De cómo todo empezó a cambiar
Yo era un hombre hetero al uso hasta aquella noche en la estación de tren.
Me llamo Rodrigo. Tengo 35 años y llevo una vida de lo más normal. Tengo mi novia, con la que llevo tres años y en breve nos vamos a mudar para empezar una vida juntos. Me encanta mi novia, cada vez que tenemos sexo es de otro nivel, nunca había tenido mejor sexo que con ella. No es por fardar, pero he tenido sexo con muchas mujeres, la mayoría tremendamente atractivas. Soy guapo y tengo buen cuerpo, además, no ando mal de labia, con lo cual ligar no me resulta complicado.
Una tarde, tras una buena sesión de sexo con mi chica, me dispuse a volver a mi casa. Vivo en otra ciudad así que fui a la estación de tren. Quedaban quince minutos para que saliera el mío y decidí entrar a los servicios tras comprar el billete. Entré y me fui a uno de los orinales. Saqué mi pene, que todavía guardaba el olor a preservativo de toda la tarde follando. Estaba empezando a mear cuando noto un ruido al lado de mí. Se abrió una puerta y ahí estaba un chico de unos 20 años completamente desnudo y masturbándose.
Era delgado, marcado pero no musculado, apenas tenía vello corporal pero el vello púbico sí que era bastante frondoso. Su pene no era gran cosa. El mío era bastante más impresionante. Su pene estaba como una piedra. El chico tenía sus ojos clavados en mí y se pajeaba con enorme fuerza mientras se retorcía de placer sentado en el váter.
Me quedé mirándolo asombrado y de pronto se corrió. Se llenó bastante de semen. Sin pudor se llevó la mano, completamente pringada, a la boca y se limpió su corrida con la lengua. Cerró la puerta. Me quedé paralizado. Tenía una erección de campeonato y no sabía por qué. Había orinado pero ahí continuaba, con mi polla en la mano y asimilando lo que acababa de ver.
No tardó mucho en volver a abrirse la puerta y salió el chico, ya vestido, pasó por mi lado mirándome descaradamente la polla mientras se relamía los labios. Se acercó hasta el lavabo, se lavó las manos, se las secó y antes de irse se dirigió hacia mí. Sentí que era estúpido, pues yo estaba allí con mi polla empalmada y mirando a aquel chico. Se llevó un dedo a la boca, lo empapó bien de saliva y luego puso su dedo en mi glande. Su saliva corrió por mi grande nada más posarse su dedo en él. Sin imaginarlo, me corrí y llené la mano de este chico. Se llevó su mano pringada de mi semen a la boca y salió de los servicios limpiándose con su lengua.
Yo permanecí casi inmóvil por un minuto o así hasta que sentí el aviso de mi tren. Me guardé la polla y me fui para el tren. No podía dejar de pensar en ese momento.