David

“...pero no hice caso a mis amigos, ése amor cancerígeno ya había tomado parte de mi cerebro y yo ya no respondía de mí...”

David

Desde que estuve en el vientre de mi madre, la suerte no había sido partícipe en mi existencia o por lo menos hacía poco acto de presencia. Mi pobre madre, quien no se enteró de mi realidad sino hasta tres meses después de haber tenido ese encuentro único y fugaz con el que en teoría sería mi padre, quedó devastada...

Ella no tenía la culpa, ella sólo se enamoró y así también fue utilizada.

En fín, nada nuevo, la misma historia... La adolescente en secundaria, viciada y seducida por el primer amor, ese que duele, ese que se encarna como una daga y que deja la terrible infección que nada ni nadie, que a veces ni siquiera el tiempo puede sanar.

Descubrió pues, a través del traidor amor, al sexo y los consecuentes estigmas que deja, sobre todo al no tener demasiado conocimiento de él, y al dejarse llevar por las emociones primeras.

Embarazada ella, tuvo que dejar de estudiar para criar sola a la criatura que llevaba en su interior. En resumidas palabras, agradezco que para entonces ella haya tenido sus valores y moral bien definidos, sino no podría contarles esta historia, relato, o como quieran llamarle...

Porque sí, yo sí nací. Con las dificultades propias del tener que haber sido criado por una madre soltera, que tuvo que arreglárselas como pudo para salir a flote y mal que mal, darme lo que yo requería hasta entonces.

Crecí, aunque sin padre, eso sí. Pero las figuras paternas o modelos de hombre a seguir, nunca me faltaron. Mi abuelo, mis tíos y amigos de mamá, que más o menos me orientaron en mi crecimiento.

Aunque admito que mi infancia no fue fácil, mi madre siempre trató de hacer que por lo menos un poco, pareciera llevadera y en lo posible normal.

Me hizo estudiar y aunque padre nunca tuve, jamás le reproché nada, ni siquiera hice preguntas al respecto, porque al verla llegar del trabajo, cansada y resignada, yo veía en esa mujer de mirada triste y serena, al padre que nunca tuve y a la mujer que me dio mi lugar en el mundo.

Llegué a la secundaria luego de pasar por distintos procesos en mi infancia previa. Descubrí la amistad, el dolor, la alegría y todos los distintos matices con los que la vida nos vislumbra en caa etapa.

Siempre fui observador, eso lo aprendí de mi madre. Observaba como ella sufría en silencio y cómo el amor a veces lastima de forma tan cruel y dañina, que hace pensar que es en realidad un arma de doble filo, que eventualmente todos tendremos que hacernos de ella, queramos o no.

En la secundaria, uff!... ése periodo fue el más drástico, y el cual les voy a relatar. Definitivamente ése fue un proceso en el cual me sentí desestabilizado totalmente, ya que muchas cosas que no aprendí en la infancia, ya sea por mamá o la vida en sí,  me abordaron de golpe y el amor, ése dañino amor; al cual vi siempre con precaución, hizo desastres en mi vida, adolescente y adulta..

Me enamoré de alguien, si... Pero ése alguien no era ni lo que madre ni nadie tenían en mente. Me enamoré de un chico y eso fue el más duro golpe en mi vida. Todo esto en la flor de mi juventud, mientras cursaba la secundaria.

Nunca creí que podría pasar, esperaba que sucediera como tenía o se suponía que debería ser; conocer a una muchacha, enamorarme, casarme, darle nietos a mi madre y pasar el resto de mi existencia con mi compañera de vida.

Pero no, quien en ése entonces ocupaba el lugar de “compañera de vida” en mis pensamientos, era un chico. Su nombre era Gerónimo.

Obviamente Gerónimo no tenía ni la más remota idea de mi existencia. Bueno no la tenía hasta el día en que yo, mientras salía del salón de clases, me choqué con él. Lo único que recuerdo luego del duro golpe, fue el exquisito perfume que irradiaba su precioso ser.

Adorable, hermoso, bello... todos los adjetivos que significaran virtudes en una persona, estaban contenidos en ése chico de cabello corto y rizado, boca delicada y ojos negros como el vacío del espacio mismo. Puedo decir que ése fué el shock inicial, la mecha se había encendido...

Me río al recordar esto, pues porque luego de que nos chocáramos tan fuertemente como lo hicimos, él no me ayudó siquiera a levantarme, sólo se levantó y se fué.

Por suerte mis dos amigos, Luz y Joaco, vieron todo, y tras recriminarle el mal gesto que tuvo, me ayudaron. Ése día el recuerdo de la idea original del amor dañino, volvió con ánimos de educar a mi corazón. Me había enamorado de un heterosexual; cliché como no hay otro.

Los días pasaron, los meses y años también. Mis amigos y yo nos volvimos, como decirlo... establecimos sin decirlo, y sólo con actos del día a día, los códigos que jamás se romperían entre nosotros, por más problemas que tuviéramos. Ibamos a ser los tres hasta que en la tierra ya no quedase ninguno.

El chico, Gerónimo, por su parte, también siguió viviendo. A principios del anteúltimo año de secundaria, blanqueó su relación con una hermosa alumna nueva de intercambio que se nos unió. No recuerdo cuándo lo hizo, pero de haber sabido que la inglesa con aires de monarca se llevaría a quien me quitó el corazón, habría hecho hasta lo imposible por deportarla antes de que intentase conquistar también a Gerónimo y volverlo otra colonia británica...

Estaba viviendo algo así como lo que le sucedió a mi madre. Éste era el amor del que tanto temí y que efectivamente ví que era malévolo en el sentido de que no respetaba nada ni a nadie.

Estaba descubriendo facetas en mí a causa de este amor; la rabia, los celos, la angustia y la tan temida depresión, aquella que mantuvo por mucho tiempo a mi madre atada a medicación y bajo el ojo atento de sus familiares...

La rabia... ella brotaba especialmente, cuando veía que Gero era la persona más feliz al lado de esa chica de cabello rubio en melena, ojos verdes y piel de marfil. La rabia me hacía desvariar, me ponía muy mal. Mis amigos me temían cuando la rabia rezumaba de mí, porque de ellos rehuía tal cual un perro rabioso lo hace de las personas... me daba rabia el ver a esa chica, Samantha, besando, tocando, sintiendo y llenándose del cuerpo del hombre al que yo amaba.

Los celos... ésos malditos me aquejaban cuando no podía hacer nada siquiera para acercarme a él. Ah!... recuerdo que para entonces, a sus amigos se les dió por ubicarme en el no tan grato grupo de los maricones, aunque yo nunca dí señales de serlo, y la verdad que tampoco dí señales de ser igual que ellos. Esto provocó que Gerónimo, que de por sí estaba a una gran distancia de mí, ahora se volvía un punto lejano en el infinito. En fin, los celos se volvieron parte de mí, cada vez que alguien hablaba de él; tenía celos de las amigas bilingües de mi archinémesis al hablar de él, de los amigos descerebrados de él, cuando ellos podían bañarse desnudos en los vestuarios del club o sentir el roce de su cuerpo en los partidos de futbol...

