David y Goliat (2)

Raúl y el chico se encuentran en su taller en una torrida sesión de sexo.

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Una hora antes de la fijada para la cita, Raúl no paraba de mirar el reloj; estaba nervioso como nunca la había estado ante una cita. Pero la verdad, es que era su primera cita de estas características; siempre había sido un cazador que se llevaba las piezas cobradas a su guarida o la espera era a un chapero contratado a su agencia habitual de chicos de compañía.

Trasteaba en la mesa para matar el tiempo, cuando oyó un ruido inesperado y de inmediato una voz.

Hola. – Sonó a sus espaldas.

El corazón de dio un vuelco, se giró y allí estaba su ángel. Al principio se sorprendió, esperaba haber oído el timbre de la puerta; pero enseguida racionalizó lo sucedido. Tenía la costumbre de no cerrar la puerta del estudio cuando estaba allí trabajando (No quería que le interrumpieran en medio de un momento de inspiración); no lo recordaba; pero con los nervios debía haberse dejado la puerta abierta.

El chico vestía una camiseta ajustada que hacía visibles los perfiles de su anatomía y un pantalón que le llegaba justo por encima de las rodillas. Cada vez que lo veía se sentía más y más atrapado por su belleza.

Raúl estaba inmóvil, como clavado en el suelo y él chico avanzó hacía él lentamente; pero con paso firme y seguro.

¿Me esperabas? – Pregunto con un tono que a Raúl se pereció tremendamente sensual.

Estaban frente a frente, a penas unos centímetros separaban sus rostros. Raúl no respondió. Sólo, le tomó la cara con ambas manos y lo besó con lujuria. El chico le correspondió abrazándole y deslizando su lengua al interior de su boca. Al poco sus cuerpos desnudos brillaban, todos ellos cubiertos de saliva y sudor.

El chico, entre Raúl y la pared, de espaldas a él y con las manos en alto contra el muro, firmemente sujetas por las de Raúl, respiraba profundamente y gemía. Raúl le lamía el cuello, las axilas y los hombros y frotaba su dura verga contra su culo goloso, firme y de tacto suave. Prácticamente no tenía vello en todo el cuerpo, sólo una leve mata en el pubis de color tan tenue que a penas se distinguía de la piel suavemente tostada. Aquel efebo de piel tersa y suave, le volvía loco.

Raúl encajó su glande en el ano del chico y comenzó a presionar. No hubo ninguna resistencia y el esfínter comenzó a dilatarse ante la presión que recibía. El chico volvió la cara hacia la de Raúl y mirándolo con su profunda mirada azul, musitó mientras depositaba un tierno beso en sus labios:

Raúl, no hay prisa, la noche el larga.

Al oír pronunciar su nombre, Raúl se dio cuenta que ni siquiera conocía el de él. Cedió en la presión que ejercía sobre el muchacho, que se separó de la pared y se volvió hacía él con su luminosa sonrisa iluminándole el rostro.

¿Cómo te llamas? – Preguntó Raúl, casi avergonzado de no haberlo hecho antes.

David, me llamo David.

Ven, David

Ambos cogidos de la mano caminaron lentamente y con sus bocas unidas en un profundo beso hacia un camastro medio oculto tras una cortina.

Sobre la cama, dos cuerpos entrelazados y la atmósfera llena de jadeos. Cada uno acariciaba la polla del otro, sin deseo alguno de precipitar acontecimientos. Raúl se percató de que apenas sabía como era la verga que acariciaba, así que se deslizó hacia ella. Encontró una columna, recta, sin un ápice de curva. Lamió los cojones hirsutos y escalo la columna que apenas si abarcaba con su mano. Retiró con suavidad el prepucio y apareció un glande grueso, más ancho aún que el tronco de la polla, rojo y brillante como una cereza y húmedo de sus propios humores. Lo chupo con ansia y paseo la punta de la lengua por toda su superficie. David gimió su polla se contrajo espasmódicamente, endureciéndose aún más, y algunas gotas de líquido seminal casi transparente aparecieron en la cúspide y fueron resbalando lentamente por el canal del frenillo. Raúl las lamió una tras otra, arrancado a David gemidos de placer.

¡Ahora, sí! Fóllame Raúl, métela toda.

No se hizo rogar, y, con los pies de David sobre sus hombros, lo penetró hasta el fondo. Raúl movía rítmicamente las caderas y David, con los ojos cerrados, agitaba su cabeza de un lado a otro, todo su cuerpo se estremecía y su polla apuntando al techo no paraba de rezumar fluido cada vez más viscoso y blanquecino. Raúl fue a tomarla; pero David le detuvo.

