De como empezó mi vida de amo -2
Victor e Irene pasan su primer día como amo y esclava.
Dormí como hacía meses que no dormía. Con total tranquilidad. Unos minutos antes de las seis y media (habia puesto mi propia alarma a las seis y veinte) noté como se abría la puerta de mi habitación. Queriendo ver como se las ingeniaba para despertarme me hice el dormido.
Noté como las sabanas de mi cama se abrían por el otro extremo y como el colchón cedió ante el peso de mi nueva esclava. Me empezo a acariciar el pecho con dulzura mientras al oido me decía con su vocecita que ya eran las seis y media.
En un principio pensé en seguir haciéndome el dormido, pero las ganas de ver a mi esclava me superaron. Abrí los ojos y la miré regalándola la primera sonrisa del día.
—Buenos días, esclava.
Como respuesta me beso abriendose paso a la fuerza con su lengua en mi boca. Tras unos segundos nos separamos. Ella se sentó en la cama.
—Voy a prepararle el desayuno —Dijo desperezandose— ¿Cafe y tostadas le parecen bien, Señor?
Asentí y ella hizo el ademán de levantarse, pero se lo impedí cogiéndola del brazo y tumbándola en la cama. Rápidamente me coloque encima de Irene y la devoré la boca. La joven abrió las piernas para que me acomodase entre ellas.
Con una mano me bajé el calzoncillo lo suficiente para que mi erecto pene saliese a saludar. Seguidamente, aparté su tanga y la penetré en su sorprendentemente humedo coñito. Irene arqueo la espalda y yo cogí sus manos con las mias y las puse por encima de su cabeza.
Las embestidas eran bastante rápidas y potentes, pues tiempo no era lo que tenía. Irene parecía disfrutarlo sinceramente mientras alternaba besos con morderme el cuello. Finalmente me vacié en su interior. Supe perfectamente que ella no había llegado al orgasmo pero no pareció importarle pues me volvió a besar y, ahora sí, se levanto para asearse y preparar el desayuno.
Tarde unos quince minutos en bajar, ya duchado y arreglado a la mesa del desayuno. Había dos platos con tostadas y sendas tazas de cafe. Irene me esperaba de pie frente a la mesa.
—Tiene buena pinta —Dije al acercarme. Ella me obsequió con una sonrisa— Desayunemos.
Las tostadas estaban más buenas de lo normal. Supuse que era porque las había preparado una devota esclava. La miré mientras comía con avidez.
—¿Ayer no trajiste tus cosas? —Pregunté al recordar que no había traido una maleta ni nada parecido. Ella negó con la cabeza— ¿Te lo traeran pronto?
Ella miró el plato.
—No tengo nada más que lo que traje puesto —Dijo un poco avergonzada— El resto se lo quedó el Señor Manuel como garantía.
—Pues tendrás que ir a comprar. Te acompañaría pero en la empresa estamos en un momento delicado. Te dejare dinero. ¿Quinientos euros serán suficientes? Tienes que comprar tambien cosas de higiene personal, ¿no?
La chica abrió los ojos sorprendida.
—¿Quin... quinientos? —Ella empezó a negar vehementemente con la cabeza— No. No es necesario. Con un par de vaqueros, otro par de camisas y unas pocas cosas de aseo tengo bastante. No se tiene que gastar tanto dinero en una esclava.
—Yo me gasto lo que quiero cuando quiero. Que para eso es mi dinero.
Ella bajó la cabeza con un cierto toque de temor.
—Sí. Lo siento. Quinientos serán suficientes, Señor —Ella me miró dubitativa.
—¿Quieres algo?
—¿Tengo que comprar la... ya sabes... la...? —Dijo ella poniendose roja otra vez.
—¿La? —Dije con interés— ¿Necesitas algo importante?
—Píldora —Dijo por fin— ¿Cuando se acueste conmigo lo hara al natural o se pondrá protección?
—Depende del día, pero normalmente querré follarte a pelo. Asi que sí, comprate la píldora.
Tras comer me levanté y me acerqué al pequeño mueble que tengo en la entrada de la casa. Cogí las llaves de repuesto y se las dí.
—Puedes tomarte todo el tiempo que necesites para ir a comprar. Simplemente asegurate de cerrar bien y no quedarte sin dinero para volver.