Pero de quien más tenía celos era de esa british witch , cuando de la forma más descarada besaba, mordía y tocaba el cuerpo de mi amado. Tenía celos de ella por poseerlo totalmente, mientras que  yo sólo tenía un sentimiento.

Un día, y cómo me avergüenza contarles esto, en pleno receso, al profesor de filosofía no se ocurrió mejor cosa que llevarnos a todos al salón de proyeccion y mostrarnos una película de los años 50, en blanco y negro, la cual mostraba el estereotipo de relacion hombre-mujer que la sociedad siempre quiso imponer. En plena película, Samantha se ubicó junto a Gerónimo en la parte baja del proyector, allí poco se podía ver lo que sucedía en ése lugar. Pero yo, que estratégicamente me ubiqué como pude cerca de ellos, podía ver y escuchar lo que hacían.

No sé porqué lo habré hecho, pero allí estaba. Ellos no se percataron de mi presencia, así que simplemente seguían con lo suyo, a espaldas de la clase, la cual estaba absorta en pelicula de temática romántico-moralista, besandose con descaro, riendo por lo bajo y cuchicheando... los celos, ah esos celos que intentaban doblegarme, mis ojos ardían de rabia y modía mi labio tragando saliva con pesar. En un principio mis amigos me aconsejaron quedarme a su lado en lo que duraba la función, pero no hice caso a mis amigos, ése amor cancerígeno ya había tomado parte de mi cerebro y yo ya no respondía de mí...

Veía y escuchaba como se demostraban amor de la forma más patética posible, se amaban como YO quería que él lo hiciera conmigo. Podía ver cómo él tocaba el cuerpo bien formado de esa extranjera, pasando sus manos atrevidamente por su camisa, sobre sus pechos, alternando entre éstos y la falda escocesa, que fácil acceso daba a otras partes que hasta hoy se me hacen totalmente desconocidas para mi...

Yo apretaba mis manos hasta blanquear los nudillos y ya no tenía saliva que tragar, sólo podía tragarme las palabras que bien podría haberles dicho en frente de toda la clase de la rabia y los celos que tenía. Mi respiración parecía la de una locomotora y mis ojos estaban al borde del colapso, pero ahí estaba... sin poder hacer nada.

Fué entonces, cuando aquella rubia inglesa metió su mano por la bragueta del pantalón de Gerónimo, la cual ya estaba abierta y con él acomodado sobre los escalones en donde estaban, no pude más, no pude seguir viendo la cara de excitación que tenía el chico por el que yo moría y vivía cada día en ese instituto. Me levanté de golpe y con una admirable destreza sali corriendo de ése salón, ante la mirada de algunos pocos, incluyendo al profesor. Cómo me arrepiento de haber hecho tal estupidez... mis amigos llegaron a mi encuentro a los pocos minutos. Sentí vergüenza de mi mismo, y por eso no pude decirles nada, pero mis lágrimas bastaron para que ellos supieran todo lo que se decía en ese torrente salino.

Me acompañaron a casa y se aseguraron de que hablaría con ellos cuando estuviera mejor.

La angustia... nunca supe hasta ése día lo que la angustia podría ser. Mi mente y corazón me jugaron una mala pasada y terminé como terminé. Lloré, no demasiado. La verdad es que el haber vivido toda mi vida con la historia de mi madre, me volvió un tanto “seco” en cuanto a llorar. Pero un peso en pecho hacía que  soltara secos y amargos sollozos en mi almohada, que se transformaban en guturales gritos en la noche. Pero yo no quería darle más preocupaciones a mi madre, por lo que tenía que guardar esa angustia en algún lado o liberarla de alguna forma.

Cuando no hacía nada y no veía a mis amigos, comencé a frecuentar  antros y lugares a los que jamás pisé antes, pero allí estaba yo... Entrando a bares homosexuales de gente mayor, a altas horas de la noche y encontrándome con hombres mayores devorándome con la mirada al entrar en el lugar, divisando la perversión brotando de sus ojos perdidos en licor.

Me di cuenta que estaba haciendo las cosas mal y que definitivamente ésa no era la forma de sacar mi angustia. Ni siquiera mi madre cayó tan bajo... pensé, cuando un hombre gordo, peludo de unos 40 estaba encima mío cogiéndome con una pija asquerosa y semi erecta, con nauseabundo olor a alcohol y otros aromas brotando de sus poros, al son de una horrible balada en un cuarto privado en ése bar, al brillo de una luz roja que impactaba justo en la alianza que brillaba en el dedo de aquél hombre que me follaba, diciéndome cosas inconexas al oído. Yo intenté llorar cuando ese mastodonte me dejó en la cama desnudo, ultrajado, mientras se marchaba sin más, pero las lágrimas no llegaron a mi encuentro jamás.

Nunca más volví a ese lugar y juré nunca tener que volver a hacer eso. Pero también me sentí en ese entonces la persona más desdichada del mundo.

Llegó entonces el último año del secundario, la amistad que en un principio creí fuerte y duradera para con mis amigos, estaba pasando por una de sus etapas más críticas. Estábamos perdiendo comunicación y efectivamente todo era por mi culpa. Me cerré en mí mismo y no daba cabida ni siquiera a mis propios amigos. “ellos no me entienden”...

La depresión... El enterarme de que Luz se iría a otro instituto por una cuestión  familiar me devastó. Primeramente porque entre ella y Joaquín, Luz sabía cómo manejarme y era el pilar en el que me sostuve por muchos años.

Era inútil pedirle que se quedara; aunque no perderíamos contacto, sabía que no sería igual... Joaco estaba de novio y yo en esos momentos me sentía cada vez más solo...

En casa las cosas no iban a ponerse fáciles tampoco; ése año, tras el primer intento de suicidio de mi madre, y su posterior internación en un clínica, tuve que valerme por mí mismo. La resignación iba a tener que ir de la mano con la depresión que poco a poco me iba adentrando en sus caminos.

Me mudé a casa de mi abuela, y las cosas siguieron como antes, a diferencia de que ahora tenía que madurar.

Mamá ya no estaba, las pocas veces que la veía en la clínica, eran para volver aún más deprimido a casa, ahogando llanto en mi almohada y soltando gritos en la noche. No podía verla así, sin ánimos de vivir, hecha piel y huesos, con la vida yéndosele en cada suspiro que le arrebató el hijo de puta por el que hoy estoy en este mundo y ella, durmiendo en una cama de hospital, sabanas blancas y metal...

Entre tanto, ya no pensaba en Gerónimo, no como lo hacía en un principio.

Las últimas palabras de Luz, cuando se marchaba a la ciudad vecina, a lo mejor estaban funcionando. Me pidió que por nuestra amistad, hiciera lo posible por dejar lo que no se puede cambiar y cambiar lo que estaba mal. Me tenía que desenamorar de Gerónimo.

Pero creo que de a poco lo iba logrando, aunque era difícil: muchas veces la muralla que apenas estaba empezando a levantar quedaba reducida a escombros cuando él sonreía, hablaba o me miraba fugazmente, dejándome allí, con el corazón en la mano.

Joaquín, quien había roto su relación de un año con su novia Sofía, volvió a tener más trato conmigo, tal vez por pedido de Luz, no lo sé.

