De Brasil a Tarragona - la nueva Eva (Parte 4)
Ver a su hermana pequeña Raquel, casi sin ropa, desfilando frente a Matías, la dejó muy excitada y desconcertada, algo estaba cambiando...
Eva nunca había visto una erección, casi mayor de edad, pero su vida recatada bajo la estricta mirada de su madre en Brasil y los sermones en la iglesia la habían llevado por el camino de la castidad y a no tener ningún novio hasta hoy día. Lo que vio la dejó desnorteada, debería haberse enfadado con su hermana pero, en vez de eso, viendo la admiración y excitación de Matías al mirar a su hermana le dio un poco de envidia. Lo mismo que sentía cuando su mejor amiga en Brasil le contaba que, como no podía hacer el amor con su novio, le dejaba jugar con su culito, o sea, se la follaba por el culo como la hermana de Matías dijo un día, si era verdad que a las brasileñas les gustaba que se las follaran por el orto. Será que es verdad? La curiosidad mató al gato...
Cuando podía hablaba con su hermana, que le explicaba que sería ser modelo y que le gustaba desfilar con ropas bonitas, sin duda tenia un cuerpazo y la altura necesarios, ya le habían perguntado a su madre se podrían hacer un casting de fotos para una agencia de modelos, pero nuestra madre nunca nos dejó. Ahora, ella trabajando casi toda la semana fuera y los padres de Matías y Mónica también, más o menos hacían lo que querían dentro de la casa. No eran mucho de salir, y a Matías eso le parecía perfecto, tener dos diosas de la belleza, la sensualidad y la inocencia, dentro de su propia casa, era un sueño.
Eva empezó a querer a llamar la atención de Matías, quería que la mirara con el mismo ardiente deseo que miraba a su hermana. Cuando iba a ducharse, después de tomar el sol en el jardín, se pasaba el dedo por el ojete, imaginando como sería la sensación de Matías introducir su enorme instrumento dentro de ella, intentaba pensar en otras cosas pero ese deseo le martilleaba una y otra vez, hasta que no pudo resistirse más y comenzó el un manoseo suave con jabón, empezó a meterse primero un dedo, pero dolía, luego dos y ya conseguía meterse tres hasta el fondo donde alcanzaba, cerraba los ojos y se imagina Matías follándose su culo, como decía Mónica que le gustaba a las brasileñas. No se atrevía a meterse los dedos en el choco, por miedo a perder la virginidad, a pesar de todo, todavía era una estrecha.
Notó que Matías la observaba tomando el sol, también vio un día su sombra en la ventana de su habitación cuando se duchaba abajo, sabiéndolo dejaba los vidrios de la ventana con la inclinación que le permitiera a Matías tener la mejor visión. También dejaba la puerta del baño entreabierta y de la edícula también, quien sabe un día no venía a observarla. Sólo de pensarlo, se le mojaba el chochito, era una sensación muy agradable que ultimamente empezaba a sentir con cierta frecuencia.
Como su hermana se levantaba tarde y la hermana de Matías con sus juergas también y, tanto ella como Matías, eran de madrugar, siempre intentaba ir a la cocina para tomar algo de desayuno cuando Matías ya estaba sentado en la mesa de la cocina desayudando, así podía admirarla de espaldas sentado mientras Eva abría la nevera para comer o beber algo. Antes lo evitaba, ahora lo buscaba y, no sólo eso, recordaba las palabras retumbantes de Matías a sua hermana diciéndolo que debía mostrar su belleza y no esconderla. Así que empezo a ponerse ropas más provocativas como si nada, con total naturalidad, ya se percató que los ojos de Matías se clavaban disimuladamente en sus pezones, su culo y su rajita, casi con tanto deseo como a su hermana, y digo casi porque al disimular escondía la picardía y complicidad de su mirada, ya su hermana era todavía muy inocente y no percibía esos matices de la mirada. Un día aparecía de camisón sin sostenes debajo, se tocaba los pezones antes para excitarse y que se le pusieran duros al llegar a la cocina, parecían espadas queriendo agujerear las ropas que los cubrían. Cada vez más era más atrevida e insinuaba más las perfectas y vírgenes curvas de su cuerpo, ello la excitaba enormemente y en la ducha se tocaba imaginando como sería sentir las manos de un hombre en su cuerpo. Y eso que Matías, era enclenque y feo, pero la morbosidad de la situación prohibida pesaba más.
Cierto día, que fue el ápice, encontro el batín rosa transparente que su hermana estaba usando cierto día al desfilar ante Matías. No se lo pensó, se sacó su viejo pijama, se quitó toda la ropa interior y la minúscula y apretada bata de setín y se dirigió como de costumbre a la nevera, pero esta vez se entretuvo bastante viendo y eligiendo lo que iría a desayunar. La cara de Matías era todo un poema, le miró el culo con atención, mejor incluso que el de su hermana, todo blanco como las tetas perfectas que pudo ver cuando se le sentó delante en la mesa y empezó a conversar como si nada. Matías no podía parar de mirar las tetas balanceándose cuando Eva se movía, la forma se veía perfectamente pues la ropa le iba muy pequeña y era bien transparente, de vez en cuando se agachaba para hacer un cariño a su perro, sentado debajo de la mesa pidiendo comida, pero en realidad intentaba ver si alcanzaba verle el chocho casi sin bello, Eva sabiéndolo abría las piernas de vez en cuando para provocarlo.
Eva se levantó despacio y dijo que iba a tomarse un largo baño, aprovechando que su hermana estaba durmiendo y para quitarse el sueño. Matías dijo que el se tomaría otro también en un ratito, pero en realidad la observó alejarse y se subió a su cuarto. Cuando vio que ya estaba tomando baño, bajó corriendo las escaleras, atravesó el pequeño jardín y, como la puerta de la edícula estaba entreabierta frente a la puerta, también entreabierta, de la ducha, con Raquel durmiendo que ni un tronco siendo temprano, abrió un poco más la puerta del baño y vio a Eva de espaldas, desnuda, diosa de la belleza y exuberancia, con el culo más bonito que ya vio en su vida frente a sí, toda enjabonada. Había un pequeño espejo al lado y desde él Raquel podía ver la sombra de alguien parado en la puerta observándola, sabiéndolo, se quitó la espuma y empezó a tocarse el culo para después meterse un dedo, después dos y hasta que se metío los tres como era costumbre, con la otra mano ora de tocaba los pezones o se acariciaba el clítoris. La situación era tan morbosa que no consiguió ocultar sus leves jadeos de placer cuando se corría. Se giró y vio como la sombra huía auyentada.