Daniela ya es puta (contado por Daniela) 1ª parte.

Daniela cuenta desde su punto de vista lo que sintió al comenzar a ejercer la prostitución.

DANIELA YA ES PUTA (contado por Daniela) 1ª parte.

Este relato, en continuación de los anteriores “Daniela quiere ser puta”, “Daniela sigue queriendo ser puta” y “Daniela demuestra que quiere ser puta”, viene a confirmar lo que con tanto ahínco persigue, si bien le di la oportunidad de narrarlo ella misma, desde su punto de vista. Tras algunas correcciones y un sinfín de problemas que surgieron con posterioridad (y que algún día espero poder contar), finalmente el relato puede ver la luz. Espero que os guste leerlo desde la perspectiva de la propia Daniela.

Aunque el trayecto hasta el polígono era corto, tenía tantas ganas de empezar a prostituirme, que se me hizo eterno. Mientras escuchaba los consejos de Carolina, no pude evitar fijarme en todos los detalles de una puta de los pies a la cabeza como ella. Su forma de hablar, directa pero sin caer en la ordinariez o la vulgaridad; su rostro, tan expresivo como lleno de sabiduría, pero mucho más jovial de lo que su verdadera edad representaba; su ojos, de un intenso azul, rebosantes de pasión cuando hablaba de su oficio. Era muy atractiva. “Normal que le haya ido tan bien como puta”, pensé al tiempo que me embargaba el aroma a cuero de los asientos de su Mercedes.

  • Daremos una vuelta por el polígono antes de aparcar y ponernos manos a la obra – me dijo – Para ver a la competencia – añadió, con sonrisa pícara.

  • Vale – respondí impaciente por bajarme del coche.

Carolina redujo la velocidad a medida que nos adentrábamos en el polígono. Apenas si había alguna farola cada cuarenta o cincuenta metros. Entre la oscuridad y que no pasaba ningún coche, aquello parecía desierto. Daba la sensación de ser una ciudad fantasma, abandonada, sin actividad ninguna después del horario de cierre de los talleres y naves industriales que se veían a cada lado de la calle. Logística, mecánica, chapa y pintura, … era lo que podía leerse en los carteles al frente de cada nave. De pronto, unos metros más adelante, en un cruce, se podía distinguir claramente a cuatro mujeres de raza negra. Todas ellas con minifaldas cortas y pronunciados tacones. Al acercarnos, hicieron gestos hacia el coche para llamar nuestra atención. Sin embargo, cuando se percataron de que éramos dos mujeres, se dieron media vuelta en dirección a sus respectivas esquinas.

  • ¿Ves qué poco profesionales? - dijo Carolina – En cuanto han visto a dos mujeres, han desistido. ¿Y si somos lesbianas o venimos a buscar un puta para una fiesta? - preguntó retóricamente, sin esperar respuesta.

En el siguiente cruce, aparecieron ante nosotras otras dos prostitutas. Esta vez, de piel blanca y melena negra. Las dos en minifalda y botas de caña alta. Hicieron exactamente lo mismo que las africanas, renunciando a detener el coche en cuanto vieron a dos mujeres a bordo.

  • Estas son dos yonkis. Del Este. Rumanas, seguramente – me dijo al pasar junto a ellas – Mira qué escuálidas están y qué caras aviejadas. No tendrán más de treinta años y parece que tienen cincuenta – explicó.

Unos metros más adelante giramos a la derecha hasta llegar a una calle que recorría una especie de arboleda o pequeño bosque. Lo cierto es que la oscuridad no me permitía distinguir más allá de unos metros. Recorrimos esa calle por la que cada veinte o treinta metros aparecía una puta del mismo estilo que las anteriores. Pensé en aquellos reportajes en Youtube sobre la prostitución callejera que había visto meses atrás cuando descubrí que quería ser puta. Era exactamente igual que lo que aquellos documentales narraban. Mujeres nada agraciadas, con aspecto poco saludable, con ninguna ilusión por lo que hacían y obligadas a ello por necesidad. Ni me sentía así, ni era lo que los relatos de Carolina me habían transmitido.