Ella asintió. Me lavé los dientes y me fui a trabajar tras recibir un pasional beso de mi esclava.
La mañana en la empresa fue muy dura. Mi grupo de trabajo, formado por cinco personas, se encargaba de la parte informática del proyecto. Casi todo el software del nuevo móvil que sacaría la empresa al mercado sería realizado por mi grupo. Lo que, teniendo en cuenta que tres eran unos completos ineptos en la programación en general implicaba que mi trabajo se veía casi duplicado por tener que arreglar lo que ellos hacían.
Por suerte, tuve un pequeño respiro media hora antes de la hora de la comida. Lo aproveche (junto con el descanso de la comida) para leer todo lo que pude en internet sobre relaciones amo-esclava.
Lei un gran numero de relatos de amos perversos que provocan un dolor físico brutal a sus esclavas por el simple hecho de hacerlas sentir el dolor, mientras otros mas benevolentes solo usaban el castigo físico para reconducir conductas.
Por otra parte, otro grupo de amos prefería "domar" a sus esclavas mediante el sexo. Llevarlas al limite físico y mental de caracter sexual para dejarlas insatisfechas una y otra vez, hasta que consiguen que ellas claudiquen y se entreguen completamente a ellos.
Pese a que el último grupo era divertido de leer y me dieron varías ideas, no tenía la necesidad de hacer eso con Irene. Desde el primer momento había demostrado su sumisión.
Pero la parte de hacerla un poco de daño me atrae muchisimo. Azotarla, atarla, forzarla... Quiero hacerlo, pero tengo que tener una razón. Tampoco quiero parecer un amo inmisericorde.
Con eso en mente pasé el resto de la tarde y el camino a casa. Estaba entrando por la puerta cuando escuche los acelerados pasos de Irene dirigiendose a toda prisa hacia la entrada.
Cuando la ví no vestía los vaqueros y la blusa roja de ayer, ni solo su ropa interior como esta mañana. Llevaba puesto un sexy camison azul que la llegaba hasta las rodillas. Poco le faltaba para ser un picardías.
Practicamente se tiró en mis brazos para besarme.
—Veo que has ido a comprar —Dije señalando con la mano su camison.
—Sí, Señor —Dijo ella sonriendo— Tengo el resto en mi habitación. ¿Quiere verlo?
Asentí y la seguí hasta su habitación. Era como la mía: una cama de matrimonio, un armario, una comoda, ventana y balconcito. Sin embargo, estaba completamente sin decorar. Ni una foto ni nada.
Cuando abrió el armario lo ví lleno de ropa. Irene sacó unos conjuntos aparentemente al azar.
—Estos son los que más me gustan. Este... —Levanté la mano para callarla.
—Posa con ellos.
Ella asintió. Cogió la ropa y puso dirección al baño. Durante quince minutos estuvo haciendome un pase de modelos privado. Con cada nuevo conjunto se repetía el mismo proceso: aparecía nerviosa por si me gustaba lo que había elegido, giraba sobre si misma, me besaba y se iba a por el siguiente. Tras los quince minutos volvió a la habitación.
—¿Has comprado ropa interior? —Ella asintió— Enseñamela.
Se dirigió al último cajon de la comoda y sacó varios sujetadores y braguitas bastante normales.
—¿No has comprado nada más provocativo? —Se sonrojó— No entiendo como puedes sonrojarte con estas cosas después de lo que hicimos ayer y hoy.
—No puedo evitarlo, soy así, Señor —Tras decirlo rebuscó al fondo del cajon y sacó algo mas interesante: varios picardías, bragas y sujetadores de encajes.
—Que buen material. Tienes buen gusto. ¿Con quien los usarás? —Ella me miró con extrañeza, como no respondió tuve que insistir— Te he hecho una pregunta: ¿Con quien los usarás?
—Con usted, Señor —Dijo ella poniendose un poquitín más roja— Solo con usted.
Yo pensaba divertirme un poco.
—¿Y porque ibas a usar algo asi conmigo?
Subió otro nivel de rojez.
—Para excitarle, Señor.
Fingí sorpresa.
—¿Y porque tú ibas a querer excitarme?
Ella llegó a un nivel de rojez extremo.
