Date prisa
(m/F, incesto)
-Date prisa, Luis, que tu hermano debe estar a punto de llegar -me dijo mi madre mientras le metía la polla a un ritmo frenético en su coño mojado a cuatro patas sobre su cama.
-Espera, da más gusto si hay riesgo -le dije yo, envalentonado a causa de la excitación.
Mamá me miró por encima de los hombros mientras yo la embestía sudoroso y con las manos sujetando sus caderas.
-Estás loco -dijo sonriendo.
Yo continué estrellando mi virilidad contra su enorme culo de cuarentona que no se priva de nada y mamá seguía allí aguantando y disfrutando mis arremetidas con sus enormes tetas colgonas balanceándose de delante hacia atrás como las ubres de una vaca al andar. Se había corrido ya tres veces y, como de costumbre, al considerar que ya había tenido suficiente, esperaba simplemente a que yo gozara de su cuerpo un rato y me corriera también.
-Estás durando hoy más que nunca. Lástima que esté un poco estresada, si no iría a por el cuarto -dijo mamá con la voz algo entrecortada.
-Ve a por él si quieres... -le dije.
-No, en serio, córrete ya, que va a llegar Manolo y nos va a pillar.
Haciendo caso a lo que me decía, incrementé la velocidad de mis embestidas y saqué mi gordo rabo de dieciocho centímetros cuando sentí que había pasado el punto de no retorno. Un fuerte chorro de esperma voló hasta caer en la parte superior de la espalda de mamá y luego varios más cayeron sobre sus nalgas y las sábanas. Cuando hube acabado, mamá se puso de pie y se quedó mirándome.
-Lo haces como nadie, cielo. Mañana más... -me dijo. Luego me dio un beso y se fue al baño a ducharse.
Yo me fui a mi cuarto a vestirme y, al poco, llamó mi hermano al timbre. Mi hermano tenía dieciséis años, o sea, tres menos que yo. Él no follaba con mamá, quizá sólo porque a mi madre le parecía que podía afectarle mucho, porque Manolito siempre había sido algo más vulnerable a todo que yo y siempre había recibido un trato algo más especial, aunque desde luego no contaba con acceso al coño de mamá, algo reservado única y exclusivamente a mí.
Mamá y yo llevábamos follando desde dos años después de que muriera mi padre en un accidente mientras se iba a un hotel con su amante. Mamá me había sorprendido espiándola mientras se duchaba y acabamos en la cama. Al principio nos causó un poco de estupor lo que habíamos comenzado a hacer pero, visto el placer que nos dábamos y nuestra buena compenetración en la cama, nos acostumbramos y ya vivíamos el sexo como cualquier pareja normal. Ella gozaba de mi vigor juvenil y yo de sus expertas mamadas y de la humedad y suavidad de su coño maduro y follado durante años.
El único y gran problema que teníamos mamá y yo era mi hermano. Aunque los dos le queríamos mucho, siempre estaba por medio entorpeciéndonos e impidiéndonos follar a gusto. A veces teníamos que pasarnos hasta una semana sin hacer guarradas por su culpa, porque tenía la maldita costumbre de quedarse en casa jugando con la videoconsola toda la tarde. Más de una vez, no obstante, mamá y yo habíamos cogido el coche y le habíamos dicho que íbamos al hipermercado, yéndonos después a un descampado a follar en el coche, pero últimamente no había forma de hacer eso tampoco, porque siempre quería venirse con nosotros para ver cosas. Mamá y yo estábamos realmente frustrados y no sabíamos qué hacer. Siempre teníamos que follar con prisas y mal.
Aquella tarde, Manolo y yo estuvimos en casa con mamá pero al llegar la noche llamó un amigo de Manolo diciéndole que iban a irse dos o tres de acampada a un pinar cercano y que les gustaría que fuese con ellos. Manolo le pidió permiso a mamá, que se lo concedió de buena gana, no creyéndose todavía que se fuera a librar de él al menos durante una noche. Yo tampoco podía creérmelo; por fin iba a poder pasarme una noche entera follando con mamá sin preocupaciones de ningún tipo.
Manolo cogió las cosas que necesitaba y, a petición de mamá, le acompañé a la parada del autobús hasta que llegó y se hubo montado en él para ir a casa de su amigo Nacho. Como es natural, se llevó su teléfono móvil, con lo cual estaría localizable y nos llamaría si le ocurría algo, cosa que yo esperaba que no sucediera, y no precisamente porque estuviera muy preocupado por él.
