De compras

Una mujer casada en aprietos a la hora de pagar unos vestidos en una tienda de modas. El dependiente decide ofrecerle una novedosa forma de pago.

Hola, mi nombre es Marta, este es mi primer cuento pero espero que no sea el último. ¡ojalá os guste!

Todo empezó porque me aburro mucho sola en casa. Mi marido está a todas horas trabajando. Nuestros gastos no paran de aumentar y yo soy la principal responsable. He de confesar que soy bastante perra en ese sentido porque quemo literalmente la tarjeta de crédito que me dio mi marido. Me encanta comprarme ropa y lencería sexy, y soy una fanática de los zapatos. Si ya de camino a casa encuentro una perfumería en la que comprar cuatro cositas ya soy la mujer más feliz del mundo. En total no bajo de unos mil quinientos euros al mes que mi marido paga religiosamente sin hacer pregunas. De esa manera oculta su complejo de culpabilidad en la cama. Nunca fue demasiado bueno haciendo el amor y como apenas dura nada nunca llego al orgasmo con él. Tengo que recurrir a juguetitos para terminar lo que mi marido ha empezado, y además evitar que él lo note para que no se sienta peor de lo que se siente el pobre. Quizás mi fiebre compulsiva por comprar viene de mi insatisfacción en la cama. Así que puede que no sea del todo culpable. Pero al grano, lo que os quiero contar es lo que me pasó el otro día en las rebajas. Fui de las primeras en acudir a una tienda bastante cara en la que ya había visto durante las navidades un par de vestidos que me habían vuelto loca. No tenía demasiadas esperanzs de que todavía estuvieran en venta pero ante mi sorpresa allí estaban. Lo cierto es que no había demasiada gente en la tienda y es que era un sitio realmente caro. Aún rebajadas las prendas se ponían en un precio prohibitivo. ¿Créeis que eso iba a pararme?

En la tienda, a pesar de ser de ropa de mujer sólo había un dependiente, alto y bien vestido, con una apariencia un poco seria y altiva. Cogí mi talla en cada vestido y me dirigí al probador. El primero era de un color rojo espectacular, muy provocativo. Me realzaba el escote y las caderas sin desajustarse en ningún sitio lo que no era muy habitual pues soy bastante voluminosa en ambas zonas y siempre necesito algún arreglito. Luego me probé el negro, y éste si me tiraba un poco del pecho pero era tan precioso y tan elegante, con ligeras transparencias que parecían alargar mis piernas y mi espalda. Había decidido quedarme con los dos.

Cuando salí del probador marché directamente hacia la caja. El dependiente que acababa de cobrar a otra señora me recibió muy cortés, con una sonrisa amplia y comercial. No reparé mucho en él, sólo pensaba en la maravillosa compra que estaba haciendo.

"¿Efectivo o tarjeta?"

"Tarjeta", le contesté alargando el plástico hacia él.

La pasó por el aparato una, dos veces, tres.

"No funciona."

"Imposible", le repliqué.

"Pues ya ve, no la acepta."

"Estará mal su aparato."

Él me miró con una sombra de indignación.

"Imposible señora, llevo toda la mañana cobrando sin problemas, la última vez, sin ir más lejos, unos segundos a una señora que acaba de marcharse. ¿No tiene otra tarjeta?"

Metí la mano en el bolso y alcancé la tarjeta que va contra la cuenta corriente. No me gusta usarla en las compras de ropa pero, si no había más remedio....

"Pruebe con ésta."

Él pasó la otra tarjeta que le tendía pero con el mismo resultado que la primera.

"Tampoco."

"Es imposible."

"Puede que se hayan desmagnetizado; ocurre a veces si se lleva el teléfono móvil cerca de las tarjetas en el bolso."

"No puede ser. Nunca me ha pasado."

"Lo siento señorita, créame, si quiere se los reservo para otro día."

Yo estaba indignada, jamás me había ocurrido algo así, me sentía ridícula. Con la ilusión que me

había hecho. Contesté al dependiente con punto de desprecio.

"No, déjelo. No es necesario, los devolveré a sus perchas no se preocupe."

