Daniela demuestra que quiere ser puta.

Daniela sigue interesada en conocerme para que la enseñé a ser una auténtica puta. Nuestras charlas por wassap terminarán de manera inesperada ...

Daniela era interesante. No me digáis que no. Lenguaje vulgar, respuestas directas, aparente falta de vergüenza, imponente físico lleno de juventud y sensualidad y, sobre todo, su deseo de ser una puta. Era un cóctel perfecto de cualidades que toda buena puta debe reunir para convertirse en una auténtica profesional. Las comparaciones son odiosas, dicen; pero también inevitables. ¿Cómo no recordarme a mí misma cuando suplicaba a mi madre que me dejase participar en sus orgías, aunque sólo fuera chupando y meneando alguna polla, preparándolas como las pfluffers del porno, para que luego ella y mi hermana se ocupasen debidamente de la clientela follando por todos los agujeros? ¿Cómo olvidar cuando me metía en los baños del colegio a chupar pollas y a follar con cualquiera de mis compañeros a cambio de unos míseros Euros? ¿Y aquella temporada haciendo la calle, contando el dinero que había recaudado durante la noche subiendo a coches de desconocidos a hacer mamadas o a abrirme de piernas para que me metiese la polla cualquier borracho gordinflón? ¿Parar coches subida en unas plataformas y enfundada en una cortísima minifalda, enseñando la mercancía a la pregunta de “cuánto”? ¡Joderrrr! ¿Hay algo mejor en esta vida? Comprendía a Daniela mejor que nadie.

Quería saber más de ella. No era suficiente con un e-mail y una conversación por wassap. Pero no quería mostrarle todo el interés que me despertaba. Así que decidí esperar a que fuese la propia Daniela la que me mandase algún mensaje para entablar conversación y averiguar más.

Susi, a pesar de su innata ingenuidad, era celosa en lo que se refiere a mi relación con otras mujeres, ya fuesen clientas u otras putas. Siempre había sido mi putita y, desde que también se ha había convertido en mi esposa, parecía como si su nula perspicacia hubiera comenzado a dar visos de existencia. Le encantaba verme follar. Con cuantos más tíos, mejor. Y compartir clientela conmigo. Pero siempre pollas. En lo referente a coños, siempre había mostrado recelo. Lo estuvo de mi propia sobrina cuando se inició en la prostitución y en el porno. Era como si tuviese miedo de que apareciese alguna nueva putita que distrajese mi atención de ella. Era una idea tan absurda como infantil porque Susi es insustituible en mi vida. Todo lo que hemos vivido juntas y lo que siento cuando nos comemos el coño o cuando compartimos la polla de un cliente, no lo ha conseguido nadie. Por eso me casé con ella.

Creo que su miedo a que le dedique más atención a una nueva putita es lo que lleva retrasando la incorporación de algún talento joven a nuestro negocio de prostitución familiar. Siempre que lo proponía, ponía pegas. Cuando surgía un nombre de alguna puta que me recomendaban, había alguna razón para posponerlo. Quizás fue eso lo que le hizo fruncir el ceño y refunfuñar cuando aquella misma noche, tras la charla con Daniela por wassap, le conté su historia:

  • No me fío, Carol. Mira el selfie que te ha mandado. Está retocado. Le ha pasado mil filtros – dijo señalando la foto cuando se la mostré en el móvil – Ni siquiera sabes si es la de la foto. Podría ser un fake – concluyó, visiblemente molesta.

No le faltaba razón. Podía ser un fake de algún salido que quería conocerme a toda costa, capaz de inventarse esta historia, o una simple broma de algún lector de todorelatos con mucho tiempo libre. Pero quería creerme la historia de Daniela. Deseaba que fuera cierta. Así que no volvería a contarle nada más a Susi hasta que averiguase más sobre aquella joven que tanto ansiaba convertirse en una puta. Decidí cerciorarme de que realmente era quien decía ser y que deseaba ser puta tanto como proclamaba en su e-mail.

La conversación con Daniela no se hizo esperar mucho. Sobre las cuatro de la tarde del día siguiente, me escribió por wassap:

  • Hola, Carolina!!! Qué tal??? Mucha clientela ayer??? Jijiji!!!

  • Hola, Daniela. Sólo un par de clientes por la noche. Nada especial.

  • Jo!!! Nada especial??? Ya me hubiera gustado a mí comerme un par de rabos y echar dos polvos.

  • Será porque no quieres … porque con lo guapa que eres ...

  • De verdad te parezco guapa?

  • Ya sabes que lo eres.

  • Jooo!!!! Gracias. Pero … guapa en plan “mona”, en plan “sexy” o en plan “putón”???

  • Guapa en plan “te puedes follar a quien quieras”.

  • Ojalá. Ya me gustaría pasarme el día entero follando a todas horas. Sabes qué me imagino a veces?

  • ¿El qué? Cuéntame.

  • Bah, no quiero aburrirte. Déjalo. Da igual.

  • No, Daniela. Cuéntame. Me interesa de verdad.

  • Vale. Pues … imagino que estoy en un parque. Desnuda. A cuatro patas. Como una perrita cuando su amo la saca a pasear por el parque. A plena luz del día. Se acercan hombres y me follan. Al principio, uno me la mete por detrás. Luego, otro se acerca y me la mete en la boca. Después, van llegando más. Me rodean y se van turnando para follarme. No sé ni cuántos son. Hay tantos que pierdo la cuenta. Arriman sus pollas a mi boca impacientes, mientras trato de complacer a todos, chupando, meneando y sacando bien el culo hacia arriba para que me follen por al agujero que les apetezca. Se corren sobre mí, donde ellos quieren. En la boca, en el trasero, dentro de mi coño, en la espalda, en la cara, … Y siguen llegando más y más tíos. Y me siguen follando. Pasan mujeres que se quedan mirando cómo me follan y me gritan “puta”, “zorra”, “perra”, “guarra”, “cerda”, … pero a mí eso me encanta y me anima a seguir follando, chupando y meneando pollas con más ganas. Así durante horas. Me follan y se corren … y aparecen más hombres y siguen follándome y corriéndose. Hasta que anochece. Cuando terminan, me tiran monedas y billetes y me aplauden … hasta que me quedo sola, tirada en el césped, con el coño y el culo chorreando lefa y la boca pastosa de tanto semen que he tragado. Miro a las estrellas, tumbada boca arriba … y me siento feliz. Y … bueno … eso es todo. Pensarás que estoy loca …

  • Nada de eso, Daniela. Me has emocionado. Veo que sientes esa necesidad de follar a todas horas sin importarte con quién o dónde.

