Daniel y Yo (2. Una Velada Sencilla)

El segundo encuentro.

Capítulo 2. Una velada sencilla

Cuando abrí la puerta y salí al exterior, la calle parecía aún más oscura y silenciosa que hacía apenas una hora. El frescor de la brisa nocturna me ayudó a despejarme un poco del cansancio que me agobiaba y a pensar con mayor claridad. Pero no estaba seguro de que fuera la suficiente. Veía atónito en mi memoria lo que acababa de pasar y me hubiese convencido de que eran los recuerdos de otro o las escenas de una película sino hubiese sabido con certeza que era real y acababa de pasar. Me volví para contemplar la casa en la que todo había pasado no sin un pequeño estremecimiento.

Algo nervioso, no pude evitar mordisquearme el labio inferior, dubitativo. Aún me parecía sentirle: el sabor de su boca, el calor de su cuerpo, su pasión...Pero relajada la excitación que me había hecho dejar que me llevara a su cama ya no estaba seguro de lo que había hecho, la idea de que había cometido un terrible error y de que lo mejor hubiera sido decirle que me llevará a casa o mejor, ni haber ido con él, empezó a sonar, primero como un murmullo y rápidamente como una catarata, en mi cabeza. Pero por otro lado, lo hecho, hecho estaba y además era irreversible: la virginidad no se recuperaba... Aunque realmente sabía que no era eso lo que empezaba a preocuparme. Si me hubiese acostado con una chica probablemente no tendría ni una chispa de culpabilidad.

-¿Sabes qué?-interrumpió repentinamente el hilo de mis pensamientos Daniel, saliendo también-He pensado que quizá podrías quedarte a dormir.

-¿Quedarme a dormir?-repetí, con tono escéptico ante la probabilidad aunque no me parecía descabellada. Pero realmente lo que quería era tiempo para pensar la respuesta. Miré hacia la calle, intentando no verle, porque ya había comprobado que la extraña atracción que ejercía sobre mí no se había apagado ni mucho menos tras la marcha del lívido, como podría haber esperado.

-¡Claro!-asintió con total normalidad-No tienes por qué preocuparte por mi familia: saben mis gustos y con mi ex se acostumbraron a que durmiera con otros-me cogió de la mano y tiró para que quedáramos cara a cara-Si es que es eso lo que te detiene.

-Es que...-empecé a decir-Si no es mi cama no creo que pueda dormir bien-y, para evitar que pudiera decir algo sobre las otras cosas que sí podía haber en otra cama, añadí-Y me siento algo cansado.

-¿Estás seguro de que no dormirías bien en mi cama, rodeado por mis brazos?

La idea no dejaba de atraerme, y eso ahora mismo me parecía preocupante. ¿Pero que esperaba él? Me había logrado seducir y lo habíamos hecho. Es cierto que yo había disfrutado como nunca en mi vida, pero no había esperado que él, que debía haber conocido mejores experiencias, quisiera repetir. ¿Qué quería de mí?

-Prefiero que me lleves-dije finalmente.

-De acuerdo-cedió-Pero antes, una cosa.

-¿Qué?

-¿Aceptarías una invitación para cenar mañana?

-¿Hablas de mañana, sábado o del domingo?

-Del sábado, por supuesto-respondió como si la pregunta le sorprendiera-En mi casa. Prepararé algo especial.

-No sé si podré-empecé a decir... Lo cierto es que no tenía ni idea de si aceptar o rechazar su invitación, me había pillado totalmente descolocado.

-¿Tienes otro compromiso?-me preguntó.

-No exactamente-respondí-Pero tengo cosas que hacer, deberes y tal.

-¿Un sábado por la noche?

-...-no supe que decir.

-Es lo que pensaba: la crisis-sentenció.

-¿Crisis?-repetí, perplejo.

-Hace tiempo conocí a dos personas parecidas a ti-empezó a contar-Como tú eran en general dos chicos guapos, amables y aparentemente heterosexuales. Hasta que los conocí. Después de nuestro primer encuentro los dos tuvieron dudas y dilemas como los que tú tienes ahora.

-¿Y qué pasó?-le pregunté tras un momento de silencio.

-El primero decidió que había sido un fatal error y que él era “normal”, hetero. Después de eso me esquivaba y nunca me volvió a llamar ni nada. Por lo que sé de él intentó encontrar novia, yendo de cama en cama sin mucho éxito. No disfrutaba demasiado. A día de hoy, por las últimas noticias que me llegaron, está solo y algo amargado.

-¿Y el otro?

-De él puedo decirte más. Él decidió no intentar engañarse. Seguimos quedando varías veces y casi habríamos sido novios sino fuera porque un día descubrió el amor junto a un compañero de clase. Los dos siguen siendo dos de mis buenos amigos.

-Oye-le dije, sospechando-Esas historias te las acabas de inventar, ¿no?

-No. Y otra cosa que sí que es cierta es que uno vive mejor cuando acepta lo que es.

-Quieres que, como con el segundo chico de tu historia, sigamos viéndonos.

-Claro.

-Creo que pretendes aprovecharte de esa extraña atracción que ejerces sobre mí-le dije, confesándoselo. Tenía interés por ver su reacción y lo cierto es que me estaba convenciendo... Quizá quería dejarme convencer en el fondo.

-Mas bien-dijo acercándose-Pretendo satisfacer la que siento yo por ti.

-¿Por mí?-me sorprendió-Yo no tengo nada especial.

-Pues yo creo que lo eres y mucho.

Estaba acercándose, casi a punto para volverme a besar, cosa que sabía que haría, cuando un hilo de música rasgó el silencio. Era el primer coro del Mesías de Händel, la pieza que tenía para cuando me llamaban. Lo cogí sin mirar, sabiendo que sólo podía ser una persona:

-Soy yo-me limité a decir.

