De cerda a yegua

Mi cerda fue escendida, ahora es yegua. Cada día está más apetecible de esa manera.

Han transcurrido más de seis años desde que mi cerda y esclava me pertenece totalmente en cuerpo y alma, desde que la tengo en casa, totalmente sometida, sin sus brazos, anillada, castigada, enmudecida para siempre, humillada y degradada a tal punto que ya no es una mujer sino que es exactamente lo que dije al inicio, una cerda.

Mis expectativas con relación a su sometimiento y mi goce habían sido superadas totalmente hace ya mucho tiempo, pero ella, la cerda, parece ser que aún está dispuesta a más. No me lo dice ya que está privada de por vida del don del habla, al haberle sido cortadas sus cuerdas vocales, pero me lo hace notar en cada oportunidad que puede.

Es así que los otros días, cuando la saqué a tomar un poco de aire luego de casi cuatro meses encerrada en el sótano, y aprovechando que había un día relativamente soleado, ella me escribió sobre la tierra con sus pies "amo, ya no soporto esta vida, necesito sufrir más"

Esta confesión me dejó perplejo, no podía imaginar que esta cerda esclava estaba dispuesta a seguir traspasando límites, pero era así, tal cual.

Me puse entonces a pensar que era lo que podía hacer para satisfacerla y me surgieron gran cantidad de ideas, pero todas ellas conllevaban a un riesgo para su existencia, y si bien hoy por hoy su vida no tiene ningún valor para nadie, ya que no es una persona sino menos que un animal, no quería perderla, para poder seguir así disfrutando de su sometimiento y humillación, pero tenía que ser cuidadoso, su cuerpo estaba cada vez más deteriorado y su resistencia ya no era la misma que al principio, por lo tanto daría pasos firmes pero con cuidado.

Lo primero que decidí hacer es cambiar su lugar de alojamiento. Como yo vivo en una casa situada en la ciudad, no tengo otro lugar más seguro para dejarla que en el sótano de la misma, pero ya era hora de buscar nuevos rumbos con su ubicación, y fue por eso que opté por trasladarla a una pequeña granja que tengo a unos ochenta kilómetros de la ciudad. Es una granja donde vive una pareja de caseros y donde tengo algunos animales y frutales plantados, no es una compra que yo hice sino una que heredé por deudas, pero no quise venderla y ahora le estoy encontrando una utilidad superior a la que venía teniendo.

Los caseros son una pareja de mediana edad, de mi total confianza ya que hacen y deshacen a su gusto, su única misión es mantener el lugar limpio, ordenado y en lo posible conservar todo prolijo; de tanto en tanto, en algún acontecimiento me traigo un lechón, un cordero, o algún producto criado o cosechado en la granja. Hay allí un gran gallinero, un chiquero con varios cerdos, un par de caballos, una vaca unas cabras y poco más, y claro, los clásicos perros que están en todos los lugares, en este caso son como cinco.

Fui antes pues a hablar con los caseros, de frente, sin tapujos, y les comenté cual era la situación de cerda, les conté que ella estaba totalmente conciente de su estado y que estaba en pleno uso de sus facultades mentales.

Descubrí que esta pareja tiene un morbo igual o parecido al mío. La respuesta de la mujer fue algo así como "Que le hace un cerdo más al chiquero", y tal cual yo esperaba, ese mismo fin de semana hice los arreglos para llevarla a su nuevo hogar.

Acondicioné a cerda en un tanque vació de 200 litros, en donde la puse agachada dentro de él y luego rellené con tierra hasta dejar solo fuera su rapada cabeza, le atornillé la tapa metálica, en la cual había un par de agujeros para permitirle respirar. Para que dentro del tanque no se sintiera extraña, le puse en el espacio que quedaba libre una gran cantidad de sus queridas cucarachas con las cuales convivía diariamente, y tapado el mismo no saldrían de ahí haciéndole compañía todo el viaje. Para amenizar su trayecto le coloqué un separador de mandíbulas, para que hiciera el viaje con la boca abierta y sus amigas la pudieran visitar en su interior cuando ellas quisieran. La verdad es que mientras la preparaba de esta manera me excité tanto que dejé también dentro de su boca mi recuerdo, con una meada primero y luego mi semen, desparramado en su rostro que sería un buen alimento para sus compañeras.

