Dark Desires 2: el homofóbico convertido en sissy

Seguimos con la historia de este bar tan especial, donde los chicos hétero son transformados en hambrientos putitos. Pero lo peor se lo lleva un homofóbico que por ahí pasaba, cuando decide insultar a unos chicos en la puerta. Para su desgracia, el musculoso portero lo detiene cambiándole la vida

A pedido de vari@s lector@s, a quienes parece haberles gustado la historia del Bar Dark Desires, aquí va la segunda parte, donde nuestro héroe Tino descubre su verdadera vocación, y donde un homofóbico intolerante es introducido al mundo del placer entre hombres. Nuevos musculosos son transformados en “mascotas” de los chicos queer, que a su vez incorporan otro integrante a su grupo. Hasta una nueva chica trans hace su aparición, para sumarse a la puta Shanelle. Espero que la historia les guste, y la disfruten tanto como la otra. Para los que no leyeron la primera parte, es altamente recomendable que lo hagan, ya que hay demasiadas referencias hacia los hechos que fueron allí narrados. Besotes húmedos para tod@s mis lector@s.

Para Tino, el mundo había cambiado en unas pocas horas. Al inicio de aquella noche, que agonizaba ahora con los primeros rayos de sol, había entrado al bar como un típico nerd con poquísima experiencia con mujeres y completamente heterosexual. Ahora, caminaba junto al morocho portero del bar rumbo a su auto, como todo un chico queer, indudablemente amante de pijas, sabiendo que pasaría un rato inigualable con ese maravilloso ejemplar de macho. Sus amigos, que habían entrado al bar tan héteros como él, eran ahora igualmente gays, pero cada uno en su estilo. Romi incluso era taxi-boy, en algún otro antro que Tino no conocía. Tomás se había ido de la mano de un maduro canoso con una pija excelente, por lo que Tino había podido ver. Seguramente más tarde lo llamaría para saber con lujo de detalles toda la peripecia de su amigo en la cama con el maduro, y obviamente contarle también de todo lo que estaba imaginando hacer con el negro.

Héctor le abrió cortésmente la puerta del auto, y Tino subió moviendo su cuerpo sugestivamente, como incitando al morocho a que lo cogiera allí mismo. El negro lo miró, sonriendo, comparándolo mentalmente con aquél chico que unas horas antes se ofendió cuando le miraba el culo al entrar al bar. Cerró la puerta del acompañante, y dio la vuelta al auto por delante, para que Tino lo mirase y admirase su físico, cosa que el chico hizo sin tapujos. Apenas se subió y cerró la puerta, el amanerado joven rodeó el portentoso cuello del negro con sus delicados brazos, y acercó su cara para encontrar la boca de ese delicioso macho, que ardientemente lo besó. Antes que Héctor pudiera poner en marcha el auto, Tino ya le acariciaba la bragueta y gemía con desesperación, como implorando que se lo cogiera de nuevo.

Fue un largo camino hasta la casa del negro, habida cuenta de las veces que Tino le abría el pantalón e intentaba chuparle la pija o pajearlo. Finalmente, mientras subían en el ascensor hacia el departamento de Héctor, el chico se arrodilló y comenzó a mamarle la pija con desesperación. El negro frenó el ascensor entre dos pisos, y dejó que Tino terminara la tarea, haciéndole tragar enormes cantidades de leche. Recién entonces el chico queer pudo calmarse y así pudieron llegar hasta el departamento.

Al entrar, Tino prácticamente se arrancó las mínimas ropas que llevaba, aquellas que le habían prestado en el bar. Héctor lo tomó de la mano guiándolo hasta la habitación para luego arrojarlo con fuerza sobre la cama donde lo penetró violentamente. Eso generó un quejido intenso por parte de Tino, que fue rápidamente ahogado por los eróticos gemidos que se sucedieron. En pocos segundos, el nuevo chico queer se movía al mismo ritmo de su macho, gozando plenamente de la pija que lo cogía con intensa pasión. Cuando Héctor acabó dentro suyo, Tino sintió que toda su vida había estado buscando ese estado de disfrute sublime que ahora había encontrado en ser un putito completo. Nada en su cabeza lo hacía sospechar que todas esas ideas habían sido implantadas durante la noche, sobrescribiendo sus propios pensamientos y deseos, para transformarlo en este putito chupapijas, tragaleches y culohambriento que ahora era. Tino siguió abrazándolo, acariciándolo, lamiendo cada rincón del cuerpo del negro con intensa devoción. Cada vez que a Héctor se le paraba, Tino procedía a chupársela o a ofrecerle el culo en incontable cantidad de posiciones. Así estuvieron hasta ya entrada la mañana, cogiendo y jugando, hasta quedarse profundamente dormidos.

