De compras

Un chico y su hermana, o mejor dicho una chica con su hermano, se van de compras con eróticas consecuencias. Brrrrr!

De compras. Primera parte (probablemente)

Por Noara en 2009.

El viaje acabó con un gran frenazo que a punto estuvo de hacerme salir por el parabrisas, y que resonó en el parking del centro comercial con un chirrido agudo. De echo, el cinturón de seguridad me había librado de estamparme contra el cristal delantero, eso si, a costa de un fuerte dolor. Pero lo cierto es que tratándose de mi hermana uno debía darse por satisfecho tan sólo con llegar sin ningún hueso roto.

  • ¡Por Dios!- dije - Que pasa, ¿no puedes frenar más bruscamente?

  • Ya sabes que no, aunque intento superarme cada día - respondió mi hermana en medio de una sonrisa.

  • Graciosa. Pues ahora me quedo aquí y vas de compras tu sola.

  • Pues bueno.

Mi hermana se bajó del coche y cogió su chaqueta del asiento de atrás, cerrando la puerta tras de si. Era obvio que me estaba retando, pero no iba a ceder tan fácilmente. No cuando todavía podía sentir en el pecho el dolor que me había dejado el cinturón, no mientras no aprendiese de una santa vez a conducir con cuidado y sobre todo a frenar sin pisar el pedal como un elefante jugando al twister.

A través de la ventanilla podía ver como se dirigía hacia el acceso al centro, sin mirar atrás. Me sorprendí a mi mismo siguiendo el suave contoneo de su trasero, que cubierto por un ceñido pantalón vaquero era del todo sugerente. De un lado a otro sus caderas se mecían deliciosamente, apoyadas en sus muslos carnosos...Una pena que fuese mi hermana. Una hermana puñetera que debía pensar que no sería capaz de quedarme toda la mañana en el coche. Que poco me conocía..

Alcancé a mi hermana cuando estaba a punto de entrar por la puerta de entrada. Me miró por encima del hombro y creo que se rió, pero no dijo nada. Se notaba que estaba feliz por ir de compras, casi en igual medida de lo que yo estaba cansado antes de empezar. «Tenéis que ir a comprar algo ya para la boda de tu primo, que después siempre andamos con prisas de última hora» había sentenciado mi madre el día anterior. Y gracias que ella tenía que trabajar y no podía acompañarnos, que si no tendría que haberlas aguantado a las dos durante toda la mañana, rodeados de trapos por todos lados. Un escalofrío me sacudió sólo de pensarlo.

  • Venga, entremos aquí.- dijo mi hermana tras hacer un giro de noventa grados al que no hubiese podido responder ni un jugador de rugby profesional.- A echar un ojo solo.

Traducido a lenguaje masculino, la expresión "echar un ojo" significa tirarse mínimo media hora quitando cosas de las estanterías, desdoblándolas, mirándolas, poniendo mala cara, volviendo a mirarlas, mirarles el precio, darles un par de vueltas mas, volver a doblarlas y dejarlas donde estaban. Eso en el mejor de los casos, claro. Porque en caso de encontrar algo que entre en la categoría de "posible", entonces se le debe sumar al proceso habitual un extra de miradas y volteos, y como no, ir a probarlo. Porque de eso no te puedes librar, nunca, aunque a ojo veas que la prenda te vale. La frase lapidaria que te acababa acongojando es siempre la misma: ¿Y si después no te vale, vienes tú a cambiarlo? Y claro, sólo pensar en tener que volver de nuevo a ese sitio infernal hace que cualquiera elija ir a probarlo y tener una muerte rápida.

La tienda parecía demasiado informal como para comprar ropa de boda, pero aun así dimos un par de vueltas. Eramos casi los únicos que estábamos allí además del dependiente, seguramente debido al día y la hora: un martes por la mañana no debía ser hora punta en sitios como aquel. Como era de esperar mi hermana cogió un par de jerseys y de camisas, que volvió a dejar en su sitio después del conveniente análisis.

  • No empieces a poner caras ya, que acabamos de empezar.- dijo entonces, de espaldas a mi mientras observaba a contraluz una camiseta.

  • No pongo ninguna cara - respondí- pero no se para que le das tantas vueltas si está claro que no vas a comprar nada.

  • Bueno, sin mirar no vamos a encontrar nada. Así que ponte y mira algo que si no después te caerá la bronca en casa.

De mala gana cogí una camiseta azul que estaba allí colgada. Le di un par de vueltas, pero la volví a dejar en su sitio. Sin embargo en cuanto solté la percha y sentí una presencia a mis espaldas supe que era demasiado tarde. Había caído en la trampa.

  • ¿Qué, te gusta esa? ¿Miraste si hay talla? - comenzó mi hermana como una metralleta sin seguro

  • No.. no.. - comencé a balbucear, abrumado por las preguntas continuas

  • A ver, esta que es, la L, yo creo que te vale ¿no?

