De como empezó mi vida de amo 12

Poco a poco se acerca el final. El protagonista le hace un regalo a Irene con respecto a su hermana. Por otro lado debe tomar una drástica decisión con respecto a María, una alumna indisciplinada.

Los días transcurrieron con normalidad. Mantuve mi promesa con Irene a medias, no me habia follado al resto de alumnas ni a Tania, pero seguí follando a escondidas con Alba. Había algo en sus grandes tetas que me hipnotizaba, pero no me malentendáis, no estaba enamorándome, ni siquiera pillándome de ella, simplemente me la follaba de vez en cuando. Una parte de mí se sentía mal pero no podía parar.

Una mañana programé la alarma media hora antes de lo habitual, sin avisar a Irene, que se sorprendió e intentó levantarse para darme el servicio de todas las mañanas: una mamada muy lenta y salivada, seguida de un poco de sexo lento y cariñoso.

Hacía ya varios días que Irene y yo no practicabamos un sexo salvaje y duro, sino más bien algo pausado y calmado. Sin embargo no me quejaba, me gustaba el grado de complicidad que eso demostraba.

Ese día me levante antes que ella, impidiendome que hiciese ninguno de sus "servicios" pero dándola un bonito beso. Ambos nos levantamos, nos duchamos y bajamos rápidamente a la cocina. Las alumnas aún no se habían levantado asi que teníamos un poco de privacidad.

—He preparado un vuelo para Galicia, saldremos mañana —Irene casi se atraganta con su desayuno— ¿Creías que se me había olvidado lo de tu hermana?

—Sabía que no. No te olvidarías de algo tan importante —Irene se levantó y me dió un beso espectacular. Poniéndose ipso facto de rodillas entre mis piernas y obsequiándome con una mamada antológica.

Al rato, mientras Irene seguía con mi polla en la boca entraron las alumnas precedidas de Tania. Ninguna dijo nada, aunque se sorprendieron al ver a Irene en plena faena, vi que a todas salvo a Alba se les cambió la cara y se les pusieron los ojos brillantes. No me dí por aludido y seguí disfrutando del desayuno y del regalito de Irene.

Diez minutos despues ante un casi imperceptible gesto por mi parte, Irene aumentó el ritmo de la mamada hasta que me corrí directamente en su garganta.

Poco despues las alumnas terminaron de desayunar y fueron directamente a la zona de deportes, para empezar con su entrenamiento matutino.

—Esta tarde te daré mil euros —Le dije a Irene, que se sorprendió—Compra con ese dinero lo que quieras para tu hermana.

—No es necesario, cariño —Se apresuró a decir— Tengo mis propios ahorros, le compraré algo con mi dinero.

—Mi dinero es tú dinero y tu hermana es mi cuñada. Cogerás el dinero y no hay mas que hablar.

Ella asintió.

—Saldrás a comprar justo después de comer. No tengas prisa por volver, te relevo de todos tus quehaceres hasta que volvamos del viaje.

Ella asintió y fuimos a lavarnos los dientes. Poco después bajé a la zona de deportes.

—¿Las tienes sin orgasmos? —Dije cuando me acerque hasta Tania, en referencia a las alumnas.

—Sí. Funciona bastante bien para acabar con su orgullo sin tener que romperlas físicamente. Salvo con Alba, claro, que no haces más que follártela.

Solté una carcajada.

—¿Quién te da más problemas?

—María —Contestó sin dudar ningún segundo— Es la más guapa y lo sabe. Y, por tanto, tiene un orgullo acorde.

—Yo me encargaré de ella esta tarde, mañana tendrás a la esclava perfecta.

Durante el resto de la mañana, hasta la comida, no hice nada interesante de contar. Me puse al día con los progresos de las alumnas. Todas iban avanzando a buen ritmo, Maria daba más problemas en cuanto a disciplina, pero nada más. Pero eso se acababa hoy.

Después de comer Irene se fue a Madrid, al centro, para encontrar los regalos perfectos para su hermana, lo cual me daba unas horas de margen para acabar con Maria. Cuando las chicas se dirigieron a iniciar las actividades de la tarde llamé a María. Con quien bajé a la sala de castigos.

Rápidamente se puso a la defensiva, poniendo su faceta más servicial.

—Me han dicho, putita —Dije mientras la pellizcaba el labio inferior— Que respondes con altanería y chulería al resto de empleados de la casa.

—Eso no es verdad —Dijo retrocediendo un poco ante el contacto.

—¿Estas llamando mentirosos a mis empleados?

Ella asintió, provocándo una inmediata reacción: un bofeton que la partió el labio. Trastabilló pero no llegó a caer y retrocedió, asustada.

