De Cómo cortar con tu novio y de paso... IV

De nuevo borracha y fuera de control...

La comida fue entretenida, la conversación giró en torno a lo aburrido que había sido el simposio y cómo todos eran una escusa para venderles este o aquel medicamento. En el tono de voz de Silvia, Ana, Héctor y Pepe se vislumbraba ironía y complicidad.

El vino comenzó a rular por las mesas y poco a poco  las copas caían, las botellas llegaban y la mesa iba subiendo el tono de la conversación, tanto en lo referente al volumen como en los temas que se trataban. Yo me ruborizaba por momentos escuchando aquellas barbaridades de pasillo de hospital, cualquiera que hubiera oído aquello pensaría que estaban trabajando en un burdel. De vez en cuando Ana me miraba con mirada cómplice y condescendiente haciéndome ver que sólo exageraban.

Después de cuatro o cinco copas de vino empecé a notar como el calor del caldo me subía a la cabeza y finalmente me lancé a participar de una conversación con el premonitorio sentimiento de que haría el ridículo entre tanto erudito y experto hablando de sexo. El momento que elegí fue uno en el que se trataba un tema intranscendente, en aquella mesa había diez personas sin contarme a mí y una a una fueron diciéndose, en orden, como si de un juego se tratara cómo les gustaba el cuerpo de sus parejas, ¿depilados o sin depilar?.

Silvia inició la ronda con un – A mí, no se a vosotros, me da micho asquito el besarle en el pecho a un hombre y que se me llene la boca de pelo… ahhh, y mucho peor si encima, está sudoroso… yo con eso no puedo. ¿A ti te gustan peluditas, verdad? – dijo dirigiéndose a un chico algo gordito, que no conocía de nada. Todo el mundo comenzó a reírse y a corear el nombre de Irene… seguramente habría alguna historia detrás de la que no tuve noticias.

El chico, sentado a la derecha de Silvia se rio con el resto y dijo – Bueno, en realidad esos no son mis gustos preferidos, pero con tal de estar calentito, lo del pelo me importa poco – Pepe, se levantó y toalla en mano se puso a corear Oeee…Oe…Oe…Oe… mientras el resto le acompañaba y nuestra mesa se convertía en el centro de atención de todas las miradas de esos viejos carcamales y sus estiradas esposas. Con la mirada, el chico dio pié a una chica que estaba a dos puestos mi, Sara creo recordar que se llamaba – Bueeeeno… a mí, creo que como a todas, me gustan limpitos, sin pelo, sobre todo para el sexo oral, me gusta chuparles el escroto y para eso tienen que estar muy bien depiladitos… pero un bigote también me pone mucho, así que yo soy de las que les gusta poco abajo y las divierte mucho arriba.

Una nueva mirada a la derecha y era el turno de Pepe que antes de comenzar a hablar me miró, encontrándose frente a él a una chica que quería meterse debajo de la mesa, colorada como un tomate y llena de vergüenza. – Bueno, en mi caso, me gustan depiladitos por abajo, los labios suaves y blanquitos, pero con algo de pelo arriba, un bigotito o un triangulillo, pero me pone de sobre manera un poco de pelo en las axilas… ese descuido de unos días sin depilar… me encanta tocar la axila de una chica cuando empieza a salirla el vello… una vez una chica me masturbó con su sobaquera… - Al instante le llovieron las servilletas de los asistentes y el abucheo general de la sala.

Llegó la calma, la gente se calló y llegaba mi turno. Pepe no giraba la cabeza dándome la réplica, así que yo, envalentonada me decidí a dar mi opinión a cerca del asunto.

Comencé - Bueno, a mi en realidad, cómo más me gustan los hombres, son naturales, los hay con pelo y sin pelo, pero mientras eso no sea exagerado, me gustan de todas maneras… - Ya, a tu edad eso es fácil decirlo – Me replicó Héctor… ¿Porqué con el resto todos han escuchado y a mí me tiene que hacer la puñeta? Pensé para mis adentros… - ¿Por qué? – le repliqué - ¿Qué tiene que ver la edad en esto? Yo prefiero un chico al natural que depilado, no me van los metrosexuales hormonados. – Así que prefieres un oso peludo a un Adonis depilado y musculoso – Hombre, no he dicho eso… depende… creo que no todo está en el físico de la otra persona… no sé. – Me miró sonriendo y me preguntó nuevamente - ¿Y tú?, ¿Cómo lo llevas?. – Hijo de puta, pensé para mis adentros, cómo si no me hubiera visto desnuda esa misma mañana. – Pues hombre, algo me depilo, la línea del bikini en verano, no voy a ir mostrando los pelos en la playa, las piernas, las axilas… lo de todas las mujeres. – Pues los hombre somos iguales – Replicó nuevamente – A ciertas edades, los pelos son molestos y feos y nos los quitamos por estética y comodidad – No sabía qué responder, así que se hizo el silencio por unos momentos.

