Dark Desires Bar, la insospechada fábrica de gays

Bienvenidos al bar Dark Desires, un bar gay pero hetero-friendly, donde, si no tenés cuidado, podés salir convertido en un putito vicioso. Si no me creés, leé la historia de estos tres chicos "desafortunados". ¡Espero que lo disfruten!

Nota de la autora 1: Después de 1 año, vuelvo a publicar. La intención es que esta historia continúe, de alguna forma, pero eso dependerá de si les gusta a los lectores. Como siempre, espero comentarios, críticas y sugerencias, así que envíenlas a mi correo:mlreta@live.com.ar

Nota de la autora 2: El título no me termina de convencer, pero debía resumirlo a 50 caracteres que es el máximo que permite TodoRelatos, así que tuve que condensarlo a eso. Creo que no lo logra, pero trata de crear la expectativa sobre el contenido de la historia. Para los que no hablan inglés, Dark Desires significa Deseos Oscuros, “Fallen Angels” quiere decir “Ángeles Caídos” y “SlutGurls” sería un juego de palabras, ya que “gurls” es una de las formas que en inglés se denomina a las chicas trans, mientras que “slut” es sinónimo de puta.

CAPITULO 1: Salida de Viernes por la noche

Los viernes a la noche en Buenos Aires pueden ser extremadamente divertidos, o terriblemente tediosos. Esto último, sobre todo, si se trata de jóvenes nerds, entre los 20 y 25 años, con poca o casi nula habilidad para seducir mujeres. Tomás, Román y Alberto encajaban perfectamente en esta categoría. Amigos desde los inicios en la facultad, cuando, pese a las diferencias de edad, se juntaron por los gustos afines: los juegos de rol, las series de ciencia-ficción que se apegaban a la física y la ciencia real, y la imposibilidad de acercarse a una mujer sin sufrir un colapso nervioso. Tomás, de 25 años, había recibido el dato de un compañero de trabajo sobre este bar. Si bien era un bar gay, después de la medianoche grupos de chicas se reunían a beber lejos de los machos acosadores que plagaban los bares y discos hétero. Una vez que se emborrachaban, las chicas eran presa fácil para la seducción, aún para un torpe nerd como cualquiera de ellos, según le había dicho su compañero. Pero lo mejor era que también le había regalado una tarjeta-invitación para una consumición y luego happy-hour permanente, para él y todo su grupo, así que sería una salida que les resultaría económica. De todas formas, llamar “grupo” a sus dos amigos sonaba un poco pretencioso, pero a Tomás no le importaba.

Los tres jóvenes conversaban disimuladamente a escasos metros de la puerta del bar, que, custodiado por un descomunal patovica de piel morena, no sugería nada desde su fachada.

“Me dijo el pibe de contaduría que vienen muchos grupos de minas a divertirse y emborracharse, porque nadie las jode. Después que están en pedo, ¡son re-fáciles de levantar!”, dijo Tomás, el más alto del grupo, a sus dos amigos.  Un chico estilizado, recién entrado en la segunda mitad de sus veintes, de físico normal y cabello castaño claro, ni muy atractivo ni muy feo.

“¿Te parece?, ¿un bar gay?”, respondió Alberto, el menor de los tres. Pequeño, flaco casi esmirriado, de rostro casi infantil. Su corte de pelo desprolijo con su color rubio ceniza no lo ayudaba, y su forma de vestirse menos aún. Apenas superaba los 20 años, aunque parecía de menos.

“¿Qué pasa? ¿Tenés miedo que te violen? ¡Jajajajaj!”, dijo el tercero, Román, un morocho de ojos oscuros, baja estatura e incipiente panza de cerveza, cercano a cumplir los 25.

“Tiene miedo que lo violen y le guste ”, acotó Tomás, lo que incrementó las risas de Román.

A pocos metros, el patovica seguía la conversación atentamente, pero sin mirarlos, para no despertar su atención.

En ese momento, un taxi se detuvo, y dos parejas bajaron de él. Una chica rubia, de menos de 20 años, del brazo de un atlético y musculoso morocho, y una pelirroja, bastante ordinaria, riéndose a carcajadas, junto a otro rubiecito, también muy bien formado. Claramente, esos chicos practicaban algún deporte, y venían con sus noviecitas de turno para divertirse a costa de los demás. Cuando pasaron junto a Tomás y los otros, se escuchó el comentario de la pelirroja: “me dijeron que son re-frikis acá, ¡algunos putos son para cagárseles de risa en la cara!”. Claramente, venían con la intención de burlarse de los demás. Alberto hizo una mueca de desagrado, pero Tomás y Román se sonrieron, sintiéndose cómplices pasivos de la situación. Alberto intentó comentar por lo bajo su desagrado e intentó convencer a los otros dos que mejor sería ir a otro lado. Las dos parejas ya habían entrado, y las discusiones en el grupo de tres amigos continuaban. Finalmente, Román se puso firme y dijo claramente que él quería entrar.

“Además, tenemos la tarjeta de descuento que nos dio Pedro, el de contaduría. Dijo que se pone re-bueno. No perdemos nada con entrar, tomar algo y si no pasa nada, nos vamos”, agregó Tomás, iniciando su marcha hacia la puerta custodiada por aquél moreno grandote. Román lo siguió decidido, y Alberto, sin alternativas y refunfuñando, los siguió un paso atrás.

“Buenas noches, chicos”, soltó el negro de la puerta, mirándolos fijamente. Tomás exhibió la tarjeta de descuento, y dijo: “nos recomendaron este lugar y nos dieron esta tarjeta. Queríamos conocerlo. ¿Se puede?”

Héctor, el patovica, miró a los tres de arriba abajo, pero se quedó con sus ojos clavados en Alberto. Sonriendo, les respondió “¡claro! ¿Por qué no? Ya pude escuchar que no son gays, pero este lugar es “hetero-friendly”, así que no hay problema. Pasen y diviértanse. Sobre todo vos, precioso”, dijo sin quitar los ojos de Alberto, que para esa altura estaba totalmente colorado y con la mirada clavada en el piso. “No soy gay”, murmuró Alberto, aunque nadie pareció escucharlo. Fueron entrando de a uno, y Alberto pudo sentir los ojos del negro clavados en su culo cuando pasó a su lado. Obviamente, no dijo nada, ya que cualquier comentario hubiese significado su muerte.

La puerta se cerró detrás de los tres jóvenes. Sus ojos demoraron varios segundos en vislumbrar algo, mientras se acomodaban a la escasa iluminación, muy rojiza, que tenuemente alumbraba el lugar. Pequeñas mesas bajas, rodeadas de sillones fijos en forma de herradura, que hacían las veces de pequeños reservados, aunque sin privacidad alguna, rodeaban todo el salón, salvo por la pared del fondo que estaba prácticamente a oscuras, de no ser por una anticuada luz negra que daba un clima más íntimo a ese sector.

Un chico muy joven, de enorme sonrisa, se les acercó. “Hola, soy Brian, y voy a ser su mozo durante esta noche, chicos. ¿Dónde quieren sentarse? Si es la primera vez que vienen, déjenme que les elijo un lugar estratégico para que tengan más levante .”

“No somos gays”, se atajó Tomás. “Sólo vinimos porque me dieron ésta tarjeta, y, sinceramente, me dijeron que vienen muchas chicas solas…”

Brian lo miró de arriba abajo, con un gesto de desdén. Después de unos segundos, les dijo: “OK, vengan. Los ubico”, con voz seria, y sin la simpatía ni la sonrisa inicial. Una vez sentados en una mesa apartada del centro del salón, bastante cercana a la pared oscura, les dijo: “Me llevo la tarjeta, tienen incluida una consumición sin cargo para cada uno, y 2x1 toda la noche”. Mirando a Tomás a los ojos, se inclinó levemente hacia él, y recuperando su anterior sonrisa, le dijo: “y si cambiás de opinión, llamame. Te aseguro que la vas a pasar mejor conmigo que con cualquier perra”.

Tomás bajó la vista y tragó saliva. Apenas pudo murmurar un “Gracias”, mientras el chico se iba. Román se descostillaba de risa, mientras Alberto lo miraba serio, y enseguida le decía: “Era obvio que podía pasar. Si venís a un bar gay, te van a tirar los galgos . Igual, este pendejo boludo se fue sin tomarnos el pedido. Sólo se llevó la tarjeta. ¡Lo bueno es que tenemos algo gratis y después 2x1 toda la noche!”

No había terminado de decirlo cuando Brian volvía con una bandeja con tres chopps de cerveza. “Esta es la consumición incluida con la entrada. Llámenme cuando quieran pedir otra cosa, chicos”, dijo mientras dejaba los chopps en la mesa, para despedirse con una guiñada de ojo nada sutil hacia Tomás, que había evitado mirarlo todo el tiempo. Román, siguiendo con la provocación, le dijo a Tomás: “mirá el culito que tiene, eh? Con ese shorcito apretado, después de tres o cuatro cervezas ¿no te lo cogerías? Lindas piernas, además”. Tomás lo miró fríamente, y le dijo: “si te gusta tanto cogételo vos. Vinimos a otra cosa. Pero ahora no se si este pelotudo de Pedro no nos mintió. Salvo por esas dos que están con sus novios, no veo ni una mina ¿No será puto él también y nos hizo venir engañados?”

“Ahora el que tiene miedo que lo violen y le guste sos vos, me parece”, le soltó Román. Tomás hizo un gesto de desagrado y, de un sorbo, se tomó su chopp de cerveza. Román hizo lo propio, mientras que Alberto la fue saboreando de a poco, mientras veía a Tomás haciendo gestos desesperados para que Brian viniera a tomar un nuevo pedido.

“¿Tan rápido? ¿Tan ansioso estás de verme de nuevo, lindo?”, soltó Brian, con sus ojos clavados en los de Tomás que, totalmente sonrojado, sólo contestó: “traeme otra cerveza, por favor”.

“¿Querés que te traiga las dos del 2x1 juntas, así no me hacés ir y venir todo el tiempo? ¿O querés verme de atrás, cuando me voy?”, dijo Brian riéndose, lo que hizo que Román también se riera. Alberto miraba fríamente, sabiendo que a Tomás no le gustaría nada esa provocación. Finalmente, Tomás dijo: “sí, mejor traé las dos, así no tengo que verte tantas veces”. Brian lo miró simulando carita triste, incluso haciéndole “pucherito”, y se fue raudamente a buscar el pedido.

