De cómo una película condicionó mi vida entera (3)
Continúo desvelando mi mayor secreto
La noche fue horrible. Un cúmulo de imágines de la película se agolpaban en mis sueños, mezcladas con otras visiones de horribles monstruos con enormes penes que nos atacaban a mí y a mi amigo desde el televisor. Los monjes se me aparecían con el rostro de mi padre que me reñía cruelmente por haber husmeado donde no debía, mientras su pito, de proporciones descomunales, oscilaba delante de mi rostro. La pesadilla termina cuando siento en mi mejilla el beso que mi padre me da todas las mañanas antes de marchar al trabajo.
“¿Pesadillas?”. “No, no”. “Me pareció; acuérdate de que el autobús pasará a las 9 y media”.
Vuelve a besarme y se marcha. Yo permanezco despierto, rememoro las imágines de mi sueño. Ganas enormes de hacer pis, pero pereza de levantarme. Bajo la mano hasta mi pito (me acuerdo de las advertencias de los curas de mi cole, pero no me importa mucho) : efectivamente está duro, aparto la sábana, me bajo el calzoncillo y lo miro: casi tiene el mismo tamaño así que cuando está blando. Vuelvo a rememorar la pesadilla y, de repente, tengo una revelación. Me levanto de prisa, voy al salón, hojeo varias revistas hasta que encuentro una fotografía de tres campeones de natación en un podio; están en bañador y esto confirma mis sospechas: uno penes tan grandes como los de la película no se pueden esconder debajo de un bañador tan pequeño; lo de la película era todo mentira, eran efectos o disfraces. Sigo mirando más entrepiernas en todas las revistas y a nadie se lo nota el pito. Me siento aliviado, muy aliviado. Pienso que se lo tengo que contar a mi amigo en cuanto pueda. Hoy comeré en su casa: habitualmente en vacaciones de verano y cuando mi padre trabaja, paso el día con mis abuelos, pero estos días están en Madrid, porque ha muerto un hermano de mi abuela; la madre de mi amigo le dijo a mi padre que podía ir a comer a su casa hasta que volvieran. Mi padre nunca viene antes de las siete o siete y media.
Siento tentaciones de volver a ver la película para descubrir algún fallo que confirme mi teoría, pero los martes y los jueves durante el mes de julio jugamos a fútbol y baloncesto en el colegio, después de dar una clase de francés, y el autobús me recoge a las nueve y media.
Todas las duchas y vestuarios están en cabinas individuales y los curas tienen completamente prohibido cambairse en otro sitio, pero, mientras espero en la cola, no puedo evitar mirar todas las entrepiernas de los alumnos de bachillerato. Lo que veo bajo los shorts de deporte (más bien lo que no veo) confirma aún más mis sospechas, aunque me doy cuenta de que no puedo recordar haber visto jamás el pene de otro hombre u otro chico en la vida real.
A las 2 llego a casa de mi amigo. Después de comer, encuentro la oportunidad de decirle lo que pienso.
“Eso es una tontería, el pene de mi padre no está siempre igual: unas veces lo tiene muy pequeño y otras veces casi como el del monje joven... ¿A tí no te pasa?”. “Sí, pero, ¿se lo has visto alguna vez tieso?”. “No, porque se pone así cuando vas a follar”. “Mentira, a mí se me pone duro a veces y no voy a follar”. Me mira sin saber qué decir.
Al rato nos vamos a mi casa.
“Coge la peli, anda”. “No sé”. “Hay que rebobinarla”. Se me había olvidado. La volvemos a poner. Rebobino, mi amigo coge el control remoto, le riño: mi padre no me deja levantarlo de la mesa. Lo vuelve a posar.