  • Ahora que ya hemos visto a la competencia, vamos a ver si encuentro el sitio donde solía ponerme – dijo haciendo un gesto con los ojos como si tratase de agudizar la vista - ¿Era por aquí? - preguntó en voz alta - ¡Joder, hace tanto que ya no me acuerdo! - exclamó contrariada - ¡Espera! - añadió al instante - ¡Es por ahí!

Giró al final de esa calle, tomando un camino de tierra que se adentraba en la arboleda. Unos metros más adelante, detuvo el coche tras unos arbustos y apagó el motor.

  • ¡Hemos llegado, Daniela! - exclamó poniendo una mano sobre uno de mis muslos desnudos, apenas cubiertos unos centímetros por la minúscula minifalda de cuero. Ese pequeño roce de su mano, me excitó más de lo que ya lo estaba por prostituirme. Deseé besarla, tocarla, lamerla. Era mi heroína. Quería ser como ella. Tener su experiencia, su seguridad y su capacidad para tenerlo todo bajo control. Y eso que aún no había visto nada. Aquella noche no sólo sería mi estreno en la prostitución de verdad, sino también la prueba de que había encontrado por fin a la puta a quien deseaba parecerme.

Carolina notó mi emoción cuando me tocó el muslo. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Nunca había estado con otra hembra, aunque siempre había querido probarlo. Ahora no tenía dudas, quería entregarme a ella por completo. Deseaba que me lo enseñara todo, aprender de su experiencia y sabiduría. El azul intenso de sus ojos me atravesó como un rayo, casi como si pudiera llegar a mi mente. La miré, con la respiración contenida por el cúmulo de sensaciones que se agolpaban en mi cerebro. Y me besó.

Cuando sentí sus labios rozando los míos sólo pude pensar en las miles de pollas que habían estado dentro de su boca. Metí la lengua y alcancé la suya. No era muy distinto a morrearse con un tío, pero me supo cien veces mejor. Nuestras bocas se atornillaron con las lenguas jugando una con la otra. Sentí el calor húmedo de su aliento al buscar su campanilla con mi lengua, pensando en los litros de semen que habrían corrido por aquella garganta. Lamí su paladar y nuestros dientes chocaron varias veces por la pasión y el desenfreno al que me empujaba mi creciente excitación.

Durante el par de minutos en que estuvimos comiéndonos la boca, sentí algo especial y único. Había hecho esto con mucho chicos, pero con ella, en mi primera experiencia con una mujer, algo hizo click muy dentro de mí. Por un momento no pensé en pollas, ni en prostituirme, ni en follar por todos mis agujeros. Olvidé qué estaba haciendo allí cuando la lengua de mi heroína se fundió con la mía. Deseé meter mi cara entre sus piernas y lamer sus agujeros, apretando sus nalgas entre mis manos. Deseé abrirme de piernas para que hiciera conmigo lo que quisiera. Comprendí entonces cuán adictiva era Carolina.

De pronto, se apartó de mí. Me sonrió mientras se pasaba la lengua por la comisura de los labios, relamiéndose la saliva de mi boca en la suya.

  • ¡Vamos al lío, nena! - exclamó. Acto seguido abrió la puerta del coche y salió con la bolsa que le había traído con ropa. Se apartó unos metros y, en la oscuridad, apenas si pude distinguir su figura borrosa mientras se cambiaba de atuendo.

Aquel momento de intimidad con Carolina me había dejado desconcertada. Sentí algo tan profundo que casi no puedo ni explicarlo. Quizás fuese la admiración que tenía por ella. O quizás la emoción de, por fin, entregarme a mi tan ansiado destino convirtiéndome en una verdadera puta. No sé qué fue pero algo había cambiado dentro de mí con aquel beso.

Traté de centrarme en lo que me disponía a hacer, sacando de mi mente ese instante de intimidad extrema con Carolina, pensando en que mi gran momento había llegado. Por fin iba a prostituirme. Llevaba tanto tiempo soñando con aquel momento que me sentía como esos atletas que consiguen una medalla olímpica y se echan a llorar cuando suenan los himnos en el podio. Estaba tan feliz como impaciente por empezar. Era maravilloso. Y más aún si todo aquello sucedía de la mano de Carolina.

