De compras
Siempre he odiado comprar ropa para mí. Pero una vez tuve una de las mejores experiencias de compra de mi vida y un servicio postventa realmente increíble. Dan ganas de volver a tiendas así.
Siempre he odiado comprar ropa. Lo que más valoro cuando vivo en pareja es que la otra parte vaya sin mí, compre lo que sea y lo ponga en el armario. Al final si a mí me da igual. Pero hacía años que estaba solo. Y la ropa pasó de interesante a guiñapos raídos antes de lo que yo esperaba. Bueno en realidad la mayoría tardó varios años en hacerlo, casi tuve la tentación de volver con alguien solo para que me comprase ropa.
Por fin hice de tripas corazón y me dirigí a un centro comercial que un compañero de trabajo me había recomendado. Al salir a la calle tuve pereza de mover el coche y cogí el bus, no todos los días aparcas delante de casa y no tenía pensado salir el fin de semana, así que allí se quedó. Era viernes. Empezaba a hacer frío, por fin, después de un caluroso octubre, así que agradecí la chaqueta. Cogí el bus, la parada estaba a dos pasos de casa y el nº 2 me dejaba en la puerta del Centro Comercial.
Una vez allí me dirigí a la tienda que me había dicho mi compañero y entré. Hasta aquí todo bien. Pero solo hasta aquí, dentro de la tienda empezaron los problemas, no encontraba nada, no veía lo que me gusta, y no sabía ni que talla uso. Por fin, por aburrimiento cogí unos pantalones y me fui a los probadores. No me entraban, eran como 10 tallas más pequeños. Y no es que esté gordo, para mis 48 años estoy aún de buen ver, con mis canas y mi cuerpo cuidado, no de gym, pero cuidado. Y allí estaba yo en gayumbos y viendo a ver que hacía para ira a buscar algo de mi talla.
Los probadores eran grandes y tenían una cortina de esas que por los lados cuesta de cerrar. Asomé la cabeza para ver si alguien del personal me podía ayudar y vi pasar a un chico todo de negro con un montón de perchas en la mano.
—¡Oye perdona! —le dije con la cabeza fuera del vestidor y aguantando la cortina con una mano.
—¿Sí?
—¿Me puedes traer unos pantalones de mi talla? Es que estos son como un porrón de tallas menos.
Él se me quedó mirando con una expresión extraña y de repente fijó la mirada en los pantalones que le estaba acercando y empezó a reírse un poco. —¿No eres un poco mayor para usar ropa de niño?
—¿Qué?
—Que has cogido ropa de la sección de niños, espera —Y sin tiempo a protestar nada se acercó a la cortina y mientras yo me echaba hacía atrás él metía la mitad del cuerpo en mi probador. Me levantó la camisa y estudió detenidamente mi cintura y caderas, me resultó extraño que mirase tanto mi bulto; pero fue bastante profesional.
Salió rápido del probador y volvió al rato con dos pares de pantalones. Bastante más grandes. Los primeros me estaban bien, muy bien. Y él seguía allí mirando por la raja que deja la cortina y cuando vio cómo me quedaban volvió a meter la cabeza y me dijo que muy bien y que me probara los otros. Eran unos vaqueros de pitillo y me sobraba mucho por abajo. Volvió a meter la cabeza y le dije que estos no, que no me gustaba como quedaban por abajo. Y sin decir nada se metió dentro del cubículo cerró bien la cortina y se arrodillo delante de mí.
—Es que estos hay que hacerles el doblez por abajo, y así quedan bien, y si no lo los cortas por aquí y también quedan bien, se llevan así, rotos por debajo. Lo único —siguió diciendo mientras se levantaba y se movía alrededor magreándome los muslos y el culo sin contemplación— Lo único, como te digo, es que estos hay que saber cargarlos.
—¿El qué?
—¡Mira! —Y diciendo esto, me metió la mano por la cintura y me agarró la poya sin cortarse un duro, mientras decía. —hay que arreglarse bien el paquete, porque si no, si te empalmas y está mal puesta crece hacia afuera y es un corte, pero si la pones así crece hacia arriba y no se nota —Toda esta explicación la había hecho mientras me movía la poya de arriba abajo por dentro del pantalón —Y tú debes tener cuidado con esto, porque veo que vas bien armado.
No entendiendo bien a que se refería, vi con estupor como mi poya se había levantado y estaba ya gorda y lozana, preparada para la marcha. El dependiente no se cortó un pelo, se volvió a arrodillar delante de mí, bajó la cremallera, tiró del pantalón con fuerza hacia abajo arrastrando calzoncillos y todo y polla saltó emocionada hacia arriba. Se arribó con rapidez y se la metió casi entera en la boca. Mi joven mamón, no tendría los 20 años aún, cara de pillo, y una mirada intensa y sensual. Tenía septum, una boca grande con labios finos y una sonrisa picarona muy seductora. Su cara era fina y de facciones marcadas, barba casi no había aún, y el pelo castaño claro y de cejas finas.
