Daniel y Miriam

Abrió la bolsa y extrajo las argollas de tobillos y muñecas, las esposas, un pequeño látigo con empuñadura de cuero trenzado

Era martes y los martes por la tarde no tenía ninguna clase. Peluquería, compras, algún recado, quedar con las amigas. Su tiempo libre. Un frugal tentempié en el bar de la facultad le dejaba más tiempo para sus cosas.

Pero aquel no era un martes cualquier. Hacía seis meses que se había casado Miriam y Daniel y habían quedado en celebrarlo estando juntos, muy juntos y muy solos. Pero tenía tiempo de practicar un poco su deporte favorito: ir de compras.

Solo quería proveerse de unos zapatos cómodos de invierno, los necesitaba, y de un pijama que la mantuviese caliente y captase las miradas más juguetonas de su marido. Con la moto, situarse en plena Plaza Cataluña era un momento y, desde allí, el recorrido por la Calle Pelayo y la Avenida Puerta del Angel, le había de facilitar su búsqueda, puesto que las tiendas se agolpaban una tras otra.

Zapatos marrones, con cordones, suela de goma y una línea fina de aire masculino. El camisón se resistió un poco más. ¿Sexy? ¿Clásico? Se inclinó por uno monísimo, un dos piezas color rosa pálido con ositos panda de diversos colores.

Ante el espejo, flexión de la pierna izquierda, morritos a la derecha; flexión de la derecha, morritos a la izquierda. ¡Mola! Tenía razón Dan, era más que un aire en común su parecido con la muchacha del último anuncio del Polo; sí, aquella que sube al coche que suavemente llega a su altura sin querer competir.

Cuando se disponía a pagar, sonó el móvil, miró quien llamaba y apretó el botoncito verde.

  • Hola bichito.
  • ¿Dónde estás, cielo? Ya estoy en casa
  • He de ir a ver a mis papis a dejarles unos papeles. O sea que no tardaré.
  • Muy bien tesoro, hasta ahora, un beso.
  • Besitos, cielo.

Daniel dejó el móvil y la cartera en el parador del comedor. En la habitación colgó la americana en el barón de noche y sacó la bolsa deportiva del armario. Pese a haberlo escenificado mil veces aún dudaba de cuál sería la simbología más adecuada. Abrió la bolsa y extrajo las argollas de tobillos y muñecas, las esposas, un pequeño látigo con empuñadura de cuero trenzado, un par de típicas pinzas para pezones, una cajita con las bolas chinas, como un rosario de cinco cuentas

Dio varias vueltas por la casa, nervioso, imaginándose de nuevo la escena. Al fin se decidió, devolvió todos los artilugios a la bolsa menos dos. Había escogido los de confección propia, era más personal y evitaba tener que exhibir la premeditación de la compra. Miró la hora antes de sacarse el reloj. Diez minutos, el tiempo justo para prepararlo todo.

Estaba terminando, cuando oyó abrirse la puerta del piso. Excitado y torpe consiguió ponerlo en su sitio.

  • Eeeeeooooo!!!!!!

La voz de Miriam le inundó la mente y el cuerpo. Sus pasos se acercaban. El corazón le latía con fuerza, fue conciente de su imagen, de su excitación, y de repente sintió unos irresistibles deseos de no haber iniciado todo aquello… Se sintió confuso. Miriam nunca había captado las insinuaciones que él le había hecho durante el noviazgo, y ahora de repente se lo iba a encontrar….

Se vió ridículo ante sus ojos y ante los de ella, pero ya no tenía tiempo, ya era tarde, había que mantenerse y seguir. Los pasos sonaron en el repartidor. ¡Tendría que haber hablado de ello antes con ella, haber sido más explícito antes de dar este paso! Muerto de vergüenza notó como Miriam entraba en la habitación.

Tan solo estaba encendida la luz de una mesita de noche. A la muchacha le costó unos instantes reconocer lo que veía.

  • ¡Oh, Dan!

Miriam vio a Daniel arrodillado a los pies de la cama, totalmente desnudo, cabeza y torso ligeramente inclinados, mirando el suelo y llevaba un letrero colgado del cuello que decía "Dan, esclavo de Miriam". Abrió la luz del techo y la mayor iluminación le permitió distinguir la red blanca que envolvía y aprisionaba el pene y los testículo de su marido.