-¡Ey!-la voz de mi hermano sonaba apenas un poco entre el ruido de fondo de la que suponía era la fiesta de Ricardo-Estaba un poco preocupado por ti-dijo-¿Estás bien?

-Estoy perfectamente-respondí y, mirando a Daniel, seguí diciéndole-Estoy a punto de irme a casa.

-¡Ah! ¿Te va a llevar alguien?

-Sí.

-Bien, mejor para mí.

-Una cosa-le dije rápidamente para evitar que colgara. Se me había ocurrido algo.

-Dime.

-He pensando que es mejor que mamá no sepa nada de esto-le dije. Al recibir la llamada había recordado de repente los factores que mi familia implicaba en mi decisión respecto a Daniel. ¿Cómo iba a decirles a mis padres y a mi hermano que era gay? ¿Cómo iban a tomárselo?... Mejor que de momento no supieran nada.

-Pues lo has pensado tarde, hermanito-me dijo.

-¿Cómo?

-Cuando me dijiste que te ibas la llamé para decírselo-me respondió-Por si le parecía mal. Pero no fue así, por lo que no te he dije nada.

-Vaya-me limité a decir.

-¿Y por qué habías pensado que era mejor que mamá no supiera nada?

-No es nada-le respondí.

-Sí, sí que es algo.

-Oye, hablamos luego-le corté-Ya hablaremos-dije antes de colgar y poner acto seguido el teléfono en silencio. Seguramente me llamaría un par de veces antes de darse por vencido al darse cuenta de que no le iba a coger el teléfono.

-Casi te convenzo-dijo Daniel, con tono algo apagado-Pero esa llamada te ha recordado que tienes una familia que te hará preguntas y ante la cual ciertas cosas podrían ser difíciles.

-Mañana tengo cosas que hacer en casa-le respondí-Pero apúntame tu teléfono-seguí diciendo-Creo que la noche podría tenerla libre.

-Estaría bien-asintió él, sonriendo-Pero dame mejor tú también a mí tu numero.

Ahora fui yo quien no pudo evitar sonreír.

.

.

La luz del sol entrando a raudales por la ventana situada frente a la cama y el canto de algunos pájaros desde el jardín me indicaron que una vez más acababa de despertar. Todavía no había pensando en nada ni acababa de abrir los ojos cuando noté como algo, o quizá debería decir mejor alguien, presionaba mi mano. No necesitaba mirar para saber que era el gato, que una noche más debía haber venido a dormir encima de mí,  y que ahora buscaba, como solía, mimos.

-¡Ey, Nerón!-le saludé, rascándole de la cabeza, a lo que él reaccionó ronroneando.

Sin dejar de acariciar al gato y según fue volviendo a mí la consciencia, empecé a pensar con más claridad respecto a lo que había pasado anoche, en lo que había sentido, en lo que había hecho y en las palabras de Daniel, sobre todo las últimas...

Lo cierto es que yo siempre me había intentado guiar por lo que me aconsejara la razón y ésta me decía que teniendo en cuenta la atracción que había sentido por él, como me había dejado llevar con naturalidad y como había acabado acostándome con él, los hechos eran bastante claros como para dictaminar que era homosexual y que podía haber descubierto mi posible primer amor. Los prejuicios, propios y ajenos, serían los culpables de cualquier duda y malestar que tuviera al respecto. Sí. Era una forma razonable de verlo, pero la realidad se obstinaba en no hacerse más sencilla por la explicación. El asunto de si debería decírselo a mis padres y a Ignacio, cómo hacerlo y cómo reaccionarían eran cuestiones en que estos argumentos no me ayudaban demasiado.

Finalmente decidí que lo mejor era quedar una segunda vez. Otra cita con Daniel podía darme una respuesta fiable y aclarar si lo de anoche había sido un suceso extraño o algo serio. No estaba seguro de que si realmente necesitara convencerme mediante una prueba o si solo daba una excusa a mis supuestos prejuicios para satisfacer mis deseos de volverle a ver, de estar con él y, sí, no podía negarlo, quizás hacerlo de nuevo.

Bastante mejor de ánimo, no sé si por haber tomado una decisión que me ayudara a poder pensar en otras cosas o porque volvería a ver probablemente muy pronto a Daniel, procedía a levantarme. De hecho, me sentía extrañamente bien, como si de repente tuviera el presentimiento, venido de algún lugar desconocido, de que aquel sería un buen día. Una vez que hube arreglado la habitación y me hube vestido y pasado por el cuarto de baño, fui directo a la cocina. Mi madre estaba allí, leyendo unos folios sacados de un voluminoso montón, que supuse eran trabajos o exámenes de sus alumnos.

-¡Buenos días!-me saludó cuando entré sin levantar la vista.

-Buenas-contesté.

-Queda café-me indicó-Si quieres. Y gofres en la encimera.

Yo fui a coger uno y a prepararme un café con leche, alegrándome de que, concentrada en su trabajo quizá no me preguntaría. Pero no iba a tener suerte.

-¿Qué tal te lo pasaste anoche?

-Bueno... Estuvo bien.

-Ignacio me llamó para decirme que te ibas con alguien.

-Sí-me limité a confirmar mientras pensaba que debía decir.

-No le dije que no te dejara ni nada por el estilo porque sé que mereces mi confianza-hablaba sin despegar los ojos de la página que estaba leyendo-Tú nunca harías una tontería.

-Claro que no, mamá.

-¿Era un amigo de clase?

-Sí-le mentí, pensando que si le decía que era alguien a quien acababa de conocer ella contaría el haberme ido con él como una de las tonterías que acababa de negar hacer.

-Bien-asintió ella-Hay que ver-dijo de pronto.

-¿Qué?

-No sé que manía tienen muchos-respondió cogiendo su bolígrafo rojo para poner una señal-De poner la palabra esclavo con “x”. Como si pensaran que la palabra tiene más contundencia o algo escribiéndola así.