Tino abrió los ojos y miró el reloj en la mesa de luz. Eran las dos de la tarde. Para ese momento, ya no quedaba en él ni un atisbo de su anterior heterosexualidad ni de su masculinidad. Todos sus movimientos, sus pensamientos y sus gestos eran marcadamente afeminados. Despertó a su negro con un beso en los labios, para decirle que iba a encontrarse con Nikki para hacer unas compras. Se levantó, y completamente desnudo como estaba, caminó sensualmente, bamboleando su culo, sólo con su celular en la mano hasta el baño. Mientras mandaba un whatsapp a Nikki, se dio cuenta que se había sentado para orinar, y le pareció lo más natural del mundo. Su amigo demoró en responder, así que Tino aprovechó para mandarle también un mensaje a Tomás, para saber cómo había terminado su noche. Además, quería decirle que llamara al chico de contaduría para agradecerle el haberles dado la posibilidad de descubrirse completamente putos. Tomás le respondió con una llamada, donde le contó que el maduro lo había llevado a su departamento, donde convivía con otro chico tan glam como ahora Tomás era. También le contó que habían hecho un trío tan intenso que en algún momento se desvaneció por la extenuación que le habían causado esos dos hombres. Recién se había levantado y los dos anfitriones estaban preparando el almuerzo. Más tarde lo llevarían a comprarse ropa y por la noche volverían al bar. Así que combinaron en volver a verse en aquél maravilloso lugar, y tal vez, juguetear juntos buscando nuevos machos. Cuando cortó la llamada, decidió darse una ducha, y sacarse los restos de leche del negro, que ya secos cubrían su cuerpo. Mientras sus manos recorrían su piel, Tino experimentó intensas sensaciones en lugares donde nunca las había sentido. Sus tetas eran increíblemente sensibles ahora, y sus pezones permanentemente erectos. Sus glúteos vibraban ante el menor roce, y sus labios se sentían mucho más sensitivos. Probó rozarlos con su lengua, y sintió un fuego entre sus piernas, que lo obligó a apoyarse contra la pared de la ducha. Al sentir el agua bajar por su espalda, se dio cuenta que su ano estaba totalmente dilatado. Su cuerpo se había convertido en una máquina de sexo. No podría negarse a ninguna pija, nunca más. Se sonrió, y mientras se metía tres dedos en su ansioso culo, se hizo una paja que lo puso a gemir como una perra en celo. El negro, que escuchaba desde fuera del baño, no pudo resistir más y entró intempestivamente. En lugar de detenerse, Tino sólo lo miró como implorándole, así que Héctor entró también en la ducha, y penetró inmediatamente el hambriento culo del chico.

Un rato después ambos desayunaban tranquilamente, pese a ser más de las tres de la tarde. Nikki ya le había respondido y lo esperaba a las cuatro cerca de allí, en una galería donde la mayoría de los locales vendían ropa para distintos estilos de gays, e incluso había una peluquería que hacía depilación, tinturas y cortes para chicos bien afeminados como él.

Tino salió a la calle vestido con las mismas ropas que le habían prestado. A la luz del día, era muy llamativo verlo. Un hermosísimo chico completamente amanerado, vestido con apenas un diminuto short que no le cubría ni las nalgas ni la cintura, una cortísima remera con cuello bote que dejaba un hombro al descubierto, así como su ombligo, y las delicadas skippies que con su mínimo taco le levantaban la cola, que resaltaba aún más gracias a la felina forma de caminar bamboleando sus caderas. En las tres cuadras que lo separaban de la galería donde se encontraría con Nikki, fue objeto de incesantes silbidos, miradas lascivas y más de un “piropo”, y estuvo tentado en más de una oportunidad de aceptar alguno de esos avances y entregarse a un macho cualquiera que le ofrecía pija abiertamente. Cuando llegó al punto de encuentro, Tino estaba visiblemente caliente, con sus mejillas sonrojadas y una notoria erección atrapada en su diminuto short. Apenas lo vio, Nikki se abalanzó sobre él y lo envolvió en sus brazos, fundiendo sus bocas en un beso húmedo y ardiente. Afortunadamente, en ese barrio era algo común de ver, por lo que no tuvieron que soportar ningún tipo de rechazo ni acto discriminatorio.

Entre juegos, besos, mimos y caricias recorrieron los locales, con Tino siguiendo las sugerencias de Nikki y comprando gran cantidad de ropa muy provocativa y que dejaba ver claramente quién era ahora, para luego ir finalmente juntos a la peluquería, donde le hicieron un peinado acorde a su nueva personalidad, con mechones rubios intercalados y un largo mechón fucsia cayendo sobre su rostro. Le enseñaron a usar brillo labial, que Tino aceptó entusiasmado, imaginando su boca brillante en torno a gruesas pijas.

Eran apenas las siete de la tarde cuando Nikki y Tino entraron al departamento del primero. Riéndose, Nikki le dijo a Tino que su short se había hundido entre sus nalgas, por lo que su culo estaba casi totalmente al descubierto. Lejos de ruborizarse, Tino arqueó su espalda y sacando cola, le preguntó: “¿Y no te gusta?”. Nikki no opuso ninguna resistencia a la insinuación de Tino y, en una rápida maniobra, le quitó el short y lo penetró contra una pared. Tino gemía y jadeaba mientras su amigo, tan queer como él, lo cogía salvajemente. Era un cuadro altamente erótico, ambos chicos completamente afeminados, cogiendo entre jadeos y gemidos, sus cuerpos depilados meciéndose con movimientos felinamente ondulantes, seductores, femeninos. Después de varias rondas de sexo en todas las posiciones posibles, donde ambos alternaron el rol de activos, Tino aprendió a disfrutar de ese rol y seguramente esa noche podría iniciar a algún hétero desprevenido. Entre jugueteos se bañaron y se vistieron con las ropas que más lucían sus cuerpos, mientras se preparaban para ir al bar. Tino se calzó una diminuta musculosa fucsia con letras en purpurina violeta, en las que se podía leer “Slut!”, y que sólo cubría sus tetitas ya que por debajo no llegaba siquiera al nacimiento de su abdomen, mientras que, como parte baja, tenía un short de lycra elastizada en color rosa metálico, y en sus pies unas skippies al tono. Sus labios brillantes resaltaban contra su rostro delicado, mientras su peinado con mechones de colores era altamente llamativo. A su lado, Nikki parecía casi discreto, con una blusa transparente escotada y una bermuda elastizada color blanco, que resaltaba la tanga que llevaba debajo.

