Daniela quier ser puta.
He recibido este e-mail de alguien que me confiesa que quiere ser puta.
DANIELA QUIERE SER PUTA.
Hace unos días recibí este e-mail en mi dirección de correo agosto10carol@yahoo.es , que quiero compartir con todos vosotros. Tenía alguna que otra falta de ortografía, que he tratado de corregir, y no estaba estructurado en párrafos separados. Por lo demás, está tal cual lo recibí. Es el siguiente:
“Querida Carolina:
Te escribo este e-mail con la esperanza de que lo leas y de que me respondas. Mi situación es desesperada y necesito tu consejo y, si así lo estimas oportuno, tu ayuda.
Creo que lo más indicado es que me presente. Me llamo Daniela y nací el 30 de Diciembre de 2.000. Y la situación que te quiero comentar, y para la que te pido consejo y ayuda, es porque quiero ser puta. Me encantan las pollas, chuparlas, follar por el coño y por el culo, y que se corran sobre mí, especialmente en la boca. Como te voy a narrar a continuación, he follado bastante estos años atrás, pero no es suficiente para mí. Necesito sentirme un objeto sexual, un trozo de carne al servicio de los hombres, que me follen y que hagan conmigo toda clase de guarradas. Y que todo eso sea a cambio de dinero, me excita de tal forma que no quiero otra cosa en esta vida. Quiero prostituirme, tal y como cuentas en tus relatos. ¡Lo deseo! ¡Lo necesito! Fue una suerte encontrar tus historias en Internet y ver que hay alguien más que se siente como yo, que no soy la única con esta especie de depravación que me nace desde lo más profundo de mi ser. No quiero seguir estudiando, ni quiero encontrar un trabajo “normal”, ni quiero casarme y tener hijos. No quiero malgastar mi vida así. Quiero ser puta. Chupar pollas y follar todos los días con desconocidos. Hacer la calle. Prostituirme en un burdel o en una esquina. Me da igual. Pero quiero que los hombres me deseen como para pagar dinero por pasar un rato conmigo. Solo así me sentiré realizada y completa.
No sabría explicar cómo y cuándo nació este impulso en mi interior. Creo que nací así. Siempre sentí curiosidad por el sexo y los genitales masculinos. Recuerdo espiar a mis hermanos mayores cuando orinaban para ver sus pollas. Sentía la necesidad de tocarlas, aunque no lo hice hasta años después. Recuerdo que hablaban de chicas entre ellos, de las tetas de no sé qué compañera de clase o del culo de determinada actriz o cantante. Deseaba provocar ese deseo en los chicos ese deseo. Me encantaba imaginar que mis compañeros de clase hablaban de mí como mis hermanos hablaban de esas otras chicas. Decían que se hacían pajas pensando en ellas. Ni siquiera sabía lo que era una paja. Lo descubrí años más tarde, cuando sorprendí a uno de ellos masturbándose en su habitación mientras veía una revista. Encontré esa revista después y lo que vi en ella me dejó tan perpleja como obsesionada. Fueron las primeras imágenes pornográficas que presencié en mi vida. Había mujeres preciosas con cuerpos voluptuosos haciendo cosas inimaginables para mí en ese momento. Chupaban pollas enormes, se las metían por el coño y por el culo, las aprisionaban entre sus tetas y recibían en su boca la leche de aquellos enormes cipotes. Sus rostros no eran de dolor o de vergüenza por hacer algo prohibido o sucio, sino todo lo contrario. Parecían orgullosas y felices de meterse aquellos trozos de carne de macho en todos sus agujeros. Instantáneamente quise hacer todo aquello. Imitar a aquellas diosas esculturales que disfrutaban tanto con esos rabos en su interior.
No pude contenerme y corrí al frigorífico a buscar algo que se pareciese a una polla. Quizás así perdí la virginidad. No tuve tanta suerte como tú, Carolina, que lo hiciste follando con varios compañeros del colegio y de la mano de tu propia hermana, que te aconsejaba y te ayudaba a sentirte como una fulana desde el primer día. Yo tuve que hacerlo sola. Aquel día fue una zanahoria, que chupé y me metí por el coño y por el culo, imaginando que se trataba de una de aquellas enormes pollas de la revista. Durante meses, a diario, repetí aquello con calabacines, con pepinos y hasta con el mango de una raqueta de ping-pong que conseguí meterme en el coño hasta la paleta.
No te quiero aburrir entrando en detalles de cómo y cuándo pasé de los calabacines y las zanahorias a las pollas de verdad. Baste decirte que fue con mis hermanos gemelos, dos años mayores que yo. Desde que chupé sus pollas y me follaron, enloquecí absolutamente y ya no pude parar. Me metía en sus camas de madrugada para hacerles una mamada o me follaban por turnos en el cuarto de baño de casa, vigilando para que no ser sorprendidos por nuestros padres.