Alberto prestaba atención a sus amigos, y sus reacciones a todo lo que sucedía a su alrededor, cuando los tres se sorprendieron al ver una pantalla de LED encenderse casi enfrente de ellos, en la pared opuesta a su mesa. Allí comenzaba un video que se repetía en todas las pantallas del salón, que no habían notado al entrar. En el video, un chico de unos veinte años, era abordado por dos hombres maduros, de alrededor de 45 o 50 años, que comenzaban a manosearlo y a besarlo, ante el aparente desagrado del muchacho. Segundos después le sacaban la ropa y mientras uno le chupaba la pija, flácida, el otro le lamía el culo. “¡Es una porno gay! ¡Qué asco!”, dijo Tomás. “Te dije que era mala idea venir”, dijo Alberto. “Che, relájense, no la miren y listo”, dijo Román. Alberto perdió el interés en ellos, y se distrajo con lo que sucedía dos mesas más allá, donde las dos parejitas que habían visto entrar se reían descaradamente, sin ninguna delicadeza ni discreción, e incluso apuntaban con el dedo a los chicos que lucían más llamativos, por lo afeminado o por la vestimenta o por lo que las dos chicas consideraran que era gracioso. Los dos musculosos no parecían tener demasiado cerebro como para oponerse, y acompañaban las risotadas y las demostraciones de mal gusto de las dos mujeres jóvenes. Finalmente, uno de los muchachos se levantó e hizo un gesto como de que volvía enseguida. Por la cantidad de vasos vacíos en la mesa, seguramente tendría que ir al baño. En ese instante llegó Brian con las dos cervezas de Tomás, y mientras las ponía en la mesa, le dijo: “¿no te gusta la peli? Al chico al principio no le gusta, pero después vas a ver cómo se pone”. Tomás lo miró ya con ira en sus ojos. Brian entendió que no debía seguir presionando, así que se limitó a cobrar la consumición, mientras Román le pedía que le trajera también dos cervezas. Alberto seguía saboreando la primera, así que amablemente rechazó la sugerencia de pedir otra cosa. Su mirada deambuló por el local, paseando por las otras mesas, tratando de ver algo de aquella pared oscura, hasta que volvió a la pantalla. El chico ahora tenía la pija totalmente erecta, y sus manos estaban en sus glúteos, separándolos para facilitar el acceso del maduro que le lamía el culo ardorosamente.

Capítulo 2: El machito amante de queers

El musculoso deportista entró al baño tambaleándose, tal vez producto del alcohol consumido, aunque estaba acostumbrado a tomar esa cantidad de cervezas sin que lo afectaran. Lo que le llamaba la atención era la tremenda erección que tenía. Extraño, porque su novia ni lo había tocado. ¿Era por la porno gay? ¿Tres tipos cogiendo entre ellos lo habían calentado?

Fue a los tumbos hasta el único mingitorio libre, ya que el otro estaba ocupado por un diminuto chico, claramente afeminado, vestido como para aclararle al mundo su ya clara homosexualidad. Sin mirarlo, el musculoso abrió su bragueta y comenzó a orinar como podía, dada su enorme erección, y fue sintiendo cómo su mareo iba en aumento. El chico a su lado, lo vio y le dijo: “¿te sentís bien? Estás muy pálido. ¿Puedo ayudarte?”. El deportista, a punto de caer, ya habiendo terminado de descargar, dio un paso atrás como para estabilizarse, dejando expuesta, ante todos, su erección. El chico afeminado lo vio y sonriendo, le dijo: “podría ayudarte con eso , si querés”.

Sin poder afirmarse aún, el musculoso extendió una mano, que el chico agarró, y ayudándolo a caminar, lo metió en uno de los cubículos del baño. Lo acomodó en el inodoro, sentándolo sobre la tapa, y trató de darle aire, apantallándolo con sus manos, en movimientos marcadamente afeminados, mientras, descuidadamente, cerró la puerta y puso la traba. El musculoso miraba como el chico se arrodillaba frente a él, quedando a escasos centímetros de su enhiesta pija, pero no tenía fuerza para reaccionar. Veía que el chico le hablaba, pero no podía distinguir las palabras, que de todas maneras se iban metiendo en su subconsciente. “Te estás muriendo de ganas de que te chupe la pija. Sabés que los hombres chupan mucho mejor que las mujeres y querés sentir la mamada de tu vida. Te excita ver a otro hombre a punto de meterse tu pija en su boca. Te excita ver un hombre junto a tu pija. Te excita saber que tu pija va a entrar en la boca de otro hombre. No podés aguantar más”. Todas esas palabras que no tenían sentido para el musculoso, lo estaban condicionando sin que se diera cuenta. Juntando todas sus fuerzas, y concentrándose al máximo, dijo: “dale, chupámela…”

El chico plumoso no dudó un instante y se metió la pija en la boca, saboreándola y lamiéndola con toda su destreza, dándole al musculoso la mejor mamada de su vida. El deportista sólo miraba y gozaba, mientras la boca del chico putito subía y bajaba recorriéndosela. No pudo aguantar demasiado, y junto a un gruñido, descargó su leche en el chico, que golosamente tragó sin dudar. El musculoso lo miró, azorado, ya que nunca una mina había querido tragar, y a la vez sintió cómo su mareo se disipaba rápidamente. Cuando reaccionó, el chico ya estaba sentado sobre su regazo, con sus labios a escasos centímetros de su propia boca. Sin mediar palabra, el chico trabó en un beso húmedo sus labios, y el deportista no supo cómo reaccionar. Al principio sintió asco, sabiendo que esa boca acababa de chuparle la pija, y que probablemente el sabor amargo que sentía fuese el de su propia leche, pero, por la intensidad del beso y el calor del momento, pronto estaba retribuyéndolo. ¿Estaba besando a otro hombre? ¿Porqué? Las dudas se disipaban más rápido de lo que se generaban, y ya sus brazos envolvían a aquel delicado chico, mientras sus manos le recorrían el cuerpo. Sintió las manos del chico recorriendo su propia espalda, y se sintió cómodo. Soltó el beso y quedaron abrazados, con la cabeza sobre el hombro del otro, con su oreja a milímetros de la boca de aquel chico encantador. Nuevamente el mareo volvió, y le hizo imposible entender las palabras del chico. “Te encanta besar a otro hombre. Te gustan los chicos bien putitos, como yo. Muy amanerados. Te intrigan. Vos, todo musculoso y fuerte, te sentís seducido por esos chicos amanerados y plumosos. Querés besarlos. Acariciarlos. Perderte con ellos en una cama. Desnudos. Jadeantes. Te intriga saber cómo se verán sus pijas. Cómo la tendrán. Querés saber ”.

El musculoso se dio cuenta que su pija estaba aún erecta. No había alcanzado con la mamada. Podía sentirla presionada entre su abdomen y el del chico. Pero además sentía algo más. Algo se rozaba contra su pija. Como pudo, por el mareo, se separó un poco del cuerpo del chico, y pudo ver que, junto a la suya, la pija del putito también estaba al aire. Erecta. Enorme. Intrigante. Caliente. Sintió que tenía que tocarla. Saber cómo se sentía al tacto. Cómo sería recorrerla con sus dedos. Miró a los ojos al chico, y selló sus labios nuevamente contra los de él. Esta vez, sus dedos se posaron sobre esa pija, que lo atraía como un imán. Sus yemas recorrieron la extensión de esa increíble pija. Volvió a romper el beso, para mirar su mano envolviendo aquél pedazo de carne. En algún lejano lugar de su cabeza, creía escuchar al chico diciéndole cosas. Pero toda su atención estaba en su mano, que ahora pajeaba lentamente aquella pija hermosa. “Te fascina la pija. No podés dejar de mirarla. Te atrae. Te intriga. Sabés que te gusta. Querés hacerla gozar. Querés hacerla sentir bien. Querés hacerla acabar, como yo te hice acabar hace un ratito. Si en tu mano se siente genial, ¿cómo se sentirá en tu boca? Sabés que querés saborearla. Tenés que averiguarlo. No podés resistir mucho más. Necesitás saber qué sensación te provoca en la boca”.

El chico plumoso volvió a besar al musculoso, con profundas incursiones de su lengua, dejándolo saborear los restos de su propia leche, hasta que nuevamente rompió el beso, y mirándolo fijamente a los ojos, le sonrió seductoramente. El musculoso bajó la vista rápidamente y la clavó en la pija que tenía en su mano. ¿Qué sensación le provocaría en la boca? ¿Por qué el chico había gozado tanto chupándosela? ¿Por qué tantos hombres quieren chupar pijas? Si lo iba a hacer, tenía que hacerlo bien porque es sabido que los hombres la chupan mejor que las mujeres, así que debía ponerle todo su empeño, pensó. El chico fue incorporándose, con el fin de acercarle más la pija a la cara al deportista, que a medida que la veía acercarse se ponía más y más ansioso, deseoso. Por fin, la tuvo al alcance de su boca, y casi con desesperación sacó su lengua y comenzó a lamer la cabeza, luego toda la extensión, hasta los huevos. Allí su nariz quedó hundida contra la piel del chico, que seguía diciéndole cosas que él no escuchaba conscientemente. “Te fascina el olor a hombre. No podés resistirte a inhalar profundamente. Te pierde sentir el aroma y necesitás más. Necesitás meterte esa pija en la boca y chuparla con toda tu dedicación. Necesitás hacerla gozar. Sabés que si la hacés gozar vas a gozar vos”.

El musculoso abrió su boca y selló sus labios alrededor de aquél durísimo pedazo de carne que lo intrigaba y fascinaba. Haciendo una leve succión comenzó un movimiento de vaivén con su cabeza, al tiempo que su lengua se movía para provocar más placer. Estaba totalmente concentrado en hacer gozar a esa pija. La sensación de tenerla en la boca era cada vez más maravillosa. Se estaba apoderando de él. Nada superaba lo que estaba experimentando en ese momento. Ni el mejor de los polvos con sus incontables novias era siquiera comparable. En sus oídos, las palabras del chico se metían sin permiso, y se iban grabando en su cabeza, pero él no las escuchaba. “Ahora ya lo sabés: te encanta chupar pijas. Sos todo un chupapijas. Naciste para tener una pija en tu boca. No podés resistirte a mirar un hombre en la entrepierna y eso te hace desear más. Arrodillarte y chupar es lo que te gusta. Las mujeres no te excitan. Pero una pija parada te vuelve loco. Necesitás olerla, lamerla, chuparla. Pronto te voy a dar la leche, y vas a tragártela toda. Porque sos un chupapijas tragaleche. No podés evitarlo. Querés chupar todas las pijas que puedas y tragarte toda la leche de otros hombres”.

Nunca me hubiese imaginado que chupar una pija era tan maravilloso. No puedo parar. No debo parar. Tengo que hacerla acabar. Tomarme toda la leche. Necesito saborearla y tragarla. Nunca disfruté tanto en mi vida ”, era todo lo que la cabeza del musculoso podía pensar. Finalmente, el chico acabó en su boca, y le hizo saborear, por primera vez en su vida, la leche de un hombre. Podría pasarse la vida chupando. Esto era lo más maravilloso que había experimentado en su vida, hasta ahora, pensó.