Ana tomó la palabra y dirigiéndose a mí me dijo, - ¿Tu sabes lo placentero que es sentir todo depilado ahí abajo, suavito, sin un pelo? Sentir la lengua de tu chico de arriba abajo sobre tu piel… - Bueno, como juego sexual, no me importaría depilarme o que lo hiciera mi chico, pero como algo puntual, para todos los días, supongo que al final no le encuentras emoción… seguro que a ti te gusta eso, pero igual yo quiero otra cosa, no se… - Y USTED ¿QUÉ QUIERE? – Dijo una voz ronca a mi espalda mientras todos empezaron a reírse al unísono… era el camarero, que llevaba un rato tras de mí y se estaba mofando como el resto… Así que sin cortarme un pelo (seguro que el vino de la comida tuvo mucho que ver con el asunto) me giré y le dije:

-Pues mire usted, me gustaría que mi novio se duchara conmigo y en la ducha nos afeitáramos los dos nuestras partes para disfrutar de la velada sin pelitos… y para beber un vodka con naranja. – Pepe, Silvia, Sara, Ana y Hector se pusieron en pié y comenzaron a aplaudirme mientras una nueva lluvia de servilletas caía, ahora sobre mí.

La sobremesa fue divertida, dos o tres copas regaron nuevamente la conversación que ya no dejó el tema sexo en variantes de todo tipo, pero a diferencia de antes, en pequeños grupitos de dos o tres, mezclados entre las mesas y con movimientos de sillas que finalmente, efecto del azar, me volvieron a colocar entre Ana y Héctor.

Estaban hablando de lo ocurrido anoche, de cómo todo les llevó a esa habitación y lo divertido que fue tenerme a mí como guía nocturna.  Volví a preguntarles sobre lo que pasó realmente y Héctor comenzó a contarme. Era cierto que estaba tan borracha que tuvieron que montarme en un taxi y que vomité en varias ocasiones, así que con la ropa toda perdida de vómito no me iban a meter en la cama. Héctor me contaba, mientras Ana asentía como fue el mismo quien me despojó de mi ropa, me dijo que fue un placer hacerlo despacio, especialmente deslizar las manos sobre mis piernas, desde las caderas hasta los tobillos para despojarme de la ropa. La idea de quitarte el sujetador fue de Ana, dijo. Quería verte los pechos, dijo que serían preciosos y no se equivocó, añadió. Sin apartar la mirada de mis ojos me los describió con todo detalle, redondos, grandes, con los pezones oscuros y coronados por una gominola, blancos como la leche, suaves y tersos. Ana, dijo, fue la primera en tocarlos, estabas recostada sobre la cama, boca arriba, yo estaba terminando de deslizar la ropa por tus tobillos y tan sólo estabas cubierta por unas braguitas de algodón, al levantar la mirada, entre tus piernas, pude ver como Ana se acercaba a tu pezón con a boca abierta y la lengua asomando entre sus labios. Vi como lentamente engullía primero la gominola y luego la aureola completa. Tú seguías tumbada, con la mirada perdida, gemiste y arqueaste el cuerpo. Fue delicioso ver tur pechos moverse al son del gemido.

En ese momento Héctor posó una mano sobre mi rodilla y mi conchita se puso a navegar entre mis fluidos recordándome que estaba sin braguitas. Creo que eso me puso más cachonda aún.

Héctor prosiguió con su relato; A los pies de la cama, frente a las dos, fui desnudándome poco a poco, mientras Ana seguía lamiéndote el pezón y acariciando tu vientre sin dejar de mirarme. Me quedé completamente desnudo, frente a ambas, estaba algo empalmado y tan borracho como vosotras dos. Volví a recorrer tus piernas con mis manos, esta vez de abajo a arriba.

Al decir esto, Héctor subió la mano que reposaba sobre mi rodilla hasta la mitad de mi muslo, provocando un gemido, la sonrisa de Ana y mi condescendencia rubricada por otra sonrisa y mi lengua deslizándose de derecha a izquierda sobre mi labio superior.

