De cómo cortar con tu novio y de paso... I

Después de una larga relación intenté volver al punto de partida, pero todo había cambiado, la gente, los lugares, todo era distinto, así que decidí retomar amistadas que antaño jamás hubiera imaginado.

De como cortar con tu novio y de paso pasar un buen rato...

Hola de nuevo.

Estoy un poco decepcionada, pensé que mis cuatro últimos relatos tendrían más aceptación, a mi me excitó muchísimo recordad aquellos tiempos y escribir a cerca de ello. Bueno, una ve con mejores ojos lo vivido que lo relatado... Como sabéis, finalmente me casé con Carlos, y hasta hoy seguimos juntos. A el le excita muchísimo oírme contar las aventuras de aquel verano, que para sus cuentas aún no éramos más que un par de muy buenos amigos.

Antes de salir con Carlos y de mis devaneos con los estudiantes de magisterio tuve otra relación estable, entendiendo por estable aquella que dure más de seis meses viéndonos casi a diario.

El era un chico de mi edad, tendríamos veintipocos años, debía ser en torno al 97 o así, yo acababa de terminar con un chico que me marcó para siempre, pasamos juntos cuatro o cinco años y legamos incluso a vivir en la misma casa... pero eso es otra historia.

El caso es que Poli (así se llamaba mi novio) y yo, nos conocíamos de hacía mucho tiempo, de nuestra época del instituto. Habíamos tenido amigas comunes e incluso habíamos salido alguna noche en pandilla. Íbamos a institutos distintos, pero algún que otro fin de semana coincidíamos.

Cuando comencé a salir con Jose, mi primer gran amor de juventud, corté relaciones con casi todo el mundo que conocía, Poli y compañía por supuesto, pero el caso es que esa relación me absorbió de tal manera que a penas tuve contacto con el resto del mundo en los cuatro años que duró. Cuando finalmente Jose y yo lo dejamos, yo me sentía aliviada, llena de vida nueva y recuperada de mis heridas al instante y nada más dejarlo con él, lo primero que hice al llegar a casa fue enterrar en el fondo del armario todo lo que me recordara a el y decidir de forma tajante empezar a vivir de nuevo.

Afortunadamente Jose no me llamó en varias semanas y eso ayudó a que me olvidara temporalmente de él, estoy segura que una llamada lastimera al día siguiente hubiera sido suficiente para mantener viva la llama que ardió durante más de cuatro años.

Ese mismo fin de semana decidí salir de nuevo, intentar recuperar el tiempo perdido, situarme en el mismo punto en que cuatro años atrás había dejado a un puñado de amigos para dedicarme a mi novio en cuerpo y alma.

Como siempre quedábamos en los mismo sitios no quise llamar a nadie, me imaginé entrando altiva y preciosa, tiesa como el palo de una escoba a través de la puerta de SU mientras las miradas de todos se giraban hacia mí y como el soldado que de la guerra vuelve, se arrojaban a mis brazos y preguntaban por el tiempo pasado.

Estuve horas pensando qué ponerme, falda, pantalón, zapatos, zapatillas... ¿qué coño me iba a poner? hacía cuatro años que apenas había visto a mi gente y quería que aquello fuera un calco de la última noche que pasamos juntos... Entre la ropa encontré unos viejos levis rotos y decolorados, una camisola de hilo blanca y unas converse rojas... qué recuerdos... pero ¿sería esa la mejor ropa para el reencuentro?. No hacía más que meter y sacar cosas de la cama al armario, del armario a la cama y sin decidirme por nada. Eran las nueve de la tarde y seguía sin saber qué ponerme. Me senté en el borde de la cama, entre el armario y un gran espejo que cubre la pared frente a la misma y me vi, sentada en el suelo, con los brazos apoyados en las rodillas, el pelo suelto, sin joyas ni adornos, enclavada en lo que hace cuatro años  era. Me di cuenta de que el tiempo había pasado para todos y que yo seguía igual, mi curiosidad por ver qué habría sido del resto de la pandilla se impuso a mis deseos de elegir el mejor ato para verles y así, como estaba, decidí coger los bártulos y largarme a buscarles.

