De cintura para arriba

Algunos se pierden muchas maravillas por no sintonizar bien.

De cintura para arriba

Llegamos a casa derrotados de tantas galas, tanto viaje y… tanto follar. Empezaba a darme cuenta de que «en todos lados cuecen habas». Los homosexuales de los pueblos se esconden mucho más que los de las ciudades por miedo a que lo sepa todo el pueblo (es lógico, les hacen la vida imposible), pero cuando las personas que se les acercan no son del pueblo, sino de la ciudad, la cosa cambia al extremo contrario, es decir, procuran aprovechar esa ocasión como sea asegurándose de que el de la ciudad no se vaya de la lengua. Esto nos dio la sensación de que los pueblos estaban llenos de maricones guapísimos y deseando de pillar a un músico (ni más ni menos) y dejarse hacer de todo. Así que, en algún sitio, tuvimos que ponerlos en cola y, en otro, elegir a los que estuvieran más buenos, porque también los hay feos; ¡coño, todo hay que decirlo! Vimos pueblerinos que eran verdaderos cromos; como pintados con la simple intención de decirte: «cómeme». Alguno que otro no era tan guapo de cara y acababas decidiendo tirártelo en un minuto por darle el gusto, pero te sorprendías descubriendo que tenía un cuerpazo y una experiencia digna de ser imitada; siempre se aprende. Desde la belleza rústica de aquel ingenuo «turronero» hasta la elegancia inesperada de un alcalde joven y trajeado, habíamos conocido de todo en unos quince días. Algunos se asustaban al ver el comportamiento de Alex, que siendo tan joven, les hablaba se sexo con total naturalidad y acababa llevándoselos al huerto. Pero lo mismo que nos ocurrió esto, también pude comprobar que más de un hetero se moría por nuestros huesos aunque ponía muchas pegas a la hora de la verdad para no dejar tan clara su atracción hacia un hombre. Lo que cuento a continuación es una mezcla de esto, porque la preciosa criatura con la que me enfrenté comenzó asegurando que sólo le gustaban los tíos y… no era de pueblo, sino de ciudad.

El piso nuevo estaba ya casi arreglado. Creo que comenté en otro momento que no los había de tres habitaciones en el bloque y decidimos alquilar uno de cuatro y mucho más grande. En los días que estuvimos fuera, Manu y Ramón se encargaron de echar un vistazo. Lo habían pintado entero; cada habitación con un color muy pálido. Bajaron casi todos los muebles y los dejaron (más o menos) donde se suponía que deberían estar. Ramón sabía de esto bastante. Se encargó otra cama grande, como la nuestra, para el segundo dormitorio más grande del piso; el dormitorio de Alex. En otro de ellos instalamos un dormitorio con dos camas para los invitados (que yo supuse que acabarían acostándose en una cama). El último dormitorio se dejó para prepararlo como estudio de música. Nuestra tele TFT se puso a los pies de la cama, se compró una para Alex y se dejó la del salón pero, por un motivo que desconocíamos, no había forma de sintonizarla. Llamé al técnico y me dijo que ya me avisaría de qué día iría a revisarlo. Lo único que le dije es que no se demorase demasiado; no era para nosotros demasiado cómodo encerrarnos en nuestros dormitorios si queríamos ver algún programa. Alex se sintió muy contento, sin embargo, porque a nosotros nos gustaban el cine o los conciertos y él prefería ver documentales de animales y plantas. Lo que me temía era que se presentase el técnico algunos días después porque volveríamos al trabajo hasta septiembre y casi sin parar.

Daniel preparó a Alex; estaban muy guapos. Me dijo que se lo llevaba de compras porque necesitábamos algunas cosas más para el piso, que parecía ahora estar casi vacío.

Cómprale una PS2 y un PC – le dije -, este niño debe ir ya aprendiendo cosas nuevas. La teoría sirve para poco sin práctica.

Pues también me gustaría tocar la guitarra como tú, papá – me dijo el pequeño -, no sé si eso es muy caro

¡Mira enano! – le pellizqué la nariz -; si te gusta tocar la guitarra acabaré comprándote una y enseñándote yo mismo. El precio no me importa, pero todas las cosas no se pueden aprender al mismo tiempo. Haremos ejercicios de vez en cuando con otra que tengo ahí que te va a gustar.