No había día en que no me follasen y cada vez hacíamos cosas más guarras, inspirados en videos porno que buscábamos en Internet. Dobles penetraciones, follarme la boca o mamadas dobles. Mis agujeros se habían acostumbrado a los objetos con que me masturbaba, cada vez más gordos y contundentes, de forma que desde el primer día en que me follaron, no sentí ningún dolor ni tuve que esforzarme en albergar sus pollas adolescentes, ni en el coño ni en el culo. Solo sentía placer y excitación. Era genial cuando jugaba con sus pollas, meneándolas y chupándolas, estudiando cada pequeño detalle, cada pliegue de su piel, o cada reacción de sus pollas ante cada estímulo. Las restregaba contra mi cara y contra mis pezones erectos, las besaba y lamía, las succionaba entre mis labios y las acariciaba y meneaba antes de metérmelas en el coño o en el culo. Aprendí a embadurnarlas de saliva para que luego se deslizasen mejor por mis agujeros.
Siempre estaba disponible para ellos y experimentaban conmigo todo aquello que veían en páginas porno en Internet. Probábamos cualquier cosa, tratando de imitar a los actores y actrices que las protagonizaban. Cuanto más guarro, más me excitaba y más me apetecía intentarlo. Me encantaba cuando uno de ellos me sujetaba la cabeza mientras el otro me follaba la boca, metiéndome la polla hasta la garganta. Las primeras veces, me faltaba el aire y me atragantaba; pero enseguida aprendí a acompasar la respiración para no ahogarme con una polla incrustada en la boca hasta los huevos. Además, cuando no follaba con mis hermanos, siempre estaba practicando con cualquier objeto que se pareciese a una polla. Se corrían en mi cara o en mi culo, para evitar que me quedase preñada. A veces lo hacían sobre el suelo y yo lamía su lefa y me la tragaba. Hasta una vez me la echaron en los ojos, porque lo habíamos visto en una escena. Escuece un poco, pero es excitante. Otras veces, usábamos condón. Entonces sí se corrían dentro de mi coño, pidiéndome luego que me tragase la lefa del interior de los condones. Cuando lo hacían sobre mi cara, corría ante el espejo para ver lo guapa que estaba con su lefa resbalándome por las mejillas y por la barbilla.
Fueron meses excitantes, imaginando cada día en clase lo que mis hermanos me harían al llegar a casa después del instituto. Una de aquellas tardes, follando como locos y experimentando cosas nuevas, fue cuando uno de mis hermanos me llamó puta por primera vez. Recuerdo que me estaba dando por el culo, a cuatro patas, mientras se la chupaba a mi otro hermano, y se excitó tanto que comenzó a decirme “¡puta, sólo vales para follar!”. Lejos de disgustarme, de parecerme un insulto o de ofenderme, me encantó. Me sentí especial al pensar que sólo valía para follar. No quería valer para nada más. Follar era lo único que quería hacer en la vida y si eso significaba ser una puta, pues es lo que sería.
De pronto, términos que siempre me habían dicho que eran prohibidos o feos, se transformaron en atractivos. Palabras como follar, polla, coño, mamada, ramera, golfa o puta. Palabrotas, que mis padres nos tenían prohibidas a mis hermanos y a mí desde pequeños. Ahora me sonaban tan bien que me las susurraba en la soledad de mi habitación mientras me metía alguna hortaliza por el coño y les pedía a mis hermanos que las usasen conmigo cuando follábamos. Quería escucharlas a todas horas. Puta. ¡Joder, qué despectiva me había sonado siempre y ahora sentía que me definía mejor que ninguna otra palabra!
Cada vez me trataban de forma más ruda y directa. Follábamos sin apenas preliminares, sin tocarnos ni besarnos. Íbamos al grano desde el principio. ¡Pollas fuera … y a mamar y a follar! Me encantaba ser su juguete sexual al que podían usar a su antojo cuando quisiesen sin preguntarme si me apetecía o no porque ya sabían que siempre quería follar, comerles la polla o que se corriesen en mi culo o en mi boca. A veces, sabedores de que no podía estar ni un solo día de mi vida sin calzarme sus rabos en cualquiera de mis agujeros, se negaban a complacerme sólo para que les rogase que me follaran. “¡Suplica, zorra!”, me decían. “Pide que te follemos” . Y así lo hacía, desnuda y de rodillas: “por favor, folladme. Necesito vuestras pollas dentro de mí. Necesito vuestra leche caliente en mis agujeros”. Me encantaba suplicar por mi dosis diaria de polla y de lefa. No me parecía una humillación, ni mucho menos; sino una manera de constatar que era una puta adicta a sus pollas.