-¿Un error frecuente?

-Más de lo que imaginas-entonces me miró, seria-¿Y qué hicisteis tu amigo y tú? ¿Salisteis a algún lado?

-Jugamos a las cartas-mentí, improvisando sobre la marcha.

-¿Francesas o españolas?

-Francesas-respondí, deseando que fuera la última pregunta pero dudando mucho de ello.

-¿Apostando?

-No. Además sólo llevaba encima,...-aparenté hacer memoria-No llegaba a los diez euros.

-El dinero no es lo único que se puede apostar.

-¿Hubo alcohol?

-No me gusta.

-La has probado para hacer esa afirmación, supongo.

-Hace una semana insistieron y tome un poco de cerveza. Medio vaso nada más. Pero desde entonces ni una gota. No me gustó nada.

-¿Y tu amigo no te ofreció nada, verdad?

-¿Nada?-pregunté, como si no entendiese a qué se refería.

-Ya lo sabes.

-No. No tomamos “nada”.

-Bien.

Me sentía un poco molesto ante el interrogatorio, preguntándome si a Nacho le hacía uno igual cada vez que salía. Por suerte el recuerdo de mis tareas pareció darme una excusa para salir de allí. El reloj de la cocina marcaba con sus agujas que eran las once en punto. En media hora tenía lección de piano.

-Bueno-dije levantándome-Creo que debo prepararme las cosas para cuando llegue Isabel.

-Siéntate, Gregorio-me cortó tajante-Aún tengo unas preguntas.

-Claro-dije, obedeciendo.

-Dime, ¿estabais solos tu amigo y tú?

No estaba seguro de a qué venía a esa pregunta, pero lo intuía. Y no sabía exactamente que decir, claro que tampoco debía parecer dubitativo.

-Sí.

-¿Ningún otro amigo,..., ni amiga?

-No.

-Pero si hubiera habido...-empezó diciendo, pero no quería oírlo.

-Sólo jugué un poco a las cartas con un amigo-me justifiqué.

-...hubieras usado la debida protección, ¿no?-terminó de preguntar.

-Pues claro.

-Bien-asintió, volviendo a centrarse en las correcciones.

Aprovechando que la conversación parecía haber terminado me marché de allí rápida pero discretamente antes de que pudiera correr el riesgo de que se le ocurriesen más preguntas que hacerme.

.

.

Realmente hay pocas cosas que lleguen a irritarme de verdad, pero si hay una cosa que me consume los nervios por completo es que me interrumpan cuando estoy tocando. Ya hacía una década que el piano era el eje de mi existencia y, siempre que los deberes y el respeto al horario me dejaban, me pasaba todo mi tiempo en la improvisada sala de música que mis padres me habían hecho en casa, a partir de lo que fuera parte del jardín. Cuando extraía de las cuerdas el néctar de la música era cuando más plenamente vivo me sentía. Además mientras practicaba podía estar solo y tranquilo. Era cuando mejor me sentía. Y por eso, aunque no sin disgusto, supuse que sería por algo importante cuando Nacho apareció, abriendo la puerta. Estaba practicando con una partitura de Schubert que mi profesora me había traído en la clase del día, debía hacer ya hora y media o dos horas, cuando le vi de repente parado junto a la entrada. Decidí que podía tomarme un descanso y me dirigí a él:

-Estoy ocupado.

-Ya. Perdona-comenzó a decir-Es que hay una cosa.

-¿Qué cosa?-le pregunté.

-Ha llamado Elena.

-¿Quién?-pregunté-No conozco a ninguna Elena.

-Es la amiga de Sara, con la que te había concertado una cita ayer.

-Ah. ¿Y qué dice? ¿Es por lo de que me fui ayer y no la espere en casa de Ricardo?

-Realmente ella me ha contado que ayer estuvo contigo en su casa.

-¿Qué te ha contado qué?-apenas pude contener la sorpresa.

-Sí. Con su hermano y la novia de éste.

-¿Y qué más?

-Nada. Sólo me ha dicho eso. Y me ha  pedido que te recuerde que tienes una cita con ella. Esta noche.

El desconcierto se fue tan rápido como había venido. Veía claro lo que había pasado. Daniel debía de haberse puesto de acuerdo con su hermana para inventarse ese cuento. Sino fuera porque me ponía en un punto delicado en caso de que mi madre lo oyera, me hubiera sentido agradecido por su ocurrencia. Y algo sí lo estaba. Se había tomado la molestia de ayudarme a encubrir la verdad. Quizá debería haberle pedido algo así, al menos para que nuestras versiones coincidieran.

-¿Y qué le has contado a la mamá?-me preguntó.

-¿Por qué lo preguntas?

-Recuerdo que anoche me pediste que mintiera sobre dónde estuviste. Supongo que no te gustaría que yo le contara, por lo que fuera, algo a mamá sobre la llamada de Elena y que eso no coincidiera con lo que tú le has dicho.

-Le he dicho que estuve sólo con un amigo-le conté-Aunque realmente-ingenié-Cuando los dos fuimos a su casa, allí estaban su hermana y su novia, pero estas dos se marcharon a los cinco minutos.

-Ah. Eso encaja-asintió-Aunque no entiendo porque tantas complicaciones y tus ganas de secretismo. ¿Por mamá? ¿Crees que ella no sabe que ya tienes edad de sobra para ir tras las tías y para algo más?

-No es eso-le corté-Además de que no hubo nada de lo que imaginas.

-No pasaría nada malo, ¿verdad?-preguntó con un repentino tono de preocupación.

-¿Malo? ¿Como qué?

-Pues no lo sé, pero algo malo.

-Nada de eso.

-¿Sabes que me puedes contar cualquier cosa, no?-me preguntó-Si me pasara algo, yo te lo contaría.

