De Andrés a Andrea: Mi proceso de feminización (5)
El primer bukake de Andrés
Obedecí. Inés me hizo sentar de nuevo en la peluquería con sus clientas, me pidió que me maquillase ante ella y cuando terminé me hizo algunas correcciones y salió un momento. “Tu sorpresa,” dijo. Volvió a los pocos minutos con varias. Las abrió y sacó una serie de pelucas de todos tipos. Me las fue enseñando una por una ante las miradas cómplices de sus clientas y me dio a elegir. Elegí una rubia oscura, de pelo corto, tipo Kim Novak. Me la colocó varias veces para enseñarme, entre grititos de aprobación de sus clientas, ·Te sienta muy bien, Carla”, “qué preciosidad”, etc. A continuación miró mis manos, con las uñas comidas y me hizo la manicura en manos y luego siguió por los pies. Por último, me envió a un salón próximo y me dijo que preguntase por Juana, que me iba a poner unas uñas de gel, que siguiese sus instrucciones y que luego volviera. Me desmaquillé, me quité la peluca y allá que me fui.
Cuando entre allí me quedé lívido. Eran chinas. Pregunté por Juana y una chinita me sonrió y me invitó a sentarme. Justo detrás entró otra clienta, española y joven, que se sentó a mi lado. Le expliqué a la china que quería unas uñas de gel porque me mordía las mías, pero ella sabía ya lo que tenía que hacer. La chica de al lado me sonrió y me dijo que hacía bien, que era un método estupendo para dejar de mordérselas. La china comenzó su trabajo y cuando llegó el momento de pintarlas le dije que de un color lo más natural posible. La china no me entendía o no quería entenderme y al final me las pintó de color rojo, a pesar de mis protestas. La chica de al lado me miraba sorprendida y entonces le conté que una amiga se había encargado de hacerlo hablando con estas chicas, que eran las que se lo hacían a ella y que me querría tomar un poco el pelo.
Pero lo malo vino después: La china se agachó y me pidió que me descalzase. Yo no quería hacerlo pero ella insistía y mis instrucciones eran muy claras. Me descalcé me quité los calcetines y mis pies aparecieron con la pedicura recién hecha. La chica se sorprendió más todavía pero cuando empezó a pintarme las uñas de los pies de rojo pasión se empezó a reír. Y creo que lo de mi amiga ya no coló. De hecho, al despedirme una vez finalizado el trabajo me soltó un “Adiós, princesa” con un guiño, mientras las chinas se descojonaban. Rojo como un tomate otra vez…
Volví a la peluquería e Inés me dio instrucciones:
“La próxima vez que vayas a ver a Carla deberás ir totalmente vestida y maquillada como la mujer que eres, Andrea. Llevarás pendientes de pinza, pulseras y reloj de mujer, que comprarás, así como un vestido corto y unos zapatos de tacón. Te pondrás también este collar de sumisa (de cuero, repujado y con adornos de plata)”
No protesté. Sabía que no había nada que hacer.
Pasé el mes bastante excitado. Estaba acojonado por un lado pero me sentía cada vez más dispuesto a hacer todo lo que Carla quisiera. Era casi un síndrome de Estocolmo y sentía cada vez más deseos de avanzar en esto. Mi problema más grave era donde vestirme; hasta entonces siempre lo había hecho en el servicio de bares pero ahora me resultaría imposible. Era un hombre y tenía que entrar vestido de hombre y salir como mujer.
Afortunadamente, hay sitios en los que lo puedes hacer. Aeropuertos y hospitales, en el servicio de minusválidos. Elegí el hospital.
El día de la cita salí de mi casa con el maletín completo con todo lo necesario. De hecho, había tenido que cambiarlo por otro más grande porque ya no me cabía todo. Salí del trabajo y fui a un hospital público que ya había inspeccionado y que me pillaba de camino, o casi. El servicio de minusválidos que elegí estaba en una planta en la que había poco tráfico de personal, pues sólo se utilizaba casi en su totalidad para consultas por la mañana, mientras que por la tarde de los miércoles sólo había una consulta en la otra esquina.