En la granja, ya tenía su lugar asignado; era una parte del chiquero, sin techo, la parte más llena de barro y moscas, la peor diría yo ya que cuando llovía quedaba sumergida en barro y agua. Debería sin dudas compartir la comida con los cerdos, es decir aceptar lo que los cerdos dispusieran para ella ya que la prioridad siempre sería la de los animales. Para asegurarme que no se movería de ahí le uní los pies con una cadena gruesa y corta, que a su vez aseguré al piso mediante un hierro enterrado en un anclaje de hormigón, por lo que tenía un movimiento totalmente limitado en un círculo de no más de dos metros de radio, y que le iban a impedir meterse debajo del techo de chapa. Realmente era la cerda castigada, es decir la última de las cerdas ya que ni siquiera gozaba de los privilegios que tenían los cerdos reales. Para aumentar su tormento los caseros le arrojaban la comida en el piso, y muchas veces debía disputar la misma con los propios cerdos del chiquero, mucho más grandes y fuertes que ella. Yo pensé inicialmente que no se iba a adaptar, pero pude ver con asombro que en pocos días era una cerda más. Los animales se fueron acostumbrando a su presencia y ya compartían la comida como si fuera uno más de ellos. Pero lo más increíble de todo fue lo que me mostraron los caseros solo un par de semanas luego de dejarla ahí. Llegue un viernes para pasar el fin de semana con ella, lavarla un poco y tener sexo con mi esclava y no pude salir de mi asombro cuando vi uno de los enormes cerdos montándola y teniendo sexo con ella. Ella estaba quieta, agachada, y como no tenía brazos para sostenerse había apoyado su cabeza sobre un muro bajo, para mantener el equilibrio, todo un espectáculo que me excitó una enormidad, la estuve contemplando por más de media hora y fue increíble como ella gozaba tal cual se tratase de una marrana pura, y la verdad es que para mi ya lo era, llegó a un orgasmo que la estremeció, es precioso verla orgasmar en silencio, retorcerse toda sin poder emitir un gemido, pero se notaba claramente que gozaba, y mucho. La dejé llegar a su clímax y luego le desaté la cadena, la saqué de su hogar y la colgué por los pies cabeza abajo de un árbol, y con una manguera la dejé limpia; no me pensaba llevar esta cerda a mi cama con la mugre que tenía encima, y aunque era lindo verla así mejor hacer las cosas bien.

Una vez higienizada, me la llevé a mi cama y pasé una noche esplendorosa, montando a mi cerda como la montaba el propio macho en su chiquero. Allá él era su dueño, acá yo.

Acordamos con los caseros que la íbamos a dejar unos días fuera de su sucio chiquero, no para que sufra menos, sino que los cerdos machos, que eran como tres, debían dedicarse a sus tareas de reproducción, y según me dijo la esposa del casero, se turnaban uno a uno para pasar con mi cerda, no se si es que les gustaba más pero a mi me estaba complicando porque los cerdos están para reproducirse, y además siempre va a existir el peligro de contagio de alguna enfermedad, una cosa es una o dos veces, otra cosa es cuatro cerdos todos los días, y estos parecían incansables.

Acordamos dejarla encadenada a una noria que había en la granja, que servía para mover el agua de un grand tajamar a través de canaletas hacia las diferentes plantas y cultivos, y que hasta el momento era movida por un caballo, algo muy rudimentario pero efectivo y pintoresco. Decidimos darle un descanso al pobre equino y encadenar a cerda a la misma, para que girara, hora tras hora, día tras día y abasteciera las necesidades de agua de la granja.