Llegaron al bar apenas pasadas las diez y media de la noche, cuando aún no estaba abierto. Nikki le explicó que “ellos”, refiriéndose a todos los chicos que ya eran habitués del lugar, y por ende absolutamente putos, tenían el acceso libre antes del horario y que, incluso, algunas veces terminaban armando una orgía previa a la apertura. Además, le explicó que era Héctor quien les marcaba a los héteros que entraban al bar, y cada uno elegía su víctima según sus gustos. Cuando al negro le gustaba alguien, como había pasado con el propio Tino la noche anterior, ese chico quedaba marcado para ser transformado en un queer, que era la preferencia de Héctor. A la mayoría de los chicos del grupo queer, al que ahora pertenecía Tino, les gustaban los musculosos, aunque todos tenían claro que, si Héctor los requería, debían ir con él; a algunos maduros les gustaban los ositos, etc. etc.

Al entrar al bar, Héctor sonrió complacido, por la visión de ese ejemplar maravilloso en que Tino se había convertido. Sin mediar palabra, lo besó ardorosamente, y poniéndole una mano en el hombro le indicó lo que quería. Tino no lo hizo esperar, y arrodillándose le extrajo la pija del pantalón y usó todos los trucos recientemente aprendidos para hacerle una mamada que el negro no olvidaría fácilmente. El chico tragó toda la leche mientras miraba a los ojos a Héctor, que estaba fascinado por la transformación de la que había sido testigo.

En una de las mesas, vio a Tomás, luciendo una vestimenta moderna y sugestiva, pero sin exageraciones, combinando perfectamente con el otro chico que acompañaba al maduro y que Tino sabía que formaba parte de ese trío donde su amigo se veía perfectamente a gusto, que ya se había acomodado y que, al verlo a él, tan afeminado y sensual, lo felicitó y lo invitó a sentarse con ellos por unos minutos. Le presentó a ambos miembros de la pareja, bromeando con que apenas 24 horas de puto lo habían transformado en ese deslumbrante muestrario de femineidad. Todos se rieron, y mientras brindaban, Tomás aprovechó para contarle que había hablado con el chico de contaduría, aquél que les había regalado las tarjetas, que a su vez le había dicho que esa misma noche traería al bar a los tres compañeros de trabajo del sector de recursos humanos. Tino se entusiasmó, porque uno de esos chicos era un rubiecito flaquito, de cuerpo pequeño y delicado, y seguramente terminaría la noche como otro más de su grupo o incluso más allá. Finalmente, Tino saludó efusivamente a los tres, con ardientes besos de lengua, para luego ir a ubicarse en la mesa del grupito queer. Al llegar a la mesa, los chicos le contaron que Maxi, quien la noche anterior se había llevado a la musculoca, que era como llamaban a los gays obsesionados con el gimnasio, lo había convencido de traer dos compañeros de actividad física, evitando mostrar su novedosa y flagrante homosexualidad, engañándolos con el truco de las chicas que venían en grupo, truco que era muy efectivo entre los machitos hétero que buscaban levantes fáciles. Todo el grupito estaba alborotado, imaginando tener pronto dos nuevas musculocas a su disposición.

Ya en la vereda del bar, grupitos de chicos gays de distintos estilos comenzaban a juntarse, para ir ingresando al bar. Unos metros más allá, la escena del día anterior entre los tres nerds, se repetía con los chicos del departamento de recursos humanos de la empresa donde Tino trabajaba, que debatían sobre si debían o no entrar al lugar. Estaban por irse, cuando Fernando, el chico de contaduría que los había invitado, se acercó a saludarlos luciendo una vestimenta que marcadamente lo identificaba como un puto glam. “Hola, Fernando”, saludaron los tres cortésmente, a lo que el chico glam exclamó: “ay, chicos, porfis, díganme Fer. Fernando me dice mi mamá.” Los chicos evitaron todo comentario, aunque las miradas entre ellos claramente demostraron su desaprobación a la afeminada forma de hablar del chico, pero pronto aceptaron entrar con él al bar, bajo la excusa de esperar esos grupos de chicas solas que todas las noches supuestamente concurrían.

En ese momento, algo rompió el clima de alegre calma que reinaba en ese acceso al lugar.

Joaquín caminaba ensimismado en sus pensamientos, rumbo a la casa de la chica que había contactado por Tinder minutos antes. Por la foto era una hermosa perra, bastante puta y con ganas de entregarse a él. Sonreía imaginando todo lo que le haría cuando, al pasar por la puerta de un bar que no conocía, el portero le llamó la atención, más que por lo musculoso y moreno, por lo claramente homosexual que se mostraba. Recién entonces se percató que, en la vereda, distintos grupitos de jóvenes de su misma edad charlaban ruidosamente, cada cual más amanerado, todos llamativamente vestidos, como haciendo gala de su extrema homosexualidad.

A Joaquín los putos siempre le habían parecido espantosos. Seres anormales, depravados, enfermos que deberían ser expulsados de la sociedad, para evitar que infectaran a otros con su depravación. Su cara de asco fue evidente, lo que hizo que algunos de los chicos lo miraran mientras otros murmuraran por lo bajo, soltando risitas. Esto provocó la ira del homofóbico muchacho, que los increpó con vehemencia. Imperceptiblemente para él, Héctor, el patovica de la puerta, se había ubicado a su espalda, y en cuanto Joaquín intentó ejercer algún tipo de intimidación física hacia los chicos, sintió la presión de una mano firme y enorme en su hombro izquierdo, y otra mano igualmente fuerte que le tomó el brazo derecho hasta torcérselo, obligándolo a arrodillarse por el extremo dolor que sentía. Al mirar hacia atrás, vio al enorme morocho de la puerta, que lo miraba con fuego en los ojos. “¿Así que no te gustan los putos? ¿Cómo dijiste? ¿Asco? ¿Estás seguro que no es porque querés ser uno de nosotros?”, bramó el morocho musculoso.