Cuando llegué a SU eran cerca de las 10. Me imaginé que ya llevarían tiempo bebiendo litros y jugando al kinito, por lo que era el mejor momento para hacer mi entrada. Al llegar a la plaza todo estaba muy raro, no había gente, bueno, gente si había, pero no como antes. Al entrar al SU y dirigir mi mirada al fondo del local, mi decepción fue total. No había nadie. Un par de crías pinturrajeadas y un grupo de chicos que seguro no tendrían ni 18. ¿Dónde estaba todo el mundo?.

Al menos Arancha seguía en la barra, me dirigí a ella y al verme se ilusionó, salió de detrás de la barra y se abalanzó sobre mi. Hablamos un rato mientras iba poco a poco entrando gente. -Tía, el botellón - me dijo. Todos se habían ido de botellón, la gente ya no salía de bares, ahora se iban a beber en mitad de la calle hasta las 2 o 3 de la mañana y luego a Pubs o Discotecas... ¿Dónde coño estarían estos?. Me quedé con Arancha un buen rato, nos bebimos unos litros y nos contamos aventuras, nos dieron las 12 de la noche y el local seguía bajo mínimos. Empezaba a emborracharme (la falta de costumbre) y Arancha parecía que cada vez tuviera más trabajos, así que me despedí y decidí irme a dar una vuelta por San Miguel, a alguien me encontraría.

Nada, más de lo mismo, bares vacíos y nadie conocido, era increíble, cuando salía no hacía falta quedar, conocía a todo le mundo y ahora me sentía extraña en mi casa. Empezaba a acordarme de Jose y esa noche no! había decidido pasármelo bien y punto!

Estaba junto al Meliá cuando me crucé con un grupo de chico y chicas que debían ser de fuera, eran mayores que yo, rondarían los 35 o 40 años, iban en parejas y estaban buscando un sitio donde ir a tomar algo. Como no parecía que fuera a mejorar la noche con el rumbo que llevaba, decidí hacer de guía turístico y les llevé a la casa del cura, un pequeño local de música española donde la especialidad son las kaipiriñas (a su manera).  Según íbamos para allá, en mi mente sólo se repetía “que siga abierto, por favor, que siga abierto”... Suerte! estaba abierto... menos mal.

Empezamos a tomar copas y chupitos mientras hablábamos de todo un poco. Yo escuchaba, casi sin abrir boca. Eran un grupo de médicos que estaban alojados en el Melia, por algo de un congreso o algo así... la verdad es que me importaba poco, eran divertidos y me pagaban las copas. Entre las chicas, las había que eran pareja, matrimonio y dos chicos y una chica que venían solos. En total creo que éramos doce o así. Lo estábamos pasando genial, el alcohol y la música ayudaban y Silvia y Ana, una chica casada y la que venía soltera no paraban de bailar y animar a todos a que lo hicieran. Mientras Hector, el chico “soltero” no paraba de pedir chupitos y brindar por lo que a mi entender debían ser enfermedades o algo así, porque eran nombres rarísimos y les hacía mucha gracia a todos.

Fuimos poco a poco recorriendo bares y mientras estos se llenaban cada vez de más y más gente, el grupo fue perdiendo efectivos hasta quedarse finalmente, a eso de las 5 de la mañana, en Tintin con Silvia, Ana, Hector, el marido de Silvia, que tenía un nombre muy corriente, Pepe o Paco o Pablo, no sé... diremos que Pepe y yo. El estado de embriaguez que teníamos era difícilmente descriptible, estábamos como cubas, cantábamos, bailábamos y dábamos un espectáculo lamentable. En Tintín nos acercamos a la barra Hector Ana y Yo, mientras Silvia y Pepe se quedaron en el “sofá” de la entrada. En la barra, a gritos y entre empujones seguimos hablando, la conversación giraba en torno a las relaciones en los hospitales, cómo los médicos terminaban casándose con enfermeras y la cantidad de infidelidades que se producían. Me contaba cómo alguna de sus compañeras se desvestía en al sala de descanso y cómo las noches en la sala de control eran un descontrol absoluto mientras Ana asentía con la cabeza diciendo sí a todo. Todo aquello era desconocido para mí, no en vano, más de quince años separaban nuestras vidas.