  • Bueno … supongo que es una fantasía que nunca cumpliré. Pero me gustaría que algo parecido me pasase al menos una vez en la vida. Tú has hecho algo así?

  • Así como lo describes, no. Pero sí he follado con un montón de tíos a la vez. Muchas veces.

  • Diosssss, qué suerte!!!! Y qué se siente?

  • Uff, … excitación, morbo, lujuría y … no sé … supongo que orgullo por poder atender tantas pollas a la vez y por hacer cosas que la mayoría de las mujeres no se atreverían jamás. Y placer, claro. Una polla en cada agujero, y tres o cuatro más esperando su turno para follarte, es algo increíble. No tengo duda de que tú lo harás muchas veces.

  • Eso espero!!! Joder, tengo tantas ganas!!! Oye, una curiosidad …

  • Dime.

  • He leído que llevas un tatuaje en el pubis que dice “puta” … Es verdad?

  • Sí. Y Susi se hizo el mismo pero se puso “zorra”.

  • Buffff, cuando lo leí, me mojé sólo con pensar en hacerme uno así. Me encanta!!! He pensado en tatuarme varios: “puta viciosa” sobre el coño, “dame por el culo” en una nalga, “perra” en un tobillo, “ramera” en la nuca … Bueno, aún tengo que decidir bien qué y dónde ponérmelos. Pero me los haré. Hasta he pensado en tatuarme mis precios en la espalda. Ya sabes. “chupar 20”, “Follar 30”, Completo 50”, … no sé … algo así. Cuando sepa a ciencia cierta cuánto están dispuestos a pagar por follarme.

  • Creo que no tardarás mucho en descubrirlo.

  • Eso significa que me darás una oportunidad de demostrarte lo que valgo??? Cuándo??? Dónde???

  • ¡Para! Paciencia, Daniela.

  • Por qué? A qué esperamos? Quiero conocerte y que me enseñes a ser una auténtica puta.

  • Es mejor que esperemos a que cumplas los 18, no crees???

  • Esperaste tú, Carolina?? Pudiste esperar a la mayoría de edad??? Ya sabes que he leído tus relatos ...

  • No. No pude esperar. Y con ello pude meter en muchos líos a mi madre. Por suerte, no pasó.

  • A qué te refieres???

  • Daniela, que no eres tonta.

  • No entiendo.

  • La edad no te va a impedir follar con quien quieras, ni tampoco que cobres dinero por ello. Pero yo no puedo correr el riesgo de meterte en un negocio que legalmente podría considerarse corrupción de menores y proxenetismo.

  • Ya, pero tú no me vas a corromper. Soy yo la quiero ser puta y que me enseñes todo lo que hay que aprender para ser buena profesional. Firmaré un documento o grabaré en vídeo mi consentimiento. Lo que sea.

  • Daniela, te quedan menos de veinte días para eso. ¿No ves que sería un riesgo absurdo para todos? ¿Qué crees que harían tus padres si llegases todos los días a tu casa a las siete de la madrugada porque has estado follando en mi casa o me has acompañado a algún servicio de hotel o domicilio? A mí me denunciarían, seguro. Y a ti, te encerrarían en casa. Queda menos de un mes para que no tengan derecho a obligarte a nada. Sal por ahí, folla con muchos tíos, disfruta, sácales toda la pasta que puedas. Los cumples el 30 de Diciembre y no tenías pensado irte de casa hasta después de Navidades.

  • Tienes razón. Pero es que … no aguanto más … tengo tantas ganas …

  • Paciencia.

  • Y si … no sé … y si me pongo una minifalda y unos taconazos y me voy a algún polígono o alguna zona de puteros a ver qué tal me va??? Sólo por saber qué se siente … si soy capaz de ganar dinero ofreciendo mi cuerpo en plena calle …

  • No te lo recomiendo, Daniela. Hoy día, con toda la competencia que hay y el negocio de las mafias, en cuanto aparecieras por alguna zona de puteros, te llevarías una buena paliza, como mínimo. Hoy día esas zonas están muy “marcadas”. Las propias putas te echarían a patadas, si no tienes la protección y el permiso de sus dueños.

  • Así me conocerían y algún “chulo” se quedaría conmigo. No me importaría darle todo lo que ganase. Lo que quiero es sentir que puedo hacerlo, disfrutar sintiéndome una puta de verdad …

  • Hay maneras mejores. Ten paciencia.

  • Significa eso que me darás la oportunidad de conocerte y de que te demuestre de lo que soy capaz???

  • Es muy probable. Me gustas y cumples con lo que considero que una buena puta debe tener. Espero que partir del 30 de Diciembre, sigas teniendo el mismo interés y determinación que ahora.

  • No lo dudes. Te haré caso. Saldré a divertirme y a follar todo lo que pueda. De hecho, ya había quedado con un chico esta tarde en la cafetería de un centro comercial que hay cerca de mi casa. Ya me lo he follado varias veces … así que … a ver si tengo suerte … Jijiji!!!

  • Seguro que sí. Y … ¿a qué hora has quedado con ese chico?

  • A las seis. Por qué?

  • Por nada. Simple curiosidad. Tengo que dejarte. Escríbeme cuando quieras. Un beso. ¡Y que folles mucho!

  • Ojalá!!! Seguro que tú follas más que yo!!! Jijiji!!!Hasta luego, Carolina. Un besito!!!

No era simple curiosidad. Daniela no podía esperar. Y lo cierto es que yo tampoco. Le estaba pidiendo justamente aquello que yo nunca había tenido para nada: paciencia. Siempre he sido una puta caprichosa y he conseguido todo sin esperar por ello. Soy impaciente, caprichosa e impulsiva. Y quería conocer a Daniela ya y comprobar si en realidad era como decía. Sabía dónde vivía porque me mandó una foto de su DNI. Y sabía adónde iría aquella tarde a las seis. Sólo tenía que aparecer allí, tratando de pasar desapercibida para que no me reconociese, y ver si Daniela era tal y cómo describía.