Pero no desaproveché esa oportunidad y traté como pude de rearmar nuestra amistad. Salíamos y hacíamos cosas como en nuestros comienzos. Me ayudaba a olvidar muchas cosas e incluso me daba una mano enorme con mi madre, me acompañaba a verla y hasta podía notar cómo ésa fuerza de voluntad que tanto caracterizaba al rubio y bonachón de mi amigo, se contagiaba de forma perceptible a mi madre, mi querida madre...

Ya llegando los meses finales al ciclo lectivo, regularicé mi estado en el instituto y sólo me faltaba esperar el día de graduación, mis promedios se elevaron, así como mis ánimos. Joaquín fué quien hizo esto posible.

Mi amigo me sacaba a fiestas y a toda clase de eventos sociales que se daban por el instituto, en los cuales realmente me divertía y por ratos olvidaba todo. Pero fué en uno de ellos, en una fiesta temática en la que me sentí superado, algo así como rehabilitado… Sentí que podía volver a empezar de cero y rearmar mi vida, que casi se vá al caño en unos pocos años...

Bueno, no contaba con lo que esa noche de fiesta temática Black & White , tendría preparado para mí; ante la vista de todos, Gerónimo, que hasta entonces ocupaba un nivel muy inferior en cuanto a mis prioridades, se estaba separando pública y vergonzosamente de su amor extranjero de cabello rubio y labios carmesí, al descubrirle éste, otro amor a escondidas a la zorra inglesa... un joven y reciente profesor de gimnasia... Hubo gritos, insultos y casi una pelea entre el joven profesor y Gerónimo, enfundado en un soberbio atuendo negro, el cual no quiso agrandar el espectáculo, saliendo del lugar.

Lo ví pasar velozmente al lado mío, con la cara destrozada, conteniendo ira, llanto, dolor y frustración, haciendo que algo en mí se desatara. Sip... nuevamente estaba ahí, con su nombre resonando en mi cabeza, odiando visceralmente a la zorra rubia por haberle hecho eso, odiándola por haber mancillado aquello que yo hubiera cuidado con mi vida. Ví a esa perra “llorando” en un vestidito blanco, rodeada del séquito de arpías que tenía a su lado. Apreté los puños y mi mandíbula tensada al máximo, contenía mil cosas que decirle a ésa.

Al parecer Joaco se dió cuenta, y me pidió salir, así que sin más nos fuimos de allí y tras una charla que me pareció una reprimenda por parte de Luz, me sentí sosegado y nuevamente posicionado en el camino que debía seguir para no caer otra vez en el foso de donde apenas había podido salir.

Ya estaba casi graduado del secundario, con un promedio aceptable y con una visión a futuro: sacar a mi madre de la clínica, trabajar y con suerte estudiar alguna carrera.

Tras las ceremonias de fin de curso, estábamos todos con las mejores galas en un castillo a las afueras de la ciudad, teniendo nuestra gran fiesta de graduación. Joaco volvió con su chica de hace un año, Sofía y lo que me hizo verdaderamente felíz esa noche, fue ver entrando en el castillo a mi amiga, a mi hermana Luz, del brazo de su acompañante; una hermosa morena de cabello corto, que al lado de la rubia y radiante Luz, parecía ser su complemento perfecto. Nos abrazamos los tres y como pudimos evitamos dar el show público y gratuito de lágrimas de la noche. Algunos curiosos nos observaban, bueno, siempre habíamos sido los losers del salón, pero no creo que haya sido eso, seguramente era la hermosa chica que acompañaba a la recién salida del clóset, Luz...

En la fiesta, la cual se desarrollaba en el enorme hall de dicho castillo, con música tecno y pop, tragos, luces, brillos y demás artilugios modernos que llaman al descontrol, nos dejamos llevar por ese frenesí de juventud, tal vez porque nos hacíamos a la idea de que no  volveríamos a ver a nuestros compañeros jamás.

Estaban todos, pero a la que sí no ví (y me sentí profundamente agradecido), fue a la perra británica, a lo mejor ya estaría invadiendo costas ajenas y declarando guerras a diestra y siniestra... Tatcher plz...

Pero quien no pasó desapercibido por mí, fué Gerónimo, envuelto en un traje espectacularmente hecho a su medida, negro, con finas rayas grises y un aire de misterio, todo un hombre ya, hecho y derecho.

El cual al verme, también disfrazado para la ocasión, tuvo esta vez un gesto de decencia y saludó, tanto a mis amigos, como a mi, con un modesto y sumamente escueto: “Hola”. Nuestra cara de póker era digna de retratar...

La noche transcurrió y los excesos se hacían notar, no faltó el que salió corriendo de no sé que cuarto, vestido únicamente con una corbata, tal como se vino al mundo...

Luz y su chica, Lourdes, se demostraban afecto ante la mirada curiosa y un tanto perdida en alcohol de algunos mirones que pasaban por los sofás donde ellas estaban. Joaquín por su parte, le cantaba romances a su Sofía, en una de las habitaciones del castillo.

Yo por mi parte, estaba recorriendo el lugar, con una copa de un rico trago frutal en la mano, ah si.. y ya tenía una guirnalda plástica de cotillón en mi cuello. Miraba cómo se divertían los futuros universitarios, trabajadores o como en el caso de mi madre, padres adolescentes...

No había nada interesante, pero yo estaba tranquilo, disfrutando mi daiquiri, celebrando en silencio y para mí, de mi graduación. Que dicho sea de paso, esa celebración además incluía el haber sorteado varios obstáculos importantes, con y sin ayuda...

La madrugada estaba encima y la fiesta estaba en su punto máximo de descontrol y lo que eso conlleva. Había grupitos formados por todos lados, cada uno bailaba o hacía cosas a su manera, a mis amigos les perdí el rastro, pero yo estaba con una sonrisa en mi rostro paseándome de lado a lado.

Caminaba hacia la barra a pedir otra copa del trago, que a esas alturas ya ni sabía como se llamaba, por lo que le mostraba al barman la copa y le decía: “otro, por favor”.

Mientras me dirigía a unos sillones vacios que había divisado a lo lejos, alguien me tomó por el hombro un tanto brusco. Era uno de los amigos de Gerónimo, el cual estaba en su equipo de futbol. Leonel se llamaba.

Me preguntó que qué estaba haciendo... Me sorprendió que me hablara, ya que era la primera vez que le escuchaba la voz y además se le notaba una dificultad para conectar silabas, por lo que entendí que llevaba varias copas encima. Le mentí; le dije que le llevaba el trago que traía en las manos a mi amiga Luz y que me esperaban.

Con la voz apenas, me dijo que el trago se lo busque ella misma, y que yo me vaya con él a donde están los chicos de su grupo. Eso me pintaba poderosamente mal, pero ni Luz ni Joaquín estaban cerca, como para poder ayudarme a zafar del gorila de casi 2 metros, piel morena ojos verdes y nariz chata, el cual me llevaba prácticamente a empujones.