“Venga, ponla y vemos si tienes razón”. Mi teoría ha ido perdiendo fuerza en mi mente y me siento algo irritado contra mi amigo. “No me da la gana”. “Pues entonces me voy”. “¿Para que quieres verla otra vez?, ya la vimos entera”. Mi amigo mira para otro lado. “Estás de mala leche”. “No, pero es que no me apetece verla otra vez”. “Te iba a decir algo, pero te vas a enfadar y ya sé que me vas a decir que no”. “¿A qué?”. “Enséñame tu pito”. Me pongo un poco nervioso. “¿Para qué?”. “Para comparar con el mío”. “No sé...”. Estoy algo asustado, pero me siento morbosamente atraído por la propuesta. Se pone de pié y se baja el pantalón. Es la primera vez en mi vida que veo un pito que no sea el mío. Se parece mucho al mío, pero, al menos en ese momento, es algo más grande. Los huevos ni siquiera se le ven. “Ahora tú”. Me bajo el pantalón. Me mira, alza su mano y me lo toca. Yo hago lo mismo con el suyo. Me acaricia el pene y los huevos. Yo le imito en todo. Siento cierto placer en el tacto de una piel tan suave. “¿Por qué no follamos un poco como los de la peli?”. Ahora estoy francamente asustado, pero también atraído por la situación. Mi amigo se quita toda la ropa y se sienta en el sofá esperando que ponga la película. Yo también me desnudo y pongo la peli. Empiezan los títulos de crédito y enseguida la escena del rezo. La vemos en silencio. Me entran unas ganas repentinas de marcharme, pero me puede la excitación. Miro de reojo a mi amigo: se está tocando el pito. Se da cuenta de que le miro y se sonríe: me enseña su pito: lo tiene tieso apuntando al techo. Le sonrío. A diferencia de los monjes, su pito, aún estando tieso, está totalmente cubierto de piel, y me doy cuenta de que a mí me pasa igual. Se lo hago notar. “Ya me fijé en la película, mi padre también lo tiene cubierto de piel, pero como nunca se lo he visto tieso...”
La escena de la celda empieza ya. “¿Empezamos?”. Asiento con la cabeza. Empieza a imitar lo que ve: me besa en los labios y me lame los pezones. Me hace cosquillas y me río, aunque me produce cierta ansiedad lo que sé que va a pasar. Siguiendo paso a paso lo que sucede en la película, me abraza y me besa de nuevo en la boca, esto no me produce sensación especial, pero, sin saber por qué, me agrada sentir su pequeño pene erecto contra mi barriga. Entonces sucede lo inevitable: me empieza a chupar el pito. Se me pone tieso al momento. Mi amigo me mira sonriente. Miramos la pantalla en el momento en que el monje corpulento mete la lengua en el ano del joven. “Eso no lo voy a hacer”. Nos reímos. Mi amigo se olvida por el momento de la pantalla. “Me toca”. Le miro intrigado. “Me toca follarte por la boca”. Con cierto nerviosismo introduzco su pene en mi boca y empiezo a chupar. No me desagrada. Su piel es muy suave y me gusta sentir en mi boca esa mezcla de dureza y blandura. Me viene a la cabeza el gordo pene del monje viejo en la boca del joven. Entonces mi amigo se tumba en la alfombra y me coge de la mano para que yo también me tumbe. La película sigue su ritmo, no recibiendo de nuestra parte más que furtivas miradas. “Vamos a follar los dos a la vez”. Al principio no podemos encontrar la posición adecuada; nos da la risa; nos cuesta, pero al final lo conseguimos y tenemos cada uno el pito del otro en la boca. Mi amigo balbucea algo que no entiendo. “No te entiendo”. Aparta un momento su boca de mi pito: “Que en vez de morcilla merendamos fuet”. Nos reímos. Seguimos chupando. Su boca aprieta demasiado. “Ahora me estás haciendo daño”. “Perdona”. Su presión se hace más suave. A pesar de que al principio me daba más gusto chupar que ser chupado empiezo a sentir un suave y placentero cosquilleo en la punta de mi pito que va a aumentando progresivamente. Termina produciéndome cierta desazón. “¿Qué te pasa?”