“Soltame, hijo de puta. Yo jamás voy a ser como ustedes. No soy un anormal”, respondió enfurecido Joaquín. Tomándolo del brazo, y forzándolo a empujones, Héctor lo metió al bar, mientras le hacía señas al dueño y otro musculoso más que estaban dentro. Entre los tres, llevaron al homofóbico muchacho hasta la oficina del dueño, y lo forzaron a entrar, ubicándolo de cara a una TV que colgaba de una de las paredes, pese a los desesperados intentos del chico por zafarse, aterrorizado por el posible final que la situación pudiese tener. Los tres hombres lo forzaron a pararse de frente a la TV, con los brazos abiertos apoyados sobre la pared, para sostenerse, y con increíble fuerza prácticamente le arrancaron el pantalón y el bóxer, pese a las amenazas vociferadas por el chico que, rápidamente, se transformaron en reclamos y ruegos al percibir lo indefenso de su situación. Al mirar la pantalla, notó con horror que estaba pasando una porno de putos, lo que le revolvió el estómago. También pudo percibir que más hombres habían entrado a la oficina y se ubicaban a sus lados y detrás de él. Enseguida pudo sentir múltiples manos recorriéndole las nalgas y el cuerpo. Él trataba de luchar y moverse, pero todos sus intentos resultaban infructuosos. Uno de los hombres susurraba permanentemente cosas en su oído, que Joaquín trataba de no escuchar. “Pronto vas a estar implorando pija, completamente transformado en un puto como nosotros, incapaz de resistirte a ningún hombre. Vas a pedir por favor que te cojan en todas las posiciones posibles. Vas a desear chuparlas, que te las metan, tocarlas, pajearlas.”

En la puerta, la “musculoca” Cristian, acompañado por dos de sus compañeros de gimnasio, discutían acaloradamente, ya que los dos invitados no le creían a Cristian que a ese lugar concurriesen mujeres. El recientemente convertido puto juraba y perjuraba, mintiendo descaradamente, que la noche anterior él y su amigo, que los lectores recordarán que desde esa noche anterior se llamaba Shanelle y ahora trabajaba como prostituta trans en un burdel también propiedad del dueño del bar, habían estado allí y habían visto gran cantidad de mujeres, pero por haber ido con sus novias no habían podido “levantar” nada. Incluso les contó de una espectacular puta que, sólo vestida con lencería, se paseaba entre las mesas ofreciendo mamadas a quien quisiese aceptarlas. Obviamente, nada les dijo sobre que esa puta era en realidad su amigo, transformado en Shanelle una vez que había pasado por el baño del lugar. La idea de la puta mamándolos convenció a los dos musculosos, que entraron a la trampa, siguiendo a su amigo, que se relamió pensando que pronto estaría chupándole la pija a sus amiguitos queer.

En la oficina, Joaquín seguía tratando de resistirse como podía, moviendo sus brazos, sus piernas, tratando de ver a sus atacantes, alternando balbuceos y gritos, exclamando que él jamás sería uno de “ellos”. En ese instante, sintió dos manos grandes, fuertes y firmes que le separaban las nalgas, con cierta violencia. Fue en ese preciso momento cuando comprendió lo delicado de su situación. Un grupo de hombres, que ostensiblemente lo superaban en fuerzas, lo tenía sometido, semidesnudo, contra un televisor que mostraba una porno gay, y estaban a punto de violarlo. Sintió en carne propia lo que seguramente alguna de las chicas a las que él había forzado a tener sexo habría sentido. Él no se consideraba un violador, pero muchas veces sus víctimas (aunque él las veía como “compañeras ocasionales”) le habían dicho que no. Pero todos saben que cuando una mujer dice que no, en realidad es que sí, era una frase que estaba grabada a fuego en su mente. Ahora veía que, tal vez, eso no fuese tan cierto. Con voz temblorosa, dijo: “está bien, no me resistiré más. Hagan lo que quieran, pero no me maten.”

La voz en su oído se volvió más suave, más íntima, más ¿dulce? “Pero tontito, nadie quiere matarte. Queremos que descubras un lado de vos que ni siquiera sabés que existe. Pronto vas a aprender a disfrutar, a gozar y a apreciar el sexo con otros hombres, lo que te volverá irremediablemente puto, como todos nosotros. Y vas a amarlo. Vas a descubrir nuevas sensaciones, nuevos estímulos, nuevos sentimientos. Creeme, confiá en mí.”

En el salón, los tres chicos de recursos humanos miraban cómo Fer saludaba con ardientes besos de lengua a muchos de los que estaban en las otras mesas. El joven era, evidentemente, mucho más promiscuo de lo que ellos pensaban, y, además, en las otras mesas era evidente que sólo había gays. Los tres se miraban disimuladamente, tratando de evitar demostrar el malestar e incomodidad que sentían, hasta que Néstor, el más decidido de los tres, dijo por lo bajo: “tomémonos las bebidas gratis, y después nos vamos a la mierda. Esto es un bar de putos y acá no vamos a conseguir una mina ni locos.” Los otros dos asintieron. Nada sospechaban de que, en cuestión de unas pocas horas, serían tres más de los putos que cogían alegremente por el bar.