Yo estaba en shock no sabía ni que hacer. Él seguía a lo suyo, me comió los huevos con delite, con la punta de su lengua jugueteó con mi glande y con los labios repasó de lado los 18 cm del tronco de mi polla. Era sin duda alguna, la mejor mamada que me habían hecho nunca. Y la primera que me hacía un tío. Saltaron algunos pensamientos heterorraros, pero en cuanto empezó a pajearme y a succionar al mismo tiempo solo pensé en correrme dentro de aquella boquita tan traviesa. Él siguió marcando un ritmo cada vez más frenético hasta que con grandes convulsiones le llené la boca del zumo de mi nado. Se lo tragó todo sin parpadear. Hasta se relamió y me limpió los restos dejándome la poya limpia e impoluta.
—Menudo servicio de venta —pude decir entre jadeos y con una sonrisa tonta en la cara.
—Ni siquiera trabajo aquí —Y se levantó y se fue tan rápido que no puede decirle ni gracias.
Compré lo pantalones y un poco entre contento y abatido y me dirigí hacia la salida. Me cruce con él en las escaleras mecánicas. Él y su grupo de amigos subían y yo bajaba. A grito pelado les dijo a sus compañeros que se dieran prisa que la peli iba a empezar, creo que me guiñó hasta un ojo. Capté la indirecta y me dirigí al cine. En la cola me puse justo detrás de él y haciendo como que acomoda las bolsas y el abrigo, le rocé el culo. Él se giró y me volvió a guiar un ojo. Mientras sus amigos se dirigían a comprar palomitas volvió a gritar: —¡cómprame lo que sea que voy a mearla! —seguro que le escuchó todo el cine. Yo compré mi entrada y fui directo detrás de él. Entré en su mismo cubículo, estaba meando de verdad, me arrimé por detrás y le cogí la polla mientras le besaba el cuello.
—Aquí no, tú siéntate detrás que yo voy en seguida.
Yo me senté detrás y él con sus amigos. Al poco de empezar la película se levantó y volvió con una bolsa de alguna golosina. Iba a sentarse cuando levantó la vista e hizo como que saludase a alguien, se arrimo a su primer amigo y le dijo algo señalando hacia mí. Supongo que le dijo que había visto a alguien e iba a saludarlo. Cuando llegó se sentó a mi lado y empezamos a besarnos.
—Me has puesto muy cachondo —me dijo mientras me cogía la mano y se la llevaba al paquete.
—Nunca he estado con un chico —le susurré yo al oído y con una sonrisa empezó a besarme con pasión. Él se bajó la cremallera y se sacó una polla que no tenía nada que envidiarle a la mía, creo que era más grande. Empecé a pajearlo con ganas. Él apartó el reposabrazos que había entre los dos y cogiéndome por la nuca fue guiando mi cabeza hasta que su enorme polla estuvo a escasos centímetros de mi boca.
No me calenté mucho la cabeza y me metí aquel pollón en la boca, mientras él se recostaba sobre la butaca. Me costó cogerle el tranquillo de como se come una buena poya, él lo hacía tan bien que parecía fácil. De todas formas, pareció gustarle, exploré con mis labios y con mis manos todo lo que pude, saboreé cada centímetro de aquella polla, sus huevos, su perineo y hasta roce su ano con uno de mis dedos. No sé cuanto tiempo estuve, creo que poco o me pareció poco, pero lo disfruté, y el también. Me lo hizo saber llenándome la garganta de espesa y caliente leche, sabía raro, pero no era desagradable. Me lo tragué todo, y cuando levanté la cabeza de aquella maravillosa polla me recibió con una enorme sonrisa de felicidad y me llenó a besos con cariño y ternura. Y nuevamente, se levantó rápidamente y se fue con sus amigos.
Al salir del cine me fui detrás de él y sus amigos a ver si había alguna forma de intercambiarnos los datos. Quería volverlo a ver. Por suerte, todos nos subimos al mismo bus. Entró el último de sus amigos y se sentó solo, dejando libre el asiento de al lado, yo fui corriendo y me senté a su lado. Entre las bolsas y el abrigo le volvía a tocar la pierna y le acaricié parte del culo; pero no pudimos intercambiar ningún dato, pues uno de sus colegas se giró y empezó a decirle cosas.