  • Dan, bichito, cielo…. Que tonto

Sonrió con ternura y con movimiento apresurado se sentó en la cama junto a él. Tomó entre sus manos el rostro de Daniel. Estaba caliente, enfebrecido. Se lo acercó y le besó en los labios. Un beso largo, sencillo, sincero, casto. Te quiero, te quiero, mi esclavito, le susurraba al oído. Te quiero, te adoro, soy tu esclavo, le respondía él entre dientes. Mi esclavo, mi esclavito, todo para mí, solo para mí. Tuyo, solo tuyo para siempre. Amor, para siempre, mi esclavo

Palabras musitadas al oído, abrazados. Ella le sacó el letrero y lo dejó caer. Con un ademán hizo que se incorporara y le sacó la red que se sujetaba con una goma elástica en la base del paquete. Miriam se desnudó mientras lo besaba y lo acariciaba. Y recibía sus besos y caricias.

  • Si la gente supiese lo romántico que eres… Que mono… O sea ….

Fue una tarde de pasión amorosa. Miriam notó repetidas veces como el sexo de Daniel se endurecía, como cimbreaba, cuando ella o él pronunciaban la palabra esclavo o su cursi diminutivo que ella pronunciaba con voz de niña mimada. Sus cuerpos solo se separaron cuando estuvieron agotados, extenuados.

Como tenían previsto, tras una ducha y vestiste para la ocasión, se fueron a cenar a un buen restaurante. Perfecto colofón a unas horas de intenso romanticismo erótico. Miriam disfrutó con la calidez de las velas, el vino suave y brillante, la mirada enamorada de su esposo, las recíprocas muestras de amor. Se sentía querida, amada, deseada. Era feliz.

Durante los días y semanas siguientes, la pareja evocó reiteradamente la tarde de los seis meses. Pero ni ella ni él se referían nunca a la escena inicial. Solo la palabra esclavo aparecía a menudo en sus juegos amorosos, percibiendo ella el inmediato efecto que siempre producía en el pene de Daniel. Poco a poco su uso aumentó, como talismán afrodisíaco. Pero nada más. Era la única consecuencia práctica de la escena montaba por su marido; para ella era la expresión apasionada y romántica con que Daniel manifestaba su amor y su devoción, su enamorada entrega. Tal como siempre había interpretado durante el noviazgo las manifestaciones de su prometido. Seré tu esclavo, le prometía él una y otra vez sin explicitación alguna, como una letanía monótona.

Treinta aniversario de Daniel. Navidad. Fin de año. Reyes. Los exámenes del primer trimestre. Veinte aniversario de Miriam. El curso fluía sin sobresaltos.

A finales de enero, un sábado por la tarde, como muchos otros después de comer, Miriam y Daniel se acariciaban y estimulaban sus cuerpos desnudos, mientras se susurraban palabras amorosas, ridículas y cursilonas. Ella, como solía, le acariciaba suavemente el pene y los testículos, al tiempo que le llamaba esclavo, esclavito comprobando el movimiento e hinchazón y como se tensaba la piel del escroto. Jugaba, le divertía y excitaba notarlo convulso en su mano. Ese sábado, sin embargo, estiró un poco el sentido de la palabra.

  • Mmmm eres mi esclavo, ¿verdad? Eres mío… Los esclavos obedecen y sirven… ¿verdad?
  • Si, mi princesa.

Él gemía a cada frase y la abrazaba con fuerza hacía sí. Ella notó que estaba a punto de eyacular y retiró la mano, sin dejar de hablarle. Sus deseos eran órdenes para el esclavito, ¿no es cierto…? Y de repente, sin saber cómo ni porqué entró el pensamiento en su mente. Miriam se sorprendió a sí misma sonriendo con malicia y diciéndole:

  • Esclavo, esclavito… irás a la tienda y me comprarás el portátil… Sssss o sea sin chistar, ¿eh?….

Hacía más de un mes que Miriam le había sugerido a Daniel la compra de un portátil, que necesitaba para los estudios. Daniel opinaba que Miriam era un poco manirrota y Miriam pensaba que Daniel era excesivamente ahorrador. Ella no estaba acostumbrada a que le negasen las cosas, ni siquiera los caprichos.

