David

David fue quien me introdujo en el mundo gay o, más bien, en el mundo del sexo gay.

¡Buenas a todos! Éste es el primer relato que escribo. Soy un chico de 20 años de un pueblo cerca de Valencia, España. Actualmente soy un chico de bastante buen ver, con un cuerpo normal, algo delgado/fibrado de hacer deporte diariamente (mido 1'76 y peso 67 kg) y estudio 3o de carrera. Sin más dilación, os relato mi introducción al sexo gay. El contenido de este relato es completamente verídico y me ha costado mucho escribirlo porque no he podido dejar de pajearme ni un minuto recordándolo mientras os lo escribía. Espero que lo disfrutéis tanto como yo.

Desde que tengo conciencia, he sido un niño muy vicioso. Me recuerdo encerrándome en el baño o tapándome bajo las sábanas para cascarme una buena paja desde que tendría 10 u 11 años. Cuando tenía 7 años, me cambiaron de un colegio pijo de la capi, al típico público del pueblo, que reunía un sinfín de diversidad cultural, étnica y económica en las mismas cuatro paredes. En mi clase había compañeros de Marruecos, Armenia, Ucrania y gitanos. Al principio me costó hacer amigos, pero paulatinamente me hice mi grupo. Entre ellos se encontraba él, David.

David vivía muy cerca de mí, y empezamos a quedar solos para jugar. Aunque pronto cambiamos los coches por nuestras pollas. Nos encantaba pajearnos. Cada uno cogía su entonces pequeña polla y se la meneaba hasta llenar el suelo de lefa. Más tarde, lo limpiábamos y seguíamos jugando. Ese fue mi pan de cada día hasta que pasamos al instituto y en 3º de la ESO nos cambiaron de clases. Nos distanciamos por este hecho y porque él empezó a verlo como algo de maricones. En ese entonces, empecé a percatarme que me encantaban las pollas. Me parecía una parte de nuestra anatomía que me llamaba la atención, su olor característico, la forma... todo me encantaba.

Cada uno hizo su camino (que no coincidió para nada) hasta el día de la graduación de 2º de bachillerato. En esa época utilizábamos mucho el Tuenti. Me encontraba conectado cuando me habló él.

D: Ey! ¿Cómo estás?

J: Muy bien, tío ¿y tú?

Y empezamos a hablar, me contó que no sabía si ir a la graduación (un acto chorra que hacían en el instituto con una cena de gala luego y fiesta en una discoteca) porque había suspendido algunas asignaturas. Yo le dije que debía venir porque estaban todos sus amigos y que seguro que lo aprobaría en septiembre. Seguimos hablando hasta que me preguntó si podía dejarle los apuntes de alguna asignatura. Me extrañó mucho porque él hacía letras y yo ciencias y encima, aunque yo había aprobado todo, debía repasármelo para el selectivo. Pero el insistía en quedar para que le dejase lo que sea. Al final accedí a dejarle unos apuntes de filosofía porque me iba a presentar a historia.

Llamó al timbre y baje para dárselo (vivo en una casa con planta baja y dos plantas), se lo di pero me preguntó si podía subir y me lo explicaba un poco, que con mi letra sería difícil entenderlo todo. Yo estaba desconcertado porque estábamos a finales de mayo y sus recuperaciones eran en septiembre. Le dije que estaban mis padres y me propuso ir a la cochera. Venía con un chándal gris bastante ancho pero que le marcaba una polla que yo desconocía, se dibujaba mucho más grande y gorda. David ya no era un niño, tenía un cuerpo delgado, bonito y alto. Una cara normal, que no me desagradaba y muy mejorado en comparación a como lo recordaba en el colegio.

Se sentó en una silla y se mantuvo callado e inmóvil. La situación era un poco incómoda, así que empecé:

J: ¿Prefieres que miremos Marx o Platón?

D: Me da igual, el que más te guste. -me dijo con aire despreocupado.

Yo enumeré las pocas cosas que me acordaba sobre uno de los autores hasta que percibí que no me estaba prestando atención y así se lo hice saber.

J: ¡No me estás escuchando! Si quieres míralo en casa y ya me dices algo. -Le dije intentándole mirar a la cara, aunque los ojos se me iban a su nabo porque creía que o le había crecido hasta hacerse enorme aun estando dormida o la tenía más despierta que un búho.

D: Lo siento, tío. Estoy de bajón por no haberlas aprobado todas (de hecho creo que llevaba 5 o 6 de 9) y me es difícil escuchar viendo las recuperaciones tan lejos.

Me supo mal e intenté animarle.

J: Tranquilo, no pasa nada, no te comas la cabeza que seguro que apruebas. Y, si puedo hacer algo para ayudarte o animarte sólo tienes que decírmelo.

Entonces, me miró con una cara de cabronazo mientras se sobaba el nardo por encima del pantalón y me dijo.

D: Sí que podrías ayudarme, sí.

Instintívamente me arrodillé en frente suya y comencé a palparle el rabo. Lo sentía grande y caliente. David no estaba por la labor de hacerlo lento, así que me espetó:

J: Venga maricona, que no tenemos todo el día.

Esto, lejos de molestarme, me puso cachondísimo. Y se la saqué rápidamente. (No voy a ser mentiroso y decir que el rabo era de 30 cm y cosas desorbitadas como se dicen por aquí). Era normal, pero yo que sólo había visto mi polla, me pareció muy gorda y apetecible. Le había crecido a lo largo desde la última vez que la vi, pero sobre todo, a lo ancho. Mediría unos 16 centímetros (la mía 14 o así), algo peluda por la base y huevos y con algunas venas surcándole el tronco.

Estuve pajeándole largo y tendido hasta que se hartó, me cogió de la cabeza y me la introdujo. Mi nariz tocó su vello púbico. ¡Qué peste hacía! El mismo que su sabor. Olía a sudor, lefa y pis. Al contrario de lo que yo pensé, me encantó esa mezcla tan fuerte. Por consecuente, se percató de que quería hacerlo voluntariamente y me soltó el cuello. Me la comía entera hasta ahogarme del sabor, me centraba en la cabeza, incluso encontré un requesón entre la cabeza y pellejo que no era más que la solidificación de la lefa de ser un cerdo y no lavarse y me lo tragué. Mmmmmh. Me supo a gloria. Estuve haciéndole la mamada de su vida durante una hora (a mí se me hizo muy corto, pero tenía aguante el cabrón) hasta que me regaló medio litro de leche de macho en mi boca, sin avisar ni nada.

En ese momento me dio agonía y tuve que subir corriendo al baño a echarla por el retrete y limpiarme la boca. Cuando volví a bajar, David ya no estaba, supongo que una vez soltada la lefa recordó lo "machito" que era y se arrepintió, pero los apuntes de filosofía permanecían encima del escritorio intactos. Hubiese jurado que Karl Marx me estaba mirando con cara de cómplice por haber presenciado mi inicio en el mundo de las mamadas y, con carácter más general, en el mundo gay. Estaba claro que David no había venido por ningún apunte. Los apuntes se la sudaban. Mi boca fue testigo de cómo se la sudaba todo.