De como un joven encontró a su Ama...o ella a él.
Un joven universitario entra a una catefería como tantas otras veces, pero puede que su vida esté a punto de cambiar cuando entable conversación con Silvia, la camarera, aunque él no lo sabe.
Como cada tarde Héctor entró en la cafetería que estaba a medio camino entre la universidad y su casa. Le gustaba aquel sitio, era pequeño y casi nunca había nadie, pero a su vez resultaba un lugar con un ambiente acogedor. No tenía demasiada luz, de hecho al fondo había un par de mesas donde era difícil distinguir la cara de quien se sentaba allí desde lejos. Ese era precisamente el sitio favorito de Héctor.
Ese día el local estaba especialmente desierto. Cuando entró no había nadie salvo Silvia, la agradable camarera que regentaba el local. Era una mujer de mediana edad, no demasiado alta y siempre llevaba el uniforme de la cafetería, el cual si bien no le favorecía demasiado, no era capaz de ocultar todas las cualidades que tenía Silvia como mujer.
Tras sentarse en la mesa de siempre, la camarera se le acercó y con una sonrisa le dijo:
¡Hola! ¿Qué vas a tomar hoy?
Un café con leche, respondió Héctor con la voz un poco entrecortada. Si bien el chico había tenido relaciones con muchas chicas de su edad, Silvia, por alguna razón, le imponía respeto.
Mira que llevas viniendo aquí y siempre me hablas como con miedo, ¡ni que te fuese a morder!, dijo Silvia con su eterna sonrisa en la boca.
Héctor se sonrojó y encogió de hombros a la vez que esbozaba una sonrisa, no sabía que responder.
Minutos después le trajo el café y se retiró a la barra. Comenzó a sonar el teléfono del establecimiento y la camarera lo cogió. A pesar de que la mesa en la que se tomaba el café estaba a unos metros de distancia, Héctor pudo notar como la conversación iba en un tono ascendente de tensión, hasta que, sin previo aviso, Silvia colgó el teléfono y dio un golpe a la barra.
El chico, ante aquella situación desconcertante, meditó unos segundos que debía hacer, armándose al final de valor y preguntando:
- Igual parezco entrometido, pero ¿estás bien?
- Sí. -contesto Silvia de manera un tanto seca-
- Perdona, no quería molestar.
- No, perdóname tú a mí. Es el capullo de mi ex marido, que después de 1 año desde nuestro divorcio, sigue dando por saco. Es un cerdo.
Silvia salió de detrás de la barra y se aproximó a la mesa donde se encontraba el chico sentado:
- ¿Te parece bien si te invito a otro café y así me perdonas por la reacción de antes? – dijo ella
- Sí, claro, encantado. Pero no hay nada que perdonar – contestó él.
- Eres un buen chico, dijo Silvia con una sonrisa.
- Bueno, no te creas ¿Eh? – respondió Héctor con una sonrisa de medio lado y levantando un poco una ceja – que yo también tengo lo mío.
- Jajajajaja, no me lo creo. Además, he vivido lo suficiente en esta vida como para conseguir que un chiquillo no se me suba a la chepa.
- ¡Oye! ¿Cómo que chiquillo? ¡Que tengo 22 años! – contestó Héctor levantando un poco la voz.
- Perdona, hombretón, tampoco quería ofenderte – apuntó ella con un tono algo burlón.
Siguieron conversando durante un rato, hasta que Silvia miró el reloj y vio que era hora de cerrar. Se lo comunicó al chico quien, con pena, se levantó de la silla y dijo:
- Me lo he pasado bien, ha sido un placer
Hubo un pequeño momento de silencio, hasta que Silvia respondió:
- Y mejor que te lo podías haber pasado
- ¿Cómo? – contestó Héctor con asombro.
- Jajajaja, he llamado tu atención ¿eh? Jóvenes, seguro que no has pensado nada bueno. Dijo ella, riendo.
- ¿Acaso me he equivocado? – contestó él.
- Ven mañana y lo sabrás.
Con esa enigmática contestación le acompañó hasta la puerta y echó el cierre. Quedándose ella dentro. Dado que era invierno y hacía frío, Héctor no se paró a pensar en lo que acababa de ocurrir y apretó el paso para llegar a casa sin congelarse.
A la tarde siguiente regresó a la cafetería. Había estado todo el día pensando en aquella pequeña conversación, haciendo caso omiso de las clases, sus amigos de la facultad y demás quehaceres diarios.
Al entrar, observó que había un par de personas en el establecimiento, por lo que decidió irse a su mesa de siempre a esperar. Al cabo de un rato, los pocos clientes que había en el local se marcharon y el momento en que llevaba pensando todo el día parecía aproximarse:
- Veo que te ha picado la curiosidad y has venido – dijo Silvia acercándose desde la barra.
- La verdad es que no he pegado ojo en toda la noche y llevo todo el día dándole vueltas – contestó el chico en un alarde de sinceridad
Silvia terminó de acercarse y se sentó a la mesa tras agarrar una silla cercana. Se colocó bastante cerca de Héctor y apoyó un brazo en la mesa. Dijo entonces:
- ¿Puedo ir directamente al grano?, creo que entre ayer y hoy ya hemos perdido bastante tiempo
- ¡Claro!, contestó él con expectación.