¿Vas a tirar la casa por la ventana, Tony? – exclamó Daniel -; yo quiero una mesa de billar.

Eso es lo malo, Daniel – le dije riéndome -, que tendrás que conformarte con un juego de billar para PC. Esas mesas son enormes y aquí no cabría una.

Partieron muy contentos y me puse a ordenar un poco la ropa y a poner alguna lavadora. De pronto, me pareció oír el timbre de la puerta (que tenía un sonido distinto al del que habíamos tenido) y fui a mirar. Me pareció ver a un joven fuerte, moreno, de pelo un poco largo y rizado y que miraba al techo. Abrí la puerta y preguntó por mí.

Sí, es aquí – le dije - ¿Qué desea?

Aprovecho que he tenido que venir urgentemente por aquí – me explicó -. Perdone que no haya avisado. Soy el técnico de la televisión.

Viendo tal belleza delante de mí, hubiese quitado el horrible TFT y lo hubiese sentado allí a él para mirarlo de día y de noche.

¡Ah!, sí, sí – le dije sin saber qué hacer -; es aquí. Pasa. El que no se puede ver es el del salón.

¡Joder! – exclamó al entrar - ¡Vaya un piso bonito!

Es esa la que no conseguimos sintonizar – le dije -; no entendemos por qué se ven las otras y esta no.

¿Hay más teles en la casa? – preguntó mirando la del salón -.

Sí, sí – le dije nervioso y comiéndome de gusto por dentro - ¡Pasa, pasa! Hay una en cada dormitorio.

¿Puedo ver si se ven con nitidez? – preguntó -; me extraña que siendo TDT no se vean todas.

No dije nada. Le abrí la puerta del dormitorio de Alex, encendió la tele sin apartar la vista de la enorme cama y observó que podía ver todos los canales con total nitidez. Le hice pasar a nuestro dormitorio y noté que levantó la cabeza y abrió los ojos como con espanto. El dormitorio nuestro estaba completo; además de ver la cama y la tele, había muchos adornos y un ambiente que le asombró. Pero no dijo nada, sino que también encendió la tele y comprobó que estaba bien. Salió del dormitorio mirando atrás y diciendo: «¡Jo, madre!, ya me gustaría a mí ve la tele ah텻.

La del salón parecía encenderse pero no dejaba ver ningún canal. Sacó el joven un cable y un aparato pequeño y midió la señal (eso creo) que llegaba a la tele.

Mal asunto, señor – me dijo -, aunque tiene fácil solución. Uno de los hilos está cortado. Posiblemente no llegue la señal al televisor por eso. Le daré un corte y le pondré una clavija nueva.

Tú verás, chico – le dije -, no soy técnico en esto de las teles.

Mientras cortaba el cable y hacía lo demás, no dejaba de mirar alrededor en el salón. Hasta estuvo observando la horrible pero curiosa lámpara psicodélica que estaba sobre la mesilla del rincón.

¡Ya está! – dijo sonriendo -; vamos a probar.

Se agachó para hacer las conexiones y su corta camiseta llena de publicidad se subió dejándome ver medio culo redondeado de los que te ponen la cara de bobo. El pantalón se le había quedado demasiado bajo y dejaba ver sus calzoncillos ajustados de color Burdeos. Metió la mano por debajo y buscó el conector. Puso el cable en su sitio y ¡hombre!, salieron las imágenes. Me miró y me dijo contento:

¡Ea! Problema arreglado.

Pero yo seguía mirando su culo, boquiabierto y, supongo que con cara de idiota.

¡Vamos a probar con el mando! – le dije y le señalé el sofá -; hay bastante distancia.

Para mi sorpresa, el chico se fue hacia el sofá mirándome con una extraña sonrisa. Se había dado cuenta de que le había estado mirando el culo más que la tele, pero no estaba molesto por eso.

Nos sentamos bastante juntos y no dejaba de sonreír mientras cambiaba los canales.

¿Qué, señor? – preguntó apagándola – ¿Le ha gustado?

No sabía que decirle y le sonreí impresionado por su belleza y por un precioso lunar que tenía en el cuello.

Me parece que no le ha molestado lo que ha visto – dijo con seguridad -; ahora podrá ver también la tele.