Héctor, sin dejar de mirarme a los ojos continuó su relato de los hechos… Subí a la cama, posé mi cabeza sobre tu vientre, y las manos de Ana alternaban entre mis cabellos y tu abdomen. La piel te olía a juventud y mi lengua no pudo evitar comenzar a acariciar con su punta tu ombligo. Ana se levantó de la cama e intercambiamos posturas, ella se puso a los pies y comenzó a desnudarse, mientras yo me puse en el lugar de Ana y comencé a lamerte el pezón. Tus manos me acariciaban levemente la pierna, llegando en ocasiones a tocarme suavemente el pene, pero parecías tan cansada… Ana terminó de desvestirse rápidamente y se abalanzó a la cama, separando mis piernas y metiéndose mi polla en su boca mientras yo seguía degustando la miel de tus pechos. Al principio notaba como tú tenías cogida mi polla por la base, con la mano, mientras Ana chupaba mi capullo sin parar, pero al poco la soltaste, creo que ahí te dormiste.

Intenté espabilarte, para eso acerqué una de mis manos a tu entrepierna y la deslicé por el interior de tus braguitas. Noté un bello espeso y rizado entre mis dedos y unos labios calientes y encharcados en su interior. Al tacto de mis manos tus piernas se abrieron y las yemas de mis dedos tocaron las paredes de la entrada a tu conchita…

En ese momento la mano de Héctor recorrió el poco camino que le quedaba hasta mi conchita y al notar sus dedos sobre mi vello, abrí las piernas ofreciéndole nuevamente lo que anoche al parecer el si disfrutó, pero yo no. Sus dedos se abrieron paso entre mis labios y sin penetrarme, con suaves caricias, me mantuvo en un hilo un rato más.

…mis dedos se deslizaban con facilidad desde tu culito hasta el clítoris y nuevamente espabilada empezaste a contonear el cuerpo y cogerme nuevamente la polla con la mano, esta vez sí, con más fuerza que la anterior.

Ana dejó de chuparme la polla y se puso de pie, frente a ti, a los pies de la cama, se subió de rodillas y se deslizó entre tus piernas, apartando mi mano de tu interior y la tela da las braguitas, dejando al aire tu rajita. Se inclinó y comenzó a lamerte muy despacio. Ana estaba de rodillas y yo no pude contenerme más, así que me levanté, me puse tras ella y cogiéndola de las caderas comencé a follármela mientras ella seguí lamiéndote lentamente. Al poco tiempo nos olvidamos de ti y seguimos follando los dos. No tardé mucho en correrme, nos tumbamos a tu lado y supongo que al poco nos quedamos dormidos. Y esa es la verdadera historia de lo ocurrido anoche.

Héctor no paraba de acariciarme mi conchita de arriba abajo, yo estaba petrificada y me ardía la cara de la vergüenza, la pasión y quién sabe cuántas cosas más. El cabrón de él me acariciaba con tal arte que me mantenía caliente sin llevarme al orgasmo, pero sentía tan ricos sus dedos que los quería seguir teniendo ahí. Me entraban ganas de llevarle al baño y follármelo… estaba caliente como una perra entre los dedos de aquel tipo que apenas había conocido ayer, sentada en la mesa que compartía con la chica con la que estuvo (estuvimos) anoche… todo eso me ponía a mil. Estaba tan caliente que necesitaba sentir entrar sus dedos en mi interior, así que pensé que si Mahoma no iba a la montaña, habría que llevar la conchita a los dedos de Héctor. Hubo un momento en que las yemas de sus dedos recorrían la entrada a mi cosita, describiendo círculos a su alrededor mientras él estaba hablando con Ana, así que levanté mis caderas ligeramente y cuando noté que el dedo estaba en la entrada de mi cuevita deslicé el culo al borde de la silla para colar el dedo en mi interior. La primera sensación fue de alivio, empecé a sentir su dedo deslizarse en mi interior, ero la segunda fue de pérdida de equilibrio y pánico, no sé qué paso, pero la silla se venció y caí de culo al suelo, bajo la mesa.

Avergonzada desde el suelo, vi como la gente que estaba en las mesas colindantes se había levantado y una nube de manos se esforzaba en ayudarme a levantarme… instintivamente busqué a Héctor frente a mí, sonriendo se metió el dedo en la boca mientras con la otra mano me ofrecía ayuda para ponerme en pie. Con un “Gracias, no pasa nada” me así a su mano y me levantó diciéndome vamos al baño, te vendrá bien un poco de agua fría en la cara para despejarte.

Entre el trompazo, el vino y el vodka, no andaba yo demasiado católica, así que apoyada en Héctor pasamos entre la gente que ya se estaba levantando de las mesas hasta el baño. En el distribuidor había dos puertas, caballeros y señoras, nos paramos a decidir en cuál de los dos entrábamos cuando una chica irrumpió entre nosotros abriendo de golpe la puerta del baño y deleitándonos a continuación con el sonido inconfundible de una vomitona… ya habían elegido por nosotros… al de caballeros pues.