- Verás, desde que lo dejé con mi marido no he tenido demasiado tiempo para salir a conocer gente. Regentar este sitio me quita mucho tiempo y, como puedes comprobar cada vez que vienes, no hay demasiada clientela, por lo que tampoco me puedo permitir demasiados caprichos. Llevo tiempo con una serie de necesidades que ya no quiero aguantar más.
Héctor, expectante, siguió escuchando
- ¿Sabes? Mi marido me trataba fatal, tardé mucho tiempo en conseguir alejarme de él y que me dejase en paz, por lo que guardo un gran resentimiento.
El chico la miró un poco desconcertado. No entendía muy bien esa frase y deseaba egoístamente que dejase de contarle sus penas y volviese al tema anterior. Silvia, que pareció darse cuenta, continuó:
- Y aquí es donde entras tú. Quiero tener sexo, pero quiero ser yo quien mande. Quiero ser yo quien tenga el control, la que suelte el resentimiento que tiene dentro, el odio, la mala leche, la frustración…todo. Y quiero que seas tú quien lo soporte.
Héctor la miró con los ojos como platos. Pese a haber estado todo el día dándole vueltas al asunto, no se le había pasado por la cabeza que pudiese tratarse de algo semejante. Jamás se habría imaginado que una mujer que parecía tan agradable pudiese tener eso dentro y haber dicho esa frase. Sin embargo, como si una voz desde dentro estuviese deseando salir, dijo:
- Joder, me encantaría.
- ¿Estás seguro? – Dijo Silvia – Piénsatelo bien, porque cuando digas que sí y esto empiece, puedes olvidarte de como he sido hasta ahora. Olvídate de una mujer agradable, sonriente, comprensiva y educada. Quiero humillarte, hacerte daño, que lo pases mal. Quiero resarcirme de mis últimos años de matrimonio.
Tras meditarlo un segundo el joven contestó:
- Estoy completamente seguro. Me muero de ganas.
- Bien, a partir de ahora puedes olvidarte de mi nombre. Soy tu Ama y como tal me llamarás. Nada de tutearme o llamarme de otra forma ¿lo has entendido?
- Sí.
Una sonora bofetada hizo eco en el vacío local. Héctor se llevó la mano a la mejilla, la cual estaba roja por el golpe, y contestó con voz temblorosa:
- Sí, Ama.
- Así me gusta – dijo Silvia- veo que aprendes rápido, aunque tenga que ser a base de golpes. – y continuó – Para que lo sepas, vivo aquí encima. Se puede acceder a mi piso desde el bar. ¿Qué clase de horarios tienes?
- Tengo las mañanas libres y por la tarde clase de 16:00 a 20:00, Ama – dijo Héctor.
- Bien, como no doy servicio de cenas, quiero que según salgas de la universidad vengas aquí, esperes, y después subiremos a mi casa cada día para hacer lo que yo quiera y hasta la hora que quiera. ¿Lo has entendido?
- Perfectamente.
- ¿Perfectamente qué? – dijo Silvia con la mano en alto, amenazadora.
- Perfectamente, Ama – contestó Héctor.
- Madre mía, tienes mucho que aprender y veo que te va a costar mucho dolor y sufrimiento. En fin, mejor para mí y peor para ti. Ahora vete, quiero descansar esta noche y pensar en todo lo que quiero hacer contigo. Además mañana iré de compras, creo que necesitaré algo para usar contigo…o contra ti.
Héctor hizo amago de levantarse, pero entonces Silvia le interrumpió diciendo:
- Espera, un momento ¿Cuánto mides?
- 1,84, Ama, contestó
- ¿Y pesas?
- 75kg, Ama.
- Vale, perfecto. Es que necesitaba saber esos datos. Por cierto, ya por curiosidad, ¿estás dotado? Porque lo de mi marido era bastante penoso…
- Pues… no sé, supongo..
- ¡Contesta! ¿Qué clase de respuesta es esa? No quiero dudas, ni que te avergüences. Quiero que obedezcas y punto. Ahora contéstame: ¿Cuánto te mide la polla, esclavo?
- 18 centímetros, Ama. – contestó Héctor disimulando la vergüenza
- Joder, comparado con lo que tenía en casa está bastante bien. Al menos tienes algo decente. Eso sí, espero que no me mientas porque los tíos sois dados a eso y el castigo sería terrible.
- No miento, Ama.
- Ya lo comprobaré – contestó Silvia con cara de superioridad - y ahora, márchate.
Dando la conversación por terminada, y tras la orden de su ama, el joven se levantó y se marcho, sin saber lo que le depararía el día siguiente.
[Continuará…]
Es mi primer relato y sé que probablemente es mejorable en muchos aspectos, por lo que si hay errores, resulta tedioso o es malo, mis disculpas. De todo hay que aprender y ésto no es una excepción.
Para cualquier sugerencia, crítica, simplemente para animarme a seguir con ello, o cosas de cualquier otra índole, pueden contactar conmigo mediante el email: hector_mad22@hotmail.com
Sin más, muchas gracias por haber leído el relato y ¡hasta pronto!