-Bueno-le repliqué, queriendo rebajar el tono al que había llegado la charla-Y si no te pasada nada, también. Tú lo cuentas todo.

-Ya-rió, debiendo haber captado que no quería que la conversación siguiera igual-En fin-parecía, por fin, a punto de irse-¿Vas a ir?

-¿Ir? ¿Ir a dónde?

-A la cita con Elena.

-Creo que sí.

-¿Cómo vas a ir?

-Pues...-lo cierto es que eso no lo había pensado. Quizá tendría que llamar a Daniel para que me recogiera... Aunque no era buena idea que le pudieran ver.

-¿Quieres que te lleve? Conozco dónde está la casa de Elena porque es casi vecina de Sara. Ella me lo comentó una vez. Además, puedo llamarla si acaso y que me de la dirección.

Lo pensé un momento. Era mejor que mi idea.

-Claro-asentí, pensando en que eso era un problema menos.

-Ah, y otra cosa-dijo abriendo la puerta, antes de salir.

-¿Qué?

-Que no hace falta que te preocupes por la seguridad-eso me descolocó, hasta que añadió apto seguido-Llevo condones en la guantera.

.

.

Cuando baje del coche estaba nervioso y emocionado. El momento que llevaba casi todo el día esperando estaba a punto de comenzar.

-¡Oye, Greg!-me llamó mi hermano desde el coche-¿No coges los...?

-No me van a hacer falta-le interrumpí-Hasta mañana-me despedí, cerrando la puerta.

-¡Adiós!-pude oírle a través del cristal antes de que volviese a poner el coche en marcha y se fuera desapareciendo de mi vista calle abajo.

Una vez se hubo ido tomé aire y me dirigí hacia la puerta. No había pasado ni un día desde que la había cruzado por primera vez, con Daniel, y ahora volvería a cruzar su umbral para verme de nuevo con él. Podría descubrir que había caído en un craso error o quizá...

Fui lentamente hacia la puerta. Lo cierto es que tenía una duda a cada paso que daba, pero iba recorriendo paso a paso el camino hasta que estuve justo ante el portal. Pulsé el botón y un estridente timbre resonó en el aire. Sólo quedaba esperar que alguien abriera. Tome aire y me prepare mentalmente. Apenas pasaron unos segundos hasta que la puerta se abrió.

-¡Ah, hola!-me saludó una chica, a la que supuse Elena-¿Eres Greg, no?

-Sí-contesté.

-Me alegra conocerte-se apartó ligeramente de la puerta-Pasa.

Así hice, volviendo a encontrarme en un vestíbulo ya conocido.

-Creo que mi hermano ha preparado algo especial para vosotros.

-¿Algo especial?-me pregunté que sería.

-Además vais a poder estar tranquilos. Yo salgo en cinco minutos y mis padres están fuera, por lo que tendréis la casa para los dos.

-¿Tus padres están fuera?

-Mi padre está de viaje y mi madre tiene turno de noche. Ha salido hace una hora, poco más, y no volverá hasta mañana por la mañana.

-Ah-apenas pude asentir antes de que una tercera voz interviniese, descendiendo por la escalera:

-¡Greg!-cuando le vi, Daniel había bajado ya los escalones y se precipitaba sobre mí, abrazándome. Su efusividad me resultaba algo incómoda, sobre todo ante la presencia de su hermana, pero también me gustaba. Se apartó un poco, como para observarme, como si dudara de que estuviese ahí-La verdad es que hasta el final he dudado sobre si vendrías.

Yo no supe que responder. No se me ocurría ninguna replica que no pudiera sonar demasiado disonante con sus palabras.

-Pero pasa-continuó él-¿Tienes sed? Hambre espero que sí, porque la cena está en la mesa.

-Tomaría un vaso de agua-comenté. Realmente no tenía sed, pero el vaso me daría una razón para retardar mis respuestas, haciendo como si bebía, por si acaso.

-Claro-asintió él-Vamos a la cocina-añadió dirigiéndose hacia ella.

-Yo ya me voy, Dani-oí la voz de su hermana al seguirle-¡Hasta mañana!-se despidió, abriendo la puerta.

-¡Hasta mañana!-le correspondió él poco antes de que la puerta de cerrase, haciendo resonar un golpe seco por todo el pasillo.

Cuando entré en la cocina, él ya estaba sacando la botella de agua del frigorífico.

-¿Qué tal tu día?-me preguntó mientras cogía un vaso de uno de los estantes que había sobre el fregadero.

-Bien-me limité a decir-¿Y el tuyo?

-¡Ah! He estado muy nervioso, pensando y pensando sobre si vendrías o no al final. Y en la última hora he estado muy ocupado, queriendo dejarlo todo preparado para cuando vinieras. Ya lo verás. Espero que todo esté a tu gusto-me tendió el vaso.

-Oye, una cosa-le dije, no sabía como sacar el tema, pero tenía que preguntarle-Lo de la llamada a mi hermano...

-¡Ah, sí!-asintió-Pensé que sería buena idea y se lo pedí a mi hermana. Supuse que no sería nada raro ni molesto que te llamará una chica para recordarte vuestra cita-me miró-¿No te habré metido en algún lío?

-Es que-no sabía porque se lo contaba-Antes le había dicho a mi madre que sólo estuve jugando a las cartas con un amigo. Solos. Luego tuve que cambiar un poco mi historia cuando mi hermano me contó lo de la llamada, diciendo que tu hermana y tu novia se fueron tras sólo estar diez minutos. Creo que mi hermano me ha creído, o al menos no se lo ha dicho a mi madre, ya que ésta no me volvió a preguntar.

-Ah. Entonces bien, ¿no?

-Supongo.

-Y, a parte de inventar historietas, ¿qué más has hecho hoy?

-Bueno-suspiré-Por la mañana he tenido lección de piano, he estado practicando un poco, y por la tarde he repasado algo de latín.