Aquello duró unos cuatro o cinco meses. Cuando acabó el curso, mis padres mandaron a mis hermanos a un campamento de Verano en Irlanda y, acto seguido, a estudiar a Estados Unidos. Y se me acabó el chollo. Me había acostumbrado a follar a diario, en mi propia casa, siempre que me apetecía. Fue duro. Pasé semanas masturbándome a todas horas, pensando en las pollas de mis hermanos, en el placer que me habían dado durante aquellos meses y en lo bien que me había sentido siendo su puta. Navegaba por Internet, buscando siempre contenido pornográfico y masturbándome cada vez con objetos más grandes que dilatasen más y más mis agujeros. Así fue cómo llegué hasta tus relatos, Carolina. Los leí y releí una y otra vez, sintiendo que había alguien como yo, que se sentía una puta de los pies a la cabeza y que sólo quería una cosa en la vida: follar.
Traté de emularte con aquello de ser la puta del colegio. En mi caso, del instituto. De cierto modo, lo conseguí. Pero ni mucho menos en la forma y manera que narras en tus relatos. No contaba con la colaboración de mis padres y, obviamente, no podía traerme a casa a tíos para follar con ellos. Tampoco podía vestirme como una guarra, como sí te permitía tu madre hacer a ti. Nada de minifaldas, pantalones ajustados, escotes o tacones. Sólo el aburrido uniforme reglamentario. Me contentaba vistiéndome con la ropas más ajustadas y descaradas que tenía en mi armario para fantasear con ello en mi habitación, mirándome al espejo e imaginándome en un burdel o en una rotonda captando clientes. Mamaba alguna que otra polla y echaba algún polvo de vez en cuando. Pero nada de orgías a diario, de dobles penetraciones o de tíos haciendo cola para meterse en los baños del instituto conmigo para llenarme la boca de lefa. No me faltaban pretendientes, es cierto. Pero para meterme mano, darnos unos morreos o, como mucho, hacerles alguna paja. Insuficiente para una viciosa como yo. Sólo me sentía feliz cuando mis hermanos venían de visita durante las vacaciones escolares de Navidad y Verano, recuperando nuestras sesiones diarias de sexo a tope.
Tampoco encontré a una amiga especial con quien compartir todo esto que me estaba pasando. No hubo ninguna Susi en mi vida. Durante un tiempo me resigné a vivir así, liándome con algún chico de vez en cuando, haciendo alguna mamada y echando algún polvo. Aún así, era mucho más de lo que cualquiera de mis compañeras de clase hacía. Me despreciaban porque sabían que era “facilona” y que me liaba con cualquiera. En cambio, para mí eso distaba mucho de lo que deseaba, máxime después de haber follado a diario con mis hermanos y de leer en tus relatos el éxito con el que te habías prostituido en tu colegio.
Había temporadas en que me sentía culpable por ser así, por estar pensando todo el día en follar y en chupar pollas. Encontré el término “ninfómana” en Internet, tratando de entender por qué era así, por qué mi mente me impedía pensar en otra cosa que no fuese el sexo y por qué sentía un ardor en mi interior que me empujaba a cometer cualquier locura con tal de conseguir follar y chupar pollas, a pesar de que nunca me saciaba con ello. Lo trataban como una enfermedad o disfunción. ¿Eso es lo que era? ¿Una enferma? Y … ¿cómo solucionarlo? ¿Contándoselo a mis padres para que me llevasen a un especialista? ¿Qué les podría decir? “Papá, mamá … tengo un problema: me encanta follar y chupar pollas. No pienso en otra cosa” . ¿Esa era la manera de solucionar lo que me estaba pasando? Pero, la pregunta más importante era: ¿quería solucionarlo o lo que quería era lanzarme a la vorágine de tener sexo a todas horas con cualquiera?
Por eso habían semanas, incluso meses, en que me sentía tan mal conmigo misma que trataba de no pensar en ello, de ser una chica más del montón, centrarme en los estudios, no buscar porno en Internet para masturbarme como una posesa y no pensar en mi misma de rodillas rodeada de tíos con la polla fuera para mi disfrute. Contenerme no era fácil y, a pesar de intentarlo con todas mis fuerzas, lo cierto es que muchas noches no podía dormir sin hacerme una paja con cualquier objeto que tuviera a mano.
Con el tiempo, poco a poco, fui dejando de lado la idea de una vida pura, virtuosa y alejada del sexo. Lo que me nacía dentro era tan fuerte que no podía contenerse. Así que volví a quedar con algunos compañeros del instituto y, en realidad, con cualquier que mostrase interés por mi.
