De como mi tia Antonia me espabiló
Mi traumática iniciación al sexo con mi tia favorita.
DE COMO MI TIA ANTONIA ME ESPABILÓ
Durante muchos años he mantenido en absoluto secreto la forma tan abrupta en que fui iniciado al sexo por la que yo siempre llame "tía" y que era, en realidad, la mejor amiga de mi madre.
Visto desde una perspectiva ajena puede parecer una relación excitante y morbosa pero a mis quince años representó un profundo traumatismo emocional del que tardé mucho en recuperarme y si me decido a hacer pública esta relación es para advertir a los jóvenes no iniciados en el sexo de que se abstengan de caer en la tupida tela de araña en que una mujer madura les puede envolver.
Antonia, "Toñi" para los conocidos, rondaba los cuarenta cuando yo era un imberbe adolescente de quince años.Y no es que el sexo no tuviera interés para mí, lo tenía y mucho pues mi universo giraba en torno a el; fotos, revistas, películas, inocentes escotes
y roces fortuitos, todo me excitaba y me proporcionaba largas y gozosas sesiones de vicio solitario, pero la idea de mantener una relación "real" escapaba totalmente a mis más optimistas previsiones e incluso me asustaba. Toñi había sido objeto de mis fantasías eróticas en múltiples sesiones masturbatorias pues, no en vano, era una apetecible pechugona que, tras ser abandonada por su marido, se había liberado de los tabúes imperantes en aquella época y parecía ir pidiendo guerra con ajustados vestidos y provocativas minifaldas.
No debía estar ajena a las furtivas miradas que yo dirigía a su entrepierna cuando se sentaba en el sofá de casa y que en muchas ocasiones permitían que mis ojos se deleitasen con la visión de sus blancas braguitas que eran promesa de insólitos y ocultos goces vedados a mi desbordada sexualidad. En cualquier caso, siempre me obsequiaba con una frase amable y una caricia a mi cogote que con sus largos y cuidados dedos provocaban, en mi, un tremendo subidón.
Aquel verano no íbamos a tener vacaciones pues la economía domestica estaba bajo mínimos y me resigne a la playa local con sus inevitables aglomeraciones. Pero el destino y la lujuria de Toñi jugaban en mi contra.
-¿Como vais a dejar aquí encerrado al chico?-le preguntó a mi madre-Se puede venir conmigo unos días a Denia, total, en aquel piso sobran habitaciones y yo voy a estar sola.
Hubo un largo tira y afloja; "que si va a molestar", "que bastante trabajo tienes tu", "que tiene que estudiar" y al final quedó decidido: el "chico" se iba a Denia de vacaciones.
Francamente, mi entusiasmo era mínimo, no conocía a nadie en la villa alicantina y la perspectiva de pasarme el día con la tita Toñi no me atraía en absoluto.
Llegué a la estación de autobuses cuando ya anochecía y tras un calvario de trasbordos bajo un calor auténticamente tropical. Toñi me esperaba con impaciencia y muy poca ropa encima: una camiseta sin tirantes que dejaba ver la cinta de su bikini y unos cortísimos shorts que resaltaban sus piernas morenas y potentes.
Me abrazó con entusiasmo:
-¡Luisito!, ¡Que alegria tenerte aquí, verás que bien lo vamos a pasar los dos juntos!
No me di cuenta en aquel momento del autentico sentido de sus palabras ni imaginaba el plan que, con seguridad, ya bullía en su mente.
Caminamos hasta el apartamento mientras ella parloteaba sin descanso informándome de todas las actividades previstas para mi estancia en la villa.
Al llegar a la casa, me condujo hasta mi habitación.
-Bueno, la tuya y la mía. Con este calor es la más fresca porque da a levante, ¿no te importará, verdad?
Tenía la sala dos camas individuales, prácticamente sin separación entre ellas, una puerta que daba directamente al cuarto de baño y un gran espejo en el techo que me asombró profundamente pues no conocía su función.