  • ¡Ya estoy! - exclamó abriendo la puerta del coche y haciéndome un gesto para que saliese. Se colgó el bolso en el hombro y me cogió de la mano – Es por allí – me indicó guiándome en la oscuridad – Hay una rotonda poco iluminada cerca de aquí y, así, los coches a los que subamos pueden venir a este camino para estar tranquilos y apartados – me explicó mientras caminábamos de la mano por un pequeña rampa ascendente, no sin cierta dificultad debido a la plataformas y los tacones.

  • Te queda bien la ropa que te he dejado – dije cuando nos acercamos a la rotonda, tenuemente iluminada por una farola de amarillenta luz. La minifalda de cuero se ajustaba a sus curvilíneos muslos y se ceñía a su redondo y respingón trasero. La cazadora que le había prestado le daba un toque juvenil. No aparentaba más de treinta años, aunque superase la cuarentena. Manejaba con soltura las plataformas transparentes, pese a tener un par de tallas más de lo que calzaba. Era evidente que estaba acostumbrada a llevar ese tipo de zapatos, que yo sólo me había puesto para fantasear frente al espejo de mi habitación con el día en que me prostituyese en plena calle. Y ese día por fin había llegado.

  • ¡Es aquí! - exclamó al llegar a la pequeña rotonda - ¡Dios, cuántos recuerdos! - dijo en tono nostálgico – A la de coches que me habré subido justo en este sitio.

  • ¿Crees que pasarán muchos? - pregunté mirando a izquierda y derecha sin observar movimiento alguno – No parece que aquí haya mucha actividad.

  • Hace mucho que no vengo y no sé cómo estará el tema – se sinceró – pero ya has visto a las otras putas. Donde hay putas, hay puteros – dijo en tono jocoso - Además, antes he llamado a un amigo que tengo en la Policía y me ha dicho que sí, que sigue siendo un polígono de putas.

No había terminado la última frase cuando escuchamos el ruido de un motor. En la oscuridad se apareció un vehículo a gran velocidad, entró en la rotonda sin que apenas nos diera tiempo a reaccionar, cruzándola sin reparar en nosotras. Un instante después, frenó en secó unos veinte metros más adelante y dio marcha atrás hasta llegar a nuestra altura. Era un coche deportivo, con llamativas llantas, color brillante y cristales traseros tintados. La ventanilla del acompañante se bajó y el rostro de un chico de no más de veinte años se asomó mirándonos de arriba a abajo, tras unas llamativas gafas de sol.

  • ¿Cuánto? - nos dijo quitándose las gafas.

  • Veinte chupar; treinta follar – se adelantó a responder Carolina, al tiempo que se acercaba al coche.

  • Veréis … llevamos ahí atrás a un amigo que hoy es su cumpleaños … y … bueno … hemos estado de cañas y se nos ha mareado un poco – explicó como si estuviera improvisando una historia - … y veréis … queremos seguir la fiesta pero … pero … bueno ... a ver … que le ha dejado su novia hace poco y …

  • No necesitamos explicaciones, nene – le dijo Carolina, acariciándole la mejilla con su largas uñas – Entre las dos lo ponemos a tono para que se olvide de la niñata esa y conozca a un par de mujeres de verdad – dijo con picardía – Mete el coche en ese camino y por treinta pavos le hacemos ver las estrellas.

El tipo se quedó como hipnotizado por las palabras y los gestos de Carolina. Le susurró algo al conductor, que siguió sus indicaciones. Seguimos al vehículo unos metros por el camino que acabábamos de recorrer en sentido contrario hasta que se detuvo y apagó las luces y el motor. ¡Había llegado el momento! Mi primer cliente. La ilusión me desbordaba y sentí el nerviosismo en mis piernas, que me temblaban mientras trataba de progresar por el irregular camino de tierra subida a unas plataformas con tacones de 15 centímetros. Carolina me cogió de la mano mientras nos acercábamos al coche, ya estacionado en el margen del camino. Sentí su seguridad y su experiencia cuando su mano apretó la mía. Por fin había llegado el momento de ser una puta de verdad. Atrás quedaban las mamadas en los aseos del instituto, los revolcones en los parkings de las discotecas o las inolvidables tardes follando con mis hermanos en mi propia habitación. Esto sí era ser una puta de verdad. Sabía que estaba a punto de iniciar un camino sin retorno, que nada después de aquella noche sería igual, que no podría volver a hacer mamadas en los servicios de una cafetería a cambio de una Coca-Cola, como aquella misma tarde me había ocurrido. Sólo deseaba que, dentro de veinticinco años, pudiera estar en el lugar que ahora ocupaba mi maestra Carolina, guiando quién sabe si a mi propia hija a su primer servicio como puta, con la misma seguridad y experiencia que ahora me transmitía Carolina. El conductor y el de las gafas de sol salieron fuera.

