De costa a costa: Washington, D.C.

¿Qué importa la Casa Blanca, el monumento a Lincoln, el Museo Nacional cuando estás mamando una verga?.

De costa a costa: Washington, D.C.

Mi amigo DesConocido:

¿Que importa la Casa Blanca, el Capitolio, el monumento a Lincoln, el museo nacional o cualquier otra cosa en la capital de la nación más poderosa del mundo cuando estás mamando una buena verga?

Me imagino que eso fue lo que pensó Monica Lewinsky cuando estaba atareada en la Oficina Oval mamándole la verga rosada al señorón Clinton.

Pero, yo no estaba en la mansión presidencial. Estaba a varias cuadras de allí en un cine XXX donde me había indicado un conocido de mi amigo Mauricio, que podía ligar a alguien. Y el consejo fue certero.

Mis manos estaban apretando las nalgas sabrosas de un negro de casi 1.90 mts. de estatura que se manejaba una verga de unos 21 cms. de largo que a puras penas podía tragarme. El negro había entrado al servicio sanitario casi detrás de mí. ¿Sabes? Después de varios años en esto, aprendes a tener un sentido especial para detectar el nivel de líbido de los hombres que te rodean. Así cuando el negro sacó su verga para orinar y no se escuchó ningún sonido en el urinario, la invitación estaba abierta. Me acerqué lentamente. El no levantó la vista y simplemente me dejó que observara aquella verga inmensa, negra, poblada por venas moradas y que comenzaba en un par de huevos enormes que salían de un calzoncillo blanquísimo que hacía contraste con la piel obscura del hombre.

"May I?" - le pregunté. "¿Puedo?"

Sólo asintió con su cabeza mientras se daba un giro de 45 grados para ponerse frente a mí. Yo, ni lento, ni perezoso, me agaché mientras besaba el glande grande de aquel desconocido. Hay algo morboso cuando estás en una situación así: sabes que cualquier persona puede entrar y te pueden encontrar, pero eso mismo hace que tus neuronas funcionen al máximo y que la testosterona te invade todo tu ser.

Abrí mis labios lo más que pude, y esto no fue suficiente, asi que me puse de cuclillas y lo intenté de nuevo. Aproveché para bajarle un poco el calzoncillo y liberar aquellos huevos que casi eran tan grandes como los de un burro. Con ambas manos apreté los glúteos que, como los de todo un negro, eran redondos, duros y parados. Poco a poco logré meterme la mitad de la verga mientras de vez en cuando bajaba mi lengua a los huevos hermosamente grandes. El negro comenzó a cogerme por la boca haciendo movimientos espasmódicos en el trance. Estaba a punto de terminar, cuando se escuchó que la puerta fue abierta. Como alcanzado por un rayo me puse de pie y mi negro simplemente se dió la vuelta en dirección al urinadero. Yo hice como si también estaba orinando a la par mientras mis labios palpitaban al haber perdido aquel miembro tan súbitamente. El negro con toda su musculatura y estatura, obviamente tenía temor de ser descubierto y aun conteniéndose la descarga seminal que estaba a punto de ocurrir, se cerró la cremallera y salió a toda prisa.

Quien entró era un hombre blanco, de unos 30 años, con una calvicie prominente, cabello rubio fino, ojos almendra y nariz punteaguda. Me vió de reojo y se fue al último de los urinaderos. Escuché como descargó toda su vejiga, pero no se movió al finalizar de orinar. Se mantuvo allí sacudiéndose el pene, como secándoselo.

Sin decirle nada, me separé de la pared y caminé hasta el lavabo. Abrí la llave y comencé a lavarme las manos. Disimuladamente lo observé mientras él levantaba su mirada y haciéndome un guiño me indicó que me acercara. Yo me sequé las manos y con paso lento le hice caso.

"So...?"- fue lo único que preguntó. "¿Entonces?"

"Hermosa verga"- le dije mientras bajaba mi vista y observaba una verga blanca, con un glande rosado. No era muy grande, pero si gruesa y se apetecía. Era limpia y observándolo bien, el hombre todo se miraba limpio. Vestía un pantalón kaki, una camisa tipo polo color ocre en el que resaltaba un par de lentes obscuros colgados del centro de la camisa.