Me llevaban los demonios, pero no había forma. Y una parada antes de la mía se movieron todos en grupo y se bajaron. Mi mirada era de absoluta desesperación y él volvió a guiñarme un ojo. Pero no lo entendí. Bajé del bus en mi parada y me dirigí abatido hacia mi casa.
De repente de alguna de mis bolsas empezó a sonar un móvil que no era el mío, la abrí y vi que había un móvil con la pantalla llena de rotos y una carcasa llena de pegatinas. Estaba sonando, ni se me pasó por la cabeza de quién podía ser aquel móvil, pero estaba sonando y dado que no era muy bueno, lo mejor sería descolgarlo para saber de quién era.
—Esto hola —dije dubitativamente.
—Hola, ¿eres la persona mayor que iba en el autobús ahora mismo al lado de unos jóvenes?
—Sí
—Es que se me ha caído el móvil, me lo podrías devolver, por fa
—Claro dije yo —se me iluminó el rostro de repente adivinando que mi joven amante había dejado caer su propio móvil dentro de una de mis bolsas y ahora llamaba desde el móvil de un amigo. Le dije la dirección y que le esperaba en la puerta y con un “voy corriendo” colgó.
Y de verdad vino corriendo, llegó casi sin aliento. Y nos quedamos mirando y riendo durante un instante. Cuando hubo recuperado un poco el aliento le dije: —vivo aquí mismo, solo, ¿quieres subir y te doy un vaso de agua?
—Sí
En mi casa, lo del vaso de agua se nos olvidó. Nos fuimos desnudando por el pasillo y ya en mi habitación estábamos en bolas y empalmados. Nos fundimos a besos y nos estuvimos magreando a base de bien. Tenía un cuerpo perfecto, unos pectorales bien definidos, unos abdominales marcaditos y casi no tenía pelos en ningún lado de su cuerpo. Nuevamente nos estuvimos mamando las pollas en un 69 de lujo. Jugué con su ano también en un momento dado lo tumbé boca arriba y abriéndole las piernas me puse sobre él.
—Para, para —me dijo cuando mi polla encaró su culito después de haber estado un rato chupándoselo —soy virgen y activo.
—¿Qué?
—Que nunca me han dado por el culo.
—Pero no jodas, ¿quieres que pare? —pregunté.
—No, pero despacio, ¿vale?
Por un momento había entrado en pánico. Saqué un bote de lubricante que alguna amante había olvidado allí y que nunca acertaba a tirarlo. Y cuando todo estuvo bien lubricado, fui metiendo mi poya en aquel culo estrecho. He de reconocer que tenía el mejor culo que yo he visto en mi vida, duro, respingón, suave al tacto y con unos cachetes que daba gusto masajear. Y, además, resultó que era de los tragones, en menos que canta un gallo mi polla estaba dentro, hasta los huevos la metí.
Después de un rato empecé a bombear con suavidad y entre besos, caricias y toqueteos de su poya empezamos a follar como cosacos. Luego lo puse a cuatro patas y lo penetré profundamente, lo cual le encantó. Movía el culo a ritmo de mis embestidas. Le di varios cachetes en su precioso culo y el gemía de placer con cada uno. Sus movimientos de cadera me llevaban al cielo.
Luego nos pusimos en cucharilla y levantándole una pierna empecé a penetrarlo con fuerza y velocidad. Él forzando el cuello no dejaba de besarme. Cuando me noté que me iba a correr me puse encima de él a lo misionero nuevamente y lo fui penetrando suavemente hasta que me indicó que estaba a punto y entonces le metí tres o cuatro buenas envestidas. Nos corrimos casi al mismo tiempo. Y dejándome caer sudando y jadeando nos fuimos enfriando entre besos.
Al poco rato, se levantó dispuesto a irse y lo cogí de la muñeca antes de que pudiera ponerse los gayumbos. —Por favor, ¿cómo te llamas?
—José —dijo él con una sonrisa pícara en la cara.
—¿Nos podemos volver a ver? — Y sin dejar esa sonrisa, cogió mi móvil de la mesita y lo acercó a mi muñeca para desbloquearlo. Marcó unos números y su teléfono sonó en algún lado del pasillo.
—Llámame cuando quieras —y guiñándome un ojo otra vez dijo —prefiero verte sin ropa que, probándotela, pero ya sabes, cuando quieras.
Y levantándome lo bese con pasión. Y volví a recorrer con mi lengua cada centímetro de su precioso cuerpo. Nos volvimos a encender y volví llenarle el culo de mi dulce néctar y él a mi la boca del suyo. Y ya nunca más se volvió a ir corriendo, sino que se corrió antes de irse.