  • Está de bajón, el pobre – dijo mientras le daba a Carolina los treinta Euros pactados – Tratadlo bien.

  • No te preocupes, nene – dijo con soltura Carolina al tiempo que cogía los dos billetes – Nosotras nos encargamos – añadió guiñándole un ojo. Yo quería intervenir, decir algo ingenioso y excitante, con la misma seguridad que mi maestra; pero estaba tan emocionada e impaciente que no se me ocurría nada – Tú sube por allí – me ordenó indicándome una de las puertas traseras, mientras ella se introducía en el coche por la del lado opuesto.

  • ¡Hola, nene! - exclamó una vez en el interior y directamente poniendo una mano sobre su entrepierna. El tipo era un joven de la misma edad que los otros dos y parecía bastante bebido - ¿Tienes mal de amores? - añadió Carolina en tono jocoso mientras le masajeaba el paquete.

  • Zí, lazz mujerezz … lazz mujerezz … zzzon … ¡veneno! - exclamó visiblemente borracho.

  • Eso son las niñatas con las que os juntáis los chicos de vuestra edad – dijo Carolina, desabrochándole la bragueta - ¿Nosotras te parecemos veneno? - añadió con tono ingenuo al tiempo que se abría la cremallera de la cazadora y se sacaba las tetas por debajo del jersey. Se las puso en la cara, mientras me hacía un gesto para que yo hiciese lo mismo.

El tipo puso una mano en cada teta, sonriendo como un niño feliz. Era el momento de participar activamente. Le acerqué mis tetas y se las restregué por la cara. Le metí un pezón en la boca, que succionó como un lactante haría con las de su madre.

  • ¡Eso es, Daniela! - me susurró Carolina, mientras le sacaba la polla de las calzoncillos. No la tenía aún dura del todo, supongo que por el exceso de alcohol (o incluso otras sustancias), y comenzó a meneársela - ¡Dale tetas mientras yo se la chupo!

El cumpleañero dio un respingo cuando Carolina se metió su polla en la boca y comenzó a mamársela. Tomé su mano y la llevé bajo mi falda ofreciéndole mi coño. Lo acarició lentamente. Carolina se dio cuenta de mi maniobra y me hizo un gesto de aprobación, sin dejar de chupar.

  • ¡Qué buenazz zzoiz! - exclamó el chico – Vozotraz zí que zzoiz buenaz mujerez – acercó a balbucir.

  • ¡Chúpasela tú un ratito, que voy a buscar un condón en mi bolso – me indicó Carolina. Deshice la postura y me coloqué entre las piernas del chico para comenzar a mamársela. Lo hice como había leído a Carolina narrar en sus relatos: de un golpe seco en la garganta hasta hacerla desaparecer en mi boca.

  • ¡Arrrrggg! - exclamé al clavarme el rabo en la garganta. La polla ya estaba dura y la mamé lo mejor que supe durante un par de minutos, mientas el tipo gemía de placer y esgrimía frases ininteligibles.

  • ¡Muy bien, nena! - me dijo Carolina con un condón entre las manos. Con un movimiento rápido y ágil, casi como si se tratase de un truco de magia, extrajo el condón de su envoltorio y, sacándome la polla de la boca, se la enfundó con el preservativo - ¡Rápido! - exclamó - ¡Cálzatelo ya, antes de que se le ponga morcillona otra vez! Va tan mamado que se le bajará enseguida.

  • ¡Sí! - obedecí, sentándome a horcajadas sobre el tipo desparramado en los asientos traseros. Le puse las tetas en la cara y le apreté la cabeza contra mi pecho, mientras Carolina dirigía la polla hacia mi coño.

