D.D.
Dos jóvenes gozan a todo dar de sus cuerpos en una calle oscura y solitaria.
Antes de relatarles lo que me sucedió quisiera decirles que mi nombre es Iván, tengo 22 años y estoy en primer año del profesorado de Matemática en un instituto privado cerca de mi casa; ahí es donde conocí a Deborah Delfino (D.D. como le gusta que la llamen), una chica de 24 años de cabello largo, lacio y castaño, ojos color marrón tirando a miel y un cuerpo bastante lindo, sus tetas no son demasiado grandes ni demasiado chicas, son, como habría de darme cuenta más adelante, del tamaño perfecto para caber en mis manos; sin embargo, tiene unos labios carnosos y un culo redondito y tan firme (prueba fehaciente de que vive andando en bicicleta) que más de una vez tanto uno como el otro han sido la inspiración de más de una paja nocturna.
Nuestra relación diaria en un principio no pasaba más allá de la típica entre dos personas que asisten a un colegio, conversábamos en cada rato que teníamos principalmente de los profesores y las materias. Pero luego de haber entrado en la suficiente confianza, comenzamos a dirigir nuestras charlas hacia el ámbito personal, así fue como supe que ella no se estaba sintiendo muy conforme con el tipo con el que estaba saliendo pues, según ella me contó en confidencia, éste no la había satisfecho a la hora de coger debido a que él nunca se había desviado de las "maneras tradicionales" como ella me explicó, a lo cual yo medio en joda le respondí que ese tipo era un estúpido y que de ser yo intentaría de todo con ella, lo que originó una risa entre pícara e inquietante por parte de ella. Después de ese día el tema del sexo dejó de ser parte de nuestra comunicación ya que era noviembre y los parciales se aproximaban, con lo que nuestra concentración se vio enfocada en el estudio.
Una vez pasados los parciales, esto es, a principios de diciembre, y debido a que algunos profesores no lograron dar todos sus respectivos programas, teníamos que seguir yendo a clases. Esto, sumado al hecho de que la sensación térmica ronda los 29 grados, hace que aún vistiendo liviano (bermudas y remera, zapatillas sin medias) cada clase sea una tortura. Lo único bueno era el poder verla a ella en sus calzas ajustadas que hacían que la tanga que vestía se le metiera bien entre sus hermosas nalgas, cosa que pasó, y en que forma, en la última clase que teníamos: era una de esas clases pedagógicas que tanto aburren, en eso, el profesor le pide a Deborah que pase al pizarrón y escriba lo que se acordaba de no sé quien, lo cual hizo. Debido a que no tenía mucho espacio en el pizarrón, debió inclinarse para poder escribir bien abajo, con lo cual me ofrecía a mí, que estaba en primera fila el más hermoso espectáculo, sus nalgas devorándose aquél hilo de su tanga, el cual yo imaginé que era mi pija; esto hizo que mi pija despertara y construyera una inocultable carpa con la tela de mis bermudas, carpa que ella indudablemente vio al pasar cerca ya que me miró a los ojos y esbozó la misma sonrisa que había hecho aquella vez que le dije lo que haría con ella. La clase terminó antes de lo previsto (el profesor debía dirigirse a no sé dónde a buscar no sé qué cosa) lo cual me alegró al saber que llegaría a casa antes, por lo que junté mis cosas y me dirigí hacia la puerta, no sin antes recibir una invitación de Deborah para que me lleve ella a mi casa, la cual acepté aún cuando mi casa no quedaba tan lejos. Bajamos hasta la puerta de calle donde ella tenía encadenada la bicicleta, se subió, me subí intentando mantener la mayor distancia posible entre mi ingle y sus caderas, cosa que me resultó bastante difícil una vez que comenzó a pedalear ya que con cada pedaleo, tanto mi cuerpo resbalaba hacia delante como sus nalgas se atrasaban cada vez más hasta el punto de tenerlas una a cada lado de mi pene, el cual disfrutaba de los "masajes" que dicho movimiento le proporcionaba a la vez que ansiaba poder recibirlos de lleno y sin la obstaculización de la ropa, de la cual intentaba con todas sus fuerzas escapar, haciéndole más que evidente a la persona que causaba esto cuáles eran sus intenciones. A esto D.D., lógicamente enterada, respondía dándose vuelta de tanto en tanto y ofreciéndome aquella pícara mirada cómplice.