Miriam era la pequeña de una familia acomodada y la niña de los ojos de su padre. Pero con Daniel se había acoplado bien a la nueva situación, él era diez años mayor que ella, profesional brillante, llevaba a casa los recursos económicos. Él era quien decidía siempre lo que había que hacer y, sobre todo, qué había que comprar. No era tacaño pero sí austero, venía de una familia con bastante menos nivel económico y le obsesionaba un poco ahorrar y no malgastar. Claro que la línea entre gasto necesario y superfluo la trazaba él, con lógica subjetividad, personal y masculina.

Miriam se separó de él y le ordenó que saliera de la cama.

  • Miriam
  • Va, obedece.

La muchacha salió dio un brinco y salió también de la cama, cogió la ropa que Daniel había dejado en la butaca y se acercó. Anda, a vestirse. Y se fue al baño. Con la puerta cerrada, Daniel oyó como decía:

  • Y no tardes, bichito.

Miriam celebró el portátil como si se tratase de un regalo. Lo abrió, lo puso en marcha. Saltó de alegría, se lo agradeció repetidamente y le besó también una y otra vez.

Sin que Miriam lo hubiese planeado, Daniel le había mostrado el camino que llevaba al botón secreto que abre todas las puertas. Poco a poco dejó de plantearle sus deseos fuera de la cama. Si previamente lo habían hablado, el primer no de él se trocaba en un sí rendido. Mejor no perder el tiempo. Mejor no tener que disgustarse por su negativa. Con tan solo pronunciar la palabra mágica y poco más obtenía todo lo que quería. El pene de Dan crecía y Miriam tenía su bolso de Loewe, el vestidito de Mango, las botas de Farrutx, la impresora HP, el iPhone

Y siempre ahí quedaba la cosa. Conseguido el objetivo, ni una palabra más ni en la cama ni fuera de ella, ni de Miriam ni de Daniel. Una especie de pudor cubría la provocación y su resultado.

Llegó la semana santa. Y con ella un santo proyecto de Miriam. Concibió la sana idea de utilizar también el resorte en beneficio de Dan. El mismo proceso de siempre: los dos en la cama, desnudos, caricias, la mano en el sexo, susurros,… empleo de la barita mágica.

  • Esclavito, ¿harás todo lo que te mande?
  • Sí, claro, soy tu esclavo.
  • Bien…, me has de obedecer, o sea, sin chistar, ¿sabes?
  • Sí, mi cielo.
  • Pues escucha. A partir de ahora solo podrás fumar cuando yo te deje y solo te dejaré si yo también estoy fumando.
  • Miriam… ¿Y si no estás conmigo?
  • Entonces no podrás. O sea, nada. Ya lo has oído: solo podrás fumar si te doy permiso y solo me lo podrás pedir si yo fumo. Está claro, ¿no?
  • Cielito… sabes que esto es muy difícil para mí… Por favor
  • ¡Basta! No me hagas enfadar. Promete que obedecerás.
  • Sí, te lo prometo, vida.

Y follaron. Y tras follar, Miriam se quedó profundamente dormida paladeando la felicidad de su buena acción. Daniel fumaba demasiado.

El control del tabaco tuvo un efecto imprevisto para la relación de ambos. De un plumazo la cama había dejado de ser la una única cancha del juego. Hasta ahora cualquier orden nacía y moría en la cama, aun cuando su ejecución se materializara fuera. Pero esta orden era diferente, precisaba de dos actualizaciones expresas: petición y permiso. Y ello además se daba con bastante frecuencia.

Otro efecto colateral era que Daniel buscaba estar el mayor tiempo posible en presencia de Miriam, para no perderse ninguna ocasión de poderle pedir fumar si ella fumaba. Y siempre estaba atento a lo que ella hiciese. Cualquier despiste era fatal, ocasión perdida.

A Daniel le daba vergüenza tener que pedir permiso cada vez, así que lo despachaba con un simple y aséptico "¿puedo, cariño?", si estaban solos, o con un gesto significativo, si estaban con alguien. A Miriam ese minimalismo ya le iba bien, también ella se sentía un poco incómoda, concediendo la autorización con un "sí, cielito" o un asentimiento con la cabeza.

Las consecuencias de haber salido de la cama no se hicieron esperar. Sucedió en casa de unos amigos, durante la primera sobremesa interminable, en la que todos habían bebido algo más de la cuenta. Cuando ella encendió el segundo cigarrillo e inmediatamente Daniel pidió permiso llevándose los dos dedos a los labios, Miriam sintió rabia que no se pudiera contener ni una sola vez cuando no hacía mucho rato que había fumado el anterior, y no le respondió. Daniel insistió y Miriam desde la otra punta de la mesa le inquirió con voz fuerte y clara.