Me arriesgué; no pude evitarlo:

Preferiría seguir viendo lo que he visto… y no me llames señor, que me parece que somos de la misma edad.

Entiendo – me dijo – que le haya gustado el «espectáculo», pero… es que a mí me van las tías ¿sabe?

Sí, sí, claro – le contesté serio y seguro -; tómalo como una anécdota. No te he tocado ¿no?

Que yo sepa no, señor – siguió llamándome señor -; no me importa que haya mirado o lo que haya visto.

¿Ah, no? – me extrañé - ¿Y no te importaría que lo viese otra vez?

Bajo mi asombro, se puso en pie ante mí, me dio la espalda y se agachó subiéndose la camiseta.

¡Ver, pero no tocar! – dijo bromeando -; no me importa.

¡Joder! – exclamé sin darme cuenta - ¡Pues a mí sí!

Se echó a reír y se sentó a mi lado mirándome profundamente y diciendo:

De cintura para arriba… todavía… Pero para abajo está reservado.

Cuando me vine a dar cuenta, se había levantado la camiseta para que le viese el pecho, un tanto velludo, y dijo con total naturalidad que si se le podía ver en la playa ¿por qué no se le iba a poder ver en otro sitio?

Ya – le dije bastante cortado y con la mente en su culo -, pero en la playa parece que no produce el mismo efecto. Supongo que te pasará igual con las tías. Las ves casi en pelotas en la playa y no es lo mismo que verlas medio vestidas en una tienda.

¡Coño, es verdad! – me dijo riéndose -; seguro que si me ves el pecho en la playa, ni te fijas

Creo que sí, chico; creo que sí – dije -; lo que se te ve y lo que se intuye de tu cuerpo

A mí no me importa que me vean – me dijo muy seguro -. Otra cosa es… bueno, ya sabes a qué me refiero.

Ya – respondí sin dejar de mirarle -, pero lo que he visto hasta ahora ya me tiene trastornado ¡No, no, no te preocupes que no pongo una mano sin permiso en ningún sitio!

Cambió su sonrisa, se agachó un poco y me sacudió los cabellos. No sé si se había dado cuenta de que debajo de mis calzonas había algo que estaba ya bastante duro y abultado, pero, con toda naturalidad, se quitó la camiseta y dio una vuelta lenta para que le viera.

Mira, chaval – le dije -, ni siquiera sé cómo te llamas, pero si sigues haciendo esas cosas me vas a poner enfermo y, cuando te vayas… me vas a tener días pensando en lo que he visto.

Me llamo Paco – dijo dando vueltas - ¿Y tú?

Me dicen Tony.

Pues mira Tony – dijo mirando alrededor -, a mí no me importa que veas lo que quieras de mí, pero ya te lo he advertido y no quiero problemas. Si quieres tocar algo, un poco… de cintura para arriba.

Me vas a poner malo, Paco ¡Joder! – miré al suelo -. ¡Es que cuando te vayas me voy a matar a pajas!

Lo siento, tío – dijo entonces -, eres tú el que quieres ver y a mí no me importa enseñar. Decide.

No podía perderme aquello aunque lo tuviera en mi mente un tiempo cuando hiciera el amor con Daniel. Al menos, la mitad que había visto de su culo y observar sus hombros, sus brazos, sus pechos y su vientre ya me iba a tener enfermo algunos días, así que le pregunté haciéndome el ingenuo:

¿De verdad no te importaría enseñarme parte de tu cuerpo?

Se echó a reír y se acercó a mí:

Mira Tony, no te hagas ilusiones; no hago esto como lo pudiera hacer un calientapollas. Lo hago porque sé que te gusta y a mí me da igual que me veas.

Y, sin decir nada más y con total despreocupación, volvió a darme la espalda, se inclinó un poco y se bajó los pantalones hasta las rodillas.

¡Vamos! ¡Mira, si te gusta! – dijo -; el problema de las pajas es cosa tuya, guapo.

Paco – le dije tembloroso -; no sé si te entiendo. No te importa que te vea y acabamos de conocernos. Me vas a matar

Así, tal como estaba, volvió a sentarse a mi lado y me besó en la mejilla. Luego se quedó mirándome como con extraño y dijo intrigado:

¿Sabes, Tony? No entiendo esto yo tampoco. Me pareces un tío agradable y has sido muy cortés y respetuoso conmigo. No podía dejarte sin verme.

