De Andrés a Andrea: Mi proceso de feminización (6)

De puta callejera.

En ese tiempo volví a la peluquería de Inés para que me ayudase a comprar ropa. Me hizo llevar mi ropa, me maquillé y me vestí en la peluquería y nos fuimos de compras. Me llevó a varias tiendas que conocía y me ayudó a elegir la ropa adecuada, entre otras cosas, un conjunto de falda corta y blusa semitransparente que dejaba poco a la imaginación. Ella hablaba por mí, me acompañaba al probador y me ayudaba a vestirme. Le compré también un par de cosas que le habían gustado, volvimos a la peluquería y desde allí fui al local de las chinas a que me retocasen las uñas.  Se sorprendieron al ver mi nuevo look pero hicieron su trabajo. Esta vez me pintaron todas las uñas de color carne para no tener que quitármela antes de llegar a casa.

Nuestra siguiente cita era a las cinco de la tarde y allí me presenté yo, con mi atuendo provocativo (o de puta, vamos). Carla abrió la puerta, me cogió del brazo y dijo que nos íbamos por ahí. Subimos a mi coche y me pidió que fuésemos a un barrio del extrarradio, que tampoco conocía. Por el camino me iba contando lo que pensaba hacer conmigo en el futuro. “Verás, Andrea, creo que eres una buena puta y solo te faltan un par de toques. Vamos a empezar con tu hormonización. No me gustan las tetas postizas así que vamos a hacerte crecer las tuyas, aunque sea un poco. No quiero que te vayas de tu casa, ni que abandones a tu familia, pero quiero a mi puta, y eso vas a ser, mi mejor puta. Creo también que necesitas una vagina, y la vas a tener”

Yo protesté, le dije que iba a hundir mi matrimonio, pero ella siguió en sus trece. Sabía que aquello, en el fondo, me excitaba.

Por fin llegamos a aquel barrio. Era una zona industrial y me acojoné cuando llegamos a unas calles poco iluminadas, poco transitadas, en las que se veían putas y travestis. Paramos un momento, me quitó el plug y el cinturón de castidad y seguimos hasta una calle en la que había travestis. Me hizo parar junto a un tipo  con mala pinta y le llamó: “Paco, entra”.

Paco entró en el coche, se sentó detrás y Carla se pasó a su lado. Comenzó a explicarle: Carla es mi mejor alumna. Como ya te dije es un tío pero cada vez le gusta más sentirse mujer y yo le estoy ayudando a serlo ¿Verdad que lo parece? Ya ha tenido alguna experiencia como putilla pero con clientes selectos. Aquí quiero que aprenda la realidad de este mundo, que aprenda lo que desean los hombres y se lo dé.  Creo que debes llevarla con los travestis y ponerla a trabajar. Es guapa, ¿verdad?”

Los dos se rieron. Paco me dirigió hacía una esquina, al lado de un travesti negro, y me ordenó bajar allí. Lo hice y entonces Carla se puso al volante me dijo que me dejaba allí durante unas cuatro o cinco horas y que luego volvería a buscarme.

Acojonado, seguí a Paco. Me presentó a Vanessa, el negro, y me dio instrucciones: “Vas a cobrar 20 euros por una mamada y 50 por un completo. Todo el que te pare y acepte tu precio será tu cliente y te irás con él, a ese descampado, y lo haréis en el coche”. No puedes rechazar a nadie, tenga el aspecto que tenga. Ah, y toma unos condones”

Ni cinco minutos tardó mi primer cliente. Un chico joven, con ganas de juerga y poco dinero. Fuimos al descampado, le hice una felación y en cinco minutos terminamos. Le debió gustar porque me dio las gracias. NI me excité ni nada.

El siguiente cliente era un camionero de unos treinta. Este se las sabía todas y quiso follar. El tío era legal y aguantó bien. No estaba sucio, se había lavado o duchado antes. Quiso besarme y yo accedí. Nos besamos con lengua, hasta la campanilla. Luego echamos un polvo, bastante bueno, se corrió, me pagó y listos.

El tercero fue un vejestorio sucio y maloliente. Tuve que hacerle una mamada, empeñado en que sin condón, pero ni soñarlo. Al vejete le costó un poco correrse pero al final lo hizo.

Después llegaron dos chicos con ganas de marcha. Iban pasados de alcohol o droga y nos dijeron que querían follar con dos a la vez en su auto caravana. Vino Vanessa y les dijo que 120 euros por las dos. Accedieron y allá que nos fuimos los cuatro al descampado. Empezamos a follar pero ni se les levantaba. Entonces nos pidieron que les hiciésemos un numerito lésbico. Vanessa y yo nos empezamos a morrear, en plan guarro; a los chavales les gustó y se excitaron, por fin.  Nos sentamos sobre sus pollas ya erectas y follamos con ellos mientras ambas nos morreábamos. Ni cinco minutos nos duraron. El caso es que fue tan poco tiempo que nos pidieron que nos follásemos entre nosotras. Yo no tengo una buena polla pero Vanessa tiene una tranca de cojones, así que me folló como una mala bestia hasta que me corrí del gusto. Vanessa se reía como la zorra que era y los chavales se quedaron bizcos al verla trabajar en lo suyo. Hasta propina tuvimos.

