[David/Diana] (Parte 1) El fármaco F
Me llamo David y tengo una vida de lo mas normal. Hasta que un día, tengo un accidente y todo cambia para siempre.
Esta historia no es 100% invención mía, por lo que si a alguien le suena a algo, que no piense que es una copia, porque la mayor parte serán cosas mías. Diviértanse.
Me llamo David y soy un chico de veinte años, piel morena, estatura media tirando a alta, complexión atlética, pelo castaño oscuro y ojos marrones. Tengo un cuerpo fibroso, pero tampoco es exagerado. Estoy en segundo de carrera y mis notas son buenas, pero tampoco sobresalientes. Tengo un grupito de amigos bastante friki, pero no me molesta, me gusta estar con ellos.
Mi familia es bastante modesta. Sobrevivimos gracias al sueldo de mi padre y a que mi madre tiene una ayuda del estado por invalidez total, ya que hacía tres años fue agredida por un compañero de trabajo que le dejo un fuerte trauma que va superando y un rodilla en muy mal estado. No tengo hermanos ni hermanas, por lo que al ser hijo único me llevo gran parte de regalos por parte de mis padres. Aunque ya hace un par de años que me fui de casa, para poder estudiar lo que quería fuera de mi ciudad de nacimiento.
En mi vida amorosa, ¿Que decir? Soy un chico del montón, pero que además destaco, gracias al grupo friki, que tampoco es que sean feos mis amigos, pero más que yo sí. He tenido algún rollete pasajero, pero poco más. Eso sí, había una chica en clase, de la que llevaba tiempo que me gustaba, pero nunca me había atrevido a hablarle. Y menos a decirle lo que siento.
Ella se llama Carla, es de mi edad, y tiene el pelo negro y liso, unos ojos azules preciosos, es algo más pequeña, de estatura, que yo y tiene un buen cuerpo, con el que sueño muchas veces.
Todo empezó un viernes a la noche, cumpleaños de Alejandro, uno de mis amigos. Salimos todo el grupo de fiesta por la zona de bares nocturnos. Tras mucho andar y beber, finalmente nos quedamos en un bar con buena música y chicas. Hablábamos de cualquier cosa, pero sobre todo de las chicas del bar. Nos fijábamos en ellas e imaginábamos que cosas les haríamos. Todo eso, hasta que por culpa del alcohol, me decidí y me lancé a por una de ellas.
Una rubia de ojos azules de estatura media, pero como llevaba tacones altos parecía más alta. Llevaba una camiseta ajustada de color rojo y unos pantalones pitillos negro, muy ajustados. Todos nos habíamos fijado en ella, pero finalmente fui yo el que se lanzó. Conseguí disimular muy bien mi borrachera, ya que tras cinco minutos de charla, ambos nos dirigíamos al baño del bar, tras haber picado a mis amigos.
Una vez en baño, la joven llamada Marta, se transformó. Fuera, en la barra del bar, Marta parecía la típica chica sexy y coqueta que atraía las miradas, pero que se mantenía a distancia. Por el contrario, cuando estábamos el baño, era toda una salvaje, que se lanzó directamente a besarme como loca. Yo le devolví el beso y llevé mis manos a su trasero bien marcado gracias a los pitillos.
-Pensaba que nadie me entraría hoy…- Me susurró en la oreja.
-Tienes a todos los chicos del bar, deseándote.- Le contesté mientras le levanta un poco la camiseta dejando al aire un vientre plano adornado por un piercing en el ombligo. Yo le acaricié, disfrutando de la suavidad.
-Y tú vas a ser quien me tenga.- Me recordó pícaramente, mientras se mordía el labio inferior. Después sin avisarme, levantó del todo su camiseta dejándome ver un sujetador rojo con encaje en los bordes. Mantuve una de mis manos en su trasero, pero la otra fue instintivamente hasta sus pechos los cuales amasé con ganas y deseo.
Marta aprovechó ese momento para buscar de nuevo mis labios y con una de sus manos empezó a acariciar el bulto que había aparecido en mi entrepierna. Pude notar como sonreía satisfecha, por el tamaño de mi miembro y sin decir nada, se agachó para desabrochar el cinturón de mi pantalón, con el fin de liberar mi pene de su prisión de telas.
Una vez fuera, Marta, hizo un gran trabajo. Sus manos, sus labios y su lengua, jugaban con mi pene, por todas las zonas, dándome mucho placer. Para mi sorpresa, Marta, se desabrochó el sujetador dejando libres sus pechos, con unas aureolas un poco oscuras, de tamaño medio, coronadas por unos pezones duros y apetecibles. Y sin darme tiempo a hacer nada, metió mi pene entre sus pechos y comenzó a masturbarme con ellos.
-Buff… Qué buena eres…- Le felicité. La verdad es que era la primera vez que me hacían eso, pero realmente estaba disfrutando.
-¿Te gusta?- Me preguntó sin detenerse, a lo que yo asentí. -No te corras todavía que nos queda mucho por hacer.- Me comentó guiñándome un ojo.
Marta siguió a lo suyo un rato hasta que se levantó en busca de un beso que yo le devolví. Aproveché ese momento para disfrutar mejor de sus ahora desnudos pechos. Poco después, empecé a descender por su cuello, deteniéndome en sus pechos, lamiendo los pezones y mordiéndolos suavemente, provocando gemidos en Marta. Luego de un rato, seguí descendiendo, hasta que me encontré sus pantalones, los cuales desabroché y bajé, dejando a Marta con un tanga negro.