Antes de vestirme, tomé lápiz y papel para escribir las siguientes líneas a mi esposa: “Susi, no tienes nada de qué preocuparte ni con esta chica que acaba de aparecer ni con ninguna otra que pudiéramos contratar para ayudarnos con la clientela. Este último año desde que nos casamos ha sido maravilloso. Hemos tenido tiempo para nosotras y para hacer cosas que no podíamos hacer con una agenda repleta de citas. Pero soy puta. Las dos lo somos. Y nos gusta follar. Cuanto más, mejor. Y lo sabes. No podemos seguir toda la vida con una media de dos clientes diarios. Necesitamos más. Necesitamos volver a sentirnos tan putas como antes. Tenemos que aumentar la clientela, retomar los contactos que dejamos escapar al casarnos y que todos sepan que volvemos a estar disponibles al cien por cien. Lo necesito. Echo de menos follar con nueve o diez tíos diariamente. Esas despedidas de soltero rodeada de pollas durante horas. La adrenalina de atender a un cliente y saber que hay otro esperando en el cuarto de estar de casa. No sé hacer otra cosa en la vida y no hay nada que me guste más. ¿Cuánto tiempo nos ocupa nuestra clientela actual? ¿Dos o tres horas al día? ¿Te parece normal para un par de putas como nosotras que no bajábamos de diez polvos diarios hace un par de años? Susi, en la fiesta que me organizó mi hermana después del récord aquel en un sólo día, me follé a 50 tíos en seis horas. ¿Y tú? ¿Cuántos te follaste tú? ¿35? ¿40 quizás? Y en el colegio, cuando éramos una crías, ¿te acuerdas? En los vestuarios del campo de fútbol, encerrados con seis o siete chicos, follando por todos los agujeros. ¿Qué pasaba cuando nos follaban todos y se corrían en nuestras caras? ¿Lo recuerdas? Nos montábamos un 69 para comernos nuestros coños recién follados. Los chicos alucinaban del vicio y la degeneración que nos poseía. No teníamos suficiente nunca. Y al rato, llegaba otro grupo para seguir dándonos caña. Así, tres o cuatro veces en una mañana. Y llegaba la tarde, y quedábamos con más tíos porque nunca era suficiente. Queríamos pollas a todas horas. ¿No fueron los mejores momentos de tu vida? Quince o veinte pollas diarias. ¡Era increíble!

Y llegabas a la cama por la noche, exhausta, cerrabas los ojos y pensabas todo lo que habías disfrutado ese día, y eras feliz. ¿A qué sí? Te dormías al instante porque sabías que a la mañana siguiente habría más chicos dispuestos a follarte, esperando con la polla dura para metértela en la boca, en el coño o en el culo. Eras feliz. Eso me lo has contado tú, Susi. Tu felicidad era follar mucho, a todas horas. Y compartirlo juntas era mejor aún. ¿Acaso puedes ahora conformarte con dos polvos diarios? ¿Te merece la pena poder ir de compras tranquilamente o sentarte a comer en un restaurante con tiempo para la sobremesa, tomarte una copa y fumarte un cigarro … en comparación con meterte, no te digo ya 15 pollas como hacíamos, pero al menos 5 o 6 diarias?

Me ha encantado esta etapa, Susi, y he podido hacer contigo cosas que nunca había hecho. La calma, el relax y la tranquilidad están bien por un tiempo, pero echo de menos follar más. Hacer la calle, incluso. No sé si al leer a Daniela he recordado cómo me sentía cuando lo único en lo que podía pensar era en follar a todas horas. Me daba igual la serie de Tv de moda, el último estreno del cine, quién ganaba las elecciones o la crisis económica. Me daba todo igual con tal de tener pollas para mi. Follar es lo que ha dado sentido a mi vida. Ser puta. Y serlo contigo es lo que más feliz me hace. Quiero volver sentirme así. Junto a ti.

No entiendo tus miedos, o tus celos. Los has tenido mucha veces. De mis amigas Vanesa y Bibi (que también son putas), de Natalia (la clienta que me contrataba con su marido para recrear escenas porno –casi siempre tríos-), o de Mamen (clienta), con quien casi nunca has querido participar porque piensas … no sé … que te va a quitar tu lugar en mi corazón. Hasta de mi sobrina has tenido celos. Cariño, es absurdo. Me casé contigo porque nos conocemos desde los 16 años, hemos aprendido juntas esta profesión que tanto nos gusta, hemos compartido los mejores momentos de la vida … y por más que folle, ya sean hombres o mujeres, es contigo con quien quiero meterme en la cama cuando vuelvo a casa por la noche, contarnos cómo nos ha ido, a cuántos nos hemos follados, cómo eran sus pollas, el dinero que hemos conseguido recaudar, y lamernos el coño un rato antes de caer rendidas.

Tú eres la persona que más caliente me pone. Sabes que a veces te observo cuando te arreglas para algún servicio, maquillándote frente al espejo o vistiéndote, y no puedo contenerme: me arrodillo detrás de ti, te separo las nalgas y meto la cara entre ellas para lamerte el ojete o el coño. ¿Cuántas veces ha pasado esto? ¡Miles, Susi!

Tengo que comprobar si esta chica es quien dice ser y si merece la oportunidad de unirse a nosotras para volver a tener la clientela que dejamos escapar tras nuestro matrimonio. Quiero volver a sentirme una puta de los pies a la cabeza. ¡Lo necesito, Susi! Y tú también. Sin celos, sin temores, sin miedos. Vamos a hacer lo que único que sabemos hacer y para lo que hemos nacido. Y ni tú ni yo hemos nacido para follar solo un par de veces al día. Valemos para mucho más. Así que no tengas miedo ni recelo de ningún tipo.

Te quiero, zorrita mía.

Carol.”

Dejé la nota sobre la cama y me puse manos a la obra. No tenía clientes hasta las 10 de la noche, así que me busqué un atuendo discreto (vaqueros, botas de invierno, jersey, bufanda y abrigo tres cuartos) y me subí en mi recién estrenado Mercedes Clase A, rumbo a la localidad del norte de Madrid donde el DNI de Daniela decía que vivía. Con la ayuda del GPS, llegué en apenas 20 minutos y aparqué sin problemas en su calle, una hilera de chalets pareados que se prolongaba unos 200 metros hasta finalizar en una avenida perpendicular frente a la que, como me había dicho ella misma, aparecía el parking exterior de un conocido centro comercial. Comprobé el número de su casa y estacioné varios chalets más atrás, para poder ver desde el interior de mi coche cuándo salía.