Al subir a casa, vi que mamá estaba sentada en el salón viendo la tele y que me miró sonriendo.
-Sé lo que estás pensando -me dijo.
-¿Cómo? ¿Qué estoy pensando? -le pregunté perplejo.
-Estás mirándome y pensando que mañana no voy a poder ni andar después de esta noche.
Yo me eché a reír y ella también.
-Llevas toda la razón -le dije.
-Pues mañana es sábado y no tengo que ir a ninguna parte, así que... creo que esta noche va a ser larga. Sólo tuve tres esta mañana y quiero más -añadió sonriendo.
Dicho aquello, se levantó del sofá y se acercó a mí. Me dio un breve beso en los labios y me tocó el bulto que provocaba mi rabo empinado.
-Esto está muy animado ya... -dijo con voz ronca.
Sin decir nada más, los dos nos dirigimos a su dormitorio. Mamá se quitó la bata que llevaba puesta y luego la ropa interior. Yo hice lo mismo mientras ella echaba para atrás la ropa de cama y ambos nos metimos debajo de ésta. Mamá había puesto música y estaba algo fuerte, algo que nos daba bastante vigor en la cama por alguna razón.
Al poco rato lo que más llamaba la atención en la habitación era el subir y bajar rítmico de la parte central de la ropa de cama, bajo la cual yo estaba empujando mis caderas entre los muslos de mamá, que yacía boca arriba. Mi verga rígida y gorda se hundía lentamente en su chocho para luego subir y casi salir. Mamá tenía los ojos cerrados y agarraba con fuerza mis nalgas musculosas mientras se sentía invadida. Yo acariciaba sus grandes y blandas tetas y trataba de percibir el tiempo como algo fijo, porque deseaba que aquellos momentos de unión carnal no pasaran.
La música seguía fuerte después de un cuarto de hora y yo seguía metiendo la polla en el coño caliente de mi madre cuando vi que abría los ojos y su expresión cambiaba de una de placer a una de pánico contenido. Me extrañé mucho y miré hacia atrás. Fue entonces cuando el tiempo verdaderamente se quedó parado durante unos segundos... Mi hermano Manolo estaba allí de pie en la puerta del dormitorio, con una cara de espanto casi igual que la nuestra. Tardó mucho en reaccionar pero, finalmente, salió corriendo y se encerró en su dormitorio. Tanto mamá como yo no sabíamos qué decir. Nos limitamos a levantarnos, a vestirnos y a quedarnos allí sentados en el borde de la cama callados.
Finalmente, fue mamá la que rompió el silencio.
-Buena la hemos hecho... -dijo con tono de preocupación.
-¿Qué vamos a hacer? -le pregunté yo.
-Pues, ¿qué crees tú? Tendremos simplemente que admitir que nos acostamos y rezar para que no le diga nada a nadie. Si lo hace estamos perdidos.
-Eso está claro, pero, ¿crees que lo mantendrá en secreto con lo imbécil que es?
-Esperemos que sí -se limitó a decir mamá, seria y con la cabeza gacha-. Lo que está claro es que no pienso dejar de hacer el amor contigo y no me importa la que diga tu hermano.
-Seguramente estará celoso y se preguntará por qué conmigo sí y con él no.
-Que se pregunte lo que quiera. Yo soy tuya y no pienso meterlo a él en mi cama también, si es que es eso lo que insinúas que puede pretender.
-No me extrañaría, conociéndolo -comenté.
Los dos decidimos ir a verle y le encontramos con el ceño fruncido, sentado en su cama haciendo como que leía una revista. No nos miró cuando entramos, pero mamá empezó a hablar.
-Manolo, ¿qué piensas de lo que has visto? -le preguntó sin más rodeos.
Mi hermano se quedó callado.
-Te he hecho una pregunta -insistió mamá.
Manolo miró entonces a mamá con cara de enfado.
-Me da igual lo que hagáis, es cosa vuestra. Yo no me pienso meter en eso.
-Entonces, no se lo dirás a nadie absolutamente, ¿verdad? -le dijo mamá.
-No, ¿para qué iba a hacerlo? No soy tan cabrón como pensáis.