Entre risas y relatos me giré para ver qué hacían Silvia y Pepe, un poco borracha y con gente rodeándonos por todas partes era difícil ver con claridad lo que al final de la sala ocurría, así que tuve que esforzarme para localizarlos y coincidió en ese mismo momento aquel en el que Silvia, sentada al lado de Pepe, con una falda rodillera y un blusón de algodón se agachaba para deslizar unas braguitas blancas hasta sus tobillos. Me quedé petrificada, entre la gente podía verla mirar a los ojos a Pepe mientras se quitaba las braguitas, y sin dejar de mirarlo cómo se las daba, dejándolas reposar sobre la palma abierta de Pepe que sin duda, por el gesto que ofrecían se las había reclamado. No podía apartar la mirada, temí ante la posibilidad de que nuestras miradas se cruzaran, aunque pensándolo bien, alguien capaz de desvestir a su mujer en un bar no creo que pusiese mucho reparo ante la mirada de una chica como yo.

Me movía de un lado a otro, sin bajarme del taburete, intentando esquivar los cuerpos que frente a mi opositaban la vista de Silvia y Pepe. Quería saber cuál sería el próximo paso. Si fuese yo, pensé, me gustaría que me tomase del brazo y me subiese al hotel... Se les veía reír, pero estábamos tan borrachos que no paramos en toda la noche. Entre cuerpo y cuerpo, el alcohol, mi imaginación y lo que estaba pasando se entremezclaban haciéndome ver quién sabe que cosas ciertas y qué cosas imaginadas. Tras de mi, Ana estaba hablando de un celador a Hector, debía ser famoso, porque se asentían a cada comentario intercambiando risas y toques más parecidos a caricias que a palmaditas de colega.

Sin reparo Ana comenzó a describir el pene del celador y cómo lo había visto la primera vez, yo no podía creerme que Ana le estuviera contando eso a Hector sin que los colores se le subieran hasta hacerla arder las mejillas. Ana miraba a Hector  y le decía - Aquel pene era el más grande que nunca ví, era venoso y oscuro, tenía un capullo reluciente y los huevos apretados contra el culo - Al principio estaba más pendiente de Silvia y Pepe que de Hector y Ana, pero Ana cada vez captaba más mi atención con su relato, en el que finalmente me centré con cara de boba.

Ana, contó, que entró un día en las duchas de personal y estaba el celador “El Potri” o algo así le llamaban. Había pasado un día duro y era el relevo, así que se fue a dar una ducha y se sentó en el banco meditando no se qué de una no se qué tomía que no salió bien. El banco estaba frente a las duchas, y El Potri estaba dentro. La mampara sólo dejaba ver la silueta y Ana  empezó a fijarse en ella cuando El Potri comenzó a silbar una canción. Ana contó que al levantar la cabeza y dirigir la mirada hacia las duchas, se veía el contorno de El Potri y cómo se estaba enjabonando, al parecer la visión debía ser espectacular pues con el movimiento de enjabono entre sus piernas danzaba un colgajo que se podía apreciar con toda claridad a través de la opaca mampara.

El Potri siguió enjabonándose y silvando, tras la mampara Ana observaba cómo poco a poco el enjabonamiento y el frote se centraba en su miembro y describió como poco a poco la mano cada vez subía más, hasta que el perfil que se vislumbraba a través de la mampara marcaba un pene erecto y ascendente, cercano al ombligo y su brazo lo agitaba como una zambomba en navidad. Describía el subir y bajar del brazo, no solo con un ritmo, sino con un recorrido que a mi me dejó con la boca abierta.

Miraba a Hector y estaba como embobado, con cara de borrachuzo feliz, atendiendo y asintiendo lo que Ana contaba como si no fuera con el, mientras yo, me estaba mojando sólo de pensar en “El Potri”.

Ana continuó su relato... - Los silbidos del EL Potri se ahogaron en un soplido sonoro que finalmente calló mientras su mano siguió zambombeando hasta que pegotazos de esperma bañaron el cristal de la mampara. El Potri siguió bajo el agua un minuto más y finalmente, vertió agua sobre ella para limpiar los restos de su alivio, la abrió y salió de la ducha.