En eso estaba cuando ella inesperadamente giró en la dirección opuesta a la que debía, entrando en una calle cerrada y pobremente iluminada. Sin darme tiempo de avisarle de su error, subió a la vereda y, llegando a mitad de cuadra, frenó abruptamente, lo que hizo que mi pija erguida a más no poder se aplastara contra sus calzas, acto seguido, se volteó pasando una pierna por sobre el manubrio. Terminando parada junto a la bici, me tomó de la remera y, trayéndome hacia ella a la vez que me bajaba de la bicicleta, me estampó el más profundo beso francés que jamás alguien me había dado. Podía sentir su lengua peleando con la mía al tiempo que sus prominentes labios subyugaban los míos. Mis manos, que hasta el momento (debido a mi sorpresa) se hallaban a ambos lados de mi cuerpo, fueron guiadas una a una por las de ella tanto a sus tetas como a su entrepierna y trasero, los cuales fueron desesperadamente manoseados y sobados del modo más descontrolado y sexual. Es aquí donde me di cuenta de que sus tetas, las cuales por cierto estaban desprovistas de sujetador más allá de la ajustadísima remera que vestía, tenían la medida de mis manos, a su vez me di cuenta de modo táctil de que la tanga que vestía era más diminuta de lo que me había imaginado, ya que podía sentir su pubis velludo que sobresalía a ambos lados del pequeño triángulo de tela que lo cubría. En cuanto a su trasero, pude sentir por sobre la calza, y a medida que sobaba sus nalgas abriéndolas, que la tira con la que tanto me había fantaseado había sido completamente devorada por ese culo sublime. Esta especie de precalentamiento habrá durado cerca de dos o tres minutos, durante los cuales, a la vez que yo la manoseaba libidinosamente, ella me frotaba el miembro por encima de la bermuda. Posteriormente, sus labios abandonaron los míos y, tumbándome sobre un árbol de ahí boca arriba, se hincó frente a mí a la vez que bajó la cremallera de mi bermuda; mi erecta vara surgió por entre la abertura, quedando a la altura de sus turgentes y ansiosos labios. No puedo describir con palabras el éxtasis que experimenté al sentir primero su lengua lamiendo mi glande en forma circular, llenándolo de saliva, luego rodearlo con esos carnosos labios, aprisionándolo en esa húmeda cárcel, para finalmente, adelantando la cabeza, devorar del modo más delicioso el resto de mi tieso instrumento. Era mi sueño hecho realidad, ese que tantas veces había finalizado con una furtiva corrida al baño para descargar el volcán que provocaba. Chupaba como los dioses, tan delicada pero a la vez tan frenéticamente, deteniéndose de rato en rato para sacar mi pija de su boca y volver a recorrer el glande con su lengua, volviendo a tragárselo posteriormente; su cabeza iba de atrás hacia adelante, se lo tragaba entero, hasta la base, punto en el cual aprovechaba para, a la vez que la punta le hacia cosquillas en la úvula, ella hacía lo propio con su lengua en mis testículos, los que, al sentirse tocados por esa masa húmeda y rugosa, se encogían. Una vez más mi pija dejaba su boca y su lengua acariciaba mi glande, mas esta vez no volvió a metérsela sino que la lamió de punta a punta, llegando a mis testículos, chupándolos, mordiéndolos delicadamente y haciendo malabares con ellos con su lengua y su mano derecha, al tiempo que me pajeaba con su izquierda. Luego se levantó y, antes de que yo dijera algo, su lengua volvió a mi boca brevemente. Yo, ni lerdo ni perezoso, la coloqué en mi lugar y, levantándole los brazos, le quité la remera, pudiendo apreciar bajo la tenue luz de la lámpara de la calle sus redondos pechos bronceados por el sol al igual que el resto de su cuerpo (evidencia de que era adepta al topless) coronados por unos precioso pezones color chocolate que de inmediato me dispuse a chupar y morder dulcemente provocando que ella se arqueara de placer. Mis manos de momento se hallaban