-¡Vaya! ¿Sabes tocar el piano?

-Un poco.

-¿Y has tenido una clase en sábado? Supongo que no es en el instituto.

-Tengo una profesora particular que me da clases de lunes a sábado.

-Algún día quiero oírte.

-Bueno. No es que toque muy bien.

-Ya se verá. En fin-dijo-Vamos al comedor o la cena se enfriará, aunque estaba hirviendo hace cinco minutos.

Le seguí hasta el comedor. A la luz de dos velas, dos platos estaban colocados frente a frente. También había una botella de vino y dos copas vacías.

-¿Velas?-pregunté. Me parecía un poco excesivo, demasiado cargante.

-¿Te parece muy pomposo?-me preguntó-Tienes razón. No me convencía, pero me pareció gracioso-comentó, encendiendo la luz-Pero sí. Mejor con luz normal-se dirigió a la mesa y apagó las velas-También había preparado algo de música para ponerla mientras cenábamos.

-Mejor que no-le dije tras pensarlo un momento.

-Vale, ni velas ni tampoco música-pareció reflexionar-Sí, era demasiada azúcar...

-Prefiero cosas sencillas-dije.

-Sí, y yo...Espero, no obstante, haber acertado al menos con la lasaña.

-¿Lasaña?-no me había fijado todavía en los platos y es que, aunque tenía hambre, mis ensoñaciones no se dirigían precisamente a los placeres de la comida. Miré mi plato, sentándome. Tenía buena pinta-¿Quién lo ha preparado?

-Me gustaría decir que yo-dijo, sentándose frente a mí-Pero ha sido mi hermana. No soy muy bueno en lo que a cocinar se refiere, pero ella es una auténtica chef.

Yo cogí el tenedor y sin más dilación me llevé el primer bocado a la boca. Estaba caliente, pero poco. Se había enfriado lo suficiente para que se pudiera comer pero no demasiado. Y estaba buena... Lo cierto es que la lasaña era mi plato favorito... Pero él no podía saberlo... ¿O sí?

-Voy a abrir el vino-dijo haciéndolo-¿Te gusta el vino?

-Dijiste que no te gustaba el alcohol-le recordé-Justo después de que yo lo comentara también.

-Por un poco no pasa nada-se limitó a afirmar, encogiéndose de hombros, mientras llenaba las copas-Mi hermana me lo ha recomendado. Según ella y en general-explicó mientras se llevaba la copa a los labios, parando un segundo para tomar un primer sorbo-El tinto es para acompañar a las carnes rojas, el blanco para carnes blancas y pescados y el rosado en general para arroces y para la pasta.

-No lo has catado antes de probarlo-comenté.

-No hacía falta. Tenía burbujas, por lo que no podía estar picado. Y no está mal. Pruébalo.

Yo lo hice, tomando un pequeño sorbo de mi copa. No estaba mal, pero tampoco me atraía demasiado, por lo que deje la copa y me centré en el plato.

-Y dime: ¿has pensando mucho en lo de ayer?

-Bueno-pensé mi respuesta-Mentiría si dijera que no, aunque no sé si “mucho”.

-¿Y has llegado a alguna conclusión?

-Más o menos.

-¿Y cuál es?

-Que necesito más información para llegar a una conclusión.

-¿Más información?

-Para no sacar una conclusión general precipitada sólo a partir de una única experiencia que podría no ser lo que parece-expliqué.

-Es decir, quieres ver si lo acabamos haciendo o no de nuevo para saber si eres gay o si lo de ayer sólo fue una rara forma de desahogo.

-Más o menos.

-Yo me preguntaría, de ser tú, si esas dudas son reales o si sólo quieres tenerlas.

-¿Cómo si me quisiera engañar a mí mismo?

-Pasa a veces, en gente a la que no le gusta lo que descubren de ellos mismos. Lo peor es que no sirve de nada.

-Ya-asentí.

-¿Te arrepientes de lo de ayer? ¿Desearías que no hubiera pasado?

-No... Además, es que,..., me gustó-admití.

-Disfrutaste-no era una pregunta.

-Mucho.

-Y yo también-sonrió-Tanto que me gustaría repetir.

Sentí un ligero escalofrío ante la emocionante perspectiva que tuve ante sus palabras. Me había parecido evidente que en esta “segunda” cita habría nuevamente sexo, pero no había estado seguro hasta que oí esas palabras.

-¿Y tú, Greg? ¿Quieres que juguemos hoy?

-Sí-respondí finalmente, no sin un poco de esfuerzo.

-Lo imaginaba-asintió-Por eso, para después de la cena, he preparado un postre especial para nosotros. Creo que te gustará mucho.

Yo no me imaginaba que sería, pero no tarde en fantasear con todo tipo de escenas y juguetes...

-Seguro que sí-dije, apurando lo que quedaba en mi plato.

-Veo que estabas hambriento-comentó con ese tono dulce e insinuante.

-Aún lo estoy-le contesté, intentando poner una voz similar. Ya estaba completamente excitado con las escenas que me imaginaba, ansioso de ver ese postre “especial”.

-Sí, yo también...-sonrío-Y creo que tengo lo que necesitamos-Se levantó y empezó a recoger la mesa-Llevare estas cosas al fregadero para mañana y traeré el postre especial que tengo para nosotros-concluyó antes de dirigirse a la puerta-Ve preparándote mientras vuelvo.

-¿Preparándome?-le pregunté.

-Ya sabes-me miró, y sus ojos me miraban con deseo-Quítate el “envoltorio”.

No tuvo que repetírmelo. Nada más se fue por la puerta comencé a desnudarme, dejando la ropa en otra de las sillas que rodeaban la mesa. No sabía que habría preparado para que lo usáramos, pero sólo ante la expectativa de volver a disfrutar de él como ayer, con su firme y jugoso mástil en mi boquita y en mi culito,..., la mía ya se alzaba firme y no dude en acariciarme, esperando su regreso.