  • ¡Ya está dentro! - exclamó Carolina, al tiempo que sentí la polla atravesando mis entrañas.

Sin perder un momento, comencé el vaivén de mis caderas para favorecer el escaso empuje del tipo, borracho y sin fuerzas. Tenía que follármelo yo, estaba claro. Botando sobre su polla me sentí genial, en la cima del mundo y pensé en todo lo que me había pasado aquel día. Hacía apenas unas horas sólo era una chica con la ilusión de ser puta, que hacía mamadas y follaba con compañeros, vecinos y conocidos a cambio de un simple refresco o, en la mayoría de las ocasiones, sin recibir más contraprestación que una corrida en la boca. Casi sin poder asimilar que había contactado por e-mail y por wassap unos días antes con la mujer más maravillosa del mundo, quien a través de sus relatos me había mostrado que la prostitución puede ser una profesión apasionante, se presenta a mí y me guía hacia mi primer día como prostituta. ¿Podía sucederme algo mejor en la vida? Había seducido a un desconocido en una cafetería y me lo había follado en los baños por 20 Euros mientras su novia esperaba sentada sin sospechar nada. Me pagó por follar como también me pagó aquel vejete calvo y gordinflón dos meses atrás, pero no podía considerarlos auténticos clientes. Mi mente los clasificaba como pequeños retos para demostrarme a mí misma que podía ser una buena puta. Después, me había besado (¡y qué beso!) con la puta más perfecta y adictiva que había en el mundo entero. No conocía en persona a ninguna otra puta, la verdad sea dicha; pero todo lo que hacía Carolina me parecía magistral: cada comentario, cada gesto, cada decisión que tomaba … era la Diosa de las putas. Y ahora estaba en el asiento trasero de un coche, cabalgando sobre la polla de un desconocido mientras esa Diosa me guiaba con mi primer cliente. ¡Mi primer cliente! ¡Joder! ¡Qué ilusión! Por fin lo había conseguido. ¡Ya era una puta de verdad!

Estos pensamientos que recorrieron mi cerebro en apenas unos segundos no hicieron sino espolearme para follar con más pasión y entrega. Sin sacarme la polla del coño, me coloqué en cuclillas, apoyando mis plataformas sobre los asientos del coche, una a cada lado del tipo, y comencé el mete-saca con ritmo creciente, al tiempo que restregaba mis tetas por su cara.

¡Muy bien, nena! - me halagó Carolina - ¡Eso es! Demuestra lo puta que eres – me susurró mientras acompañaba el movimiento con sus manos en mi trasero – Tienes un culazo tremendo – añadió apretando mis nalgas.

Los cristales del coche estaban totalmente empañados por el calor que desprendían nuestros cuerpos en plena acción. Mientras yo continuaba con el mete-saca, Carolina se colocó entre las piernas del tipo y comenzó a lamerle los huevos. Podía ver su cara a través del ligero hueco que quedaba entre los asientos y mi entrepierna.

  • ¡Pzzzzz! ¡Sluuurp! - jadeaba mi primer cliente intentando meterse uno de mis pezones en la boca. Fue entonces cuando un escalofrío de placer recorrió mi cuerpo. No me estaba corriendo, sino que Carolina había metido su lengua en mi ano y lo lamía mientras acompañaba el ritmo de la follada.

  • ¡Ahh! - exclamé. Era la primera vez que una mujer me hacía algo así. Y no era una mujer cualquiera. Era mi maestra, por lo que el subidón de excitación fue inmediato. Había hecho muchas dobles penetraciones coño-culo con mis hermanos, pero nunca me habían comido el culo mientras follaba por el coño. Carolina empujó mi trasero hacia arriba, de tal forma que la polla salió de mi interior y, de inmediato, me pegó un lenguetazo desde el clítoris hasta el ano, volviendo a meter la lengua dentro al tiempo que, con una mano, meneaba la polla de cliente - ¡Diosssss! - exclamé de placer al sentir cómo recorría toda mi entrepierna.

  • ¡Me toca! - exclamó empujándome hacia un lado para poder ocupar mi lugar sobre la polla del tío y comenzó a cabalgar sobre él con ritmo ágil. Quise imitarla haciendo algo que había visto en tantas y tantas escenas porno con las que me había masturbado. Quería lamer su culo y su coño, como ella acababa de hacerme. Y quería chupar la polla de aquel tipo recién salido de su chocho, para poder saborear en ella sus flujos vaginales. Así lo hice.