Antes que pudiera abrir los ojos, el chico lo estaba besando nuevamente, metiéndole la lengua y compartiendo el sabor a leche que él acababa de descubrir. Se abrazaban y acariciaban incesantemente, hasta que el chico, mirándolo a los ojos, le dijo: “parate. Sacate toda la ropa y dejame acariciarte”. El musculoso obedeció, quedando totalmente desnudo, mientras admiraba el cuerpo delicado y frágil de aquél chico tan atractivo. Sin saberlo, su cerebro respondía a todas las frases que le habían sido implantadas. Voluntariamente, se recostó de espaldas contra la pared del cubículo y rodeó con sus poderosos brazos a aquél delicioso chico plumoso. Sus manos recorrían el delicado cuerpo, mientras sentía las manos del chico hacer lo propio con sus trabajados músculos, su espalda, hasta detenerse jugando en sus glúteos. Sin darse cuenta, la boca del chico estaba junto a su oreja izquierda, pero su mente consciente no registraba ninguna de las palabras que el plumoso ahora decía. “Te morís de ganas de sentirla adentro tuyo. Tu culo está ansioso de sentir una pija que lo penetre. Que lo llene. Que lo bombee y lo haga gozar. Sabés que no podés resistirte. La pija en la boca te fascinó. Te hizo sentir como nunca. Cuando la tengas en tu culo va a cambiarte la vida. La querés adentro. La deseás adentro. No podés esperar más. Necesitás que te la metan. Que te llenen. Que te bombeen. Que te llenen de leche por dentro. Necesitás que te COJAN. Esa es la palabra clave. Que te COJAN. Querés ser cogido. Querés entregarte a otro hombre y que te coja como te merecés. Que tu culo sea un órgano sexual, antes que nada. Que con sólo verte todos deseen cogerte. No podés evitarlo. No QUERES evitarlo”.

Instintivamente, el musculoso se dio vuelta, quedando de espaldas al chico. Por la diferencia de altura, flexionó las rodillas, para que su culo quedara a la altura de la pija que lo tenía que coger. Flexionó un poco la cadera, también, de forma de ofrecer un mejor ángulo para que se la metieran. Su deseo ya era ansiedad. La quería adentro. Quería que se lo cojan. Quería una pija dándole bomba. El chico le dijo: “arqueá la espalda, así te entra más”. No necesitó repetirlo. Obvio que la quería lo más adentro posible. Sintió un intenso y punzante dolor, que fue desvaneciéndose enseguida. Fue entonces que se dio cuenta que tenía adentro suyo una pija. Nuevamente, las frases implantadas dispararon en su cerebro las sensaciones que se convertirían en toda su existencia. “Cogeme. Metémela toda y dame bomba.  Llename el culo con tu pija y cogeme hasta llenarme de leche. Te lo ruego”, decía mientras arqueaba más la espalda y hacía sobresalir más sus glúteos, a fin de que lo penetraran más profundamente. El chico empezó a bombear rítmicamente, suave primero y aumentando la intensidad lenta pero paulatinamente. Al mismo tiempo, seguía susurrando en su oído nuevas frases, que se grababan como verdades irrefutables en su cerebro. “Te encantan los chicos como yo, amanerados, plumosos. Nos dicen queer , así que ya sabés que, a partir de ahora, te van a volver loco los queers. Vos, tan machote musculoso y masculino, no vas a poder resistirte a que un chico queer te coja sin piedad. Vas a chupársela, y entregarle el culo a cualquier queer que apenas te mire. Vas a buscarlos, seducirlos, provocarlos, y entregarte a que te cojan. No vas a poder estar ni un día sin que un chico queer te coja. Tu culo fue hecho para ser cogido. Tu boca fue hecha para que chupes pijas”.

El chico tomó el mentón del musculoso, y haciéndole girar la cabeza, lo miró a los ojos y le dijo: “te estoy cogiendo y te encanta. Me chupaste la pija y te volvió loco. ¿Sabés en qué te convierte eso?”. El musculoso seguía aturdido por el mareo, aunque ya casi había desaparecido, y las intensas sensaciones de esa pija adentro lo confundían. La expresión de sus ojos hizo que el chico le repreguntara: “te gusta la pija. Te gustan los hombres. ¿Sabés qué te hace, eso?”

El musculoso balbuceó: “¿Puto?”. El chico sonrió con malicia. Le dio un piquito en los labios y le dijo: “Sí. Muy bien. Sos puto ”. Soltó su mentón, así que el musculoso volvió a mirar hacia la pared, mientras disfrutaba aún más de la cogida que le estaban dando. El chico empujó hasta el fondo, y su pija apretó la próstata del musculoso, que, con un intenso y profundo gemido, comenzó a soltar enormes cantidades de leche.

Volvieron los susurros: “Te encanta ser puto. Naciste para ser cogido. Mirá cómo soltás leche por tener una pija cogiéndote. Te encantan los chicos queer. Toda tu masculinidad se derrumba cuando te la mete un chico queer. Vas por la vida derrochando testosterona, pero tu deseo permanente es que te cojan. Que te den de mamar pijas queer. Cuanto más plumoso sea el chico, más vas a querer su pija adentro tuyo. Pero para que sepan que pueden cogerte, ya que sos tan macho y musculoso, vas a vestirte con ropa que seduzca. Ropa que, cuando un chico queer te vea, sepa que puede cogerte. Además, cuando estés en el vestuario de tu gimnasio, no vas a poder dejar de mirar las pijas de los demás. Y te vas a volver loco de excitación. Si te la ofrecen, la vas a chupar. O le vas a entregar el orto. Porque sos MUY puto. Pero en tu vida diaria, nadie lo va a notar. Salvo por tu ropa. Cuando salgas de este baño, tu vida de puto masculino adorador de queers va a empezar. Ahora vas a tener tu primer orgasmo como puto. Cuando sientas la leche adentro, vas a acabar, gimiendo y jadeando como el putito que sos”.

El musculoso respiraba entrecortadamente. La pija en su culo rozaba algo adentro que lo hacía gozar cada vez más, soltando más y más leche. Si seguía así, acabaría sin siquiera haberse tocado la pija. Aunque la había tenido terriblemente parada mientras se lo cogían. ¿Eso lo hacía puto? ¡Claro! Y le encantaba. Nació para ser puto. Ser cogido. Le fascinaba la pija de esos chicos tan amanerados, tan plumosos, tan afeminados. “ ¿Cómo les dicen? Queers. Eso. Soy un puto al que le gustan los chicos queers. Quiero que me cojan queers todo el tiempo. Me descontrolo cuando los veo. No puedo resistirme ”, pensó. En ese preciso instante, el chico acabó dentro suyo, y el musculoso no pudo evitar explotar en un descomunal orgasmo, expulsando enormes chorros de leche, que cayeron por la pared, hasta el piso, empapando toda su ropa que había quedado allí tirada. Se quedó jadeando, con el chico aún adentro suyo, su culo aun latiendo y temblando por aquella fantástica cogida que le habían dado. En su cabeza, las mujeres eran un recuerdo lejano. Su vida eran las pijas de chicos queers. “ Aunque una buena cogida en el gym tampoco era desagradable… jijiji ”, pensó. “ Qué puto soy. Jijiji ”.

Salieron del cubículo, el chico totalmente vestido, y él completamente desnudo, aun goteando leche de su pija, y sintiendo cómo se escurría la de su culo. Los que estaban en el baño le dedicaron algunos silbidos y aullidos de aprobación, cosa que lo hizo llenarse de orgullo. El chico, abriendo un bolso, le ofreció algo de ropa, diciéndole: “tomá, ponete esto porque tu ropa está toda manchada de leche. Además, no creo que esa ropa te sirva más. No te muestra bien”. Cuánta razón tenían las palabras del chico. Tomó alegremente la ropa que le ofrecían, y comenzó a vestirse a la vista de todo el mundo. Se puso el suspensor amarillo flúo, que marcaba bien su bulto, y por detrás era sólo un hilo que se hundía entre sus glúteos, luego la calza ciclista elastizada brillante, en un azul Francia bien llamativo, y en el torso se calzó (literalmente) la ajustadísima remera sin mangas, de red, en color rosa flúo. En sus pies, las zapatillas tipo borceguí que tenía puestas iban a desentonar, así que el chico le prestó unas zapatillas de lona blancas con ribetes en fucsia y un par de zoquetes blancos con el borde fucsia. Ahora sí, todo le combinaba adecuadamente. Se miró al espejo, se lavó los restos de leche de su cara y de sus piernas, se acomodó el pelo sonriendo, sabiendo que, al salir del baño, un universo de pijas iba a querer cogérselo. Le dio un último beso húmedo y ardiente a ese chico maravilloso, y salió del baño.

Alberto volvió la vista a la pantalla, y notó que el joven violado había cambiado su expresión de horror y desagrado, y parecía disfrutar de la mamada y del beso negro que le estaban haciendo. Convengamos que los actores porno no son especialistas en demostrar emociones, pero esta película era algo extraña, ya que estaba filmada como si fuese casera, o amateur. ¿Serían actores o de verdad estaban violando al chico? Decidió prestar más atención, para intentar descubrir si era una situación real, y así vio cómo el chico iba cediendo más y más, hasta que pronto el que se la estaba chupando dejó de hacerlo y comenzó a besarlo ardientemente en la boca. El chico se dejaba, ahora, sin oponer resistencia, hasta que el que lo besaba se apartó un poco, y le apoyó las manos en los hombros, empujándolo hacia abajo, llevándole la cara a la altura de la pija del maduro, que se veía totalmente parada y dura. El chico dudó un instante, y luego comenzó a mamar la pija del hombre mayor, que con cara de satisfacción guiaba al joven. Segundos después, el que le daba el beso negro se incorporó, y acercó su pija al empapado culo del chico, y con un empujón lo penetró. Claramente, el chico disfrutaba de lo que le estaban haciendo, cosa que intrigaba enormemente a Alberto. Si era una película porno, era lógico. Pero si no lo era, y era una situación real, ¿por qué un chico que había sentido rechazo ahora estaba tan entregado a que se lo cogieran por dos lados? Alberto se quedó mirando absorto por algún tiempo, hasta que un movimiento captado en el rabillo de su ojo lo distrajo. El musculoso que había ido al baño, novio de una de las chicas, volvía a la mesa, aunque había algo en él que no encajaba. Su forma de caminar, o su ropa, o algo era distinto. Alberto giró la cabeza para comentarlo con sus amigos, pero notó que ambos estaban con la vista clavada en la pantalla, sin decir ni una palabra.

