De cómo violé a Nathalie

Ella sólo lloraba, y tratando de cubrir su rostro y con los ojos cerrados me susurraba “por favor, por favor…”

Siempre me han llamado la atención  las violaciones. A decir verdad, me excitan. Siempre que veía alguna noticia acerca de alguna inocente y vulnerable mujer violada, me excitaba secretamente… Pero es obvio que sólo una pequeña minoría de aquellos quienes fantaseamos con esta clase de eventos sexuales, tenemos la suficiente valentía –y oportunidad- de llevarlas a cabo. Siempre pensé que quizás algún día me atrevería, en caso de tener la oportunidad de hacerlo y salir bien librado de la situación, pero no creía tener tanta suerte a mis 21 años.

Todo comenzó cuando mi novia me pidió que la llevase a casa de su abuela, en una urbanización bastante apartada del centro de la ciudad. La llevé, pero la dejé en la puerta, ya que no me llevo bien con su familia. Yo regresaría al centro a ocuparne de mis cosas, pero cuando iba saliendo de la urbanización estaba una deidad sentada angelicalmente en la parada de buses –mismos que pasan cada treinta minutos, como me informaría esta niña más tarde-.

De tez blanca, cabello castaño, un rostro precioso (y no estoy exagerando), estatura mediana, y voz de niña, contestó que sí cuando le pregunté: “¿Quieres que te lleve?”

La conversación fluyó mientras recorríamos el largo camino al centro de la ciudad rodeados por la abundante vegetación que flaqueaba la vía. -¿Vas a clases? –Sí, estudio primero de diversificado.

-¿Y qué edad tienes?

-16 años.

Era muy amable, inocente y simpática (hasta llegué a pensar que gustaba de mí), lo que me excitó aun más que pensar que tenía a esta preciosura montada en mi carro en una vía que facilitaba muchísimo una violación. Sabía que nada podría salir mal, y me aventuré a desviarme hacia un terreno baldío al tiempo que colocaba mi mano derecha sobre su pierna izquierda.

De inmediato se asustó mucho. Sabía en qué se había metido. Quitó mi mano de su pierna y me dijo con voz temblorosa que por favor no le hiciera nada.

-¡Te lo ruego, no me hagas nada!

Comenzó a llorar y a suplicarme que la dejara bajarse del carro, pero yo no le hacía caso. Seguía conduciendo lo más rápido que podía hasta llegar al sitio donde nadie nos molestaría. En ese momento se acurrucó y comenzó a rezar al tiempo que lloraba.

-Padre Nuestro que estás en los cielos, Santificado sea tu nombre

Yo iba muy callado y, a decir verdad, extremadamente nervioso. Era la primera vez que hacía algo así, y a una niña tan bella y evidentemente inocente y buena.

De pronto, intentó abrir la puerta para lanzarse del carro en movimiento. La tomé por un brazo y forcejeé con ella. En este momento me remordió la conciencia… Pero ya estaba metido en esto. No podía dejarlo por la mitad.

Su escasa fuerza no pudo con la mía y llegamos al lugar. Metí el freno de mano temblando, literalmente. Mis nervios y mi excitación me hacían actuar torpemente.

La tomé por los hombros y traté de forzar un beso en la boca, pero sólo llegué a saborear sus ricos labios y sus saladas lágrimas. Me gustaron, y comencé a besarle las mejillas con mi boca entreabierta, muy tiernamiente; ella lo merecía, era un ángel. No podía ser tosco con ella.

Ella sólo lloraba, y tratando de cubrir su rostro y con los ojos cerrados me susurraba “por favor, por favor…”

Me bajé del carro para sacarla del asiento delantero y empujarla al trasero, pero cuando lo hice ella se cambió rápidamente al asiento del conductor, y, como había dejado el carro encendido (por los nervios que tenía) ella trató de arrancarlo, pero no pudo quitar el freno de mano. Regresé al auto, abrí la puerta (afortunadamente no pensó en activar los seguros de las puertas) y la saqué bruscamente y la empujé al asiento de atrás. Ella se arrinconó lo más lejos posible de mí. Subí al carro y activé los seguros.