Una vez que asumí que la idea de la contención no era posible, me dejé llevar. El primer año en que mis hermanos estudiaron en Estados Unidos, y sin contarlos a ellos cuando venían de viaje, sólo follé treinta y dos veces, con sus correspondientes 32 mamadas. Las contaba. Incluso apunté cada encuentro sexual en una libreta. Pero sólo 32 polvos … ¡en todo un año! Cuando tú en tus relatos echabas treinta y dos polvos en una semana. Y solo dos veces me follaron el culo. Lo que peor llevaba era lo de la lefa. Necesitaba que se corrieran dentro de mí, especialmente en la boca. De cierto modo podía sustituir las pollas a la hora de follarme, pajeándome con todo tipo de objetos para, al menos, paliar mis necesidades de polla en el coño y en el culo. Pero la lefa no podía sustituirla. De esos 32 encuentros sexuales en todo un curso, apenas la mitad se corrieron en mi boca.
No soy tonta y puedo entender que cualquier chica que cuente que con esa edad folló 32 veces y se tragó la lefa de 16 tíos, pueda parecer de una precocidad espeluznante, pero para mí eso no es nada. Necesitaba follar 32 veces al día, no al año.
Mi último año en el instituto mis números mejoraron algo porque empecé a tirarme con regularidad a un profesor particular de inglés que mis padres me pusieron ante mis decrecientes notas escolares. Además, mi fama de puta era ya de sobra conocida en todo el instituto, y eso me permitió quedar con más chicos que el año anterior. Por otra parte, ya pasaba a alguna discoteca los fines de semana, incluso en horario nocturno, lo que me permitían chupar alguna polla más en los baños o echar un polvo en algún rincón oscuro. A cambio, me invitaban a copas y me daban pases gratis para otras discotecas. Mis padres me dejaban salir solo un día del fin de semana, así que intentaba aprovecharlo a tope y liarme con al menos un par de tíos por noche, con los que solía repetía en otras ocasiones.
Hasta una vez conseguí hacer un trío con un par de tíos algo más mayores que me piropearon a la salida de una discoteca. Acabé a cuatro patas en un parking, chupándosela a uno mientras el otro me daba por detrás, turnándose en mis agujeros un par de veces hasta que se corrieron los dos en mi boca. Fue la primera vez que realmente me sentí bien follada, con excepción de las visitas de mis hermanos. Pero claro, es que me habían mal acostumbrado durante meses, follándome los dos a la vez y regándome la boca con su semen varias veces al día
A partir de mediados de ese último curso en el instituto, es cuando realmente pude empezar a sentirme más puta. La normativa interna permitía no llevar uniforme, de forma que ya podía vestir de forma más “alegre”, lo que me facilitó enseñar todo mi arsenal, ya plenamente desarrollado. Eso captó la atención de los chicos desde el primer día, especialmente de un buen número de alumnos repetidores, que ya tenían 18 años y, en muchos casos, disponían de coche; lo que allanaba mucho la labor de echar un polvo en cualquier momento.
Comencé a entrar en el horario nocturno de algunas discotecas y mi reputación como “chica fácil” corrió como la pólvora. Todos sabían ya que si querían una mamada o echar un polvo, sólo tenían que acercarse a mí. Empecé a liarme con adultos, y no con niñatos, como hasta entonces. Y aunque el “toque de queda” impuesto por mis padres era a las doce de la noche, me daba tiempo para aprovechar bien esa hora y media en que, desde las 10:30, comenzaba el horario nocturno. Era frecuente que saliese varias veces por noche a follar en el parking o en los asientos traseros de algún coche. Me encantaba captar la atención de algún chico bailando provocativamente, seduciéndolo con la mirada y con mis movimientos y, un cuarto de hora después, estar a cuatro patas ente dos coches del parking con su polla dentro de mí, follando como una perra en celo.
En esa época fue la primera vez que cobré dinero por follar. Me sentí genial cuando el tipo al que me follé en su modesto Opel Astra me soltó 20 Euros después de correrse en mi boca. No sabes cómo te entiendo cuando dices en tus relatos que si no hay transacción económica no se es una verdadera puta. Cuando me bajé de aquel coche con un billete azul en la mano sentí que por fin estaba haciendo aquello para lo que había nacido. Me sentí única, importante, afortunada. Y supe que había cruzado una línea que no tenía retorno. Que follar era genial, pero por dinero era lo mejor del mundo. Por fin me sentí como una puta.
Me emocioné tanto que me fui a casa con mi billete de 20 Euros. “Mis primeros 20 Euros”, me repetía una y otra vez tumbada en la cama contemplando el billete. Estaba tan orgullosa que apenas si dormí aquella noche. Volví a releer tus relatos, sintiéndome más cerca de ti que nunca. Tú plasmabas justamente cómo yo me sentía: sucia, viciosa … pero feliz. Instantáneamente, pasó por mi cabeza la idea de hacer caja con todos los tíos con los que solía quedar. Sin embargo, la cosa no fue tan sencilla porque siempre que le pedía pasta a un tío por chupársela o por follar con él, me ponía alguna excusa y, como me gusta tanto follar, terminaba haciéndolo gratis. En el fondo, cuando todos saben que te mueres por chupar sus pollas, por follar y por acabar con la boca llena de leche caliente, nadie pagará por algo que saben que harás de cualquiera de las maneras. Además, y al margen de algún chico nuevo con el que podía tener un encuentro sexual en alguna de esas noches de discoteca, lo cierto es que habitualmente lo hacía con un reducido número de tíos. Unos 10 en el instituto y unos 20, o 25 como mucho, en las discotecas. Ya me conocían, sabían lo guarra que era y acudían a mí para pasar un buen rato a sabiendas de que yo siempre estaba disponible. Y como estaba tan encantada o más que ellos con aquella situación, al final terminaba follando gratis. Es lo que tiene ser una adicta a las pollas y a la lefa.