  • ¿Qué quieres, cariño? -. Ante el silencio y la confusión de Daniel, Miriam sintió más rabia: quería fumar y no se atrevía a pedírselo ante aquella gente… - ¿Qué quieres? ¿Si te dejo fumar? Pues no, o sea no te dejo -. La voz de Miriam había resonado con firmeza.

Ante las miradas de sorpresa de la concurrencia y las sonrisas de algunos, Daniel explicó que Miriam y ella habían hecho un pacto para ayudarle a no fumar tanto. Hubo alguna felicitación, alguna broma, pero todo quedó ahí y nadie volvió sobre el asunto. Miriam guardó silencio, pero estaba enfadada, muy enfadada con su marido. Aquella hipocresía la sublevó.

Cuando llegaron a casa era muy tarde y se acostaron sin mediar más que las buenas noches. De hecho, aquel día durmieron la mona. A la mañana siguiente Miriam tenía un sentimiento contradictorio; por un lado, la salida de Daniel la encontraba lógica y prudente, no debían exhibir en público sus intimidades; pero por otro, le molestaba que Daniel sintiera aquella aversión en mostrarse como era con ella ante sus amigos y familiares.

¿Se avergonzaba de quererla tanto, de entregarse a ella como lo hacía? ¿Sentía rubor en reconocer que la obedecía en alguna cosa? Sin duda Daniel había actuado bien, pero no tenía nada claro que lo hubiese hecho por motivos que a ella se le antojasen nobles. Pero le dolía la cabeza y no estaba para acertijos. Necesitaba paracetamol.

Ni aquel día, ni durante los siguientes hablaron de ello. Todo siguió como hasta entonces, solo que Miriam le negaba a Daniel casi todos los cigarrillos. No se lo llegó a proponer ni tan siquiera a formular, pero lo estaba castigando, y así lo interpretaba Daniel que a cada negativa de ella su pene reaccionaba al alza, decididamente excitado. Daniel callaba obediente.

Pero el vendaval se avecinaba. Haber salido de la cama, la tímida irrupción de la presencia de los otros en sus relaciones más íntimas, las dudas de Miriam sobre los motivos prudenciales de Daniel, todo eso no iba a ser inocuo. A la semana sucedió un incidente entre Daniel y la hermana mayor de Miriam que volvería a poner en jaque a la pareja. Esta vez el movimiento fue inverso, desde fuera llegó a la cama. Una vez más la palabra esclavo susurrada por Miriam actuaba de detonante de la erección de Daniel y ella la notaba dura en su mano.

  • Esclavito, estoy muy enfadada contigo… El otro día fuiste un grosero con Tati.
  • Sí…, ya lo sé, perdona, pero es que ella….
  • Calla. Has de llamarla y disculparte.
  • Sí, lo haré, no te preocupes.
  • ¡Ahora! - exclamó Miriam alargándole el móvil.
  • ¿Ahora?
  • Llama. Si te pregunta por mí, no estoy.

Resignado, Daniel llamó a su cuñada y se disculpó por sus palabras del otro día. Ella se sorprendió de la llamada y la actitud del cuñado, era una actitud nueva y desconocida en él, pero le aceptó las excusas.

  • Pero, ¿por qué has colgado?
  • Ya me he disculpado
  • Ni hablar. Pim, pam, pum.. Y ya está. O sea, ni lo sueñes. Quiero que te humilles, que te rebajes. Has de pagar cara tu falta de respeto a Tati. A ver… Sal de la cama, ponte aquí a mi lado de rodillas y vuelve a la llamar. Y ahora hazlo bien.
  • Pero Miriam

Miriam le pegó varias veces en el hombro con la mano abierta. Palmadas rápidas y nerviosas mientras le empujaba con los pies hacía fuera. Daniel salió de la cama. Estaba confundido. Se acercó al lado de Miriam y se arrodilló. Ella le alargó el móvil y le volvió a coger el pene con la mano. Daniel volvió a llamar

  • Hola Tati, perdona que te moleste de nuevo, pero es que creo que antes no me he expresado bien… Quería que supieras que fui muy injusto contigo, fui un auténtico imbécil….- Daniel balbuceaba buscando las palabras que complacieran a Miriam.