  • No, si no me..

  • Toma pruébatela. Y de paso prueba este pantalón, que combina.

Cuando recuperé el conocimiento estaba ya tras una cortina azul, viendo en el espejo la imagen de un pobre inocente con cara de pardillo. En las manos tenía la camisa azul que no me gustaba y un pantalón de un color que seguramente tenía algún tipo de nombre raro pero que yo solo podría calificar como gris pálido. Suspiré ante lo inevitable de mi situación, y colgué las prendas en el perchero mientras me sentaba en el taburete para empezar a quitarme las zapatillas.

Me saqué la camiseta, y después los pantalones de chándal que descoloqué sobre el taburete. Como cualquiera delante de un espejo, comencé a mirarme mientras hacía posturitas, metía barriga y sacaba bíceps con manifiesta dificultad. Quien no lo ha hecho alguna vez. Pronto me empece a tocar el paquete, sin disimulo, izquierda y derecha. Quien no lo ha hecho alguna vez también.

Llevaba varios días sin movimiento manual (¿acaso existe otro?) en la zona bajo-central, y lo cierto es que tenía esa sensación habitual que siempre me ocupaba cuando llevaba mucho tiempo de abstinencia. Una sensación calurosa, sudorosa, casi olorosa. Húmeda. Y claro, en esas condiciones cualquier ocasión era buena para un poco de placer furtivo.

Moví un poco la cortina, y vi a lo lejos a mi hermana curioseando en un gran montón de ropa amontonada sobre la mesa, así que volví a cerrarla y continué de nuevo con mi autoexploración. Seguí sobando un rato por encima de los calzoncillos, unos slips negros y ajustados que pronto empezaron a deformarse por la presión. La erección empezó a ser dolorosa bajo el elástico, y con cuidado saque mi pene por encima. Aunque aun no estaba a su máximo nivel ya tenía un buen tamaño, y la cabeza colorada parecía estar deseando cualquier mínimo contacto. Con la mano aprete el tronco, y me di cuenta que hacía mucho más tiempo del que pensaba desde la última vez. Estaba seguro de que con aquel nivel de calentamiento me correría casi si necesidad de tocarme.

  • Ra, ¿te falta mucho?- escuche de pronto al otro lado de la cortina. Tras la voz, unos dedos se asomaron por uno de los laterales de la cortina, con manifiesta intención de correrla.

  • Nooooo- grité descontrolado. El tiempo parecía haberse detenido, mientras yo me lanzaba a cámara lenta hacia aquel trozo de tela que me separaba de mi hermana a punto de entrar. El corazón me latía descontrolado, como el de un colibrí adicto al RedBull, mientras que mis pulmones aguantaban todo el aire que podían. Debía parar aquel avance, no podía permitir que me viese con el instrumento fuera.

Por fortuna, conseguí agarrar la cortina antes de que mi hermana entrase. Un gran "clonk" acompañó el movimiento, cuando las anillas de la esquina impactaron con violencia con el marco del probador.

-¿Que pasa? ¿acabas o qué? - dijo mi hermana desde el otro lado.

  • Si,..si. Ahora salgo..- conteste con un hilo de voz. Y es que con el movimiento para cerrar la cortina había soltado el calzoncillo, cuya goma había salido disparada como un resorte para arrearme en todo el pene como un latigazo.

Finalmente aque modelito de la camisa azul no me convenció (o quizás debería decir, en honor a la verdad, que no convenció a mi hermana), así que salimos de aquella tienda en busca de nuevos horizontes textiles. Pasamos por delante de muchas tiendas, pero de pronto vimos una gran multitud en una de ellas. Parecía haber algún tipo de liquidación, o quien sabe, pero aquello parecía un hormiguero abarrotado. Intenté mirar para otro lado y continuar andando, esperando tener un poco de suerte y que mi hermana no quisiese entrar en aquel sitio que ya me había levantado dolor de cabeza antes incluso de acercarme, pero obviamente había que entrar "a echar un ojo".

Efectivamente, un gran cartel en el interior anunciaba una liquidación por cierre, algo que parecía haber actuado como una dosis de adrenalina en aquellas mujeres que se movían nerviosas de un lado a otro de la tienda. La ropa se amontonaba desordenada por todos los sitios, algo que parecía aumentar todavía más su ansia por comprar algo. Lo que fuese.

  • Aquí si que no va a haber nada para la boda...- protesté.

  • Bueno, quien sabe. Y aunque no sea para la boda siempre puede aparecer una ganga. ¿no?