una acariciando el pecho que quedaba afuera en cada arremetida que yo daba, mientras que la otra la hacía círculos sobre su pubis acompañando una de las de ella que me servía de guía, sus calzas ya estaban bajas con lo que mis "masajes" eran más directos y por tanto más placenteros para ambos. No soportando más, me arrodillé y, haciendo a un lado el triángulo de su tanga, que ya para ese entonces se hallaba embebido por sus flujos, me dispuse a lengüetear su vagina, zigzagueando una y otra vez por toda su extensión, deteniéndome en su lógicamente prominente clítoris, el cual hice tintinear, incrementándole el placer. En eso estaba cuando ella de manera salvaje me tomó del pelo y, alejando mi rostro de aquella mata mojada, me miró a los ojos y me dijo que me deseaba desesperadamente dentro de ella, por lo que me levanté de la posición en la que estaba y ella, rodeándome con sus brazos, me dio un profundo beso; manteniéndonos unidos, volvimos a cambiar de lugar (mi espalda volvió a posarse sobre el tronco del árbol), luego ella, sin dejar de besarme y apoyándose en mis hombros, rodeó mis caderas con sus piernas, entrelazándolas tras de mí, y , suavemente, se dejó deslizar hacia debajo de modo que mi erguido miembro ingresase en su húmeda gruta, lo cual hizo tan delicada y dulcemente de forma tal que ambos pudiésemos disfrutar de ese extático momento. Una vez que mi miembro había sido devorado completamente por aquella cálida cueva, estrechados en un frenético abrazo salpicado por uno que otro intercambio de profundos besos de lengua, dio comienzo el delicioso meneo mutuo; era mejor de lo que me hubiese imaginado, aún cuando la mayor parte de las veces que me había imaginado una situación similar, el objetivo de tales imágenes mentales era otro, era aquel al cual me estaba aferrando con ambas manos y del cual jalaba en cada embestida, aprovechando cada tirón para separar aquello que me había hipnotizado de ella desde la primera vez que la vi, al tiempo que hacía más de un intento por introducirle aunque más no sea un dedo en aquel huequito que tanto me había hecho soñar. El zarandeo continuó por un rato largo, yo ya había logrado meterle un dedo en su precioso ano pensando mientras lo hacía en que hermoso sería que mi pene supliese a ese dedo en esa tarea tan deliciosa y excitante; a la vez intentaba retardar la explosión cuya proximidad para ese entonces se estaba haciendo más que evidente, aferrándome fuertemente de sus nalgas para reducir el ritmo del coito. En vista de que mis esfuerzos por prolongar ese extraordinario momento resultaban más que infructuosos, hice lo que más lógico me pareció en ese instante, traté de sacar mi miembro a punto de estallar de modo de que si eyaculaba, lo haría sobre su pelvis. Ella, dándose cuenta de mi intención, acercó sus labios a mi oreja y me susurró dulcemente que quería que yo acabase dentro de ella e inmediatamente, asiéndose de una de las ramas del árbol, incrementó el ritmo de su meneo, el cual se volvió extremadamente animal y apasionado, no dejándome más alternativa que dejar que mi pulsante miembro hiciese erupción en su interior, lo cual sucedió. Ese idílico momento de clímax se hizo evidente en ambos debido que por un lado yo aprisioné fuertemente sus nalgas entre mis manos y enterré mi cara entre sus pechos, a la vez ella, en el preciso momento de que su acogedora cueva era inundada por mi candente lava, se arqueó hacia atrás con su cara al cielo y los ojos cerrados de modo de poder disfrutar de aquel instante de alucinación y frenesí. Nos quedamos un largo rato en esa posición inmóviles y empapados en nuestros sudores mezclados; luego ella bajó sus piernas de en derredor mío pero sin dejar de abrazarme me dio el más largo y profundo beso francés de toda la noche, fue tan duradero que cuando terminó y nuestros cuerpos se separaron tuve que recobrar el aliento.
