De cómo David desvirgó a Abel

Abel, un joven etero, quiere saber qué se siente al tener un orgasmo a causa de una penetración y David, un compañero de trabajo y un animal erótico, se lo proporciona

DE CÓMO DAVID DESVIRGÓ A ABEL

Muchas veces los sentimientos no se eligen, te eligen a ti.

No se porque, pero aquel niñato de mierda me tenía loco.

Ni era mi tipo, ni mi estilo, pero no dejaba de pensar en el.

Soy descendiente de montañeses cántabros. Alto, muy alto. Fuerte, muy fuerte gracias a la genética y a las horas que me paso en el gimnasio para aumentar mi masa muscular. Me encanta lucirme en los locales leather porque es donde puedo lucir mi cuerpo con más libertad y donde causo sensación. Pero donde me encuentro más a gusto es en los locales que frecuentan los "osos" porque son más divertidos y cuando voy con mi camisa de cuadros sin mangas se arremolinan en la pista de baile. Son la hostia de simpáticos.

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Os cuento todo esto para que sepáis cuales son mis gustos y cual mi extrañeza cuando comencé a fijarme en Abel. ¡ABEL!. Si, así se llama.

Las casualidades de la vida hicieron que coincidiéramos en el bar de la empresa a la hora del desayuno. La verdad es que no había reparado en él hasta que un día se puso a mi lado en la barra y lo miré por el espejo. Casi no le miré pero al pedirme el servilletero me fijé en su sonrisa y como se le escapaban unas hebras de vello por el cuello de su camisa. No se porqué, pero me excitó.

Mide como un metro setenta (yo, casi uno noventa). Es menudo, aunque no tiene ni rastro de grasa, castaño claro con el pelo un poco alborotado, barba del mismo color recortada y siempre de traje y corbata.

Yo suelo quitarme la chaqueta del traje al llegar al trabajo, me bajo la corbata y me desabrocho dos botones de la camisa que suele ser blanca. Me gusta que se trasparente la camiseta de tirantes que llevo y los tatuajes de mis hombros. Soy así de chulo. Se que a muchas las tengo locas y creo que a algunos también, aunque en el trabajo no se delatan.

Le acerqué el servilletero, con mi mejor sonrisa. Se que deslumbro a la gente con mis perfectos dientes, mis ojos profundos, mis pestañas negras y mis pobladas cejas. Me retiré el pelo de la frente - Hola, me llamo David. Creo que no nos conocemos.

  • Hola, me llamo Abel y no, no nos conocemos (Mentira, pensé seguro que te has fijado en mi más de una vez), trabajo en la quinta planta.

  • Encantado. Mira que casualidad, dos nombres bíblicos - Le ofrecí la mano y nos dimos un apretón. Me gustó porque lo hizo con fuerza. - Ya nos veremos por aquí.

  • Eso espero.

  • Cómo?

  • Si no nos viéramos es que a alguno de los dos nos habrían despedido. Y espero que eso no pase.

  • Eso espero. Nos vemos.

A partir de ese día pasó algo extraño.

Las siguiente vez que nos vimos, iba sin chaqueta, con la corbata bajada y con los dos primeros botones de la camisa desabrochados dejando ver el inicio de su pelambre castaña.

La siguiente vez vi que se le trasparentaba una camiseta de tirantes blanca bajo la camisa.

Así comenzó el juego.

Otro día probé ir sin corbata, sólo con la camisa abierta cuatro botones para que me viera el comienzo de la camiseta y mi pecho cubierto de vello oscuro. Ese día noté un cierto rubor y su mirada no dejaba de mirar mi escote, cosa que me excitó. Suelo llevar bóxer de tela por lo que pudo notar como mi cipote aumentaba de tamaño (eso me lo imagino, pero que sus ojos estaban fijos en mi pecho doy fe).

