De costa a costa: Oklahoma

Un cambio de aceite, una limonada, un pequeño pueblo, un tornado...y además, un joven caliente que me enloqueció.

De costa a costa: Oklahoma

"La compra del territorio de Lousiana en 1803 delimitó las fronteras del territorio Indio y del resto de los estados vecinos; sin embargo, dejó una franja de 30 millas de ancho por 170 millas de largo sin reclamar y fue conocida como la 'tierra de nadie' durante 87 años hasta que en 1890 se estableció el estado de Oklahoma que incorporó esta porción de tierra a su territorio. Desde entonces es conocida como el 'agarradero de la cacerola' por su forma estrecha".

" Interesante ", pensé mientras tomaba una limonada casi congelada en el centro de Guymon, el principal pueblo en aquella tierra de nadie que hoy pertenece al estado de Oklahoma en pleno oeste americano. Iba rumbo a Colorado, pero mi Cherokee, luego de recorrer ya varios cientos de kilómetros necesitaba un cambio de aceite que estaba siendo hecho a unas cuadras de allí, en un pequeño taller atendido por una sola persona.

Luego de terminar mi limonada y con un calor sofocante afuera, caminé lentamente hasta el pequeño taller donde estaba mi vehículo. En el horizonte una gigantesca nube negra se acercaba al poblado.

Al entrar al taller sólo me encontré con el silencio.

"Hello!"- dije mientras notaba que eran las 5:15pm, pasado ya un cuarto de hora del cierre del local. Me adentré pues sabía que el mecánico me aseguró que trabajaría hasta completar el cambio de aceite.

En eso escuché que desde el transpatio del taller venía un sonido como de agua cayendo. Pasé a la par de mi carro, se veía limpio por lo que deduje que ya estaba terminado el trabajo y me dirigí a la puerta que daba hacia atrás del edificio. Era una de esas puertas con vidrio así que tan pronto ví a través de ella, me detuve. Pero no así mi corazón que empezó a bombear más rápidamente sangre a todo el organismo, pero en especial a mi flácida verga.

Allí estaba Pete, el mecánico, sin su camisa, sólo con el raído y engrasado pantalón verde, mientras sostenía una manguera. Su cuerpo, blanco, sin un rasgo de vellos brillaba con la luz del atardecer. En uno de sus bíceps, muy bien delineado, había un tatuaje que yo no podía distinguir. Sus pectorales, aunque no eran musculosos, estaban bien delineados. Pete no tendría más de 20 años, y la lozanía de la juventud le brotaba hasta por el ombligo hondo que tenía. Se sentó sobre una vieja mesa que estaba abandonada enmedio de otro montón de muebles viejos y se quitó los zapatos, sus pies sin calcetines eran aun más blancos que su pecho, y luego, sin siquiera volver a ver a los lados, se bajó el pantalón. Sus piernas, algo flacas, pero no escuálidas, aparecieron ante mi vista produciéndome una calentura que se estaba regando por lo 16 centímetros de mi verga. Debía percatarme que nadie entrara al taller: regresé a la puerta principal y le eché llave. Al ponerme de nuevo en la puerta trasera, Pete ya se había sacado su calzoncillo.

Me estaba dando las nalgas, unas curvas firmes, lampiñas, redondas. Se me antojaron de inmediato. Ví como tomaba la manguera y comenzaba a echarse el agua refrescante sobre su cuerpo. Quería estar allí con él, junto a él, dentro de él.

Me sobé mi verga debajo de mi pantalón, ya la tenía dura y podía sentir como intentaba abrirse paso enmedio de mis vellos púbicos mientras el prepucio se abría para que el glande pudiera brotar con libertad.

Los relámpagos de la tormenta que se acercaba se reflejaban en el vidrio donde yo estaba parado, mientras Pete continuaba regando su cuerpo y yo continuaba rozando mi verga de arriba hacia abajo sobre la tela tensa de mi jeans.

El cabello negro del muchacho caía pesadamente mojado sobre su frente mientras él se agachaba para poner la manguera sobre sus pies. ¡A qué pies! Blancos, bien formados, con las uñas recién cortadas, limpios, a pesar del trabajo sucio que Pete desempeñaba. Me imaginé cada uno de esos dedos varoniles dentro de mi boca y hasta sentí su sabor imaginando que los chupaba con mis labios. Un par de gotas de lubricante salieron de mi verga, y las sentí mojando el bikini que yo llevaba puesto.

