De cama en cama

Tolo se agarraba a las sábanas con los puños cerrados y apretando los dientes, intentando soportar el placer, intentando por todos los medios no correrse todavía, aguantar aún un poquito más, ¡era tan bueno, quería seguir sintiéndolo! El insoportable cosquilleo le recorría el glande y todo el tronco

Tolo se agarraba a las sábanas con los puños cerrados y apretando los dientes, intentando soportar el placer, intentando por todos los medios no correrse todavía, aguantar aún un poquito más, ¡era tan bueno, quería seguir sintiéndolo! El insoportable cosquilleo le recorría el glande y todo el tronco, le zumbaba en las pelotas y se cebaba en su columna. Cada pocos segundos le sobrevenía una fuerte convulsión que le hacía temblar de las rodillas a los hombros y encoger los dedos de los pies. Iana se reía con su risilla traviesa y seguía con su tortura.

-¿Te gusta? ¿Te gusta cómo lo hago…? - preguntó con voz de falsa inocencia.

-Sí… ¡Sí! - jadeó Tolo. No era capaz de hablar más, todo el aire que podía coger, lo necesitaba para respirar. El vampiro, gordito y de largo cabello pelirrojo para compensar psicológicamente la escasez del mismo que le dejaba gran parte de la cabeza al aire, estaba de rodillas en la cama de ambos, la cabeza apoyada en la almohada y el culo (la luna llena, que decía Iana) en pompa. Iana, detrás de él, le masturbaba con un sólo dedo, acariciando el frenillo en círculos desesperantemente lentos y suaves. La joven sabía que su querido no aguantaría mucho más, pero no importaba, ya volvería a ponerle contento como había hecho ya dos veces antes esa noche. La primera, le había lamido y chupado hasta que él acabó en su boca… Mmmmh, cómo le gustaba recordarlo, los dulces gemidos que se le escapaban del pecho, y cómo quería evitar tomarle la cabeza hasta que ella misma le cogió las manos y le invitó a agarrarla del pelo… su semen tenía un sabor muy suave, tan suave como la sangre de cordero que él había tomado poco antes. Tolo pertenecía a la casta de los Chupacabras y éstos solían elegir sus presas entre los animales para evitar llamar la atención lo más posible.

La segunda, ella le había montado. Se había frotado lascivamente sobre él, en círculos, dejándole sentir lo húmeda que estaba, mojándole la entrepierna de sus jugos mientras él le amasaba los pechos. No tardó mucho en estar listo de nuevo. Iana se había sentido tan excitada que se mordió el labio inferior y puso los ojos en blanco de gusto sólo con sentir el tremendo calor que el miembro de Tolo desprendía al erguirse y frotarse contra ella. Se dejó caer sobre él y un alegre grito de pasión llenó la habitación, Iana empezó a botar sobre su polla ancha y nerviosa y en poco más de un minuto se vio sacudida por un feroz orgasmo que la hizo gritar y reír… Pero no se concedió descanso, se puso en cuclillas y apretó a Tolo dentro de ella, haciendo círculos con las caderas mientras subía y bajaba; Tolo se sintió poco menos que violado, y apenas a la tercera bajada, terminó él también, sus manos apretando en crispación las tetas de Iana, que quedaron marcadas de rojo por la presión…

Sólo unos minutos de mimos más tarde, ella había empezado a hacerle caricias tontas en el miembro, y enseguida le hizo arrodillarse para acariciarle así, tan superficialmente, tan ligeramente… tan desquiciadamente.

Tolo era feliz, era el vampiro más feliz de la tierra. Iana y ella se habían criado juntos como hermanos, aunque no lo eran. Los padres naturales de él, también vampiros, se alimentaron de él y lo abandonaron siendo sólo un niño, y Vladimiro , un vampiro Chupacabras ya de avanzada edad, lo crió como si fuera su propio hijo. Años más tarde, Vladi se juntó con una vampiresa, Tatiana, de la casta de los Lacrima Sanguis, la única casta vampírica que posee la fertilidad, y de su unión, nació Iana. Tolo la quiso con locura desde que ella era un bebé, pero cuando fue creciendo, ese “amor de hermanos” se transformó en algo más. Al menos, por su parte. Iana siempre había sido algo esquiva. Le había aceptado, se acostaban, estaban juntos y eran pareja, pero Tolo siempre había notado que ella era… fría. Era como si le aceptara, pero no le quisiera. Como si estuviera con él más por obligación que por gusto. Puesto que nunca se había quejado realmente de nada, Tolo había llegado a pensar que esa era simplemente su forma de ser, pero unas semanas atrás, justo en medio de una crisis debido a desavenencias referidas a la discoteca que habían abierto juntos… todo cambió.