Nos metimos entre la gente como pudimos, con mi hermana delante de mi abriéndose paso como un ciclón mientras yo aprovechaba el caminito que iba dejando tras de sí en medio de aquellas mujeres histéricas. Pareció llegar a un lugar que le gustó, y se paró en seco. Yo hice lo propio, empezando casi al instante a recibir codazos y empujones por todos lados. Mi hermana revolvía ropa en una mesa hasta la que había conseguido llegar, y desde allí me hizo un gesto para que me acercase más.

  • Oye, ponte detrás de mi, que me están destrozando la espalda con tanto empujoncito.

Avancé penosamente el metro o metro y medio que me separaba de ella, y me puse a su lado. El barullo era asfixiante, con gente de aquí para allá, empujándose unos a otros. E increíblemente todas (porque a penas se veían un par de novios y maridos despistados y sofocados entre todas aquellas mujeres) parecían no inmutarse. Simplemente seguían mirando modelos, tallas, colores.

  • Ra, ponte aquí detrás, anda.- dijo entonces mi hermana, mientras me cogía de la camiseta con su mano derecha y me tiraba hacía delante. Era lo que me faltaba, hacer de guardaespaldas en aquel territorio más salvaje que el propio Vietnam.

Me coloqué tras ella, haciendo de improvisado muro de separación con el resto de gente que sin embargo parecían querer tirarme abajo. Continuamente pasaban a mi espalda un reguero de personas, no sabría decir si saliendo o entrando del local, pero con tanto empujón cada vez me veía obligado a avanzar más hacia delante, donde mi hermana no paraba de recostarse sobre la mesa de las prendas intentando coger las más alejadas.

Desde mi posición podía ver su espalda y la parte de atrás de su cabeza, además por supuesto de su trasero. Era difícil ignorarlo. Doblada sobre la mesa sus nalgas se ajustaban como un guante a aquel pantalón vaquero que parecía ser tan fino. Casi se podía distinguir cada porción de aquel culo redondo y contundente. Una pena que fuese mi hermana...

El enésimo empujón, esta vez de una señora más grande que yo con cara de morsa, apunto estuvo de hacerme caer hacia delante. De echo, fruto del traspiés caí encima de mi hermana, que soltó un "¡heey!" ante la avalancha.

  • Lo, lo siento...- comencé- ha sido ese tren de mercancías de ahí atrás - dije mientras indicaba con la cabeza a aquella enorme señora mal encarada.

  • Ya- respondió mi hermana mirándome por encima del hombro- pero pégate más a mi, hombre, déjalas que se maten ahí atrás.

Yo asentí con la cabeza, mientras que ella volvía a pelearse por encontrar un nuevo jersey o un pantalón rebajado. Ahora estábamos casi pegados, aunque todavía nos separaban un par de centímetros. Y por todos los medios, yo intentaba que así siguiese siendo. Los empujones a mi espalda seguían, pero yo estaba concentrado para intentar no moverme ni un milímetro. Casi me dolían los tobillos de la fuerza que debía hacer para mantenerme en mi posición y no ceder a la "presión social" que tras de mi parecía querer traspasarme.

De pronto, otro golpe en la parte baja de la espalda me hizo caer de nuevo hacia delante. Esta vez tuve que aguantarme con una mano sobre la mesa que tenia delante de mi para no llevarme por delante a mi hermana. Aguanté como pude la forzada posición, intentando por todos los medios no tocarla y que se pensase cualquier cosa, hasta que pude volver a ponerme en pie. Estaba sudando, aquello era el infierno y la señoras cubiertas de laca sus guardianes.

  • Pero a ver -dijo entonces mi hermana, que se había incorporado y ahora estaba delante de mi - acercate más para aquí que me estás poniendo nerviosa.

Y agarrándome del brazo me hizo avanzar aun más. Ella seguía de pie delante mía, a una distancia que casi estábamos pegados. Al instante volví a notar golpes y empujones en mi espalda, y maldije otra vez a aquella manada de hienas que me rodeaba. Pero en estas estaba cuando de pronto mi hermana volvió a doblarse sobre la mesa y su culo entró en contacto con mi sorprendida entrepierna.

El corazón volvió a latirme con fuerza, y mi primer impulso fue separarme al momento, pero por detrás no tenía ni un milímetro de espacio, todo a mis espaldas era una masa blanda de señoras de mediana edad apelotonadas. Al no moverme pensé que mi hermana si lo haría, pero tampoco lo hizo. Siguió estirada buscando prendas bajo el montón, como si no se diese cuenta. O como si no le importase.

Yo comencé a ruborizarme, aunque intentaba pensar en otra cosa. Pero por desgracia mi pene pensaba por su cuenta y riesgo, y notaba como comenzaba a empalmarse poco a poco, centímetro a centímetro. Me lamenté de no haber llevado pantalones vaqueros, o de esparto, o incluso un cinturón de castidad de aquellos antiguos que siempre mantenían mirando hacia el suelo al pirulo. Pero no, tenía que llevar chándal.