  • ¡Aaaaahhh! ¡La-la-la-la-la! ¡Arrrrggg! - salió de mi boca cuando, en idéntica postura que ella unos segundos antes, alcance su agujero trasero con mi lengua. Separé sus carnosas nalgas y metí la lengua dentro. No pude evitar pensar, como cuando nos habíamos besado apasionadamente, en que no estaba lamiendo el trasero de una mujer cualquiera, sino el de una puta que había follado por ese agujero miles de veces. “¿Cuántos tíos se habrán corrido aquí dentro, justo donde ahora tengo la lengua?”, pensé imaginando que algún día podría estar en esa misma postura capturando la lefa recién exprimida de una polla que se hubiese corrido dentro de su ojete. Estaba a punto de correrme sólo con pensar en el maravilloso futuro que me aguardaba. Aquel culo sabía a sexo, a vicio y a prostitución. No podía dejar de lamerlo. El culo de Carolina también era adictivo.

  • ¿Todo bien por aquí adentro? - interrumpió uno de los chicos abriendo la puerta subrepticiamente - ¿Cómo vas, amigo? - preguntó dirigiéndose hacia el cumpleañero.

  • ¡Zzzon genialez … eztaz putaz zon genialezzz! - balbució entre gemidos.

  • Hacemos lo que podemos. Está muy mamado – explicó Carolina, sin detener el mete-saca sobre el tipo.

  • ¡Venga, no tardéis … que fuera hace mucho frío! - añadió cerrando la puerta.

  • ¡Vamos, machote! Te toca empujar a tí, que si no no te vas a correr nunca – indicó Carolina deshaciendo la postura.

  • ¡Vale – dijo el cliente tratando de incorporarse - ¿A quién zze la meto?

  • ¡A mí! - me anticipé a Carolina. Me despatarré sobre el asiento trasero y el tipo se metió entre mis piernas, inclinándose sobre mí y comenzó a empujar en mi coño. Sentí su aliento en mi rostro, mientras trataba de besarme sin mucho acierto, babeándome por el cuello. Con una mano me sobaba una teta y con la otra me rodeaba por la cintura. Apreté su cabeza contra mí, orgullosa de lo que estaba haciendo, y miré a Carolina, que me contemplaba con una ligera sonrisa en los labios. Volvió a besarme. Y me corrí.

Con su lengua en mi boca, la polla del cliente empujando en mi interior, babeándome el cuello y sobándome las tetas, no pude contenerrme. Estaban siendo demasiadas situaciones excitantes como para no dejarme llevar por un momento. Carolina lo notó, seguro. Pero no dejó de mordisquearme los labios y lamerme la boca mientras el clímax se apoderaba de mi. Cerré los ojos y experimenté el orgasmo más maravilloso que había tenido hasta ese día. Sentí que perdía el conocimiento, que tanta excitación después de lo que había esperado para estrenarme en la prostitución, me llevaba al desmayo. Pero no fue así. En seguida tomé conciencia de que mi orgasmo no importaba, sino el cliente al que debía satisfacer al máximo. Yo estaba allí para darle placer a él, y no para disfrutar, aunque me resultase inevitable gozar como una perra. “Soy una puta, soy una puta, soy una puta, … “, repetí mentalmente una y otra vez para recuperarme del orgasmo cuanto antes y volver a la acción al cien por cien de mi capacidad.

  • ¡Vamos, sigue, fóllame así! - le animé para que sacase toda la leche que tenía en los huevos.

  • ¡Sí, cabrón, fóllatela! - le espoléo Carolina - ¡Destrózala con tu pollón! Se merece tu leche, capullo … se la ha ganado. ¡Dásela ya!

El ritmo de la follada era cada vez más intenso. El tipo jadeaba, casi sin respiración, sin parar de sobarme las tetas. Estaba sudando. Todos sudábamos por el calor que habíamos generado en el interior del coche. Carolina bajó ligeramente una ventanilla para descargar un poco el ambiente. Pude sentir con alivio el gélido aire de Diciembre en mi rostro, mientras el cliente seguía empujando en mi coño. Temí que no pudiera correrse por haber bebido tanto. Sin embargo, unos segundos después pude sentir las contracciones de su polla, a pesar del látex del condón, que anunciaban lo inevitable.