Me fijé en su entrepierna y vi que estaba empalmado, pero viendo él que lo miraba y tragaba saliva volvió a repetirme que de cintura para arriba, lo que fuera, pero que de cintura para abajo, nada.

Mi respiración se había acentuado y me costaba trabajo dejar de mirarle y hablar.

¿No te importa que te toque un poco… por arriba? – le dije -. Te prometo que no bajaré del ombligo.

Tony – me respondió con otro tono de voz -, he conocido a muchos tíos, amigos, ya sabes, pero tú tienes algo que no entiendo.

Mira, Paco – le dije -; te equivocas cuando piensas que la belleza, en un hombre, sólo la va a encontrar en una mujer; o al revés. Yo te he visto y he visto la belleza. Yo creo que, en realidad, lo que tienes es miedo. No sé. Si encuentras algo de belleza en mí ¿por qué ese comportamiento?

Pienso que hago cosas de maricones – dijo -; y perdona lo de «maricones»; no lo digo por ti.

Nadie, Paco – le respondí bajando la voz -; nadie va a enterarse de que yo te haya gustado o de que tú me hayas gustado. Mira qué ojos, qué cara, qué labios; mira ese lunar precioso en tu cuello. Mira qué hombros, que espalda, qué pecho, qué culo. Mira lo bonito que es lo que tienes entre las piernas ¿Vas a decirme que no te gustan esas partes de tu cuerpo? ¿Vas a decirme que no es posible que le gusten a otro hombre?

Hubo unos momentos de silencio y sonrió. Levantó muy despacio su mano temblorosa y la puso en mi mejilla:

Mira qué ojos; mira qué cara, qué labios, qué mirada tan dulce

Nos mirábamos fijamente y comencé a darme cuenta de que nuestras cabezas se iban acercando poco a poco. Nuestros labios estaban ya a punto de rozarse cuando se retiró asustado y respirando muy alterado.

¡No puedo hacer esto, no puedo! – me dijo - ¡Sé que voy a arrepentirme y a sentirme un maricón!

Paco, mírame – dije -; prométete a ti mismo que no volverás a hacerlo, pero no dejes algo que te gusta sin hacer. Entonces sí que te arrepentirás mañana.

Levantó su vista lentamente y me miró sonriente.

Tienes razón – dijo -, pero prométeme que si me siento mal por algo vas a ayudarme.

¿Por qué no? – exclamé - ¿Es que lo que estás deseando de hacer es malo? ¿Te va a cambiar? No, Paco, no; vas a seguir siendo el mismo, pero no dejes sin hacer algo, si lo deseas.

Volvió a acercar su cara a la mía, cerró los ojos y tembló un poco cuando sus labios se posaron sobre los míos. Lo dejé hacer. Levantó sus brazos y los puso alrededor de mi cuello y fue entonces cuando empezó a mover su cabeza a un lado y a otro lentamente, fue abriendo un poco sus labios y comenzó a mordisquearme los míos. No hice nada; esperé. Pero tiró de mí con sus fuertes brazos y comencé a besarlo dulcemente. Seguía con los ojos cerrados. Puse despacio mis manos sobre su cuello y, quitándome de allí mi mano derecha, la agarró y apretó y la puso sobre su pecho. Comencé a acariciarlo lentamente y fue besándome con más fuerzas, sin abrir los ojos y respirando entrecortadamente. Luego fui acariciando todo su cuerpo con mucha lentitud y abrió los ojos. Su expresión decía: «¡Me encanta!».

Comenzó a abrazarme también como yo lo estaba haciendo, se paró un instante y me dijo:

¡Qué raro! Ya no siento vergüenza.

Pues haz exactamente lo que se te apetezca – le dije -, porque yo no la siento tampoco. No te arrepientas luego de no haber hecho algo.

Miró mis calzonas un momento y llevó su mano a mi polla muy despacio. La agarró y la estuvo palpando para ver cómo era.

¿Quieres verla? – le dije -; yo no me corto nada.

Es que

¿Qué te pasa ahora? – le pregunté con cariño - ¿Prefieres así?