Mi erección empezaba a ser abochornante. Mi hermana tenía que notarlo, necesariamente. Vamos, ¡que estaba en la media tirando a alta! Ya no sabía que hacer cuando mi hermana se incorporó de nuevo, para mirar una blusa que había descubierto en las entrañas de aquella montaña de ropa. Quizás también lo había hecho para separarse de mi incómoda y cada vez mas dura presencia, no podía saberlo. Pero cuando la volvió a tirar sobre la mesa, y ella misma hizo lo propio en busca de nuevos tesoros, supe que no era así. De nuevo mi pene rozaba sus nalgas, notaba su carnosa dureza bajo mi amigo, su suavidad.

Sin embargo el placer se convirtió pronto en dolor. Tenia el instrumento aprisionado por el calzoncillo, en una posición horizontal que con el aumento de la erección comenzaba a ser muy incómodo. Necesitaba colocar aquello mirando al techo o si no desincharlo. Y hacerlo ya. Pero cualquiera de las dos alternativas era imposible. No podía moverme y "colocarme" sin hacerlo bruscamente, y desde luego por mucho que lo intentaba la excitación era demasiado elevada como para bajar la erección. Y tampoco entendía porque mi hermana no se separaba, o por qué no nos íbamos de aquel sitio agobiante.

Mi hermana volvió a erguirse, mientras miraba una camiseta sin mangas. En ese momento vi mi ocasión, y girándome un poco metí mi mano con disimulo dentro de mi pantalón, dentro del calzoncillo. Durante la operación rocé en varias ocasiones el trasero de mi hermana, ya que no había apenas espacio entre ambos, pero ella siguió sin decir nada. Finalmente conseguí agarrarme el pene, y colocarlo verticalmente, al fin libre. La goma del slip y la de la cintura del chándal me apretaban hacia la mitad del tronco, pero al menos así el dolor era menor. Por suerte el llevar la camiseta suelta por fuera del pantalón evitó que alguna señora de aquellas sufriese un desmayo o, quien sabe, se me lanzase encima.

Acababa de colocarme cuando de nuevo mi hermana volvió a inclinarse sobre la mesa. Esta vez mi pene quedó encajado entre sus nalgas, y aunque sabía que no debía, noté un placer cada vez mayor en aquel roce ocasional. Cada pequeño movimiento que mi hermana hacía con sus brazos atravesaba todo su cuerpo y a través de su hermoso culo llegaba a mi pene cada vez mas excitado.

De pronto volvieron a empujarme por la espalda. El impulso de nuevo me envió hacia delante, pero esta vez al estar pegado a mi hermana el impulso lo recibió ella por completo, en todo su trasero. Desde luego ahora no había excusa, ahora tenía que haberlo notado seguro. Si yo podía sentirla a ella, ella tenía que sentirme a mi. El por qué no hacía nada al respecto se me escapaba.

De nuevo otro empujón, y de nuevo otra embestida a mi hermana.

  • ¿Estás bien? Parece que la gente no para de empujar- dijo entonces, sin incorporarse y todavía revolviendo trapos.

  • Si..,pero es igual.-contesté yo, todavía no se bien en que tono.

  • Pero échate más para adelante si quieres.

Miré hacia abajo y vi como las nalgas de mi hermana se apretaban contra mi abultado paquete. ¿Echarme más para adelante? Ni atravesando el espacio-tiempo podría echarme más para delante. Moví unos milímetros mis pies, hasta que mi hermana quedó totalmente encajonada entre la mesa y mi entrepierna. Parecía mentira, pero así era. Allí estaba yo, con todo mi aparato pegado al culo de mi hermana sin que ella aparentemente se inmutase.

Ahora deseaba que no parasen de empujarme, que no parasen de pasar señoras como huracanes tras de mi. Así tendría excusa empujar un poco más a mi hermana. Sin embargo en un momento dado comencé a dar pequeños empujoncitos sin que nadie me desplazase a mi. Suponía que ella no podría distinguirlos de los "fortuitos", así que poco a poco iba moviéndome a impulsos, aguantando un par de segundos adelante, apretándola contra la mesa, tras los que volvía a retirarme un poco pero sin dejar de estar en contacto con sus preciosas nalgas.

De nuevo otra embestida hacia delante, de nuevo unos segundos de presión antes de aflojar un poco. Aquello era ya descarado, pero no iba a ser yo el que lo parase, desde luego. O quizás si. El roce hace el cariño, y aquel sobre el culo de mi hermana empezaba a ser superior a mi capacidad de aguante. Notaba como mi duro amigo comenzaba a sudar, a gotear en medio de un calor cada vez mayor. Lo adivinaba ya totalmente colorado bajo la ropa, desesperado por entrar en cualquier sitio, en cualquier agujero. Así que tuve que parar.