El baño no era muy grande, tenía dos habitáculos, el primero con urinario y lavabo y el segundo con una cabina y un retrete. Abrí la cabina esperándome lo peor, pero opsss sorpresa, estaba limpio (o al menos eso me pareció). Miré a Héctor y le dije que tenía que hacer un pis. Me senté en la taza, con el vestido enrollado bajo mis axilas y me puse a hacer pis mientras acariciaba el bello púbico, recordando las conversaciones de sobremesa y los dedos de Héctor de hacía un minuto. La cabeza me daba vueltas y me encontraba cada vez peor. Fuera oía el capoteo del pis de Héctor en el urinario. Recuerdo que hasta olía bien, debían haber fregado hacía un minuto, el murmullo de la gente se iba apagando, debían estar marchándose todos… la cabeza seguía dándome vueltas.

¿Sigues ahí? – Preguntó Héctor al otro lado de la puerta dando ligeros golpecitos con los nudillos.

Si, espera, no me encuentro muy bien, el alcohol, ya sabes… - Respondí mientras intentaba incorporarme con un trozo de papel higiénico en una mano y el vestido enrollado en la otra.

¿Necesitas ayuda? Abre, ya se han ido todos – Héctor insistía con los nudillos en la puerta.

Finalmente conseguí ponerme en pie, tiré de la cadena y abrí la puerta de la cabina. Héctor me miraba con cara de preocupación y repetía una y otra vez - ¿estás bien? – a lo que yo respondía dando bandazos de adelante a atrás con mi cabeza. Nuevamente el alcohol me había jugado una mala pasada, empezaba a perder el control sobre mi cuerpo, no quería terminar de nuevo como anoche. – Ayúdame, tengo que vomitar, méteme los dedos – le dije mientras me daba la vuelta y entraba de nuevo en el baño. Me abrazó por detrás, sujetó mi cabeza e introdujo sus dedos en mi boca, hasta el fondo de mi garganta, moviéndolo de forma que no pude evitar el reflejo de vaciar mi estómago de una sola bocanada. Todo era líquido, parecía que no hubiese comido nada. Me mantuve unos segundos en esa posición, en cuclillas frente a la taza, con mis manos apoyadas en la loza, mientras Héctor, agachado sobre mi sostenía aún mi cabeza, con una mano en la frente y otra en mi cuello, sobre mi pecho.

Mi respiración se fue normalizando y escupí los restos de saliva amarga que inundaban mi boca. Héctor dejó de sostener mi cabeza y se echó hacia atrás. Yo iba recuperando las fuerzas, y sobre todo la consciencia. De esto último me di cuenta cuando me paré a pensar en lo que estaba haciendo y sobre todo cómo lo estaba haciendo. Me vi a mí misma, de cuclillas en el baño, con las manos apoyadas en la taza del váter, frente a un extraño, sin bragas. Me fijé en el estado del vestido y lo descubrí a gurruñado en mi cintura, pillado entre mi vientre, mis pechos y mis muslos. Mi culo estaba parcialmente al aire, sin braguitas, mi conchita debía mostrar sus labios colgando a placer en esta postura, hinchados por los dedos de Héctor que seguramente, tras de mi estaba disfrutando de la visión que le brindaban. Mis pechos, grandes  redondos reposaban sobre la fría loza de la taza del váter y mis pezones estaban abultados y erectos. Respiré hondo y envalentonada giré la cabeza hacia atrás… Héctor me miraba con un bulto más que considerable en el pantalón y sólo atinó a sonreírme con una mezcla de cariño y resignación.

Volvió a acercarse a mi posición y nuevamente su mano se brindó a ayudarme a levantarme y recolocarme el vestido, ahora sí, convertido en un trapo arrugado, manchado de restos de mi vómito, maloriente y encima no era mío.

Anda, lávate y enjuaga la boca, ¡Cómo te vea alguien así va a decir que menudas horas estas de andar borracha ya, por la calle! – Me dijo sonriendo.

