De cómo una película condicionó mi vida entera (2)

Continúo confesando el secreto mejor guardado de mi vida.

Volvimos a mi casa después de comer. Puse otra vez la película.

El monje mayor seguía empujando su pene en el ano del joven con mayor violencia cada vez. El joven se agarraba con fuerza a la manta. Aquello no terminaba nunca.

“Esto es un rollo, pásalo”. El ver cómo lo hacían a velocidad aumentada nos hizo reír a carcajadas. Empecé a darle para atrás y para adelante. No podíamos aguantarnos de la risa. “¡Para, por favor, que me va a doler la barriga de la risa!” Dejé la película a ritmo normal. No podíamos parar de reír.

Entonces, en la película, se oyó un gran estruendo. Alguien estaba empujando la puerta de la celda. Los monjes se levantaron deprisa y el monje viejo, el que parecía el jefe, el de la barba blanca, asomó la cabeza por la puerta. Dijo algo muy enfadado. El monje mayor se apresuró a quitar los obstáculos de la puerta. El monje jefe entró y hablaba mucho y enfadado. El monje joven estaba desnudo, sentado en la cama con las manos suplicantes. El mayor estaba de pié, en medio de la celda con el pito, tieso y enorme, balanceándose según se movía.

Este detalle nos pareció muy gracioso y empezamos a reír de nuevo.

El mayor le decía cosas al viejo. El jefe, todavía con cara de enfado,  cerró la puerta de la celda. El monje mayor se acercó al jefe y le dijo algo.  El jefe se calmó, se persignó ante el crucifijo y empezó a rezar, sentado en el camastro al lado del joven. El mayor se acercó al joven y le dijo algo al oído. Entonces el joven puso su mano sobre la rodilla del viejo y empezó a acariciarle la pierna. El viejo se levantó de forma violenta. El monje mayor, sin parar de hablar,  cogió un libro del cajón de su mesa, lo abrió y le enseñó una página al viejo. El viejo no quería leer, pero el mayor no paraba de hablar. Su pene ya no estaba tieso pero seguía grande y gordo como una morcilla.

Se lo hice notar a mi amigo y nos empezamos a reír otra vez.

El joven se levantó y empezó a besar al viejo en la nuca desde atrás. El viejo ya no se apartó, pero ponía cara de sufrimiento y resignación. El monje mayor entonces se acercó por delante y empezó a palpar al viejo a través del hábito.  El viejo empezó a jadear. El monje mayor le desató el cordón de la cintura y el joven le sacó el hábito por la cabeza.

“¡Hala, a follar todos!”, me reí por el comentario de mi amigo.

El mayor se arrodilló y empezó a besar el pene del viejo.

“¡A merendar morcilla!”. Los comentarios de mi amigo me hacían reír como un loco.

El viejo tenía el pito corto aunque muy gordo, pero los huevos eran enormes y le colgaban mucho más que a los otros. El monje mayor empezó a metérselos en la boca.

“No, morcilla no, huevos cocidos”. Más risas.

Después de los huevos, pasó al pito que cogió con dos dedos  y empezó a chupar con ganas. Yo, que, como nunca había visto un hombre adulto desnudo, estaba fascinado con los cambios de tamaño  del pene, miraba a los tres, pero ahora ninguno lo tenía tieso. El monje mayor jugaba con el del viejo chupándolo, y sacándolo y metiéndolo en la boca, pero seguía blando como al principio. El viejo jadeaba y el joven le acariciaba el culo. Después este último se arrodilló y empezó a meterle la lengua en la raja.

“Ya estamos con la manía de lamer mierda”. Más risas.

Se fueron los tres al camastro. El joven y el viejo se tumbaron y el viejo se metió el pito del joven en la boca y empezó a chupar. Se puso duro enseguida. Entonces el joven cambió de postura y se metió el del viejo en su boca.  Y así estaban los dos, en un óvalo, cada uno con el pene del otro en la boca, chupando a todo lo que daban.

“Esto sí que debe ser follar de verdad, porque están haciéndolo los dos a la vez”. “Pero, ¿y lo del culo?”. “Yo qué sé, será que así es para follar los dos y con lo del culo es para follar uno”. “¿Y las mujeres, que no tienen pito?”. “Yo que sé: será que ellas follan chupándoselo al marido y los maridos follan metiéndoselo por el culo”. Paré la película, porque las preguntas se me agolpaban en la cabeza. “Ahora me acuerdo que me dijo mi primo que las mujeres se quedaban embarazadas de follar; espera, voy por el libro de Naturales , que hablaba de eso”. Traje el libro (un ejemplar de la editorial SM, que todavía conservo como todos los de mi época en el colegio de curas al que iba), pero en él sólo se explicaba por encima el embarazo y no qué lo producía.  “Tendrá razón tu primo”. “Pero los hombres no se quedan embarazados y también lo meten por el culo y lo chupan”.  “Pero en tu libro dice que sólo las mujeres han sido bendecidas con el poder de dar la vida”. “Ah claro..., pero entonces, los hombres ¿para qué follan entre ellos?” “No sé, pon la película, a ver qué pasa”.