Cesé de moverme justo cuando ya notaba cercano el orgasmo, a tan sólo un par de meneitos más de correrme en aquella tienda y matar a tres señoras de un infarto por la impresión. Contuve la respiración los instantes siguientes e intenté pensar en cosas desagradables que me cortasen el calentón rápidamente. Busqué con la mirada a viejas, a viejas pellejas, a viejas pellejas calvas con la faja asomándoles por encima de la falda y una pierna de madera... pero increíblemente nada funcionaba. Acababa desnudándolas mentalmente y excitándome aun más.

En un acto de desesperación intenté separarme violentamente de mi hermana, o mejor dicho de su trasero, echándome con fuerza hacia atrás. Ya nada me importaba, nada podía ser peor que montar una escena patético-erótica y húmeda rodeado de aquella congregación de señoras desatadas. Y de pronto sentí que flotaba. Levitaba como una grácil mariposa, antes capullo, que batiese por primera vez sus alas en primavera. Estaba en el cielo, en una nube. Hasta que mis ojos perdieron de vista a mi hermana, y comenzaron a ver las bombillas del techo.

Con el ruido hueco que hace un saco de patatas al caer desde un primer piso, acabé espatarrado sobre el suelo de la tienda. Aquellas malditas arpías se habían puesto de acuerdo para dejar un hueco detrás de mi justo cuando yo me había echado hacia atrás, propiciando mi derrumbe cual edificio dinamitado en una demolición. La cabeza me dolía y veía las estrellas, que poco a poco se fueron convirtiendo en asteroides con las caras de las viejas que en corrillo comenzaban a mirarme desde arriba.«Pobre, seguro que está llenito de drogaina» escuché entre la multitud. «¿Estás tonto, hijo?» me pareció oír hacia el fondo. Entre la confusión vi la cara conocida de mi hermana, abriéndose paso entre aquella selva de pelucas y michelines. Note que cogía mi mano y me levantaba hacia arriba, hasta que el aire volvió a mis pulmones cuando por fin salimos de aquel lugar.

  • Vaya golpe que te has dado, ¿estás bien?

  • Si, creo que si...

  • ¿Pero como te has podido caer de esa forma?

  • No se, me empujaron y caí -mentí.

  • Bueno, pues espabílate que aun no compramos nada y pronto tenemos que ir a comer. Así que vamos.

Dolorido y magullado comencé de nuevo a seguir a mi hermana. Lo bueno era que con el susto y el estar al borde de la muerte la erección se me había bajado, lo cual era al menos un alivio. Anduvimos de aquí para allá un buen rato, hasta que al final entramos en una nueva tienda, esta vez casi vacía. Comparada con la anterior aquello parecía el paraíso, y hasta yo comencé a echarle un ojo a las prendas. Tarde dos blusas y una falda en darme cuenta de que aquella era una tienda sólo de ropa para chicas.

Mi hermana seguía feliz a lo suyo, desdoblando, mirando y frunciendo el ceño, pero esta vez de vez en cuando agarraba una prenda bajo el brazo. Y cuando tuvo unas cuantas me hizo un gesto con la cabeza:

  • Vente, que voy a probar estas.

Mi calenturienta mente comenzaba a carburar a todo gas. ¿Que vaya? ¿A donde? Seguí a mi hermana hacia el fondo de la tienda, en donde apareció la boca de un ancho pasillo con cortinillas a cada lado. Ella se metió por el pasillo, mientras que yo me quede en la entrada con aire distraído.

  • Pero no te quedes ahí, vente que me tienes que decir como me quedan.

El pulso se me aceleró, la sangre comenzó a calentarse, mi miembro se despertó de nuevo con una sonrisa. Mi hermana entró en uno de los probadores hacia el final del pasillo, pero dejó la cortina sin correr. Quería que yo fuese. A ver como le quedaban. Allí.

Empecé a andar con paso tenso y marcial, como si llevase tirantes y estos estuviesen demasiado apretados y me tirasen hacia arriba de los mismísimos huevos. Aquello parecía la milla verde, era eterna, aterradora. Al fin llegué a la altura del probador y asomé la cabeza un poco. Allí estaba mi hermana, colocando las prendas en el perchero, de espaldas a mi.

  • Siéntate ahí, anda.- me dijo señalando un pequeño taburete en una de las esquinas del pequeño cubículo.

Obedecí y me senté, mientras que mi hermana pasaba por delante de mi para cerrar la cortina de un golpe. Ante mí tenía un enorme espejo, en el que mi rostro desencajado se reflejaba como el de un fantasma. Empecé a mirar a un lado, a otro, hacia el techo, de reojo a mi hermana, hacia el techo otra vez, hacia la cortina, que bonita es, de reojo a mi hermana otra vez. Ella mientras tanto había dejado su bolso en el suelo, y se había descalzado.

