De cómo una película... (14)

De los descubrimientos que hago con mis nuevos amigos

Me visto rápidamente y salgo al patio, donde mi amigo juega con el perro: “¡Jolín! Cuánto has tardado”. “Ya... No sé... me entretuve...”.  “¿Y mi padre?”. “...No sé...”. Entramos a cenar: me da la impresión de que el padre de mi amigo evita mirarme, pero, cuando lo hace, está tan simpático y amable como siempre.

Después de la cena, vamos, como siempre, a la plaza. Hoy no están nuestros amigos y los mayores no nos hacen mucho caso. El rubio tampoco. Decidimos dar un paseo por las calles y volver a casa. Nos quedamos dormidos enseguida.

Esta mañana el calor es tan intenso como ayer. La madre nos deja salir porque hemos prometido estar a la sombra. Vamos a buscar a nuestros amigos. El moreno está enfadado con su hermano pequeño y no lo quiere llevar con nosotros, pero su madre le obliga. El de los ojos claros coge al pequeño de la mano y nos vamos. Nos sentamos bajo un árbol, al lado de las viñas, pero nos aburrimos. Mi amigo sugiere ir a bañarnos a la alberca. El moreno va muy serio; tanto que, cuando llegamos a la alberca, ni siquiera quiere bañarse. Decidimos ignorarlo y nos metemos en el agua en calzoncillos, pero mi amigo se los quita, una vez dentro, y, después de voltearlos en el aire, los arroja a la orilla. Todos lo imitamos.

El de los ojos claros se los tira directamente al moreno, sentado en la orilla; impactan en su cuerpo y éste, enfadado, los devuelve con fuerza al agua y caen lejos de nosotros; el de los ojos claros se lanza en su búsqueda, cabreado a su vez. Los demás nos reímos. Pero cuando le vemos buscarlos desesperadamente, buceamos para ayudarle; sin embargo, el agua está demasiado turbia para poder ver nada. Finalmente los demás renunciamos; el de los ojos claros sigue palpando el fondo en vano: “¡Eres un gilipollas! ¡Te vas a ir a la mierda!”. “Donde estás tú ya”. Siento la necesidad de mediar de alguna manera: “¡Entra al agua!, ¡está muy buena!”. Duda mirando al de los ojos claros pero, al final, se levanta desafiante, se desnuda y se mete en el agua. El otro aprovecha la circunstancia para salir, coger los calzoncillos y arrojarlos al lugar más inaccesible del río. Mi amigo y yo nos miramos expectantes y, por supuesto, divertidos. Los otros se están peleando; mi amigo me toca en el brazo apuntando, apurado, a la orilla; el pequeño ha salido y lleva los demás calzoncillos, es decir los nuestros y el suyo, en la mano; le damos voces y nadamos en su persecución para impedir lo que se dispone a hacer; él se ríe a carcajadas, sintiéndose parte protagonista de lo que considera un juego, y arroja las prendas al mismo inaccesible lugar. Cuando llegamos a él, ya es tarde. Me dispongo a reñirle, pero a mi amigo le da la risa, la cual, finalmente, se contagia a todos.

Estamos pasando un rato estupendo: peleamos, hacemos aguadillas... Busco a propósito el contacto con la piel desnuda de mis amigos y me da la impresión de que ellos hacen lo mismo, por lo que las primeras tímidas aproximaciones poco a poco se convierten en contactos mayormente desinhibidos.  Me fijo en que el cuerpo del moreno, más duro y musculado que el de los demás, es el que más se parece al de un adulto; curiosamente, aunque su pito tiene un aspecto muy parecido al nuestro (me pregunto si su piel se retirará), sus huevos son claramente más grandes y diferenciados que los de los demás. Al subirse a mis hombros en el agua (cavallets a tombar) percibo nítidamente las dos pelotillas removiéndose contra mi cuello, mientras que en los demás se nota más la piel que otra cosa. Pienso en la intriga que me producen esas dos bolas flotantes, cuyo sentido no acabo de entender, desde que vi los primeros testículos adultos en la película <<¿Por qué el padre de mi amigo se los tocaría tanto cuando se hizo la paja? ¿le dolerían?>>.