"¿Te animas a pasar un buen rato?"- me preguntó al sentir mi mano que le palpaba aquel pedazo de carne que le colgaba enmedio de las entrepiernas.

"Me animo"- le contesté sonriendo picaronamente.

"¿Qué te gusta hacer? ¿Coges, que te cogan...? A mí me da lo mismo, siempre y cuando me agrade"- siempre he admirado que los gringos son directos para hablar hasta del sexo con un desconocido que te encuentras en el baño de un cine en la capital de la nación.

"Ya somos dos entonces"- le contesté.

Mark se subió la cremallera, me vió de pies a cabezas y se dirigió a la puerta. Antes de salir, volvió a verme.

"¿No eres un loco o algo así?"

"Me declaro inocente"- le contesté a lo que él sonrió. Tenía una sonrisa amplia, limpia.

"¿Vamos a un hotel? Yo pago... sólo te pido discreción".

Quince minutos después entrábamos a un hotel en el propio centro de la ciudad. Era un hotel elegante. Realmente no sabía que pensar. ¿Por qué veníamos aquí? Y lo que era más importante, ¿nos dejarían entrar a ese lugar?

"Buenas tardes congresista O'Keefe"- le dijo a Mark un empleado de la recepción. ¿Congresista? ¿Fue eso lo que escuché? ¿Qué diablos estaba pasando?

"Buenas tardes..."- Mark agudizó la vista para leer el nombre que el empleado llevaba en su plaquita en el pecho -"...José".

"¿La habitación usual?"- le preguntó José con un acento más fuerte que el mío.

"Si, por favor...y con la discreción de siempre..."- le contestó Mark dándole un billete de $50. José lo tomó y sonrió complacido. En menos de dos segundos tenía la llave en sus manos, la que entregó a Mark.

"¿Se va a quedar toda la noche?"- le preguntó mientras escribía algo en su computadora.

"Si..."- me volvió a ver -"probablemente si..."

Entramos al elevador.

"¿Congresista?"- pregunté con extrañeza mientras la puerta se cerraba.

"Del vigésimo cuarto distrito de la Florida"- me dijo sin tapujos.

Simplemente no supe que decir. Me quedé mudo, sin pronunciar palabra. En ese momento sonó su celular. Era la overtura 1812 de Tchaikovski.

"¿Si?...no, no... voy a cancelar mi reunión de las 6... dile a Margaret que me tenga lista la información sobre el medio ambiente a eso de las 9... si de mañana...y Steve... voy a apagar mi móvil..."

Salimos del elevador y nos dirigimos a la habitación 561.

"Es el código de área de mis constituyentes"- me dijo tocando levemente el número en la puerta -"Siempre me ha dado buena suerte".

La habitación era amplia, cómoda y tenía una vista impresionante de la "aguja": el monumento a Washington que brillaba a la luz del atardecer.

"Por favor, no te pongas nervioso"- me dijo Mark mientras ponía su celular en la mesa del centro de una pequeña sala -"Olvidate que soy un congresista y simplemente hazme el amor como lo harías con cualquier otro".

¿Con cualquier otro? ¡Este tipo definitivamente estaba fuera de sí! ¿Cómo podría estar con él sabiendo que era un hombre influyente en su estado natal y quizá aquí en el Capitolio? ¡Las sorpresas que da la vida!

"¿Estás seguro que no habrá ningún problema?"- pregunté tímidamente.

"Al verte como mamabas al negro allá en el cine, sabía que lo hacías rico... eso es lo que importa, y además, no vas a contar esto a nadie, ¿verdad?" ("POR SUPUESTO QUE NO", DIJE, MIENTRAS PENSABA EN LOS MILES DE LECTORES ALREDEDOR DEL MUNDO QUE BIEN PRONTO LEERÍAN ESTE RELATO)

Mark se acercó a mí. Olía delicioso, era un hombre limpio e irradiaba esa limpieza. Su mano se posó sobre mi bulto que en ese momento estaba tan flácido como un globo sin inflar.

