De Brasil a Tarragona - Raquel (Parte 2)

Ya instaladas en la casa de huéspedes, las hermanas Raquel y Eva empiezan a conocer mejor a la familia Morales y, Raquel, la pequeña, descubre su nueva vocación: quiere ser modelo

Mónica era rebelde y medio loca, talvez por ser delgada y fea quería hacerse notar usando peinados de colores, piercings y haciendo escándolo. Siempre que podía se emborrachaba y se iba con el primer tío que le hacía caso. No sabemos si era virgen (probablemente: perro ladrador, poco mordedor), pero sin duda era una guarra de cuidado. Lo que tenía de fea lo tenía de cachonda. Su hermano, era la antítesis, introvertido pero de conversación fácil e inteligente cuando el tema de conversación le interesaba, de pocos amigos y nunca había tenido ninguna novia, ni siquiera un beso que se sepa, vivía encerrado en su cuarto estudiando y en internet, pero con las dos hermanas brasileñas instaladas a pocos metros de su habitación, su vida estaba apunto de cambiar, y mucho!

Mónica llegó cierto día, con unas copas de más, sin el gato en casa (sus padres) ya se sabe que los ratones hacen la fiesta, y dice a las chicas, mientras su hermano Matías estaba en la cocina lavando los platos:

  • Me han dicho unas amigas que a las brasileñas os gusta que os follen por el culo. Es verdad?

Raquel, de su misma edad, no le hacía mucho caso, pero en la cabeza de Mónica esa pregunta retumbaría por mucho tiempo. Con sus dieciséis años recién cumplidos aún era virgen, nada de nada con nadie, pero una amiga del culto en Brasil cierta vez le había comentado que, como no podían hacer sexo hasta casarse, dejaba a su novio que jugar con su culito y que le gustaba mucho, y que ello era seguramente permitido, de hecho tenía un culo casi tan bonito com el de ella.

Raquel era muy inocente todavía para enteder lo que la pendeja había acabado de decir, pero Matías desde la cocina gritó que parara de decir estupideces, que seguro que era mentira y que era muy mal educada. Mónica se puso a reir y a jugar con uno de sus pezones por encima de la camiseta (no usaba sujetador a veces cuando salía, decía que  así provocaba a los hombres, pero la verdad es que ni los necesitaba, no había gran cosa que sujetar). Se quedó mirando lfijamente y admirando los pechecitos de Raquel, en pleno desarrollo, pero muy mayores que los suyos y sintió cierta envidia. Los de su hermana mayor eran simplemente perfectos, redondos, con pezones puntiagudos y generosos, de aureola pequeña y delicada, firmes y bien centrados, una verdadera obra de arte, los de Raquel seguramente acabarían siendo igual de hermosos.

Mónica, que era muy puta, se divertía haciéndole probar sus ropas, algunas medio indecentes, a Raquel, que se divertía y decía que quería ser modelo cuando fuera mayor, así que desfilaba toda orgullosa y preciosa. Mónica le decía que fuera a mostrarle a Matías que, como hombre, podría dar una mejor opinión que la suya. Matías acostumbraba a dejar la puerta de su habitación entreabierta y, claro, la observaba con mucha atención, sólo oir su voz ya lo dejaba excitado aunque lo ocultaba. Además, la ropa de Mónica le iba bien pequeña, por lo menos un par de tallas, así que ya podéis imaginaros el espectáculo. Pero Raquel, en su ingenua inocencia, ni se percataba de las consecuencias de sus aparentemente divertidos actos. Matías, ya un hombre, sin comerse un rosco os imagináis que prestaba muchísima atención a todos los detalles y después se mataba a pajas pensando en las escenas que había presenciado. Y cuando podía espiar encima e su silla en la ducha de las brasileñas abajo en el jardín, pues otra paja se metía.

Mónica era malvada. En el fondo quería que las brasileñas fueran fulanas como ella, tanta perfección y belleza le molestaba. Y la víctima más fácil era sin duda la hermana menor, Raquel. Así, le contaba que a Matías le gustaba mucho la moda (mentira) y tenía amigos que trabajaban en ese sector, que le mostrara como andaba en la pasarela con las ropas que a él seguro que le encantaría ayudarla. Matías, que de tonto no tenía ni un pelo, le seguía la corriente. Y decía:

  • Cuando quieras entra en mi habitación y ponte lo que quieras y se lo muestras a Matías, aunque yo no esté en casa.

Y así lo hacía, se divertía muchísimo con el quita y pon de ropas, aunque algunas piezas casi no conseguía ponérselas de tan pequeñas que le iban. Con el tiempo ya tenía más intimidad con Matías y, como sólo tenía una silla, le decía que se sentase en su rodilla para ver desfiles en la pantalla de su ordenador, los que más le mostraba eran los de ropa interior como Victoria Secrets y otros a veces más picantes... Raquel le decía que iban casi desnudas, pero Matías argumentaba que ese era exactamente el motivo de su éxito, mostrar su exuberante belleza sin ningún pudor y que si ella sentía verguenza al ponerse ropas bonitas que exaltaran su belleza, mejor pensar en otra profesión.

Matías inventó una competición por puntos, cuanto más provocativa, más puntos. A los 100 puntos, le daría 50 euros para que se comprara lo que quisiera. Sacarian fotos para compararlas con las de las profesionales y luego las borrarían por seguridad.