Al día siguiente me personé de la misma manera pero con las mangas remangadas hasta los codos, de la manera más campechana del mundo. Abel apareció con la camisa abierta hasta el cuarto botón enseñando su pecho cubierto de vello castaño enmarcado por la camiseta de canalé blanca.

Le miré, le sonreí y me acerqué a él. Me senté en un taburete a su lado y dejé que mi muslo rozara el suyo. No hizo ademán de apartarse, dejó su pierna donde estaba y yo aproveché para acariciarla un poco más con la mía mientras me acercaba a su cara para susurrarle: - ¿A qué coño estámos jugando?.

  • Yo no estoy jugando a nada. Me gustas, eso es todo.

Me quedé en silencio. Le miré sus ojos color caramelo. Sus labios carnosos y rosados. Le sonreí...y no supe que contestarle. Me gustaba a rabiar, pero no sabía que hacer...no sabía como comportarme con ese chaval tan...tan...poca cosa...tan pequeño... pero tan apetecible como un fruto.

Nos miramos fijamente en silencio. El calor de su pierna era excitante. Le puse la mano en el muslo y noté como una ligera descarga le recorría el cuerpo, se lo apreté con delicadeza y volví a susurrarle: - Tu también me gustas...y mucho.

  • ¿Y que vamos a hacer?

  • ¿Tienes coche?

  • No, vengo en tren.

  • ¿A que hora sales?

  • A las cinco y media

  • Espérame en el aparcamiento a esa hora

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Aparqué el coche en un parque al lado de mi casa. Lo conocía porque a veces hacía footing y a veces cruising cuando la necesidad era imperiosa. Apagué las luces, me volví hacia el chico que me miraba sin entender. Le acaricié la nuca y le dije que antes que nada quería preguntarle algo.

  • Tu no eres gay, ¿verdad?.

  • No, esta es la primera vez.

  • ¿Porqué?.

  • Porque me gustas.

  • Te he preguntado porqué

  • (Silencio). Agachó la cabeza y miró el suelo. -Quiero saber que se siente al ser penetrado.

  • ¿Cómo?- pregunté sorprendido.

  • Quiero saber que se siente. Tengo curiosidad por probar ese placer por el que la gente tiene orgasmos. Mi novia los tiene, En las películas porno, lo tienen. He visto películas porno gays y los hombres disfrutan con la penetración hasta que se corren de placer...y yo quiero sentir esa sensación.

Cuando te vi sentí una atracción especial hacia ti. No me atreví a decirte nada porque no sabía si eras gay o no. Pero cuando comencé a jugar contigo, o tu conmigo, me di cuenta de que sólo quería que me desvirgaras tu. Me gustas mucho más de lo que pensé en un principio.

  • Entonces te enseñaré pero te advierto que es arriesgado porque si llegas a sentir un orgasmo luego querrás repetir. Eso te lo aseguro.

(Silencio).

  • ¿Harás todo lo que te diga?.

Me miró a los ojos y asintió.

  • ¿Has besado alguna vez a un hombre en la boca?.

  • No

  • Pues esta va a ser la primera vez.

Me acerqué sujetándole por la nuca y le bese los labios. Se dejó hacer. Le volví a besar hasta que noté como se relajaba y los entreabría. Aproveché para lamérselos hasta que poco a poco los fue abriendo para dejar paso a mi lengua y que saludara a la suya. Noté su excitación y como iba subiendo su temperatura. Se abandonó a mi boca y le morreé intensamente.

  • ¿Quieres que vayamos a mi casa?. Vivo aquí al lado.

  • Si por favor- me contestó en un susurro.

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  • Ponte cómodo-, le dije al llegar a casa. ¿Quieres una cerveza?

  • Si, por favor. Lo necesito.

  • Ahora vengo.

Aproveché para quitarme la chaqueta y la corbata. Me desabroché algunos botones de la camisa y fui a su encuentro con las dos cervezas.