Sin embargo, y pese a sentirme ya como una puta, lo cierto es que no experimenté de verdad esa sensación hasta hace un par de meses. Fue este pasado mes de Septiembre. Mi último año de instituto fue un desastre en cuanto a notas se refiere y hasta los exámenes de Septiembre no he sabido si podía hacer la Selectividad para comenzar en la Universidad. Mis padres se enfadaron mucho conmigo y me tuvieron todo el Verano encerrada en casa, castigada sin salir, con profesores online para las asignaturas que había suspendido. Creo que ha sido el peor Verano de mi vida. ¡Qué aburrimiento! Y lo peor, ¡qué tortura! Dos meses sin follar y sin meterme un rabo en la boca. Me he hecho más pajas que nunca en mi vida. Al final, comprendí que lo mejor era satisfacer a mis padres e intentar aprobar, por más aburrido que me resultase; pero era la forma de que mis padres se relajasen, me levantasen el castigo y poder salir por ahí a buscar pollas.
Finalmente, y aunque conseguí aprobar varias asignaturas en Septiembre, suspendí dos. Mis padres podían conseguir que me admitiesen en una Universidad privada, pero acordaron que era mejor que este año estudiase en una academia, que aprobase las dos asignaturas, reforzando el resto de contenidos para, en Junio, poder hacer la Selectividad con ciertas posibilidades de éxito. Por mi fecha de nacimiento, siempre he sido la más pequeña de mi clase, al estructurarse los cursos por año natural. De hecho, aún repitiendo un curso, entraría en la Universidad con 18, ya que no los cumplo hasta Diciembre; circunstancia que a mis padres les relajó bastante, ya que siempre consideraron, de cierto modo, que el sistema educativo me favorecía y que iba un curso por delante. Aunque, en realidad, no fuese así.
El caso es que me vino genial porque la academia era por la tarde, de cinco a nueve; lo que me permitía pasarme toda la tarde fuera de casa. En este par de meses que llevo apuntada, creo que no habré ido ni media docena de veces. Ya te imaginarás, Carolina, lo que he estado haciendo todas esas tardes, ¿verdad?
Los fines de semana, una vez levantado el castigo veraniego, seguía yendo a las mismas discotecas del curso anterior, con idéntica dinámica en cuanto a mamadas y polvos con cualquiera que se me acercase. A finales de Septiembre, por alguna razón que no recuerdo bien, no me dejaron pasar en el horario nocturno de una de las discotecas que frecuentaba los Sábados. Había estado en el horario de tarde, donde me había comido un par de rabos en los baños; y tenía la esperanza de que en el horario de noche, que empezaba a las 10:30, algún tío de más edad me sacara a su coche para poder abrirme de piernas y sentir una polla en mis entrañas. Era raro que uno de esos Sábados no follase un par de veces como mínimo. Pero esa noche, no sé muy bien por qué (algo de un cambio de dueño o de encargado o no sé qué), echaron a todo el mundo del local y, para volver a pasar en el horario nocturno, pedían el carné, exigiendo tener más de 18 años. Apenas me quedaban un par de meses para la mayoría de edad y, además, los de seguridad me conocían de sobra, incluso había follado con alguno en un par de ocasiones. Pero esa noche, no me dejaron pasar. Decían que se jugaban el trabajo si pasaban menores en ese horario.
Así que, después de suplicar a los “puertas” que me dejaran pasar, insinuándome para devolverles el favor cuando ellos quisieran, y ante su negativa, me tuve que volver a casa. Llevaba un par de semanas, tras el levantamiento del castigo veraniego, desquitándome de tanta abstinencia. Estaba más salida que nunca. Desenfrenada. Y no podía creerme que me tuviera que volver a casa, en pleno Sábado por la noche, sin echar ni un solo polvo.