"Ven cachorrito, ven aquí..."- me dijo con una voz que sonó más tierna que imponente. Me llevó hasta la amplia cama de donde se veía el monumento más alto de la ciudad. Me recosté sobre un lado mientras él hacía lo mismo quedando frente a frente. Mark era un hombre guapo, en la flor de su virilidad, y al verlo tan cerca de mí sólo pensé en el futuro que tenía por delante como político en aquella ciudad. Pero esos pensamientos me abandonaron tan pronto volví a sentir su mano sobre mi paquete, que a estas alturas ya se estaba poniendo duro.

"¿Qué te gusta hacer, mi congresista?"- le dije con una sonrisa pícara. El me volvió a ver y también se sonrió complacido.

"Quiero mamarte, y lamerte todo tu cuerpo...¿por qué no nos desnudamos?"

Mark se incorporó y se quitó su camisa dejando ver un pecho poblado apenas por unos cuantos vellos alrededor de las tetillas y un hilo que iba del tórax hacia su ambligo donde se volvía más espeso hasta perderse en el pantalón.

"¿Te ayudo?"- me dijo tiernamente mientras yo me sentaba en el borde de la cama para quitarme mi camisa. Levanté los brazos y él se aprestó a sacarme mi polo azul. "Velludo... ustedes los latinos son tan ricos, tan calientes..."- al terminar de decir esto se puso de rodillas delante de mí y comenzo a pasarme su lengua ardiente en mi abdomen, para luego subir a mis pezones parándolos de inmediato.

"Ahh.."- dije mientras me tiraba hacia atrás sobre mi espalda. Sentía como mi respiración se agitaba con el tacto de aquella lengua sobre mis vellos mientras mi abdomen peludo subía y bajaba rítmicamente. Mark me tomó por las caderas, y luego de desabotonarme mi Levi's me lo bajó juntamente con el calzoncillo que llevaba puesto. Me levantó las piernas lentamente para quitarmelo y luego hacer lo mismo con las chanclas veraniegas que llevaba. Abrí los ojos levantando mi vista hacia él que estaba desnudándose. Pero antes de ver su cuerpo, ví el mío.

Un gigantesco espejo estaba puesto arriba de la cama, y yo podía ver mis 1.70 mts. tirados allí desnudo. Ví mi rostro, mi bigote castaño, mis ojos café, mi mentón partido, mis labios carnosos, mi lunar debajo de la boca, mi nariz prominente, mi pecho velludo que culmina en dos grandes tetas, mi abdomen con un par de libritas de más, mi verga y sus 16cms. parada como señalando hacia el espejo mismo, mis piernas de ciclista y mis pies pequeños.

Como adivinando lo que pasaba por mi cerebro, Mark se acercó a mí tirándose a mi lado.

"Te ves lindo"- me dijo al oído mientras su mano se posaba en mi verga parada.

"Y tú estás para comerte"- le dije mientras miraba sus nalgas redondas, blancas, pero bronceadas paradas, allá en el espejo.

Mark se agachó y puso su lengua en mi pelvis. Me rodeo el vello púbico mientras hacía que me estremeciera de gozo. Luego bajó a los huevos sin tocar mi pene. Los lamió y uno a uno se los tragó. Me revolví con aquella sensación tan especial. Después me levantó las piernas poniéndoselas en sus hombros mientras se tiraba en la cama y me lamía el puente entre los huevos y el culo. Me sentía a morir.

"¡Ay...Ay... qué rico...!"- grité de placer mientras Mark continuaba lentamente su lamida en dirección al culo. Se detuvo exactamente donde la raja comenzaba. Me escupió un par de veces y luego comenzó a hacer círculos en la entrada del ano embadurnándome los vellitos con su saliva.

Abrió sus piernas poniéndose de rodillas delante de mí. Su verga había crecido y era un poco mayor que la mía.

"Ya regreso..."- me dijo mientras se inclinaba hacia adelante dándome un beso en el glande. Mi verga reaccionó con un espasmo. Se levantó en dirección al lavabo. Regresó a los pocos segundos con una crema lubricante. Se puso una porción en su mano y me la untó delicadamente en mi esfínter metiéndome un par de dedos en el ano que me hicieron gritar, una vez más, de placer.