Iana había dado un giro en carácter, en cariño, en todo. De repente, su frialdad se convirtió en un volcán. Si antes le trataba con condescendencia, ahora le escuchaba. Desde luego que no estaba de acuerdo con todo lo que decía, pero ya no era la niña gritona y caprichosa; ahora era capaz de argumentar y debatir. Y sobre todo, de llevarse la pelota a su terreno.

-Iana, no me acaba de gustar que sobornes al de Sanidad que ha venido… - le había dicho Tolo un par de noches atrás. - Sería mejor no dar garrafa, en lugar de dar sobornos.

Tolo conocía a su Iana y sabía bien lo temperamental que era. Unas cuantas semanas atrás, la joven le habría espetado que ella tenía que solucionar los problemas como podía, ya que él nunca estaba disponible, siempre estaba por ahí perdiendo el tiempo (estaba en los recados que ella misma le mandaba hacer, pero según ella, se entretenía demasiado para no pegar sello), y que dejase de comportarse con un ratoncillo asustado que tenía miedo hasta de respirar demasiado fuerte…. En lugar de eso, Iana sonrió y, perfectamente calmada, contestó:

-Tolo, cielito… No damos garrafa. Nunca. Damos marcas un poco menos conocidas, pero siempre buenas, nunca garrafón. El de Sanidad quiere su parte, eso es todo. - Tolo había intentado hablar, pero Iana le tomó suavemente del brazo y le mostró la barra, repleta de bebidas - Cariño, eso que ves, todas esas botellas, cuestan dinero. Mucho. Cobramos las copas caras, porque el alquiler del local, el seguro, el personal, la música… todo, cuesta muy caro. De algún sitio tenemos que ahorrar. La gente aquí, no viene a degustar el bouquet, viene a coger la tajada rápido, ¿qué más les da que sea con Jack Daniel´s que con un whisky un poco más barato? En realidad, salvo contadísimas excepciones, no quieren Jack Daniel´s, quieren alcohol, eso es todo. Si les dieses alcohol de quemar, muchos no notarían la diferencia y cuando volvieran mañana, te dirían “ponme lo mismo de ayer, que me puso superbién”.

-Pero… ¿No corremos peligro si alguien se pone malo? - Iana le había dedicado una sonrisa dulcísima, como si hubiera dicho algo inocentemente tierno.

-Nadie se va a poner malo, porque no damos alcohol malo, sólo más barato. Y aunque sucediera, que no va a pasar, para eso pago al de Sanidad. Para que diga que todo está bien y que es imposible que nadie aquí se haya puesto malo. Créeme, un soborno, para mantener un local, es mucho más efectivo que una buena política de sanidad. Porque a un inspector al que sobornas, le interesa que tu local siga abierto para seguir recibiendo su parte y para que nadie descubra que él es corrupto, de modo que siempre va a decir que tu local es perfecto, y firmará lo que sea y jurará lo que haga falta para que nuestro Carmilla´s siga en pie, ¿lo entiendes? - Iana le acarició la cara con el dorso de los dedos y los pasó después por su boca para que él los besara. Tolo lo hizo y asintió con la cabeza. No le hacía mucha gracia, pero parecía tan lógico… Iana tenía razón, tenía que dejar de tener miedo de todo. Tenía que aprender a confiar más en ella; es verdad que era muy joven, que parecía muy joven, pero es muy lista, tenía toda la astucia de su madre. Tolo sabía que podía confiar en ella plenamente.

-Iana… un poco más… un poquito más… por favor, deprisaaa… - suplicó Tolo, deshecho de placer; le daba la sensación de ser un flan, todo tembloroso, y si seguía así, pronto sería de agua y se derramaría por la cama. Iana sonrió y acercó la boca hacia él, pero no para lamer su pene. - ¡Oh, Drácula! - Gimió Tolo al sentir la punta de la lengua de Iana acariciar sus testículos, y seguir camino, hacia su ano abierto. - ¡Ahí no, ahí no!