Fui a depositar los vestidos de nuevo en sus perchas y de repente se apoderó de mí un pensamiento loco: tocaba el tacto de la tela, veía las suaves transparencias del negro y el brillo hipnotizador del rojo y llegué a la convicciónde que esas prendas tenían que ser mías. Mis piernas temblaban pero mi cabeza ya se había hecho a la idea y esa idea era más poderosa que cualquier otro pensamiento. Miré hacia atrás, el dependiente estaba atendiendo a otras dos mujeres, niré hacia los lados, una señora se dirigía a los probadores con un top entre las manos, apenas había gente en la tienda. A partir de ese momneto todo fue muy rápido, quité las perchas de los dos vestidos y los introduje a medias en el bolso, giré y sin mirar a los lados me dirigí a la salidad con paso firme y rápido. Estaba llegando al umbral cuando sonó la alarma. Dios mío, ni siquiera había pensado en aquello, ¡qué estúpida! El sonido se hizo más agudo, me paré un momento y luego poseída por el pánico me lancé a correr. Sin embargo apenas había dado dos pasos cuando noté como unas manos fuertes me agarraban y me levantaban en volandas.

"¿Qúe hace? Suélteme."

"¿A dónde iba?, ¿eh?, se marchaba sin pagarlos."

El dependiente me tenía agarrada por detrás y presionaba tanto mi cuerpo que no podía respirar.

"Lo siento señorita pero voy a tener que llamar a la policía."

"Suélteme, me hace daño."

"Lo siento, señorita, pero me tiene que acompañar a la caja."

Desde el lado de la caja se oían los comentarios de las dos mujeres que estaban pagando allí sus compras.

"Es una ladrona. No le dará vergüenza."

"¡Qué le va a dar, si está tan fresca como una rosa!- contestó la otra y dirigiéndose al dependiente le dijo- si lo necesita nos quedamos como testigos para cuendo llegue la policía."

"Muchas gracias, señoras, pero no es necesario que pierdan su tiempo, además tenemos cámara en el techo."

De repente me di cuenta de la situación y dejé de forcejear, sentí una horrible vergüenza y me imaginé a mi marido recogiéndome en comisaria y yo incapaz de explicarle como después de gastarme un dineral todos los meses, aun así no era suficiente y había empezado a robar ropa para costearme mis caprichos. El pobre no se merecía eso. Me puse a llorar.

"Perdone, no sé lo que me ha pasado."

Enseguida noté como él relajaba la presión sobre mi cuerpo pero con firmeza me agarró del brazo y me llevó hacia el lado interno de la caja.

"Mira ahora: lágrimas de cocodrilo- oí como decía una de esas horribles mujeres."

"No se fíe usted de ella – replicó la otra- sólo intenta engatusarle. A esta gente hay que darle un escarmiento."

El dependiente no contestó, se limitó a cobrarlas y dedicarles una enorme sonrisa. Cuando se fueron se volvió hacia mi que me encontraba arrinconada entre la caja y la pared, con la única salida posible obstruida por el cuerpo de él.

"Bueno, ¿y ahora qué vamos a hacer?"

"Por favor, no me denuncie, por favor. Lo siento yo... no sé... de verdad. No llame a la policía se lo ruego. No soportaría la vergüenza... yo no...- me eché a llorar otra vez."

"Lo que ha hecho está feo y más en una mujer tan hermosa. Me agarró de la mano sin contemplaciones y contempló mi alianza- ¿qué ocurre?, ¿que su marido no le puede pagar los vestidos y tiene que recurrir a esto?"

Temblé cuando mencionó a mi marido.

"No por favor, él no debe saberlo, por favor."

"Pues se va a enterar, no hay más remedio, él también tendrá su parte de responsabilidad en esto."

"No....nooo, por favor- mi voz salía entrecortada por el llanto, notaba como la máscara de ojos se deslizaba por mis mejillas en un pingajo.- no, por favor, mi marido no tiene que enterarse. Haré lo que usted quiera por favor. Lo que quiera, de verdad, le daré dinero, lo tengo, lo tenemos, pero por favor, déjeme ir, se lo ruego."

"Chsst, ¡cállate!"

De la puerta del probador salía la mujer que había entrado a probarse el top. Lo dejó en su percha y se dirigió a la salida.

"¿Nada que le haya gustado?"

"No, gracias, era precioso pero no de mi talla."

"Otra vez será -el dependiente la obsequió con una sonrisa perfecta que ella devolvió tímidamente mientras salía."

Nos quedamos solos. Él volvió a mirarme pero su sonrisa era ahora dura e irónica. Se dirigió a la puerta y echó el cierre.

"Falta media hora para las dos pero hoy casi no hay clientes."

La tienda se aisló totalmente del sonido dela calle y el dependiente volvió a la caja, me agarró de la mano y me llevó a la parte de atrás del establecimiento, detrás de un muro de ropa desde el que apenas se veía la calle.