Me encontraba algo mejor, así que enjugué mi boca, me lavé la cara e intenté quitar algún que otro tropezón que quedaba esparcido por el vestido. Me giré e intenté besar a Héctor en agradecimiento por su ayuda, pero su respuesta fue un frío – Anda, vamos al hotel a ver si han lavado tu ropa. Con esas pintas no creo que te dejen entrar en tu casa – Me reí y salimos del baño. Al salir al salón, ya no quedaba nadie, así que nos dirigimos los dos solos, andando, hacia el Meliá. El aire del camino me sentó bien, y aunque estaba cansada y me dolía un poco la cabeza, al menos, el estómago me había dado una tregua. Al entrar al hotel parecía que me encontraba mucho mejor. Al subir en el ascensor retomamos nuevamente la conversación, le pedí disculpas por el espectáculo, pero él se reía diciéndome que todos habíamos sido jóvenes, que no importaba, a demás, no conocía a nadie de allí, qué más daba…

Llegamos a la habitación y abrió la puerta. Parecía otra, todo estaba recogido, la cama hecha, el baño limpio, las toallas sobre la cama y… mi ropa. Mi ropa estaba ahí, limpita y planchada… - ¿Porqué no te das una ducha y luego te cambias? Te sentará bien – me dijo Héctor… Le sonreí y mientras me daba la vuelta en dirección al baño me saqué el vestido por encima de la cabeza, sin parar de andar, directa al baño. Antes de entrar me detuve y girando hacia la habitación arrojé el vestido de Ana a los pies de la cama. Mi mirada buscó a Héctor, pero no le veía, la televisión se encendió, así que supuse que Héctor estaría tumbado en la cama encendiendo la televisión. Le imaginé desnudo, esperando a que saliera de la ducha… el dolor de cabeza desaparecía y cada vez me encontraba más excitada e imaginativa.

Nadie querría costarse conmigo con aquel olor a vómito rancio, pensé mientras ponía el tapón a la bañera y abría el agua en busca de la temperatura ideal… ¡Qué diablos! Un baño… ¡No, mejor una ducha!, ¡Mucho más rápido! Volví a pensar… me metí en la ducha y puse el agua ardiendo, me gusta sentir la sensación del agua ardiendo en mis pechos, correr por mi espalda, me hace sentir limpia… Mi cuerpo disfrutaba del ardor del agua mientras mis manso, llenas de jabón se deslizaban por cada pliegue de mi cuerpo preparándolo para yacer en los brazos de Héctor, que seguro me estaría esperando en la cama, desnudo.

Andaba yo en esas fantasías, cuando la puerta del baño se abrió con un - ¿Te queda mucho? - de Héctor. – No, casi termino – respondí intentando verle a través de la mampara de cristal que estaba lleva de vaho. Me aclaré rápidamente, pero cuando abrí la mampara no estaba Héctor. ¡Qué decepción!, le imaginaba apoyado en la pared contemplando el contorno de mi cuerpo tras la mampara. Al cerrar el grifo nuevamente Héctor preguntó - ¿Has terminado? – Si, ya – respondí envolviendo mi cuerpo en la toalla. – Mientras te secas el pelo me voy a duchar yo – me replicó a continuación. ¡Qué poca prisa tenía! Yo no hacía más que fantasear con él y él dedicado a su higiene personal. Estaba perpleja.

Entró en el baño desnudo, directo a la ducha y salvo quejarse por la temperatura del agua, no dijo nada. A penas pude fijarme en el, así que comencé a secarme el pelo. Le miraba mientras se duchaba, estaba algo empalmado y de debía preocupar mucho la higiene de un pene, porque no paraba de enjabonarlo y repasarlo de arriba abajo. El vaho del cristal se había ido, así que él podía verme mientras me secaba el pelo, pero la parte traslúcida de la mampara sólo me dejaba contemplar una vez más su contorno… otra vez aquí, pensé, mientras un halo de desilusión y desencanto me comenzó a rondar nuevamente.

Tras un rato bajo el agua finalmente el grifo se cerró y la mampara se abrió, dejando el cuerpo de Héctor desnudo ante mis ojos. Me quedé embobada mirándole, como si no hubiera visto otro hombre desnudo en mi vida. Llevaba tanto tiempo esperando tenerle así, que casi ni me lo creía. Me miró a los ojos, sonrió de forma picarona y me pidió que le acercara una toalla. Como no quedaban en el baño salí al dormitorio y cogí una que había sobre la cama. En lugar de una toalla resultó ser un albornoz. Había dos, así que cogí uno para mí y otro para él. Dejé caer mi toalla al suelo y me puse el albornoz (que me estaba enorme) y decidí volver a entrar en el baño sin abrocharlo, sólo apoyado sobre mis hombros.

