De costa a costa: Nuevo México

Mi llegada a la costa oeste, seguramente será demorada. Quizá he encontrado en Vince algo que siempre anduve buscando.

De costa a costa: New Mexico

Parecía que estaba dentro de un cuadro pintado por algún artista famoso. El cielo no tenía ni una sola nube que le robara su color azul que contrastaba de una manera espectacular con el color rojizo de las imponentes montañas Sangre de Cristo, parte de la cordillera de las Rocañosas. Abajo, los arbustos y árboles rodeaban el río Santa Fe, a unas cuantas millas de Chimayó, donde dicen se encuentra la iglesia más antigua construída en los Estados Unidos.

Pero el objeto de mi interés en aquel momento había sido transferido de la vieja iglesia de adobe a un hombre que se bañaba en las aguas tibias del río.

Estaba a sólo unos metros de mí, y desde el principio supe que era gay. Tú sabes, ese sexto sentido que tenemos los que andamos en el mismo jale. Lo sientes, lo presientes, y luego debes confirmarlo.

Allí estábamos: él, un hombre de unos 27 años, de unos 1.65 Mts. de estatura, piel oscura como la de la mayoría de indios nativos, cabellera negra larga que le llegaba un poco más abajo de sus anchos hombros, sus ojos achinados profundamente negros me miraban de vez en cuando casi con la misma curiosidad con que yo lo veía a él. Sus labios finos no se abrían, no me hablaba aunque sabía que en el fondo es lo que quería, al igual que yo.

Salió del agua y ví su cuerpo entero con solo una calzoneta ciñéndole su paquete y su par de nalgas paradas. Sus piernas torneadas era una delicia que se completaba con sus tetas grandes, marcadas en dos pezones negros parados por el agua fresca. Sus pies dejaron huellas en la arena del río mientras caminaba a recoger su toalla.

Había unas cuantas personas más en el río pero nadie más en la ribera. Sabía que mientras tomaba la toalla y se la pasaba lentamente por la cabeza, los hombros, el pecho, los brazos, las piernas, los pies, me invitaba a verlo, a observarlo, a desearlo. Lo hacía con parsimonia, con sensualidad quizá obtenida en brazos de otros, ante la mirada de otros. Las gotas de agua fueron desapareciendo ante el algodón de la toalla azul hasta que se la colocó alrededor de su cintura.

Disimuladamente volvió a ver a los lados y se dió cuenta que estábamos solos en la ribera. Se puso de espaldas hacia mí mientras metía su mano por debajo de la toalla para poder sacarse la calzoneta mojada. Se levantó levemente la toalla para hacer esto dejándome ver por unos segundos su muslo desnudo y parte de su glúteo. Hubiera querido tirármele allí mismo, pero sabía lo que él se proponía: calentarme. Y por cierto, ya lo estaba logrando. Bajó su calzoneta levantando sus pies para sacársela. Al hacerlo, agachado, volvió a verme de forma rápida, suspicaz.

"¿Quieres ver el resto?"- creí que me había preguntado. No, fue mi imaginación. No había abierto la boca.

Puso la calzoneta sobre una roca a su lado y nuevamente hizo su espectáculo sensual con el slip. Lo sacó de su maletín y lentamente levantó su pierna para introducírselo primero en la derecha y después en la izquierda. Se levantó la toalla mientras yo observaba con detenimiento unas nalgas redondas, velluditas y casi coloradas (de aquí lo de piel rojas de la tribu). Luego se puso su jeans y entonces se dió vuelta hacia mí.

Sus ojos pasaron velozmente sobre los míos mientras recogía su maletín, se colocaba la toalla sobre sus hombros desnudos y comenzaba a caminar hacia la salida del río pasando a unos centímetros míos.

Mi piel se erizó cuando lo ví cerca, y con un mal disimulo traté de esconder la erección que ya tenía. Mi calzoneta se resistía a contener mis 16 centímetros de verga, así lo único que me quedó fue poner mi mano sobre ella.

Vince pasó a la par mía, me vió solamente por un par de segundos, pero no dijo nada. Me decepcionó, pues estaba seguro que me diría algo como "ven conmigo". Una vez más, era mi imaginación, no dijo nada. Lo único que noté, con un poco de imaginación quizá, fue un esbozo de sonrisa del lado izquierdo de su boca. Caminó hasta donde estaban los vehículos estacionados (aquella no era una atracción turística, sino más bien un lugar aun agreste donde alguien me dijo que era un buen lugar para darse un baño en el río que bajaba de las montañas de New Mexico). Lo perdí de vista detrás de los arbustos.

No sabía qué hacer. ¿Me quedaría con aquella calentura? ¿Qué es lo que Vince estaba haciendo? ¿Jugaba conmigo al ponerse tan provocativo o realmente quería algo más conmigo y no se atrevía a decírmelo?¿Debía seguirlo o no?

Y en eso, ¡oh maravilla de maravillas!, observé que allá sobre la piedra, continuaba su calzoneta mojada. Raudo y veloz me puse de pie, tomé el libro que llevaba conmigo y mi toalla y fui a traer la prenda. Lo tomé y luego dí un giro de 180 grados para encaminarme hacia donde estaban los vehículos. Mi corazón palpitaba en antelación al encuentro.