Después de cenar y como me encontraba realmente cansado, le di las buenas noches y me acosté. No tardó mucho en aparecer ella, no encendió la luz pero dejo abierta la puerta del lavabo y yo, con un ojo abierto y el otro pegado a la almohada iba asistiendo al nocturno ritual de la higiene femenina con una excitación que crecía al mismo ritmo que mi pene.
Se deshizo de sus níveas braguitas (nunca supe porqué siempre las usaba blancas) y abrió el grifo del bidet mientras sus dedos jugaban con la espesa pelambrera negra que ocultaba su vulva. Desapareció de mi vista cuando se sentó, pero un suave chapoteo y unos débiles gemidos llegaban a mis oídos para compensarme.
Se acostó a oscuras pero la luz de la luna me permitió ver que lo hacía sin sujetador y la vista de sus gloriosas tetas empujaron mi mano a masajear suave y discretamente mi enfurecida verga. No pude reprimir un gemido coincidente con el orgasmo en aquella fabulosa paja.
-¿Estás bien Luisito?, ¿no puedes dormir?
-Si, si murmuré un punto avergonzado mientras intentaba ocultar el pañuelo donde había descargado una buena cantidad de semen-
Al cabo de un rato la oí gemir a ella también y me quedé dormido.
Cuando desperté ya ella llevaba rato trajinando por la casa. Me recibió con un húmedo beso en la mejilla y un sutil masaje en mi cogote que reavivaron mi hambre de sexo.
Fue en la playa cuando me mostró claramente su juego, su experiencia supo dosificar su innegable erotismo para tenerme, a media mañana, con el nabo al rojo vivo.
Comenzó por colocarse de cara sobre la toalla y mientras se soltaba el tirante del sujetador del bikini dijo inocentemente: "¿Me untas crema en la espalda?, por favor
Me apliqué con timidez a aquella labor que, rápidamente, hizo surgir un enorme bulto bajo mi bañador, cuando comencé el masaje en los muslos y acerqué mi mano a la entrepierna empezó a latir con vida propia. Sentía tal dolor, por la presión de la verga pugnando por salir, que hube de detenerme y me tumbé sonrojado sobre mi toalla.
Me miró sin levantar la cabeza.
-¿Te gusto?, ¿aunque solo sea un poco?-preguntó con un mohín en los labios-
La muy zorra sabía que me tenía totalmente en su poder pero se recreaba en ello, esperando el momento oportuno para consumar la seducción.
Salí corriendo hacía el agua para disimular mi erección y allí nadé un buen rato hasta que priapo se calmó; cuando regresé, ella había recogido las toallas y me esperaba con una irónica sonrisa.
-¿Te encuentras mejor ahora, Luisito?
Entré directamente a la ducha, sin quitarme el bañador y ella me siguió.
-Hemos de ahorrar agua, no te importa, ¿verdad?
-No claro que no- logré farfullar-
Se desnudó totalmente mientras yo intentaba no mirar aquel mi primer desnudo femenino. A pesar de su edad, tenía un cuerpo escultural y el contraste del moreno de su piel con las zonas que permanecían ocultas en la playa me excitaba todavía más.
Comenzó a enjabonarme con delicadeza mientras palpaba todo mi cuerpo y me bajaba el bañador con su mano libre.
-¡Vaya, vaya!, lo que tenías escondido, menudo aparato. Con esto debes hacer felices a las chicas ¿no?
No, no era mi aparato nada fuera de lo corriente pero aquella apreciación pareció endurecerlo todavía más, o quizá fue el contacto de su mano que, hábilmente, se posó sobre el con la excusa del jabón. Corrió el prepucio y silbó admirativamente.
-¡Está muy morada, habrá que hacer algo!.
Se arrodilló ante mi y su lengua surgió como una serpiente rodeándola, ensalivándola y acariciándola mientras yo temblaba perceptiblemente.