Dudando y con una ebriedad casi disipada por los nervios, me fui con él, a lo que sería el segundo piso del castillo. Al entrar a la gran sala poco iluminada en la que estábamos, me di cuenta horrorizado, que allí estaban casi todos los del equipo de futbol y compañeros más allegados a Gerónimo, pero a él no lo ví allí. Todos los que estaban allí, que de primera pude divisar eran doce, tenían cara de pocos amigos, sabía que todos eran muy heteros y nada amistosos, era como entrar a un foso de leones, yo siendo un cordero... Leonel me dijo que me sentara en un lugar del piso parqué, que estaba vacío alrededor de unos mazos de naipes y varias botellas semi-vacías de vodka y otros licores fuertes.

Estaban jugando al poker y necesitaban uno mas. En mi cabeza, revolucionaban las ideas y preguntas... ¿Por qué a mí? ¿No era yo un maricon? ¿Donde está Gerónimo? ¿Dónde está la puerta? ¿Tengo algún objeto contundente a mano?...

Y empezaron a jugar, yo tuve que poner algo de dinero para empezar, al igual que el resto y jugamos. Nadie decía nada de porqué estaba yo allí, pero una vez que empecé a ganar y a hacer que los que estaban de mi parte también lo hicieran, varios, comenzaron a largar comentarios como: “el puto sabe jugar” o “Marica, tienes ojos en el culo”. Bueno, mientras no hicieran nada más que hablar, yo seguiría allí sin problemas, pensé.

El mismo Leonel, el cual estaba ya bastante ebrio, pero que dentro del todo se portó “bien” conmigo en un principio, empezó luego a tener una actitud más chocante conmigo y con el resto, aunque más que nada para conmigo, eso si...

Sus comentarios poco me importaban, a esas alturas yo ya sabía quién era y qué es lo que quería, así que no le dí mayor importancia que esa, no estaban en mis planes el enojarme por esas cosas a esas alturas, era la fiesta de graduación y aquél gorila no me la iba a arruinar. Pero mientras jugábamos no sé qué ronda ya, la puerta de la habitación se abrió y por ella entraron dos chicos y detrás entraba él, Gerónimo, esta vez sin su saco, solo con una hermosa camisa blanca  impoluta, desabotonada a los primeros botones del cuello. Traía junto a los otros dos, más botellas de bebida y algo de hielo.

Al parecer se sorprendió de que yo estuviera entre su grupo de amigos, pero no dijo nada, sólo miró a Leonel y se sentó.

Leonel le devolvió el gesto y le dijo en un tono demasiado chocante para mi gusto, que: “faltaba uno y metimos al puto éste… pero juega bien!”. Gerónimo no dijo nada, sólo se acomodó y prendió un cigarrillo.

El juego y el tiempo pasaba y las botellas iban quedando vacías al costado de la ronda de juego y el ambiente se destensaba cada vez más, algunos de los casi 15 chicos que estaban allí, se caían dormidos de la borrachera que tenían. Yo también estaba ebrio ya, no sé en qué nivel de embriaguez, pero en más de una ocasión se me escaparon unas risillas demenciales que por suerte nadie oyó...

Luego de cinco botellas de vodka, tres de licores y una de tequila, los muchachos no daban más y casi todos escapaban como podían de esa habitación, algunos para marcharse a casa u otros buscando algún lugar para echarse a dormir o algún baño para vomitar o mear.

En el piso y aún despiertos estábamos Leonel, otro chico Gustavo, Gerónimo y yo... Gerónimo desde que entró por primera vez, estaba sin decir palabra alguna y de vez en cuando noté que perdía su mirada en el vaso del que tomaba. Se le veía aún compungido, distante a todos y algo triste.

Pero súbitamente  y antes de que pudiera analizarlo más a fondo, se levantó algo a tientas, y tras acomodarse un poco la ropa, se fué. Gustavo le preguntó si ya se marchaba a su casa, pero éste, meneando la cabeza en forma negativa le hizo entender que aún no. Luego de esto, Gustavo anunció que se iba a mear, por lo que quedamos despiertos Leonel y yo. Si bien había unos tres chicos mas durmiendo alcoholizados en el piso de la habitación, era como si estuviésemos solos.

Leonel, quien estaba frente a mí, no dejaba de mirarme, noté como miraba mi cuerpo de arriba a abajo y cambiaba su expresión de seria a lasciva, sin decir nada. Luego de unos minutos habló y comenzó a decirme cosas que casi no podía entender por el alcohol que ambos teníamos encima, pero que eran claramente insultando en forma de bromas chocantes y sugerentes a mi homosexualidad.

Yo cabreado y con claras ganas de irme de allí, le respondí desde lo más profundo de mi ebria consciencia, que si quería algo que sólo lo pidiera, que si tan macho que era, lo iba a hacer... Se enojó y me dijo unas cuantas groserías que no llegué a oír porque ya estaba cruzando la puerta, saliendo de ese deplorable escenario...

Estaba muy ebrio, la copa vacía que llevaba en mi mano se hizo mil pedazos cuando no pude ver un parlante que había frente a mí y que me llevé puesto de frente, esperaba que nadie me hubiera visto.

Busqué a Luz, Lourdes y Joaco y su chica, pero no había ni rastro de ellos en el hall, sólo había parejitas y más parejitas besándose y bailando lentos que el DJ tan amablemente les puso.

Nuevamente subí el segundo piso, y en las habitaciones no había más que parejas que “educadamente” me pedían que me largara de allí... Subí las escaleras que llevaban al tercer piso, esquivando personas que estaban sentadas en los escalones y a chicas que bajaban de manera peligrosa haciendo equilibrio en sus tacos aguja, un poco desorientadas por tanto alcohol.

Llegué al tercer piso pero no encontré a nadie y una repentina urgencia de vaciar mi vejiga me apresuró a buscar un baño. Por suerte en esa planta, al final del pasillo había uno, toqué y por la gracia de Dios, estaba vacío. Entré y descargué el liquido que ingerí toda la noche de una sola descarga.

Estaba con sueño y un poco afligido por el paradero de mis amigos, pero bueno, imaginaba que a lo mejor estaban como las parejas de unos pisos mas abajo...

Me estaba durmiendo, no daba más. Vi que en el otro extremo del pasillo había una escalera pequeña y de color oscuro, que conducía a una especie de altillo o ático, miré a todos lados y me animé a subir a curiosear.

Al entrar, ví que adentro estaba algo oscuro, pero una gran ventana hacía que la luz de la luna ingrese al interior del lugar dando un poco de claridad. Al parecer era la torrecilla mas alta del castillo. El interior del pequeño cuarto estaba lleno de muebles viejos y pilas de diarios y revistas de quien sabe qué época. No quise husmear mucho porque no sabía con lo que me podía encontrar. Pero sí tenía sueño, mucho sueño... así que se me ocurrió quedarme a dormir un rato allí mismo. Fuí hasta un extremo del cuarto por unas cortinas viejas y pesadas que bien me podrían servir para improvisar una cama y poder dormir un rato hasta que se me pasara un poco la borrachera.

Pero cuando me disponía a extender el paño en el piso, vi un pie, luego una pierna. Había alguien allí! Me acerqué cauteloso, con algo de miedo y sin hacer ruido. Fue tal mi sorpresa al ver a Gerónimo durmiendo en posición casi fetal, sobre unos viejos almohadones, que solté las cortinas que llevaba, las cuales cayeron al piso. Me quedé ahí, parado como una estatua, contemplando su figura, absorto en su rostro que mostraba una serenidad angelical, durmiendo con un ligero rubor en las mejillas y su boquita entreabierta, estaba en paz.