En su mente, Joaquín rechazaba todo lo que la voz le decía, y al mismo tiempo, de su boca brotaba una exclamación: “jamás. Nunca seré como ustedes. No me van a doblegar. No voy a entregarme.” Sin aviso, sintió una lengua que comenzaba a lamer su culo, su ano, que estaba completamente desprotegido, ya que sus nalgas continuaban dolorosamente separadas por esas manos anónimas. La lengua fue recorriendo su raja, el borde de su ano, haciendo más y más presión, hasta que finalmente, pese a la resistencia que Joaquín ponía con su primer esfínter, logró penetrar. El chico sintió repulsión, pero también miedo, y no pudo contenerse. Sollozando, imploró que lo dejaran ir. “Juro que nunca más voy a insultar a un puto. Les prometo que no los voy a hostigar ni golpear más”, fueron las palabras que despertaron más la ira de sus captores. “¿Así que también nos pegás a los putos? Más motivos tenemos ahora para humillarte y someterte. Cuando terminemos con vos, vas a sentir en carne propia lo que tantos chicos deben haber sentido con tu violencia. Vas a ser víctima de los energúmenos como vos que, en el fondo, son tan putos como nosotros, pero no tienen los huevos para hacerse cargo de lo que sienten. ¿Sentís la lengua en tu culito? ¿Sentís cómo te va lentamente relajando y dilatando ese agujerito goloso? Me dirás que no es goloso, pero sólo por ahora, porque no sabe lo que se siente. Pronto, va a estar implorando pijas que lo cojan. Vas a ver que tengo razón. Todo lo que digo es cierto.”

El cerebro de Joaquín rechazaba todo lo que la voz le decía. “No es cierto. No puede ser cierto. No van a doblegarme. No soy puto.” Al mismo tiempo, el temor crecía en él, porque sentía que su culo estaba reaccionando a los estímulos de esa hábil lengua. Y no reaccionando precisamente como él querría. Al contrario, sentía que su agujero estaba abierto, dilatado. En ese instante, la lengua se retiró, y las manos soltaron sus nalgas. El temor se convirtió en terror. Sabía que lo siguiente sería que lo violaran, sin más. Cuando sintió algo duro y caliente apoyarse entre sus nalgas, comenzó a temblar. “No, por favor”, imploró sollozando. “Shhhh, vas a ver que pronto vas a aprender a disfrutarla. No te resistas. Es peor para vos. Haceme caso. Tengo razón”, dijo la dulce voz en su oído. Todo lo que dice la voz es mentira, aunque tuvo razón en que me iba a dilatar con esa lengua, pensó Joaquín. En ese momento, sintió la presión de lo que suponía era la cabeza de una pija dura en su ano que, aún dilatado por el experto trabajo de la lengua, no opuso resistencia a la invasión. El chico gimió por el punzante dolor, mientras una mueca de ese dolor y de desazón inundó su rostro. Lo estaban violando. Finalmente. No habían tenido piedad, y ese grupo de putos lo estaba violando. Para peor, intentaban convencerlo de que él también sería uno de ellos. Eso jamás, pensó. La dulce voz en su oído le susurró: “relajate, si ponés resistencia es peor. Relajate y dejá que la pija penetre en vos. Sentí cómo te llena. Sentí cómo te produce sensaciones irresistibles. Sentí como esas sensaciones se apoderan de vos. Relajate y sentí el placer de tener una pija adentro. No te resistas más.”

Los tres musculosos bebían alegremente, charlando entre ellos. Simón y Francisco, los dos “nuevos”, nada sospechaban de la trampa en la que habían caído. Cristian los miraba, imaginándolos en cuatro patas recibiendo las pijas de los chicos queer, que desde otra mesa los miraban como el tigre al acecho mira a su presa. Cristian volvió a mirar a sus dos musculosos amigos. Los vio lentamente quedar en silencio, para quedar con los ojos vidriosos, la vista clavada en las pantallas mirando la porno gay, y supo que lo que venía era inevitable. Volvió a mirar a sus amigos queer, sabiendo que ya podía liberarse de la fachada hétero que había tenido que fingir frente a los musculosos. Se quitó el jean y las zapatillas, para quedar luciendo una calza elastizada en color blanco, que remarcaba su bulto y sus redondas nalgas, y un par de zoquetitos en sus pies, que le daban un toque delicado que seguramente haría las delicias de sus amiguitos. La erección de Cristian era inocultable mientras caminaba hacia ellos, y al llegar a su mesa, no pudo hacer otra cosa que arrodillarse e implorar que le dieran una pija para chupar, ya que hacía horas que venía fingiendo ser hétero y necesitaba sentir el sabor de la leche en su boca. Los chicos queer se rieron a carcajadas, y se turnaron para darle el gusto. En cuestión de un par de horas, Simón y Francisco se sumarían a Cris, para completar el trío de musculocas.