Guió mis manos hacia sus senos para que yo, ineptamente, los masajease antes de sentir un violento orgasmo dentro de su boca.
Sonrió satisfecha mientras se relamía los restos de mi semen de la comisura de sus labios.
Misteriosamente, mi polla, en lugar de deshincharse seguía erecta y desafiante como si nada hubiese sucedido y ella lo apreció admirativamente:
-Tendré que aplicar una terapia más contundente- dijo entusiasmada mientras me guiaba hacía el dormitorio-
Se tumbó sobre la cama con las piernas muy abiertas y mientras yo, torpemente, la besaba guió mi cabeza hacía su enorme y vellosa vulva.
-¡Come hijo, come! Que esto te sabrá a gloria bendita-decía mientras yo pasaba mi lengua por sus tumefactos labios-
No debió ser una buena faena pero Toñi la agradeció con tremendos gemidos que la hacían retorcerse como una posesa.
-¡Métemela, métemela ya, cabronazo, que me vas a matar de gusto!
Obedecí con presteza y sin dificultad le metí la verga hasta lo más profundo de su gran coño, hasta que sentí dolor en el capullo de tanto apretar.
-¡Más deprisa, más deprisa!-gritaba la condenada-
Y yo aceleraba oyendo el rítmico y profundo chapoteo de nuestros sexos encendidos.
-¡Para, para, sacala !-gritó fuera de si-
Se dio la vuelta, se puso a cuatro patas y me ordenó volver a meterla. Aquello fue demasiado para mi, la visión de su vulva por detrás y el contacto con sus nalgas me hicieron correrme a los pocos instantes mientras caía derrengado sobre su espalda en un éxtasis que perdura en mi memoria.
-Eso ha estado muy mal, Luisito, las damas siempre van primero. Tendremos que practicar un poco y mejorar mucho.
A partir de ese momento, se acabó la playa, los paseos, los refrescos en las terrazas de Marqués de Campo. Se acabó todo lo que no fuera follar, follar desmesuradamente día y noche hasta que mi lengua supo acertar el punto exacto de su clítoris e imprimirle la velocidad y presión deseada. Ella por su parte aprendió que yo necesitaba una mamada completa y un polvo rápido para poder complacerla a partir del tercero.
La última semana regresamos a la playa porque mi color dejaba mucho que desear, pero fue inútil. En cuanto comenzaba a aplicarle el protector solar mi polla se endurecía y era yo entonces quien la obligaba a regresar al apartamento para satisfacer la lujuria que se apoderaba de mí.
Con el tiempo leí que cuanto más se folla, más ganas se tienen. Puedo afirmar que es cierto y que en aquellos días hice el amor con la increíble frecuencia y potencia que dan los quince años. Nunca más lo he vuelto a repetir aunque me haya acostado con mujeres más jóvenes y atractivas que ella.
Cuando regresé a casa, mis padres no necesitaron más que ver mi aspecto pálido y demacrado para adivinar su causa. Debieron tener una desagradable conversación con Toñi y esta no volvió a aparecer por casa.
A pesar de la implícita prohibición de contacto que ello presuponía, Toñi y yo fuimos amantes durante cinco años más y me costó mucho relacionarme con muchachas de mi edad hasta pasados cinco años más. Tal era el poder que ejercía sobre mi en todos los sentidos. La rotura fue traumática para ambos y creo que especialmente para ella que veía desaparecer conmigo la última conexión con su juventud.
A partir de entonces dejó de arreglarse y engordó una barbaridad, mi corazón se partía al verla en aquel estado pero mi decisión era irrevocable y no podía dar marcha atrás sin padecer yo las graves consecuencias de mi unión con aquella absorbente mujer.
¿Qué porqué os lo cuento hoy?, sencillamente porque veinticinco años después de aquel verano, he vuelto a hacer el amor con Toñi y francamente:¡ha valido la pena!, pero los detalles los dejo para otro relato.