Me metí en el servicio, abrí el maletín y comencé a trabajar frente al espejo. Durante casi dos horas estuve allí, metido, y nadie vino a molestarme. Cuando salí era una mujer, una Andrea. Nadie me podría reconocer. Me había puesto la ropa interior más sexy, acompañada por un corsé inglés que me ceñí hasta casi asfixiarme. Llevaba un vestido azul por encima de la rodilla, ceñido, con una chaquetilla de encaje entreabierta por donde asomaba el corsé y el pecho postizo. Hasta yo me veía atractiva. El maquillaje obraba milagros y el plug me hacía sentirme a la vez atractiva, excitada y puta.
Salí despacio, procurando andar como una mujer y notando que muchos tipos me miraban con admiración y deseo, lo que me hacía excitarme más y mojar mis braguitas (de encaje, negras).
Llegué a la cita puntual. Cuando Carla abrió la puerta se sorprendió: “Qué guapa estás, puta” y me plantó dos besos en la cara. Me llevó al saloncito y notó como estaba: “Te va gustando esto, eh?”
No contesté pero ella siguió: “Hoy vamos a dar un pasito más, Andrea. Tendremos una orgía y tú serás la puta. Vas a llevar puesto desde ahora este cinturón de castidad, del que yo tengo la llave. No te lo quitarás nunca más. Es mi regalo para mi puta. Tú verás lo que le dices a tu mujer pero no podrás quitártelo. Imagino que ya no tienes relaciones con ella pero si es necesario tendrás que arreglarte solo con la mano, y sin que ella te toque, salvo que quieras decírselo…” Me obligó a bajarme la braguita y me puso el cinturón, que me oprimía el pene e impedía las erecciones. Acto seguido me cogió del brazo y me llevó con ella a la calle, como dos amigas. Yo estaba confundido, pero ella me hablaba como una amiga mientras me decía que íbamos a tomar algo y luego a mi coche. Entramos a un bar ella pidió un cubata y me preguntó que quería yo. No me atreví a hablar, así que hice un gesto de asentimiento. Ella no quiso entenderme e insistió: “¿Qué quieres, Andrea?”. Finalmente, rojo de vergüenza (aunque el maquillaje lo tapaba) contesté bajito, intentando poner voz de mujer: “un cubata también, por favor”. Carla insistió, “¿No te oigo, que has dicho?” Con el resto de mis fuerzas dije claramente “Un cubata, gracias”.
Mi voz no fue precisamente la de una vicetiple pero el camarero, aunque algo extrañado, no dijo nada y me lo sirvió. Yo me toqué la garganta y carraspeé para hacerle creer que estaba ronca.
Por fin, Carla se apiadó de mí. Pagamos la cuenta y salimos. Fuimos a mi coche y nos dirigimos hacia un barrio elegante que yo no conocía. Llegamos a un edificio, Carla abrió el parking con un mando a distancia, aparqué el coche, cogí mi maletín y nos dirigimos al ascensor.
“Hoy vas a ser la puta para un bukake. Estás preparada para ello y creo que lo vas a hacer muy bien, pero por si se te ocurre arrepentirte quiero que recuerdes lo que conozco sobre ti y lo que puede ocurrirte. Voy a estar en la sala en todo momento, apoyándote, cuidando de ti, y no voy a dejar que nada malo te ocurra. Pero debes colaborar, Carla. Mis amigos son ricos y poderosos, no tienen ninguna enfermedad sexual y solo quieren divertirse, y para ello te tienen a ti. Saben lo que eres y lo que estoy haciendo y están de acuerdo en participar en esto. No temas”
Me vendó los ojos y entramos en el ascensor. Pulsó el 2º piso y me llevó de la mano hasta la puerta. Pulsó el timbre, la puerta se abrió y me condujo hasta una sala. Creo que me llevó al centro, y me hizo girar sobre mí mismo mientras hablaba:
“Caballeros, esta es Andrea, mi alumna. Hace unos meses, sólo unos meses, era Andrés. La he entrenado cuidadosamente, le he enseñado todo lo que una buena puta debe saber, y hoy es su primer día de trabajo. Quiero que sean cuidadosos con ella, que no la castiguen ni peguen ni le dejen marcas. Para todo lo demás que deseen está preparada. No le quiten el vendaje de los ojos, quiero que aprenda a actuar como una puta, sin distinciones”. Escuché murmullos que parecieron de aprobación.