La voz miente. Tenía razón con lo de la lengua, pero lo demás es mentira , fue lo que cruzó la cabeza de Joaquín. Pero el dolor era demasiado intenso. Lo estaba desgarrando, porque él se resistía tratando de impedir el acceso de esa pija a su culo, haciendo fuerza con sus nalgas y sus esfínteres. Tal vez debería escuchar a la voz y relajarse un poco. Casi inconscientemente, fue soltando sus músculos, y pronto pudo percibir que el dolor iba disminuyendo. Cuanto más se aflojaba, menos dolor sentía. Al final, la voz también tenía razón con esto, pensó, a regañadientes. Pero era absolutamente cierto que, habiéndose relajado por completo, ya no sentía dolor. Y, aunque conscientemente lo negara, empezaba a experimentar ciertas sensaciones que resultaban más que agradables. Casi deseables. Sensaciones que lo invadían y se iban apoderando lentamente de él. Obviamente, no decía nada porque no quería dar el brazo a torcer, pero lo concreto es que poco a poco, la invasión de su culo se iba tornando placentera. Trataba de esconder lo que sentía, cuando percibió que quien lo estaba violando se puso tenso. Supo entonces que el tipo estaba a punto de acabar. Pronto terminaría esta pesadilla, pensó, y se dispuso a que se la sacaran para acabar en el piso, o algo así. Enorme fue su sorpresa cuando sintió la incontenible erupción de leche dentro suyo, llenándolo. Le produjo asco y repulsión sentir ese líquido viscoso y caliente inundándolo. Volvió a gritar y a pedir que lo dejaran ir. Demostró su rechazo a lo que le acababan de hacer, y entre lágrimas, murmuró: “listo, ya está. Ya hicieron lo que querían. Ahora déjenme ir, por favor.” En sus palabras ya no había amenazas ni insultos, sino resignación y sometimiento. La hermosa voz en su oído le susurró: “tontito, esto recién empieza. Ahora que ya sabés cómo disfrutar, vas a aprender mucho más. No te desesperes, enseguida viene otra pija que quiere cogerte. Seguí así de relajado que esta noche vas a disfrutar muchísimo más, todavía.” Inmediatamente, otra pija se introdujo en él de un empujón. Esta vez, Joaquín gimió, pero un notorio dejo de placer tiñó el sonido de su garganta. La voz, triunfante, estimuló aún más la sensación: “¡muy bien! ¿Ves qué bien se siente? ¿Ves cómo vas aprendiendo a disfrutar? ¿Ves cómo tu cuerpo ya reacciona con placer a que te coja una pija? Vamos, arqueá la espalda, así sentís mejor la penetración. Lo que querés es que esa pija te llegue hasta el fondo. Querés que te llene. Querés que te bombee. No lo niegues. Sabés que tengo razón. Que siempre tengo razón.” Joaquín intentó mirar hacia el costado, para ver quién era el dueño de esa voz tan seductora, tan segura, tan atrapante. No pudo girar porque una mano grande y firme se lo impidió, pero sí pudo girar al otro lado, para ver quién lo estaba cogiendo. Era un joven bastante bien formado, de músculos marcados, y bellas facciones que le sonrió dulcemente. ¿Bellas facciones? ¿Acaso un hombre le parecía bello, ahora? Nuevamente sintió temor. Las predicciones de la voz se estaban cumpliendo a rajatablas. ¿Es que acaso la voz tenía razón en todo lo que decía? No podía rendirse. No podía mostrar que estaba siendo derrotado. No quería darles el gusto a esos putos que tan hábilmente se lo estaban cogiendo. Joaquín volvió a mirar hacia la TV, tratando de no mostrar ninguna de las sensaciones que lo inundaban. Estaba extasiado por la pija que lo cogía. Encima el muchacho era bastante atractivo. Sin percibirlo, había hecho caso a la voz y ahora su espalda estaba completamente arqueada. Su cabeza recta mirando al frente, y su culo empujando hacia afuera, como implorando ser cogido. Lentamente, de su boca comenzaban a escapar tenues gemidos, que él trataba de ocultar y disimular. Pronto sintió que el muchacho se ponía tenso, así que supo que no pasaría mucho hasta que acabara. Algo en su cabeza intentó resistir: “por favor, adentro no. Te lo ruego.” Pero el joven hizo caso omiso, y acabó con sonoros gruñidos, acercándose tanto a él que le puso la boca junto a su oído libre, ese que no estaba compenetrado en las palabras de la voz seductora, y que obligó a Joaquín a asociar mentalmente los gruñidos y gemidos con la cálida sensación que inundó rápidamente su culo. Por primera vez, se descubrió a sí mismo jadeando. La voz tenía razón. Una pija adentro se sentía genial. No podía esperar que la próxima lo invadiera, y no tuvo que hacerlo por mucho tiempo. Pronto un nuevo pedazo de carne lo estaba bombeando. Ya su boca gemía sin tapujos. La voz en su oído no paraba de decirle cosas que seguramente fuesen ciertas: “te gusta la pija. Mirá cómo responde tu cuerpo. Sentila adentro tuyo. Sentila rozándote la próstata y disfrutala. Tu propia pija está completamente dura. Querés una pija adentro todo el tiempo. Querés que te cojan todo el tiempo. ¿Te gustaría eso?” La respuesta de Joaquín no se hizo esperar. Un tímido “sí” brotó de sus labios. Y en ese momento comenzó un diálogo entre el entregado Joaquín y la poderosa voz:

  • “Vamos, decilo. Decí que querés una pija adentro siempre”, ordenó la voz.

  • “Sí, por favor”, dijo tímidamente Joaquín.

  • “DECILO”, ordenó nuevamente la voz.

  • “Quiero una pija adentro siempre”, respondió el joven, obnubilado por las sensaciones.

  • “Querés que te cojan todo el tiempo”, fue la nueva premisa.

  • “Quiero que me cojan todo el tiempo, que me den pija sin parar…”, aventuró Joaquín, entre gemidos, y cada vez más compenetrado en lo que hacía.

  • “No te gustan las mujeres. Te gustan los hombres. Todos. Cualquier pija te seduce. Cualquier pija te puede coger. Sólo necesitás ver una pija para saber que la querés adentro.”

  • “Quiero pijas. Cójanme. No me importa otra cosa. Denme pijas, por favor. Quiero pijas adentro mío”, exclamó, casi gritando, un transformado Joaquín.

