De cómo me enamoré de un hombre mayor.

Los 37 años de diferencia entre nuestras edades no fue ningún obstáculo para disfrutar del sexo por el resto de nuestras vidas.

Después de bastante tiempo al fín pude conseguir un relato de la propia mano de Mary . Yo solo he corregido algo y con la ayuda de word lo he dejado listo.No es un relato con grandes emociones morbosas, pero en cambio es verdadero. Espero lo disfruten y aprecien lo que puede ocurrir en la vida real.

Cuando lo conocí a él, yo tenía 17 años y era una chiquilla tímida y sin mayor información del mundo y sobretodo, de lo que podía ocurrirme si un hombre se fijaba en mí. El por su parte, tenía los 55 años, siendo su contextura gruesa, un tanto obeso, aunque su estatura era normal. Bien, mis padres me habían dispuesto para que cuidara de él y lo sirviera, ya que se trataba de un sacerdote católico en su parroquia, y por ende necesitaba quien le cocine, le arregle su ropa y le ayude en los menesteres de la pequeña iglesia a su cargo.

No había transcurrido sino unos pocos meses y noté que Miguel (así se llamaba) me tenía tanta predilección y afecto que me estaba constituyendo en su ojo derecho. Su trato hacia mí era tan dulce, que me había hecho perder un poco mis recelos al verlo vistiendo con su sotana. Tanto es así, que personalmente me había pedido como favor especial el que solo yo me encargara de lavar, planchar y arreglar sus ropas, dejando los haceres de la cocina para otra señora de mediana edad que también prestaba sus servicios en ese lugar.

Un buen día que él había dispuesto que se realicen las compras para surtir la alacena, y que el sacristán de la iglesia se había ausentado por una fuerte gripe que le aquejaba, apareció de improviso en su pequeño aposento mientras yo me afanaba con la plancha en unos pantalones de lana que tenía, y unos grandes calzoncillos de hilo de algodón  provistos de botones que usaba, para pedirme que dejara lo que hacía y que me sentara junto a él en el borde mismo de su cama. Un poco tímida le hice caso y entonces me pidió que le ayudara a quitarse su sotana inseparable. Hecho esto, por primera vez  yo lo veía como a “un hombre cualquiera” vestido con las ropas que había aprendido a prepararle. Se sentó junto a mí y fue cuando me di cuenta del enorme bulto que se dibujaba bajo sus holgados pantalones y su pronunciado abdomen. Me di cuenta del porqué sus pantalones llevaban una hilera de seis botones en su grande bragueta, e igualmente del porqué de la gran talla de sus calzoncillos de hilo. Me abrazó y se quedó en silencio, yo temblaba y me había quedado con la boca seca. Pasaron minutos quizá, hasta que él me dijo en baja voz:

“Mi pequeña compañera, todo el tiempo he querido tenerte así de cerca”.

Tartamudeando le respondí:

“y…para qué me quiere así ahora?”.

Me respondió directamente:

“Trae tu manito, quiero sentirte jugando con esto que tengo aquí abajo” “no sabes la ansiedad que llevo desde tiempos”..

Dicho esto, tomó con sus suaves y rechonchas manos, una de mis manos y la ubicó sobre ese enorme bulto que tenía entre sus piernas. Yo me quedé paralizada. Solo atiné a sentir una suave masa oculta bajo el final de su bragueta.

El me insistió diciendo: “ juega hijita con tu mano”…Por fin traté de cerrar mis dedos, sintiendo como el “bulto” que yo veía, en realidad albergaba algo dentro, o mejor, eran varias cosas las que lo conformaban. Luego de un momento de amasarle tímidamente, él me tomó con uno de sus brazos y me acercó casi a la fuerza, hasta cuando quedando frente a frente, se inclinó un poco y me estampó el primer beso en mi vida. Yo perdí la noción del tiempo y del espacio, me descontrolé al sentir la pasión de un hombre en ese beso y lejos de resistirme como hice en un principio, dejé mi ocupación por un instante y aferrándome con la fuerza de mis dos brazos a su cuello, busqué su boca una y mil veces. Había perdido el temor y la reverencia hacia aquella persona a la que veía como fuera de mi mundo.  Es así que en el embeleso, el ya había puesto su mano regordeta más debajo de mi ombligo y la deslizaba suavemente con movimientos circulares por debajo de mi falda. Al sentir una sensación desconocida en mí solo atiné a decirle “qué está haciendo?” No dijo nada, y sin dejar de besarme finalmente reposó su mano sobre mi pequeña abertura que hasta ese momento no conocía nada del asunto. Con tanta ternura y suavidad recorrió de arriba abajo, entreabriendo apenas los delicados pliegues, que casi yo gritaba. Era algo sublime.