El viejo y el joven seguían chupándoselo mutuamente y, mientras, el mayor se lo meneaba, de pié, al lado de ellos. Ya todos lo tenían grande y duro, incluido el viejo y ¡vaya tamaño tenía ahora! Su pene estaba tan gordo que apenas cabía en la boca del joven. Me llamó mucho la atención que todo el vello de su cuerpo era muy blanco, incluido el del pubis y los huevos.

“¿Todos los adultos tienen pelo por ahí?”. “Desde luego, mi padre tiene mucho, pero muy negro; precisamente él me dijo que el primer síntoma de que te haces un hombre es que te sale pelo ahí”. Volvimos a pasarlo deprisa para reírnos: lo que más gracia nos hacía era el meneo de mano del mayor.

Entonces cambiaron de postura. El viejo se tumbó boca arriba. El joven se puso a cuatro patas y se puso a chupárselo otra vez al viejo. Mientras el mayor empezó a meter la lengua otra vez en el ano del joven. Se veía muy bien cómo le abría el ano con las dos manos y le metía la lengua lo más adentro que podía.

“Agggg, ¡Que pesaos con eso!” Estaba claro que a mi amigo eso le daba mucho asco.

Después el mayor le metió el pene en el culo al joven y empezó a empujar como antes, mientras éste se lo chupaba al viejo.

Volvimos a darle de prisa y a reírnos como antes. Los empujones no parecían tener final, pero entonces detuve la marcha acelerada y di para atrás para comprobar que lo que habíamos visto era verdad.

En efecto, el mayor sacó el pene y, en medio de grandes jadeos, empezó a echar un líquido blanco en el ano del joven.

“¿Has visto? Le ha meado en el culo”. “Pero eso no es pís, ni siquiera en un adulto, que yo he visto el pis de mi padre en el báter”. “Yo qué sé...”

El monje mayor y corpulento metía y sacaba su pito del ano del joven lleno de ese líquido.

Estábamos estupefactos. “¿Qué era aquello?”. “Será un pis especial, que solo sale cuando follas”. Nuestras miradas se clavaron de nuevo en la pantalla.

El viejo entonces empezó a jadear más fuerte. El joven sacó el pito de su boca y el viejo empezó a echar el mismo líquido blanco sobre su barriga. El joven empezó a lamer el líquido de la barriga del viejo y a chupar el vello blanco todo pegajoso; después volvió a chuparle el pene, pero muy despacio.

Nos miramos atónitos.

Entonces el joven se puso de rodillas en el camastro y empezó a menearse su pito con mucha rapidez. El viejo y el mayor abrieron sus bocas bajo aquél como para recibir su líquido. Y asi fue: del pito del joven salieron varios chorretones (el primero enorme) que caían sobre las bocas  y lenguas ansiosas de los otros dos. Tanta ansia tenían de tragarlo que se lo quitaban el uno al otro con las lenguas.  De repente llamaron a la puerta de la celda y cuando los tres volvieron la mirada hacia ese lugar, la cinta dejó de funcionar y empezaron a verse las imágines borrosas, con mucha nieve.

La paré inmediatamente. “A ver si se ha estropeado y mi padre se da cuenta”. “¿Por qué tendrá esta cinta tu padre, si él ya sabrá follar? ¿Será que quiere follar con otro hombre?” “Entonces es que ¿es marica?” “No, es imposible, porque tiene un hijo; yo creo que maricas son sólo los que follan con otros hombres cuando están casados. Me da la impresión de que si estás viudo, puedes follar con otros hombres sin ser marica; y los solteros deben buscar mujeres para casarse, para tener hijos, y, por eso, los maricas son los que follan solo con hombres. Si follas también con mujeres, no eres marica”. “Menos mal”. Quedamos callados, pensando sin duda en lo que habíamos visto. Al rato, mi amigo habló. “Ya has visto por qué follan los hombres aunque no se queden embarazados y, aunque les duela un poco, y es que el pis ese debe estar muy rico”. “¡Con las ganas que lo lamían, seguro que está buenísimo!”.  “Pero es un pis distinto al normal...”.  “No se parece nada: es más espeso y es blanco... y sale mucho menos”. “Yo, cuando era muy pequeño, probé mi pis y no sabía a nada, a agua”. Otro largo silencio. “Voy a dejar la peli en su sitio y, si quieres, vamos afuera a jugar”.

Jugamos un rato largo en el patio con el balón, olvidados momentáneamente de lo que habíamos visto. Al rato llegó mi padre y dio unas patadas con nosotros sin quitarse el traje. En ese momento volví a acordarme, con remordimiento por el hurto de la cinta, de mis experiencias anteriores y, de vez en cuando, echaba una ojeada a su entrepierna intrigado por el tamaño de su pito. Para evitar esos pensamientos, le conté que había comido en casa de mi amigo y él invitó a mi amigo a cenar.

“Me doy una ducha y en media hora está la cena”. Entró en la casa.

Mi amigo entonces se acercó a mí. “¡Ojalá no se dé cuenta de que la hemos visto!”. Me puse bastante nervioso: “¡Se me olvidó rebobinarla!”. “Hoy no la va a ver y mañana, cuando marche la rebobinamos... y si quieres... la volvemos a ver un poco...” “¿Para qué?” “Quiero ver otra vez cómo es ese tipo de pis... y a lo mejor te propongo una cosa...” Le miré intrigado.