Pronto sintió que el que lo cogía estaba a punto de acabar. Sin dudar, exclamó: “llename, por favor. Dame tu leche adentro. Quiero sentir cómo me llenás. ¡Dame la leche!” Sentir como su culo se llenaba de leche lo llenó de placer. Gimió y sintió su propia pija chorreándose por la acabada que le habían dado. Entre jadeos, exclamó: “más, quiero otra pija. Cójanme, por favor. No paren. Quiero más.” Inmediatamente, una pija aún más grande que la anterior lo invadió. El chico no se había dado cuenta, pero esa había sido la constante desde la primera penetración. Cada pija había sido mayor que la anterior y su culo ya no tenía problemas en recibir esos deliciosos trozos de carne dura y caliente. Ahora ya nadie lo sostenía ni lo forzaba. Joaquín estaba parado con ambas manos contra la pared, la cabeza erguida, con la vista clavada en las eróticas imágenes de la TV, aunque tratando ocasionalmente de ver quién lo cogía, con su espalda completamente arqueada, con su culo totalmente abierto, expuesto, deseoso de ser cogido, chorreando la leche de los hombres que le habían acabado dentro. Sus piernas separadas ayudaban a que cualquier pija le entrase fácilmente, así que sólo tenía que gozar. Ese era su objetivo permanente ahora. Gozar de las pijas de los machos que quisiesen cogerlo.

En el salón, Fran, ya hecho todo una musculoca, estaba entregado a ser cogido por dos chicos queer, mientras a su lado Cris disfrutaba de otros dos de sus amiguitos. En la mesa, Simón, el musculoso restante, se pajeaba a la vista de todo el mundo, con los ojos clavados en la porno gay que pasaba en las pantallas del local. Apenas acabó, chorreándose las ropas con su propia leche, se paró y fue rumbo hacia el baño. Al pasar junto a sus amigos, sólo reaccionó con una sonrisa al verlos siendo cogidos por boca y culo por esos chicos tan afeminados. Simón entró al baño, del que más tarde saldría Simone, una nueva musculoca. Mientras los miraba, el dueño del bar comenzó a pergeñar una estrategia para hacerse con el gimnasio, y convertirlo en un nuevo lugar de captación y transformación de héteros.

Junto a la puerta, Nessy, el nuevo integrante del grupo queer, anteriormente conocido como Néstor, se la chupaba con absoluta dedicación a Héctor mientras, a su lado, Fer lo miraba sonriente, mientras le acariciaba la cabeza, consciente de la tarea cumplida. Para esa altura, los otros dos chicos de recursos humanos se habían ido, uno vestido en eróticas prendas de cuero, llevado por una correa por un maduro cincuentón. Pero lo más sorprendente había sido la transformación del chico rubiecito en Mikka, una deliciosa trans rubia muy pero muy puta que en pocos días más seguramente acompañaría a Shanelle como prostituta en el burdel de chicas trans.

Joaquín miró hacia atrás y sonrió complacido al ver un morocho, de pecho velludo, músculos marcados, gruesos brazos con manos firmes que lo sostenían por la cintura, dueño de una pija poderosa que le estaba dando enorme placer. La voz en su oído le explicó nuevas verdades: “las pijas te gustan bien duras. Si están blandas, no pueden cogerte bien. Para poner una pija dura, tenés que usar tu boca. Es un arte que tenés que aprender. Tenés que aprender a chupar pijas hasta ponerlas bien duras para que te cojan. Te gusta tanto la pija que chuparlas te parece genial. Siempre que veas una pija flácida, vas a zambullirte a chuparla hasta ponerla bien dura, para después ofrecerle tu culo. Pero de vez en cuando también vas a querer que te den de tomar la leche, porque te encanta ese sabor. Mirá, a tu lado tenés una pija blanda. Chupala para ponerla dura, así te coge después. Vamos. Chupala.”

Joaquín no dudó un segundo. La voz sólo le decía verdades. Verdades que él sabía que tarde o temprano se cumplirían. Miró a su lado y vio una pija flácida, colgando de la entrepierna de un chico muy muy joven, delgadísimo, casi desgarbado y de rasgos extremadamente afeminados. No le importaba nada, porque su misión era poner esa pija bien dura. Bajó su cabeza sin variar ni un milímetro la altura de su culo, que siguió siendo cogido con vehemencia por aquel morocho delicioso. En un rápido movimiento, lamió y saboreó la pija del chico afeminado, y se la metió en la boca. Siguiendo los expertos consejos de la sabia voz en su oído, fue aprendiendo y aplicando diversas técnicas con las que logró ir poniendo cada vez más dura esa pija que tenía frente a él. Luego de algunos minutos, ya mamaba como todo un experto, y el deseo de chupar pijas se había fijado en su mente como si toda su vida hubiese estado presente. No pudo controlarse y siguió chupando, hasta que el chico le acabó en la boca, dándole de tomar la primera eyaculada de su vida. Al mismo tiempo, el morocho en su culo también acabó, cosa que le produjo un inmenso placer.

Joaquín sonrió cuando vio una nueva pija junto a su rostro, y no demoró ni un segundo en recomenzar su tarea de mamar, al tiempo que un nuevo pedazo de carne se hundió en su ávido culo y comenzó a cogerlo violentamente. La voz no paraba de decirle verdades: “tenés una pija en la boca y una en el culo. Eso te hace bien puto. Como nosotros. Sos bien puto y te encanta. Sos tan puto que querés pijas todo el tiempo. Pero necesitás que los demás sepan que sos bien puto. Desde ahora vas a moverte como todo un puto, pero bien exagerado. Casi como una mujer. Vas a caminar como una mina, vas a mover los brazos como una mina, vas a tener gestos de mina, quien te vea inmediatamente verá que sos puto. Y eso te llena de placer. Que los demás te vean bien puto. Que se note. Es lo que querés. Ahora tragate la leche por los dos lados, puto.”