Pero la joven no se detuvo. A Tolo le daba vergüenza, pero apenas sintió la lengua de su amante rozarle allí, se adueñó de él una sensación de bienestar tan poderosa, que fue incapaz de seguir negando. Su orgasmo llegaba, el tercero de la noche, y tenía pinta de ser aún mejor que los dos anteriores. Iana emitió un sonido a medio camino entre risa y rugido, y Tolo tuvo que tomar aire en un gemido rasgado, mientras su rostro se ponía del color de las cerezas. Iana le había mordido las nalgas al tiempo que le metía la lengua profundamente en el ano. Iana succionó con los colmillos, movió la lengua dentro de él y le apretó el miembro con toda la mano. Tolo tembló, tomó aire, una y otra vez, incapaz de soltarlo, hasta que al fin lo logró. Gritó. Todo su cuerpo gritaba. Su polla soltó a presión un poderoso chorro de esperma, su ano se cerró con fuerza, una oleada de calor subió desde sus nalgas por su espalda, sus hombros se encogieron, sus rodillas temblaron y se le erizó el vello de los brazos, mientras un rugido de placer parecía surgir de sus entrañas y dejarle satisfecho, moviendo las caderas, frotándose contra la boca hambrienta de Iana.

La joven se retiró lentamente, sacando los colmillos con toda suavidad y paladeando. Los vampiros prácticamente no usan el ano; como la casi totalidad de su dieta es líquida, no suelen eliminar residuos sólidos o lo hacen muy de tarde en tarde, de modo que el sexo anal no tiene para ellos los mismos tabúes que para otras especies. Iana besó las diminutas marcas rojizas de sus colmillos, que ya empezaban a cerrarse y cambiar a un tono rosado, y Tolo recibió cada beso con un gemido de agotamiento. Del agotamiento más dulce que se pueda imaginar. El vampiro se dejó caer de lado para no aterrizar en su propia descarga, y la joven se apañó para quitar la sábana sin que él se levantara. Para cuando terminó, Tolo roncaba y su boca abierta dibujaba una sonrisa. La joven le tapó con la colcha y se dejó caer a su lado. Sobre la colcha.

-Te adoro, amor mío. - susurró. - Mi lechoncito, duerme… Duerme. Estaré aquí cuando despiertes.

Iana se levantó de la cama, se colocó un vestido sencillo y se marchó. Faltaba menos de una hora para el amanecer. Tiempo más que suficiente para llegar a donde pretendía.


En el motel, Ian se retorcía las manos y no podía dejar de sonreír, era un puro nervio… hacía décadas que no se sentía así y era estupendo. Sabía que Iana habría detectado su presencia cuando llegó, hacía un par de días. Él e Iana habían bebido la sangre el uno del otro y gracias a eso podían saber si se encontraban cerca y hasta ciertas reacciones básicas del otro; de ese modo, gracias al nerviosismo que detectaba en la joven, sabía que ella tenía ganas de verle y que vendría a él. Y le daba la impresión de que sería esa noche. Ya no faltaba mucho para que amaneciese… No pudo evitar mirarse al espejo. No es que fuese muy guapo, tenía el cabello largo y negro, muy abundante, espesas patillas pegadas al bigote y una fea cicatriz en la mejilla derecha, pero eso normal, la joven le había aceptado así, lo peor era el olor a tabacazo y sudor que desprendía, y… entonces, dejó de pensar. La había sentido.

Iana estaba en forma híbrida, sobre el techo del motel barato. Vestida con su corto vestido negro, botines de tacón y las alas desplegadas, parecía una diablesa. Olfateó. Le detectó y echó a correr por el terrado.

Ian se acercó a la terraza de su cuartucho, abrió las cortinas y la vio. Iana hizo desaparecer sus alas negras, el vampiro abrió la puerta corredera y se abalanzaron el uno contra el otro. Ian bajó la persiana al tope sin dejar de besar a su compañera, echó las cortinas y se tiraron a la cama. Ian temblaba. Temblaba como si tuviera fiebres, como si le diesen calambres cada vez que la tocaba, como si estuviera helado de frío y sólo ella pudiera darle el calor que precisaba para seguir vivo.

-Iana, no te lo dije… - musitó el vampiro, ya con las manos bajo el vestido negro de la joven e introduciéndose bajo las bragas. - Hice un poquito de trampa la otra vez … nuestra primera vez…

-¿Qué cosa tan horrible me hiciste, animal…? - jadeó la joven, desatándole el cinturón negro del vaquero del mismo color.

-Soy de origen humano, sí; soy un Errante, sí… pero no te dije que la vampiresa que me convirtió… fue Sensualita. Por eso te pesqué, Iana, sabía que te faltaba sexo, sabía que yo podía dártelo, que podía hacerte descubrir el placer… por eso supe que no gozabas… y por eso sé lo mucho que gozas ahora. - Iana sonrió y terminó de bajarle los pantalones y calzoncillos. Su compañero podía sentir, sólo con mirarla, el intenso placer que había sentido y dado esa noche, y era más de lo que podía soportar él o cualquiera, eran los tres orgasmos a la vez a través de su piel - ¡Drácula, cómo me pones! - Rugió y se dejó caer sobre ella.