El mecánico pasó el chorro de agua por su pierna, muy lentamente. Unos cuantos vellitos negros que tenía en su muslo y en la pierna fueron mojados de inmediato. Y después, el agua comenzó a caerle por su espalda y pecho. Se dió media vuelta pudiendo observar su torso y solamente la punta de su verga. Estaba semi erecta, seguramente por la acción del agua cayéndole en aquel cuerpo desnudo, se miraba cabezona e incircuncidada. Luego Pete hizo algo que me calentó aun más.

Mientras yo literalmente me agazapaba para no ser sorprendido, él se pasó su mano húmeda por su ingle y luego se detuvo en sus testículos. Lentamente se los masajeó. Aunque por el lugar donde yo estaba no podía contemplarlos, sí podía observar la expresión de satisfacción en su rostro. Su nariz punteaguda apuntaba hacia su ingle, mientras sus labios delgados se apretaban levemente unos a otros en una clara señal de excitación.

Si él hubiera visto mi rostro, seguramente hubiera visto lo mismo, pues a esas alturas decidí bajarme la cremallera de mi jeans sacando mi verga. Estaba empalmado. Dura como la roca y hambrienta como una boa saltó a mi mano. La masajeé suave y lentamente mientras la palma de mi mano se llenaba con la babeante descarga que tenía ya sobre mi glande. Subí mi mano hasta la cabeza y me la imaginé metiéndola en el culo blanco de Pete. Puse mi mano como si fuera un capullo en el glande y me lo sobé suavemente disfrutando de aquel momento entre cerrando mis ojos.

El mecánico puso la manguera a un lado haciendo que el agua se desparramara hacia a sus pies. Entonces puso la mano que le quedaba libre sobre sus nalgas y rápidamente el dedo índice fue colocándoselo en su raja mientras continuaba con el masaje a sus huevos.

Yo sentía que iba a explotar, que ya no podía contenerme al estar observando aquella escena. Sin pensarlo mucho me desabroché el pantalón que cayó al suelo. Mis manos ahora se intercambiaban entre mi verga dura, mis testículos caídos, mis nalgas peludas y mis muslos hambrientos por placer.

Pete, con sus 1.80 Mts. o más de estatura, su lozanía, su energía, estaba teniendo una sesión de masturbación frente a mí como pocas veces yo había presenciado. Y nunca en una situación como esa.

Volví a ver hacia la puerta del frente para asegurarme que nadie estaba observando. Con el pantalón a mis rodillas caminé lentamente y coloqué el rótulo de "cerrado", luego regresé con mucha dificultad por el pantalón que llevaba a media pierna hasta el lugar privilegiado que tenía frente a mi. Pero...¡horror!

La puerta se abrió de par en par a sólo medio metro antes que yo llegara a ella. Pete me vió con los pantalones a la rodilla y con mi verga parada como el obelisco de Washington.

"¡Ven, vamos, apúrate!"- me dijo en un tono de premura.

No sabía qué decir o hacer. Así que mientras me indicaba con su brazo extendido que lo siguiera, medio me subí mi jeans y me fuí detrás de él hasta el pit donde revisaba los carros: aquella estrecha abertura en el suelo donde los mecánicos se meten para revisar los carros desde abajo. Noté que las ventanas habían comenzado a agitarse violentamente como si fueran a reventarse y el sonido de una sirena anunciaba que algo no andaba bien.

"¿Qué pasa?"- pregunté finalmente cuando entraba al hoyo.

"Tornado"- la palabra me dejó helado por unos instantes. ¡Qué situación más absurda!

Enmedio de mi agitación noté que Pete continuaba encuerado, sin nada encima, sólo su cuerpo mojado y extremadamente sexy estaba allí ahora a sólo centímetros de mí. "Ven aquí, colócate contra la pared, aquí"- me instruyó mientras me tomaba de la mano y me colocaba exactamente frente a él en la pared opuesta de nuestro estrecho refugio.

El sonido se incrementó por unos segundos que a mí me parecieron horas. A estas alturas yo sólo recordaba toda las imágenes que había visto en las noticias sobre los peligrosos tornados que se crean en el medioeste de la nación y no podía dejar de pensar que quien sabe si saldría de esa para contarlo. Pero en eso, el ruido cesó repentinamente. Los vidrios y las ventanas dejaron de moverse. Sólo la sirena cercana se escuchaba afuera del taller.

Miraba a Pete directamente a los ojos en busca de una respuesta.

"Pasó"- me dijo él con seguridad. En la quietud que nos invadió sólo nuestras respiraciones se escuchaban. No sabía qué hacer, no sabía que decir.

"¿Esto pasa muy a menudo?"- pregunté tontamente.

