De como empezó mi vida de amo -5
Victor por fin recibe noticias malas de su empresa pero como suele decirse, cuando una puerta se cierra se abre una ventana. Una comida dará lugar a un excitante juegecito entre amo y esclava
Al día siguiente recibí la gran noticia: estaba despedido. No me sorprendió, en estas situaciones buscar cabezas de turco era lo más normal del mundo y teniendo en cuenta que mi queridísimo jefe practicamente me había vendido con su discursito, solo suspiré y lo acepté con dignidad.
Cuando llegué a casa Irene se sorprendió de verme tan pronto, justo antes de comer y se preocupo cuando le conté mi despido.
—¿Qué harás ahora? —Preguntó mientras me hacía un suave masaje en los hombros.
—En un principio llamaré a Manuel. Dijo que tenía influencia, veré que puede hacer.
Irene se apoyó en mi espalda, apretando con sus pequeños pechos mientras una de sus manos bajaba lentamente hacía mi pene. Sonreí al ver sus más que claras intenciones. La besé y la impedí seguir bajando con la mano. Ella me miró contrariada.
—Prepárate para salir. En quince minutos te quiero ver lista. No es necesario que sea muy elegante.
—Si, Señor.
Se dirigió al piso de arriba, para cambiarse y asearse. Yo aproveché para llamar a Manuel. Al segundo tono contestó una voz de mujer.
—¿Sí?
—Buenos días, soy Victor. Quiero hablar con Manuel.
—Un segundo —Escuché como la mujer le llamaba— Ahora se pone.
—Gracias
Tras unos segundos, la voz de Manuel me saludó al otro lado del teléfono.
—Victor. ¿Que tal todo?
—Pues no muy bien. Me han despedido.
Manuel suspiró y pensó durante unos segundos.
—Podría hacer que te volviesen a contratar. Posiblemente con aumento de salario y en un mejor lugar —Hizó una pequeña pausa— Pero se sincero: ¿Quieres volver o te gustaría trabajar para mí?
El ofrecimiento me sorprendió hasta el punto de descolocarme.
—¿Para usted? —Dije sin poder ocultar la sopresa en mi voz.
—Sí. Tengo vacante un puesto de adiestrador y necesito a alguien de confianza.
—¿Qué deberia saber del trabajo? —Casí pude notar como sonreía.
—¿Qué te parece si quedamos mañana para comer y te lo explico en persona? Estas cosas me gusta hablarlas cara a cara.
—Claro. ¿Donde?
—Mi ayudante te enviará un mensaje con la dirección. ¿Sobre las dos te va bien?
—Claro.
Nos despedimos y colgó. Yo fuí a cambiarme. Cuando acabé Irene ya me estaba esperando en la puerta. Se había puesto una faldita y una blusa. Estaba de muerte.
—¿Adonde iremos, Señor?
—A comer fuera.
Durante el tiempo que tarde en cambiarme se me ocurrio una idea algó perversa. De camino al restaurante decidí parar en sex shop que veía siempre que volvía del trabajo. Cuando entramos Irene parecía un poco confundida y bastante nerviosa.
—¿Que hacemos aquí? —Preguntó susurrandome al oido.
—Buscar algo para amenizar la comida.
Me acerqué a la dependienta. Una jovencita de no más de 25 años.
—Hola —Dije poniendo la mejor de mis sonrisas— ¿Podría ayudarme?
—Claro —Dijo la joven.
—¿Cual es vuestro vibrador mas discreto?
—Síganme.
La joven nos llevó hasta la sección de vibradores y se puso a ojearlos.
—¿Inalambricos? —Yo asentí. La chica eligió uno rosa y no especialmente grande— Yo os recomiendo este. Esta bien de preció y tiene tres niveles de potencía.
—¿Te gusta? —Le pregunté a Irene. Cuyo nivel de rojez estaba fuera de cualquier escala. Ella asintió y me apretó la mano fuerte— Pues nos lo llevamos.
Tras pagar volvimos al coche. Donde empecé a ojear las instrucciones. Menos mal que tenía cargador por usb y pude cargarlo en el coche de camino al restaurante.
—¿Cómo va a amenizar ese vibrador la comida? —Preguntó con curiosidad. Yo sonreí como una hiena. Ella abrió los ojos de par en par— ¿No querrás que me lo ponga mientras comemos? —Ensanché más mi sonrisa— ¡Estas loco!¿Y si alguien nos pilla?
—Tenía pensado que una esclava dice que sí a todo.
—Pero...
