencé a sentir como ese monstruo de piel y de músculo empezaba a penetrar mis entrañas, y aunque sí lo estaba haciendo con lentitud, podía sentir como entraba y desgarraba algo en mi interior.

-Sacala, porfavor. Me lastima- empecé a pedirle entre lágrimas. Pero Luis no hizo caso, y siguió en su empeño por meter su tremendo garrote dentro de mi culito.

-Ya falta poco amor, aguanta.

Yo sentía cada centrímetro que entraba en mi interior, ese intruso que se movía, palpitaba y buscaba la parte más interna de mi ser. Lo sentía ardiendo, lo sentía humedo y fuerte como una viga. Me iba haciendo suya a cada milimetro que entraba, a cada espacio que iba conquistando dentro de mí en tanto yo lloraba y me lamentaba de haber aceptado. Entonces pude notar que estaba toda adentro, que su pelvis y sus testículos ya chocaban con mis nalgas. Y después empezó a sacarla y meterla, lentamente, con la precisión de un maestro de ceremonias. Y el dolor que yo sentía se fue transformando en un subito y cada vez más incontenible placer. Su ritmo era ahora el mío, y mi cuerpo y mi ano ya eran completamente suyos. Supe que ese era el momento que había ansiado desde niña, aquel en que el pene de un macho me convirtiera finalmente en la mujer que habito desde siempre en mí.

-Sígue así, y no pares- supliqué, a la vez que una sinfonía de gemidos salieron espontaneamente de mi boca. Si, me gustaba Luis, me gustaba su verga, me atraía su hombría- ahh ahh dámela más rápido. Más fuerte.

-Me vengo nena. Me voy a venir- empezó a gritar después de haber terminado de horadar mi hoyo tras varios minutos de taladreo, en el que solo se escucharon mis quejidos y sus gruñidos.

Eso último me hizo estallar. Expulsé una cantidad de semen como no sabía que tenía. Y lo mejor es que había eyaculado sin siquiera tocarmela.

-Me vengo nena, que me vengo, - volvió a decir, y su verga se sintió de pronto más firme, mas rígida y más ardiente.

Entonces reparé en lo que posiblemente debió de ser obvio desde el principio: Luis me estaba haciendo el amor sin condón. Pero esto, antes que incomodarme, acabó por excitarme más. Ahora llevaría un poco de él en mis entrañas: la prueba de que mi culito tenía finalmente dueño.

-Sí, vente amor. Vente dentro de mí

Tan pronto como dije esto, pude sentir como su pene se movía como una fiera dentro de mí y en varias direcciones. Y una sensación de líquido viscoso -y mucho- llenó mi cavidad posterior.

El se desplomó encima de mi espalda, y poco a poco pude sentir como su verga recobraba su flacidez.

-Gracias princesa- dijo el mientras se acurrucaba a mi lado.- Es oficial, desde ahora tu eres mi mujer. -Agregó.

-Sí amor. -Le dije al tiempo que tapaba su cuerpo desnudo con una delgada sábana y le daba un beso en los labios.- A partir de ahora soy tuya, y por lo que acabas de depositar en mí, así será para siempre.