Iba muy enfadada, mandando mensajes de wassap a todos los tíos que conocía por si aún era posible aprovechar lo que me quedaba del Sábado antes del “toque de queda”. Recuerdo perfectamente que llevaba unas botas blancas de caña alta, hasta la rodilla, una minifalda muy corta de color negro y una cazadora vaquera sobre una camiseta de tirantes. Volvía caminando, con la mirada fija en el móvil, dispuesta a ir a donde fuese necesario para echar un polvo antes de regresar a casa. De pronto, escuché la voz de un hombre, que había bajado la ventanilla de su coche aparcado junto a la acera. “¿Cuánto?”, me dijo mirándome de arriba abajo. Al ver que se trataba de un tipo de más de sesenta años, calvo, con gafas de pasta y lleno de arrugas, lo miré con desdén, casi ofendida por su pregunta. Pero, de pronto, un escalofrío recorrió mi cuerpo. ¿No era eso precisamente lo que hacía una verdadera puta?
“20 por chupar; 30 por follar”, le dije con voz segura, a pesar de ser la primera vez que me veía en aquella situación. “Sube”, me respondió de inmediato. Cuando, acomodados sobre los asientos traseros, le chupaba la polla, tomé conciencia verdaderamente de mi condición de puta. Aquello ya no era follar con chicos de mi edad o algo mayores, o enrollarme con compañeros del instituto. Todas las veces que había follado en aquellos años, lo había hecho con chicos de no más de 20 o 21 años, con la única excepción de aquel profe de inglés del curso anterior, aunque no superaba la treintena. Todos eran chicos jóvenes, más o menos atractivos, aseados y, por decirlo de alguna manera, de confianza al conocerlos del instituto o “de vista” de las discos a las que iba. Aquello era distinto. Era un cliente de verdad. No lo había visto nunca y posiblemente no lo vería nunca más. No me resultaba atractivo. Su polla era pequeña. Tenía una protuberante y peluda barriga. Noté sus manos arrugadas y sudorosas en mis tetas, buscando mis pezones bajo la camiseta, mientras me besaba en el cuello. Su aliento apestaba a alcohol; pero no de un cubata, sino de coñac o aguardiente. Olía a viejo. Gordinflón, sudoroso, peludo y apestoso. Hasta me costó un rato que se empalmase por más que le lamía el capullo y se la meneaba. Estaba acostumbrada a encontrarme las pollas ya bien duras cuando les bajaba los pantalones, después de cuatro restregones conmigo. Supe al instante que si quería ser puta tendrían que follar con tipos así.
Sonará aberrante, enfermizo o degenerado. Pero fue el mejor polvo de mi vida hasta ese momento. Creía que follar con mis hermanos era insuperable, que jamás podría experimentar tanto placer y excitación como con las guarradas que había hecho con ellos. Pero no. Aquel polvo fue lo mejor que he hecho en mi puta vida. Disfruté como nunca antes con la excitación de aquel vejete asqueroso, con su aliento entrecortado y maloliente entre mis tetas cuando empujaba su pequeña polla dentro de mi coño, gimiendo de placer por estar en mi interior. Aquello sí era ser una auténtica puta. Se daba todo lo que había leído en tus relatos: el precio, el cliente desconocido y falto de atractivo, el esfuerzo por complacerlo porque su placer me complacía a mí, la sensación de prohibido al hacerlo en un coche aparcado en una oscura callejuela, … ¡Diosssss! ¡Qué sensación más increíble! Supe al instante que quería repetir aquello todos los días de mi vida.
Después de aquello, he seguido follando con todo el que se me ha puesto por delante, pero no dejaban de ser los mismos chicos de las discotecas en busca de una mamada o un polvo fácil el Sábado por la noche. Como he estado haciendo pellas en la academia, he frecuentado algunos pubs donde he ligado casi todas las tardes con alguno, incluso con varios, consiguiendo aplacar de cierto modo mis ansias de sexo. Sí, lo sigo haciendo porque me encantan las pollas y follar; pero ya nunca ha sido lo mismo. Han pasado algo más de dos meses desde aquel día y no he vuelto a sentir esa mezcla de excitación y vicio, que sólo con recordar hace que se me moje el coño. Comprendí la diferencia entre lo que me había ocurrido meses antes con el tío aquel del Opel Astra que me dio 20 Euros y la experiencia con el viejo este. Al primero me lo iba a follar sí o sí, porque me apetecía y quería su polla dentro de cualquiera de mis agujeros; al viejo no me lo hubiera follado gratis, pero por dinero sí. Y ese era el componente que más sucia y degenerada me hacía sentir. Lo primero era ser una guarra, una ninfómana viciosa; lo segundo era ser una puta con todas las letras. Y no había color entre una cosa y la otra.
No te he contado algo importante: no necesito el dinero. Mis padres tienen buenos trabajos. Mi madre es catedrática de Universidad y mi padre es arquitecto. Tenemos dinero, una buena casa en una zona residencial de Madrid, vacaciones caras y colegios de pago. Quizás lo hayas intuido cuando te he contado que mandaron a mis hermanos a estudiar a Estados Unidos. Eso es lo mejor de todo, que no quiero ser puta porque necesite dinero “fácil”, porque sea pobre, no tenga otra manera de ganarme la vida o porque sea la forma de pagarme otras adicciones. Quiero ser puta porque no concibo mi vida de otra manera, porque me excita esa idea de mí misma haciendo la calle, captando clientes en un burdel o follando con muchos tíos en una despedida de soltero, como esas que tú cuentas en tus relatos.
