De como empezó mi vida de amo -8

Victor inicia el castigo de Irene y Tania.

Tras comer y descansar un rato, llamé a Tania e Irene.

—Tanía —Dije mirando a la madura— Ve con Irene a la sala de castigos y preparala para lo que haremos. Despues, ven a verme. Te esperaré aquí.

Ella asintió y ambas chicas se fueron. Tras unos diez minutos la mujer volvió.

—Ya esta, Amo —Dijo Tania mirando al suelo— ¿Qué necesita ahora?

—Tengo una pregunta. Manuel dijo que podía hacer contigo lo que quisiese pero ¿Hay algun límite que hayas pactado con él de antemano?

Ella nego con la cabeza antes de contestar.

—No, Amo. Puede usarme para lo que le apetezca: desde tareas domésticas hasta desahogo sexual. No hay ningún límite, salvo los de sentido común.

—¿Muerte y daño irreparable? —Pregunté yo, ella asintió— Perfecto —Dije antes de bajarme los pantalones para enseñar mi erecta verga y sentarme en el sofa— Cabalgame.

Ella asintió y se colocó a horcajadas sobre mí. Lentamente se penetro hasta el fondo, llegando al orgasmo al momento en que sintió que estaba llena de mí. Tras esperar unos segundos para recuperarse empieza a moverse, lentamente mientras me dió unos picos, calibrandome por si quería morrearme con ella.

Tras unos minutos empezamos a dejarnos llevar, ella se movía frenéticamente mientras nos comíamos la boca desesperados. La follada alcanzó niveles épicos mientras botaba encima mía descontrolada.

—Voy a correrme —Avise jadeando, provocando que aumentase más la velocidad hasta que me corrí llenándola de leche el coño. Tras coger aire dije­— Ha sido brutal.

La besé y ambos nos levantamos, la indiqué que se arreglase un poco y ambos bajamos a la sala donde nos esperaba Irene.

La esclava estaba de pie, con los brazos extendidos por encima de su cabeza con las muñecas atadas a unos estribos que pendían del techo. Al verme me sonrió y me acerqué a besarla.

—¿Preparada? —Irene asintió y yo miré a Tanía— ¿Algún consejo?

—Cuando estés disciplinando a una alumna, no la preguntes si esta preparada. Hazlo directamente —Yo asentí.

—¿Y sobre los artilugios a usar?

—Yo soy muy conservadora: latigos, pinzas y cinturones. Pero por si acaso, en el mueble que esta detrás de su esclava he dejado todos los artilugios que tenemos.

Me acerqué al mueble y ví una bonita serie de objetos de fines escabrosos. Me llamó la antención una paleta, de tamaño algo menor que una raqueta de padel. Era de madera, bellamente decorada y con un centenar de pequeños pinchitos en el centro de la cabeza.

Me decidí por ese objeto y me acerqué a Irene por la espalda, rozando los pinchos de la paleta por sus nalgas. Ella se tensó y yo la avisé:

—Voy a empezar con cinco golpes con esta paletas en las nalgas.

Irene asintió y yo descargué un primer golpe bastante suave en la nalga derecho. Provocando un gémido en Irene.

—Amo —Dijo Tanía llamando mi atención— No debería ser tan benevolente, a fin de cuentas esto es una práctica para las sesiones de castigo de verdad.

Yo asentí, a sabiendas de que en una sesión de castigo debería usar mucha más fuerza. Cogí impulso y el segundo golpe fue en la misma nalga, pero con bastante más fuerza. Esta vez Irene se tensó completamente y apretó los dientes.

—¿Cuantos golpes llevamos? —Le pregunté a Irene.

—Dos, Amo.

Yo sonreí y descargué el tercero, esta vez con toda mi fuerza. Irene soltó un grito y se retorció.

—¿Y ahora?

—T-tres —Dijo mi esclava jadeando.

El cuarto golpe fue con la misma fuerza que el tercero y, para el quinto, baje bastante la fuerza. Cuando acabamos esta primera tanda el culo de Irene estaba enrojecido. Se lo acaricié con un dedo, provocado que Irene se retorciese, intentando alejarse del dedo que la debe de estar provocando un gran escozor.

Deje libre su culito y la acaricié ambas tetas y pezones. Tras unos segundos bajé hasta su sorprendentemente humedo coño.

—¿Y esto? —Pregunté con sorna.

—No puedo evitarlo —Dijo Irene poniéndose roja— Solo de pensar que eres tú quien me esta sometiendo me pongo mala.