Lo ví mientras permanecía de espaldas, aquella espalda al sol, ancha, varonil revisando el motor de su camioneta Cherokee, unos años más vieja que la mía.

"Olvidaste algo"- le dije estando a sólo un par de pasos de él.

"No, no lo olvidé"- me dijo para mi sorpresa, y sin darse vuelta.

"¿A si?"- pregunté mientras llegaba a su lado.

"Quería saber si estabas interesado en mí"- me dijo levantando su mirada, una mirada melancólica, romántica. "La dejé allá con la esperanza que hicieras esto..."

"Fue una buena táctica, entonces"- le dije extendiendo la prenda hacia él.

"Veo que si"- dijo Vince sonriendo -"¿Quisieras ver más de lo que viste? Porque supongo que viste algo"

"Y lo que ví, me ha dejado caliente"- le contesté viendo en aquellos ojos negros una calentura igual que la mía.

"El río te hubiera ayudado un poco...pero no te veo mojado..."

"Si estoy mojado... y creo que ya sabes en donde"- le contesté viendo hacia mi paquete.

"Entonces, ya son dos cosas que debo quitarte: tu calentura y lo mojado que estás"- me dijo Vince mientras cerraba el capó de la camioneta. "¿Quieres venir a mi casa?"

"Creí que nunca lo dirías"- le contesté mientras nos dabámos la mano para presentarnos.

Nuestras Cherokees serpentearon por un camino polvoso que llevaba a la cumbre de la montaña. Luego de una media hora una casa pequeña pero extremadamente limpia y bien cuidada apareció ante mis ojos.

"¿Tu casa?"- pregunté al bajarme y contemplar la casa de adobe fino, con troncos de madera, al mejor estilo Santa Fe que había contemplado.

"Mi orgullo"- me dijo con una sonrisa. En ese momento noté que un hoyito picarezco aparecía en su mejilla izquierda cada vez que se sonreía.

"Preciosa"- asentí.

"Desde aquí puedo contemplar el valle donde crecí..."- señaló hacia donde el río regaba el terreno rojizo allá abajo. "Pero, ven...ven adentro..."

En el interior había una sencilla pero bien balanceada decoración con motivos indios. Me ofreció algo de beber, y acepté un vodka (aunque bebo muy poco me pareció que era mejor que una cerveza). Mientras lo preparaba me contaba un poco sobre su vida y hacía preguntas sobre la mía. Se acercó con el vaso en la mano mientras yo me detenía a contemplar un cuadro donde estaba dibujado un indio con un penacho color celeste y con una lanza en la mano.

"Es precioso"- comenté mientras extendía mi mano para sostener el vaso.

"Tú eres precioso"- me dijo Vince mientras ponía el vaso en mi mano pero sin soltarlo.

"No, el lugar es hermoso"- le contradije bajando levemente el tono de mi voz mientras sentía como las yemas de sus dedos rozaban con mi mano. Lo atraje hacia mí y cerrando los ojos le besé con una pasión que hasta a mí me sorprendió. Por alguna razón sentía a aquel desconocido tan cerca de mí que quería comérmelo a besos, chuparlo, mamarlo, cogerlo.

El vodka fue dejado a un lado mientras ambos caímos al sillón afelpado de la sala. Vince estaba encima de mí al mismo tiempo que nuestras bocas se abrían en un desenfreno de pasión y nuestras manos buscaban ávidamente el cuerpo del otro con una desesperación tal que en menos de cinco minutos ya estábamos desnudos.

"Déjame verte"- le dije separándome sólo unos milímetros de él. Vince optó por levantarse.

"¿Te gusta lo que ves?"- me preguntó mientras yo observaba su cuerpo tostado por el sol de Nuevo México. Sus piernas eran realmente las de un potrillo salvaje que terminaban en un par de huevos casi lampiños que colgaban de un lado al otro mientras se movía. Su verga, de unos 18 cms, era gorda, llena de venas azules y coronada en una cabeza hermosamente proporcionada con el resto de su verga. Sus tetas, pobladas solamente por una leve sábana de vellos negros, terminaban en dos diminutos pezones negros y erectos que invitaba a mordisquearlos. Su largo y lacio cabello negro le caía, parte sobre sus hombros, parte sobre su pecho, parte sobre su espalda. Como en una barra show, dió una vuelta entera sobre sus talones para que también pudiera observar sus nalgas paradas y levemente peludas.

"Quédate allí"- le dije levantándome -"quiero comerte".

Me senté en el borde del sillón abriendo mi boca voraz. Mi lengua se posó suavemente sobre la piel de mi amante. Mientras me levantaba mi lengua subía desde el abdomen por el tórax hasta llegar a su cuello. Me detiuve por unos segundos y lo besé con parsimonia hasta hacerlo estremecer.

"¡Oh Diego...cómo sabes besar!"- dijo Vince mientras sus ojos se abrían y se cerraban rítmicamente.