. “Siento algo raro, como ganas de mear, pero raras”. “Yo siento como un gusanillo dentro del pito”. “Algo así”. “¿Seguimos o probamos a follar por el culo?”. “No sé...”. “Pero sin lengua, ¿eh?”. Nos reímos. “Date la vuelta”. Algo nervioso, me pongo a cuatro patas como en la película y como en la fotografía de mi primo. Mi amigo intenta introducir su pene en mi ano sin conseguirlo. “No hay manera”. “A lo mejor es que lo de la lengua es necesario”. “Prueba tú a ver”. Se pone a cuatro patas. Lo intento en vano. Entonces se agarra las nalgas como en la película para que se abra más el agujero. “Mira a ver ahora”. Lo miro. El orificio es muy pequeño, me atrevo a meter un dedo como en la película, pero mi amigo se queja. “Me haces daño”. Sin casi pensarlo le empiezo a lamer el ano. “Hace cosquillas, pero yo no te lo voy a hacer”. Intentó ahora introducir mi pito, pero no lo consigo, las nalgas de mi amigo se cierran con fuerza y mi pene queda atrapado. Instintivamente me pongo a deslizar mi pene entre sus nalgas. Las relaja. “Aprieta, aprieta”. Las vuelve a apretar con fuerza y vuelvo a sentir el cosquilleo de antes. Va en aumento. Siento un placer suave y especial en la punta del pito, a la vez que un leve dolor en los huevos. La sensación es confusa. “Creo que me hago pis”. “Sigue, a ver qué pasa”. Aprieta las nalgas con fuerza. Entonces tengo una sensación levemente placentera, en cierto modo parecida a cuando meas después de aguantar las ganas. Algo moja mi pito. Me aparto y compruebo que he expulsado un poco de líquido completamente transparente, como baba. Mi amigo se toca entre las nalgas, coge un poco de líquido en la punta de su dedo y titubeando lo toca con la punta de la lengua. “No sabe a nada”. Escupe. “Es como babas”. “Es que no es blanco... ¿Qué hacemos ahora?” “Lo de antes, me gusta más”. Nos ponemos otra vez a chuparnos los pitos. Mi pito sigue duro, pero ya no siento cosquilleo y el leve dolor de huevos, que están muy encogidos, no termina de pasar. Intentó apartar la boca de mi amigo; me está haciendo algo de daño. Él parece entender y se tumba boca arriba; yo también entiendo lo que quiere y me arrodillo sobre él para seguir chupando. Me entran ganas de mear, pero esta vez de verdad. Sin embargo, continúo chupando. “Ya siento otra vez el gusanillo”. Pienso que no me gustaría que se le escapara líquido en mi boca; temeroso de que suceda me retiro algo y le chupo sólo la punta con los labios muy fruncidos, con la boca casi cerrada. Entonces me doy cuenta de que está echando algo de líquido: siento su viscosidad en mis labios; no sabe a nada; sin apartar los labios de su pene (por sus movimientos intuyo que él quiere que siga), mojo un dedo en ellos y lo miro: no sé si es su fluido o mi baba. Pero de repente siento que un fuerte chorro moja mis labios. Los dos nos apartamos bruscamente. Se está meando, literalmente. Me seco los labios con el dorso de la mano. Él intenta contener el chorro con sus manos, pero el pis se derrama entre sus dedos por sus piernas y la alfombra. Me da la risa. Una risa algo nerviosa. El chorro se detiene por fin. Me mira nervioso: sorprendentemente se ha puesto colorado. “¿Qué hacemos?”. “Pues limpiarlo”. Me vuelve a dar la risa. Ahora él se ríe también, pero sin mucho convencimiento. Faltan dos horas para que mi padre vuelva y pienso en todo lo que ha sucedido. "¿Qué te ha parecido?". "Si no fuera por lo del pis...". Me doy cuenta de que yo también tengo muchas ganas; me levanto al báter, mi amigo me sigue, se lava las manos y las piernas. Mientras meo pienso si lo que hemos hecho es follar de verdad... Pienso también que tengo que guardar la película en su sitio y me pregunto cómo haremos para secar la alfombra antes de que llegue mi padre. Al pensar en mi padre, pienso en su pene, en cómo será...