Entré en el baño de esa guisa, el albornos reposaba sobre mis hombros, la tela a penas cubría mis pezones, sobre los que quedaba trabado el albornoz y de ahí para abajo nada era un misterio para los ojos del que quisiera observar. La cara de Héctor al verme cambió de repente, noté como tragaba saliva y no podía quitar  la mirada que iba de mis pechos a mi entrepierna y nuevamente a mis pechos son saber donde posarla finalmente. Yo tampoco tenía michas dudas a cerca de dónde fijar mi mirada y directamente posé mis ojos en su pene, que poco a poco iba tomando tamaño y compostura. Una herramienta oscura, con el capullo al aire, rosado, casi rojo, brillante, con poco y denso pelo. Según lo contemplaba iba cambiando la primera impresión que me dio. Lo veía más grande y apetecible. Extendí mi mano derecha bajo sus huevos, entre sus piernas, y a penas con una caricia entre las yemas de los dedos y la punta de las uñas la deslicé desde lo más atrás que pude alcanzar con la mano, recorriendo todo su pene hasta la base del capullo, donde mu mano se cerró alrededor del tronco del pene y girándola deslicé la palma de la mano sobre el capullo de Héctor mientras me acercaba a su cuerpo. Casi pegada a él, de puntillas, muy cerquita de sus labios le susurré – Aún nos debemos una – y le di un piquito en el labio inferior mientras le hacía entrega de su albornoz.

Lo cogió entre sus manos y girándolo tras de sí hizo lo mismo que yo, dejándolo reposar sobre sus hombros, sin abrochar la cinta que lo rodea. Muy despacio se fue acercando a mi cara, sin llegar a tocarme, como si bailara conmigo me movió al centro del baño y dio la vuelta a mi cuerpo muy despacio. Intentaba seguirle con la mirada pero cuando mi cuello no daba más de sí con el giro él se detuvo y acercó sus labios a mi cuello, tenso por l apostura, lo olió de arriba abajo y me besó sobre el. Mordió el lóbulo de mi oreja y deslizó su mano a lo largo de mi canalillo, entre mis pechos, por mi vientre, hacia el ombligo, y finalmente entre mis piernas enredando sus dedos en lo rizos de pi pubis para finalmente acariciar el interior de mis labios con la yema de sus dedos. ¡Qué manos más caliente recuerdo! – Si, realmente nos debemos una – me susurró al oído mientras tiraba de la cinta de tela que se deslizó por el interior de las trabillas del albornoz. El tirón hizo que uno de mis pechos saliera al aire, sentí como la tela se atascaba en mi pezón venciendo finalmente su resistencia y dejándolo al aire. Sus manos se apresuraron a acariciarlo mientras Héctor se dirigí al pezón de forma jocosa con el comentario  - A ti te tengo yo ganas desde anoche –

Mis manos impacientes empezaron a buscar piel bajo el albornoz de Héctor que parecía ralentizarlo todo en una agonía que me desesperaba. Buscaba sus piernas, su pene, algo que acariciar, algo con lo que ahogar mi deseo, quería estrujarlo, acariciarlo, morderlo. Por fin conseguí cogerle del pene. Estaba erecto y caliente, el capullo estaba chorreando y mi mano, rodeándolo comenzó a masajearlo desde la base hasta la punta, a penas un par de veces antes de que Héctor se apartara de mi y mirándome a los ojos me dijera – Siéntate sobre la encimera -. Sin pensarlo dos veces apoyé mis manos en el borde y de un brinco me subí. - ¿Vas a dejarte hacer? – Me preguntó. Yo sólo atinaba a asentir con la cabeza. La sequedad en la garganta me impedía articular palabra y la excitación era tal que notaba palpitar cada parte íntima de mi cuerpo como si el corazón estuviese alojado ahí mismo.

Me dirigió, me tomó primero de las caderas y luego de los tobillos y me colocó sentada sobre la encimera, al lado del lavabo, abierta de piernas, con los pies apoyado sobre el borde de la encimera. En esa postura, mi conchita estaba abierta como una flor, expuesta él, sin ningún tipo de traba.

Se acercó a besarme, sus labios se fundieron con los míos en un beso profundo y lleno de pasión. Su  cuerpo estaba entre mis piernas y con mis manos acariciaba su espalda, su culo, lo empujaba hacia mí, en busca de sentir su pene invadir mi morada. Estaba erecto y mirando hacia su ombligo, empinadísimo. Cada vez que me movía lo sentía deslizar entre mis labios y con mis movimientos intentaba que empezase en cada caricia un poquito más abajo, a fin de que la punta de su pene finalmente se colase en mi interior. Seguíamos besándonos de forma apasionada y lenta. Mis movimientos eran cada vez más descarados y dirigidos y mis manos se aferraban a su culo empujándolo a frotar con más fuerza mi conchita que estaba a rabiar.