¡No, la polla no!. Sólo quiero gozar de la tuya

Raúl prosiguió bombeándole el culo, a cada embate David lanzaba un gemido y su polla erecta como un monolito parecía a punto de desbordarse en una riada esperma. En un instante, la cara de David se contrajo, todo su cuerpo se agitó aún más fuertemente y los jadeos y gemidos se hicieron continuos. Raúl sintió sobre su polla las contracciones espasmódicas de David. No podía creerlo, aquello era un orgasmo anal. Recordaba el de Tim Hamilton, su actor porno favorito; en la última escena de la "La vida privada de Tim Hamilton"; pero siempre pensó que era una interpretación más del cine porno. Raúl no resistió más y se corrió contagiado por el placer de su compañero de cama.

Ambos sudorosos sobre la cama se besaron tiernamente y la polla erecta de David presionaba el vientre de Raúl.

¿Y tú, David? No iras a quedarte así. – Dijo Raúl, con voz tierna

¿Quieres ver como me corro? – Preguntó su vez David, con voz malévola

Si claro, lo estoy deseando – Respondió Raúl temblando de deseo

Pues eso tiene un precio

La cara de David, mudó mientras decía eso. Su rostro tierno y delicado, mudó haciéndose más duro. Incluso su voz parecía haber cambiado.

El que tú quieras,¡cabrón!. Te pagaré lo que me pidas – Respondió Raúl casi desesperado.

Pues lo vas a ver y muy de cerca.

David saltó sobre Raúl, se sentó sobre su pecho y flexionó su polla hacia abajo hasta que apuntó directamente a su cara. Sujetó el prepucio hacia atrás y Raúl pudo observar a escasos milímetros de su cara como unas gotas de líquido asomaban por el meato. Casi instintivamente sacó la lengua para lamerlas; pero David retiró la polla bruscamente.

¡Quieto y observa! Has dicho que querías ver como me corría y lo vas a ver; pero no tocarás nada hasta que yo no quiera.

Su voz sonaba autoritaria y Raúl asintió con la cabeza. David volvió a la situación anterior.

El flujo era cada vez más abundante, más viscoso y más blanco. Caía sobre su nariz y sus labios y lo sentía tibio resbalando por su cara. El goteo se convirtió en un hilillo cada vez más grueso. Al final, como un disparo certero, un chorro de esperma le dio entre los ojos, un segundo en la nariz y un tercero en la boca, a la vez que la polla de David se abría paso entre sus labios.

¡Ahora, sí! Mámamela toda hasta que no quede ni gota. – Le gritó David, metiéndosela toda de un golpe de cadera.

Sintió el cosquilleo en su nariz del suave pubis de su amante y como en sucesivas oleadas su boca se llenaba del sabor acre y almizclado del semen.

Tenía la cara llena de esperma y su sabor intenso aún perduraba en su boca. Había sido una corrida espectacular; las pollas jóvenes con los huevos bien cargados de leche eran una de sus debilidades; pero la actitud de última hora de David la había molestado.

Se levanto de la cama y con un tono casi de desprecio, busco su billetera y preguntó:

¿Qué te debo por el servicio?

¿Quién te ha dicho que quiero dinero?

Me dijiste que el que te corrieras tenía un precio

¿Y todo se paga con dinero?

Raúl quedo desarmado. David se le acerco y empezó a besarle tiernamente en la cara recogiendo su propio semen, que acabaron compartiendo en un profundo beso.

Sólo quiero que no nos dejemos de ver. - Musitó David al oído de Raúl.

Eso está hecho. Ven cuando quieras. – Añadió Raúl con un semblante lleno de felicidad

Si tú lo deseas, siempre estaré a tu lado.

Claro que lo deseo. ¡Va, vamos a ducharnos!

A la salida de la ducha, mientras Raúl se vestía para volver a su casa, oyó a David que se iba y cuando Raúl salió a despedirse, el chico ya no estaba. Por un momento, Raúl se quedó pensativo: La puerta estaba cerrada y no la había oído. No le dio más importancia e iba a marcharse; cuando una idea acudió a su mente.

Abrió varios cajones hasta que lo encontró, una carpeta con papel de dibujo y una caja de lápices y carboncillos. Prácticamente no la había usado desde que había dejado de asaltar turistas para que se dejaran retratar y le compraran el dibujo; pero sin saber la causa, había sentido ganas de dibujar.

Con la carpeta bajo el brazo, apagó las luces y cerró la puerta. Preso de un impulso, volvió a abrir, encendió la luz y miró alrededor.

¿Seguro que David se ha ido?" - Se preguntó. - "¡Qué tontería!, se respondió el mismo