-Ya lo sé, cariño, pero lo que quiero que entiendas, aunque sea muy difícil, es que tu hermano y yo nos queremos de otra forma, de una forma distinta a como te quiero yo a ti. Estoy enamorada de él como hombre y a ti te quiero como a un hijo, que quizá sea incluso más que lo otro.
-Me cuesta entenderlo y me costará más todavía asimilarlo, pero haced lo que queráis. Es asunto vuestro, no mío.
-Ya, pero no quiero que te sientas mal -añadió mamá.
-Bien y normal no me voy a sentir, como es lógico, pero no me siento mal, sólo estoy muy sorprendido.
-Bueno, yo creo que te harás a la idea con facilidad. Nuestra vida sigue igual, sólo que ahora tu hermano y yo no esconderemos lo nuestro y dormiremos juntos como una pareja normal.
-Muy bien. Ya os he dicho que eso es cosa vuestra -dijo Manolo.
Hubo un silencio desagradable después de aquella agria conversación, que sólo se rompió cuando mamá dijo:
-¿Te vas a dormir ya?
-Sí -contestó Manolo.
-No te vas a enfadar, ¿verdad?
-Ya te he dicho que no, mamá. Además, ya sospechaba que había algo raro entre vosotros. Aunque creáis que soy un cotilla y un chivato, no voy a decir nada y voy a ser totalmente discreto en esto. ¿Te parezco maduro ya?
-Mucho más de lo que pensaba -contestó mamá.
Manolo se preparó para dormir y mamá se quedó con él hablando algo más mientras yo iba a la cocina a beber. Cuando salí, fui al dormitorio y allí estaba ya mamá. Me miró y esbozó una leve sonrisa.
-Creo que tu hermano ha encajado muy bien todo. Al menos eso creo después de la pequeña charla que he tenido con él.
-Me alegro, porque ha sido un mal trago para todos -dije.
-Me siento un poco mal al dejarle ahí solo, pero él me ha dicho que lo comprende y que no quiere fastidiarnos la vida, que hagamos lo que queramos sin preocuparnos por nada. Y eso es precisamente lo que voy a hacer, ser feliz. ¿A que no sabes quién es el que me hace feliz? -me preguntó sonriendo y dejando caer la bata que había llevado puesta en el suelo.
-No sé -dije en broma.
-Tú le conoces muy bien -dijo mamá si quitar la sonrisa de su rostro.
-Ah, sí... ya sé quién es...
-¿Ah, sí...? A ver, ¿quién?
-Pues es duro y mide dieciocho centímetros, ¿verdad? -le pregunté.
Mamá se echó a reír.
-No, tonto, ése me da gusto, pero el que me hace feliz es su dueño, al que quiero mucho y del que no me quiero separar ni un minuto -dijo.
-Ah, entonces ya me quedo tranquilo -dije sonriendo.
Mamá se metió en la cama y yo me quité el pantalón de pijama que me había puesto y me metí con ella. Mamá, casi al momento de acostarme, me dio un beso en los labios y luego fue bajando despacio por mi pecho y me abdomen hasta llegar a mi erección. Lamió lentamente mis testículos con la punta de su lengua y luego fue subiendo por mi rabo hasta llegar al glande. Pasó su lengua de forma intermitente por él, lengüeteando como si fuera un gato bebiendo leche para ponerme aún más caliente. Luego se metió mi miembro en la boca y comenzó a chuparlo de arriba abajo, metiendo la mitad en su boca y apretando con sus labios para darme más placer. Mamá era una chupapollas excepcional y lo mejor de todo es que lo hace porque realmente le gustaba, no forzada.
Aquella noche acabó conmigo invadiendo bien su coño y echando un buen montón de semen sobre su barriga y sobre su vello púbico. Mamá se corrió cinco veces y quedó muy satisfecha. A ella le gustaba que nos quedáramos dormidos juntos y sin lavarnos después de follar, dejando que el olor erótico de nuestros fluidos llenara nuestros sentidos. Según ella, aquello nos ponía más calientes y hacía que nos recuperásemos antes. Ella solía extender mi semen por su barriga y sus tetas y yo le lamía el coño después de follar y la dejaba a ella que me lamiera la polla también. El sabor de nuestros cuerpos y de sus fluidos nos apasionaba. Y fue así como nos quedamos dormidos aquella noche, con nuestras entrepiernas bien usadas y cubiertos de nuestros fluidos del amor...