Sin contestarle, continué besándole hasta llegar a su mentón. Me enloqueció el sentir los rastros de su escasa barba. Aquella sensación tan deliciosa cuanto los vellitos de la barba han sido cortados y están comenzando a salir de nuevo. Era una exquisitez.

"Oh, mi vida...dame un beso que me conquiste"- me dijo abriendo sus ojos negros y viéndome directamente a los míos.

Nuestras vergas se toparon unas a otras cuando nuestras bocas se juntaron para dejar entrar nuestras lenguas y jugar al amor por un rato.

Me abrazó fuertemente mientras los vellos de mi pecho se topaban a su piel lampiña, mientras nuestros pies descalzos se tropezaban por estar tan juntos.

"Desde que te ví en el río supe que eres caliente, supe que gozaríamos juntos"- me confesó al oído.

"Y me tendiste una trampa"- le dije mientras mi lengua luchaba por soltarse de la suya y así poder pronunciar palabra.

El sonrió. Su hollito lo hacía verse sexy, juvenil, varonil.

"¿Y te arrepientes?"

"Tú, ¿qué crees?"- le respondí mientras lo empujaba contra el sillón acostándolo en él. Me arrodillé a su lado y me dirigí directamente a su verga. La contemplé con su cabeza ya mojada y sus venas hinchadas. La puse en mis manos y la metí a mi boca. Su acidez me dió escalofríos e hizo que mi verga, que topaba con una de sus piernas destilera un par de gotas de líquido pre seminal.

Abrí mis labios mientras me tragaba aquel pedazo de carne, dura como el acero. Comencé a bajar y a subir por ella mientras Vince me tomaba tiernamente del caballo.

"Oh mi vida... dale... dale..."

Chupé aquella verga como pocas veces lo había hecho. Bajé y subí varias veces llenando mi boca con su baba hasta que me detuvo.

"No quiero terminar aún...ven...quiero cogerte..."

Me dió la mano para que me subiera encima de él. Abrí mis piernas y mi culo poniéndoselo en la cara. Y entonces, ¡guaú!, me dió el beso negro más delicioso que he recibido en mucho tiempo. Sentí como su lengua viraba de un lado a otro de mis nalgas mientras se adentraba en mi orto que fue llenándose de saliva y expandiéndose con el placer que aquello me causaba.

"Yea!...oh...qué delicia...ay..."- decía yo mientras me abría más las piernas dejando al descubierto mi culo peludo que estaba siendo literalmente devorado por la lengua de Vince. Finalmente, cuando creí que llegaría al éxtasis, él se detuvo. Yo sabía lo que venía y lo deseaba con una loca pasión. Me moví hasta llegar a la verga que yacía dura sobre el abdomen de Vince. La agarré y la coloqué justo debajo de mi culo hambriento.

Mi amante tomó mis caderas y me dijo:

"Date vuelta, quiero ver tus ojos mientras hacemos el amor".

Obediente, me dí media vuelta para quedar frente a frente. Sentí como el glande se topaba con mi esfínter y esto por sí mismo me calentaba aún más.

"Mételo, mi amor"- le dije en una frase que he ocupado muy pocas veces en mi vida.

Sentí como el palo duro de Vince entraba lentamente abriéndose paso por los cachetes de mis nalgas velludas.

"Eres mío"- me susurró mientras su verga dilataba mi orto y se metía por mis intestinos.

"Tú eres mío"- le contesté viéndolo a los ojos mientras extendía mis brazos llegando con mis manos hasta sus dos tetillas las que comencé a apretar a medida que sentía como su verga entraba y salía de mi cuerpo. "Me siento en la gloria"- le dije.

"Estamos en la cima de la gloria"- me dijo mientras sus manos me empujaban hacia su boca. Aun con la tranca adentro, pude flexionarme lo suficiente por unos minutos para besarlo. Su lengua, diestra en el arte de amar, se confundió con la mía.

Y entonces pude sentir como se movía espasmódicamente y como salían de su verga tremendos chorros de semen caliente.

"¡Ay...ohh...!"- gritaba mientras su verga disparaba la esperma a mis nalgas y espalda. "Ah...termina...termina tú también".

Sólo me tocó levemente mi verga y en un instante mi verga aventó tres grandes chorros de semen sobre su pecho.

"¡Ah...uhh...qué ricoooo!"- fue lo único que atiné decir mientras mi cuerpo se contorsionaba por el placer del clímax alcanzado.

"Ah, Diego, ven aquí..."- me dijo Vince mientras me abraza. Yo sentía todo mi cuerpo lleno de la viscosidad de mi semen y del suyo y me provocaba aun más el estar tan cerca de mi hombre.

"¿Es esto lo que tenías en mente allá en el río?"- le pregunté después de besarlo.

"No. Esto es mucho mejor"- me contestó mientras su pecho bajaba y subía tratando de volver a su respiración normal.

Eso sucedió ayer. No se cuanto tiempo más pasaré con él, pero este fin de semana iremos a visitar a su familia, en la reservación de los indios Pueblo, al sur de Colorado. Y de allí, quién sabe... tal vez mi llegada a la costa oeste se demore un poco.

Mi correo es diegomorbus@yahoo.com