Yo me arrodillé a un lado, en silencio, observando cada detalle de él; su cabello revuelto, la piel de su pecho blanco, escapando por la abertura que dejaron los botones abiertos de su camisa. Miraba sus fuertes piernas... Instintivamente y perdiendo el auto control que me había impuesto a mi mismo hace un tiempo atrás, llevé mi mano hasta cerca de su pecho, pero no lo toqué, no me atrevía. Era tan divino que sería profano el tocar tan delicada belleza. No sé cuanto habré estado así, pero no aguanté más... quería besarlo. Quería probar a qué sabían esos labios.

Acerqué mi rostro hasta el suyo, con sumo cuidado. Y cuando estuve lo suficientemente cerca, pude sentir el calor que emanaba su cuerpo, aún usaba el perfume que sentí aquella vez que ambos chocamos y caímos. Su calor era embriagante y quería más.

Pero esta vez me detuve nuevamente...

Bajé al hall rápidamente y pedí en la barra, al barman, el trago más fuerte que tenía. Me dió un vaso y mientras subía las escaleras lo terminé de un solo golpe. Mi corazón bombeaba fuertemente y mi rostro ardía como el licor que bajaba por mi garganta.

Entré a la habitación y esta vez miré su rostro, él también me miraba, al parecer ambos entendíamos lo que queríamos del otro así que cerré la puerta con seguro al entrar. Estábamos solos, yo sabía lo que hacía, aunque él estaba algo nervioso, así que lentamente me desnudé. Ambos estábamos sin decir nada, así que en silencio tiré mi saco a un lado, luego corbata, camisa, y pantalones, quedándome en calzoncillos, parado frente a él. Él solo se quitó la camisa, mostrándome un fuerte pecho, liso, pero musculado.

Se acercó a mí y luego comenzó a querer apurar o improvisar un torpe beso, al cual correspondí como pude. Se notaba que jamás había besado a otro hombre, porque sentía como intentaba forzar las cosas de manera rauda y poco sensible. Su boca sabía a licor dulce y cigarrillos. Lo separé y lo tumbé sobre un amplio sillón; pude sentir que él ya estaba duro, con una erección que estiraba la tela de su pantalón, la cual comencé a acariciar, mientras besaba su torso, el bufaba, echando sonoros resoplidos por su nariz.

Guió con sus manos mi cabeza hasta su entrepiernas, mientras yo desabrochaba su pantalón. El calzoncillo rojo que llevaba puesto ya estaba húmedo en preseminal y tal vez otros fluidos, que efectivamente comprobé al olisquear la tela mojada.

Con cada roce de mi nariz en su pija, él ahogaba un gemido con los ojos cerrados, echando su cabeza hacia atrás.

Le bajé el pantalón hasta las rodillas y luego el calzoncillo, haciendo saltar una pija gorda y morena de unos 17cm, recubierta de oscuro vello que se difuminaba por sus anchos muslos de futbolista. El volvió a tomarme la cabeza con algo de rudeza, sin cambiar la posición de la suya: echada hacia atrás, con los ojos cerrados y mordiéndose el labio inferior, imaginando algo tal vez?

Le di varias lamidas con la punta de mi lengua al glande rosado oscuro, sintiendo el sabor del preseminal y tal vez el de una meada reciente, no me importó. Sentía mi cara arder, pero seguí chupándole la pija gorda y venosa a un ritmo marcado y rítmico. Sus gemidos parecían recitar una canción, ya que se producían cada vez mas acompasados a mi mamada. Me llevé de a uno sus huevos peludos a la boca, haciendo que gimiera con cada pellizco que les daba con mis dientes.

A la mamada de su verga le incluí una paja que consistía en bajar el prepucio hasta la base, descapullándole la pija, de modo tal que el glande quedara en todo su esplendor, para así devorarlo con fuerza, desapareciéndolo completamente hasta el fondo de mi garganta.

En ese momento se puso de pie bruscamente y me volteó contra el sillón, no decía nada, me agarró con fuerza y puso mi culo mirando al cielo, lo más en pompa que se podía. Bajo la tela de mis calzoncillos, ya goteaba el preseminal, pero yo ni él me tocaba. Sólo dejaba que siguiera.

Me bajó el calzoncillo, y sin más comenzó a amasarme las nalgas, dolía a veces cuando intentaba querer apretujarlas demasiado, pero yo me dejaba hacer. Se llevó a la boca un dedo y luego lo hundió con fuerza, yo pegué mi cara contra la tela del sillón y allí ahogué mis gemidos.

De uno, pasó a tres dedos y los metía de tal forma, que parecía querer tallar su nombre con ellos, cuando se sintió aburrido de hacer tal cosa, escupió sobre mi culo, y con la punta de su pija restregó todo el caliente escupitajo por toda la circunferencia de los pliegues de mi ano.

De golpe introdujo la totalidad de su glande, dejándolo allí unos segundos, para luego enterrar su pija dura y caliente hasta más o menos la mitad. -Te gusta? Eh?- es lo que me preguntaba cada vez que introducía centímetro a centímetro ese tronco de carne en mí. Yo respondía con gemidos inentendibles que lo hacían excitar mas.

Terminó de meterla toda, cuando sentí que el vello tupido que cubría la base de su polla, chocaba contra mis nalgas, entonces puso ambos pies en el piso, y con sus manos grandes, me sujetó firmemente de la cintura, comenzando a meter y sacar su polla de mi culo.

El ritmo lo marcaba él, y por la alta graduación alcohólica que tendría en esos momentos, lo sentí aumentar y bajar la intensidad de su penetración en varias ocasiones.

Su pelvis chocaba contra mis nalgas haciendo un fuerte ruido, yo ya no disimulaba mis gemidos y en parte la música que sonaba en el recinto ayudaba a tapar los ruidos del placer.

Su cara estaba deformada por el goce, era la lascivia hecha carne y yo no me quedaba atrás; clavaba mis uñas en sus brazos, sintiendo como su carne rozaba la mía al entrar y salir de mi cuerpo. El ritmo al igual que el calor y el profuso sudor, aumentaba cada vez mas. Él cerró los ojos y subió el tono de sus gemidos, era el preludio de lo que sucedería; comenzó a vaciarse en mi interior desnudo, bañando mis entrañas con esa viril esencia caliente adolescente, alcoholizada y viciada.

Nuestras respiraciones se recomponían con dificultad, a la vez que buscamos un poco instintivamente nuestras bocas para besarnos en un beso corto y sin demasiada interacción.

Se salió de mi, con su miembro colgando, humedecido por el intercambio de fluidos. Recuerdo que no me corrí, aunque estaba excitado, pero no me corrí; es más, ni siquiera me masturbé mientras me penetraba... pensé en todo esto, mientras nos vestíamos sin decir nada, la verdad que yo no podía decir nada. Era como que si una especie de culpa o algo parecido me invadiera en ese momento.