Mi descontrol fue tal que casi sin darme cuenta yo mismo había soltado varios botones de mi blusa y el gancho y la cremallera que sujetaban mi falda. Incorporándose un poco, él terminó de ejecutar ese trabajo, dejándome en ropa interior únicamente. Al parecer también estaba en estado de shock y quizá hasta era la primera mujer que veía así en ese estado.

Luego con una voz suave me dijo: “ayúdame hijita para quitarme esto”, señalando sus ropas.

Hice un alto en mi deleite recién iniciado para temblorosa desabotonarle su camisa, dejándolo apenas con una camiseta vvd que llevaba puesta. Luego desabroché su cinturón ajado por el uso e igualmente o quizá más temblorosa, desabotoné uno por uno los seis botones que siempre había visto usaba en su bragueta. Su pantalón se deslizó y fue a dar al suelo y ante mi quedó Miguel expuesto en ropa interior: su blanco calzoncillo a juego con su camiseta, cerrado por delante con 4 botones pequeños….y el enorme bulto que se marcaba debajo siguiendo la manga derecha. Yo alucinaba. Era la primera vez que veía a un hombre así de esa manera. Como estábamos seguimos abrazados besándonos por un par de minutos más. El me recorría de arriba abajo con sus manos que por momentos de aprisionaban bajo los resortes de mis calzonarias, y también apretaban y frotaban mis pequeños senos. Yo,  a pesar del deseo que empecé a sentir de tocar su cuerpo, me abstenía.

Jadeando me dijo: “hijita, quítamelo” mientras él mismo se quitaba el vvd.

De rodillas en el suelo, solté los botones de su calzoncillo y empecé a descubrir lo que había dentro…el se alzó apenas y yo se los bajé completamente. Hasta hoy día no me olvido del impacto que aquello me produjo: un pene de color marrón flácido y largo, tendría unos 10-12 cm de largo pero no grueso, cubierto aún por un prepucio apenas entreabierto; unos testículos enormes resguardados en una generosa bolsa desprovista completamente de pelos. Completamente suelta le llegaba casi hasta la mitad de la pierna. En su vientre abultado apenas había vellosidades y se reducía a un pequeño mechón, en la base en donde se unía el pene con el cuerpo.

Con el corazón latiendo a mil, Miguel me dijo: “cógelos, acarícialos…son tuyos ahora” Yo en silencio seguía arrodillada ahora entre sus piernas, sintiendo su calor, percibiendo el suave olor que despedía ese cuerpo camino a la vejez. Sin decir palabra con mis dos manos (que son pequeñas) me puse a intentar adivinar lo que él deseaba. Tomé su suave pene y lo froté despacio con mis dedos, traté de coger sus testículos pero me encontré que decididamente eran tan grandes para mis manos que debía de cogerlos de uno en uno. Me di cuenta como se deslizaban dentro de una bolsa tan suave, de una textura que me daba miedo de dañarla. Él cerrados los ojos, se quedó paralizado y solo escuchaba dentro de su garganta algo así como una respiración agitada. Así estuve un largo rato hasta que noté como su pene empezaba a cambiar de volumen, se hizo más horizontal y más grueso. Una visión alucinante. Las piernas abiertas el escroto colgando y su pene balanceándose con el inicio de una erección que yo la estaba provocando. Mis manos se habían encargado de bajar aquel prepucio y ahora su glande de color obscuro se veía espléndido…instintivamente lo acerqué a mi cara y luego a mis labios que lo besaron y besaron también su delicioso escroto. Más tarde me diría que esa era su primera vez. Después de un buen rato de besar y chupar –yo que no sabía nada de nada- su erección estaba completa y vi como una lágrima cristalina brotaba por la pequeña abertura de su pene. Fue entonces que el se incorporó, de un tirón, aunque no brusco, me quitó el sostén y se empeñó en bajarme con sus manos mi calzonario, a lo cual accedí para acto después caer abrazados en su cama. Listos para nuestro primer acto sexual, él a sus 56 años y yo a mis 18, corría el año de 1967. Él y sus instrumentos que me habían dejado anonadada, serían los encargados de desflorarme.