  • ¡Me corro! - exclamó llegando a un punto en que detuvo el mete-saca quedándose inerte sobre mí con su polla dentro de mi coño.

  • ¡Feliz cumpleaños, nene! - exclamó Carolina.

  • ¡Felicidades! - añadí yo, invitándole con un empujoncito a que saliese de mi interior. El tipo se dejó caer sobre los asientos, cerrando los ojos, como si estuviera a punto de caer dormido.

Carolina me hizo un gesto de aprobación por mi actuación, se recolocó la ropa y salió del vehículo. La imité. ¡Qué frío hacia afuera! Fue como salir de una sauna. Me noté sudada y babeada por aquel tipo; cosa que a cualquier mujer le hubiera hecho sentir rechazo o asco. En cambio, para mí era la mejor prueba de que ya era una auténtica puta. Caminé orgullosa y feliz hacia los dos amigos que, apartados unos metros, fumaban un cigarrillo.

  • ¿Ya? - dijo uno de ellos.

  • Lo hemos dejado seco – dijo Carolina con tono simpático.

  • ¿Seguro que se ha corrido? - preguntó el otro.

  • Compruébalo tú mismo – respondió con seguridad mi maestra – Aún tiene el condón puesto.

  • Ah … vale .. pues entonces … nos vamos ya.

  • ¿Soléis poneos por aquí? - preguntó el de las gafas llamativas – Nunca os había visto.

  • Hace tiempo que no vengo – contestó Carolina – Pero creo que mi amiga va a frecuentar esto mucho, ¿verdad?

  • Sí, podréis encontrarme en esta misma rotonda todas las noches – me atreví a decir, sin ni siquiera saber cómo iba a poder hacerlo. Sin coche, sin la mayoría de edad, con toque de queda en casa, … Pero tenía claro que era lo que más deseaba en ese momento: poder pasar todas las noches de mi vida en aquella rotonda poligonera subiendo a coches de desconocidos para hacerlos felices durante un rato a cambio de unos Euros.

  • No hay putas como vosotras por aquí – dijo uno mientras apagaba la colilla de su cigarrillo, aplastándola con el pie.

  • Entonces, ¿os vais ya? - dijo Carolina con tono ingenuo - ¡Vaya mierda de cumpleaños donde solo se lo pasa bien el cumpleañero! Nosotras queremos soplar las velas … - añadió con gesto vicioso con la lengua en una de sus mejillas para dejar claro que se refería a hacer mamadas - ¡Por quince pavos os hacemos una limpieza de bajos a cada uno!

  • ¿Quince los dos? - replicó al instante uno, mostrando su interés por la transacción que proponía mi maestra.

  • Quince cada uno – respondió Carolina.

  • Veinte los dos – ofreció el otro, sacando un billete azul del bolsillo.

  • ¿Tú qué dices, nena? - me preguntó - ¿Le hacemos una mamadita por diez Euritos para cada una?

  • Por mí sí – respondí impaciente por meterme la polla de cualquier de ellos en la boca.

  • ¡Venga esa billete! - exclamó Carolina arrebatándoselo de la mano y caminando de nuevo hacia el coche. Abrió la puerta y miró dentro – Vuestro amigo está sobado. Os las chupamos aquí fuera, si no os importa.

Los dos tipos se apoyaron en un lateral del coche mientras Carolina y yo, en cuclillas frente a ellos, les bajamos los pantalones y sacamos sus respectivas pollas, esta vez totalmente erectas. Era obvio que no iban tan bebidos o colocados como su amigo. Mientras chupábamos sus pollas, volvieron a mi cabeza los pensamientos recurrentes de aquella noche. Si antes deseaba ser puta, ahora que lo había probado, lo deseaba aún más. Miré a Carolina, mi maestra, con la polla de aquel desconocido metida en su boca, meneándola al tiempo que la chupaba, restregándose el capullo por los labios y mordisqueando el glande. En cuclillas, con unas altísimas plataformas y una minifalda que apenas si le cubría el trasero. Su melena rubia se mecía ligeramente con cada movimiento de cabeza. Cogía la polla desde la base, presionando ligeramente los huevos, y la engullía por completo. Sabía que había hecho porno y al verla comprendí por qué: era precioso contemplar con qué dedicación y sabiduría chupaba una polla. Carolina era un tutorial en persona de cómo ser una puta. Verla en acción también era adictivo.