Las cinco y media. Según ella, había quedado a las seis. Ya estaba anocheciendo, así que puse la mirada fija en la valla exterior del número que indicaba su chalet. Por increíble que parezca, estaba nerviosa. Deseaba que aquella “aventura” me llevase a buen puerto. Que Daniela fuera quien yo esperaba que fuese. Necesitaba un poco de adrenalina en mi vida, ya que, como os conté en el anterior relato, mi matrimonio con Susi me había traído una vida más tranquila y aburguesada. Echaba de menos este tipo de “locuras”.

La cancela de la valla del chalet de Daniela no tardó en abrirse. Por ella salió una chica de larga melena negra, ataviada con una cazadora de estilo militar que le tapaba hasta los muslos, unos leggins negros y unas zapatillas de deporte negras. Cerró el portón metálicó tras de sí y se encaminó hacia el centro comercial, al final de la larga hilera de chalets. Entre la poca luz que ya había y la distancia que mantuve para pasar desapercibida, poco más pude distinguir en ese momento. Tenía que ser ella, pero lo cierto es que no pude identificarla con total seguridad.

Me puse la bufanda alrededor del cuello y salí de mi coche, esperando a que me aventajase en unos 25 metros y la seguí hasta el centro comercial. Durante el trayecto, y dándome la espalda, sólo pude fijarme en dos detalles: su estatura (1,65 cms, más o menos) y su forma de caminar. No lo hacía de manera ágil, sino lenta y cadenciosa. No parecía tan esbelta como en la foto que me había mandado por wassap la tarde anterior. Recordé lo de los filtros que me había dicho Susi. Me hubiera gustado apreciar su trasero en movimiento y comprobar si, como parecía en la foto, la proporción entre sus caderas y su cintura era tan acentuada como en la imagen que me había enviado; pero la cazadora militar tapaba por completo su culo. Se detuvo un par de veces a mirar su móvil y yo hice lo propio para mantener la distancia y no ser descubierta. Quería ver cómo era y cómo se desenvolvía sin saber que la observaba.

Ya en el centro comercial, y tras atravesar el parking exterior, subió por una de las escaleras mecánicas hacia la zona de restauración. Mantuve la distancia justa para ver que entraba en una conocida franquicia y se sentaba en la barra. Cuando entré en el local, ya se había quitado el abrigo y le pedía al camarero una Coca-Cola Zero. La barra tenía forma de U, así que me senté en la parte opuesta. Estaba frente a ella a unos siete u ocho metros. Le pedí otra Coca-Cola al camarero, tratando de llamar lo menos posible la atención. Daniela tecleaba en su móvil, sin levantar la mirada, mientras le daba algún que otro trago a su bebida.

Era la misma chica de la foto, eso estaba claro. Aunque Susi tenía razón en lo de los filtros fotográficos, que había usado, sobre todo, para estilizar su rostro y su silueta. No estaba tan delgada como me había hecho creer, pero sí se daba un aire a Selena Gómez. Y lo cierto es que parecía algo mayor de lo que ponía en su DNI. Si no supiera su edad, hubiera pensado que tendría unos veinte.

Enseguida se le acercó un chico alto y delgado, de unos veintitantos años. Se saludaron con dos besos en la mejilla y pidió una cerveza. Hablaron durante unos minutos y, de pronto, ella se puso en pie y se dirigió a los servicios. No me había dado cuenta, pero la puerta de los aseos estaba justo a mi espalda, por lo que en un primer momento pensé que se dirigía hacia mí. De reojo, para no cruzar nuestras miradas, aprecié cómo sus pasos lentos y pesados se perdían tras de mi, entrando en los aseos. Pude distinguir la rotundidad de sus caderas bajo los apretados leggings. Piernas torneadas con muslos generosos, lo que me anunciaba que seguramente poseería un potente trasero. Entendí entonces el porqué de su caminar lento y cadencioso. Le pesaba el culo.

Quizás tenía complejo de culona y de ahí los filtros y retoques fotográficos para estilizarse. Pero para mí que una putita tenga un buen culo no es ni mucho menos un defecto, máxime si has sido una actriz porno famosa precisamente por un culo redondo y carnoso, entre otras virtudes.

Medio minuto después, el chico le dio un sorbo a su cerveza y siguió los pasos de Daniela, perdiéndose tras de mí. Era evidente que habían quedado en los aseos. Me gustó la seguridad con que Daniela se había comportado con aquel chico en todo momento, lo que denotaba que, aunque se muriese de ganas por clavarse un rabo en cualquiera de sus agujeros, aquella no era la primera vez que hacía algo parecido.

Los diez minutos siguientes se me hicieron eternos. ¿Qué debía hacer cuando saliesen de los baños? ¿Seguirla de vuelta a casa? ¿Quizás había quedado con algún otro chico? ¿O debía acercarme a ella y presentarme? Al fin y al cabo, se suponía que ella estaba deseando conocerme. Pero le había dicho que había que esperar a que cumpliese los 18. Era un poco un contrasentido. Hasta llegué a cuestionarme, en esos minutos de espera, qué hacía allí alguien como yo, una puta con 25 años de experiencia en la prostitución, con casi 100 películas porno a mis espaldas, persiguiendo a hurtadillas a una adolescente para ver si era tan puta como decía.

Por suerte, no dio tiempo a más cavilaciones que posiblemente hubieran terminado con mi salida de allí camino a mi casa donde a las 10 de la noche me esperaban un par clientes, porque el chico salió de los aseos. Apuró su cerveza y pagó, especificando al camarero que le cobrase también lo de la chica cuya Coca-Cola aún seguía sobre la barra y su cazadora sobre el taburete. Acto seguido, salió del establecimiento. Un minuto después, apareció Daniela, que volvió a sentarse y dar un trago a su bebida, mientras ojeaba el móvil ajena a mi presencia.

Diez minutos. ¿Se lo habría follado o sólo se la habría chupado? De pronto, la alarma de notificaciones de mi móvil sonó. Saqué el móvil del bolsillo lateral de mi abrigo y lo desbloqueé. Al abrir el wassap me dio un vuelco el corazón: Daniela me había mandado una fotografía, un selfie con una polla entre sus labios, con un mensaje que decía “Al final he tenido suerte”, añadiendo varios emoticonos de sonrisa.