Inmediatamente sintió las acabadas en su culo y en su boca, y tragó y gimió y jadeó. Se sentía genial. Sonrió seductoramente cuando vio otra pija acercarse a su boca, y bamboleó su culo como implorando que alguien lo cogiera. No tuvo que esperar ni dos segundos, y nuevamente lo estaban cogiendo por ambos extremos. La voz volvió a la carga: “No sólo querés que te vean bien puto. Querés que cuando hablen con vos, no tengan dudas de lo puto, chupapijas y culohambriento que sos. Vas a hablar con el tono de voz más femenino que puedas poner. Vas a practicar esa voz hasta que se convierta en tu voz habitual. Sumado a tus gestos y tus movimientos, nadie va a pensar que sos heterosexual. Y todos van a estar dispuestos a ofrecerte pijas, que no vas a resistir. Incluso vas a hablar de vos mismo en femenino, aunque sos plenamente consciente que sos hombre. Jamás vas a pensar que sos una mujer ni vas a buscar transicionar, pero vas a ser extremadamente afeminado. En la jerga de los putos, vas a ser un “sissy boy”, tan amanerado, tan afeminado, que nadie tendrá dudas que sos puto. Ahora pedí la leche, putazo, vamos.”

Joaquín, sacando la pija de su boca, imploró: “vamos mis machos, denle la leche a esta puta. Vamos llénenme que estoy hambrienta. ¡Dénmela toda!” Y enseguida retomó la mamada, para recibir sendas acabadas en pocos segundos más.

Dos nuevas pijas tomaron el lugar de esas, para beneplácito del completamente transformado “sissy”. La voz prácticamente había concluido con su tarea, faltando sólo pequeños detalles. “Para que no queden dudas de lo puto que sos, vas a usar ropa de mujer. Pero ropa terriblemente erótica, aún para todos los días. Catsuits, medias de red, tangas, corsets, microshorts, remeras sin manga o sin cuello, que no lleguen a cubrir tu abdomen, y a eso le vas a sumar maquillaje, pintura de uñas y peinados con tinturas que resalten tu presencia adonde sea que vayas. Quien te vea, ya desde lejos, sabrá que sos un objeto sexual. Alguien a quien cualquiera se puede coger con sólo pedírselo. Y todos tratarán de descubrir si sos hombre o mujer, aunque en el fondo sólo querrán cogerte. Sos un putísimo “sissy boy”, hambriento de pijas, ávido de mostrar su aspecto extremadamente femenino, pero claramente consciente de ser hombre.” Ambas pijas le dieron la leche, y rápidamente cedieron su lugar. En ese momento, completamente libre en sus movimientos, Joaquín giró para ver al dueño de la voz que lo había guiado en la maravillosa transformación que había experimentado. Pudo ver que era el negro de la puerta, Héctor, que lo miraba sonriente, y le ofrecía sus labios para besarlo ardientemente. Joaquín se entregó, y sintió cómo las manos poderosas de ese ejemplar de macho perfecto le recorrían su delicado cuerpo. Pronto el negro lo hizo girar, y le hundió su enorme pedazo en el ansioso culito. Al mismo tiempo, las últimas instrucciones completaron la transformación: “a partir de ahora no sos más Joaquín, sos Jacky. Vas a trabajar de prostituto en un nuevo burdel de “sissy boys” como vos, que el dueño de este lugar va a abrir pronto. Mientras tanto, vas a perfeccionar tus dotes de puto viniendo todas las noches a ser cogido por cuanta pija te desee. Ahora te vas a vestir con la ropa que te traje, y vas a salir al salón a tratar de seducir cuanto hombre puedas. Vas a ir al “dark room” y vas a tragarte cuanta pija encuentres, por boca o por culo, hasta quedar completamente inundado de leche. Y después, cuando termine la noche, te vas a venir conmigo a mi casa, donde te voy a entrenar y vas a vivir hasta que te mudes al burdel. ¿Entendiste puto?” Jacky lo miró sonriente, feliz de saber cuál era su rol en la vida, sintiéndose plena de poder complacer a ese macho. Una vez que Héctor le acabó dentro, Jacky se lavó, se vistió con un catsuit de red rojo, un microshort de lycra fucsia que apenas cubría sus genitales pero que dejaba ver el nacimiento de su raja por arriba, y la redondez de sus nalgas por debajo, y lo completó sólo con un par de botitas de gamuza violetas, con un pequeño taco de 3 centímetros, que servían para levantar su culo. Un momento después, Héctor traía a Nikki del brazo, que le enseñaría a maquillarse para verse como toda una perra. Mientras el chico queer le aplicaba base, rubor, delineador y sombras, Héctor lo interrogaba sobre sus amigos y conocidos, a lo que el sissy respondía complacientemente, permitiendo al morocho hacer una lista de los candidatos a acompañar a Jacky en el nuevo burdel de “sissies”.

Cuando salió de la oficina, el otrora homofóbico Joaquín había dejado de existir. En su lugar, un extremadamente afeminado “sissy boy” se pavoneaba felinamente entre las mesas, tratando de conseguir machos que quisieran cogérselo. No demoró más de cinco minutos para estar en el “dark room”, de espaldas sobre una mesa, con pijas en su boca, su culo, sus manos, que lo cogieron durante todo el resto de la noche. Al verlo, Tino se quedó estupefacto. Era mucho más sexy que él mismo, lo que lo hizo sentir profunda envidia. Rápidamente le preguntó a Héctor qué destino tenía ese chico, y al enterarse, Tino imploró ser incluido en el burdel de sissies. Sonriendo, Héctor le sugirió usar sus artes con el dueño, para que lo tuviera en cuenta. De más está decir que, menos de quince minutos después, Tino integraba la lista de los chicos que atenderían el burdel de sissies en pocos días más.

Cuando salieron del bar, Jacky y Tino caminaban de la mano de Héctor, ambos con andar felino, bamboleando su ardiente culo, soñando con el futuro de prostitutos que pronto comenzarían a vivir.