—Para tener sexo con usted.
Yo solté una carcajada y me levanté.
—Porque no me demuestras cuantas ganas tienes de tener sexo conmigo —Dije señalandome el paquete con una mano.
Irene me dió un pico en los labios antes de arrodillarse. Me bajó los pantalones y empezó ha hacerme una paja mirandome a los ojos. Lo hacía apretando lo justo con la mano mientras se pasaba la lengua por los labios.
"¿Como se puede ser tan jodidamente excitante?" —Pensé al verla en esa posición y haciendo esos gestos.
—Que aproveche —Dijo Irene antes de engullir la mitad de mi polla y empezar a comerme el pene con ganas.
Alternaba el chupar propiamente dicho con lametazos por todo pene. Ví como una de sus manos desaparecía entre sus muslos. Se estaba masturbando mientras me comia la polla y, a juzgar por el frenetismo del brazo, lo estaba haciendo furiosamente.
No tardé mucho en comenzar a sentir como me llegaba el orgasmo. Sin avisar la cogí de la cabeza y la obligué a engullir completamente mi polla mientras disparaba mi semen hacia su garganta.
Cuando por fín termine la solté y empezó a toser, escupiendo parte de mi semen. Decidí aprovechar lo que habia pasado para conseguir hacer una de las cosas que estaba deseando hacer desde que llegué a casa: azotarla.
Cuando dejó de toser me pidió permiso para ir al baño para asearse, cosa que permití. Tardo unos diez minutos en salir y, a juzgar por la cara de felicidad que llevaba, se había acabado de masturbar en el baño.
La lancé una dura mirada, la más fría que pude. Ella la notó al momento y se paró en seco. Perdió el color de la cara.
—¿Pasa algo, Señor? —Dijo ella palida— ¿He hecho algo que le ha molestado?
—Dos cosas, esclava.
—¿Qué es lo que he hecho mal, Señor? —Dijo ella preocupada mirando al suelo— Si me lo dice tendré cuidado de no repetir el error.
Me acerque a ella y la obligue a mirarme levántandola el mentón.
—Cuando te este reprendiendo quiero que me mires a la cara. ¿Entendido? —Ella asintió tragando saliva —En primer lugar ¿Quién te ha dado permiso para escupir mi corrida de tu boca?
—Lo siento, Señor. No me lo esperaba y no pude reaccionar.
—Me la sudan tus excusas, esclava —Ella bajó la cabeza en un acto reflejo. Momento que aproveché para darle una sonora bofetada— Te he dicho que me mires cuando te reprendo.
Ella me miró completamente aterrada y con lagrimas en los ojos. El labio empezó a sangrarle. En ese momento supe que se me había ido de las manos. Me acerqué a ella quien intentó retroceder.
—Lo siento —Dije con la voz más sincera y arrepentida que pude usar— Me he pasado. No volvera a pasar.
Ella intentó recomponerse.
—Ha sido culpa mía. Tendría que haber tragado su semen, Señor.
—Irene, escuchame, esto no ha sido culpa tuya. No te mereces algo como eso. Se me ha ido de las manos. Tendré más cuidado. Pero ahora tenemos algo más importante que hacer: curarte ese labio. Sigueme.
La llevé al baño y la curé el labio lo mejor que pude. Con los minutos pareció tranquilizarse.
—Puedes hacer lo que quieras hasta que te llame para cenar. ¿Quieres algo en especial?
—No es necesario, Señor —Dijo ella con toda la convicción que pudo— Puedo hacerlo yo. Me gusta cocinar.
—Irene. Lo haré yo y punto. ¿Qué quieres?
—Cualquier cosa esta bien.
—¿Seguro? —Ella asintió— Vale. Estate atenta para cuando te llame.
—Si, Señor —Y se fue del baño.
Le eché un vistazo al proyecto antes de ponerme con la cena poco antes de las diez. No me pude concentrar pues me sentía como una mierda por haberle pegado a Irene sin necesidad y provocarle esa herida en el labio. Suspiré.
Preparé tortilla francesa para cenar, rápido y facil. Preparé la mesa y la llamé. Ella bajo al minuto y se sentó a la mesa.
—Tiene muy buena pinta, Señor.
