De Brasil a Tarragona - La llegada (Parte 1)
Dos hermanas brasileñas se trasladan a España con su madre, se hospedan en casa de una familia de Tarragona que les cambiará la vida para siempre! Este capítulo es la introducción para varios relatos
Mariana, evangélica y devota, siempre fue muy estricta con sus hijas en Brasil, especialmente después de la muerte del padre, hace algunos años, un mulato alto y fuerte que le dio a sus hijas algunas de sus curvas más provocadoras, aún siendo de piel blanca como su madre. Mariana, descendiente de españoles, consiguió obtener el pasaporte e irse de Brasil para buscar una vida mejor en España y, por varias circunstancias, consiguió hospedarse en la casa de unos conocidos de una amiga en las afueras de Tarragona, en una linda casa unifamiliar con un pequeño jardín en su parte posterior donce construyeron, hace algunos años, una edícula donde vivía la abuela: la casa de los Morales.
Sus hijas, Eva, la mayor, y Raquel, que era 2 años más joven, siempre fueron muy obedientes, frecuentaban la iglesia todos los domingos y ni siquiera tuvieron un novio hasta hoy, a pesar de ser muy bonitas y tener cuerpos esculturales de parar el tráfico. Eva era toda una mujer, Raquel casi. Muy parecidas las dos, con su 1,70m, pero Mariana era morena con el cabello rizado (herencia de su padre) y unos enormes ojos verdes, ya Raquel era rubia como la madre y ojos castaños. Más adelante veremos más detalles...
Mariana consiguió un empleo bien rápido, en una casa de un pueblo cercano en el litoral, cuidando un par de críos pequeños que la obligaba a quedarse toda la semana en su casa, menos los lunes que los pasaba con sus hijas. Como llegaron en Tarragona en la primavera, la escuela sólo empezaría en septiembre, y por supuesto llegaron bien bronceadas pues en Brasil recién se había terminado el verano. Claro, la mamá sólo les dejaba usar biquinis medio anchos, con lo cual las tetitas y el culo los tenían super blancos, nada de tangas en casa de doña Mariana!
Los Morales era una familia bien tradicional, el padre se la pasaba viajando por Europa en su gran camión, la madre era infermera y trabajaba más horas que un reloj, principalmente en horarios nocturnos y de fin de semana, que los pagaban mejor. Tenían un hijo y una hija, ambos bien feítos y delgados, los pobres, Matías casi mayor de edad, el empollón de la clase y que quería estudiar medicina, Mónica, un par de años más joven, la rebelde de la familia, adoraba unos piercing y llevar la contraria a todos, y hacía cualquier cosa para ligarse a un tío, ya Matías sólo estudiaba y no se le conocía ninguna novia, por supuesto más virgen que la nieve recién caída.
La habitación de Matías daba al jardín en el fondo de la casa. Entre la edícula de las visitas y la casa había la ducha, vestigio de la época en que iban a construir una piscina lo que nunca ocurrió. Así que, dependiendo de la inclinación de la abertura de la ventana de la ducha, si Matías se subía en una silla alcanzaba a ver un poco la persona bañándose, y ahora esa pasaría a ser una de sus distracciones favoritas.
La edícula tenía apenas una habitación, donde dormía Mariana (las pocas veces que estaba) con sus hijas, en verano parecía un horno pero el coste que pagaba compensaba todo el esfuerzo. Además, el jardín de muros altos era perfecto para tomar el sol y a sus hijas les encantaba. Con el verano llegando, habían instalado una piscina de 3.000 litros de agua, así que podían remojarse cuando el calor era sofocante.
Raquel, la pequeña, no tardó en hacer amistad con Mónica pues eran casi de la misma edad, super diferentes, tanto físicamente como en su forma de ser. Mónica le contaba todas sus aventuras de sexo y a Raquel le parecían historias asombrosas y talvez inventadas. Raquel era la inocencia en persona e imitaba a su hermana mayor, Eva, también muy confiada y despreparada todavía para enfrentar el mundo, la excesiva protección de la madre las había dejado vulnerables y aún más atractivas por esta razón.