No tuve mucho tiempo de todas formas ya que regreso casi enseguida de la cocina, trayendo una bolsa negra que no permitía ni atisbar su contenido. Me relamí los labios, imaginando, esperando, sin dejar de tocarme mientras él, dejada la bolsa en la mesa, se fue desnudando también, volviendo a mostrar para mi regocijo sus magníficas facultades físicas. Él también estaba excitado, como lo demostraba su marcada erección.

Volvió a coger la bolsa y se acercó a mí lentamente.

-No te levantes-me dijo cuando hice ademán de hacerlo-Sólo haz un poco hacia atrás la silla.

Lo hice, dejando suficiente espacio entre la mesa y yo para que él se pusiera en medio. Creí durante un momento que su propósito era que se la chupara, pero fue él el que, poniendo el cojín de la silla de al lado en el suelo, se arrodillo ante mí y se metió entre mis piernas, buscando con su mano mi miembro... Sus dedos estaban algo fríos, pero eso no importó cuando los sentí rodear mi bastón, que se endureció más bajo ellos.

Empezó a masturbarme suave, lentamente. Su otra mano, tras dejar lo que fuere que llevaba en la bolsa en el suelo, fue directa a mis testículos, que masajeo con sus dedos, delicada pero activamente.

-Que dura está-comentó-Así es como me gustan, como la tuya, duritas y gorditas.

Que hablara así me excitaba, pero no dijo entonces muchos más... Al poco noté su aliento cálido soplando sobre mi rosado glande, que sus dedos dejaban al descubierto, tirando de la piel hacia abajo. Estuvo un momento soplando, ¡y cómo me excitaba sentir el aire exhalado de su boca, cálido, sobre mi erecta verga!

Al poco pasó al siguiente nivel. Primero sus labios se posaron sobre la punta, presionando ligeramente como en un beso, y entre ellos, al cabo, sentí su lengua salir, húmeda, deseosa de recorrer mi carnosa barra. En ese momento se quedó, no obstante, sólo sobre el descubierto casco, que su boca había abarcado ya en su interior, bañándolo en saliva. Como un planeta alrededor de su estrella giraba su lengua alrededor, lentamente al principio, en círculos unidireccionales, y después en marchas alternas más rápidas.

Y de repente, agachándose, buscó tragársela toda. ¡Uf! Se encontró de pronto, durante un segundo, casi toda mi verga en su boca, sintiendo los juegos de su verga, los roces de sus dientes, el húmedo calor...Al alzar la cabeza fue, como si se resistiera a sacarla de su boca, recorriendo con sus labios mi mástil, como aferrándose a ella.

Volvió a masturbarme, ahora rápidamente y alternando sus manos con rápidas pasadas de la lengua. Era electrizante sentir sus pasadas, subiendo desde los huevos hasta el pequeño agujerito en la cumbre, que no descuidaba. A veces varías lamidas se sucedían una a otras sin descanso, la lamía con gran ansiedad como un sediento el agua no probada en días.

-¡Uf!-dijo parando-Me he puesto a chupar y está tan rica-dio otra lamida-Que se me ha olvidado lo que había traído.

Abrió la bolsa y sacó de la misma un bote de nata. La cosa prometía.

-Vamos a ver-agitó y abrió el bote-Es que a mí me gustan los dulces con nata.

-A mí también-asentí.

-Lo imaginaba.

Sin esperar más se puso manos a la obra. Dirigió el spray hacia donde había estado lamiendo y la nata, presionado el botón, cayó rauda sobre mi caliente verga, sobre mis huevos, mi vientre, mis piernas y también sobre la silla.

-¡Como me voy a poner!-dijo antes de sumergirse de nuevo entre mis piernas.

Si ya antes me había estremecido de placer, aún a más fue esa sensación cuando su lengua volvió a recorrer, lamiendo la nata, mi caliente carne... ¡Oh! Varias veces volvió a echar nata sobre mi miembro y otras tantas volvió a limpiarla con la lengua...

Hasta que, avisado por mis ya incontenibles jadeos, se apartó repentinamente y rodeo mi glande con su mano, como queriendo taponarlo para evitar que me corriera.

-¡Aguanta!-me dijo-Todavía no es el momento.

Entonces se levantó y me dio la espalda. No sabía por qué, pero pronto lo iba a averiguar. Tras pasarme el bote, que cogí con mi mano derecha, me señaló sus nalgas, que se abrió con las manos, invitándome a sumergirme entre ellas.

Dudé un poco, pero finalmente lo hice. Empecé besando la piel exterior mientras él se inclinaba, casi tumbándose sobre la mesa, para que tuviera mejor acceso. Después de parar un poco entre las nalgas, fui directo a su agujerito. Al principio me daba un poco de cosa, pero el morbo pudo más y mi lengua fue recorriendo aquella trinchera, concentrándose especialmente en la puerta.

-No te cortes para usar la nata-me recomendé.

Le hice caso y fui echándole nata antes de lamerla, por su entradita y por lo que la rodeaba. Era morboso sentir el sabor dulce de la nata junto al de su piel, sobre todo cuando tras la suave nata aparecía su entradita... ¡Uf!

Al poco, retirándome sustituía mi lengua por mis dedos, que dirigí instintivamente hacia su agujerito... Estaba cerrado y al intentar meter un dedo me encontré con un estrecho túnel en el que, a priori, apenas podía introducirlo hasta la uña.

-¡Sí!-le oí-Adelante. ¡No te rindas!