¿Me habría enviado aquella foto a sabiendas de que la estaba “espiando”? No pude evitar levantar la mirada del móvil y encontrarme con la suya, que me observaba con curiosidad, sorprendida por la coincidencia de que su mensaje y el que había llegado a mi móvil, y cuya alarma de notificación seguramente había escuchado, coincidieran. Comprendí que me había descubierto yo sola. Quise disimular, devolviendo la mirada a mi móvil; pero noté cómo me escrutaba. Pude sentir sus ojos sobre mí. Por un lado, deseaba levantar la mirada y ver su reacción ante mi presencia; y por otro, no quería parecer una cría impaciente y caprichosa que pregonaba calma y paciencia, pero que había corrido a conocerla cuanto antes.

Aguanté unos segundos, pero finalmente levanté la cabeza, cruzando mi mirada con la suya. Nos observamos fijamente durante no más de un par de segundos. De pronto, y sin apartar la vista de mi, su rostro fue dibujando una sonrisa. Me había reconocido. Su expresión no dejaba lugar a la duda. Era lista. Sus comentarios rápidos e ingeniosos por wassap así me lo habían anunciado. Sonrió, como si hubiera ganado una partida imaginaria disputada entre ambas. Me gustó y me cabreó, a partes iguales. Era espabilada porque, a pesar de tomar cierta distancia y de no conocerme personalmente, salvo por las descripciones de mis relatos que aseguraba haber releído cientos de veces, me había descubierto casi sin pretenderlo. En ese momento, decidí retomar mi actitud de puta fría, desvergonzada y calculadora; y me senté junto a ella. No hicieron falta presentaciones.

  • ¿No jodas que te has follado a ese por una Coca-Cola? – le dije con cierto aire de superioridad.

  • Me lo hubiera follado, pero no quería metérmela sin condón – añadió sonriéndome.

  • Así no vas a progresar en este mundo. No se folla gratis, Daniela -sentencié.

  • Por fin te conozco, Carolina – dijo en tono de admiración, mirándome embelesada, como si tuviera delante a una estrella de Hollywood – Me … me … ¿me das dos besos? – tartamudeó.

  • ¡Claro! – exclamé - ¡Muack, muack! – sonaron nuestros labios sobre nuestras mejillas.

  • ¡Joderrrrr! ¡Qué ilusión! – exclamó – Lo último que me hubiera imaginado es que te iba a conocer … ¡hoy mismo! – comentó con el rostro ilusionado - ¿Cómo has sabido …?

  • Me dijiste – la interrumpí - que habías quedado con un chico a las seis en un centro comercial cercano a tu casa. Sé dónde vives por la foto del DNI que me mandaste, tenía un rato libre y pensé que sería buena idea comprobar en persona si realmente eres quien me has dicho.

  • ¿Pensabas que te mentía? – preguntó extrañada - ¿Por qué iba a engañarte?

  • No sé … hay mucha gente rara por ahí. Una mujer despechada que se ha enterado de que su marido es cliente mío, cualquier lector de mis relatos con tiempo y ganas suficientes para inventarse una historia, … - expliqué.

  • No me inventaría algo así – dijo cabizbaja y desilusionada por mis dudas – He sido sincera contigo, Carol. ¿Puedo llamarte Carol?

  • Claro, Daniela – respondí – Así me llaman mis clientes habituales y mis amigas. Y tú y yo vamos a ser buenas amigas a partir de ahora, ¿verdad?

  • ¡Por supuesto! – exclamó ilusionada.

  • Pero para eso tendrás que demostrarme todo lo que me has contado en los e-mails y por wassap. Si eres tan puta como dices, ¡demuéstramelo! – la reté.

  • ¡Lo soy! – respondió de inmediato, como si la duda la ofendiese – ¿Pero cómo puedo demostrártelo? Llévame con tus clientes y verás de lo que soy capaz – propuso con aire desafiante.

  • No corras tanto, Daniela … antes de eso tendré que ver de lo que eres capaz.

  • Pero … ¿cómo?

  • Pues … no sé … Daniela … - dije mirando alrededor - … aquí hay varios clientes potenciales … - insinué.

  • Ya … entiendo … - dijo en un susurro alternando su mirada sobre dos mesas de la cafetería en las que había dos hombres solos, tomando algo distraídos con su móvil.

  • Seguro que esperan a sus novias o esposas – añadí, esbozando una sonrisa pícara.

  • Es muy probable – asintió con la boca entreabierta imaginando cómo haría para seducirlos.

  • Fóllate aquí y ahora al menos a uno de ellos … y te daré la oportunidad de que me ayudes con algún cliente. Si lo haces bien, gustas y recaudas lo suficiente, ya pensaremos cómo hacer para que colabores habitualmente con Susi y conmigo – propuse borrando la sonrisa de mi rostro para que supiera que iba muy en serio.

  • ¿De verdad? – preguntó con gesto emocionado.

  • Sí, Daniela – respondí con rotundidad – No puedo negarte esta oportunidad, pero tienes que demostrarme que esto es lo que verdaderamente deseas y que vales para ello. Hasta ahora – continué mientras me escuchaba con gesto de admiración – no me has demostrado mucho: eres guapa, aseguras que te gusta follar y se la has chupado a un tío que conocías en los baños de una cafetería. ¡Bah! – exclamé restando importancia – Eso lo hace cualquiera. ¿Cuántas chicas de tu edad le hacen mamadas a sus novios, amigos o conocidos? ¡Eso no es ser una puta! – le susurré acerándome a su oído, pudiendo captar el aroma de su fragancia fresca y juvenil - ¡Eso no es ser una verdadera puta!- repetí.

  • ¡Vale! ¡Lo haré! – respondió muy dispuesta y mirando fijamente a su objetivo, sentado sobre una de las mesas del bar - ¿Tienes un condón?

  • ¡Toma! – dije entregándole uno de los muchos que siempre llevo en el bolso.

  • Ahora vengo – dijo tratando de parecer muy segura de sí misma, aunque era evidente que tenía muchas dudas de cómo conseguir seducir al tipo que había elegido, de entre los dos únicos hombres que estaban sentados solos en el local.