Me acomodó y el se colocó encima pudiendo sentir el calor que emanaba de su cuerpo grande, voluminoso y suave. Yo para entonces sentía una humedad resbaladiza dentro de mi vagina, lo cual se acentuó al sentir su enorme pene y el suave peso de su escroto entre mis piernas, aplastados casi por su peso. Jadeando y con una voz de ternura me dijo:

“Hijita, permite que entre ésta cosa entre tus piernitas”

Acto seguida tomó mi mano y la llevo para que pudiera coger ese pedazo de carne caliente y rezumando un líquido cristalino por la abertura de su glande. Yo pensaba ¿serán orinas? Inocente de mí. Lo tomé y él sin prisas dejó que lo acomodara en la entrada, con una delicadeza increíble hacía que mis pliegues se fueran adaptando a su enorme glande, cuando notó que ya se había acomodado, empujó apenas sin antes preguntarme: “hijita, te duele?” Yo le asentí con la cabeza pero estaba mareada por el momento que vivía, además era y no era dolor el que sentía, no lo podía determinar entonces. Lentamente sentí como avanzaba dentro de mí aquel delicioso pene, me dolía si, pero solo por momentos. Hasta que empujó algo que sentí  lo detenía en su avance y me dolió…pero luego nada; apenas una pequeña mancha de sangre que mas tarde descubriría adherida a la piel de su oscuro prepucio.  Solo sentí el plácido vaivén de su cadera encima de mí, y el estallido de sensaciones que cual fuegos artificiales recorrían mi ser entero. Sentí también como su generoso escroto generaba un golpeteo delante de mis muslos.

El tiempo que duró aquello , fue corto, fue largo no lo sé. Solo recobré la conciencia cuando un quejido escapó de su garganta. Y los  resoplidos que escapaban por su boca  acariciaban mi cuello, mi cara, mis pechos. Fue cuando me percaté de unos espasmos dentro de mi pequeña vagina, los de el pene de él y los míos propios junto a un torrente de líquido que caliente empezó a llenarme las entrañas. La sensación que se quedaría grabada en mi mente por el resto de mis días. Y me haría por siempre su fiel amante. Dispuesta a complacerlo cuando él y yo lo deseábamos. Cuando el momento nos resultaba propicio. Nunca me imaginé que de su pene brotara tal cantidad, hasta llegar a derramarse de mi vagina. Poco a poco se fue quedando inmóvil abrazado a mí. El y yo con las piernas estiradas, fundidos y sudorosos, con los corazones  acompasados en un solo latido que quizá retumbaba por todo el pequeño convento, testigo del inicio de nuestro tórrido romance.

Desde aquel día yo me convertí en su amante solícita y dispuesta a todo por seguirlo a donde fuera. Poco a poco fui descubriendo sus gustos y preferencias para el sexo. Yo también descubrí que poseía una capacidad inagotable para satisfacerme y satisfacerlo. Descubrí que con el movimiento de mis caderas podía darle un placer que casi lo llevaba a la locura. Yo me empeñé en cumplir sus pequeños caprichos, como aquellos de jugar con sus testículos cuando no había mucho tiempo para el sexo, de hacerlo orinar en una bacinilla por las noches;  de bañarlo, secarlo y cambiarle su ropa interior. De permitirle que cuando ya desfallecido su pene por el trabajo realizado previamente, lo colocara por entre mis piernas para dejarlo ahí aplastado mientras dormíamos y recobrábamos las fuerzas para un nuevo encuentro. De permitirle que  cansado durmiera, con su rostro pegado a mi vagina. De jugar con su escroto recogido y arrugado cuando ya con una erección evidente, sus testículos dejaban espacios vacíos en esa enorme bolsa…Y tantas manías eróticas más que fuimos practicando. Todo para 36 años de felicidad y claro, también de contratiempos y dolor.

Desde que él contaba con 56 años y yo 18 en que me desfloró, su edad no fue obstáculo hasta cuando ya casi llegaba a los 80, en que comenzó a decaer su potencia. Su pene tardaba más en responder a mis caricias y cuando algo lo hacía, prontamente decaía y nos dejaba tanto a él como a mí, con las ganas encendidas. Porque hubo épocas o semanas en las que llegamos hasta las tres veces cada noche, mientras que en los días jugábamos cuando nadie nos veía: fingía agacharse para el suelo con tal que su enorme bolsa se abultara hacia atrás entre sus piernas y yo lo pudiera ver así. Pero eso no importaba, desarrollé una habilidad para con ternura acariciarle con manos y boca, hasta lograr que algo de sus esplendorosos testículos brotara. La cantidad de otros tiempos ya no dejaba rastros, pero éstos juegos nos complacían mucho a los dos. Después de los 80 de él, y ya con problemas de próstata, una cirugía y la decadencia propia de la vejez, nuestros juegos retozones se hacían más espaciados y esporádicos, aunque yo eso si, seguía como si nada . Así él llegó hasta los 92 años de vida. Por las noches con  mis delirios y  mis jadeos,  seguramente empezó a planificar “algo” para que después de mis 50 años me consolara reemplazándolo a él mismo…aunque eso es ya otra historia.