Poco a poco fue separándose de mí, a lo que mi respuesta fue inmediata, lo tomé del pene y tiré de él hacia mí, con el punto de mira fijo en mi agujerito, pero se resistió. Inesperadamente echó su cuerpo hacia atrás y se liberó de mis manos. Mirándome seguro que contempló una mujer deseosa de sexo, fuera de sus casillas, abierta de piernas, sobre la encimera de un hotel, dispuesta a follar con aquel desconocido, a pelo, sin remilgos, sin más explicaciones, con el pelo a medio secar, la respiración entrecortada. Me miró y me dijo – Relájate un poco, no hay prisa – Tomando mi mano derecha rodeó mi muñeca con un nudo corredizo hecho con el cordón de mi albornoz, pasó el hueco del nudo por el interior de mi tobillo derecho y apretó, manteniendo unidas mis muñecas y mis tobillos, luego repitió la misma operación al otro lado de mi cuerpo. Volvió a retirarse de mi lado y me miró, parado frente a mí, volvió a tomar el extremo que sobraba de la cinta del lado derecho y lo ató a la barra de las toallas e hizo lo mismo con el lado izquierdo y el portarrollos del váter. Tiró de las cuerdas hasta que consiguió que abriera las piernas todo lo que pude, legando incluso a sentir dolor, aflojó hasta dejar el dolor en molestia y reafirmo las ataduras con un nuevo nudo, dejándome inmovilizada sobre la encimera abierta de piernas.

Después de observarme durante unos segundos aproximo lentamente sus manos hasta mi conchita, la palparon y escudriñaron minuciosamente cada rincón, cada pliegue. Sus dedos, con habilidad pasmosa acariciaron cada recoveco de mis labios, propinándome en cada tacto un nuevo gemido. De repente se giró y salió del baño. Oí cómo se abrí la maleta, por mi cabeza sólo pasaba liberar mis manos para poder seguir con las caricias en mi cosita. Cuando volvió a entrar Héctor portaba en sus manos un bote de gel de afeitar y una maquinilla. No dijo nada, se limitó a poner el tapón al lavabo y abrir el grifo. Introdujo su mano bajo el chorro del agua y conteniendo en su interior el agua que pudo en un rápido gesto comenzó a mojar mi pubis. Sentía el agua fresca contraer todo lo que sus caricias habían dilatado hacía un momento y la sensación se reveló como una mezcla de placer y dolor riquísima. Cortó el grifo y comenzó a verter sobre su mano el gel azul de afeitar. Me empujó con la mano libre contra el espejo del baño y limpiando la otra sobre el vello de mi pubis me tomó por las caderas aproximándome al borde de la encimera, de tal forma que casi medio culo estaba fuera y el otro medio dentro.

Con mucha clama comenzó a distribuir con la palma de la mano el gel, embadurnando todo el pelo de mi pubis, mis labios e incluso mi culito. AL sentir sus dedos deslizarse por ahí detrás mis labios expidieron un gruñido de reprobación a lo  que fui contestada con un – Te ibas a dejar hacer, relájate y disfruta -. Sentí sus manos recrearse con el unte del gel, sus dedos deslizarse por mi culito, la palma extendida de su mano abarcando todo mi sexo y finalmente la cuchilla de afeitar deslizarse poco a poco por mi conejito.

La espuma me producía un cierto ardor, sobre todo en aquellas zonas en las que ya estaba cortado el vello y mientras con una mano Héctor rasuraba mi sexo, la otra trataba de tensar la piel para hacerlo con mayor facilidad. Entre pasada y pasada, la mano tensora volvía a acariciar mi pubis y embadurnaba nuevamente de espuma mi sexo por completo. Recuerdo el golpe seco de la cuchilla en el borde del lavabo como preludio a las caricias y el chapoteo de la cuchilla en el interior del lavabo como el fin de las mismas. Aunque al principio el sentimiento era de temor ante la posibilidad de que me cortara, finalmente el placer y el deseo estaban volviendo a inundar mi cuerpo, en una suerte, ésta del afeitado, que jamás había lidiado hasta ahora.

Cuando la cuchilla fue bajando hacia mis labios y finalmente Héctor se metió literalmente bajo el lavabo para completar la faena en mi culito (en el que tampoco es que tenga muchos pelos que digamos), yo ya sabía que estaba rendida a ese hombre, el marcaría los tiempos y haría conmigo lo que quisiera ¿Qué más podía hacerme ya? ¡Si lo que yo quería era tener sexo con él!