Yo la acaricié un poco el coño y despues la bese.

—Tengo una idea —Dije y mire a Tania— ¿Aquí tenemos vibradores? —Ella asintió—Pues trame uno mediano, no muy grueso.

La mujer asintió y fue a rebuscar en uno de los armarios, no tardó mucho en elegir uno de unos 15 centimetros, del grosor de mi polla y color negro. Yo se lo enseñé a Irene.

—Este es el juego: Te lo pondré a la máxima velcidad unos seis minutos, si lo aguantas sin correrte, esto se acaba. Si fallas, cincuenta latigazos y diez correazos.

Ella asintió un poco pálida.

—Tania, trame una venda para los ojos.

En pocos segundos me trajo una pequeña venda de seda azul que rápidamente coloqué alrededor de los ojos de Irene, despues le dije a Tania al oido:

—¿Como tienes las braguitas?

—Empapadas —Dijo la mujer susurrandome al oido.

—Pues dámelas.

Se las quito y le mandé a Irene abrir la boca, para después colocarle en ella las bragas de Tania.

—No las escupas —La dije acariciándola los pezones— Ahora, para ayudarte con el tiempo te pondre un regalito.

Tras esto, cogí dos pinzas para los pezones y se las sujete a los pezones, provocando un pequeño espasmo de sorpresa en Irene. Pero aguantó la compostura. Tras esto, hice a un lado sus braguitas y la penetré lentamente con el vibrador e inicie un lento mete-saca con cinco penetraciones antes de dejarlo quieto sujeto por las braguitas de mi esclava.

—Un segundo —Dije mientras colocaba la cuenta atras en el movil— Perfecto. Tres, dos, uno !Ya!

Accioné el vibrador a toda potencia y el móvil al mismo tiempo. Irene sufrió varios espasmos y al sentir la acción del vibrador.

Durante los siguientes minutos Irene aguanta como podía las embestidas del juguetito mientras Tania y yo nos magreabamos como adolescentes, cuando quedaban 30 segundos para terminar el tiempo, Irene estaba completamente sudada y se retorcía para intentar evitar el orgasmo.

Yo me acerqué a ella, pues quería ganar el juego y al oido la ordene:

—Correte.

Unos segundos más tardes se corrió abundantemente entre espasmos y retorciéndose hasta el punto de parecer la niña del exorcista.

Tras esperar a que se calmase me acerqué a ella y la quité las bragas y la venda. Ella me sonrió y la enseñé el movil:

—Te han faltado 12 segundos —Dije sonriendo— Toca castigo.

Ella se puso pálida.

—P-pero tú, t-tu dijiste que m-me corriese.

—Sí —Admití— Pero las reglas son las reglas.

Ella miró al suelo, pero no me llevó la contraria.

—Tú —Dije mirando a Tania— Fuera.

Cuando se fue bese a Irene.

—Cinco correazos y quince latigazos. No quiero ensañarme sin necesidad.

Ella asintió.

—¿Con cual quieres empezar?

—Cinturon —Dijo ella con decisión.

—Lo mejor para el final, ¿eh? —Ella asintió— Pues empecemos. Los correazos iran al culo.

No la hice esperar y ella tensó su culete. Los cinco correazos fueron rápidos y fuertes, provocando lágrimas en mi esclava que aguantó la compostura admirablemente.

Cuando terminé la ví el culo, completamente rojo y con restos de sangre. Rápidamente, para no alargar esto más de lo necesario cogí el latigo y, tras avisarla de que la daría en la espalda, descargué otros cinco rapidos sobre ella.

Irene desde el segundo lloró y grito sin intentar impedirlo. El quinto fue demasiado para mí y no pude seguir. La solté de los estribos y la ayudé a mantenerse en pie. Se apoyó sobre mí y me sonrió:

—¿Te ha gustado? —Dijo ella con una vocecita.

—No ha estado mal. Pero no creo que pueda repetirlo, al menos no contigo. No me gusta hacerte daño.

Ella levantó la cabeza para intentar besarme y yo me dejé querer. Tras unos pequeños besos salimos de la sala y fuimos al salón, donde nos esperaba Tania.

—Acompaña a Irene a mi habitación y pon crema en las heridas de Irene, como le quede una única sola marca lo pagarás claro.

Ella asintió y guió a Irene a mi habitación. A los cinco minutos bajó Tania.

—Ya esta durmiendo, Amo —Dijo poniéndose delante de mí— ¿Cuando tendremos mi castigo?

—Esta noche, antes de cenar —Ella asintió— Ahora desnudate, quiero volver a follar.