Iana gritó de placer al sentirse atravesada. Los Sensualita son una casta vampírica preocupada sólo por hedonismo, por el placer en general y el sexo en particular. Para ellos, el único fin de la existencia es el placer, y se dedican a experimentarlo en todas sus formas, algo para lo que están sobrenaturalmente dotados. Un Sensualita percibe la insatisfacción o plenitud sexuales de quien desee, y puede llegar al orgasmo sólo mirando a una persona que lo ha sentido horas antes; es capaz de saber con exactitud dónde tiene más cosquillas una persona, dónde sentirá mayor placer, qué tipo de caricias o atenciones necesita para alcanzar el orgasmo o la multiorgasmia. Ian podía ser un Errante y como tal, estar separado de la casta que le había creado, pero se había llevado sus dotes con él. Y desde luego Iana podía atestiguar que sabía utilizarlas.

-¡Más… más… más fuerte… ahí… AHÍ! - Iana no pudo contenerse, gritó, abrazada a la espalda del vampiro, arañándole, mientras su coño ardía de placer, empalada en él. El vampiro la besó, metiéndole la lengua y perfilándole los labios con los colmillos agudos… los gemidos de la joven le cosquilleaban el paladar. Las nalgas del vampiro temblaban, si se movía una pizca, se iba sin remedio, así que intentó relajarse, por más difícil que le resultase. Las piernas de Iana le acariciaban las suyas, el tacto suave del charol de los botines le electrizaba la piel. La joven casi canturreaba al gemir y le hacía cosquillas en la raya de la columna, invitándole a que siguiera, a que empujara y se quedara satisfecho. El vampiro se dejó seducir y embistió. Era un volcán de lava dulce, dulcísima, que le quemaba de un modo maravilloso. Intentó ir despacio, pero Iana le apretó dentro de ella y el vampiro cerró los ojos de gusto, sintiendo el picor ardiente llegarle con toda suavidad pero de un modo imparable, llenar su miembro y colmar todo su cuerpo de placer y saciedad, mientras su no vida se le escapaba, todo calor, por entre las piernas…

Iana le hacía mimos en el cuello y le acariciaba los costados, mientras ambos gemían. El sol había salido ya y ambos lo sabían, pero en la oscuridad gris del cuarto podían estar seguros. Tenían que dormir y reponer fuerzas, pero… el día era muy largo. Ian se apoyó sobre los codos. La joven tenía unos ojos verdes increíblemente hermosos, y unas tetas más hermosas aún, que parecían suplicar por que alguien las lamiera durante horas y horas, y eso era exactamente lo que iba a hacer.


Tolo roncaba muy a gusto, calentito bajo la colcha roja y negra, sintiendo en la piel desnuda la suavidad de la tela. Su propio ritmo circadiano le advertía que ya iba siendo hora de despertar, y de hecho ya había salido del letargo diurno, pero seguía ligeramente dormido, disfrutando de su propia pereza… hasta que tomó aire con más fuerza, su boca se cerró y sus ojillos se entreabieron.

-Buenas noches, dormilón - le saludó Iana, tendida junto a él, casi pegada a él, y le besó la nariz para saludarle. - Hace un buen rato que empezó a anochecer, ya está oscuro del todo. - Tolo sonrió y la abrazó bajo las mantas. Su piel desnuda era tan suave como la seda, y estaba tan calentita… La joven se arrimó más a él, le devolvió el abrazo y le rodeó con una pierna. - El Carmilla´s abrirá dentro de cuatro horas… y los empleados empezarán a llegar dentro de tres, y prometimos que hoy iríamos a ver a papá y mamá antes de abrir… ¿recuerdas?

-No. - sonrió Tolo - No me acuerdo de nada. De hecho, todo lo que hicimos anoche se me ha olvidado, vamos a tener que repetirlo… - La joven devolvió la sonrisa y pegó su boca a la de Tolo, haciéndole mil caricias.