"Si haces lo que te digo, no solamente no llamaré a la policía sino que te podrás llevar los vestidos a casa."

"¿Qué quiere que haga?"

Él por toda respuesta me atrajo hacia sí agarrándome con fuerza del culo.

"No, por favor, eso no. Por favor, no."

"¿Prefieres que tu marido se entere de la clase de golfa sin escrúpulos que tiene en casa?"

Me quedé aterrorizada otra vez, era como quedarse parada esperando que te devoraran los lobos o lanzarse al precipicio.

"No te preocupes. No tardaremos mucho y en un par de horas estarás en casita enseñándole a tu maridito lo bien que quedan esas curvas que tienes dentro de los nuevos trapitos que te has comprado."

Me dieron ganas de llorar de nuevo pero él soltó mi culo y depositó sus manos sobre los hombros empujándome hacia abajo. De repente me vi en cuclillas a la altura de su entrepierna viendo como él de deshacía del cinturón y bajaba la cremallera de su pantalón. Al poco había liberado su verga y la ponía a unos centímetros de mi nariz. Todavía no estaba dura del todo pero ya era grande, desde luego más grande que la de mi marido y bastante más gruesa también. Me quedé mirándola y percibiendo su ligero olor cuando él comenzó a agitarla y a darle leves golpecitos contra mi cara.

"Vamos, a qué esperas, se me va a quedar fria."

Dominé mi repugnancia y empecé a lamerle la polla a aquel hombre. Intentaba no tener que metérmela en la boca y por eso repasaba con mi lengua lentamente toda la longitud de su miembro, para agradarle y que no me forzara a más, pero al poco rato empujó mi cabeza contra él y levantando el pene me obligó a chuparle los huevos. Sentí que iba a tener arcadas. A mi marido nunca se lo he hecho aunque he de decir en favor de éste que los tenía depilados con lo que el tacto de mi lengua con la superficie rugosa de sus testículos se hizo menos desagradable. Estuve así durante mucho rato, la saliva resbalaba por la comisura de mis labios. Él no hablaba, sólo se sujetaba su aparato y daba golpecitos con él en mi frente, en mi pelo, notaba su peso contra mi cara, y luego, de repente me hizo incorporarme y me quitó, primero la chaqueta y luego el top.

"¡Fíjate el pedazo de melones que tenemos aquí!"

Sin quitarme el sujetador retiró las copas y mis pechos quedaron libres. Comenzó a masajearlos con su manazas, a chupar los pezones. Me hacía daño con los dientes. Al poco notaba como su saliva resbalaba a lo largo de mis tetas y goteaba sobre mi vientre, pero él no paraba, disfrutaba admirando el volumen de mis tetas, con sus dedos me agarraba de lo pezones y empezaba a balancear los pechos como si estuviera agitando una bolsa de azúcar.

"Por favor no me hagas daño- le dije- no me dejes marcas."

"Tranquila, te voy a tratar como a una reina."

Vi como me volvía a sonreir mientras me levantaba la falda y su mano derecha buscaba mi entrepierna.

"¿Todavía no estás húmeda?, esto tenemos que arreglarlo."

Se me heló la sangre al oírle. Esta vez fue él el que se arrodilló.y al instante me estaba bajando las bragas. Lo primero que sentí fue la humedad de su lengua contra mis labios. Me había depilado la semana pasada y salvo un poco de vello en forma de corazoncito que me suelo dejar nada le interrumpía allá abajo para navegar a sus anchas. Mientras chupaba mis labios se fue quitando la chaqueta y la camisa y cuando se hubo liberado de la ropa intensificó las operaciones sobre mi coñito. Su lengua se desplazaba a lo largo de toda mi intimidad acabando siempre con un lengüetazo en el clítoris que me provocaba un respingo de dolor. Luego cambiaba y eran sus dedos los que entraban y salían de mi vagina de uno en uno de dos en dos, y entonces volvía de nuevo a chuparme. Se tiró varios minutos así y yo sentía cada vez menos molestias hasta que una de sus acometidas contar mi clítoris noté una punzada de placer y agarré su cabeza con mis manos. Es entonces, cuando yo me debatía entre el deseo de que me dejara marchar y el placer incipiente de la comida de coño que me estaba haciendo, cuando él se incorporó. Parecía más alto y más guapo que antes, era realmente un hombre guapo, con esa belleza viril un poco bruta que nos gusta a las mujeres. Terminó de quitarse el pantalón. Y se plantó ante mí. Su polla estaba dura y era verdaderamente grande, a su lado la de mi marido parecía la de un niño. Me pregunté si él me obligaría a llegar hasta el final. A pesar de todo, en mí seguía habiendo una mezcla de miedo y repugnancia a lo que estaba haciendo que eran más grandes que la excitacción que empezaba a sentir. Deseaba salir de allí así que pensé que lo mejor sería hacerle una buena mamada, hacerle correrse e impedir que fuera más lejos.