Ana se quedó mirando perpleja, aquel hombre estaba con la cabeza envuelta en una toalla, secándose el pelo, con la mirada en el suelo mientras avanzaba desnudo hacia ella que permanecía inmóvil admirando un pene del tamaño de un bote de sanex que colgaba entre sus piernas y daba contra una y otra al ritmo de los restregones en el pelo. Según Ana, sólo pudo pensar que si así era al salir de la ducha y relajado, cómo sería hacía apenas unos segundos cuando erguida se vislumbraba al otro lado de la mampara.

Al llegar a los pies de Ana El Potri vio el cuerpo sentado de Ana y corriendo se quitó la toalla de la cabeza para taparse y pedirla perdón alegando que creía estar solo, ya que era muy tarde y el cambio de turno ya se había ido hacía un rato. Pensó en explicarle lo de la complicación de la no se qué tomía, pero no lo hizo y sin mediar palabra  se levantó y se dirigió a la misma ducha de la que el celador había salido. Se desvistió en el interior de la ducha y dejó colgado el pijama y la ropa interior en la puerta, junto a la toalla. Dice Ana que no sabe porqué (como para no saberlo) se puso frente a la mampara y acarició el lugar donde el esperma del celador había ido a parar hacía segundos. Ana desconocía si El Potri estaría al otro lado de la mampara, pero como ella dijo, “si fuera yo...” estaba excitada por la visión, pero sobre todo quería sacarse de la cabeza el problema de aquella tarde y El Potri era la excusa idónea para pasar un buen rato e irse relajada a casa.

Deseando qUe el Potri estuviera al otro lado de la mampara viéndola, Ana comenzó la ducha acariciando la mampara en clara invitación a que su celador entrase, como no obtuvo el resultado esperado decidió seguir enviando misivas y comenzó a ducharse.

Mientras contaba esto Ana no dejaba de mirar a los ojos a Héctor, a quien le costaba fijar la vista en ningún sitio de la borrachera que tenía, mientras yo la miraba sin perder detalle de lo que decía e incluso recreándome en los detalles y montando mi propia película, en al que por supuesto, yo, era la protagonista. Ana contaba como comenzó a enjabonarse mientras pasaba frente a Hector sus manos por su cuerpo, representando lo que en aquella ducha pasó. Ana contaba cómo se enjabonó por completo, usó su perfil para excitar al Potri, decía que enjabonó sus pechos en círculos una y otra vez, con el cuerpo arqueado e incluso pellizcó y estiró sus pezones de perfil para que El Potri pudiera verlo. Nuevamente se quedó sin la respuesta deseada y comenzó a dudar de que se hubiera quedado en el vestuario mirándola.

Último intento pensó... dice Ana que iba a por todas, así que se puso de espaldas a la mampara y abrió sus piernas - yo imaginaba su silueta tras la mampara como si se tratase de la chica de los estriptis del misisipi - dice que se agachó y con su mano comenzó a tocarse a palma abierta entre las piernas, dejando caer el agua ente ellas y retirando la mano para que El Potri pudiera ver con claridad el perfil de sus labios a través de la mampara... desesperada ante la inacción de su celador empezó a cabrearse ante la posibilidad de que se hubiera ido hacía rato y ella estuviese haciendo el tonto en la ducha... las dudas la corroían, así que decidió asomar la cabeza por la mampara a ver si El Potri seguía ahí.

Al asomar la cabeza volvió a quedarse de piedra, ahí estaba, el Potri, sentado en el banco de madera, con la polla en la mano, nuevamente arriba y abajo. El Potri miró a Ana y la dijo “si tu no has pasado, yo tampoco voy a pasar, no me gustan los malentendidos” Ana se rió y terminó de sacar el cuerpo de la ducha, se dirigió hacia donde estaba El Potri y mientras le dijo “aquí no habrá malentendidos” le retiró las manos de la polla y se quedó admirándola unos segundos. Ahí fue donde nos la describió nuevamente y fue añadiendo su olor, su textura, su sabor, su dureza.