Cuando llegué al salón. Abel estaba sentado en el sofá y había hecho lo mismo que yo, por lo que el pecho de lobo rojo se dejaba ver entre la camisa y la camiseta blanca. Estaba para comérselo. Me senté a su lado, le ofrecí la bebida, que casi se la bebe de un trago, y le pasé el brazo por los hombros para acariciarle el cuello. Le giré hacia mi y me acerqué para besarle. Tenía los labios fríos.

Nos morreamos durante un rato, nos mordimos, nos lamimos, nos pasamos las lenguas por los dientes. El chico se fué calentando mientras le metía la mano por la camiseta para acariciarle el pecho y los pezones. Abel se dejó llevar por la pasión poniéndose en mis manos (nunca mejor dicho). Cuando fui bajando hacia su cuello, lo inclinó hacia atrás dejando su musculatura y su nuez a mi disposición. Le mordí y se electrizó, le pasé mi cerrada barba por el cuello y se estremeció. Le volví a morder y gimió. -Si...- dijo -muerde...

Mientras le fui desabotonando la camisa hasta que la deslicé por sus hombros dejándole en camiseta. Le recosté en el brazo del sofá, me quité lentamente la camisa, dejé que su mirada lujuriosa me recorriera el cuerpo que se fijara en mi cuerpo cubierto por la camiseta que tanto le ponía, en el paquete que ya estaba tomando unas dimensiones alarmantes y luego me incliné sobre él y comencé a acariciarle.

Le metí las manos bajo la tela para notar ese vello suave que le cubría el cuerpo. Me detuve en los pelos de los pezones para jugar con ellos hasta que se los pellizqué y se tensó. Levantó los brazos dejando a la vista sus peludos sobacos. El vello serpenteaba desde ese lugar para recorrer el pecho que se adentraba por la camiseta para volver a aparecer por el escote hasta llegar al cuello como si de una enredadera se tratara.

Bajé hasta sus pies para descalzarle. Le quité los calcetines y ante mi aparecieron unos pies perfectos de piel blanca. Le lamí y bese el empeine y, en esa postura, llevé mis manos hasta la cintura y le desabroché el pantalón, no sin antes pasar mi mano por su paquete para ver como estaba la situación. Estaba en perfecto estado de salud.

Le fui bajando el pantalón dejando al descubierto unos boxer elásticos blancos hasta la mitad de los muslos. Me fijé en su bulto, que ahora estaba a punto de estallar y marcaba su capullo una mancha húmeda. Le acaricié donde el quería y ser retorcía de placer. Después de disfrutar unos minutos y ver como la mancha crecía, le desabroché los dos botoncitos de su bragueta y metí la mano en busca de mi trofeo.

La suavidad de su vellón y de su piel me inflamó y verga escupió un chorro de líquido pegajoso. Le acaricié los huevos cubiertos del mismo suave vellón que su pubis. No pude aguantar más y se los bajé para comenzar una mamada histórica. Le lamí el líquido y luego le succioné el capullo, mi lengua jugó con toda la extensión de aquel fresón para luego ir bajando por su piel dorada hasta los cojones y mordisquearle el escroto.

Abel estaba fuera de si. Gemía, se retorcía, me tiraba del pelo, me sujetaba la cabeza y me metí su verga entera para pajearle con la boca - ¡Joder!- esclamó -...Joder....joder...

Al cabo de un rato de mamada y de absorver todo el néctar que iba soltando. Me retiré. Me puse de pié y comencé a desnudarme lentamente. Quería que disfrutara de mi streeptease, que se fuera deleitando de mi cuerpo que se fijara en el aparato que se iba a tragar su culo. El chico miraba con ojos turbios y enrojecidos y comenzaba a sudar mientras me iba desnudando. Dejé para el final la carpa en que se había convertido mi boxer de tela blanca. Me desabroché el botón de la cinturilla y los dejé caer descubriendo lo que iba a ser su tesoro. Resopló y me tendió los brazos. Lo incorporé lo suficiente para que mi polla estuviera a la altura de sus labios y sin decirle nada comenzó a jugar con mi tranca como yo había jugado con la suya y gemía y se relamía. Yo estaba como un potro desbocado.