En aquellas horas no sé cuántos tipos me trinqué. Muchos insistieron en hacerlo “sin” pero yo me mantuve firme por miedo a las ETS. Me porté como una puta pero la verdad es que sólo conseguí disfrutar con Vanessa.

Cuando volvió Carla yo ya era una veterana. Paco se acercó a ella, le dio una pasta y le dijo que cuando quisiera allí tenía mi puesto. Carla rió, me abrió la puerta de al lado y siguió al volante. Me preguntó que tal lo había pasado.

“Pues verás, no ha estado mal. Te voy  ser sincero. He follado y chupado no se con cuantos, con muchos, pero no ha sido nada excitante, más bien mecánico. Sólo me ha gustado cuando me ha follado Vanessa, la travesti negra, en un show que hemos montado para un par de tipos. Me gusta hacerlo a pelo, me gusta el semen en mi boca y aquí no ha podido ser”.

Carla sonrió: “Eso esperaba oír de ti. Eres toda una puta, pues aceptas lo que te venga, aunque no te guste. Quería que conocieses este ambiente y observar cómo te desenvuelves en él, y veo que lo has hecho bien. Mis planes para ti son otros. Creo que tienes unas habilidades difíciles de encontrar y pienso aprovecharlas al máximo. Tengo muchos clientes y tú vas a ser ahora la estrella de mi casa. No sé cuánto durará pero espero que sea mucho, querida”.

Me recordó que debía seguir sus instrucciones y que para nuestra próxima cita fuese vestida de mujer, con ropa sexy pero no excesivamente provocativa.  Ese día, además de trabajar para ella, empezaría mi tratamiento hormonal. Protesté débilmente, pero le bastó sólo una mirada para hacerme callar. Cuando llegamos a su zona se bajó del coche para dejármelo. Antes de irse me lanzó un beso con la mano y me sonrió.

Me gustaba aquello. No lo había querido reconocerlo hasta entonces pero me gustaba cada vez más. Me sentía cada día más mujer y más puta. Me daba cuenta de que mis gestos se estaban volviendo más femeninos, de que en cuanto me despistaba movía las caderas como una zorra.

Cuando volví a la peluquería de Inés me sentí alegre. Le pedí que empezase el tratamiento láser para depilación y ella lo hizo, encantada. Me maquillé y me vestí de mujer, y volví a la tienda de las chinas.

¡Qué casualidad! Allí estaba aquella chica que se rió de mi cuando me pintaron las uñas por primera vez. Entré y me senté en la silla esperando a que terminasen con las dos clientas que estaban atendiendo. Terminó la primera, pasó la chica y al poco tiempo terminó la segunda. La china me llamó, ¡Andrea! Y yo entré y les dije “Buenas tardes”

Sorprendida, la chica me miró. Mi voz era masculina y entonces me reconoció. Me miró asombrada y le expliqué que estaba saliendo del armario, que me estaba transformando en mujer. Ella me sonrió “Cuando te vi la otra vez me dije, que chico tan guapo, tan atractivo, pero tiene modales de chica, y no me equivocaba”.

Ese fue el punto de inflexión. Yo quería ser mujer, y quería ser puta, me gustaba y disfrutaba siendo utilizada. Durante todo el mes esa idea se fue abriendo paso y cada vez estaba más convencido.

Llegó la siguiente cita. Carla me miró y aprobó con la vista lo que veía. Iba despampanante con mi nueva falda, mini y con volantes debajo, con un corsé ajustado que resaltaba la cintura, y con una blusa semitransparente de media manga que dejaba ver por el escote unos senos redondos, duros y grandes, escondiendo a duras penas los pezones.

Yo iba lanzada. “Carla, déjame explicarte como me siento. Durante este mes he pensado mucho en lo que me dijiste y quiero transformarme en una mujer, en tu zorra. Me apetece vivir como mujer, sentir como mujer y quiero seguir adelante”

“Andrea, desde que te conocí me di cuenta que eso era lo que deseabas, que serías la mejor puta que hubiese tenido nunca. Estoy de acuerdo contigo y seguiremos adelante, pero debes pensar también en tu familia ¿Qué les vas a decir?”

Ya había reflexionado sobre ello y me había planteado hablar con mi mujer y divorciarnos de mutuo acuerdo. No le explicaría los motivos reales sino que hablaría de que nos habíamos distanciado, de que ya no compartíamos nada y que para eso era mejor separarnos. Por supuesto ella seguiría en la casa, tendría la patria potestad y yo le pasaría una pensión razonable.

Carla estuvo de acuerdo. Fuimos a una clínica especializada y me dejó en manos de un doctor, amigo suyo, que me explicó todo el proceso (la hormonización quincenal, las cuatro operaciones de cambio de sexo, etc.). Me entrevistó en profundidad para conocerme, para saber si lo había entendido y para asegurarse de que eso era lo que deseaba. Le dije que sí, que lo era, y programamos fechas. Ese mismo día me inyectó las primeras dosis.

Carla me recogió y volvimos a su gabinete. Me preguntó si me apetecía hacer algo pero aunque estaba contenta con mi decisión preferí volver a casa y hablar con mi mujer para cerrar aquel asunto. Me vestí de nuevo como un chico y volví a casa.