Aunque no quería hacerlo, no podía evitar mirarla. No directamente claro, yo miraba hacia otro lado. ¿qué culpa tenía de que aquel espejo la reflejase? De pronto llevó sus manos a la cintura, y se quitó la camiseta. Yo veía su imagen reflejada en el espejo, pero en su posición sólo la podía apreciar de espaldas. Veía su precioso trasero, tan redondo, y ahora también una tira blanca que cruzaba su bonita espalda de un lado a otro.

  • No hace falta que mires para otro lado, tonto - dijo entonces mi hermana, mientras colocaba su camiseta recién quitada en otra percha.- Si además sé que me ves en el espejo, ¿o que te crees?

  • ¿espejo? - pregunté con un hilillo de voz, ofendido ante tamaña acusación. Ahora la estaba mirando a ella directamente, y casi de frente, por lo que sus tetas aparecían ante mí sin obstáculos. Estaban contenidas en un sujetador blanco que las juntaba y daba esplendor, como el marco perfecto a un gran cuadro.

  • Oh, perdone usted, pensé que me estaba mirando reflejada - rió mi hermana.- Anda, puedes mirar lo que quieras, que no pasa nada.

Yo tenía la garganta seca y el miembro húmedo, por lo que en termino medio estaba perfectamente hidratado. Miraba a mi hermana directamente mientras ella continuaba desnudándose. Llevó sus manos al pantalón vaquero y desabrochó los botones antes de bajar la cremallera. Empezó entonces a moverlos un poco para intentar sacarlos, hasta que lo consiguió y estos quedaron a sus pies de donde los recogió para doblarlos y colocarlos a un lado.

Si, llevaba tanga. Era también blanco, perfecto. De nuevo miré al espejo para verla mejor desde atrás, ver como aquella prenda minúscula se encajaba entre sus nalgas. Nalgas redondas, carnosas, respingonas a cada lado de aquel trozo de tela celestial.

  • Bueno, voy a probar este azul, a ver que tal.

Yo asentí como uno de esos muñecos que van en la bandeja de atrás de algunos coches, y de nuevo volví a disfrutar contemplando como mi hermana se agachaba a coger el vestido y se lo ponía lentamente. Era un vestido azul, ceñido, que le llegaba hasta la mitad de su muslo.

  • Que, ¿qué tal?

  • Una minifalda muy mini para una boda, ¿no?- me atreví a responder como si fuese el mismísimo Armani.

  • Pues no se.. quizás un poco si.. Voy a seguir probando a ver.

De nuevo el vestido cayó al suelo, y de ahí a su percha. De nuevo su cuerpo curvilineo sólo con la ropa interior cubriéndolo, por decir algo. Yo como es obvio estaba empalmado en un nivel de 134 sobre una escala de 10. Intentaba cruzar las piernas y echarme para delante para ocultarlo dentro de lo posible, pero cada vez era más doloroso estar tan comprimido.

  • A ver, súbeme la cremallera de este.- escuché de pronto a mi hermana, mientras que de espaldas me miraba por encima del hombro aguantando su cabello con la mano.

  • Voy.

Me levanté sin pensar, demasiado rápido, demasiado cerca. Al ponerme de pie la tienda de campaña que se había formado bajo mis pantalones rozó el trasero de mi hermana, lo suficiente para que ella lo notase a pesar de que fue tan sólo un instante. Instintivamente me separé un par de centímetros, mientras con las manos intentaba agarrar aquella cremallera que reposaba en la parte baja de su espalda. Poco a poco comencé a subírsela, cuando de pronto mi hermana echó un poco su trasero hacia atrás y de nuevo toco en mi paquete. Está vez no me moví, la verdad sea dicha porque tampoco tenía mucho espacio con el taburete pegado detrás de las rodillas. Seguí con las manos en la cremallera, a punto ya de llegar arriba del vestido, mientras que mi hermana comenzó a mover el trasero en lentos círculos sobre mi pene.

  • Parece que tu amigo se ha levantado hoy con ganas, ¿no?- dijo mi hermana mientras continuaba aquel masaje improvisado.

  • Si..si- balbucee yo.

La cremallera hizo tope, y mi hermana se separó bruscamente de mi. Me quedé allí de pie, mientras ella se miraba en el espejo con su nuevo vestido.

  • ¿Te gusta más este?

  • Si.. ese mejor- respondí yo mientras la miraba en el espejo.

  • ¿Que duro tienes eso, no?

Miré el reflejo de la cara de mi hermana en el espejo, y seguí su mirada hasta mi descarado paquete.

  • Anda, bajame otra vez la cremallera.