La distancia entre la barra y la mesa en que el tipo en cuestión se encontraba sentado no era grande, apenas unos cinco o seis metros, pero sí lo suficiente como para no poder escuchar la conversación. Daniela se presentó ante su mesa y le dirigió algunas palabras. A continuación, se sentó frente a él y siguió hablando. Él, un hombre de unos treinta y tantos años, vestido de sport, dejó a un lado el móvil, con el que llevaba entretenido desde hacía un rato entre sorbo y sorbo a un tercio de cerveza, y centró toda su atención en Daniela. Ajeno a que alguien los estaba observando, me fijé en que la miró de arriba a abajo justo antes de que ella tomase asiento y en que, a pesar de mirarla a los ojos mientras hablaba, no pudo evitar dirigir su mirada hacia las generosas tetas que se ceñían bajo el jersey. Hasta que se hizo el silencio. Él dijo algo al tiempo que miraba el reloj. Parecía como si esgrimiera alguna excusa del tipo “estoy esperando a alguien” o “se me hace tarde”. Daniela reacción rápido y acarició con su mano la que él tenía sobre la mesa, mostrando él su reacción de sorpresa ante el inesperado contacto físico. Ese era justo el momento en que una buena puta se apunta el tanto y “seduce” al cliente. O no. Se miraron durante un momento, como si él sopesase lo que Daniela le proponía. Ella añadió unas palabras, antes de ponerse en pié y alejarse de la mesa en dirección a los mismos aseos en los que apenas hacía veinte minutos le había hecho una mamada al otro chico. Esas últimas palabras que dirigió a aquel desconocido lo fueron con gesto vicioso, mordiéndose el labio inferior con los dientes de arriba. No lo pude oír, pero imaginé algo como “antes de que llegue tu novia, quiero tu polla dentro de mí. En cinco minutos, te dejo seco.”

Caminó como lo hacía habitualmente, con lentitud y parsimonia. No exageró el vaivén de sus caderas. No hacía falta para que su trasero, apretado por los leggings negros, se meciese rítmicamente con cada paso. Me excitaba ver su movimiento cadencioso e hipnótico. Me miró, de camino hacia los aseos, y me hizo un gesto, queriendo mostrar una forzada seguridad en haber captado a aquel hombre como cliente; pero se notaba en su expresión una mueca de preocupación por si no lo había conseguido. Se estaba jugando, en parte, su futuro como puta. Pero mucho más, en el fondo, porque ya tendría tiempo para aprender a engatusar a los hombres y “llevárselos al huerto”. Se jugaba su orgullo ante mí, el demostrarme de lo que era capaz. Convencerme de que podía ser una puta. O que, de hecho, ya lo era.

Observé al hombre. Nervioso, alternaba miradas fugaces al reloj, al móvil y a la cristalera de la cafetería que dejaba visible el vestíbulo del centro comercial y por el que transitaba gente continuamente. Esperaba a alguien, como habíamos supuesto. Durante unos segundos, se quedó pensativo. Acto seguido, y pareciendo que había tomado una decisión, se metió la mano en el bolsillo trasero de los pantalones y sacó de su interior una pequeña cartera de piel, que abrió comprobando los billetes que contenía. Quería saber si llevaba dinero suficiente para pagar a Daniela y para, quizás, ir al cine después con su novia o a cenar en alguna franquicia del centro comercial. Se levantó y en menos de dos segundos despareció tras la puerta de los servicios, donde acababa de entrar Daniela.

Traté de imaginar la situación, con Daniela sentada en el retrete y la polla de aquel tipo en la boca. O quizás, desenfundándose los leggings para que, apoyada contra la pared, se la follara por detrás. Qué recuerdos me traía todo aquello de mis andanzas en el colegio, follando con mis compañeros en los vestuarios y en los baños. Imaginé cómo se sentiría Daniela, prostituyéndose de verdad. Era como cuando cobró dinero por follar por primera vez, según su propio relato, en el coche de un vejete gordinflón, llevada a esa situación en la desesperación por sentir un rabo dentro de alguno de sus agujeros. Si de verdad quería ser una puta, estaría orgullosa de lo que estaba haciendo.

Dejé a un lado tan excitantes cavilaciones porque una mujer que rondaba la treintena entró en la cafetería y, enseguida, localizó la chaqueta que colgaba del respaldo de la silla en la mesa con el tercio de cerveza a medio beber. Se quitó el abrigo e hizo lo propio en la misma silla en que había estado sentado Daniela hacía apenas unos minutos. Dudó si sentarse. Finalmente se acercó a la barra, a metro y medio de donde yo estaba sentada sobre un taburete, observando toda la escena.

  • Perdón – exclamó llamando la atención del camarero - En esa mesa está sentado un chico … - inquirió sin terminar la frase.

  • Sí, acaba de pasar al baño – respondió el camarero.

  • Ah, gracias … pues … ponme … no sé … ¡otro tercio! – eligió. Mientras esperaba de pié a que le sirvieran la cerveza, se apoyó con los codos sobre la barra, distraída. Era una chica guapa y con buen cuerpo. Alta, de casi metro setenta, figura que se ceñía a una jeans ajustados, tetas redondas y apretadas por una camiseta oscura y melena larga con mechas rubias. Olía a perfume caro.

Mientras contemplaba a aquella joven me sentí feliz por ser puta. ¿A cuantos hombres, con esposas y novias guapas, me habría follado en mi vida? ¿Cuántos habrían puesto los cuernos a sus mujeres para estar conmigo por unos cuantos Euros? ¿Cuántos habían hecho conmigo cosas que con sus esposas no se atrevían a hacer? “¡Joderrrr!”, exclamé para mis adentros sin poder evitar soltar un leve suspiro. “Ser puta es lo mejor del mundo.”

Con el suspiro, y sin pretenderlo, capté la atención de aquella joven, que me miró con cierto aire de superioridad. Cogió su tercio de cerveza y se sentó en la mesa a esperar a su novio. “Si supieras que tu novio se está follando a otra ahora mismo”, pensé ante su gesto altivo. “Y si quisiera, yo misma le había vaciado la cartera y los huevos”. En fin, las putas siempre sufriremos ese desprecio del resto de las mujeres, cuando en realidad es por nosotras por quienes sus novios y maridos pierden la cabeza.