Ana siguió contando que se acercó a el, le giró el cuerpo y lo tumbó sobre el banco, ella se sentó frente a el y dejó caer su boca sobre la polla que ya erecta terminó de hincharse por completo. Aquella polla a penas me cabía en la boca - decía Ana. Mordía los pliegues de su capullo y metía la punta de mi lengua a través de su agujerito - seguía. Nos contó como comenzó a hacerle una mamada mientras alternaba con caricias y golpeaba la polla contra sus pechos. Hector parecía reaccionar por momentos pero daba un par de tragos a la copa y volvía a caer rendido.

Ana nos contó que jamás tuvo una polla así entre las manos, con un vaso de tubo imitaba los movimientos que hacía para masturbarlo mientras se la chupaba o mordía, la mano retorcía el vaso, no lo agitaba de arriba a abajo, lo retorcía a la vez que subía y bajaba, la mano no era capaz de abarcar el vaso y contaba que a la vez le acariciaba los huevos e incluso se los metía en la boca y succionaba para escupirlos de nuevo.

Ana dijo que no medió palabra con El Potri, después de lo de los malentendidos se limitaron a tener sexo, Ana le comió un rato la polla, tumbado en el banco y cuando decidió que era su turno, se limitó a sentarse a horcajadas sobre la polla y darse placer. Dice que lo hizo de espaldas a el, la daba vergüenza verle y sólo quería sexo, así que se abrió de piernas, colocó una a cada lado del banco y de espaldas a el le cogió la polla y se la colocó a la entrada de la vagina. Era muy grande, así que jugó con ella en la entrada para poco a poco ir dejándola caer. Intentaba hacernos ver la sensación de esa polla entrar poco a poco, recreándose en cada centímetro y Hector seguía a lo suyo y la que disfrutaba era yo a pesar de que a mí nadie me hacía caso. Ana contó como los pies le llegaban al suelo por ambos lados del banco y mientras ella se movía arriba y abajo a lo largo de la polla del Potri, éste permanecía inerte y erecto sin hacer ni decir nada. Yo subía y bajaba súper - despacio, recreándome en lo largo y ancho de su polla, con mis manos apoyadas en sus rodillas y al tenerla toda dentro, me recreaba haciendo círculos en mi interior y acariciaba sus huevos con la palma de la mano - decía. Yo ya sentía que mis bragas iban a ir a la basura nada más llegar a casa.

De repente Ana abrió los ojos como iluminada por la vida y girando la cabeza, por primera vez se dirigió a mi, apartando la vista de Héctor y dijo... - Al subir una de las veces, casi hasta la punta de su polla, El Potrí me azotó en la nalga derecha, me cogió de ambos cachetes y manteniéndome así, en vilo, comenzó frenéticamente un mete - saca a todo gas. Con sus manos variaba la posición de mis caderas y me colocaba hacia delante o hacia atrás, supongo que buscando lo que más placer le daba. Cada vez más brusco, agresivo, fuerte, yo ya estaba de puntillas y el empujaba mi culo hacia arriba mientras su polla no paraba de castigarme, notaba mis tetas botar y por más que intentaba mantenerme en silencio no podía dejar pasar gritos de placer, dolor y miedo a escurrirme y caer, estaba desbocado. Si hubiera entrado alguien en ese momento habríamos dado mucho que hablar...

El se incorporó sentándome sobre sus piernas, de espaldas a el, con la polla clavada en mi interior, nos levantamos del banco intentando no abandonar el cuerpo del otro y así, clavados, me empujó contra la puerta de las taquillas y sentí por primera vez sus labios junto a los míos. Giré la cabeza hacia la derecha para decirle que se calmase y me encontré con su lengua y sus labios comiéndose literalmente los míos. Intenté decirle que calma, que no había prisa, que porqué no íbamos a terminar esto a su casa o a la mía, pero fue inútil, sus labios se desplazaron de mi boca al cuello y sentí un profundo mordisco a la vez que sus manos asieron con fuerza mis caderas y su polla empezó nuevamente a imprimir ritmo a nuestro encuentro. Nuevos mordiscos se sucedieron, ahora en mi espalda, al otro lado del cuello, a cada mordico arqueaba más al espalda y me inclinaba, con la intención de dificultarle que lo repitiera nuevamente. La estrategia surtió efecto pues sus dentelladas ya no eran capaces de alcanzarme, pero yo estaba completamente agachada y El Potri, asiéndome por las caderas me embestía una y otra vez. Sentía como si quedara en vilo, sólo sostenida por su polla y sus manos en mis caderas.