Tomás se paró, y les dijo, sin mirarlos, que iba al baño. En la mesa, frente a él, tenía varios chopps de cerveza vacíos. “ Claro, tiene que descargar ”, pensó Alberto, y desvió su vista hacia Román. Lo sorprendió que su incipientemente obeso amigo no hubiese siquiera pestañeado. La expresión de su rostro era casi vacía, como si todo su mundo fuese lo que pasaba en esa pantalla. Alberto, intrigado por su propia curiosidad, bajó la vista hacia la entrepierna de Román. Allí pudo ver que debajo del pantalón podía percibirse una inmensa erección. “ ¿¡¿Está caliente con una porno gay?!? ”, fue el pensamiento de Alberto. Irresistiblemente, su vista volvió a la pantalla, y allí pudo ver que la escena había cambiado. El joven ahora caminaba junto a los dos que lo habían violado, charlando alegremente con ellos, jugueteando con sus manos, ocasionalmente acariciándoles la pija por sobre el pantalón, mientras que los dos hombres mayores le acariciaban el culo o le daban besos húmedos en los labios. En un momento el chico miró a un lado y la cámara también giró, mostrando a un chico más joven aún, en uniforme de esos de escuela privada de las películas. Instantes después, los tres rodeaban al estudiante, y comenzaban a atacarlo como le había sucedido al otro joven al principio de la película. Pese a la intensa resistencia del muchacho, no pasó mucho hasta que el joven le chupaba la pija, un maduro le hacía un beso negro y otro le comía la boca.

Un ruido cercano volvió a distraer a Alberto, que giró su vista a la mesa de las dos parejitas, y vio con estupor cómo una de las chicas lloraba y reclamaba, mientras el recién regresado del baño se trenzaba en un beso ardiente con un diminuto chico, muy amanerado, que lo acariciaba y jugaba con su pelo. Casi inmediatamente, la mano del musculoso fue directo a la bragueta del plumoso chico, y comenzó a acariciarlo casi con desesperación. La que gritaba y lloraba era claramente la novia del musculoso, mientras su amiga trataba de calmarla. El otro musculoso, totalmente ebrio, no sacaba los ojos de la pantalla que tenía enfrente. Finalmente, el cambiado musculoso y el chico amanerado se pararon y fueron hacia la pared oscura, aquella iluminada sólo por la luz negra. El musculoso se arrodilló, y se metió en la boca la pija del chico amanerado. Alberto pudo ahora distinguir varias figuras en ese sector. Algunos hombres, arrodillados, chupando las pijas de otros, mientras que algún otro estaba de frente a la pared, con su pantalón bajo, siendo penetrado por alguien más. Alberto no pudo contener un mínimo grito de sorpresa. Román lo miró, volteó a ver la escena de la pared oscura, e inmediatamente volvió a mirar la pantalla, como ignorando todo lo que pasaba a su alrededor.

Alberto, intrigado por eso, volvió a mirar la pantalla. El estudiante, totalmente desnudo, era ahora penetrado por el joven, mientras uno de los maduros le daba de mamar la pija. El chico gemía y gozaba demostrando claramente su conformidad con lo que sucedía.

Capítulo 3: Tomás, el puto glam

Tomás fue hacia el baño tratando de procesar los extraños pensamientos que se le cruzaban, sin estar consciente de que habían sido implantados por el video que había estado mirando, reforzado por ciertas sustancias que había ingerido insospechadamente junto a las cervezas que le habían servido. “ Chupar pijas es excitante. Coger con hombres es mejor. Las mujeres no dan placer. Tragar semen es delicioso ”. ¿De dónde venían esas ideas? Jamás se le había cruzado por la cabeza tener sexo con hombres, pero estar en éste bar gay, rodeado de hombres que gozan y disfrutan unos con otros, le resultaba intrigante, excitante. Nunca tendría sexo con otro hombre, seguramente, pero la situación era realmente estimulante.

Al entrar al baño, dos cosas le llamaron la atención: primero, el tamaño enorme y la extrema limpieza del lugar, casi incoherente con el resto del bar, y, por otra parte, la cantidad de hombres teniendo sexo entre ellos. Mamadas, cogidas, besos ardientes, lo rodeaban por todos lados. Lo curioso era que, para el exagerado tamaño del baño, sólo había dos mingitorios, que obviamente estaban ocupados, así que no tuvo más alternativa que buscar uno de los cubículos. Se metió en el último, ya que era el único abierto, pero antes que pudiera girar para cerrar la puerta, una mano en su espalda lo empujó violentamente. Tomás trastabilló, pero pudo evitar caer al piso apoyándose sobre el inodoro, y girando para quedar sentado en él.

Al tratar de identificar a su agresor, Tomás se encontró, en primer plano, con una erecta pija que se acercaba a su cara. “¡Abrí la boca, chupala!”, fue lo único que escuchó. Intentó ver a su agresor, pero no podía quitar la vista de esa pija. Erecta, rosada, húmeda de presemen, irradiando calor, acercándose más y más a su cara, a su nariz, a su boca. Podía olerla. Sentirla. ¿Desearla? Lentamente abrió la boca. Su lengua, tímidamente, fue a lamer la húmeda brillantez que, adivinó, sería el presemen. ¿Por qué deseaba hacerlo? ¿Desde cuándo una pija le resultaba atractiva? ¿Por qué tenía la necesidad de saber lo que se sentiría al chuparla? Mientras todas esas preguntas se disparaban en su cabeza, su lengua ya la había lamido con devoción, recorriendo toda esa pija maravillosa, y sus labios ya rodeaban la cabeza dura, rosada y caliente, deslizándose hacia la base. Pudo sentir toda la longitud de esa pija en su boca, rozando su garganta, provocándole arcadas, pero al mismo tiempo, se encontró inhalando por sus fosas nasales un intenso aroma a hombre, que le resultó intrigante en su primer aspirada, e irresistible después. “ Ese olor… es increíble. Me gusta. Quiero más ”, dijo Tomás dentro de su mente. Se quedó allí inhalando profundamente durante varios segundos, cada vez más embriagado por el aroma que ahora lo fascinaba. Supo que tenía que hacer gozar a esa pija. A ese HOMBRE. Intentó relajar un poco su garganta, mientras su atacante comenzaba un movimiento rítmico con la pelvis, haciendo que la pija fuese hacia adelante y atrás en su boca. Todos sus sentidos le advertían que estaba chupando una pija. Él, que jamás había sentido siquiera curiosidad de cómo era estar con otro hombre, estaba disfrutando de una pija en su boca. Ya su cabeza acompañaba los movimientos de su atacante, mientras succionaba levemente para producirle más placer. Su atacante no paraba de hablar, aunque Tomás no prestaba mucha atención. “¡Cómo te gusta la pija! Mirá cómo la chupás. Muy bien lo hacés. Naciste para chupar pija, putito ”. En la cabeza de Tomás, una alarma se encendió. “ ¿Me dijo putito? ¿Chupar pija me hace puto? ¿Si se siente tan bien, está mal hacerlo? ¿Estás gozando, hijo de puta? ¿Te gusta cómo te la chupo? ¿Soy buen chupapijas? ”, fueron los pensamientos que se le cruzaron. Para esa altura, ya chupaba decididamente, casi con angurria, mientras sus manos se aferraban a las piernas de ese hombre que le estaba dando de mamar esa pija hermosa. No importaba si eso lo hacía puto, se sentía fantástico chupar pija. Quería más. Quería hacerla acabar. Quería tomarse la leche. Quería tragársela toda y saborearla. Chupar pijas era maravilloso. Sentir ese poder de darle placer absoluto a otro hombre, hacerlo gozar y hacerlo acabar. “ Dame la leche ”, pensó, aunque si no hubiese tenido la boca ocupada, se lo hubiese dicho sin dudar. Al sentir la explosión tibia en su boca, saboreó y tragó como todo un experto, mientras sus ojos buscaron los del hombre que le daba pija. Al encontrarlos, se alegró al ver la expresión de aprobación. Supo que lo había hecho bien. Como buen chupapijas que era. Ahora podría chupársela a cualquiera, sabiendo que lo iba a hacer gozar. Terminó de limpiarla bien con su lengua, y soltándola de su boca, se echó hacia atrás, respirando profundamente, tratando de recuperar el aliento.

Sin tiempo a recuperarse, sintió sus labios fundirse contra los del hombre que acababa de mamar. Su lengua se hundió en la boca que lo besaba, y disfrutó de besarse con otro tipo. La situación era terriblemente excitante. Sentía su propia pija totalmente erecta, chorreando presemen. Sus manos no podían parar de recorrer el cuerpo de ese macho, que tanto estaba disfrutando. Quería acariciarlo, tocarlo, sentirlo. Ya no besaba su boca, pero su lengua lamía el cuello y los hombros de aquél fantástico adonis. En su oreja escuchaba un susurro, que lo excitaba cada vez más. “Te encanta coger con hombres. Sos tan puto. Te fascina seducir todo el tiempo, y entregarte a que te cojan, y te llenen ese culo hermoso y hambriento que tenés” Tomás se paró, se bajó el pantalón y el bóxer y se puso, de frente a la pared, con sus brazos abiertos como un reloj que marca las 10 y 10, y sus piernas separadas, como ofreciendo su culo a la pija que tan deliciosa leche le había dado. Rápidamente, sin darle lugar siquiera a dudar, sintió la invasión en su culo, y el dolor punzante desapareció tan rápido como había llegado, dando lugar a un excelso placer. En escasos segundos, su culo ya disfrutaba de una pija cogiéndoselo, y sus gemidos de placer así lo demostraban. “Me están cogiendo y me encanta”, dijo, creyendo que sólo había sido un pensamiento. “Me alegro”, le contestó su macho de turno, con lo que entendió que, en lugar de pensarlo, lo había dicho en voz alta. Ya no tenía sentido ocultarlo. “Cogeme, entonces. Haceme gozar. ¿Te gusta mi culo? Dame bomba y llenámelo con tu leche, hermoso. Cogeme y haceme gozar. Me estás haciendo un putazo pero me encanta. No puedo parar. Cogeme y haceme totalmente puto. Te lo ruego”.

El movimiento de la pelvis de su macho era ahora rítmico e intenso. Pero apenas terminó de decir esa frase, sintió que la pija le entraba hasta el fondo, en un violento empujón, que rozó su próstata y le hizo explotar la cabeza en una nube de destellos de colores, al tiempo que de su pija comenzaban a brotar ingentes cantidades de leche. “¿Qué me hiciste? ¡Hacelo de nuevo! Quiero ser re-puto. ¡Quiero sentir eso todo el tiempo! ¡Más! ¡Más pija!”, gritaba entre gemidos y jadeos un Tomás descontrolado. En su oído, su macho le susurraba: “A cada empujón te estoy haciendo más y más puto. Es lo que siempre deseaste. Ya no te atraen las mujeres. Es más, son una molestia. Cuando estás entre putos las llamás conchas , como corresponde. Es para lo único que sirven. En cambio, otros hombres te hacen sentir increíble. Te sentís genial cuando tenés una pija adentro. Necesitás tenerla adentro siempre. Vas por la vida implorando pija. Seduciendo para que te cojan. Sos tan seductor. Con tu ropa elegante y ajustada, tan glamoroso. Con tu forma suave de moverte y caminar, de sentarte y que todo tu cuerpo grite que querés ser cogido. Pero siempre con enorme glamour. No sos una loquita plumosa. Sos todo un gay con clase. Es obvio que sos puto, pero tu elegancia es soberbia. No te resistís a ninguna pija, pero tampoco te regalás como una puta. Quien te ve sabe que querés pija, pero también ve tu distinción”.