No lo hice, sino que seguí, lenta pero firmemente, avanzando. Había puesto nata en mi dedo para usarla como lubricante y aún así su culito se resistió a mi avance durante unos momentos hasta que finalmente lo hundí hasta el nudillo. Lo dejé ahí un momento, moviéndolo de forma circular para abrirlo más. Y luego pasé a moverlo, adentro y afuera, cada vez más rápido. Cuando deslizar el dedo en su culito fue más fácil lo saqué y probé a meterle dos dedos, y aunque volvió a resistir, esta vez se los introduje más fácilmente. Seguí metiéndoselos un poco más, y habría esperado todavía de no haberme dicho:

-¡Ah!, ¡Greg!-suspiró-No quiero ni puedo aguantar más: ¡Métemela!

Lo cierto es que su incitación me dejó durante un momento completamente anonadado. No es que fuera un experto, pero yo siempre había pensado que en las parejas homosexuales uno hacía de hombre, que era el activo, y el otro de mujer, el pasivo, y que una vez que yo había sido pasivo ya me tocaba esa “posición”.

-¡Venga!-me instó ante mi falta de movimiento.

Yo me levanté y me puse tras él.

-Échate nata-me pidió, cosa que hice, cubriendo mi erecto miembro con ella.

Me fui poniendo sobre él, acoplándome a sus formas, mientras su mano apareció repentinamente en mi polla, a fin de guiarla hacia su culito, mientras la otra abría sus nalgas para facilitar el camino...

Estaba tenso y deseoso. Nunca había penetrado a nadie y ahora iba a meterla en el culito de Daniel...Sentí sus nalgas abriéndose lentamente y como a regañadientes al paso de mi mástil, que, merced a la guía de Dani, llegó a la puerta de sus entrañas.

-Ya estás donde tienes que estar-dijo. En su voz y en su respiración podía sentir el deseo de la consumación, de la penetración... Y yo también lo quería.

Empecé a empujar ligeramente. Él gimió cuando finalmente la cabeza cedió su resistencia y entró en su interior. Una vez metida ésta, fui empujando lento pero constante.

-Así, así-pedía, gimiendo suave, casi imperceptiblemente-Hasta el fondo, la quiero hasta el fondo...

Como pedía, se la fui metiendo lentamente, según cedía su secreto túnel a mi explorador hasta que, finalmente, estaba toda dentro. ¡Oh! Su culito era una acogedora y cálida caverna en que mi polla se sentía como apretada por todas partes... Su interior era calentito y estrecho y me hacía estremecerme de placer...

-¡Oh!-gemí.

-¿Qué? ¿Te gusta? ¿Disfrutas follándome?

-Sí-respondí llevando mi mano a su delantera, acariciando sus huevos.

-Pues ahora, ¡fóllame!-me ordenó.

No le hice pedírmelo dos veces. La primera vez fui lentamente, sacándola hasta que apenas tuve la punta dentro para después hundirla después hasta el fondo.

-¡Así!

Era una auténtica gozada, mucho más de lo que había experimentado hasta ahora con cualquier paja. Al principio lentamente y luego cada vez más rápido fui penetrándole, saliendo lentamente y entrando hasta de un golpe. Sentía mi polla totalmente rodeada por su carnoso y cálido interior, apretada, como exprimida.

Sin dejar de cogerle cada vez más fuerte, busqué con mi mano su verga, que se movía bajo su cuerpo al compás de mis embestidas. Me costaba agarrarla, pero él me ayudo y la puso en mi mano, tras lo cual empecé a masturbarle.

-¡Sí, sí!-gemía él suavemente, como había visto hacerlo en algunas películas porno a las tías-Dame más, dame más, dame más de esa verga rica...

Pero entre una cosa y otra yo no iba a poder aguantar mucho más.

-Me corro-le avisé, acelerando, mientras ya sentía los dulces escalofríos que antecedían a la eyaculación.

-¡Sal!-me dijo.

Yo lo hice y de inmediato su mano fue a mi verga, comenzando a masturbarla mientras la otra iba a la mesa y cogía mi copa de vino, aún poco más de medio llena.

-No puedo aguantar-le dije entre jadeos, y era verdad... ¡Dios! Estaba a punto de temblar, sentía un placer que casi me hacía tiritar recorriéndome de pies a cabeza... Él no dejó de agitar mi mástil con su mano hasta que finalmente el primer borbotón abrió el camino a todos los demás, que surgieron con fuerza en una brutal corrida... Casi podía sentirlo, caliente, saliendo...

Y cayendo en la copa, que él puso justo delante de mi polla.

-Así, así-me decía-Echa toda la lechita rica, dámela toda.

Aún después de los últimos borbotones estuvo masajeándomela suavemente, escurriendo los últimos hilillos, tras lo cual, como para cerrarla, la besó, cogiendo entre sus labios parte del semen, que se relamió de los labios.

Se levantó para quedar a mi altura y me besó. Su lengua penetró en mi boca como dueña y exploró a su antojo mientras la mía la recibía sumisa y deseosa. Su brazo derecho me rodeo y su cuerpo se apretó contra el mío. Yo le devolví el abrazo, queriendo sentirle plenamente a mi lado...También sentía su dura verga contra mi vientre. Estuvimos un largo rato así, abrazados, besándonos, hasta que él, como si la recordara de repente, se llevó la copa a labios y, lentamente, vacío su contenido. Bebió aquella mezcla lentamente, como queriendo que lo viera bien... Era morboso y excitante...

-Muy rico-comentó al apurar las últimas gotas.

Entonces yo, llevado por el deseo que hacía rato tenía en la cabeza y por mostrar iniciativa me arrodillé, cuidando de poner el cojín del suelo debajo de mí, y me dirigí raudo hacia su verga, que se alzaba erecta.

Él me dejo hacer y note sus manos acariciándome el cabello mientras mis manos primero y luego mi boca disfrutaban ya de su verga. Pensé en masturbarle, pero el ansia por volver a sentir el rico sabor de su polla, dura y caliente, en mi paladar fue superior a cualquier otra consideración.