Nuevamente me giró hacia el banco apoyó una de mis rodillas sobre la tabla y empujó mi cabeza contra la ropa que sobre el reposaba. La palma de su mano empujaba mi cara contra la ropa imposibilitando que respirara con normalidad, la situación empezaba a escaparse de mis manos y no sabía que hacer... Ante esto que me estaba contando hice ademán de decirla algo a Ana, interrumpir su relato con un todo de preocupación, pero ella al ver que iba a abrir la boca para decir algo, con dos de sus dedos posados con firmeza sobre mis labios, me detuvo en seco... - pssss - chistó y prosiguió su relato mientras Hector, que parecía más animado, pedía una nueva ronda. Estando así, medio tumbada en el banco, con la mano del Potri inmovilizándome solo se me ocurrió comenzar a chillar a ver si se cortaba y paraba un poco, pero mi mente estaba abotargada y era poco ágil, lo que en el momento de arrojarme sobre el banco hubiera sido una buena idea, segundos después fue interpretado como muestra de ánimo a seguir dándome duro, pues tras tumbarme cobre el banco, boca abajo, con todo en pompa, El Potri volvió a ensartarme con su pedazo de carne con la misma violencia y agresividad, yo comencé a gritar y el debió excitarse o pensar que eso me estaba gustando, pues el tío siguió dándome embestidas a polla completa una y otra vez, sentía a cada embestida mi cuerpo encogerse sobre mi espalda y todo el peso contra mi cara. Su mano izquierda, que le quedaba libre encontró doble misión, por un lado me azotaba constantemente y cuando no se dedicaba a separarme las cachas del culo y acariciar mi otro agujerito.

Cada vez el ritmo era mas bestial y yo ya no se si gritaba o no, pero mi cara, mi espalda, mi rodilla, todo me dolía tanto o más que mi cosita que estaba a punto de reventar y no de placer precisamente. Finalmente apartó la mano de la cara y dejó de apoyarse en mí; todo un alivio hasta que usó ambas manos para sujetarme por las cachas del culo y seguir imprimiendo un ritmo bestial a la follada que me estaba pegando. Lo peor era que el no se movía, estaba como un poste, detrás de mi y con sus manos obligaba a mi cuerpo a recorrer su polla de arriba a abajo, me estaba llevando golpes en todas y cada una de las partes de mi cuerpo, debía estar cubierta de cardenales y cortes, por no hablar de los azotes y los mordiscos, menos mal que no tenía uñas.

De repente sus manos dejaron de empujarme y obligarme a seguir el recorrido y noté como me abrían las cachitas del culo, me acariciaban el ojete y le oí escupir sobre el, un sudor frío recorrió mi espalda, y no porque no me guste el sexo anal, explicó Ana con voz de sobrada en todo, sino porque la caña que le había dado aquel tipo, trasladada a su culo, podía significar la muerte!!! Cuando me giré con cara de terror e intención de poner fin a esto, un dedo se clavó en mi culo al tiempo que la polla volvía a hacer de las suyas en mi cosita, pero ahora era el quién se movía, yo solo estaba tumbada, sobre el banco, boca abajo, hecha un higo, con el culo en pompa mientras el sobre mi cabalgaba de nuevo a ritmo frenético con un dedo introducido en mi ano y las manos sujetándome por las caderas. Empezó a emitir un ruido continuo, como una mezcla entre grito y gemido, de esos que empiezan fuerte y poco a poco mueren entre los dientes... y así fue, el grito se apagó con sus fuerzas, tres o cuatro gruñidos acompañaron las últimas embestidas de El Potri, ya con mi ano liberado de su dedo juguetón. Al sacarla sonó un “chof” y me incorporé levemente para vaciar los restos de su semen que caían entre mis piernas, todavía el se tomó la licencia de darme un pequeño azote en el culo como despedida... Yo me reí, me hubiera gustado preguntarla a Ana si había sido con la mano o con la polla, pero me abstuve... Se incorporó, volvió a la ducha, se dio un agua y salió sin que yo apenas me hubiera podido mover del banco. había pasado una media hora desde que salí de la ducha, la de cosas que pueden pasar en media hora pensé... se vistió con una especia de chandal o algo así color gris y negro... yo seguía sin poder levantarme antes de salir del vestuario me dijo “aquí no habrá malentendidos”, se dio la vuelta y salió del vestuario.