La tomé nuevamente por los hombros y la acosté bruscamente en el asiento. Rompí su camisa descubriendo un muy poco sexual brassier que medianamente ocultaba un par de senos perfectos, aunque no completamente desarrollados. Comencé a besarle el cuello y a manosearle los senos e intenté nuevamente arrebatarle un beso a esa boca tan deliciosa. Por fin, logré juguetear con su lengua. Parecía haberse rendido a mi fuerza, y quizás también a mi atractivo, porque, para ser sincero, fui bendecido con un buen físico.

La besé mucho en la boca. Su saliva se mezclaba con sus lágrimas. Yo saboreaba ese rico manjar. Respiraba muy fuerte por los nervios. Qué rico aliento tenía. Ya había dejado de forcejear. Suplicaba resignada que la dejara bajarse.

-Déjame ir, por favor. Yo no voy a decir nada. Por favor, te lo suplico- mientras lloraba.

Eso me excitó más y le arranqué el brassier como pude –me costó mucho-, descubrí sus hermosos senos y los lamí y chupé muy enérgicamente mientras la tomaba por su delgada cintura. Le quité la correa del pantalón mientras ella trataba de impedírmelo. Le bajé el pantalón hasta los tobillos y cuando trataba de quitarle los zapatos me dio una patada en el cuello. Eso me molestó mucho y le di una cachetada y la tomé por el cuello apretándola hasta que su hermoso rostro se tornó rojo. La solté y me dispuse a quitarle los zapatos y las medias.

Qué hermosos pies. Lamí y chupé sus dedos, su puente. Eran rosados, suaves, limpios… Recuerdo que metí sólo su dedo gordo en mi boca, lo chupé, luego seguí con los demás dedos, luego los metí todos en mi boca. Lamí su puente, sus tobillos. Luego hice lo mismo con su otro pie. A ella parecía gustarle, al menos esto de los pies; lo digo porque no forcejeaba y casi no lloraba en ese momento... Son los pies más bellos que he visto.

Traté de besar sus piernas, pero comenzó a patalear. La agarré por los tobillos, estiré sus piernas y bajé sus pantaletas que decían “Merry Christmas” en un rosado suave. Descubrí una vagina preciosa, con cortos y delgados vellos castaños como su cabello. Labios pequeños, como la adolescente que es… En ese momento gritó “¡Ya! ¡Por favor! ¡Te lo ruego! ¡Déjame que me baje! ¡Yo te juro por Dios que no voy a decir nada! ¡Por favor, no me hagas más daño! ¡Por favor!”. Estaba llorando desesperada y desconsoladamente. Realmente estaba sufriendo… Y eso me excitó más.

La tomé por los muslos para impedir que me pateara y comencé a lamer su rica  y rosada vagina. Olía delicioso; era evidente que acababa de bañarse. Traté, juro que traté de darle un buen sexo oral (en loque soy muy bueno), pero no me dejó. Así que me levanté y llevé mi pene hasta su boca, agarrándola por la cabeza y empujando su cara contra mí. Ella volteó la cara, pero yo, tirando de su cabello, hice que tomara la posición correcta.

Yo movía su cabeza con mi mano, metiendo mi pene hasta lo profundo de su boca. Cuánto me excitaba verla totalmente desnuda y vulnerable a cualquiera de mis deseos más bajos

Abría sus piernas lo más que pude –que no era mucho, porque ella forcejeaba-… De nuevo entró en crisis, y llorando desesperadamente me gritaba súplicas para que la dejara.

Coloqué mi cuerpo sobre el suyo. Fue hermoso, casi poético, casi mágico. Nos miramos a los ojos quizás por primera vez. Ella tenía los ojos muy rojos de tanto llorar y su cara mostraba huellas de lágrimas pasadas y otras que se abrían camino por ese rostro precioso. La besé en la boca. Me atrevo a decir que fue un beso con poco menos que amor, al menos de mi parte. La besé con mucha pasión, más no con rudeza esta vez. Ella tímidamente respondió.

Volví a su cuello, sus orejas. Ella me susurraba que la dejase ir, pero era algo imposible… Al verme tan excitado, quiso hacer su último intento por liberarse de mí y mordió mi oreja con todas sus fuerzas aprovechando que yo la besaba en el cuello. Tiré inmensamente fuerte de su lacio cabello y traté de penetrarla. Mi enorme cantidad de flujo ayudó, y metí mi glande de un empujón. Ella gritó “¡Aaahhhhhhhh! ¡Ya! ¡Déjame, por favor!”