Así pues la encadenamos, completamente desnuda a su nuevo "hogar", con la orden estricta de girar sin detenerse por ningún concepto, desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche. A esa hora tendría su única comida, abundante pero única, y luego se le aflojaría la cadena para que se tirase al piso y dormir, así, de lunes a lunes, con sol o con lluvia, sin parar por ningún concepto. Y comenzó su trabajo. Me calentaba muchísimo verla hacer sus necesidades mientras giraba, sin detenerse, con la mierda y la orina chorreando por sus piernas. Los caseros cada tanto la azuzaban con algún latigazo y ella, siempre en silencio apuraba más el paso. No había piedad para su trabajo, con luz, a oscuras, con sed, con hambre, con calor abrasante, con lluvia torrencial, incluso una vez le tocó con un leve granizo y ni se detuvo y otra vez llovió una semana seguida y tampoco la liberamos de sus obligaciones, y no era fácil luego de girar catorce horas tirarse al piso, comer con la boca sobre un gran charco de agua, mierda y orina y luego intentar dormir lo mejor posible para tener fuerzas para el día siguiente. No, no era fácil pasar cinco o seis días bajo agua de esa manera. No podía aflojar jamás. Si lo hacía sería castigada de la forma más cruel para ella, o sea, sería liberada. Eso la asustaba tanto que ni se le pasaba por la cabeza el hecho de desobedecer.

Con el paso del tiempo y los aprendizajes de sus cuidadores fuimos perfeccionando sus actividades. Para dejarla mas firme en su noria, porque era su noria y debería estar orgulloso de ello porque no solo había dejado de ser cerda y ascendido a yegua, sino que su noria era todo lo que ella poseía, entonces la mejoramos, colocando una estructura de madera que aprisionaba su cuerpo a través de ejercer presión sobre su vagina. Esto hacía que quedara más firmemente sujetada a la misma y para que no se suelte sobre la parte inferior de la madera había un consolador de goma, muy grueso que la penetraba por delante. Podía orinar pero escurriendo la orina por los costados. No se le quiso adosar nada a su culo para que tenga la facilidad de cagar cuando fuera necesario.

Día tras día su espalda se iba llenando de las marcas del látigo que le aplicaban para azuzarla, lo que la hacía mucho más apetecible. Los fines de semana, cuando yo llegaba, al sacarla de su noria sobre la noche, la encontraba tan transpirada, sucia, azotada y cansada que no podía controlar mi calentura, y cojía y cojía sin parar con ella, siempre en sus momentos libres porque no pensaba sacarla de la rutina en que vivía. Ella, si bien disfrutaba del sexo, esos días se cansaba mucho más ya que le acortaba su descanso. Como compensación, esos días aprovechaba para alimentarla un poco mejor.

Para amenizar su circular caminata hice que le agregaran al piso piedras puntiagudas incrustadas en hormigón, por lo que su caminata sería mucho más dolorosa y por lo tanto excitante para ambos. Había un pedazo del trayecto, un par de metros solamente, que tenía arena, pero en realidad lo utilizaba para castigarla aún más cuando quería verla sufrir un poco, agregándole primero vidrios y luego cuando sus pies sangraban brasas para que cicatricen sus heridas. Ahí si que apuraba el paso, pero estaba relativamente controlado porque eran unos tres pasos normales, no más.

Eso lo hacía por unos momentos pero era muy reconfortante verla pisar con dolor en cualquiera de las circunstancias, empujando con su cuerpo al no tener brazos, en silencio, castigada, azotada, cansada y hambrienta. Es tanto lo que me calienta mi esclava que no tengo ni idea de la leche que me ha hecho tirar solamente viéndola girar y girar.

Así pues es ahora su vida, ya ni siquiera goza, solo sufre, que , valga la contradicción, para ella es gozar.

Es ahora una gran yegua en dos patas solamente. Me calienta mucho y mi cabeza no para de pensar que es lo que puedo hacerle para acrecentar mi goce y el de ella.

Tengo pensado como yegua que es, cruzarla con el caballo que ahora ya no trabaja, no se si su concha podrá soportarlo, pero la idea me transita muy a menudo por la cabeza, veremos si puedo ponerla algún día en práctica.