"No, realmente es la primera vez que me pasa"- me contestó mientras las gotas que le cubrían el cuerpo lo hacían aun más apetitoso. "Digo, no es la primera vez que tenemos un tornado tan cerca, pero si es la primera vez que tengo a otro hombre tan cerca mientras me hago una paja...y por lo que ví estabas disfrutándolo..."

Aún conmocionado por la experiencia, no contesté mientras Pete alargaba su mano y la colocaba sobre mi pija flácida y a esas alturas, diminuta.

"Veamos que tenemos aquí...porque sé que me estabas viendo"- me dijo mientras yo sentía como su mano mojada sobaba mi paquete.

"Yo..."- realmente no sabía como actuar: un tornado acababa de pasar cerca de nosotros, y ahora aquel mecánico estaba sobando mi verga.¡Vaya cosas extrañas que me han pasado en este viaje!

"No digas nada...si no quieres...sólo déjame calentarte otra vez...así como estabas hace unos minutos"- la voz casi infantil de Pete me volvió a encender. Su cuerpo se topó al mío, mientras su mano bajaba hasta mis huevos y me los frotaba sus labios buscaban los míos. En aquel lugar tan estrecho no había posibilidad alguna de hacerme para uno u otro lado, y de todas maneras no lo quería hacer, quería disfrutar de aquel cuerpo aun en desarrollo y no desaprovecharía la oportunidad aunque hubiera un tornado, un ciclón o un terremoto.

Pete me besó suavemente al principio, casi con timidez. Mi lengua, ávida por acción, se enredó con la suya mientras mis brazos se extendían alrededor de su cuerpo desnudo. Su piel estaba suave, húmeda, como una delicada tela oriental que cubría y mojaba mi cuerpo que aun temblaba por el susto recién pasado.

"Si hubiera sabido que te gustaba, hubiera hecho que vinieras más temprano para recoger tu Cherokee"- me dijo al oído mientras mi verga entraba en calor y volvía a ponerse dura. Su mano, ahora sin grasa y suavizada por el agua me tocaba mis dos huevos y la base de mi verga haciendo que yo cerrara los ojos ante el placer que sentía. Su boca se alejaba de vez en cuando de la mía para posarse en mi oreja o en mi cuello. Por la fuerza de la gravedad, el jeans cayó al suelo y por la fuerza de su mano mi camisa subió por encima de mi cabeza para quedarme en pelotas.

"No he estado con muchos hombres..."- me dijo al oído con un característico acento campesino.

"¿Y qué te gusta hacer?"- le pregunté apretándolo contra mí. Podía sentir como su respiración se entrecortaba por la excitación. Su verga parada daba contra la mía que ya estaba tensa, lista para la acción. Podía sentir como me la humedecía, no sólo con el agua sino con su propio lubricante.

"Quiero comerte esa verga...y que..."- se entrecortaba al hablar quizá por los nervios, quizá por la inexperiencia -"...me comas mi culo".

"En eso soy experto"- le dije con una sonrisa que él se tragó con un beso que duró por lo menos un par de minutos. Su lengua se revolvía como si estuviera bailando una samba con la mía. Era delicioso, era erótico, era sensual.

Pete se agachó hasta que sus labios rozaron mi verga. El espacio era tan reducido que con dificultad pudo ponerse en cuclillas, abrir sus piernas y a la vez comenzar a mamarme. Me volvió a ver y se quedó viéndome a los ojos mientras su boca se tragaba lentamente mi verga morena poblada por venas rojizas y azuladas.

"Así...así"- le dije en señal de aprobación.

Pete me miraba como tratando de complacerme mientras todos mis sentidos se ubicaban en aquel cuerpo delgado, esbelto, blanco, recién bañado. Podía ver la espalda ancha y larga del muchacho que terminaba en un par de nalgas redondas que estaban abiertas por la posición de cuclillas en la que se encontraba.

"Quitame mi jeans, mis zapatos"- le dije en tono suave.

Pete no se sacó mi verga rígida de su boca, y sin ver, puso sus manos sobre mis pantalones bajándolos por completo hasta topar con mis zapatos Reebok, los desató y me los quitó. Sus manos diestramente me bajaron las calcetas blancas y finalmente el jeans. Lo dejó amontonado a un lado. Mis pies, con escasos vellos sobre sus dedos, fueron sobados suavemente por las manos de Pete. Mi calentura iba en aumento (uno de mis puntos vulnerables son mis pies) y no pude hacer otra cosa más que corresponder las caricias de mi amante. Levanté mi pié derecho y lo coloqué exactamente debajo de sus huevos que colgaban a unos centímetros del piso. Pete cerró los ojos por unos instantes reconociéndome la caricia. Luego, muy lentamente puse mi dedo gordo a la altura de su esfínter y se lo sobé de arriba hacia abajo. Creí que Pete me iba a morder mi verga por la expresión que puso de inmediato. Retiró momentáneamente sus labios de mi tranca.

