De compras en el sex-shop
Marta, cumpliendo ordenes de su amo, se dirige al sex-shop para comprar todo lo que el le ha escrito en una lista.
Tu amo te ha ordenado ir de compras al sex-shop. Para cumplir su encargo te vistes esa mañana con un vestido corto, de tirantes de un suave color gris perla, que se arrima a tu piel y marca tus formas. De abajo del vestido, tal y como desea tu amo, vas desnuda.
Atraviesas la ciudad hasta llegar al sex-shop y cruzas la puerta de entrada. Lo haces rápidamente temiendo que alguien conocido te pueda ver entrar. Una vez dentro te recibe una calida luz y una música acogedora que te sosiegan.
Te diriges hacia el expositor donde cuelgan todos los instrumentos de dominación. Con aire dubitativo y tímido te mueves ante ellos sin atreverte acercarte demasiado a ninguno de ellos. Los observas sin tocarlos e intentas buscar los que cumplan las condiciones que te impuso tu amo.
Primero fijas tu atención en las muñequeras y tobilleras. Escoges unas negras, ranuradas en estrías y con un poderoso candado colgando de una anilla en su extremo. Coges cuatro y los echas en tu cesta de la compra.
Continúas tu búsqueda por los estantes y ahora te diriges al que tiene los gags. Los observas con detenimiento y escoges uno de finas tiras de cuero negro y una brillante bola roja. Al cogerlo en tus manos no puedes reprimir el deseo de sentirlo en tu boca. Miras a tu alrededor, no ves a nadie que te observe, y sintiéndote impune llevas la bola a tu boca, cierras los ojos y se te hace presente la voz de tu amo. Durante un instante la mueres en tu boca antes de devolverla a la cesta de la compra.
Luego son los mosquetones los que atraen tu atención. Escoges unos de tamaño medio y los añades a tu compra.
Por ultimo te acercas a la barra de la que cuelgan las cuerdas enrolladas en carretes. Tomas en tu mano una lisa, como de un centímetro de gruesa, de un color rojo oscuro, casi granate, y las estiras hasta la otra mano. Luego enroscas tus manos en ella y tiras. La sientes fuerte, poderosa y a la vez confortable. Llamas al dependiente y le pides que te corte diez metros. Mientras el la mide tu imaginas que sus manos son las de tu amo tomando la cuerda para atarte. Y te sientes húmeda. Y te sientes dispuesta y deseando llegue el instante de que tu amo haga uso de tus compras. Cuando acaba de medirlas, te alarga las cuerdas y vuelve a su mostrador. Tú sigues dando una vuelta por la tienda intentando encontrar los últimos encargos antes de irte.
Ahora son los consoladores los que atraen tu atención. Te acercas a ellos y paseas tu mirada por el amplio estante que los contiene. Un arco iris de colores y formas se abre ante ti. Intentas concentrarte en las ordenes de tu amo:"Compra dos consoladores. Uno para tu culo y otro para tu coñito. Piensa en ello mientras los escoges". Y eso haces. Después de mirarlos todos te acercas y cojes uno negro, de látex brillante que al tocarlo produce una sensación de calidez que te conforta. Su tamaño es lo que te hace dudar. Lo encuentras demasiado grande para tu culo y temes que tu amo decida introducírtelo allí. Sientes que te excitas mientras lo piensas y lo dejas caer en la cesta.
Ahora diriges tu mano hacia un delicioso plug anal de cristal acrílico, transparente, de pequeño tamaño, suave y tan liso que parece deslizarse por tus manos camino de tu cueva. Te imaginas tumbada boca abajo sobre el sofá. Las manos de tu amo acarician tus nalgas y van llenándolas de azotes mientras el plug comienza a insinuarse a las puestas de tu ano. Comienza a empujarlo suavemente y sientes como se abre paso dentro de tu culo mientras su mano continua azotando tus nalgas.
"Búscalo" te ordena tu amo y tu lo haces moviendo tus caderas y haciendo que el consolador se pierda definitivamente en el interior de tu culo.
Te despiertas de tu ensoñación con el consolador aún en la mano. Lo echas a tu cesta y ya por ultimo buscas el último encargo de tu amo. Unas bolas chinas.
Las encuentras con facilidad. Escoges unas doradas que tintinean en tus manos al cogerlas. Sientes moverse la bola interior mientras las llevas en tu mano hacia la caja e imaginas el efecto que harán en tu interior cuando las lleves puestas.
"Deberás salir de la tienda con ellas colocadas" te ordenó tu amo y tú te ruborizas tan solo de pensarlo. Llegas al mostrador, colocas tus compras sobre la tarima y esperas a que el dependiente las valla tikando y metiendo en una discreta bolsa roja sin distintivo alguno. Eso te tranquiliza. No deseas que nadie sospeche de donde vienes de compras. Cuando el dependiente termina de guardar lo que iba en la cesta, le alargas las bolas que llevas en tu mano y antes de que las introduzca en la bolsa le dices: "Esas no las guardes. Me las llevaré puestas" "¿El servicio, por favor?"
Perplejo y sorprendido, el dependiente apenas atina a esbozar un pequeño gesto indicándote la dirección. Tú te giras en el acto y te diriges hacia allí sin mirar atrás. Si lo hicieras el dependiente podría descubrir que vas roja como un tomate. El color arrebolado de tu cara delataría tu vergüenza. Pero tu amo así te lo ordenó y debes cumplir sus órdenes.
Entras en los baños. Al hacerlo te cruzas con un hombre que te mira. Una mujer que se atreve a pasear por un sex-shop siempre es objeto de miradas por parte de los hombres.
Y tú no eres menos.
Cierras la puerta tras de ti, abres el envase que las contiene y extraes las bolas. Tienen un agradable y suave tacto que te excita. Las sientes tintinear en tu mano mientras las acercas a tu boca para humedecerlas con tu saliva. Cuando están bien lubricadas levantas tu vestido y acercas las bolas a tu coño. Al rozarlo sientes un respingo. Te das cuenta de que las bolas no hubiesen necesitado ser ensalivadas. Tu coñito está mojado y su humedad llega hasta tus muslos.
Separas las piernas y empujas la primera bola que se desliza en tu interior provocándote un quejido apenas ahogado por el temor a ser descubierta. Sin darte tregua empujas la segunda bola y desaparece en tu interior provocando tu excitación. Tus dedos recorren tu sexo asegurándose de que las bolas están bien metidas. Al rozarte tu excitación aumenta y sientas la tentación de seguir en ese roce. Pero sabes que tu amo es estricto en sus órdenes y no perdonaría que su esclava se tocase sin su permiso. Tientas las bolas dando un pequeño tirón del cordón que cuelga entre tus piernas y te tranquilizas al ver que no se salen las bolas. Colocas tu vestido y sales de nuevo a la tienda. Te diriges rápidamente hacia el mostrador, recoges tu bolsa con el resto de las compras y con un escueto "Gracias", te despides y sales a la calle.
El aire fresco de la mañana choca con el calor que despide tu cuerpo. Estás sudando por esa mezcla de excitación y temor que tanto le gusta a tu amo provocar en ti. Caminas rápido por la acera y sientes que las bolas están comenzando a realizar su trabajo inundando tus muslos de humedades.
Cuando metes la llave en la cerradura del portal sientes como un alivio. Alargar mucho más el paseo te hubiese resultado problemático sin tener que desobedecer las ordenes de tu amo. Estás entrando en tu casa cuando suena el teléfono.
Es tu amo y es hora de que le rindas cuentas de tus actividades durante esta mañana.