—Ni peros ni ostias. Cuando lleguemos al restaurante, vas al baño y te lo pones.
—Sí, Señor.
Cuando aparcamos se metió el vibrador en el bolso y me siguió al restaurante. Pedí una mesa y a los cinco minutos estabamos sentados.
—¿A que esperas? —Pregunté con impaciencia— Vamos, ve a ponerte mi regalo.
Ella suspiró y me miró con ganas de querer pegarme. Pero se levantó y se fué al baño. Unos minutos despues volvía. Me hizo gracia su andar raro, sus manos pegando la falda a sus piernas y sus miradas furtivas a todos lados. Cuando le quedaban unos cinco metros para llegar a la mesa encendí el vibrador y le puse el nivel de potencia más bajo, provocando un respingo de Irene y una mirada de miedo. Aceleró el paso hasta llegar a la mesa, sentarse y tomarse todo su vaso de agua de un trago.
—¿Todo bien? —Pregunte inocente.
—No. Esto es super incomodo y me da miedo que me pillen.
—¿Sí? —Me quité uno de los zapatos y deje mi pie al aire libre— Abre las piernas.
Ella me miró con desconfianza pero abrió las piernas, sin perder tiempo mi pie se coló entre ellas y se posó en su encharcado coñito.
—¿Incomodo y con miedo? —Sonreí con aire vacilon y baje el volumen de mi voz.— Pues parece que tu coñito no piensa igual.
—No lo controlo.
—Ya, ya. Eso dicen todas.
El resto de la comida transcurrió con cierta normalidad. Salvo cada vez que pasaba alguien cerca de la mesa o venía algún camarero, que ponía en marcha el vibrador e Irene pegaba respingos en el asiento.
Finalmente terminamos el postre. Cuando estabamos a punto de irnos decidí poner toda la carne en el asador y, sin avisar, puse al maximo el vibrador. Irene pego un saltito y soltó un involuntario gemido, que nadie pareció escuchar. Se puso completamente tensa y con ambas manos se agarro a la mesa.
Su respiración empezó a entrecortarse mientras con los labios me decía "Para por favor" una y otra vez. Noté el momento exacto en el que se corrió en el asiento. Con una gran entereza no hizo ningún ruido y puso una cara de poker. Unos minutos más tarde, cuando se había tranquilizado, nos levantamos y nos fuimos.
Nos montamos al coche, y en un segundo se quitó el vibrador, completamente mojado de sus fluidos y nos pusimos de camino a casa.
—¿Has disfrutado el orgasmo?
—¡Claro que no! —Dijo ofendida— ¡Estaba aterrada!
Yo sonreí.
—Pues tengo que compensarte. Masturbate de camino a casa.
—¿¡Qué!? No. Alguien podría verme por las ventanas del coche.
Yo suspiré. Iba a tensar la cuerda.
—Mira, esclava. Hoy te has negado a lo que te he ordenado dos veces y te has quitado el vibrador sin mi consentimiento. ¿Es una etapa rebelde?¿Tendré que castigarte para que vuelvas a ser una buena sumisa?
Ella me miró con una cara que se podria traducir como "¿En serio?"
—Te voy a dar una última oportunidad. Deben de quedar unos diez minutos para llegar a casa, si en ese tiempo te masturbas y te corres no te pasará nada. Pero si te sigues negando o no te corres, al llegar a casa te romperé ese culito y me da igual lo mucho que te duela.
Ella se puso completamente palida. Su culo era un tema tabú. Lo habíamos intentado varias veces y siempre habíamos parado por que a ella le provocaba mucho dolor. Aunque podría haberla obligado ya que su sentido de la sumisión es muy fuerte y lo habría aguantado no me gusta hacerla daño sin razón. Pero ahora mismo acompañé mis palabras con una mirada severa y mi mirada de mayor desprecio.
Irene, finalmente, empezó a masturbarse. Una de sus manos bajó hasta su coñito mientras la otra jugaba con sus tetitas. Al principio lo hacía con cierta lentitud, mirando fugazmente por la ventana, buscando coches y paraba completamente cuando me adelantaban o yo adelantaba. Pero cuando vió que ibamos a llegar a casa, empezó a masturbarse furiosamente sin importarle quien la viera.
—Quiero escucharte —La dije mientras hacía lo posible por no desviar la atención de la carretera.
Sus gemidos rápidamente aumentaron de volumen. De repente empezó a decir mi nombre mientras se masturbaba, lo que provocó que mi pene, que ya estaba duro, alcanzase una rigidez envidiable, pero dolorosa.