Ella se desnudó y me desnudó, después de besarnos la empujé suavemente los hombros hacia abajo y me empezó ha hacer una paja con suavidad, tras unos segundos decidí que quería probar sus habilidades orales.

—Enseñamé que sabes hacer con esa boquita, preciosa.

Ella sonrió y se metió mi polla en la boca, obsequiandome con la mejor mamada de mi vida. Mucho mejor que cualquiera que me hayan hecho nunca, incluso que las de Irene. En apenas dos minutos me corrí en su boca, pero con gran maestria tardo segundos en volvérmela a levantar.

—Ponte a cuatro en el sofa.

Ella se levantó y se dirigió al sofa, se puso a cuatro, me miró con una sonrisa, movió el culo como una perrita y dijo:

—Esta perrita quiere que su dueño la folle.

Esa frase acabó de ponerme a mil y practicamente me abalancé sobre ella y se la metí de un empellon. Empecé a follar a cien por hora acompañado por los gritos y gémidos de Tania.

Tras unos minutos volví a correrme, esta vez en su interior. Cuando salí de su interior, Tania empezó a masturbarse furiosamente hasta que se corrió abundantemente.

Me acerqué a ella, que se estaba recuperando del orgasmo y la pegué un fuerte azote en el culo.

—¿Quién te ha dado permiso para correrte, puta?

—Lo siento, Amo —Dijo ella mirándome un poco asustada— No me pude resisitr.

—Te has ganado cinco correazos con el cinturon en el castigo —Ella asintió— Vete a descansar, esta noche no podrás hacerlo.

Ella volvió a asentir y desapareció en el piso de arriba. Yo volví a mi habitación y, con cuidado, me tumbé al lado de Irene y me dormí.

Varías horas más tarde, a las ocho y media, me desperté con Irene agarrada a mí. Al moverme para intentar salir la desperté y me besó.

—¿Qué tal estas, Señor? —Preguntó ella sin soltarme.

—Ahora mismo, en el cielo. Pero... ¿Y tú?

—Yo bien, con un poco de escozor en el culo y en la espalda. Pero nada más. Gracias por perdonarme los latigazos finales.

—No me des gracias por eso, coño. Perdon por ensañarme contigo.

—No te disculpes —Dijo ella forzando una cansada sonrisa— Aquí me hicieron cosas peores.

—¿Tania? —Ella asintió— ¿Qué te hizo?

—No quiero hablar de ello. Pero tu fuiste un cielo en comparación. ¿La habrás castigado ya, no? Me hubiese gustado verlo.

—No. No lo he hecho todavía —Ella me miró sorprendida— Quería que lo hicieses tú.

—¿Perdón?

—Lo que has oido. Quiero que la devuelvas cada golpe que te dió.

—Podría matarla. La odio, la odio mucho.

—Eres un verdadero cielo, Irene. Jamás podrías matar a nadie, si no puedes matar ni a una mosca: te he visto atraparlas para soltarlas por la ventana.

Ella sonrió.

—Si quieres, Señor —Dijo ella besándome— Lo haré.

—Una última cosa, en privado no me llames Señor, llámame Victor.

—Lo haré —Ella sonrió— Victor —Y me besó.

Tras morrearnos un rato ambos nos levantamos y fuimos al salón. Donde nos esperaba Tania.

—Señor, Irene —Dijo Tania saludándonos al vernos.

—Tania —Dije al verla— Vamos a empezar tu sesión de castigo.

Ella asintió y se empezó a desnudar. Cuando se dirigió hacia la sala de castigo, llamé su atención:

—Tania —Ella se dió la vuelta— El castigo te lo aplicará Irene en solitario —Tania se quedó completa y absolutamente pálida.

—Sí, señor.

—Irene, grabalo, después querré verlo.

Irene asintió y ambas se dirigieron a la sala de castigo y yo puse la televisión. Tuve suerte y estaba echando un partido del Real Madrid. Me centré en el partido y, cuando llevaban treinta minutos del segundo tiempo Irene y Tanía salieron.

Irene se acercó a mi y me besó con absoluta pasión. Cuando nos separamos me fijé en Tania.

—Señor, me gustaría irme a descansar —Dijo Tania con una voz quebrada. Yo asentí— Gracias, Señor.

—Irene, ve con ella y ayudala. Aplícale crema y antibióticos si lo necesita.

Irene asintió y ambas desaparecieron. Yo me puse ha hacer la cena. Pensando que este ha sido un buen día.