De como nos conocimos.

Nos vimos por primera vez y sonreímos.

Sucedió en uno de los meses del verano de las islas. Son veranos de calor soportable que ayuda a que las sonrisas sean más fáciles y los ojos miren de una forma más libre.

Regresé un miércoles de un largo viaje, de esos que te descolocan cuando llegas a tu destino , le llaman yet-lag. En mi caso con doble incomodidad por un fuerte resfriado que pillé en Guatemala, donde fui a pasar unos día colaborando con una ONG. No salió bien y regresé antes de lo previsto.

Antes de viajar , en una reunión con los amigos habituales, Concha, mujer que , en aquella época, tenía a su novio lejos por motivos de trabajo , nos había dicho que en una semana llegarían dos amigas suyas del pueblo de Castilla en el que había vivido los dos últimos años con Berto, su novio ausente. Concha vivia esos meses de ausencia de su amor con la libertad que algunas mujeres llevan en su interior a solas pero que ocultan cuando están con su pareja. Planeaba comidas, quería asistir a todo evento que se le pusiera por delante y , en definitva, no quería perderse nada. Sólo que , en todo eso, nunca hubo ni un atisbo de sensualidad ni morbo. Era una mujer , en mi opinión, sosa en cuanto al sexo. Así que la noticia de la visita de sus amigas no me predispuso a pensar en que ellas fueran distintas. Me fuí a mi viaje y a la vuelta ya veríamos.

Y regresé , me tome el primer día, viernes, para dormir y recuperarme del resfriado. Concha no paraba de llamar a mi móvil insitiendo en que debía organizar algo en mi casa a la mayor urgencia, que sus amigas habían venido para muy pocos días y que tenían que conocerme , que ya conocían al resto del grupo y que sólo faltaba yo y eso era de muy mala educación por mi parte. Eso me recordaba lo egoista que era, ella y su disfrute temporal. Ni caso a mi malestar...

Era viernes, atendí su petición y le dije que convocara al grupo para una comida al mediodía del sábado , con sobremesa, piscina y lo que surgiera. Y pude dormir todo el día.

El sábado desperté temprano y con síntomas del resfriado, pero mucho mejor. Ordené la casa, limpié la pequeña piscina y fuí a comprar lo necesario para la lasagna que una de las visitantes haría. Según Concha , su amiga Tina cocinaba de película...de su otra amiga no hablaba. Esperaría a que llegaran para conoceras a ambas.

Hecho los preparativos, me desnudé y entré en la piscina a relajarme y tomar el fantástico sol que brillaba feliz de hacerlo. Ya estaba acostumbrado pero me había olvidado que mi vecina holandesa del chalecito de al lado, idéntico al que yo habitaba, había tomado la buena costumbre de , cuando oía que estaba dandome un baño, se asomaba por la tapia con dos copas de vino blanco (siempre de la uva Sauvignom blanco, siempre del año) y me invitaba a tomar una. Lo curioso es que no hablabamos, ella no hablaba más que su lengua y ni siquiera mi poco dominio del inglés nos permitía la conversación. Nos limitabamos a beber las copas de vino, sonreirnos y darnos un baño en mi piscina , ambos desnudos, en un lujurioso silencio sólo alterado por el suave chapoteo del agua al movernos. Al rato, salía de la piscina , a veces usaba la escalera para salir y yo moría de fascinación por su elegancia felina al hacerlo, subía un peldaño (sólo eran tres) tras otro con la lentitud justa que me permitia, porque ella me lo mostraba, observar sus brazos agarrados a las barandas de acero inoxidable , su espalda que brillaba por el efecto del sol sobre las gotas de agua, sus caderas de un tamaño ideal y con esa solera que proporciona el haber parido a dos preciosos niños y unas piernas que , por normales, eran preciosas. Llegaba al borde de la piscina , se arropaba en su toalla, miraba las copas , me sonreía y volvía a su casa. Su marido estaba a punto de llegar...