De nuevo se giró dándome la espalda, y de nuevo su trasero impactó en donde yo más deseaba. Disfruté del momento y bajé poco a poco la cremallera, centímetro a centímetro, hasta que llegué abajo. Mi hermana se separó de nuevo y se quitó el vestido. Mientras lo doblaba de espaldas a mi, su boca comenzó a moverse mientras expulsaba aire desde sus pulmones.

  • Puedes aliviarte aquí si quieres.

Silencio.

  • ¿C..como?- me atreví a preguntar con el pene a punto de atravesar la tela del pantalón, la madera del techo del probador y la capa de ozono incluso.

  • Pues que si quieres puedes hacerte una paja. A los tíos os molesta estar así mucho tiempo, ¿no?- respondió mi hermana mientras se giraba hasta quedarse mirándome de frente.

  • Bu..bueno...

No se podía decir más con menos. Mi cerebro hacia tiempo que se había declarado en huelga, sobrepasado por el mar de testosterona que ahogaba mis neuronas. Sólo importaba el orgasmo. Correrse allí y en aquel momento era el único pensamiento. A pesar de todo la vergüenza me atenazaba. Mi hermana no dejaba de mirarme, y ya no sabía si seguir por el camino de la lujuria absoluta o salir corriendo hasta Andorra y meter la cabeza (y los huevos) bajo medio metro de nieve.

Comencé poco a poco a bajar los brazos, hasta agarrar la cintura del pantalón. Lo levanté un poco para poder liberar a mi aprisionado pepino, y acto seguido los bajé hasta los tobillos sin pensar. Al ponerme de nuevo derecho mi pene quedó apuntando al cielo, casi verticalmente. Una espesa gota de líquido brotaba del glande, hinchado ya ante el suplicio al que lo sometía.

Bajé la mano y me la agarré con calma. El placer fue increíble, ardiente. La piel casi quemaba, la sensibilidad estaba por las nubes. Comencé el bombeo despacio, arriba y abajo, con tranquilidad. Más gotas pegajosas salieron por el pequeño agujero que coronaba la sonrosada cabeza. No recordaba haber goteado de aquella forma nunca hasta aquel entonces.

  • Espera, pásame el taburete ese- interrumpió entonces mi hermana. La miré con la polla todavía en la mano, sin entender de que me estaba hablando hasta que al fin caí en la cuenta de lo que quería y se lo dí. Ella lo cogió y lo puso bajo su trasero, hasta sentarse y cruzar las piernas.

  • Así mejor. Puede seguir cuando quieras.

Su sonrisa me excitó aun más, y se la devolví mientras comencé de nuevo a subir y bajar la mano.

  • ¿Por qué no te quitas del todo el pantalón? Que así tienes que estar incomodo...

Yo de nuevo obedecí y me descalcé, para a continuación echar hacia un lado mis pantalones junto con los calzoncillos. Ahora podía abrir más las piernas, y era cierto que estaba más cómodo.

  • Así mejor - empezó mi hermana de nuevo.- Oye, espera un momento.

Paré de nuevo la paja, desconcertado otra vez ante sus palabras. Se agachó donde estaba su bolso y empezó a revolver dentro de él, mientras que con esa posición me dejaba a la vista su trasero en todo su esplendor. Se incorporó de nuevo, y dando un paso se pegó a mi lado pasándome su brazo derecho por detrás de mi cuello. Yo hice lo propio con el mio izquierdo rodeándole la cintura pero sin atreverme a apretar más.

  • Agárratela e intenta ponerla mirando hacia delante.

  • ¿Cómo?

  • Eso, que te agarres la polla un poco por la punta y la intentes poner en horizontal.

No sabía que se proponía, pero ¿qué mas daba? Con la mano derecha intenté hacer los que me pedía, pero estaba tan empalmado que sólo conseguí inclinarla un poco.

  • Así ya vale.- dijo mi hermana. Sacó entonces su mano izquierda de detrás de su espalda y vi al fin lo que había quitado del bolso. Era un pequeño tubo, como de pasta de dientes pero más pequeño. Lo acercó a mi pene y comenzó a apretarlo hasta que un filo hilillo de una sustancia densa y transparente empezó a caer. Lo fue llevando desde atrás hacia delante, hasta que todo el miembro quedó marcado con aquella sustancia. -Es lubricante, así te irá mejor.

En cuanto retiró su mano comencé a bajar yo la mía, y sobra decir que la diferencia era notable. Si antes el placer era máximo, ahora era máximo y además fresco. Me movía lentamente, lo más lento que podía sin caer en la catalepsia. Quería disfrutar aquel momento histórico.

De pronto me dí cuenta de que mi hermana seguía allí a mi lado de pie. Con mi brazo en su cintura podía notar su calor, la suavidad de su piel. No me atrevía a mover esa mano, pero simplemente en esa posición y esa sensación potenciaba aun más el placer de la masturbación.