Tardé un poco en reaccionar, pensé lo que había pasado, primero me ruboricé y luego sonreí, - aquella era una polla impresionante - pensé. Me puse en pié y me miré al espejo, tenía un ojo amoratado, tres o cuatro marcas de mordiscos en la espalda, la rodilla derecha desollada, moratones en los muslos, un corte en la cara... un cuadro. Me fui a la ducha, dejé caer el agua de nuevo por mi cuerpo, boca abajo el pelo empapado no me dejaba respirar, se me metía en la boca y tapaba mi nariz, tenía que inclinar la cabeza o me ahogaba, esa sensación me era familiar, me excité pensando en ello y tenía la tristeza de no haber podido correrme con aquella polla, así que abrí mis piernas y comencé a tocarme despacio, en la ducha, visualizando esa polla, recreándome en su sabor, estaba deliciosa, no retiraba de mi cabeza la idea de que mis manos, antes en posesión de tan grandioso triunfo ahora estaban acariciándome. Las yemas de mis dedos se alternaban sobre el clítoris en movimientos suaves y rítmicos, en ocasiones me acariciaba el culete y sin prisa llevaba de jabón mis manos y acariciaba otras partes de mi cuerpo... estaba disfrutando de lo lindo. Mientras Ana me contaba esto volvió a escenificar las caricias sobre su cuerpo, yo sólo podía mirarla con cara idiota y Héctor creo que ahora estaba más pendiente de mis caras y gestos que del relato de Ana... Ana siguió contándonos cómo el pelo la cubría la cara impidiéndola respirar  mientras ella lo escenificaba colocándose todo el pelo sobre su cara - al tiempo que seguí acariciándome despacio, muy lentamente, acercándome poco a poco al orgasmo.

Me senté en el suelo de la ducha, contó Ana, y abierta de piernas dejaba caer el chorro más grueso sobre mi “cosita”, cerro ligeramente el grifo para unir el chorro en uno mas grueso y de menos caudal y se colocó abierta de piernas sobre el. Siguió masturbándose así hasta correrse entre sus dedos, bajo el chorro de agua, en el suelo de la ducha. Dice que permaneció ahí sentada durante más de una hora, alguien que entró en los vestuarios la espabiló y finalmente se secó y vistió para irse a casa con una experiencia “diferente”.

Al terminar su relato Ana emitió un chasquido con el dedo dentro de la boca que me sobresalto y devolvió a la realidad de aquel pub que estaban ya cerrando. Miré a Héctor con cara de incredulidad, le decía con la mira “Tío ¿cómo puedes estar ahí tan campante después de lo que nos ha contado Ana?” Yo los miraba a los dos, a uno y a otro sin poder decir nada, y fue Ana la que rompió el hielo:

  • Si eres capaz de darme las bragas ahora mismo y están secas como esta servilleta, te doy lo que me pidas sin condiciones.

Un  - ¿Eh? - y unos colores que me subieron desde los pies a la cabeza fue todo lo que pude decir. Héctor me miraba sin apartar la vista.

  • No me digas que ahora no te gustaría estar desnuda en la cama disfrutando de una noche de sexo bestial.
  • Chica, no sé, yo no... - No sabía qué decir, estaba abrumada y excitada por el relato, el alcohol, no sé, el caso es que no me salían las palabras.
  • Nosotros somos gente abierta a estas cosas, el sexo es divertido, es para disfrutarlo, si quieres, esta noche, te podemos hacer gozar de lo lindo. Seguro que tienes alguna fantasía que quieras cumplir... - Esto último lo dijo deslizando su dedo índice desde mi nariz, labios, el mentón, el lateral del cuello, mi hombro, mi brazo, mi mano que apoyaba sobre mi rodilla en el taburete, mi rodilla, la suya frente a la mía, subió por su pierna, su abdomen (da cosa llamarlo tripilla), su pecho, hizo un círculo en el pezón, su cara y finalmente, por el lateral de su boca introdujo el dedo entre los labios, lo besó y señalándome me terminó - sólo tienes que pedirlo.