Tomás aprendía a cada empujón cómo mover los músculos de su culo para estimular más la pija que se lo cogía. Escasos segundos después, sintió cómo lo llenaban de leche, y no pudo evitar tener un enorme orgasmo, que lo cubrió con su propia leche. Se quedó apoyado de cara a la pared, jadeando, sintiendo aún dentro suyo esa pija maravillosa. Sabía que, al salir del baño, sólo buscaría pijas que se lo cojan, que las conchas ya no le interesaban. Pero él era un tipo elegante, sutil, glamoroso. Obvio que se notaba su homosexualidad, pero también su clase. ¿Cómo haría para salir de ese baño todo sucio de leche? Su amante le dio un beso en la nuca, y le dijo que salieran del cubículo que lo ayudaría a limpiarse y arreglarse para volver a su mesa. Al salir, le entregó un pantalón blanco elastizado, de tiro bajo, junto a una camisa de seda, semitransparente, negra, bastante entallada, y unos hermosísimos zapatos blancos de cuero repujado. Completaba el conjunto un mínimo slip de lycra blanco, que, junto al pantalón elastizado, resaltaban su redondeado y hermoso culo hambriento. Salió del baño, mirando a su alrededor cómo incontables miradas lo seguían con deseo y admiración, hasta que llegó a su mesa, y se sentó, decidido a demostrarle a aquél mozo que lo provocó que ahora era capaz de darle más placer que cualquiera de esos putitos histéricos que hablaban en voz alta para llamar la atención.

Alberto seguía mirando la pantalla, y se dio cuenta que había vuelto a quedar atrapado por incontables minutos y que su propia pija estaba ahora totalmente erecta, hasta que algo en la mesa de al lado rompió su concentración. Las dos chicas se preparaban para irse, intentando que el chico que aún estaba con ellas les prestara atención, pero el otro musculoso seguía absorto mirando la pantalla. No sólo era obvia su erección bajo su pantalón, sino que su mano la frotaba por sobre la bragueta sin ningún prurito. Alberto volvió a mirar la pantalla y vio ahora cómo el último chico, el estudiante, era salvajemente cogido por la boca por el joven, mientras los dos maduros le hacían una doble penetración anal. La escena era excesivamente caliente, y Alberto sintió cómo su propia pija comenzaba a latir y soltar copiosas gotas de presemen. En ese instante, el regreso de Tomás a la mesa lo sacó de la película. Lo miró de arriba abajo, y notó su fantástica vestimenta, que le quedaba como a un maniquí. Pero, tal como le pasó con el musculoso de la mesa de al lado, a Alberto algo no le cerraba con Tomás. La ropa le quedaba distinta, claro. La forma de moverse también era diferente. Incluso el modo de caminar, hasta llegar a la mesa, había sido extraño. Para terminar de sembrar dudas, su postura al sentarse era extrañamente llamativa. Había cruzado una pierna por sobre la otra, pero de una manera… sutil. Casi femenina. Su muñeca derecha reposaba sobre su rodilla, mientras su mano caía grácilmente hacia adelante. Alberto pudo ver que Tomás buscaba con su mirada hacia la barra del bar, como intentando encontrar a alguien. De la nada, frente a él, se paró Brian, que, con una sonrisa enigmática, le dijo: “¿me buscabas, hermoso? ¿Cambiaste de opinión?” Tomás lo miró sonriente, acomodó un mechón de pelo que caía sobre su rostro con un ademán suave y agraciado, y le respondió: “no sé, ¿por qué no lo averiguás vos?”.

Inmediatamente, Brian se inclinó sobre él y estampó sus labios contra los de Tomás, que retribuyó el beso apasionado del mozo. Las manos de su amigo se perdieron recorriendo el cuerpo que lo besaba, hasta enfocarse en acariciar la entrepierna, mientras el alegre mesero se acercaba más y más al cuerpo de un entregado Tomás. Finalmente, Brian lo tomó de la mano, y lo guio a la pared oscura, donde sus figuras se confundieron con la de los otros que gozaban y disfrutaban allí.

Alberto buscó con su mirada a su alrededor, como intentando encontrar a alguien que lo ayudara. En la otra mesa, las chicas ya se habían ido, y el musculoso que quedaba ahora se pajeaba a la vista de todo el mundo, con los ojos clavados en la pantalla. El terror se apoderó de Alberto. “ Primero el otro musculoso, que terminó con calzas, ahora Tomás… los que van al baño vuelven PUTOS. Y para peor, este otro musculoso ahora se pajea con una porno gay. ¿Qué carajo pasa? ¿Se están volviendo todos putos? ”, pensó. Vio al musculoso meter su pija en el pantalón y salir rápidamente hacia el baño. “ No, no puede ser. Ya eran putos de antes y tanto a nosotros como a las chicas, nos trajeron engañados. Eso debe ser. Y el musculoso éste debe ser un calentón que se pajea por cualquier cosa. Cuando vuelva del baño seguramente seguirá tan hétero como cuando se fue, y este delirio mío se va a disipar ”, intentó convencerse Alberto. Una idea tan ridícula parecía el argumento de una porno de ciencia-ficción, no algo que pudiera suceder en la vida real. No existía ni tecnología ni sustancia capaz de cambiar la orientación sexual de las personas, pensó Alberto, tranquilizándose a sí mismo. Seguramente se dio la coincidencia de que tanto Tomás como el chico de la mesa de al lado tuvieron la misma idea, y para disimular sus deseos de venir a un bar gay habían inventado una historia, trayendo a su grupo engañado. Se relajó un poco, y sus ojos volvieron a la pantalla. Allí, el colegial caminaba por un pasillo, hasta entrar en un vestuario como de colegio de película norteamericana. Iba recorriendo las hileras vacías de armarios, hasta que encontraba a otro chico de su edad, que, envuelto en una toalla, parecía recién salido de la ducha. El colegial volvió hasta la puerta, y abriéndola discretamente les hizo señas a los otros tres hombres, que esperaban afuera. Los hizo entrar y luego cerró y trabó la puerta detrás de él. Los cuatro fueron sigilosamente hasta donde estaba el chico en toalla, y lo asaltaron intempestivamente. Segundos después, los dos maduros repetían la escena de penetrarlo por boca y culo, mientras el colegial le chupaba la pija al tiempo que el joven se lo cogía. Alberto sintió que de su pija manaban chorritos de leche, como si estuviera teniendo un mini-orgasmo, provocado sólo por su excitación. Se dio cuenta de que, en realidad, su mano había estado frotando su pija por sobre el pantalón todo este tiempo, así que era lógico que hubiese tenido alguna forma de eyaculación. Pero, ¿estaba tan excitado por unas escenas de sexo gay? ¿O era la idea de que en realidad fueran escenas reales, y las víctimas de violación fuesen paulatinamente volviéndose gay, como si de un contagio se tratase?

Capítulo 4: De musculoso a Shanelle, el inicio de la transición

El musculoso entró al baño en un estado de casi inconsciencia. Su enorme excitación, su pija totalmente parada, aunque ya había acabado varias veces, dentro y fuera del pantalón, no le permitían pensar, siquiera. No sabía bien dónde estaba ni cómo había llegado allí. Se había pajeado mirando una porno gay a la vista de todo el mundo, dejándolo en evidencia frente a todas esas personas. Su secreto mejor guardado, era cuánto lo excitaba el sexo entre hombres. Hasta ahora, había podido sublimar su deseo recurriendo a prostitutas trans, a las que visitaba asiduamente. El recuerdo de esas diosas con pija lo excitó aún más. Al entrar al baño, vio a varios hombres cogiendo unos con otros, y en su cabeza se produjo una explosión. La incontable cantidad de mensajes subliminales del video, sumados a la sustancia ingerida inconscientemente en la cerveza, que lo había puesto muy sugestionable y caliente a la vez, y a su oscuro secreto, arrasaron con el escaso poder racional de la débil inteligencia del musculoso. Para cuando llegó al espejo, el musculoso miraba sonriendo a todos los que cogían en el baño. Se miró fijamente, y comenzó a desvestirse. Cuando estuvo totalmente desnudo, giró sobre sus talones, y apoyando sus manos sobre la mesada, les dijo a todos: “¿alguno se interesa en cogerse a esta perra? ¡Vamos, estoy muy caliente y necesito muchas pijas!”. En su mente, todo había confluido para hacerlo entender que sus incursiones con mujeres trans no eran por el deseo de cogerlas, sino por el deseo de ser como ellas. Dos hombres, de unos treinta y pocos años, que sólo estaban besándose, lo miraron y fueron hasta él. El musculoso los miró de arriba abajo, hasta que se detuvo en sus pijas, observándolas con detenimiento. No eran excesivamente grandes, pero sus portadores podrían considerarse dotados. Sonrió, relamiéndose, y les dijo: “¿me van a coger los dos?”.

Uno de los hombres le dijo entonces: “¿así que sos muy puta y estás caliente? ¿Y se puede saber cómo te llamás, puta?”. El musculoso no se hizo esperar, y respondió, haciendo una sugestiva caída de ojos: “Shanelle”. A partir de ese momento, el musculoso se convirtió en una perra en celo, con nombre de puta de cabaret.

Shanelle chupó incontables pijas en ese baño, y se la cogieron innumerables veces. Por momentos, alguien le ponía alguna prenda de lencería o le aplicaba algo de maquillaje en su cara. Para cuando terminó, Shanelle lucía un espléndido corset de encaje, raso y satén, que, ajustado al extremo, le delineaba una cintura perfecta, y unas caderas envidiables. El corset terminaba justo bajo la línea de sus inexistentes tetas, aunque los músculos pectorales ayudaban a crear la ilusión de unas pequeñas tetitas adolescentes. Alguien le había puesto dos pezoneras, con cadenitas, que ella hacía girar meneando su torso. Antes de la última cogida, le habían puesto unas botas bucaneras de cuero negro con tachas, que iban más arriba de sus rodillas, y que la elevaban con sus deliciosos quince centímetros de taco, dándole forma a sus piernas y resaltando su magnífico y goloso culo.

Se miró al espejo y se quedó largos segundos observando extasiada a la puta que toda su vida había ansiado ser. Un poco más de maquillaje, y estaría lista para salir al salón a ofrecerse a cuanto macho quisiera cogerla. Y a partir de mañana comenzaría a buscar la forma de mejorar su cuerpo, así tuviera que prostituirse para pagar su tratamiento. Después de todo, prostituirse no era una mala forma de conseguir que se la cogieran todo el tiempo, ¿no?