La puerta del baño se abrió. Habían pasado unos siete u ocho minutos. Salió primero el tipo, algo acalorado. Se había mojado el pelo para refrescarse. Había vivido aquello cientos de veces en mis propias carnes. Ahora se mostraría cariñoso con su novia, seguro. Pero trataría de irse de allí con ella cuanto antes, para evitar encontrarse con Daniela cuando ésta saliera de los aseos. Como si pudiese delatarse él solo con su comportamiento esquivo y huidizo. Los hombres son así de simples. Si no fuera porque me muero por las pollas …

Y así fue. Le dio un beso en los labios y, sin sentarse, la invitó a irse del establecimiento. Ella, sentada y con las piernas cruzadas una sobre la otra, le mostró el tercio de cerveza, al que apenas había dado un trago, en gesto inequívoco de que esperase a que se lo tomase. Él se sentó, nervioso y cabizbajo, mirando de reojo hacia la puerta de los baños, de la que salió, momentos después, Daniela. Sonriente y orgullosa se sentó junto a mí.

  • ¡Lo he hecho! – exclamó emocionada - ¡Ha sido genial! ¡Y mira! – añadió poniendo sobre la barra un billete de 20 Euros y uno de 10.

  • ¡Treinta pavos! No está nada mal – susurré.

  • Se la he chupado por diez pavos y, cuando le tenía a punto, le he dicho que follarme le costaría otros veinte … ¡y ha aceptado! – añadió tan orgullosa como emocionada - Ah, ¡se me olvidaba! Tengo pruebas.

  • ¿Pruebas?

  • Sí, mira … - susurró entre risas, sacando del bolsillo lateral de sus leggings un condón anudado por un extremo y lleno de semen – Se la he chupado sin condón; después me ha follado y me he guardado el condón para que vieras que es verdad – explicó con sonrisa pícara.

  • Guarda eso, ¡joder! – la reprendí ante su “travesura”, aunque me encantase su descaro y desvergüenza – Una de las cualidades más importante de una puta es la discrección. Te ha pagado por un servicio, se lo has dado y eso incluye que su novia, que está ahí junto a él, no sepa por ti jamás lo que ha pasado en ese cuarto de baño. ¿Qué crees que pensará si te ve aquí presumiendo lo que acabas de hacer, enseñando eso y viendo que su novio ha salido del baño treinta segundo antes que tú?

  • No lo había pensado … - dijo con aire ingenuo, tirando el condón a una papelera que había junto a ella.

  • Mírale, ahí está con su novia.

  • Joder, pues es una chica guapa.

  • Da igual lo guapas que sean. Las putas ganamos. Podemos con ellas. Con todas. Los hombres siempre se vendrán con nosotras.

  • Joderrrrr, qué sensación más increíble. Esto es lo que quiero hacer a diario. Ya quiero follarme a otro.

  • Hagamos algo distinto.

  • ¿El qué?

  • Vamos a hacer la calle – dije con solemnidad, a sabiendas de que ella me había dicho que lo estaba deseando.

  • ¿En serio?

  • Sí.

  • ¿Ahora? – preguntó impaciente.

  • ¿Acaso necesitas pensarlo o prepararte? – pregunté con ironía – Una buena puta siempre está dispuesta a follar.

  • ¡Sí, sí, sí! – exclamó – Es que me ha sorprendido. ¡Sí! ¡Quiero! ¡Ya! Es el sueño de mi vida. Llevo años esperando esto … - suplicó para corregir su pregunta estúpida.

  • Antes te prometí que si conseguías un cliente en esta misma cafetería, podrías venirte conmigo. ¡Y qué mejor que haciendo la calle! ¿No crees? – dije mientras cogía mi abrigo.

  • ¡Diosssss, no me puedo creer esto! – exclamó emocionada mientras se ponía la chaqueta y salíamos de la cafetería – Pero antes me dijiste que era peligroso.

  • Es que es peligroso – sentencié – Pero conozco el sitio adecuado para que te estrenes – expliqué mientras avanzábamos por el centro comercial – Mi madre era íntima del comisario de policía, un putero que no veas, que hacía la vista gorda con las putas que se prestaban a atender a “sus chicos”. Él ya no está, pero sus sucesores han mantenido la misma línea de actuación. Además, conozco a varios de los que suelen hacer las rondas por esa zona. A veces, cogen a una puta callejera y se presentan en mi casa para montar una “fiestecita” – continué, mientras ella escuchaba atentamente, como si asistiera a una clase de la Universidad y tomara notas mentalmente de todo lo que iba diciendo – Tengo que estar disponible para estas cosas, incluso cobrando por debajo de mis tarifas habituales, con tal de tenerlos de mi parte y que me puedan devolver el favor cuando lo necesite. Esto me lo enseñó mi madre, que hizo muchos años la calle – añadí.

  • ¿Y dónde es?

  • A unos 30 kms de aquí – calculé mentalmente – En 15 minutos llegamos. ¿Por qué lo dices? ¿Tienes “toque de queda”?

  • Eh … sí … bueno … - tartamudeó buscando no reconocer lo que era, una niña pija con hora de llegada a casa. En realidad, ella misma me lo había contado - … los fines de semana tengo más margen, pero hoy … a las 11.

  • Bueno, son las siete – dije mirando el reloj – Yo tengo clientela en casa a las diez. Puedo llamar a Susi para que me sustituya, si puede Pero no voy a sacrificar a dos clientes habituales que pagan muy bien si te tienes que ir a casa tan pronto. ¿Alguna posibilidad de llegar más tarde?

  • ¡Espera! – dijo muy resuelta. Tecleó en su móvil mientras me explicaba que escribía a su madre con una excusa. De inmediato, recibió una repuesta - ¡Conseguido! ¿Una y media te vale?

  • Es la hora de mayor afluencia de puteros – dije – pero … ¡vale! Tenemos más de cinco horas. Muy mal se nos tiene que dar para no echar un par de polvos, ¿no, Daniela? – dije en tono divertido.

  • ¡Jajaja! Me encanta esto – añadió sonriente e ilusionada.

  • Pero, no podemos ir así, Daniela – añadí en relación a nuestra vestimenta – No se paran coches igual en vaqueros que con una minifalda.

  • Si quieres … en mi casa no hay nadie hasta las nueve que llega mi madre. Tengo minifaldas, tops, plataformas, …

  • ¡Vale! – exclamé emocionada por el plan inesperado que se nos había presentado – Mientras te cambias en tu casa, iré a mi coche a hacer algunas llamadas. Elige algo para mí y me cambiaré en el coche cuando lleguemos – expliqué – Lo ideal es una minifalda corta, que enseñemos bien la mercancía. Aunque hace frío, merecerá la pena, ya verás.