Me quité la falda y las bragas y me arrodillé delante de él. Volví a lamerle el pene como antes pero enseguida comprendí que de esa manera no llegaría a nada. Así que sin pensarlo más me lo metí en la boca. Sólo logré tragarme un poquito más del glande forzando la mandíbula todo lo que pude mientra que con la mano le masajeaba el resto de su enorme polla. Él emitía gruñiditos y se dejaba hacer. Así mantuvimos la posición un rato pero de nuevo él no tardó en quitarme la iniciativa. Agarró mi cabeza con una mano mientra que con la otra se agarraba la base del pene y empezó a meter y sacar su polla en mi boca. En mis condiciones no podía hacer gran cosa salvo forzar mi mandíbula al máximo e intentar poner mis manos contra su pubis para evitar que me perforara la cabeza, y aún así enseguida noté como mi garganta recibía las embestidas de aquel toro.

"Cuesta al principio nena pero ya verás como puedes.- pude oír como decía entre risas- ¡Mi preciosa raterilla!"

Él intensificó el ritmo. Yo notaba como ese pedazo de su carne entraba cada vez más profundamente abriéndose paso por más allá de lo que mi boca daba de sí. Mis ojos estaban abiertos como platos, de ellos caían lágrimas de nuevo, aunque esta vez por distinto motivo. Mis brazos aleteaban en el aire buscando alivio y las arcadas convulsionaban mi cuerpo. Cuando parecía que ya no podía más él la sacó y comenzó a frotarla por mis mejillas, por mi pelo, por mi nariz. Pronto su polla se manchó con mi maquillaje y marcas negras, como pintura de guerra empezaron a adornarla. Entonces por primera vez sonreí y me la llevé de nuevo a la boca mientras la frotaba intentando limpiársela de mi pintura. Mi otra mano se fue a buscar a mi chochito y me llevé una soberana sorpresa. Estaba empapada. Hasta ahora había achacado la humedad a la saliva de él, pero era obvio que esa se había secado hacía tiempo. Regueros de flujo me corrían por los muslos. Siempre he sido muy húmeda pero aquello era demasiado. Comencé a masturbarme el clítoris, que estaba ya muy hinchado pero sin descuidar la polla de él . La lamía, la mordisqueaba, me la metía de nuevo en la boca. Hice todo lo que pude con toda la energía que tuve pero repentinamente me di cuenta de que él no se iba a correr. Éste no era como mi marido. Nada que ver. Éste pedazo de rabo estaba hecho para las distancias largas. Por eso no me pilló de sorpresa cuando él me cogió de las axilas y me levantó en volandas depositandome sobre un banco acolchado. Me di cuenta de que iba a tener ración completa, primer, segundo plato y postres. Me abrió las piernas con delicadeza. La verdad es que se rompía de guapo, su novia si la tenía, era una chica con suerte. Musculoso, varonil y con una sonriza que te cegaba la vista. Nos besamos en la boca por primera vez y al tiempo que su lengua en mi boca sentí como su polla se abría camino en mi vagina.

"¡Dios mío. qué grande es!"

"¿Te gusta? Los dependientes estamos acostumbrados a saber la la talla que calza cada clienta y desde el momento que entraste por la puerta me di cuenta de que ésta era la tuya."

Me reí, creo que también iba a contestarle algo pero me empezó a besar otra vez y me dejé llevar. Su pecho musculoso me volvía loca y la intensidad con la que me estaba montando no ayudaba a tranquilizarme. Me embestía cada vez más fuerte y yo notaba como una onda eléctrica me recorría toda la espalda, de arriba a abajo. De vez en cuando sacaba la verga y la frotaba contra el clítoris. Ya está, pensaba yo, mientras me moría de gusto con el roce de su polla húmeda y dura, ya se me corre, si es que no me duran nada los hombres, pero no, tras unos golpecitos me la insertaba de nuevo y cada vez me follaba a mayor ritmo. Yo veía como su pene desaparecía casi por completo dentro de mí y luego surgía de nuevo, brillante e hinchado, a veces me entraba tan dentro que notaba un dolor placentero pero intenso en mi interior pero la mayoría de las veces, como bien había dicho él, medía mi talla a la perfección sabiendo el punto exacto al que tenía que llegar. Al final me corrí, los gemidos acabaron en gritos cuando noté el latigazo del orgasmo traspasarme y me agarré a él, creo que arañándole la espalda porque pensaba que me moría de gusto. En el momento justo él se paró y mi vagina y mi clítoris se encontraron ante un vacío placentero que prolongó mi corrida unos segundos más.