Sabía comer una polla. Había chupado cientos. Pero el estilo de Carolina era único y especial, de ahí que casi inconscientemente tratase de imitarla. Chupamos durante un par de minutos cuando Carolina propuso que cambiásemos. Los dos agradecieron la propuesta con halagos hacia nosotras, comentando lo bien que chupábamos. Me gustó mamar una polla recién chupada por Carolina. Advertí el sabor de su saliva mezclado con el salado del líquido preseminal. Mamé sintiéndome feliz, haciendo lo que había nacido para hacer y sabiendo que por fin podía decir con orgullo que ya era una puta.

Tras el cambio de parejas, no tardaron en correrse. Ni siquiera pensamos en los condones. Al menos, yo no. Todo era tan excitante que me dejaba llevar sin pensar mucho. Al que se la chupaba se corrió en mi boca y, sin pensarlo, me tragué su semen y le limpié la polla de cualquier resto de la mamada, como siempre había leído a Carolina que una buena puta debe hacer. Lo disfruté tanto que ni si quiera me di cuenta de que Carolina hizo lo propio, casi al mismo tiempo que yo.

En menos de media hora, me había comido tres pollas distintas, había follado con uno y me había tragado la lefa de otro. Todo por 50 Euros a repartir entre las dos. Seguramente en los baremos del gremio, aquello era tirar los precios; pero a mi me pareció un precio justo por lo que había hecho. No sólo era una puta, sino que era una puta barata; lo cual me hacía sentir aún más sucia y depravada, pero también más feliz y completa.

Los dos tipos se subieron al coche y se macharon, mientras Carolina y yo nos relamíamos de la corrida que nos habíamos tragado cada una. Regresamos a la pequeña rotonda. Carolina me decía algo, pero no podía hacerla caso. Estaba tan feliz y tan emocionada que no podía dejar de escuchar una voz interior que me repetía “ya eres una puta, Daniela … por fin eres una puta”.

Apenas pasaron unos minutos, en los que yo trataba de contener mi entusiasmo por todo lo que me estaba sucediendo, para no parecer una niñata inexperta ante Carolina, otro coche paró junto a nosotras. Esta vez, mi maestra dio la vuelta al vehículo hasta situarse a la altura del conductor, que bajó la ventanilla.

  • ¡Genaro! – exclamó.

  • Hola, Carol – dijo el individuo en cuestión, un tipo de unos sesenta años, mirándola de arriba a abajo - ¡Joder, nena … no pasan lo años por tí! - exclamó – Estás igual que hace … ¿cuánto?

  • Llevo casi diez años sin venir por aquí – explicó – La última vez estuve con mi sobrina. Con Baby … ya sabes – dijo insinuando que él debería conocerla.

  • ¡Ah, sí … tu sobrina! - exclamó – Ya me acuerdo. De pronto, se hizo un pequeño silencio. Se miraron fijamente. Era evidente que él quería follar.

  • ¿Subo? - interrumpió Carolina el incómodo silencio, con su descaro habitual.

  • Para eso he venido – concluyó él con una sonrisa, mezcla de lujuria y deseo.

Carolina regresó hasta mi posición, en el lado contrario del coche, y me dijo:

  • Este es el madero del que te hablé antes, el que nos debe proteger si pasa algo – explicó – Es un viejo “amigo” – dijo haciendo el gesto de las comillas con los dedos – Te voy a dejar un rato sola. Pórtate como tú sabes, Daniela … como me has demostrado con los tres de antes – me dijo acariciándome el brazo con su mano, como si quisiera darme confianza y seguridad en mí misma – No tardaré. A este lo despacho en quince minutos como máximo – concluyó subiéndose al coche, que se puso en marcha al instante, dejándome por primera vez sola en toda la noche. No volví a verla hasta un par de horas después

Continuará ...