  • ¡Qué ilusión! – exclamó ya frente a la cancela metálica de su casa.

  • Daniela, mete en un bolso todos los condones que tengas, un par de tangas, pañuelos de papel y toallitas húmedas, una botellita de agua y un frasco de colonia o perfume. Necesitaremos asearnos entre polvo y polvo - expliqué - Ah, y traéte esos leggings y esas zapatillas para volver a cambiarte luego. No querrás que tus padres te vean llegar a casa vestida como una fulana ...

  • ¡Diosssss, estoy impaciente! – dijo ilusionada – ¡No tardo nada!

Aún tenía que resolver lo de mis clientes a partir de las diez. Mientras esperaba a Daniela dentro de mi coche, envié un audio de wassap a Susi. Suponía que habría leído la nota que dejé sobre nuestra cama y que, a pesar de ser una declaración de amor, no le sentaría bien sospechar por qué me había ausentado de casa a una hora tan poco frecuente para nosotras como las cinco y pico de la tarde.

  • Susi … ¡hola! Me ha surgido un imprevisto y no voy a poder estar ahí a las diez. No sé si tú puedes atenderme a los dos clientes que van a ir. Si puedes, confírmamelo. Si no, dímelo para cancelar las citas. Un beso. Te quiero.

A continuación, busqué en mi lista de contactos al policía con cuya protección contaba años atrás cuando salía a hacer la calle por su zona. Marqué su número.

  • ¿Genaro?

  • Sí, soy yo. ¿Quién eres?

  • Hola, soy Carolina Fernández.

  • Eh … ¿Carolina Fernández? – preguntó extrañado. Era lógico, hacía casi una década que no sabía de mí.

  • Sí … la hija de Lola … ya sabes … del polígono … - insinué tratando de darle pistas.

  • ¡Ah, sí! – dijo cayendo en la cuenta - ¿Qué tal? ¡Cuánto tiempo! Ya no vienes por aquí y se te echa de menos. A ti y a esa amiga tuya …

  • Susi.

  • ¡Sí, esa! – exclamó - ¿Seguís juntas?

  • Y tanto … hasta nos hemos casado.

  • ¡Qué sorpresa! ¡Enhorabuena!

  • Genaro, sigues de servicio en la misma zona, ¿no?

  • Sí, claro.

  • Es que esta noche iré por allí con una chica nueva que está empezando – expliqué – Y hace tanto que no voy por allí que no sé muy bien cómo anda el tema ahora mismo.

  • Sigue más o menos igual – me contó – Mucha puta del Este. Rusas, ucranianas, rumanas, … Y negritas subsaharianas. Lo de siempre.

  • ¿Puedo contar contigo?

  • Esta noche no estoy de servicio, pero puedo llamar a la patrulla que hace la ronda por la zona – me dijo.

  • Te lo agradezco mucho, Genaro – dije - ¡Pásate un rato y te lo agradezco en persona! – añadí con picardía.

  • Tendré que despistar a la parienta, pero sí … me pasaré, que hace mucho que no nos vemos.

  • Vale. Allí estaremos hasta la una más o menos.

  • Nos vemos, Carol.

Apenas hube colgado la llamada, Daniela tocó con los nudillos en la ventanilla del coche. Se sentó junto a mí, con una cortísima minifalda de cuero, unos zapatos negros de plataforma y una especie de cazadora “bomber” que le llegaba hasta la cintura.

  • Te he traído esto – dijo dándome una bolsa que contenía otra minifalda del mismo estilo a la que ella se había puesto, un par de zapatos de plataforma transparentes (los clásicos de stripper) y un anorak oscuro y corto – He pensado que debíamos abrigarnos un poco …

  • Con esto nos valdrá – le dije a Daniela arrancando el coche - Me cambiaré cuando lleguemos – añadí iniciando la marcha que me indicaba el GPS.

  • ¡Qué nervios, Carol! – exclamó - ¡Por fin! Llevo tantos años esperando esto que ahora … ahora … casi no puedo creerme que vaya a hacer realidad mi sueño – dijo emocionada.

  • Necesito verte en acción si quiero que seas la nueva puta de mi pequeño burdel familiar – añadí centrando mi atención en la carretera.

  • Tú hiciste esto con tu madre. Lo he leído en uno de tus relatos. ¡Qué suerte!

  • Sí, la verdad es que soy una afortunada – reconocí – Que tu madre y tu hermana sean putas, ayuda mucho a dedicarte a este oficio.

  • No sabes la de veces que, leyendo tus relatos, he deseado ser tú – confesó – Que tu propia familia te comprenda y te aconseje … ¡Joder, ojalá yo hubiera tenido algo así!

  • No te quejes tanto, Daniela – interrumpí – De no ser por tus hermanos quizás no hubieras descubierto que esto es lo que más deseas en la vida. Seguro que hay muchas chicas de tu edad que soñarían con tener un par de chicos en su propia casa para follárselos a todas horas. Tú lo has tenido y gracias a eso sabes que quieres ser puta – expliqué.

  • Sí … llevas razón – reconoció – Y sé que soy muy joven, pero tengo la sensación de que ha pasado una eternidad desde que supe que quería ser puta y este momento.

  • Disfrútalo – aconsejé – Siempre recordarás el primer día que hiciste la calle. Chuparás muchas pollas en tu vida, te follaran miles de hombres y recibirás litros de lefa en tus agujeros. De la mayoría ni sabrás sus nombres ni recordarás sus rostros – expliqué – Pero sí recordarás todos los detalles de hoy.

  • No sabes lo que he echado de menos a alguien que me entienda y me aconseje – dijo con admiración - ¿Algún consejo más para mi primer día?

  • Sé tú misma, disfruta dando y recibiendo placer, muestra lo guarra que eres. Eso les encanta a los hombres. Que seas muy guarra y que vean que te gusta ser así, que gozas siendo una puta – dije mientras accionaba el intermitente derecho para tomar la salida hacia la M-40 – les pone cahondísimos. Adúlales. Los hombres son muy simples y tienen mucho ego. No hay nada que le guste más a un tío que le digan que tiene una polla enorme o que va hacer que te corras, aunque sea mentira – expliqué – No saben detectar cuando una puta les miente para subirl su autoestima. Y menos sin van empalmados buscando una fulana a la que follarse por veinte Euros.

Continuará …