Si te quitas las calzonas – dijo serio -, quito yo eso de la cintura para abajo.

¡Joder, Paco! – exclamé - ¡Mejor para los dos!

Pero quítatelas tú – añadió -; yo no sé si puedo hacerte daño.

Me levanté un poco y las bajé. Me miró con asombro y sonrió.

¡Es verdad! – dijo - ¡No podía perderme esto!

Echó la mano a mi polla y la fue tocando y observando. Se daba cuenta de que no era como la suya.

¡La tuya me gusta más que la mía!

¡Bueno, tío! – le dije - ¡Cada uno la tiene de una forma!

Cógeme la mía, por favor – me dijo al oído -. Me da vergüenza, de verdad, pero quiero sentirlo. Quiero sentir tu mano.

Con mucho cuidado, bajé mi mano hasta cogérsela y acariciarla. Aspiró profundamente y comenzó a besarme otra vez.

¡Sigamos, sigamos! – susurró - ¡Cógeme el culo, haz lo que quieras!

No tuvo que repetírmelo dos veces; estaba esperando con ansias acariciar aquellas nalgas tan perfectas. Se levantó un poco para facilitarme la tarea y acercarse más a mí. Iba apretando mi polla y moviéndola poco a poco cuando comencé a acariciarle los huevos. No sabía qué hacer. Me besaba, me abrazaba y hacía el intento de bajar la cabeza como para chupármela. Así que fui dejando caer mi cabeza hasta su entrepierna y comenzó a temblar. Estaba empapada y me la metí lentamente en la boca. Comencé una mamada suave hasta que me cogió la cara y levantó mi cabeza. Me miró a los ojos asustado:

A mi novia le da asco de chupármela. Me encanta que me lo hagas ¿No te importa?

Mil veces, si hace falta – le dije -, tú no tienes a una novia que te quiera, sino a una tía de compañía que nunca te va a hacer feliz.

Me haces feliz, Tony – me dijo - ¡Cuánto me gustaría hacer esto contigo de vez en cuando!

Esta es tu casa, Paco – le dije -. Aquí vivimos varios, pero todos pensamos que no hay que avergonzarse de algo como esto.

No, no – contestó al momento -; yo quiero contigo; ¡contigo!

Conmigo, Paco, conmigo – le mordí la oreja -; nadie va a decirte lo que tienes que hacer; ¡pero hazlo, cojones!

¿Cómo follan dos tíos? – preguntó -; a mí no me gusta que me la metan.

A mí sí, Paco – le aclaré -; esa es una forma de follar entre dos tíos, pero hay muchas

¿Puedo follarte? – preguntó exaltado -; pero antes chúpamela, por favor, que mi novia no quiere.

Lo eché sobre el sofá (no quería irse a la cama) y le hice una buena mamada. Cuando empezó a notar que se corría (pocos segundos después), me cogió la cabeza respirando sofocadamente:

¡Para, para, Tony! ¡Que me corro!

Dejé de mamársela y le advertí que si quería correrse que no aguantara y si prefería follarme, deberíamos descansar un poco.

Mira, Tony – me dijo -; tengo que irme. Me van a matar. Me correré ahora pero prométeme que podré venir a verte… o nos vemos en otro lado… Por favor.

¿Quieres también follarme otro día? – le pregunté seguro -.

Sí, sí. Enséñame todo lo que se pueda hacer – dijo muy rápido -; ya no me importa nada, si es contigo; pero sólo contigo, por favor.

Le sonreí y le guiñé un ojo. Bajé la cabeza y seguí chupando aquella deliciosa polla mientras le acariciaba un culo que nunca pensé que iba a tener tan cerca.

Comenzaron las convulsiones y empezó a decir algunas frases muy raras hasta que salieron tantos chorros de leche de aquella preciosa polla morena, que se me resbalaba su leche por las comisuras de los labios.

Se quedó un poco echado muy alterado, pero fue subiéndose los pantalones:

¡Tengo que irme! ¡Me van a matar!

Vale, Paco – le dije besándolo con suavidad en los labios -, pero sé que vas a volver y eso me hace feliz.

Me hará feliz decirle a mi novia que aprenda a hacer lo que me has hecho o que se vaya buscando otro novio. Con esta tía, de cintura para abajo nada.