Terminó de retocarse el maquillaje, y salió caminando sobre esos enormes tacos como si lo hubiese hecho toda su vida.

Alberto se dio cuenta que habían pasado más de treinta minutos desde que Tomás había vuelto a la mesa y se había ido con el mozo. A lo lejos, contra la pared oscura, pudo distinguirlo con Brian bombeándole el culo mientras con su boca chupaba una enorme pija de un hombre entrecano de unos 45 años. Todo era más visible ahora en esa pared. Ya no estaba en penumbras. Y la visión era la de incontable cantidad de hombres cogiendo entre ellos. Al mismo tiempo, Román se levantaba y salía disparado hacia el baño, tal vez por la necesidad causada por la cantidad de cervezas, o tal vez para tratar de solucionar esa inocultable erección. Alberto no pudo siquiera advertirle que tuviera cuidado, aunque seguramente su amigo hubiese pensado que estaba loco. Pero para su sorpresa y desesperación, pudo ver cómo, mientras Román iba hacia el baño, se cruzaba con el musculoso de la mesa de al lado, que volvía. El horror se apoderó de Alberto al constatar que su temor se hacía realidad. Esta vez, el espectáculo era bizarro. En lugar de la remera y el jean que llevaba un rato antes, el musculoso lucía un ajustadísimo corset de raso y encaje negro, decorado con cintas de satén rojas, que le demarcaban una artificial cintura. Sendas pezoneras de cuero con un aplique de cadenita se veían en sus ¿tetas?, mientras que sus piernas se enfundaban en botas bucaneras que pasaban de la rodilla, y que elevaban su culo gracias a un estiradísimo taco de 15 centímetros. Para cubrir sus genitales, una mínima tanga de encaje era suficiente, que por detrás sólo se sostenía con un hilo dental que se hundía entre sus apetecibles glúteos. El musculoso travestido fue alegremente al sector anteriormente oscuro, y se perdió en un mar de pijas que comenzaron a cogerlo furiosamente.

En la pantalla, el vestuario de colegio se había convertido en una orgía descomunal, con incontables chicos cogiendo unos con otros, jugando con los maduros o haciendo increíbles poses con dobles o hasta triples penetraciones. Alberto miraba con los ojos fijos, vidriosos, sin poder despegarlos de la pantalla. Su mano ya había extraído su pija del pantalón y se pajeaba incesantemente. A su alrededor, casi nadie quedaba en las mesas, y la gran mayoría de los asistentes al bar cogía en el sector oscuro, que ahora estaba totalmente iluminado. Alberto acabó nuevamente, sin saber por cuántos orgasmos iba. Su pantalón estaba totalmente cubierto con su leche, así como el piso y el sillón debajo de él. Aun así, no pudo despegar los ojos de la pantalla, y unos segundos después retomó el ritmo de su paja, para continuar jadeando buscando acabar nuevamente.

Capítulo 5: Román, de gordito nerd a cachorro sumiso

Román entró al baño, y encontró el mismo panorama que los demás habían visto al entrar. En el fondo de su mente, deseó que alguno de todos esos le insinuara algo. Estaba muy caliente y podría coger hasta con un hombre. De hecho, la idea de coger con un hombre no le resultaba desagradable. Al contrario, podría ser hasta placentero, pensó. En realidad, eran los pensamientos implantados los que iban delineando su camino. “ No creo que sea nada malo coger con otro tipo, después de todo. Mirá qué bien la pasan estos. Yo podría pasarla igual de bien. No sé si besaría a otro hombre. Bueno, tal vez sí. No sé si le chuparía la pija. O tal vez sí. No sé si lo dejaría cogerme. Bueno, sí ”. Las ideas en su cabeza iban alterándose a cada paso que daba. Lo que quedaba de hétero en él se iba disipando segundo a segundo. En lugar de ir a alguno de los mingitorios libres, fue directamente a un cubículo, mientras clavaba la vista en un maduro enfundado en un pantalón de cuero, que en la parte superior sólo vestía un chaleco que dejaba ver un pecho muy trabajado para su edad y cubierto de vello espeso, bien masculino. En lugar de entrar al cubículo, se paró frente al hombre y se lanzó a besarlo en la boca. El tipo le retribuyó el beso, hundiéndole la lengua, cosa que Román aceptó con alegría. Sin darse cuenta, ya le estaba acariciando la pija por sobre el pantalón de cuero, mientras el tipo le manoseaba violentamente los glúteos. Román deseaba sentirlo adentro. Quería esa pija cogiéndolo. No podía entender por qué, ya que nunca pensó que fuese puto. Pero ahora quería que se lo cojan. Quería chupar pijas. Quería que lo pusieran contra la pared y le dieran bomba, sin piedad. Que lo ataran y lo cogieran. Una y otra vez. Que le dieran órdenes. Que le exigieran dar placer. Someterse a otro hombre, más poderoso. Cuando pudo salir de esa neblina de pensamientos, se dio cuenta que ya estaba de rodillas, chupándole la pija al maduro en cuero. Su cerebro registraba una a una las cosas que sus oídos captaban, aunque su mente consciente ni las percibía. “Sos un putito sumiso. Te encanta acatar lo que tu amo te mande. No tenés voluntad. Naciste para chupar pijas, entregar el orto y hacer lo que tu amo te indique. Cuando termine con vos vas a ser uno más en mi harem de taxi-boys. Eso vas a ser. Un prostituto. Un taxi-boy. Y vas a estar feliz de chupar pijas o entregar el orto por plata para mí. Vas a vestirte como un buen putito sumiso, y vas a cumplir todos mis deseos y órdenes. Ahora te vas a tragar mi leche y vas a rogarme que te coja. Acabá para mí, en cuanto sientas mi leche en tu boca”.

Román sintió en su boca una explosión que inmediatamente identificó como leche. Comenzó a saborearla mientras intentaba tragar para no perder ni una gota, pero sus sentidos se sobrecargaron, y tuvo un orgasmo tan intenso como nunca había imaginado. Increíble, ya que ni siquiera había sacado su pija del pantalón, pero claramente chupar pijas y tragar leche era tan excitante que lo había hecho acabar. “ Obviamente soy un putito, no puedo negarlo ”, pensó, alegrándose por eso. El maduro lo tomó de las axilas, y lo hizo pararse, para quedar frente a frente, aunque Román medía unos 15 centímetros menos. Instintivamente, bajó la vista y se paró tratando de mostrar el mayor respeto a ese hombre tan imponente y poderoso. “Muy bien, putito. Te gusta la leche, por lo que veo. Acabaste sólo por tragar. Así me gustan mis putitos. Ahora te vas a desnudar para mí, bien despacito y sensual. Quiero que me calientes para que se me ponga dura otra vez y te pueda coger ese culo que se muere de ganas de que se la meta”. Román no pudo resistir y dijo: “sí, cogeme. Soy muy puto. Me hiciste acabar con tu leche”. El maduro le dio un sonoro cachetazo, al tiempo que bramó: “¿Quién te creés que sos para hablarme así? Soy tu AMO. ¡Mostrame respeto, puto!”.

Román agachó aún más la cabeza, y murmuró: “Perdón, Amo. Le ruego que no se enoje. Soy nuevo y estoy aprendiendo recién. Las ganas de tenerlo adentro mío me hicieron decir esas cosas. Le ruego que por favor me coja. Quiero hacerlo gozar, Amo”.

El maduro sonrió maliciosamente, y dijo: “Así está mejor, puto. Vamos, obedecé y desnudate”. Román no demoró ni un segundo y ya estaba totalmente desnudo, exhibiendo su cuerpo tosco, levemente panzón y velludo. El maduro lo tomó de los hombros y lo empujó contra la pared, así que Román quedó indefenso, expuesto, pero expectante a sabiendas de la pija que lo iba a coger. Casi sin mediar pausa, la pija de su Amo se introdujo en su culo, y comenzó a bombearlo sin piedad. Román no paraba de gemir, al tiempo que el maduro le seguía inyectando pensamientos en su cabeza. “Tu culo está hecho para que te cojan. Sos re-puto. Sos re-puto y sumiso. Te gusta que te maltraten. Que te ordenen. Decime cómo te llamás, puto”. Apenas pudo susurrar la respuesta entre jadeos y gemidos. A cada empujón, su próstata expulsaba enormes cantidades de leche. Estaba totalmente extasiado, sabiendo que le estaba dando placer a su Amo y que pronto sería un putito más de su harem. “A partir de ahora sos Romi, el putito sumiso que trabaja para mí. Soy tu Amo Carlos y te voy a hacer prostituirte hasta el día que me canse de vos, y ahí te voy a vender a otro amo”. Romi no pudo contenerse y acabó copiosamente, unos segundos antes que su Amo, que con graves gruñidos llenó el culo del nuevo putito sumiso. Cuando terminó de eyacular, tomó a Romi del pelo, y tirando con todas sus fuerzas, le dijo: “Que sea la última vez que acabás sin mi permiso. Por ser la primera vez, no voy a castigarte. Pero no tenés permitido acabar si yo no te autorizo”. Limpiate que te voy a dar tu nueva vestimenta, y ya te llevo para el burdel. “Perdón, Amo. Yo había venido con unos amigos y si no les aviso que me voy con Usted, se van a preocupar”. El maduro lo miró profundamente, aunque Romi ni se enteró porque jamás levantó la mirada, lo que complació a su Amo. “Está bien, vamos hasta la mesa y les avisás. Pero no creo que les importe porque ya deben andar chupando cuanta pija se les cruce”. Romi tomó la ropa que el Amo le daba. Se puso el arnés de cuero sobre su pecho desnudo, y en sus piernas se calzó unos chaps que sólo le cubrían la parte delantera. Su culo estaba totalmente expuesto, lo que era muy bueno ya que permitiría que cualquiera se lo coja rápidamente, pensó. En los pies se calzó unos borceguíes que le daban un toque muy masculino, que seguramente les gustaría a los clientes del Amo. Finalmente, el maduro le colocó un collar de cuero negro, con una chapita pequeña que decía “Putito”, y otra más grande donde se podía leer: “Propiedad del Amo Carlos”. En el centro del collar, justo bajo la nuez de Romi, había un gancho donde el Amo colocó una larga cadena, que en su otro extremo se ataba a su muñeca. Caminando detrás de su Amo, salieron del baño para ir a la mesa a avisarle a los chicos que se iba a trabajar prostituyéndose para ese hombre increíble.