Enfilamos la calle de nuestra casa e Irene aun no se había corrido, aumento aun más si cabe el ritmo de sus caricias y, finalmente, cuando entrabamos al garaje ella se corrió gritando mi nombre. Menos mal que el garaje es privado y nadie más tiene acceso a el, pues si llega ha haber alguien más en el garaje habría escuchado el grito de mi esclava.
Irene acabo deshecha en el asiento, que estaba completamente mojado. Esperé unos minutos a que se recuperase y la bese. La mire fijamente a los ojos con la mejor de mis sonrisas. Ella tambien sonrió y, tras ponerme la mano en la nuca, me empujó hacia ella para besarme. Cuando nos separamos la dije:
—Te has corrido en el garaje y, tecnicamente, el garaje es parte de la casa —Ella se puso completamente pálida— Cuando lleguemos a casa prepara todo lo necesario para desvirgarte el culito y esperame desnuda en tu habitación.
Ella me miró suplicante pero yo me encogí de hombros. Ella bajó la mirada.
—Así lo hare, Señor.
Entramos en casa e Irene subió rapidamente a su habitación. Unos minutos más tarde me avisó de que estaba todo listo y yo la dije que me esperase en su habitación. Con intención de hacerla sufrir espere durante dos horas antes de subir a su habitación. Cuando entré Irene, que estaba sentada en la cama, se levantó.
—¿Lista? —La dije mientras pasaba una mano por sus nalgas, lo que provocó que se pusiese completamente tensa.
Ella asintió y yo la bese. Estuvimos así, solo besandonos, durante cerca de cinco minutos. Hasta que noté como se relajó un poquito. Después la coloqué en la cama y empecé a lamerla su tesoro. Rápidamente empezó a mover sus caderas intentando aferrarse a mi boca, mientras gemía en bajito.
Tras un rato, la puse a cuatro patas y empecé a tantear su entrada trasera con mis dedos, buscando agrandar un poco el agujero, lo que provocó que la tensión y el miedo volviesen de golpe al cuerpo de mi esclava.
—¡Dios! —Exclamé impaciente— ¡Qué ganas tengo de destrozarte este culito!
Ella soltó un pequeño sollozo y yo empecé a embardurnar mi pene con lubricante, lo mismo hice con su culito. Cuando consideré que tanto mi pene como su trasero estaban lo suficientemente lubricados y su entrada lo bastante agrandada empecé a dar pequeños empellones con mi pene en su culo. No eran lo bastante fuerte como para penetrarla pero si como para que Irene pensase que ese era el definitivo.
La tensión en ese momento se podría cortar con un cuchillo. Decidí elevarla más. Me apoyé sobre ella y empecé a masturbarla con una mano y la dije al oido:
—Cuando quite la mano, te penetraré hasta el fondo de un único empujon.
Ella asintió y yo me fijé de que estaba a puntito de llorar. En unos minutos mis caricias empezaron ha hacer efecto en su ligeramente húmedo coñito, pues empezó a encharcarse e Irene empezó a gemir otra vez.
Justo cuando estaba en medio de un potente gemido, quite la mano de su coño y grite:
—¡Para dentro!
Ella volvió a tensarse y yo se la meti hasta el fondo y sin miramientos por su húmedo coñito. Ella, sorprendida al verse penetrada por ese orificio perdió el equilibrio y acabo con la cara contra el colchón mientras intentaba coger aire.
Tras un brutal mete-saca ambos nos corrimos abundantemente a la vez y yo salí de dentro de ella. Me tiré a su lado, la bese y la dije:
—Hemos terminado.
—¿Ya? —Dijo ella sorprendida y esperanzada— ¿No me vas a desvirgar el culo?
Yo sonreí.
—Nunca tuve la menor intención. Si alguna vez te desvirgo el culo, será porque me lo pidás tú.
De repente toda la tensión y el miedo acumulados dentro de Irene se manifestaron en unos llantos a pleno pulmon. Empezó a llorar mientras refugiaba su cara en mi pecho.
—Esta..ba asus...tadi...sima —decía entre llanto y llanto—Pensa..ba que ibas... ha hacer...me mu...cho da...ño.
La empecé a acariciar el pelo y la espalda mientras la comía a besos.
—¿No sabes que no me gusta hacerte daño simplemente porque sí?
—Pe...ro yo me ne...gue en el resta...urante y en el co...che.
—Anda, tonta. Tranquilizate y descansa.
Me dió un besito y se acurrucó a mi lado. Nos tape con las sabanas y ambos nos quedamos dormidos.