—Mira, chica. Aquí no eres nadie, no tienes ni voz ni voto. Voluntariamente has dejado de ser una persona, para convertirte en una putita, una esclava sexual que, a todos los efectos, es un coño andante. ¿Lo entiendes? —Acompañé la pregunta con otro bofeton.

Ella asintió, con lágrimas en los ojos.

—No, no lo entiendes. Solo estas asustada y haces lo que crees que va a evitar nuevos golpes. Pero eso, putita, no me vale. ¡Desnudate!

En menos de dos segundos se había desnudado completamente. Yo me acerqué al armario de los instrumentos y saqué unos cuantos: pinzas para los pezones, latigos, cinturones... María se puso pálida.

La coloqué en la cruz sexual que había en el cuarto, atada de pies y manos a la estructura. Despues me acerqué a la mesa donde había dejado los instrumentos y cogí las dos pinzas para los pezones y una mordaza con abertura, que la impide hablar pero al mismo tiempo permite una abertura total y la entrada de instrumentos o pollas en la boca de la pobre chiquilla.

Primero le puse la mordaza, no intentó ni resistirse, despues acaricié un ratito sus pezones, hasta que provoqué su endurecimiento, aproveché ese instante para la colocar las pinzas, provocando un profundo ruido gutural de la alumna. La dejé acostumbrarse unos segundos a la sensación y sin mediar aviso tiré con saña de las pinzas hacia abajo, provocando un gran espasmo de dolor en Maria, quien empezo a sollozar.

Después me acerqué a la mesa y cogí una pinza para el clítoris. E hice lo mismo que con los pezones: lo estimulé y despues se la coloqué. Tras ello le puse unos pesos a las tres pinzas, unos pesos considerables que la hiciesen daño, no dolorcillo erótico, daño puro y duro.

Después cogí el cinturon y golpeé con saña la espalda y las nalgas de Maria, para despues golpear suavemente las pinzas de los pezones. María lloraba a lágrima viva pero no poda hacer más ruidos que extraños ruidos guturales.

Tras ello cogí el consolador más grande que teníamos: 30 centimetros de largo y 10 de ancho y, sin lubricar ni preparar, se lo incruste en el culo con fuerza. Eso fue demasiado para María, quien perdió el sentido. Sin importarme cogí otros dos consoladores, algo menores en tamaño y grosor y se los inserte en coño y boca, asegurándome en el último caso de que no la impedía respirar.

Tras esto salí de allí y reuní a todas las alumnas en el salón.

—Como todas sabéis, María ha sido una alumna indisciplinada que se creía mejor que los demás. Lo que veréis ahora es un recordatorio, un recordatorio de lo que pasará si seguís su ejemplo.

Tras esto bajamos a la sala de castigo. El resto de alumnas se horrorizaron al ver el estado de María. Le hice un gesto a Tania para despertarla, cosa que hizo rápidamente.

Le costó enfocar su mirada, pero cuando lo hizo, me miró con auténtico terror.

—Ahora, todas vosotras, le daréis diez latigazos cada una. Se los daréis con fuerza y saña, si considero que no la golpeáis con la fuerza que la esclava se merece, ocuparéis su lugar. ¿Entendido?

Todas asintieron, completamente pálidas. Hicieron caso a mis indicaciones, golpeando con toda la fuerza que podían. María aguantó malamente el castigo. Cuando todas acabaron la espalda de Maria sangraba ligeramente.

Con ayuda de Tania la bajé de la cruz. Sin fuerzas para sostenerse se dejó caer y se hizo un ovillo en el suelo. Yo me quité los pantalones y me acerqué a ella con la polla completamente erecta. Sin esforzarme conseguí que abriese las piernas, me acomodé entre ellas y la penetré hasta el fondo en su sorprendentemente húmedo coñito.

Pese a tener las manos y pies libres no se movió, simplemente aguantaba las embestidas con la mirada pérdida. Tampoco decía nada, solo soltaba ruídos ininteligibles. La había roto completamente. Tras unos minutos me corrí abundantemente en su interior.

—Curadla las heridas y llevadla a su habitación. Sus obligaciones como alumna quedan suspendidas hasta su recuperación.

Tras esto fuí a ducharme y pocas horas después llegó Irene.

Intentó enseñarmé lo que había comprado para su hermana, pero se lo impedí. Literalmente la arranqué la ropa y la tumbé en mi cama. No tardó ni un minuto en estar lista para recibirme y sin esperar más de lo necesario la penetré con fuerza y profundidaz. Los gemidos de Irene rápidamente inundaron la habitación.

Antes de llegar al orgasmo, giré sobre mi mismo quedando Irene encima mía, quien inmediatamente comenzó a cabalgarme como desesperada. Poco después ambos nos corríamos entre jadeos.

Tras eso quedamos dormidos en los brazos del otro.