Él se vistió más rápido que yo y tomando su saco junto con  una botella de licor que estaba a la mitad, se marchó sin más, mientras abría la puerta, se volteó y me dijo con mirada seria, que si se lo decía a alguien yo sería hombre muerto... Negué con la cabeza y me quedé sentado en ése sillón, a media luz y solo. Sabía que había sido un error el haber hecho eso, pero era lo que debía pasar. Por mi bien, debía pasar...

Cuando ví a Gerónimo durmiendo en el piso del altillo, sentí cómo una enfermiza perversión maquinaba las ideas más lascivas en mi mente, para hacérselas a ése cuerpo masculino, adormecido por el alcohol y que estaba completamente a mi merced. Imaginaba cómo sería la dureza de su pija embutida en el pantalón de tela negra de finas rayas grises, o cómo se sentiría su suave pecho blanco como la leche, con unos cuantos lunares en su extensión y más que nada a qué sabría ésa boca de finos labios rosas. Pero mis manos y mi cuerpo que ansiosas y temblorosas se aproximaban a profanar ese ángel durmiente, al ver que en el principio de su ojo, una pequeña y casi imperceptible lágrima recibía el impacto de la luna, brillando como el más puro diamante en medio de esa noche, hizo detenerme  en seco.

No pude tocarlo, y mi corazón estallaba en pedazos que jamás volverían a unirse. Mis lagrimas, ésas rebeldes que a veces salían y que otras veces no, aparecieron nublando mi vista, seguido de un nudo en mi garganta.

Él era un chico heterosexual, el más hermoso que jamás había visto, y que seguramente jamás volveré a ver, y allí estábamos los dos; él dormido en un altillo, llorando en su inconsciente a la extranjera que rompió su corazón por la traición, y yo; el homosexual perdidamente enamorado de él, el cual jamás recibirá de su parte más que “sana” indiferencia.

Fué entonces que acepté que ésa iba a ser la despedida, acepté amargamente que nunca podría existir nada con él; que yo en su sistema no existí ni existiría jamás.

Llorando amargamente y con unas palabras suaves, le pedí a él y al cielo, que encuentre a quien lo haga feliz, lo único que quería en ése entonces, era que ése chico sea feliz en lo que le restaba de su existencia. Me acerqué y le dí un beso en su mejilla, el se removió solo un poco y siguió durmiendo, sumido en los brazos de Morfeo.

Como un último gesto, tomé una de las cortinas que había dejado en el piso y lo tapé un poco para que no tomase frío durante la madrugada. Dejé al chico que me gustaba, durmiendo con mis lágrimas mojando el piso en el que estaba durmiendo...

Y fué entonces cuando bajé a la barra y pedí un trago, el más fuerte que tenían, para luego subir al segundo piso, allí donde estaba Leonel sólo. En ese lugar encaré a Leonel y pasó lo que pasó, me entregué a su deseo sexual, ése que se veía aumentado por el alcohol y seguramente por alguna que otra perversión reprimida hacia los homosexuales como yo, al fin y al cabo, mientras me penetraba como una bestia, entendí porqué fué él quien me llevó a jugar al poker, sin una explicación razonable o motivos suficientes...

Me entregué a él para sacar definitivamente de mi sistema a Gerónimo, aunque sabía que por más que quisiese, su recuerdo ya estaba grabado a fuego en mi mente. Pero debía sacar el sentimiento original que sentía por él. Sacrifiqué mi cuerpo en el proceso...

Luego de haber tenido sexo con ese chico de casi dos metros, y haberme quedado en silencio en la habitación, rompí en llanto, era un llanto agridulce. Sabía que esta “traición” de mi parte hacia Gerónimo no haría que lo olvidara, pero seguramente haría que ya no sintiese la necesidad de tenerlo. Lo dejé en libertad...

No sé cuánto tiempo habré estado allí, pensando en muchas cosas, incluyendo a mi madre, mis amigos y en el futuro. Se escuchaban voces, pero ya no se escuchaba música, sólo el bullicio de los egresados en la planta baja. El amanecer despuntaba detrás de las montañas que rodeaban el castillo, asomando los rayos del sol por los ventanales de la habitación en la que estaba. De repente la puerta se abrió y allí estaban Luz, su novia Lourdes y por atrás, apareciendo Joaquín y su Sofía.

No hablamos de mucho y me dijeron donde se habían perdido durante toda la noche. Hasta ahora jamás les conté lo que había pasado con Leonel, y sin más, nos fuimos a casa.

Luego de ese día, Luz y su chica volvieron a irse de la ciudad. Joaquín y yo nos seguimos viendo todo el tiempo que duraron las vacaciones posteriores a la fiesta de colación en el castillo.

Pero al cabo de un tiempo, mi amigo también tuvo que irse a otra ciudad, a comenzar los estudios de una carrera universitaria, al igual que Luz, la cual partió al extranjero con su novia.

Yo me quedé en la ciudad, nunca perdí contacto con ellos. Nada más que a diferencia de mis dos amigos, yo tuve que trabajar y suspender por un tiempo los estudios universitarios. Lo hice para ayudar en casa de mi abuela y para hacer lo posible para sacar a mi madre de la clínica. El trabajo me ayudó bastante a madurar y a pensar de manera diferente. Estaba comenzando a transitar nuevos caminos, probando los distintos sabores de la vida a partir de ése momento.

Un par de años después, a los 22, comencé una carrera universitaria en mi ciudad, lo más cerca de mi madre, la cual había sido dada de alta de esa clínica luego de casi tres años.

Esto terminó de darme los ánimos necesarios para estar plenamente bien conmigo mismo y con los demás.

Un año antes de terminar mi carrera de psicología, conocí a un chico llamado Salvador, el cual hizo todo lo posible por enamorarme durante ése año, de hecho fué él quien se empeñó en hacer todo lo posible por conocerme. Olvidé mencionarles que luego de la revolución que enfrenté en la secundaria, mi vida amorosa se esfumó y me volví una persona más mental y poco afectiva en cuestiones amorosas. Pero este chico de 24 años al igual que yo, hizo todo lo posible para que le diese una oportunidad. Admito que fué bastante curiosa la situación que viví durante el tiempo en el que acepté salir con él, hasta que terminé la carrera y nos fuimos a vivir juntos. Ambos éramos extrañamente complemento del otro, pero en aspectos más superficiales, puesto que, aunque me cueste admitirlo, yo sólo sentía estima hacia él; pero no amor, el amor me era ajeno en ese entonces...

El amor quedó perdido en no sé qué capitulo de mi historia, relato o como quieran llamarlo.

Pero bueno, el tiempo, que se encarga de fundir las cosas y volverlas más solidas, hizo que nuestra relación funcionara, aunque sólo hubiera amor de una sola de las partes. Dí todo de mi parte para no tener que lastimar a Salvador.

Yo puse mi consultorio, él su pequeño restaurant y llevamos las cosas de lo más normal que se pudo. De vez en cuando recibíamos las gratas visitas de mis amigos, ahora profesionales en distintos ámbitos; Luz con una nueva acompañante extranjera, Claire, y Joaquín con su Sofía, y sus pequeñas Blanca y Sol, de las cuales Luz y yo éramos padrinos.