Si aquella era la primera vez que comía polla, cómo sería en un futuro. Me emburré de tal manera que le paré la mamada. Me miró interrogante. di un buen trago a la cerveza y le giré. Su pecho sobre el asiento del sofá, las rodillas en el suelo y el culo a mi disposición.

-Abel, te voy a comer el culo para irlo dilatando. ¿Estas preparado?.

  • Haz lo que quieras - susurró - Hazme lo que quieras.

Le abrí las nalgas para ver aquel botón rosa y virgen escondido por un vello del mismo color que el resto de su cuerpo. Aparté la mata para verlo mejor. Le abrí las cachas y el agujero se abrió levemente. Al chico se le escapó un suspiro agudo de deseo y sin pensarlo dos veces ataqué con mi lengua. Soy un maestro y un experto en eso del "beso negro" y decidí dar una clase magistral a ese virgencito.

Le mordí las nalgas y se sorpendió, luego la punta de mi lengua comenzó a jugar alrededor de su botón y se excitó, la punta de mi lengua llegó al centro de su fruto y escarbó en él. Dejaba caer saliva en su entrada para luego lamerla. Le arañaba los cachetes con mi poblada barba. Por los gemidos y los gestos, sabía que estaba disfrutando con algo que no había sentido en su vida. Hasta que su boquita comenzó a contraerse, a boquear, pidiendo más excitación, más placer.

Le fui abriendo el culo a medida que mi lengua entraba y le babeaba. Su culo respondía como un ser autónomo, mientras su dueño se retorcía de placer moviendo la cabeza de derecha a izquierda como si quisiera buscar algo que morder. Cuando noté que estaba con una excitación extrema. Paré. Le di la vuelta, le abracé para que pusiera sus piernas alrededor de mi cintura. - Vamos al dormitorio. Estaremos más cómodos.

No dijo nada. Solo apoyó su cara en mi cuello y mientras nos dirigíamos a mi cuarto, mi capullo iba acariciando y humedeciendo su ano. Esa sensación lujuriosa hacía que me arañara la espalda, mientras nuestros cuerpos se bañaban con nuestro sudor.

Nuestras bocas se babearon durante un rato antes de que le pusiera a cuatro para comenzar la dilatación. Quería se cuidadoso, quería que lo disfrutara aunque sabía que le iba a doler, quería que notara mi cariño para que en un futuro me pidiera más.

...Y comencé a dilatarlo metiendo el dedo anular untado de un gel lubrificante que contenía un punto de anestesia. Lo fui introduciendo poco a poco sacándolo y metiéndolo. Su culo respondió a la perfección hasta que entró y pude masajearle girándolo en su interior. Estaba disfrutando, por lo que decidí meter el segundo. -Ábrete el culo con las manos- le dije, y el me obedeció separándose las nalgas. Los "sticky fingers" fueron entrando en su madriguera sin aspavientos. Cuando estuvieron dentro, los abrí y cerré para que la entrada fuera cogiendo holgura. Le llegó el turno al tercero y ahí noté que le hacía daño. -Si te hago daño y lo quieres dejar, dímelo.

  • Sigue...sigue...- dijo con un hilo de voz

Cuando los tres dedos estuvieron dentro, lo abría y cerraba para abrir más el conducto, pero sabía que la prueba de fuego venía a continuación. La penetración y, sobre todo la primera, era dolorosa. Yo no sabía hasta que punto lo iba a soportar, pero tenía que intentarlo. Quería desvirgar a ese chaval. Me gustaba a rabiar y quería hacerle mío.