Acto seguido me pidió que me desnudase. Lo fui haciendo lentamente, como una puta, hasta que me quedé desnuda por completo. Carla se acercó de nuevo a mí, me extrajo el plug, me quitó también el cinturón de castidad y dijo: “Señores, está desprecintada. Toda suya”
Comencé a notar manos que me acariciaban, que se dirigían a mi culo, a mis pezones, a mi pene, más bien micro pene, que me sobaban. No sabía cuántos hombres había allí y me sentía asustado. Finalmente uno de ellos me abrió la boca e introdujo su polla en ella. Ese tema ya lo conocía, así que empecé a lamer y lamer y a chupar, mientras los demás me rodeaban, me acariciaban incluso comenzaban a introducir sus dedos por mi ano. Uno de ellos me obligó a sentarme sobre su pene erecto y mientras algunos me balanceaban arriba y abajo, otros me introducían sucesivamente sus pollas en la boca, o me obligaban a masturbarles con mis dos manos. Cambiamos de posturas repetidas veces, me follaban por todos los agujeros y yo ya estaba convertida en toda una puta, excitada. Chupaba pollas y apretaba el culo para sentirlas, masturbaba todo lo que se ponía en mi mano, y en uno de esos envites me corrí salvajemente. Ellos pararon al instante, pensando que se había acabado la juerga, pero Carla me preguntó que como estaba y sólo pude decir “folladme, cabrones, como a la puta que soy”. Estaba excitada como nunca y aquello siguió. Alguno comenzó a correrse en mi cara y yo abría la boca con delectación y lamía su semen. Otros se corrieron en mi boca y en mi garganta y lo degusté y tragué hasta el final.
Creo que estuvimos más de tres horas así. Me follaron de todas las maneras posibles, tragué semen caliente de todo el que se quiso correr en mi cara o en mi boca, chupé todo lo que me pusieron delante y me corrí unas cuantas veces. Era una locura que parecía no tener fin.
Carla me tocó en el brazo. Casi había perdido el sentido y todos aquellos hombres se habían retirado. Me dijo que ya estaba, que había terminado y se ofreció a quitarme la venda. No quise. Prefería mantener aquello en la imaginación. Carla me acompañó al cuarto de baño y me ayudó a desmaquillarme, a quitarme todo y a ducharme. Estaba agotado pero me fui recuperando y finalmente pude vestirme. Antes de salir le pedí que me pusiese el cinturón de castidad, lo echaba de menos. Con una risa suave lo hizo.
Eran las ocho de la tarde cuando salimos de allí. Me ofrecí a llevar a Carla a su casa pero ella no quiso.
“Te has portado como esperaba, incluso has superado mis previsiones contigo. Eres mi mejor putita, sin duda.
Para nuestra próxima sesión, Andrea, debes venir como hoy. Perfectamente vestida y maquillada. Creo que las faldas también te van a sentar bien: Cómprate algún conjunto provocativo y sorpréndeme, querida. Esta vez lo pago todo yo”
Me dio una buena cantidad de dinero, que me había merecido, dijo. Aunque agotado, yo estaba contento por cómo había transcurrido todo aquello, por primera vez me había sentido mujer y deseaba volver a repetir. Deseaba volver cuanto antes pero el sentido común me hizo reflexionar y esperé el mes.