Estaba desconcertada, seguía mirándome a los ojos, yo no quería apartar la mirada, pero poco a poco se acercaba a mi. Apoyó sus manos sobre mis rodillas, un escalofrío recorrió mi espalda, seguía acercándose, no quería o no podía apartarme, no sé exactamente qué pensar aún hoy, el caso es que estaba a escasos centímetros de mi boca, mirándome fijamente, con las manos en mis rodillas, no pude aguantar, cerré los ojos incliné levemente la cabeza y como un jarro de agua fría una mano apartó mi cara hacia un lado y Ana dijo a Hector “Tu pagas las copas”.

¿Cómo? Miré a Hector con cara de cabreo monumental, se habían reído de mí!!! ¿De qué va esto? le pregunté a Héctor... Estamos muy borrachos, respondió, es sólo una broma, a Ana le gusta contar historias excitantes cuando conocemos a gente así, como tú - ¿Como yo? ¿Eso que significa?... - No te enfades, es una broma sin importancia, tu pareces insegura, inexperta... hacemos una apuesta, si caes pago yo y si te retiras paga Ana. Normalmente gano yo, pero hoy has aguantado hasta el final y me toca pagar a mi, sólo eso.

  • Entonces ¿Todo era mentira?
  • Algunas cosas sí y otras no. Respondió Ana.
  • ¿El Potri no existe?
  • Si, es un celador del Clínico, pero nada más que eso, se rumorea mucho a cerca de lo que lleva bajo el pijama, pero nada más. A demás, ¿Quién se va a creer hoy en España lo de las duchas mixtas?
  • Y yo que sé tía, cosas peores se han visto... ¿Entonces todo es trola?
  • No, que tenemos sexo entre nosotros en ocasiones es verdad, lo de los vestuarios es una adaptación libre de un encuentro de Silvia, o al menos eso dice ella. Si la sigues el rollo ya te lo contará. Por cierto, ¿dónde están?
  • Seguían en la entrada hace un rato...
  • A esos como los dejes solos. Dijo Héctor.

Nos terminamos la copa y fuimos a buscar a Silvia y a Pepe. Mientras terminábamos la copa Ana no paraba de decirme lo promiscua que era Silvia y lo guarro que era Pepe, - Vaya pareja - pensé... Al llegar a donde estaban ellos, ya habían encendido las luces del garito, estaban cerrando, seguían en el sofá. Silvia estaba sentada sobre Pepe que estaba a su vez sentado en el “sofá”, estaban dormidos, la verdad es que ellos eran los que más habían bebido, tenían las cabezas entrecruzadas y ella reposaba la suya sobre el hombro de Pepe mientras Pepe estaba desnucado sobre el respaldo. Tambaleándonos Héctor zarandeó a Pepe diciéndole ehhh arriba y sin más siguió hacia la salida abandonando el local, Ana hizo más o menos lo mismo con Silvia y siguió el mismo camino... - Joder - pensé, se van y les dejan ahí tirados, vaya amigos... Seguí frente a ellos esperando alguna señal de que se habían dado por enterados.

Nada, así que decidí acercarme a zarandearles nuevamente. Primero me cebé con Pepe y al ir a hacer lo propio con Silvia, ésta se incorporó, me miró con cara de borracha hasta las patas y me dijo “que si, que ya”. A duras penas consiguió incorporarse sobre Pepe y finalmente se puso de pié... vaya cara debí poner, al levantarse Silvia, Pepe, sentado, tenía los pantalones bajados por delante y mostraba una polla flácida y pringada de todo. Avergonzada salí corriendo del local y nada más poner un pié en la calle Ana y Héctor empezaron a descojonarse de mi, sin duda esto era más habitual de lo que yo creía. -Ay... tontorrona - me dijo Héctor mientras me cogía por el hombro invitando a que Ana se incorporase al otro. y ¿Dónde vamos ahora?.

Continuará si así lo queréis....