Le metí el cuello del frasco y apreté para llenar de gel su cavidad, luego me puse un condón y me embadurné bien la tranca. Le abrí bien el culo y comencé la invasión lentamente, poco a poco. Al principio respondió bien, mi glande fue entrando. Abel estaba nervioso, por lo que le acariciaba y besaba en la espalda y el cuello mientras iba penetrándole. El capullo entró. El chico se tensó. Si quería que lo dejara que lo dijera, mientras yo continuaría.

Mi polla estaba a reventar, hinchada y dura. Mis venas eran cuerdas y el conducto como una soga. El condón se ajustaba como la piel de una serpiente a punto de romperse. Pero iba entrando poco a poco con el movimiento atrás y adelante de mi pelvis.

Pasó el primer esfínter con un gemido agudo de Abel. Le apreté a mi, le besé y le mordí mientras continuaba con el taladro. Seguí metiendo y metiendo. Topé con el esfínter más interno. "Cuidado", me dije, "mucho cuidado"... y lentamente fui empujando mientras mi chico gemía, sudaba y se agarraba donde podía a causa del dolor. Al final se la metí entera y paré. La dejé dentro para que se acostumbrara y luego comencé a moverme lentamente...muy lentamente...

Abel no hablaba ni se movía. Sabía que le estaba doliendo. Pero como no decía nada, continué.

Al poco noté que se iba relajando, que respiraba acompasadamente, dejó caer su cuerpo y sus muslos se relajaron, mi polla entraba y salía con más facilidad y entonces tomé la decisión de darle la vuelta para follarle cara a cara.

Estaba desencajado y sudado, le limpié el sudor de la frente, la sujeté los muslos, le besé la frente y la boca y continué la penetración. En esa postura noté que se relajaba, me miraba y yo a él, observaba mi cuerpo y yo el suyo, alzó la cabeza para ver como le desvirgaba y como su polla iba tomando cuerpo. Me sonrió y comenzó a tomar la iniciativa moviéndose a mi ritmo para follarse el mismo. Ahora si estaba disfrutando y yo me animé al verle así.

Mientras yo se la metía, el bajaba el culo para que entrara hasta el fondo, cuando la sacaba lo abría para dejarme libertad...y su tranca crecía y se endurecía cada vez más, los gemidos de placer eran cada vez más fuertes y se agarraba a la almohada y se mordía los labios. La cabeza la movía a un lado y a otro como si no supiera como controlar el placer que sentía. Su ombligo se encharcó del líquido que expulsaba su manga y sus gemidos comenzaron a convertirse en gruñidos.

Ahora yo le follaba con locura. El verle disfrutar me hacía desbocarme de placer hasta que con un grito ronco me corrí en su interior. Mi polla expulsaba lefa a la vez que con cada contracción se hinchaba. Mi corrida fue espectacular, pero la suya no fue para menos. Mi apretaba el trabuco cada vez que estallaba como si apretara un gatillo y de su capullo salía disparada una salva de leche que se alojaba en el vello de su pecho...así, una y otra vez hasta que nos vaciamos. Caí sobre el, le abracé pringándonos de su semen, le besé en los labios, me giré para no ahogarle con mi peso y en esa postura nos quedamos, con los labios juntos, con los cuerpos calientes unidos y bañándonos con los fluidos sexuales y corporales.

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  • Ha sido la hostia. Me ha dolido mucho al principio, pero luego ha sido la hostia... que pasada...No me importa que me hagas daño si luego siento lo que he sentido...

  • Un orgasmo

  • Si, un orgasmo. Al fin lo he sentido... que pasada...

Yo le miraba sonriendo.

  • David?...

  • Si?...

  • Lo vamos a repetir?...

(Silencio)

  • Dime que sí...dime que sí

(Silencio) -...Sí...lo vamos a repetir...lo vamos a repetir cuando tu quieras.

  • Y cuando tu quieras.

  • Sí, y cuando yo quiera.