Iana se sentía muy poco culpable, por no decir nada. Sabía que le era infiel a Tolo, pero él era completamente feliz. Su aventura con Ian le había hecho darse cuenta de lo mucho que le amaba y tratarle con mimo, con respeto, con cariño. Es cierto que, una vez después de darse cuenta, nada la obligaba a seguir viendo a Ian, y no tenía intención de hacerlo, no le amaba… pero sí le quería. El sexo con él no es que fuese más especial, ni más placentero. Era tan bueno como con Tolo, pero… le deseaba, le deseaba de una forma animal, no podía ponerse freno, y en realidad no quería hacerlo. “Sólo tengo un amigo del cual Tolo no sabe nada” se decía Iana “Es igual que si quedásemos para hacer un deporte, o charlar… sólo que tenemos sexo, pero nada más. No pienso abandonar nunca por él a mi Tolo, pero tampoco quiero dejarle de ver a él. Me hizo mucho bien, me hizo descubrirme a mí como persona, y a Tolo como mi amado. Es mi amigo. Le quiero. Me gusta darle placer, no puedo renunciar a él”.

Suavemente, Tolo se deslizó dentro de ella, en medio de un suspiro que acabó en una sonrisa. Se abrazaron con fuerza, saboreando unos segundos la dulce sensación de estar unidos antes de empezar a moverse. “Iana… mi Iana, cuánto te quiero. Y pensar que yo estaba tan preocupado por temer que me dejaras, y sólo estabas preocupada por la buena marcha del Carmilla´s, ¡qué tonto soy! Eres mi niña… mi Iana… Puede que a veces seas algo caprichosa, o terca o… pero me quieres como yo a ti. Tendría que estar ciego y ser idiota para no confiar en ti”.

Seis meses después.

Tolo estaba frente a la puerta del Carmilla´s, controlando a la gente que entraba mientras fumaba. Había fumado mucho años atrás, cuando estuvo en Londres, y al volver, como Iana era un bebé, lo había dejado a temporadas. Ahora, puesto que Iana fumaba también, no veía motivo para no hacerlo él. El club-discoteca se había hecho famoso, era un local elegante y muy elitista, justo lo que siempre había deseado Iana; los niños ricos venían en manada a disfrutar de alcohol (ahora de mejor calidad y también mucho más caro), de las gogós, la música atronante, la cocaína y los reservados. Esa noche se celebraba una fiesta privada y estaban en trámites de alquilar la sala a un famoso televisivo para dentro de pocos meses, en Nochevieja. La gente hacía cola para entrar y el gorila vigilaba celosamente que estuvieran en la lista de invitados. A su vez, Tolo vigilaba celosamente que el vigilante no se dejase sobornar por billetes verdes o caras bonitas.

A pesar de su inicial reticencia a que el local alcanzase la fama que ahora tenía, el vampiro tenía que admitir que se trataba de una vida mucho mejor a la que estaba acostumbrado. Tenía ropa mucho más elegante, caprichos caros, la vivienda que él e Iana compartían en el piso superior del local era lujosa y llena de comodidades… Su compañera había tenido razón en todo; era hora de desterrar miedos y atreverse a vivir un poco, pensó. Y entonces le llegó el olor, y dejó de pensarlo.

-Estoy en la lista, guapo. Soy amiga personal del dueño. - su voz era cargada y arrastraba las eses, dejando la boca siempre entreabierta. Llevaba un vestido largo dorado, a juego con su largo cabello encerado. Era flaca, muy flaca, tanto que se le marcaban los pómulos como puntas de flechas en la cara y los huesos de todo su cuerpo parecían a punto de reventar de un momento a otro. Entre las niñas ricas de la cola, vio muchas caras de envidia que lamentaban no estar tan delgadas como ella.

-Lo lamento, señorita, pero su nombre no aparece. Debo pedirle que… - la mano de la vampiresa, semejante a una garra, agarró al puerta de los testículos.

-Pregúntale a tu amo si me conoce. - rugió. Tolo dio un paso hacia ella y la tomó de los hombros, y la vampiresa soltó al vigilante, que cayó al suelo, dolorido. Un coro de risas se formó tras ellos. Los otros dos gorilas flanquearon a Tolo y le preguntaron si necesitaba ayuda.

-No, no, no pasa nada… llevaos a éste y que uno de vosotros le sustituya en la cola. Tú ven conmigo - se llevó a la rubia e hizo un elocuente gesto a sus gorilas llevándose el pulgar a la nariz y tomando aire con fuerza, y enseguida el dedo índice a la sien. - ¿Qué… qué haces aquí, Alezeya?

-Vengo a por lo que es mío. Y tú me lo vas a dar si quieres que tus padres, tu zorrilla y tú mismo, sigáis vivos.

(continuará; ¡lee mis relatos antes que nadie en mi blog! : http://sexoyfantasiasmil.blogspot.com.es/ )