Una vez que mi respiración volvió a su estado original, creyendo que hasta ahí iba a llegar la cosa esa noche y, porque no, pensando que tal vez lo ocurrido era todo a lo que nuestra interacción podía aspirar, comencé a subirme las bermudas a la vez que por mi cabeza pasaban pequeñas imágenes de lo que había vivido no hacía ni siquiera un minuto. En esto estaba cuando, inesperadamente, D.D. me toma de las manos (las cuales ya habían izado mis bermudas hasta mitad de camino) y extrañada me pregunta a donde pensaba ir, yo le respondí que dado la efusividad con la que me había besado era de creer, al menos eso pensaba, que dicho beso era de despedida, a lo cual sonriendo me dijo:" Todavía no, aún falta que cumplas con tu palabra o es que se te olvidó que me dijiste que vos conmigo lo intentarías todo", a lo que tragando grueso respondí que no me había olvidado; ella debió notar mi vacilación al responderle ya que me dijo que lo que quería intentar no era nada del otro mundo y que estaba segura de que era algo que yo también ansiaba desesperadamente; esto indudablemente lo decía teniendo en cuenta la manera en que le había sobado las nalgas durante nuestra interacción ya que de eso se trataba, quería que se la de por el culo y yo no era quien para negarme, por eso es que, dejé caer mis bermudas al piso y, tomándola por la cintura, la acerqué a mí y le estampé un beso de novela al tiempo que sobaba furiosamente sus senos; ella mientras masajeaba mi miembro y mis huevos de modo que despertasen de la corta siesta a la que se habían entregado luego de la gran labor realizada. Ya despiertos la historia se repitió, ella se arrodilló y lo succionó como sólo ella sabe hacerlo; esta vez, sin embargo, la mamada duró menos que la otra vez debido a que ella estaba más que desesperada por que mi carnosa vara se sumergiese entre sus nalgas, por lo que, poniéndose de pie, se giró dándome su espalda y se abrazó del árbol ofreciéndome su majestuoso trasero, cuyas nalgas me dispuse a separar lo más que pude con lo que logré ver que su ano se hallaba medianamente humedecido por los flujos que de ella habían aflorado; esto hizo que me hincara y comenzase a lamer aquel tierno hoyito, deteniéndome de rato en rato para, aprovechando mi posición, introducir mi lengua en aquella raja chorreante y cálida. Luego de haber humedecido ese recoveco suyo que tantas veces había soñado con penetrar, me puse de pie y comencé los preparativos para la realización de mi sueño; primero, froté mi erecto miembro contra la raja entre sus nalgas; luego, dibujé con la puntita el camino desde su vagina hasta aquel hambriento recoveco, esparciendo ese cálido lubricante que de ella emanaba para, finalmente, detenerme a las puertas de aquella gruta de ensueños y comenzar el lento y minucioso ingreso. Cada milímetro que lograba introducir era para ambos estar un paso más cerca del mayor éxtasis imaginable, lo cual se notaba en ella por la forma en que gemía y suspiraba a la vez que, deseosa de que mi pene se hallase completamente engullido por aquel voraz abismo, empujaba su cuerpo hacia mí. Ya estando mi miembro enteramente devorado, me tomé firmemente de sus senos y, mientras los estrujaba, comencé a bombear cada vez con mayor velocidad y con un desenfreno tal que podía oírse el chasquear de mi pelvis contra sus firmes nalgas y de mis testículos con su vagina, lo cual añadía más excitación y placer a la cosa a la vez que, según lo que pude comprobar, le generaba a D.D. la más larga sucesión de orgasmos que podía imaginarme que una mujer era capaz de tener, los cuales también era incitados por nuestras manos que en el ínterin se hallaban abocadas a propinarle goce a aquella zona que en ese momento no formaba parte del plato principal por así decirlo. En ese momento se arqueó hacia mí y, rodeándome con uno de sus brazos, mientras con el otro seguía tomada del árbol, me jaló hacía sí, buscando con sus labios y su lengua los míos. En esa lucha de lenguas estuvimos hasta que yo, sintiendo que ya era de nuevo tiempo de descargar, separé mi rostro del de ella, la tomé de las caderas y, dando rienda suelta a mi locura, empecé a sacudirme con más fuerza y desenfreno. La última estocada la hice hasta el fondo y la explosión que siguió a esto, como era de esperarse, fue completamente extraordinaria, más teniendo en cuenta que coincidió con uno de sus orgasmos. La forma en que ella se arquea y mira el cielo, cierra sus ojos y disfruta de lo que acaba de suceder es algo único. Dejé mi instrumento en su interior por un rato mientras caía en cuenta de lo que había pasado a la vez que lo disfrutaba y ansiaba quedar en esa posición eternamente; mis manos aferradas a sus senos, trayéndola hacia mí, nuestras lenguas entrelazadas en una extática lucha y nuestros sudores y demás fluidos mezclados en uno solo.
Finalmente y como era de esperarse, era tiempo de despedirnos y aún cuando ninguno de los dos quería hacerlo, debíamos ya que, por un lado, se había hecho tarde y, por otro, ambos estábamos más que exhaustos aunque felices por lo que habíamos hecho. Nos vestimos, nos besamos en la forma que antes les conté, luego, cada uno siguió su camino, no sin antes asegurarnos mutuamente que lo de ese día se repetiría en un futuro cercano. Cosa que pasó y que si están interesados les contaré próximamente.