“¿Jugamos a pillar?”. El fondo embarrado dificulta nuestros movimientos.  Mi amigo me coge y me agarra firmemente por detrás para que no pille a los de su equipo (el moreno y su hermano). Sin que los demás se enteren, mete su pito entre mis nalgas bajo el agua, que nos llega algo más arriba de la cintura; nos da la risa. Consigo librarme y voy a por el moreno; lo pillo y lo sujeto por detrás; se queda quieto un momento para reponer fuerzas o pensar la estrategia para librarse. Me gusta estar abrazado a él: ahora es mi pito el que está pegado a su culo; me pregunto por qué a los adultos (por ejemplo, a los monjes de la peli) no parece gustarles mucho abrazarse cuando follan <>. Es más fuerte que yo y en mis esfuerzos para retenerlo, le agarro el pito y los huevos. “Eso no vale”, pero se ríe a la vez que lo dice. Está buscando los míos con su mano; consigue agarrarme el pito por la piel, con mucha fuerza; nos quedamos quietos entre risas: “Si no me sueltas, lo estiro”. “Y yo aprieto”. “Me estás haciendo daño en las pelotas”.  <>. Me suelta; yo hago lo mismo.

Salimos del agua y nos secamos al sol. Nos ponemos el pantalón. “Mi madre se va dar cuenta de que he perdido los calzoncillos”. Nos reímos. El de los ojos claros propone ir a la cueva. Mi amigo se coge su pito, que parece estar tieso, por encima de la tela y exhibe el bulto que forma. Más risas.

En el camino mi amigo y el moreno se adelantan bastante. Una pregunta ronda mi cabeza desde por la mañana: “¿Qué le pasaba a tu amigo esta mañana?”. El de los ojos claros mira a su alrededor para comprobar que el pequeño no está atento: “El pequeño se chivó ayer en la cena de que a veces le toca el pito a su hermano; su madre se puso como una fiera”. El pequeño le ha oído: “no me chivé, era una broma”. “Cuando fui a buscarle para ir a la plaza, estaba bastante seria y me echó una bronca a mí”. “¿Por qué?”. “Bueno... bronca no, pero me dijo muy seria que a ver a qué nos dedicábamos por ahí y que a ver qué le contábamos al pequeño y que el Niño Jesús nos vigilaba todo el tiempo. Que hiciéramos cosas propias de nuestra edad y nos pensáramos en cosas de mayores. Como yo no entendía nada, el hermano mayor me contó lo que había dicho el pequeño y que su madre, aunque al final se creyó lo de que era una broma, nos echaba la culpa de que se le pasaran por la cabeza esas cosas al pequeño”. Me siento muy perturbado por lo que me ha contado <<¿a qué se refería su madre con lo de “cosas propias de nuestra edad”?>>.  El otro mira al pequeño: “Pero, a que no es una broma, a que es verdad”. El pequeño pone morro de enfado y no contesta. “No se lo vamos a decir a nadie”. Silencio. “Si nos lo cuentas, te doy un duro”. El pequeño parece dudar: “¿Cuándo?”.  “Cuando lleguemos a casa”. “No te creo”. “Peor para ti”. El pequeño vuelve a poner morro: “Vosotros también lo hacéis... el otro día en la cueva... cuando el otro se meó”. Se debe referir al rubio. El de los ojos claros se ríe: “¿Tu hermano también se mea?”. Se encoge de hombros. De repente se pone delante de nosotros y se baja un poco el pantalón; se saca el pito y empieza como a imitar una paja: “Casi todas las noches se hace esto”. Le da la risa. “¿Y tú le tocas la polla?”. “A veces me pide que se la agarre... y que se la bese... Me debes un duro”. “Valeee”. “No se lo cuentes a él, que me riñe”. “Que nooo”. El pequeño se adelanta saltando. El de los ojos claros me mira aguantando la risa.

Yo sigo preocupado por las palabras de la madre <>. En la cueva nos aburrimos un poco hasta que el de los ojos claros nos cuenta que uno del pueblo le contó que el rubio había follado con una de las chicas con las que andaba y que ahora son novios. El moreno interviene: “De follar nada, dicen que le hizo una paja y él le tocó a ella las tetas y el chichi”. No entiendo bien qué diferencia hay entre eso y follar, pero no me atrevo a preguntar.

Volvemos al pueblo y nos despedimos hasta la tarde. Le pregunto a mi amigo; “creo que si no metes el pito por el culo no has follado del todo”. Le cuento lo de la madre del moreno;  “las mujeres no entienden nada y son peores que los curas... ¡como no pueden follar entre ellas!”. “¡Es verdad!”. Mi mente se serena un poco. Pienso en el moreno, me da algo pena. Se me ocurre que me gustaría tocarle el pito y los huevos...