Te lo juro, Carolina. ¡Me mojo! No es una exageración. Te lo juro por mi vida. Se me moja el coño sólo con pensar en mi misma haciendo la calle. Con la idea de poder sentirme como una auténtica puta. Una puta de verdad, con clientes de verdad. No con meras fantasías, como hasta ahora, de un futuro como el que describes en tus relatos. No puedo contentarme con mamar rabos en los baños de una discoteca. No es suficiente. Quiero sentirme como me sentí con ese viejo en los asientos traseros de su coche. Quiero cobrar dinero por chupar pollas y follar con desconocidos. Me da igual el precio, el sitio o cómo sean esos clientes mientras estén dispuestos a pagar dinero por meter sus pollas en alguno de mis agujeros. Quiero sentir eso. Lo necesito. No pienso en otra cosa. No deseo otra cosa en la vida. Follar a todas horas. Con cualquiera. En la habitación de un hotel, en un burdel o en el asiento de un camión. Me da igual. Pero necesito sentirme así. Vivirlo de verdad y no fantasear con que algún día sucederá. Quiero que ocurra. Necesito ser puta … ¡ya!
Podría ir a la Universidad. No soy tonta, pese a no haber entrado este año. Acabaría aprobando y mis padres me colocarían en alguna Universidad de pago, en una doble licenciatura Derecho-Economía o algo parecido. Es lo que quieren para mí y, como te he contado, el dinero no sería un problema. Pero me parece una pérdida tiempo. ¿Malgastar la vida encerrada en una habitación entre libros que no me interesan para acabar trabajando en una oficina o en la sucursal de un banco? ¡Ni en broma! No puedo hacerme eso.
Lo tengo decidido. Por eso te escribo este e-mail. El año nuevo me traerá la mayoría de edad y una nueva forma de vida. No sé qué va a ser de mí a partir de ese día, pero sí sé lo que no será. No seguiré en la academia para contentar a mis padres, perdiendo el tiempo en cosas que no me interesan. Y no iré a la Universidad. Seguro que los decepcionaré, y que tratarán de evitar por todos lo medios lo que quiero hacer, pero no puedo negarme a mí misma la oportunidad de hacer lo que verdaderamente deseo y lo que tengo la absoluta certeza que he nacido para ser. No tengo la suerte que tú tuviste de contar con una madre y una hermana que sienten lo mismo que tú. Ellas te entendían, eran tus cómplices y tus guías. Te facilitaron clientes, un sitio donde empezar y un futuro lleno de posibilidades. Te fueron abriendo puertas. Has contado cómo participabas en sus despedidas de soltero o cómo tu madre te metió un tiempo a trabajar en un puticlub, incluso con menos edad de la que yo tengo ahora. ¿Crees que cuando leí esos relatos no soñé con hacer algo parecido? Pero para mí no ha sido tan sencillo. Sí, ya te contado que he follado con muchos compañeros, vecinos y conocidos de las discotecas. Pero nada comparable con lo que narras en tus relatos.
En cuanto pasen estas Navidades, me iré de casa. Aún no sé bien adónde ni cómo lo haré. Tengo algo de dinero ahorrado y una tarjeta de crédito que me dieron mis padres hace algún tiempo, pero no me durará mucho. Temo que cometa alguna locura como calzarme unas plataformas y ponerme en cualquier rotonda a parar coches. Me emociona y me excita esa idea, aunque en realidad no deja de ser una fantasía. No sabría dónde ponerme ni cómo comportarme ante los contratiempos y las adversidades que seguro irán surgiendo. Sé que haciéndolo me jugaría la vida. Soy consciente de los peligros: mafias, secuestros, drogas. Esos obstáculos que tú manejas tan bien, quizás porque tenías el apoyo y la protección de tu madre y de tu hermana.
Pero lo haré, si no me queda otra alternativa para poder cumplir mis sueños. Estoy dispuesta a lo que sea para experimentar esa sensación de vivir de mi cuerpo, de levantarme por la mañana con la incógnita de ver qué me depara cada día, cuántos clientes captaré, cuántas pollas me follarán y cuánto dinero seré capaz de recaudar. Que sean mis agujeros los que me den de comer a diario. Que sea mi talento como puta el que marque si una mamada mía vale 5 Euros o 50; si tengo que abrirme de piernas en una pensión de mala muerte o en un hotel de cinco estrellas; si puedo comprarme ropa de marca o si tengo que vestirme con cuatro harapos de segunda mano. Pero siempre sabiendo que hago aquello para lo que siento que he nacido.