Hasta que comencé a bajarla. Sí, la mano que estaba en su cintura. Llegados a ese punto, sería tonto no intentarlo. Si ella decía algo la quitaría, y si no...

Pronto llegué al comienzo de sus braguitas, y casi al momento toqué de nuevo la suave piel del comienzo de sus nalgas. Es lo que tienen los tangas, dejan poco a la imaginación. Mientras, con la otra mano continuaba la lenta paja a un ritmo absurdo, pero el máximo al que podía ir sin acabar. Un poquito más abajo la derecha. Un poquito más la izquierda.

Llegué a la parte más baja de su nalga izquierda sin atreverme a mirar la cara de mi hermana. No quería que me dijese que parase. Sólo quería seguir un poco más. Comencé a cerrar la palma de la mano sobre aquel cachete redondo. Tan suave. Lo apreté un par de veces, sobando todo lo que podía y más.

  • Si que se te ve dura- soltó entonces mi hermana, mientras yo seguía sobándole el culo con descaro.

  • Si..estoy muy excitado

El ritmo de la paja continuaba constante, aunque comenzaba a notar que el tiempo se me acababa. Era demasiado, demasiada excitación. Me atreví a ir un poco más allá, y bajé mi mano todavía un poco más. Con los dedos comencé a palpar entre sus nalgas, siguiendo la tela del tanga que lo dividía. Arriba y abajo despacio, saboreándolo. Comencé a bajar todavía más, y empecé a palpar la zona en donde debía estar su ano. En círculos, poco a poco. Me doblé un poco hacia atrás para poder avanzar un poco más, y note que mi hermana abría ligeramente las piernas.

Ahora podía trabajar mejor. Con los dedos índice y corazón de mi mano izquierda avancé siguiendo el tanga entre sus piernas, hasta que noté el comienzo de sus labios vaginales. Era un pequeño bultito bajo la tela. Y lo notaba húmedo. Dí un par de pasadas, un par de idas y venidas, hasta que me dispuse a seguir cuesta abajo y sin frenos.

Con los dedos entre los muslos de mi hermana, hice presión en uno de los laterales del tanga. Quería tocarla directamente, sentir su piel más íntima. Y si tenía que parar allí, que no se dijese que al menos no lo había intentado, que no se dijese que yo no era un hombre, ¡porras! Quiero decir, ¡Cojones! Apreté un poco más y al fin lo conseguí. El tanga se movió un poco hacia un lado, permitiéndome tocar directamente su ano, el comienzo de su vagina.

  • Creo que te vas a correr como un caballo.- dijo entonces mi hermana.

Yo no respondí. Estaba tan excitado que ya no podía, no sabía juntar las letras necesarias para formar una palabra. Tenía la polla a punto de reventar, hinchada como nunca la había visto, emanando un calor que me llegaba hasta la cara. Con los dedos seguía acariciando la entrepierna de mi hermana, hasta que sin querer queriendo introduje la punta de mi dedo corazón en su agujero resbaladizo. Mi hermana soltó un suspiro contenido, pero no dijo nada mientras mi dedo avanzaba cada vez más en su interior.

Quería más tiempo, no quería parar. Casi sin darme cuenta acabé de introducir el dedo entero en su interior. Notaba su calor, su humedad, la suavidad de sus paredes. Empecé a meterlo y sacarlo lentamente, mientras que con mi otra mano intentaba retrasar lo inevitable. Mi hermana seguía mirando como me masturbaba, impasible, mientras yo continuaba metiéndole un dedo.

  • Me parece que tu polla no va a aguantar mucho más, la pobre- dijo entonces, seguida de una sonrisa.- Ya tengo ganas de ver como te corres y lo llenas todo de leche hasta el techo.

Y aunque yo no quería, y aunque mi dedo disfrutaba perforando el coño de mi hermana, un gran chorro de semen espeso salió disparado de la punta de mi pene. A este le siguió otro aun mayor que impactó en el espejo, y tras este continuaron otro, y otro, y otro.

  • Vaya corrida...-empezó mi hermana, con mi dedo todavía en su interior.- Seguro que te has quedado a gusto, ¿no?

  • S..si- respondí yo

  • Bueno-volvió a hablar ella, mientras se echaba hacia delante lentamente y hacía que mi dedo saliese de su agujero acabando con un ¡chop!- vete vistiendo mientras limpio un poco esto.

Yo obedecí y comencé a ponerme los pantalones mientras observaba a mi hermana, en tanga, limpiando los chorretones de semen con pañuelos de papel.

¡Y la ropa para la boda sin comprar!

Y en el fabuloso próximo capítulo, una gran duda será resuelta: ¿Conseguirá nuestro protagonista comprar una camisa a su gusto? Y lo que es más importante, ¿Pillará cacho?