Cuando podíamos nos juntábamos a embriagarnos sólo los tres en casa de Joaquín, como en los viejos tiempos; a charlar por horas de lo que fué nuestra vida hasta entonces... volvíamos a rejuvenecer en cada palabra, en cada anécdota... llorábamos, reíamos y dábamos gracias por seguir siendo los mismos de siempre.

Gerónimo... una noche, a la luz de las velas, en casa de Joaco, salió su nombre entre vino y canciones de los 90's... luego de casi 10 años de haberlo tenido guardado en mi corazón como el más bello y doloroso recuerdo, salió sin mas. Mis amigos se sorprendieron en principio, pero luego entendieron que ya no era nada, era una historia más, una experiencia dolorosa, pero que fué de vital importancia para volverme lo que era actualmente.

Luz me contó que lo vió un par de veces en la universidad de la ciudad en la que estaba, lo vió sin compañía, pero bastante bien e igual de guapo que siempre.

Me alegraba que estuviera bien, sólo eso me bastaba para sentirme en paz.

Dos años después, mi madre, mi querida madre murió. Mientras dormía y de la forma más serena. Por fin podía descansar, y aunque hoy lloro su recuerdo, me consuelo al saber que ella lo dió todo por mí; su único hijo. Y pudo al fin encontrar descanso. Por suerte Salvador siempre estuvo al pie del cañon conmigo y me apoyó con todo su ser. En mis noches de gritos y dolor, en mis días de silencios sin razon, en mis cambios erráticos de humor, él siempre estuvo allí para amarme sin esperar nada a cambio.

Nuestra relación se consolidó y con todos y mis problemas salimos una y mil veces adelante.

Luz y Joaquin siempre estuvieron al pendiente de que no hiciera algo para arruinar tal relación, de modo que siempre que podían se hacían una escapada hasta mi casa o iba yo a la casa de alguno de ellos, no cambiaban.

En la navidad del 2008, alguien de nuestra promoción decidió organizar una fiesta que reunía a todos los compañeros de la promoción del 98'. Luz y Joaco me insistieron para que fuera, incluso Salvador me pidió que lo hiciera. Acepté y en la noche acordada, estábamos allí, nuevamente con nuestras mejores galas, que dicho sea de paso; los tres buscamos vestirnos como lo estuvimos aquella noche. Si bien nuestras figuras poco habían cambiado, se notaba la diferencia. La reunión fué en el mismo castillo y apenas entré, la nostalgia hizo mella en mis recuerdos, pero sonreía, era mágico el poder estar allí, volviendo en el tiempo, así que disfruté como nunca esa noche.

Yo fuí con Salvador y a más de uno o una le sorprendió verme con aquél morocho alto, de ojos verdes y sonrisa amable a mi lado. Luz fué sola y Joaquín entró espantando a los buitres que miraban despiadadamente a su hermosa Sofía, que distaba de ser la muchachita delgada, de cabello lacio y aires de suma timidez.

Todo estaba como aquél diciembre del 98': las luces, la decoración, incluso consiguieron al mismo DJ que ponía la música y al barman que me preparaba mis ricos daiquiris.

Todos nos saludábamos, y comentarios como: “estás igual!” o “te enteraste que...” no se hicieron esperar. Me reía irónicamente viendo cómo aquellos adultos, hombres y mujeres, profesionales y/o padres de familia se acercaban a saludar, “olvidando” lo dañinos que alguna fueron con ciertos chicos como yo o mis amigos en juventud. Cuánta hipocresía.

-Habrán madurado?- pensé...

La noche, como en aquél pasado verano, fué pasando y el espíritu que envolvió a todos esa noche, hace diez años, se hizo presente nuevamente, invitando al descontrol.

Otra vez se formaron grupitos por aquí y por allá. Gente desperdigada en las escaleras, algunos, esta vez sobrios, se los veía haciendo algún que otro negocio... Yo subí al segundo piso, sólo, ya que Salvador se quedó charlando con Luz y Joaquín con su mujer. Mientras cruzaba la puerta, con mi daiquiri en la mano, el recuerdo de lo que pasó allí con Leonel me abordó. Sobre todo cuando vi que allí estaba todavía el sillón donde tuvimos sexo, aunque esta vez tenía sentados en él a una pareja hablando tranquilamente. Donde estaba la ronda de poker en el piso, ahora había una mesa con flores y la habitación en sí, que hace 10 años estaba a media luz, ahora estaba totalmente iluminada.

A Leonel no lo ví en la fiesta, según escuché por ahí, trabajaba en la ciudad vecina, en administración pública, que se casó y divorció hace un par de años...

Salí de allí un poco mareado por los efectos del alcohol ya que iba por el quinto o sexto daiquiri.  Opté por sentarme un momento en las escaleras que llevaban al tercer piso.

Me levanté con la intención del ir a lavarme la cara al baño que recordé que estaba al final del pasillo, pero al llegar hasta él, esta vez había creo que una o dos personas dentro, por lo que me giré y me dispuse a bajar. Pero volví a ver las escaleras de madera oscura en el otro extremo del pasillo; ésas que llevaban hasta el altillo donde lo había visto dormir hace una década. No sé que fué, tal vez nostalgia o nuevamente la curiosidad de aquélla vez, lo que me llevó a subir y entrar.

Estaba como hace diez años, estaban las mismas pilas de diarios y revistas amarillentadas por el tiempo y mucho olor a humedad y muebles viejos. Ví que las cortinas que usé esa noche estaban removidas en el piso junto a los almohadones donde Gerónimo dormía.

Me acerqué hasta ellas, las tomé y los recuerdos se agolparon en mi mente, el recuerdo de su figura allí tendida en el piso, dormitando tan serenamente...

Llevé la tela a mi nariz, como tratando de buscar entre las hebras desgastadas por el tiempo algún vestigio del olor a Gerónimo, de su exquisito perfume, pero allí ya no había nada, sólo el olor al paso del tiempo. Aún así me quedé abrazando esa tela vieja, rememorando, pensando...

Escuché en ese instante que la puerta del pequeño altillo se abría chirriante y unos pasos ingresaban al lugar, me giré y no podía creer lo que veía.

Entrando con algo de dificultad por la pequeña puerta, aparecía Gerónimo, con su saco negro de finas rayas grises en su mano y una camisa blanca, sin corbata y desabotonada en el cuello.

Mi sorpresa fué tal que dejé caer las cortinas, todo era un extraño déjà-vu y mi cuerpo empezaba a flaquear; temblaba suavemente y mi respiración se comenzaba a agitar. Nadie dijo nada hasta que él con un tímido “hola”, rompió el silencio, mas no la tensión casi palpable que por lo menos a mí me rodeaba en ese entonces.

Le devolví el saludo y me excusé diciendo que sólo andaba recorriendo todo el lugar.

El miró las cortinas que yacían a mis pies y cambió su cara a una expresión de duda, luego caminó hasta donde él había dormido aquella noche, yo me alejaba de él, como si estuviera delante de una fiera temible. Cuando estuvo en frente de los almohadones me miró.