Nos quedamos en silencio un rato besándonos y luego él se incorporó.

"Vamos a probar otra postura."

"No has tenido suficiente"

"Me he cobrado un vestido, ahora viene el otro."

Seguía empalmado, madre mía, yo estaba alucinada. Él me tendió la mano y tiró de mi. "qué alto es", pensé, "y qué guapo, y yo llorando como una idiota". Le cogí la polla con las dos manos y pasé una pierna sobre ella para apretarla entre mis muslos por debajo de mi rajita. Él me siguió el juego y la frotó recorriéndome toda la vulva. Era tan dura que se abría paso a través de mis muslos como si fueran de mantequilla. Empecé a sentir otra oleada de gusto, el seguía empujando y arqueaba la espalda para chupar mis pechos, los mordía y esta vez el cosquilleo era tan placentero que creí que que los pezones me iban a salir volando. Así jugando me fue a arrinconar contra la pared y allí me puso a cuatro patas. Empecé a tener miedo porque se me ocurrio que me iba a penetrar analmente y yo nunca lo he hecho por allí. El solo pensar en su enorme rabo traspasándome el ano me dejó lívida. pero todo se disipó en un segundo, el tiempo que tardé en sentir como su virilidad traspasaba de nuevo mi vagina. Él estaba literalmente montado sobre mí como suele hacer mi perro con las perritas en el parque, justo lo mismo, no apoyaba sus brazos en el suelo sino que los pasaba alrededor mío y me estrujaba las tetas o me frotaba el clítoris. Su peso era enorme y pensé que me venía abajo pero la excitación me hacía aguantar. Sentí como su polla rozaba con las paredes de mi coñito y como este se hinchaba más y más. Exploté en un primer orgasmo, temblándome todo el cuerpo especialmente los brazos que apenas soportaban nuestro pesos. Él se subía más encima de mí a cada embestida y al ver cómo me corría empujaba mas fuerte ahora con sus dos manos apretándome el clítoris. Tuve un descenso corto en la intensidad del placer y luego volvieron de nuevo los espasmos y de repente no pude aguantar más y se me doblaron los brazos por completo. Cai sobre las tetas con él encima que no paraba de embestirme como un toro salvaje, con mi cara aplastada conta el suelo y sólo el culo levemente arqueado para poder recibir su penetración. Comencé a hipar porque ya no me salían ni los grititos de antes y estaba medio ahogada por su peso, pero el placer era tan intenso que me corrí como una loca, perdiendo el sentido de la realidad.

Ya no podía más pero afortunadamente él había decidido que tampoco. Se incorporó liberando mi cuerpo y me dio la vuelta como si fuera una muñeca.

"Bueno nena, te has ganado los trapitos pero antes un pequeño trámite."

Acercó su polla a mi cara mientras se la meneaba como un poseso. Ya olía a semen y yo estaba deseando verle correrse. Incliné la espalda para acercarme más a su miembro que estaba rojo como un tomate y le di un par de lengüetazos en el glande mientras le sonreía. Pero aquello era una locomotora. El olor a hombre se intensificó y él emitió unos gruñidos intensos, el preludio de su orgasmo. De repente me alcanzó el primer disparo de su polla justo en la frente, tuve el tiempo justo para abrir la boca y sacarla lengua, el segundo, tan potente como el primero, se alojó en mi garganta. Estaba muy caliente. Ya me resbalaba su espesa leche por las cejas cuando las nuevas descargas me llenaron el resto de la cara y la boca de su esperma. Pensé que no pararía nunca, que me iba a ahogar en aquél líquido del amor, pero finalmente su corrida perdió intensidad y acabó por enterrar su cosa entre mis tetas y limpiarse con ellas.

"Nena, no sé lo que pensaría tu marido pero si te quedaras un par de días más por aquí te aseguro que te llevarías toda la tienda."

Le miré. Estaba extenuada pero no necesito contaros que salí con los dos vestidos y una sonrisa de oreja a oreja.