Hundido en su estupor, Alberto levantó la vista y vio al negro de la puerta, que lo miró y le dedicó una sonrisa seguida de un besito al aire. Tal vez sería buena idea ir hasta donde estaba el negro, arrodillarse y chuparle la pija. Si todos lo hacían tan abiertamente, seguramente debía ser muy bueno. Incrementó el ritmo de su paja, alternando la vista de la pantalla con la del negro, imaginando cómo sería esa pija, y cómo se sentiría en su boca. Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el regreso a la mesa de su amigo Román, que, vestido sólo con un arnés de cuero en el torso, que dejaba al descubierto sus velludos pectorales y panza, y debajo sólo unos chaps de cuero, que sólo cubrían las piernas y la parte delantera de su pelvis, caminaba con la cabeza gacha, un par de pasos detrás de otro hombre. Alberto pudo ver que los glúteos de su amigo estaban al aire, y su culo era perfectamente accesible para cualquiera, por esos chaps que ahora vestía. Sonriendo, Román lo miró y le dijo: “te presento al Amo Carlos. Me voy con él a trabajar de taxi-boy a su prostíbulo. Divertite. Nos hablamos mañana”. Alberto no entendía nada, pero junto a Román, un hombre alto, de unos cuantos años más que ellos, vestido con un chaleco de cuero y unos pantalones del mismo material, jalaba de una cadena que en el otro extremo estaba enganchada en un collar de cuero con chapitas que no alcanzaba a leer que su amigo Román lucía en el cuello. “¿Amo Carlos? ¿Un collar? ¿Te volviste loco? ¿Sos puto sumiso, ahora?”, soltó Alberto. El hombre se acercó a su oído, y con voz firme y potente, le dijo: “¿Qué pasa? ¿Te da envidia? ¿Querés pija vos también y estás celoso que tu amigo ya consiguió? No seas egoísta. Deja que Romi disfrute todo lo que quiera de una buena pija en su culo y me haga ganar plata mientras tanto”. Alberto se hundió en el sillón, mientras veía a su amigo irse caminando sumisamente detrás de su amo, al tiempo que innumerables desconocidos le acariciaban y pellizcaban el culo, cosa que Romi agradecía con una sonrisa o arrojando un besito al aire.

Capítulo 7: De Alberto a Tino, la reina queer

Un chispazo de conciencia lo llenó de terror. Alberto sabía que tenía que salir de ahí antes que fuera demasiado tarde. Segundos antes se había imaginado chupándole la pija al negro de la puerta. Algo estaba terriblemente mal en este lugar. Miró a su alrededor. Ahora todos cogían con todos. Tomás estaba sentado sobre la pija de un tipo, totalmente echado hacia atrás, mientras otro lo cogía por delante. ¡Tenía DOS pijas adentro! Otro tipo le acercó una pija a la boca y Tomás, sonriendo, comenzó a chuparla con deleite. Más allá, sobre una mesa, el musculoso travesti estaba patitas al hombro de un tipo, mientras del otro extremo alguien le cogía la boca, y con sus manos pajeaba sendas pijas. El otro musculoso estaba en cuatro patas en el medio del salón, con una pija en su culo y tres chicos completamente afeminados alrededor que se pajeaban y le acababan encima. Todo el lugar era una enorme orgía gay. Se dio cuenta que nuevamente su mano había sacado su pija del pantalón y estaba pajeándose mientras miraba a los otros coger. Se horrorizó, y, metiendo su pija dentro de la bragueta, trató de correr hacia la puerta. Antes de llegar, el negro lo agarró de un brazo, y poniéndole la cara a escasos centímetros, le dijo: “¿Ya te vas? ¿No querés divertirte como tus amigos? El gordito hasta consiguió trabajo, ¿viste? Ahora va a ser taxi-boy. ¿Viste qué suerte? ¿No querés quedarte conmigo y que te coja bien cogido para hacerte mi putito? ¿No querés sentir este pedazo de carne adentro tuyo?”, dijo, mostrándole a Alberto la enorme pija que asomaba de su bragueta. “Si me dejás que te coja ahora, vas a entrar gratis todos los días, así podés venir a chupar todas las pijas que quieras”.

Alberto no había podido quitar los ojos de esa enorme pija negra. Ya el grandote no lo tenía agarrado, pero él no tenía la menor intención de irse. Esa pija era demasiado atractiva. Lo llamaba. Lo tentaba. En un último rapto de lucidez, se dio cuenta que mientras su mano izquierda acariciaba la pija del negro, su mano derecha había extraído del pantalón otra vez su propia pija, y la pajeaba incesantemente. Se arrodilló, y comenzó a besar, a lamer y a disfrutar esa fantástica pija negra. “¡Muy bien! Desde el momento que te vi, en la puerta, supe que eras todo un putito chupapijas. Dale, abrí la boca y metétela toda. Haceme gozar como el buen putito chupapijas que sos. Mamámela toda hasta tomarte la leche. Soltá tu pija, que yo te voy a enseñar a gozar como un buen putito. Vamos, no hagas esperar a tu macho”.

Alberto se metió como pudo ese enorme pedazo en su boca, y pudo comprobar que ni siquiera habiendo llegado a la mitad, ya su garganta se oponía a seguir, dándole arcadas. El negro fue ayudándolo hasta que pudo relajarse y sentir como ese monstruo de carne se metía entero. Enorme fue su satisfacción cuando se dio cuenta que había llegado hasta el vello púbico del negro, y podía disfrutar de ese aroma a macho que de allí emanaba. Comenzó un movimiento de vaivén con su cabeza, mientras sus ojos buscaron los del negro. Sintió un enorme placer cuando vio la aprobación en la cara de su macho, así que redobló sus esfuerzos y dedicación en hacer gozar a esa pija. Pronto sintió cómo el pedazo de carne se hinchaba aún más, y rápidamente explotaba en su boca, inundándola, sin darle tiempo a tragar toda esa maravillosa leche. “Qué buena mamada me hiciste. Se nota que te gusta mucho la pija. Para ser la primera vez, lo hiciste como un experto. Si seguís así, vas a ser el más puto del bar. Seguro que eso te gustaría. Vení, putito. Parate y besá a tu macho. Acariciá mi cuerpo y calentate deseando que este cuerpo te coja”. Alberto no necesitó que se lo dijeran dos veces. Recién terminaba de tragarse la leche de su macho y ya estaba besándolo, acariciando esos pectorales, los bíceps, la espalda, esas piernas marcadas y duras como columnas. Inconscientemente sus manos fueron nuevamente a la pija, y otra vez estaba acariciándola, mientras el negro le daba un beso profundo, húmedo, y su mano enorme y potente le masajeaba el culo. Sintió un dedo meterse en su agujero, y gimió de placer. Luego otro, que le causó un poco de dolor, pero no le importó, porque enseguida la puntada se convirtió en goce. Después un tercer dedo lo invadió. Para esa altura, Alberto ya pajeaba la pija del negro con devoción, y su boca estaba totalmente entregada al beso invasor. En un momento, el negro se apartó y mirándolo a los ojos, le dijo: “ahora te voy a coger. Finalmente te voy a hacer totalmente puto. Y por hoy, vas a ser MI puto. Date vuelta”. No sabía en qué momento había sucedido, pero Alberto se dio cuenta que estaba totalmente desnudo. Se alegró de que no tuviera que perder tiempo en sacarse la ropa, y siguiendo las indicaciones del negro, se puso en posición de recibir la primera pija de su vida, en su ansioso culo. Pese a que el negro lo había dilatado con los dedos, el descomunal tamaño de esa pija lo hizo gritar de dolor. El morocho no se detuvo, hasta que llegó al fondo. Alberto casi no podía articular palabra; la intensa sensación de puntazo agudo laceraba su cerebro. Pero algo le resultaba extraño, intrigante. En alguna parte adentro suyo, ese enorme pedazo de carne presionaba algo que le resultaba placentero, deseable. Su mente se enfocó en ese placer, y poco a poco el dolor fue cediendo. Mentalmente fue sugestionándose a sí mismo, pensando en ese placer que se multiplicaba a cada segundo, y a la vez iba aplastando al dolor. Pronto comenzó a gemir, y luego a susurrar: “cogeme. Por favor. No puedo resistir más. Cogeme ese culo. Dame placer”. El negro no se hizo esperar, y comenzó a bombear lenta y pausadamente, haciendo un poco más de presión cuando su cabeza rozaba la próstata del entregado chico. Los tenues gemidos fueron convirtiéndose en jadeos, aullidos, gritos pidiendo más y más. En la cabeza de Alberto sólo existía la búsqueda de ese placer enorme, inconmensurable, que esa pija le estaba dando. El negro le hablaba, pero Alberto no registraba más que la pija que lo cogía, haciéndolo gozar como el putazo que era. “Mirá cómo movés el orto. Cómo te gusta la pija adentro. Sentí como cada empujón te hace más puto. Te encanta ser puto. BIEN puto. Querés que todos sepan que sos puto. Apenas te vean, apenas te escuchen. Por eso sos tan plumoso. Tan afeminado. Te encanta. Caminás meneando el culo, te vestís como todo un putito para que se vea tu cuerpo. Hacés gestos bien de putito. Hablás con voz casi de nena. Todo para que los demás sepan que sos fácilmente cogible. Bien putito. Como esos chicos que se están cogiendo al musculoso ese que había venido con una concha, a burlarse de todos nosotros. Pero ahora él es más puto que todos, y se lo están cogiendo todos chicos bien putitos como vos. Decime cómo te llamás, putito”.

Alberto miró por sobre su hombro, entre el éxtasis y el estupor, y trató de responder: “Al… ber…”, pero no pudo terminar. Otro gemido brotó de sus labios, mientras su pija expulsaba un chorro de leche cada vez que la pija del negro le presionaba la próstata. El negro sonrió, y le dijo: “Alberto… Albertito… no me gusta, es muy masculino, medio antiguo… ¿Cómo sería el diminutivo? ¿Tito? Horrible, de otro siglo… ¿Qué tal Tino? Ese es un lindo nombre de puto. Te queda bien. Tino, el putito. Desde ahora sos Tino, el putito. Chupapijas. Tragaleche. Culo hambriento. Te gustan los hombres. Cualquier hombre. Las mujeres ni te interesan. Sólo las pijas. Ansiás pijas. Necesitás pijas. Deseás pijas”. El culo de Tino empujaba hacia atrás cada vez con más intensidad. Deseando más y más sentir ese exquisito placer de ser cogido. Sus gemidos intensos, iban tiñéndose de una creciente suavidad, convirtiéndose en delicados jadeos. Su implorante tono de voz iba transformándose en una felina y aterciopelada voz afeminada, que rogaba por la penetración. Sus movimientos, antes toscos y torpes, eran lentamente reemplazados por gráciles y sutiles ondulaciones de brazos y manos. El negro siguió hablándole: “qué lindo vas a quedar con esos shortcitos que muestran tu culo y tu tanga. Esas remeritas que dejan ver tu ombligo. Esas zapatillas que cubren esos piecitos delicados. Tu cuerpito todo depilado, tus cejas, tu piel bien suave. Vas a ser tan cogible, tan deseable. Por la calle te van a decir de todo. Y eso te encanta. Sentirte deseado. Sentir que todos te la quieren meter. O que se las chupes. No vas a poder resistirte a ninguna pija. Y mañana vas a volver, y te vas a juntar con los otros chicos como vos, para que se los cojan toda la noche. Tu nueva vida te va a encantar, putito”.