"Ponme algo en mi culo"- me dijo abriendo el bote y depositando una buena porción en mi palma abierta.

Me levanté mientras Mark se ponía en cuatro patas y abría su culo lo más que podía. Ví aquel culo rosado con unos cuantos vellos rubios, y se me hizo agua la boca. Me acerqué y comencé a besarlo, luego a lamerlo de arriba hacia abajo como un degenerado.

"Ohh...que rico...oh...Diego...oh..."- la voz del congresista subía de tono a medida que entraba en el éxtasis de una lamida anal. Al poco rato, finalmente, le unté la crema e hice lo mismo que él hizo conmigo: le metí un dedo y luego dos en aquel culo hermoso.

"Allí están los condones"- me dijo señalando la cómoda. Me coloqué uno y con sumo cuidado le puse uno a él. "Cogeme mi amor, cogeme Diego..."- se mordió los labios al decirme esto mientras volvía a su posición de perrito.

Me puse detrás y con las dos manos me agarré mi verga para colocarle en el esfínter limpio y blanco de Mark.

"Así, así...dale..."- me decía una y otra vez en tono de ruego.

Empujé el glande dentro de aquel orificio apretado mientras mis manos se agarraban de la cadera delgada del congresista. Empujé cuidadosamente mi verga y sentí como ésta palpitaba de placer dentro de los intestinos de mi amante.

"¿Así?"- le pregunté casi en un susurro. Quería complacerlo, quería que gozara tanto como yo.

"Uhú"- me contestó mientras yo miraba hacia el espejo y me excitaba aun más con el reflejo de mi cuerpo cogiéndose a aquel hombre. "No vayas a terminar...quiero cogerte..."

Me detuve pues sabía que la culminación estaba por llegar.

"Como quieras mi congresista"- le dije mientras le mordisqueaba el lóbulo.

Me tiró a la cama y me levantó las piernas en forma de "V" mientras se colocaba frente a mí.

"Quiero verte mientras te cogo..."- me dijo poniendo su verga en mi culo.

"Hazlo, mi amor, hazlo...soy tuyo"- le contesté enmedio del éxtasis.

Sentí su vergota entrando en mi diminuto orificio y sentí morirme. Pero a la vez no quería que se detuviera, quería que aquel macho me cogiera con todas sus ganas. Mi orto se dilató a la entrada de aquel pedazo de carne dura que me perforó hasta sentir los huevos que rozaban con mis nalgas.

"Eres mío, sólo mío"- me decía Mark mientras nuestras miradas se mantenían fijas en los ojos del otro.

"Dale mi amor, dale...soy tuyo...haceme tuyo..."- le decía yo mientras mis intestinos se expandían con el glande rechoncho y aquella verga dura como el acero. Era como si todo el monumento a Washington estuviera dentro de mi culo. Me cogió varios minutos antes que mi verga morena estallara en una explosión de semen que me hizo arquearme hacia atrás levantando mi espalda.

"¡Oh..qué rico...ahh!"- gritaba Mark mientras yo sentía como su verga se ensanchaba y el líquido caliente era depositado en el condón dentro de mí.

"¡Ohh...Mark...ohh...!"- le dije mientras él sacaba su verga de dentro de mí y se encorvaba para darme un largo beso, el primero, en mi boca hambrienta.

Nos besamos con pasión por varios minutos mientras tocábamos nuestros cuerpos sudorosos. Mi mano se posaba en su pecho, en su espalda, en sus nalgas, en sus piernas. El hacía lo mismo. Parecíamos dos perros en celo, en un celo excitante, en un celo placentero.

"Diego..."- dijo Mark viéndome a los ojos con una sonrisa de sirvengüenza.

"Diga, mi congresista"- le correspondí con el mismo estilo de sonrisa mientras ambos nos quitábamos los preservativos y los echábamos al cesto de la basura.

"Espero que seas republicano..."

Nos echamos a reir mientras ambos nos mirábamos en el espejo allá arriba de nuestros cuerpos desnudos...

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