"¡Oh...qué delicioso...nunca me habían hecho esto....ay...uhhh!"- su mano volvió a tomar mi pié colocándolo exactamente por debajo de su culo -"Aquí...aquí"- concluyó mientras levantaba nuevamente la vista y me miraba enmedio de espasmódicos movimientos de su cuerpo.

Sentí como mi dedo se colocaba en el culo de Pete, y me encantó la sensación que provenía desde mi pié. Subía y bajaba y luego lo movía lentamente de atrás para adelante en un vaivén que hacía estremecer a mi joven acompañante.

"Quiero tu verga...la quiero dentro de mi..."- me dijo mientras mi dedo gordo continuaba sobando su raja y él se movía de un lado a otro disfrutando la sensación que mi pié le causaba. Levantó sus manos y agarró mi verga metiéndosela casi entera de una sola vez en su boca. Cerré mis ojos impulsado por el placer de sentir aquella saliva que me lubricaba de arriba hacia abajo una y otra vez haciéndome estremecer.

"Ponme esa vergota en el culo.."- me dijo levantándose. Su nariz punteaguda tocó la mía mientras nuestras bocas se abrían para besarnos casi con desesperación. "Soy tuyo...en este momento, soy todo tuyo"- me dijo al oído mientras mis manos apretaban sus nalgas contra mí abriéndolas con la misma desesperación que habíamos abierto nuestras bocas.

Se dió media vuelta mientras yo besaba sus hombros, su espalda. Se topó a la pared contraria y colocando sus manos en sus nalgas se las abrió para mostrarme un culo cerrado, rosado, con unos cuantos vellitos que le cubrían levemente como una tela de terciopelo finísimo.

Me agaché y puse mi lengua en aquel orto que se abría delante de mí. Un ligero olor a jabón de pino me enloqueció. Metí mi lengua en aquel agujero una y otra vez mientras mi mano se posaba en sus huevos sobándoselos con un ímpetu casi bestial.

"Ya no me hagas sufrir..."- me dijo mientras su rostro casi rosaba la pared que tenía enfrente.

Me levanté y escupí sobre mi mano. Unté mi saliva en mi verga parada y la coloqué en posición. Siempre ha sido difícil para mí coger a un hombre, o para el caso a una mujer, en aquella posición en la cual los dos estábamos de pie. Pero yo no iba a echar a perder aquel momento, y me ayudó mucho el que Pete fuera unos centímetros más alto que yo.

Él abrió sus piernas e inclinó las rodillas hacia la pared mientras mi verga entraba con una facilidad que hasta a mí me sorprendió. Era como si entraba en un túnel lleno de grasa, la que estaba tirada prácticamente por todos lados en el taller. La lubricación con mi saliva en su culo y en mi verga habían dado resultado. Me lo estaba cogiendo como si aquel intestino fuera una vagina.

"¿Te gusta así?"- le pregunté enmedio de mis jadeos y mientras mi sudor comenzaba a bajar lentamente por mi cuerpo.

"Dale...dale...ohh...."- fue su respuesta mientras yo notaba que dos grandes chorros de esperma saltaban de su verga y pegaban contra la pared donde él mismo se topaba de vez en cuando llenando su propio cuerpo con el líquido viscoso. "¡Ohh...ohh...!"

"Oh mi vida, que culito más rico...uh..."- le dije mientras mi cadera se movía rítmicamemte de atrás hacia adelante en una cogida que estaba convirtiéndose en histórica. "Oh..ahh...eres una putita deliciosa". Mi voz se fue poniendo más aguda hasta que, un par de minutos después, terminé en un "¡Ah...ohh...ay me vengoooo!"

La alarma afuera ya no sonaba. Pero en nuestros cuerpos el tornado de la pasión continuó por varios minutos mientras expulsaba chorros de semen en las entrañas de Pete. Lo besaba con pasión mientras él se topaba conmigo y me decía lo mucho que había disfrutado.

"Oh...cuánto me hiciste gozar..."- me dijo casi en susurros.

"Y tú a mi"- le contesté.

"Nunca había disfrutado tanto de un tornado...nunca"- luego de un segundo, los dos reímos a carcajadas mientras nos manteníamos pegados como dos perros que acaban de hacer el amor enmedio de una tormenta como sólo se dan en el oeste salvaje de los Estados Unidos.

Mi correo es diegomorbus@yahoo.com