—Gracias —Ella empezó a comer— Prestame atención un momento.
Ella tuvo un pequeño ramalazó de incertidumbre al ver la cara sería que había puesto.
—Entendería que quisieses rescindir los servicios de esclava despues de la bofetada y todo el numerito que monté antes en tú habitación —Ella abrió la boca de la sopresa— Eres libre de hacerlo.
Ella parecía no creerse lo que estaba oyendo.
—¿Va en serio? —Dijo con el cubierto a medio camino de su boca. Asentí y ella suspiró— No te preocupes por la bofetada, he soportado cosas peores cuando me entrenaban.
—¿Cosas peores? —Ella asintió— ¿Que te hicieron?
—Latigazos, correazos, puñetazos, pinzas en el cuerpo y cosas así.
Yo estaba horrorizado.
—¿Por que te hacían eso?¿Por que les dejabas?
—Lo sufría por que no hacía las cosas al nivel de perfección o de la forma que el Señor Manuel esperaba. Y lo soportaba por mi madre. En el contrato que firme con el Señor Manuel me comprometía a varias cosas para que él se hiciese cargo de los cuidados de mi madre. Una de esas cosas eran los castigos físicos. Por eso te digo que una bofetada no tiene importancia, Señor.
—Joder, no tenía ni idea.
—No se preocupe. Y, sobre lo de rescindir el contrato, no gracias. Soy su esclava, ahora y siempre.
—Pero si hay algo que pueda hacer para compensarte no dudes en decírmelo.
Ella asintió pensativa antes de asentir con una enigmática sonrisa. Seguimos cenando y fuimos al sofa. Ella se acurrucó a mi lado mientras veíamos la televisión. Al cabo de un rato me susurró al oido.
—Ya se que quiero que hagas para compensarme —Dijo mientras ponía una mano encima de mi pene— Quiero que hagas que me corra un monton de veces.
Al escucharla me abalance sobre ella, tumbandola en el sofa mientras la comía a besos. Con rapidez nos desnudamos. Tras contemplar su bello cuerpo empecé a bajar lentamente con mi boca por el cuello, sus senos, su ombligo hasta llegar a su tesoro.
Cuando notó como mi lengua jugaba en su coñito, Irene puso sus manos en mi cabeza, apretándome contra ella. Conseguí que se corriese un par de veces antes de ponerme encima de ella y penetrarla. Ahogó un pequeño gemido mientras mi polla entraba y salía de su encharcado coño, alternando penetraciones largas, profundas y lentas con otras rapidas y cortas.
Volvió a correrse justo cuando yo estaba llegando a mi limite. Usando todo mi autocontrol pude impedir la eyaculación quedandome parado mienras ella recuperaba el aliento. Tras unos minutos de descanso aproveché para ponerla a cuatro patas sobre el sofa y seguir follándomela apoyado en su espalda mientras mi mano libre se acomodaba en su clitoris para estimularlo. Lo que la llevo a un largo y demoledor orgasmo.
Ella cayó sin fuerzas sobre el sofa. Pero como aun no estaba dispuesto a dejarla descansar la cogí en brazos y la llevé a mi cama. Me deje caer con ella debajo en la cama y, en la posición del misionero, la seguí follando lentamente.
Tras unos minutos volvió a tener fuerzas y me encerró con las piernas y se pego a mí con los brazos, retandome con las caderas a aumentar el ritmo. Inicie una última y desbocada follada acompañada por nuestros gritos, jadeos y gemidos. Hasta que ambos nos corrimos abundantemente a la vez.
Caí sin fuerzas sobre una agotada Irene que, inmovil, se quedo dormida debajo de mí. Y yo al minuto tambien me quedé frito.
Unas horas después, cuando el reloj no marcaba ni las tres de la mañana, un placer indescriptible proveniente de mis partes bajas me despertó. De alguna manera estaba boca arriba e Irene me comia el pene con auténtica urgencia.
Cuando vió que estaba despierto, me sonrió y reptó por mi cuerpo hasta colocarse encima de mi pene y empezar a cabalgarme con autentica pasión animal. Yo acompañé con potentes y fieras embestidas.
Tras apenas unos minutos nos volvimos a correr abundantemente y, esa vez sí, ambos dimos por terminada la noche.