Tino sintió que la pija adentro suyo se ponía más tensa, y pudo percibir sus latidos en las paredes de su culo. Instintivamente, usó sus músculos para apretarla más, y así la hizo explotar, sintiendo cómo su hambriento culito se fue llenando de la leche de su macho, hasta rebalsar.

Se quedaron jadeando, el negro recostado contra el diminuto cuerpo de Tino, que a su vez se apoyaba contra la pared. A medida que recuperó el aliento, el negro comenzó a besar y mordisquear el cuello y las orejas de Tino, que se sintió más puto que nunca, con un macho de verdad respirando en su nuca, besándolo y tratándolo como una puta.

Finalmente, cuando el negro sacó su flácida pija del culo, por ahora satisfecho, su boca dibujó una enorme y seductora sonrisa. Con voz suave y ardientemente femenina dijo: “guau, negro mío, qué buena cogida me pegaste. Amo tu pija adentro mío. En mi boca, en mi culo, donde vos quieras. Sos una fiera, y me encanta cómo me cogés”. El negro, sonriendo, le contestó: “Ya lo sé, putito mío. Ahora te voy a presentar a los chicos, así combinás con ellos para que te ayuden a ir de compras mañana, y después te venís a mi casa conmigo, a pasar el resto de la noche. Te vas a dormir sobre el pecho de tu macho, pero primero te voy a coger hasta que digas basta”. La sonrisa de Tino dejaba claro que estaba completamente de acuerdo con el plan de su machote.

Fueron hasta donde los chicos queer habían cogido prácticamente sin descanso al deportista. Cuando vieron llegar al negro con Tino de la mano, todos sonrieron, algunos aplaudieron y otros chiflaron, todos sabiendo cuál era la historia de ese chico. El negro les dijo: “hola putitos, les presento a Tino. Hoy es su primera noche acá en el bar. Pero claramente no será la última. Tino es queer, como ustedes, así que trátenlo bien y enséñenle todo lo que un buen putito queer tiene que saber. Esta noche se va conmigo a casa…”, los silbidos y aplausos interrumpieron al negro, que continuó: “…pero mañana que alguno lo acompañe a comprarse ropa y arreglarse un poco, y a la noche tráiganlo para acá. Es un putito muy vicioso y va a necesitar mucha pija”. Nuevamente los chiflidos y los aplausos, seguidos de gritos de “¡perra!” y otras cosas, hicieron sonreír de alegría a Tino. Por primera vez en su vida tenía un grupo de pertenencia. Se sentía genial siendo un chico queer más. Un chico flaquito que tenía reflejos en su pelo y ojos claramente delineados, se acercó y dándole un piquito en los labios le dijo: “Hola, soy Nikki. Si querés mañana te acompaño a comprar ropa a lo de una amiga mía, como nosotras, así te vestís, porque en bolas como estás ahora no vas a poder andar por la calle”. A Tino le llamó la atención que lo trataran en femenino, pero por los comentarios y los chistes se dio cuenta que entre los chicos todos se trataban así. Lejos de molestarlo, le encantó la idea. Saludó uno por uno con un piquito en las bocas, y cuando terminó le dijo a Nikki: “dale, dame tu celu que mañana cuando me despierte te llamo. Espero que el negro no me deje muy hecha mierda… jijijiji”. Todos se rieron, sintiéndose cómplices del nuevo integrante de su grupo. “Yo soy Sammi, te presto esta ropa para que te puedas ir, shegua, porque si no el negro te coge en cuanto subas al auto”. Le entregó una bolsita, que contenía un diminuto shortcito de jean, una remera color turquesa y una tanga fucsia de raso. Tino sonrió y agradeció el préstamo con otro piquito. Desde el piso, el musculoso ex-hétero lo miró, y le dijo: “creo que vos no me cogiste. ¿Sos nuevo?”. Sin darle tiempo a responder, el musculoso machito se arrodilló frente a Tino y comenzó a chuparle la pija, aunque a Tino eso no le generaba demasiado. Apenas había logrado una semi-erección, cuando sintió que su negro se paraba detrás de él y preparaba la pija para penetrarlo nuevamente. Sin sacar su pija de la boca golosa del deportista, arqueó levemente su espalda y presentó su culo para que el negro lo penetrara sin dificultad, y apenas sintió la pija invadiéndolo, la suya propia logró finalmente ponerse dura como una piedra. Los otros chicos aplaudían y festejaban, coreando el nombre de Tino, que entre gemidos y jadeos se reía y disfrutaba como nunca. Solo tres o cuatro empujones fueron necesarios para que acabara copiosamente en la boca del machito, que tragó todo golosamente, y luego soltó la pija de Tino para dejarse caer al piso. Tino aprovechó para arquear más su espalda y permitirle al negro cogerlo con más fuerza. En ese instante, Nikki se acercó y poniéndole una mano en la nuca, le hizo agachar la cabeza hasta que quedó enfrentado con otra pija, de algún desconocido, pero casi tan grande como la del negro. Tino sonrió y enseguida se la metió en la boca, comenzando una mamada que hizo gemir al propietario de ese interesante trozo de carne. Los otros chicos festejaban la creciente habilidad de Tino, que era capaz de tragarse aquella enorme pija mientras la del negro se hundía íntegramente en su culo. No demoró mucho para que los dos le dieran la leche, que Tino aceptó graciosamente, tragando en su boca y frunciendo su culo. Cuando los dos lo soltaron, Tino finalmente pudo ver al dueño de la pija que había mamado, a quién le presentaron como el propietario del bar. “¿Tu primera noche? ¡Estás muy bien! Espero verte mañana, así me la chupás de nuevo”, le dijo. Eso despertó los aullidos y los aplausos de los otros chicos, y llenó de orgullo a Tino, que giró para ver si su negro aprobaba que le hubiese chupado la pija a otro hombre. El negro le guiñó un ojo señalando así que todo estaba bien, y luego, palmeándole un glúteo, lo mandó a lavarse y vestirse ya que faltaba poco para que se fueran. Tino se despidió del dueño con un piquito en sus labios, y se fue caminando felinamente hacia el baño, seguido por Nikki, que le dijo que lo ayudaría.

Cuando Tino estaba terminando de vestirse, frente al espejo, no podía creer la imagen que veía. Un chico extremamente sexy, muy amanerado, pero de cuerpo exquisito, lo miraba desde el espejo. En el reflejo, vio a Nikki acercándosele sonriente, y un escalofrío de placer recorrió su espalda cuando lo escuchó susurrándole al oído: “mañana cuando te despiertes, después de tu noche con Héctor, llamame, y te acompaño a comprar ropa y a depilarte. Después podemos ir a casa, y me encantaría cogerte este culo divino que tenés”, mientras le acariciaba ardientemente los glúteos. Tino sonrió seductoramente, y giró la cabeza para que su boca encontrara la de Nikki. Se besaron un largo rato, y combinaron para encontrarse al día siguiente.

Epílogo: El amanecer de una noche agitada

Unos minutos después, Nikki salió del baño, escoltado por un Tino ya vestido. Al verlo, todos quedaron perplejos. Con el minúsculo short, el elástico de la tanga sobresaliendo, y la cortísima remera con escote bote que dejaba un hombro y su abdomen al descubierto, Tino era la imagen perfecta de cualquier sueño húmedo. Todos chiflaron y aplaudieron, mientras Tino saludaba como una princesa de concurso de belleza y se reía, feliz. Nikki interrumpió el festejo, diciendo: “¿alguna le puede prestar un par de zapatillas? Dice que no se acuerda dónde dejó los mocasines, aunque no creo que ahora le combinen demasiado”. Todos se rieron, y Sammi le acercó unas “skippies” color fucsia, que Tino miró extrañado. Nikki intervino: “si tu culito ya es irresistible, con las skippies vas a quedar aún mejor. Re-cogible”. Los chiflidos y aullidos no se hicieron esperar, y alguna voz en el grupo dijo: “me parece que Nikki se quiere coger a la Tinooooo”. Eso despertó las risas y los festejos de todos, por la ocurrencia. Tino miró a Nikki con una sonrisa seductora, sabiendo que era verdad, y que mañana lo concretarían. “Te van a quedar genial, y ese poquito de taco que tienen te va a levantar la cola, nena. Haceme caso”, dijo Sammi, extendiéndole las sandalias. Tino se las puso, y se sintió genial. Sentía cómo ese mínimo taco le levantaba la cola, que así quedaba mucho más apetecible.

Como cortando el clima, se escuchó la voz de Maxi, el chico de remera violeta y mechones de pelo teñidos de distintos colores que, arrodillado junto al musculoso de calzas brillantes, gritaba emocionado: “me llevo a la machito a casaaaaaa”, lo que hizo que todos se rieran, y festejaran. “Mañana me lo llevo yo”, gritó Sammi. Uno a uno, fueron clamando por un turno, mientras el deportista sólo sonreía imaginando que no pasaría noche sin que esos chicos divinos se lo cojan.

Tino vio a su amigo Tomás yendo hacia la puerta, tomado de la mano de aquél canoso maduro de pija enorme que su amigo chupaba mientras el mozo lo cogía. Tomás le hizo señas de que lo llamaría al día siguiente, que Tino contestó con un besito al aire y una guiñada de ojo. Detrás de ellos, vio al musculoso en corset, caminando sobre los tacos enormes de sus botas bucaneras como todo un experto. Un paso atrás, el dueño del bar al que él se la había chupado antes, caminaba tomándole la mano. Justo en ese momento, su negro venía a buscarlo, y mirando cómo Tino veía al musculoso, le dijo: “¿la reconocés?”. Tino lo miró, y no pudo evitar soltar un: “¿¡¿La?!?”. El negro lo abrazó, y hablándole al oído le dijo: “sí, no seas transfóbico. Ahora se llama Shanelle. ¿Ves que se va con el patrón? Además de éste bar es el dueño de otros dos, el “Fallen Angels”, donde seguramente terminará trabajando tu amigo gordito, y el “SlutGurls”. Ahora cuando vayamos a casa te explico”, y apretándolo contra su cuerpo, le dio un ardiente beso en su boca. Todos los demás fueron saliendo. Casi últimos, con el sol asomando tímidamente sobre la ciudad, Tino y Héctor salieron abrazados y se subieron juntos al auto del negro, con el chico ilusionado por pasar su primera noche en cama de otro hombre, pensando sólo en hacerlo gozar hasta la mañana siguiente.

F I N