Era vírgen. Era muy excitante sentir una vagina tan cerrada, linda y caliente cubriendo mi pene. Así que comencé a impeler con fuerza para que entrara todo. Le di duro, muy duro, porque quería meterle hasta el último milímetro. Comenzó a gemir, al punto que llegué a pensar que le gustaba, pero su escasa lubricación vaginal y sus súplicas y lágrimas me dejaban ver que no era así. “¡Aahhhh! ¡Ahhh! Por favor… ¡Mmhhh! Por favor… ¡Ahh! Déjame” Estaba casi resignada, pero no dejaba de llorar.

La volteé de manera que sus pequeñas y redondas nalgas quedaron hacia arriba y hacia mí. Me ecosté sobre ella y la penetré por la vagina mientras halaba su cabello y mordisqueaba suavemente su cuello. Ella puso sus manos en mi cadera intentando frenar mis fuertes impeles, pero tomé sus manos inmovilizándolas.

Se lo saqué y me arrodille en el asiento. Le di nalgadas, una, dos, cinco… Ella trató de voltearse –“¡No! ¡Ya déjame, por favor!”. La regresé a la posición y continué dándole unas muy fuertes nalgadas. La tomé por el cabello levantando su cara y le metí el pene en la boca. Impelí varias veces y lo saqué. La volteé, le abrí las piernas lo más que pude y, aprovechando su debilidad y resignación, la penetré por el culo. Mi pene había lubricado suficiente flujo como para que entrara fácilmente por su pequeño culo. Lo hice rápidamente para aprovechar la situación e evitar alguna oportunidad suya de impedirme cogerla por el culo. Entró todo de una vez, y ella gritó muy, muy fuerte “¡Aaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh! ¡Ay, ay, ay, ay!”

Comenzó a llorar por el dolor y no paraba de quejarse. Empujaba mi cadera con sus manos para evitar un poco el dolor de unos impeles tan fuertes. Yo tomé sus manos y las coloqué sobre sus nalgas. Ella mantuvo la posición, cosa que no me esperaba. Seguí impeliendo fuertemente, y ella seguía llorando. Parecía estar pasando por el peor momento de su vida. Ella intentaba cerrar las piernas pero yo se las abría para ver y sentir bien este espectáculo. Ella estaba llorando mucho, y me conmovió un poco el hecho de que ya no suplicaba. Parecía la mujer más triste del mundo.

Yo seguí impeliendo, lo disfrutaba muchísimo, y por eso no noté en qué momento sucedió, pero entró en una especie de trance: Dejó de llorar, dejó de intentar débilmente quitarme de encima, dejó de moverse. Sólo contraía los músculos de las nalgas y las piernas cuando yo impelía, pero parecía un evento involuntario para manejar el dolor que producía la brutal cogida que yo le estaba dando.

Ya sentía haber saciado mis más bajos impulsos con la niña más inocente y linda del mundo, por lo que saqué mi pene de su culo, y noté que tenía una cantidad considerable de sangre. Le había roto el culo por dentro. Eso me excitó muchísimo y me animó a seguirla cogiendo fuertemente. Se lo metía hasta más no poder, rápido y profundo, mientras ella parecía estar fuera de este mundo.

Pero yo quería verla llorar, sufrir (aunque en ese estado era evidente que estaba sufriendo como nunca en su vida), y le halé el cabello y le di una cachetada, pero no respondía bien. Era tanto su sufrimiento que no lo expresaba. Fue en ese momento que decidí que ya había tenido suficiente, tanto ella como yo, y le saqué el pene ensangrentado y dolorido, también estaba un poco sucio; se lo metí en la boca empujando hasta lo más profundo de su boca y acabé. Ella reaccionó: Se estaba ahogando con mi semen. Tosió y lo dejó correr por su cara, cuello y pecho. Estaba ida, traumada, resignada, desconsolada… Me partió el corazón ver a una niña tan linda, inocente y buena en ese estado. Antes más bien me excitaba, pero ya que había acabado, fui sensible a su dolor… Aunque me excitaba ver mi semen correr por su cuerpo, es verdad.

Yo me vestí. Ella no se movía. Decidí quedarme con ella hasta que se recuperara un poco