-Ummm… Que sexy…- Le piropeé, provocándole una risilla divertida.
No pude esperar mucho, y terminé por bajar el tanga, dejando su húmeda vagina frente a mi vista. Marta, no me dejo mirar mucho, ya que me agarró del pelo y me obligó a introducirme en su entrepierna para lamerla entera. Era un completo novato en aquello, pero mis ganas por hacerlo, parecían ser mejor que mi inexperiencia, ya que Marta en seguida empezó a gemir sin control.
-Eso es… Ahí, ahí… No pares…- Me decía, y yo trataba de seguirla. -Me corro… Me corro…- Me avisó, y en un arranque de entusiasmo, noté como de repente toda la vagina se encharcaba mucho. Bebí de aquella dulce sabia del placer y me levanté. Marta buscó mis labios con afán y deseo. -Vamos machote… Follame.- Me pidió poniéndose de espaldas a mí, contra la pared, poniendo el culo en pompa.
-Ahí voy…- Le avisé, tras apuntar en su cavidad vaginal, y empujando lentamente, terminé con todo mi pene dentro de ella, que había aumentado su respiración considerablemente.
Mi ritmo era desacompasado y arrítmico, pero Marta gemía de placer como una loca, cosa que me excitaba, y que provocaba que no me detuviera. Notaba como sus pechos botaban y decidí darle un extra de placer, agarrando uno de ellos y amasarlo.
-Me voy… a correr…- Le avisé sin dejar de moverme.
-¿¡Ya!?- Exclamó, Marta sorprendida. -Está bien, pero no te detengas, que yo también voy a llegar.- Me pidió y yo hice un esfuerzo sobre humano para mantenerme, sin alcanzar mi orgasmo. Con un grito de placer y unas cuantas sacudidas en su cuerpo, entendí que Marta ya había alcanzado su segundo orgasmo. Y sin decir nada sacó mi pene de dentro de ella, y se agachó.
Para no perder el ritmo, me empecé a masturbarme, pero en cuanto vi, como Marta se relamía los labios mirando mi pene, a la vez que se apretaba los pechos y se pellizcaba los pezones, no hizo falta nada más para que le llenara la cara y la boca de semen. Tras mis últimos espasmos, Marta, tragó el semen que tenía en la boca y se dedicó a limpiar mi miembro con ganas.
-Hacía tiempo que no disfrutaba tanto...- Me felicitó mientras se levantaba y comenzaba a vestirse. Yo también hice lo mismo, pero cuando me encontraba a punto de cerrar el cinturón, un fuerte golpe en el corazón, me detuvo en seco. Instintivamente me llevé la mano al pecho casi caigo al suelo de no ser porque me había apoyado en la pared.
Mi visión se nublaba poco a poco. Las fuerzas me fallaban y me parecía escuchar a Marta, gritarme tratando de reanimarme. Sin fuerzas, caí sentado al suelo y Marta salió rápidamente a pedir ayuda.
Me sentía mareado. Estaba tumbado en una cama y por lo que veía a mí alrededor, supuse que estaba en un hospital: Cortinas blancas, tubos en mi muñeca... Traté de incorporarme, pero la cabeza me daba vueltas, por lo que me volví a tumbar y cerré los ojos tratando de recordar algo. Me fue imposible. Estaba tan agotado, que me acabé durmiendo sin si quiera darme cuenta.
Cuando volví a despertar, me pareció estar en el mismo sitio. Pero al abrir los ojos, todo estaba más oscuro, ahora estaba desnudo, mi camilla se había vuelto en una especie de butaca bastante cómoda, donde estaba tumbado, en frente de mi tenía un foco que me iluminaba y sonidos de ordenadores me llegaba a los oídos.
-Ya has despertado.- Una voz de mujer me sorprendió. No podía verla por culpa del foco. -Tenias una enfermedad muy rara, y estas aquí porque estamos probando contigo una nueva medicina.- Me informó, pero yo no entendía nada. Traté de hablar, pero las palabras no surgían de mi boca. -Solo te diré que tiene un fuerte efecto secundario...-Pero dejo de hablar.
Y yo mismo entendí la razón de su silencio.
-Creo que ya te lo puedes imaginar.- Susurró con una pequeña sonrisa.
¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué me sentía más pequeño? ¿Más ligero? ¿Por qué un tenía una fuerte presión contra mi pecho? ¿Y este vacío en mi entrepierna?
-¿Que me habéis echo?- Me quedé helado al escuchar mi propia voz. ¿Por qué no era tan grave como antes? ¿Por qué era más aguda? Era como si... como si...
-Exacto.- Dijo la mujer, leyendo en mi rostro que había descubierto el efecto secundario de aquel medicamente. -Te has convertido en una mujer.- Me confirmó.
Ahora en la cama no estaba David con su altura, sus músculos, su pelo castaño, sus ojos marrones... Ahora en la camilla había una joven pelirroja con el pelo largo, de ojos verdes, pechos medianos tirando a grandes, un vientre plano, vagina, piernas suaves y ni un ápice de sus anteriores fortalecidos músculos.