-Ésa noche.. fuiste vos quien me cubrió con las cortinas no?- dijo secamente. Su rostro era el de un hombre adulto, de rasgos masculinos definidos, aunque con la misma boca de labios finos y delicadamente rosas y sus ojos negros azabache seguían teniendo la misma intensidad. Una incipiente barba desfiguraba la imagen que yo guardaba de aquél adolescente hermoso, de cara límpida y jovial, pero que aun así detrás de esa barba corta, todavía daba fe de estar.

Tomé aire y le respondí.

-S-sí, esa noche, como hoy, subí a ver qué era este lugar y te vi. Hacía frío y creí que lo mejor era cubrirte.- dije y levanté las cortinas para tirarlas sobre unas sillas viejas y rotas.

Él vio los almohadones y se acercó aún mas hasta ellos en silencio. La ráfaga de aire que provocó al pasar delante de mí, dejó entrever en mis fosas nasales que llevaba aún aquél perfume tan delicioso y que electrificaba mis terminaciones nerviosas; como allá, hace diez años. Tomó los almohadones y los puso sobre un viejo mueble polvoriento. Se paró frente a la ventana y la abrió, quedándose frente a ella, dándome la espalda. Prendió un cigarrillo y lentamente lo consumía. Un silencio incómodo nos rodeaba y la tensión era casi palpable. Pero antes que yo pudiera hacer o decir algo, él habló.

-El chico que está abajo, es tu... es tu pareja?- preguntó sin voltear a verme.

-S-si, lo es...- respondí tras un momento de silencio.

-Sos feliz con él?- dijo, siguiendo con este extraño cuestionario que me hacía dudar y alborotarme mentalmente.

-Sí, creo que si... Estamos bien- dije yo, sin entender sus motivos, mis manos comenzaban a sudar.

-Esa noche, cuando me cubriste, vos...- paró un momento y tras carraspear, continuó; -Vos me diste un beso.- y esta vez se giró mirándome fijamente. La luz de luna impactaba en su piel tersa y sobre sus ojos, de forma divina.

Yo di un paso atrás, mis ojos miraban los suyos, como hipnotizados, pero respondí:

-Yo..Yo te pido perdón, yo no quise...- dije, con miedo, como si mis casi treinta años no fueran más que quince en ése momento. Tenía miedo.

Se levantó y hasta dí un paso atrás por miedo, pero él se acercó hasta mí y e inesperadamente me abrazó con fuerza. Pegó todo su cuerpo al mío y el perfume que tanto me gustaba se impregnaba con su calor en mi cuerpo. Yo estaba de piedra, mi cuerpo se había desactivado y no entendía nada, sin embargo pude sentir cómo su respiración fuerte se perdía al costado de mi cuello.

Tras unos segundos que parecían eternos, se separó de mi y me miró, se le veía triste pero sereno, me dedicó una sonrisa y me dió un par de suaves palmadas en el hombro. Yo seguía sin saber qué hacer, qué decir o qué pensar.

Pero él tomó su saco, se lo puso y caminó hasta la puerta del cuarto con clara intención de irse y luego se volteó y me dijo:

-Gracias, David...- con una sonrisa en sus finos labios y los ojos brillantes, mirándome fijamente.

Salió del cuartito y mi cuerpo en un traidor acto reflejo dió un paso desesperado en dirección al hombre que salía. Pero me detuve. Llevé una mano a mi boca y la otra la mantenía cerrada fuertemente, una lágrima amenazaba con salir.

Me quedé temblando en la habitación, sumido en el más sepulcral silencio y con los ojos aguados por mucho tiempo, debatiendo, maldiciendo mi suerte y con una lucha interna que duró no sé cuantos minutos.

Salí del cuarto enmudecido. Cerré la puerta con seguro desde afuera y caminé hasta el hall del lugar. Allí estaban mis amigos, los cuales al verme pálido y con una expresión neutra en mi rostro me acompañaron a unos sillones a un costado de todo.

-Lo vimos salir, creí que no había venido- dijo Luz claramente preocupado por mi expresión sin vida.

-Pero acaba de irse...- dijo Joaquín, sobándome la la espalda.

Salvador se acercó a mí sin entender nada, y al verlo no dudé en abrazarlo, besé su cuello frenéticamente y luego sus labios de forma brusca, para luego pedirle de manera casi desesperada y al borde del llanto que me sacara de allí. Me despedí de mis amigos, Luz, Joaquín y Sofía y junto a Salvador me fui en su auto a nuestra casa.

Desde que sucedió eso con Gerónimo, más precisamente una semana después, me mudé de esa ciudad a una que se encontraba al sur del país, bastante lejos de todo y de todos. Mis amigos entendieron el porqué de esa decisión; y la respetaron, aunque cada vez que podían se hacían una escapada hasta mi casa.

El último día que estuve en la ciudad de mis raíces y mi historia, Luz me visitó y luego de unos cafés y cigarrillos, charlamos más a fondo de mis motivos. Sus palabras fueron contundentes y cargadas de razón; hasta me sentí contrariado, ya que al yo ser psicólogo, jamás pude arreglármelas por mi cuenta para superar el traumático primer amor, y sólo necesité nuevamente de las palabras de mi amiga para entender todo. Así que lo único que quedaba por hacer era dejar todo atrás. Ahora sería el tiempo y el amor de mi compañero de lucha, Salvador, los que se encargarían de mí.

Partimos a una ciudad costera al sur del país, ésta tenía muchas de las cosas que esperaba para nuestra nueva vida. En esa ciudad alejada de mis raíces, Salvador y yo nos establecimos y empezamos nuevamente a levantar nuestro futuro, yo con mi consultorio y él trabajando en gastronomía. A partir de esa noche en el castillo, no pasaba día en el que yo no le dijera a Salvador lo afortunado que era de haberlo encontrado, o mejor dicho, de haber aparecido en su camino. Le demostraba con mi cuerpo y mi alma que sólo era suyo y que nada ni nadie importaba, mi corazón asimilaba despacio a su nuevo ocupante y el recuerdo de Gerónimo quedaba ya muy distante de ser algo importante en mi vida. Sólo fue...

Pero es verdad que aún lloro a mi madre y las lágrimas sólo acuden en su memoria. Nadie, ni siquiera el recuerdo de Gerónimo pueden hacerme flaquear. Hoy vivo para mí y mi pareja, doy gracias que mis amigos estuvieron siempre, al igual que Salvador. De haber estado sólo, no sé que hubiera sido de David...

Este es un relato ficticio, forma parte de varias historias que llevo escribiendo desde hace algún tiempo y que marcan mi regreso a Todorelatos; todas ellas llamadas como el personaje principal de cada una. Las historias, las cuales tienen algo de real y algo de ficción, están basadas en hechos de mi vida y otros que me gustaría vivir o en su defecto, evitar... Espero que cada historia que publique tenga algo que les guste y/o identifique, ya que la escritura, la lectura y los dramas son cosas que me encantan y sobretodo que me gusta compartir.

Mi nombre es David y desde ahora, hasta no sé cuando, compartiré cositas como ésta...

Saludos!

P/d: La inspiración en mi caso, es un hada tramposa que aparece y desaparece sin avisar, es efímera y a veces no regresa por mucho tiempo. Jamás daré una fecha en la que publicaré, más que nada para evitarles frustración, pero prometo solemnemente no dejarlos sin historias.