Una vez rasurado mi culito sus manos volvieron a abrir el grifo del agua, poco a poco, nuevamente fue limpiando los restos de espuma que quedaban en mi cosita. Sus manos, de forma delicada volvieron a recorrer mi pubis, mis labios y mi culito. Héctor dejó caer el albornoz al suelo y cogió su polla con la mano derecha empezando rítmicamente a masturbarse de forma lenta y monótona. Su mano izquierda seguía inspeccionando el resultado del afeitado de forma minuciosa, milímetro a milímetro, muy despacio y suave. Se paró junto a uno de mis labios, repetidamente pasó sus dedos una y otra vez, hasta que se giró poniéndose frente a mí y con su polla totalmente rígida y descapullada comenzó a pasearse acariciando el lugar en el que hacía un momento estaban sus manos. Su polla siguió de uno a otro labio y se deslizó bajo mi conchita hasta la entrada de mi culito, momento en el que sentí que los ojos se salían de sus órbitas. Rápidamente me tranquilicé, su inspección siguió con el glande deslizándose por cada centímetro de mi conchita, arrancándome gemidos de deseo y placer cada vez que su capullo se abría paso entre los labios abriéndolos y dejando al aire mi flor.

De nuevo se echó hacia atrás y embadurnando nuevamente su mano de gel volvió a untarme el conejito de espuma. Esta vez era distinto, la espuma facilitaba la fricción de sus dedos, que parecían lejos de buscar una buena lubricación para el afeitado, lo que buscaban era darme placer. Su mano aceleró el ritmo y la presión, mientras veía, antes de cerrar los ojos para dejarme llevar, cómo su otra mano hacia lo propio con su pene manteniéndolo firme y dispuesto. Notaba como la palma de su mano abrazaba por completo mi sexo mientras sus dedos centrales se abrían paso entre mis labios acariciando la entrada de mi cuevita. De vez en cuando paraba y se giraba, poniendo la palma de la mano frente a mí y moviéndola con fuerza de lado a lado me arrancaba ya gritos de placer. – Me avisarás antes de correrte – Me dijo – Fóllame pedazo de cabrón, dame tu polla – le respondí entre gemidos, mientras mordía mis labios y sentía que cada vez estaba más cerca mi momento. – Cuanto más me lo pidas menos te lo voy a dar, ¡PUTA! – Replicó el.

Ese PUTA se clavó en mi estómago haciendo saltar todos los resortes de mi cuerpo, grité – Me voy a correr – mientras abría aún más las piernas a fin de exponerme a sus caricias. Noté como su mano se apartaba de mí y de repente la cabeza de su polla irrumpió en mi interior, sentí como el glande entraba por completo y el tronco de su polla se deslizaba dentro de mí. La cabeza de su pene golpeó la parte superior de mi cuevita y comencé a correrme al tiempo que instintivamente intente rodear con las piernas a mi amante a fin de empujarlo contra mí y sentirlo más profundo, quería marcar el ritmo, que me follara salvajemente. La pierna izquierda fue incapaz de liberarse de sus ataduras, pero la derecha, anclada al portarrollos consiguió liberarse arrancándolo de la pared. Gritaba como una loca, sobre la encimera del baño, con una pierna atada al lavabo, mientras la otra rodeaba a mi amante a quien espoleaba desde el culo a penetrarme con más y más fuerza mientras me derretía entre sus brazos.

Después de casi un par de minutos de placer me rendí, quedando tirada sobre la encimera, apoyada contra el cristal, con mi amante aún clavado en mi interior y recostado sobre mí. Poco a poco Héctor se levantó y salió de mi interior. Al hacerlo noté un chorreón de líquidos de todo tipo vaciarse de mi interior. Miré Héctor a la cara y me di cuenta al instante de que él también se había corrido. Me liberé de las ataduras que me quedaban y me puse en pie, tomé a Héctor de la mano y lo metí en la ducha conmigo.

Recuerdo que nos reímos y miramos mientras el agua recorría nuestros cuerpos y nos enjabonábamos el uno al otro. Después de secarnos, entre besos y suspiros nos recostamos sobre la cama.

¿Por qué no me has hecho el amor antes? -  Le pregunté.

Si llego a entrar dentro tuyo antes sólo yo habría disfrutado de este encuentro.

Entre caricias me quedé dormida sobre su pecho. A las horas un pellizco en uno de los cachetes de mi culo me despertó, Ana, cerquita de mi cara me hizo señas de que guardara silencio y me dijo – Debes marcharte – Lo comprendí al instante, no era tonta debía irme, me vestí en silencio y me marché dejando a Ana en la habitación con Héctor dormido.

Tengo una amiga, se llama Ana también, la primera vez que la conté esta historia me dijo que Héctor era un eyaculador precoz y por eso no me quiso follar hasta el final, yo prefiero pensar que le puse tan cachondo que pensaba que se correría al sólo sentir de mi conchita. Allá donde estés, Héctor, gracias por el fin de semana, aún me calienta recordarlo, un beso enorme, ojala leas esto.