Me buscaré un chulo, si es necesario. Alguien que me proteja de los peligros inherentes a la prostitución. De los clientes violentos que no pagan, de policías corruptos, de mafias de trata de blancas. Alguien que me permita ser lo que quiero aún a costa de saber que probablemente folle y mame pollas por mucho menos dinero del que realmente creo que valgo, que a buen seguro me follará cuando le plazca, que si no recaudo lo que espera de mí, me dará una buena tunda de hostias, o que acabaré pillando alguna enfermedad venérea por la falta de higiene o preñada de cualquier desconocido por follar sin condón para recaudar 10 Euros más. Pero merecerá la pena sin con ello consigo vivir de mis agujeros y sentirme una auténtica puta.
No sé si soy una enferma, una obsesa o una degenerada; pero tengo muy claro lo que quiero en la vida: ¡pollas y semen a todas horas! No quiero hacer otra cosa que follar, chupar rabos y tragar lefa. Necesito sentirme usada y hacer cosas que la mayoría de las mujeres consideraría aberrantes. Y necesito sentirlo constantemente, a todas horas. Hacerlo con desconocidos a cambio de dinero. Con cualquiera que pague el precio que ponga a mi cuerpo. Sólo así puedo ser feliz y sentirme plena.
Pero antes de que llegue ese día en que me lance a vivir como deseo, sin saber muy bien a qué me enfrentaré o qué camino tendré que seguir para alcanzar mis propósitos, me he decidido a escribirte este e-mail para pedirte un favor. Si de verdad eres la mujer que describes en tus relatos, si de verdad eres esa fantástica puta que adora su profesión, si de verdad te identificas con quien no desea otra cosa en la vida que follar a todas horas, … te pido una oportunidad. ¡No! No te la pido, ¡te la suplico! Una oportunidad para que me enseñes y me guíes. Seré un trozo de carne a tu entera disposición para lo que tú desees. Podrás prostituirme o usarme a tu antojo como un juguete sexual con quien quieras, donde quieras y cómo quieras. Ya seré mayor de edad, por lo que no habrá problemas legales. Haré lo que me pidas. Sin cobrar, si es necesario. Sí, ya sé que siempre has defendido que una puta debe cobrar. Que si no lo hace, no sería una auténtica puta. Entonces, piensa en mí como una especie de becaria o de aprendiz de puta, que se cobra con tus enseñanzas, tus consejos y tu sabiduría como puta. O dame lo que tú consideres oportuno por cada polla que chupe o que me folle. No sé … ¡un Euro! ¡50 céntimos! Lo que tú quieras.
Podría mandarte una foto para mostrarte que soy atractiva físicamente. De no serlo, no habría follado tanto estos años. O mandarte algún selfie chupando una polla. O incluso varios videos que me he hecho con el móvil follando con algún tío. Pero, ¿para qué? En tus escritos siempre has defendido que lo que verdaderamente hay que tener para ser una auténtica puta no es una cara bonita o un buen par de tetas, sino ese fuego interior que te empuja más allá de lo razonable a entregar tu cuerpo a las perversiones de cualquiera que pueda pagar tu precio. Yo siento esa pasión incondicional por las pollas y ese deseo irrefrenable de metérmelas en cualquiera de mis agujeros. Y de prostituirme. ¡Joder, qué bien suena! Prostituta. Puta. ¡Me mojo sólo con pensarlo!
Si en verdad eres la maravillosa puta cuya vida envidio tanto, estoy convencida de que me darás esa oportunidad. Insisto en que estoy dispuesta a todo, que aceptaré lo que sea con tal de aprender a tu lado. No sabes cuánto envidio a tu amiga Susi. ¡Qué suerte tuvo de cruzarse en tu camino y que la sacaras de su anodina existencia para convertirla en toda una fulana! No creo que pueda haber nadie más feliz en el mundo que ella. Viviendo tantas y tantas aventuras y experiencias que ni siquiera soy capaz de imaginar; compartiendo clientes, pollas, corridas; comiéndoos el coño después de una jornada de trabajo follando a diestro y siniestro. Así os imagino, haciendo un 69 mientras os contáis cómo os ha ido el día, cuántos orgasmos habéis tenido con vuestros clientes, cuántos se han corrido en vuestras bocas o cuánta pasta les habéis sacado por dejar que os echen un polvo. ¡Joder, quiero eso para mí! ¡Lo deseo tanto que haría cualquier cosa para tener una vida así!
Mi desesperación hace que te ruegue una respuesta. Me arrodillo ante ti suplicando una oportunidad. Por favor, deja que te muestre lo que soy capaz de hacer y permíteme aprender y mejorar a tu lado. ¡Te lo suplico!
Besos.
Daniela.”
Queridos lectores: ¿Qué opináis? ¿Qué debo hacer? ¿Se merece esta chica la oportunidad que me pide?