Como un perro su hueso comencé a recorrer su dura batuta con mi lengua, satisfecho de volver a gozar de ésta con mi lengua. Él no tardó en suspirar mientras yo recorría su miembro desde los huevos hasta la punta, jugando especialmente alrededor de ésta última. ¡Dios! Desde que lo probé el día anterior por primera vez no podía recordar algo que me hubiera entusiasmado tanto como tener la rica verga de Daniel en la boca...

-¡Ay, que goloso estás hecho!-dijo entre suaves jadeos.

Seguí chupando un buen rato, recorriendo cada centímetro de su piel. En un momento tanto él, que a diferencia de yo, no se había olvidado de la nata, me acercó la punta del bote como para que la chupara. Yo la rodeo con mis labios y él lo pulsó, haciendo que mi boca se llenará en dos segundos. Pero no lo tragué, no de inmediato. Con la boca llena de nata rodee su polla y, entonces, lamiendo a la vez carne y nata, me lo fui tomando... Iba a decirle que volviera a acercarme el bote cuando de repente fue sobre mí, empujándome suave pero firmemente contra el suelo...

Quedamos tumbados contra éste. Estaba frío y era un poco incómodo, pero en ese momento no me importaba demasiado. Así, acostados y con él sobre mí nos volvimos a fundir en un apasionado beso en que nuestras lenguas jugaron y exploraron la casa de la otra. Tras separarnos y aprovechando la altura, dejó caer desde sus labios un grueso hilo de saliva que, morboso, atrape y trague con afición.

-Bien, Greg-me dijo-El suelo no es el mejor lugar, pero no tengo tiempo de llevarte a ninguna cama. Me has puesto demasiado cachondo y necesito culminar.

Entendí perfectamente lo que quería y cuando sus manos buscaron abrir mis piernas le ayude en lo que pude. Cogió mis piernas y las alzó un poco para exponer mejor mi entrada, sobre la que yo, devolviéndole el favor, guíe su verga cuando se tumbo sobre mí...

Me relamí los labios, deseoso de que llegase. Ser penetrado, follado, desde que la experimenté el día anterior, era una idea que me fascinaba y excitaba, y más en esa postura, que lo hacía más semejante al sexo hetero.

Finalmente, sentí su punta en mi ano, entrando y abriendo mis nalgas. Sabía que los primeros segundos iba a ser algo duros, pero incluso eso sólo servía para hacerlo más morboso.

-Voy a volver-me anunció.

-Te espero-contesté.

Y no tardó mucho. Sentí su polla apretando fiera contra mi puerta y tuve que morderme los labios para no quejarme cuando, fuerte y rápida como un toro embistiendo, se enterró con brutal prisa y energía, abriendo y devastando el camino, quemando mis entrañas. Apenas tres o cuatro segundos y la había clavado hasta el fondo.

-¡Dani!-le llamé, conteniendo el dolor como podía... Un dolor que era intenso y morboso.

Intuyéndolo y como a modo de alivió volvió a besarme... Era excitante. Sobre el suelo de su comedor, él encima penetrándome y yo debajo, dolorido por su fuerte virilidad. Sentía su cuerpo desnudo, cálido y sudoroso sobre el mío y el tacto de su piel era electrizante...

Sin dejar de besarme, salvo para lamerme las mejillas, empezó la cogida, saliendo y entrando con energía. Mi cuerpo se estremecía, al son de su baile, y mis gemidos, cuando no los bloqueaba su lengua, fueron brotando y llenando el comedor.

-¡Dani, Dani!-empecé a gemir, cuando ya el dolor había dado paso a un pleno placer y sólo quería que fuera más rápido y más dentro.

-¿Te gusta que te follen, eh, bebito?

Dijo. Ya casi me había olvidado de esa palabra, pero me encantó que la volviera a usar.

-Sí, papito-le dije en correspondencia.

-¿Te gusta que tu papito te dé el bibe, verdad?

-Sí, papito, mucho.

-Pues pronto lo vas a tener. Lo estoy preparando-ya empezaba a gemir de placer-Con leche rica de la que te gusta. ¿La quieres, eh? ¿Le gusta la leche que hago a mi bebito?

-Me gusta mucho, papito.

-Como tiene que ser-sus jadeos crecían en intensidad y los míos también...

Sentía su barra de carne clavada hasta el fondo, saliendo y entrando con fuerza, un calor que subía y bajaba como un lago de lava que respondiera a una extraña marea...

-¡Aquí viene, bebito!-dijo finalmente.

Entonces la sacó y apenas se tocó un poco cuando, con un estremecimiento de todo su cuerpo, se corrió salvajemente sobre mí. Los borbotones de su leche salieron casi proyectiles, despedidos de su grueso cañón, y fueron cayendo sobre mi pecho y mi vientre desnudos. Sentí aquellas “balas” caer sobre mí mientras el temblaba y gemía, sin dejar de masturbarse...

Finalmente, cuando cesó de salir, se quedó un momento quieto, mirándome y sonriendo.

-Que bello te veo-dijo-Cubierto, bebito, por mis amores.

Yo no tenía palabras, pero dentro de poco eso no importó. Él se inclinó para alcanzar con sus dedos uno de los borbotones que había caído junto a mi ombligo. Recogió el caído néctar y, sin prisas, lo llevó a mis labios... Sentí el tacto cálido, algo gelatinoso y espeso, de su leche cuando lo puso junto a mis labios con sus dedos, que yo lamí, también lentamente. No dejamos de mirarnos morbosamente a los ojos mientras él siguió procediendo a llevar su semen hasta mi boca, que yo tome poco a poco, saboreándolo. Estaba a punto de estar, pleno por el placer recibido...

-Si en algo sé que he acertado de pleno-dijo de repente-Es en la elección del postre. No hay nada mejor-afirmó antes de verter más de su manjar en mi boca.

Lo trague pensando que tenía mucha razón.