La cuñada no comprendía nada pero reacción rápidamente y aprovechó la situación para recriminarle esas palabras y algunas cosas más que llevaba guardadas. Miriam, con la oreja cerca del móvil oía claramente lo que decía su hermana y se regocijaba por dentro, haciéndole gestos a su marido para que siguiese disculpándose. Más, más, quería más. Su mano notaba que cuando más humillada era la actitud de Daniel ante Tati más erecto se le ponía el pene. Y Miriam también se excitaba. Hundido y derrotado Daniel colgó al fin.

No habían pasado diez segundos que sonó el iPhone de Miriam. Era Tati. La hermana le explicó, con evidentes exageraciones, las claudicaciones de su cuñado. El regodeo fue absoluto. Miriam colgó.

  • Esclavito, has de hacer siempre lo que te digo a la primera, tal como yo quiero y sin titubeos, ¿entiendes?

Los dos estaban muy excitados y el orgasmo llegó rápido y al unísono.

Hacía algunas semanas que Daniel prácticamente no fumaba gracias a las persistentes negativas de la muchacha. El éxito del tabaco estimuló Miriam a explorar nuevos horizontes.

Miriam era una entusiasta del queso, le gustaban de todas clases y a cualquier hora. Daniel los aborrecía, le provocaban un asco profundo; siempre que ella le proponía probar alguno él lo declinaba manifestando que le encantaría que le gustasen, pero que no podía con ellos. Miriam decidió de nuevo hacer uso del poder inesperado del que gozaba para ayudar a Daniel conseguir ese deseo, y otra vez desde la cama se iba a teledirigir la vida cotidiana de la pareja.

Esperó una perfecta ocasión para poner en marcha su plan, el primer aniversario de la boda. Daniel regaló a Miriam un reloj Humbolt de acero y oro precioso, que le entregó durante la cena en Vía Veneto. Miriam, haciéndose la misteriosa, le dijo con un respingo de malicia en la cara que el suyo vendría después. Ya vería, ya.

  • Esclavito, vamos a poner en marcha otro proyecto muy importante. O sea, este será mi regalo, bichito.
  • ¿Sí? ¿De qué se trata?
  • Vamos a educar tu paladar. Hoy empieza la campaña del queso.
  • Ya sabes que no puedo con….
  • Psss. Silencio. Escucha bien. A partir de ahora mismo comerás todo el queso que yo te ponga delante, solo o en la comida. Y en los restaurantes comerás siempre igual que yo si he pedido algún plato que lo lleva. Y si lo pido solo, tu también.
  • Miriam
  • Y en familia o con amigos también.
  • Pero todo el mundo sabe que no me gusta, se extrañarán, tendré que dar explicaciones.
  • Pues las das. O sea, ¿no supiste hacerlo con el fumar…?

Miriam acompañó estas últimas palabras con un giro hacia su mesita de noche. Cogió un recipiente de plástico y extrajo de el un trozo de queso manchego.

  • Come, esclavito.

Daniel se lo metió en la boca dibujándosele en el rostro un gesto de disgusto… Inmediatamente recibió una sonora bofetada en la cara. A Miriam le había disgustado la mueca.

  • Pon otra cara o te lo vas comer todo - le advirtió metiéndole otro trozo en la boca.

Daniel cambió la cara. Miró a su esposa, le sonrió. Su rostro expresaba el deseo de complacerla. A Miriam le encantó esa sonrisa, su mirada blanda, su gesto de felicidad y pedazo a pedazo le fue dando a comer todo el queso que había en el recipiente. Cuando lo hubo ingerido todo le preguntó si quería más.

  • Si tu quieres, cariño
  • Mala respuesta, esclavo. Tu sabes que quiero, o sea ya sabes lo que debías haber contestado. Me haces enfadar. Ves a la cocina y trae la tabla de quesos. Venga.

Emental, Roquefort, Cavarles, Teta de Vaca… Miriam fue cortando un trozo de cada uno de los quesos de la tabla y Daniel se los iba comiendo sin chistar y con un semblante forzadamente agradecido. Como siempre su pene lo delataba entre los dedos finos y fríos de Miriam. Estaba muy excitado, y ella también. Se abrazaron, se acariciaron, se besaron… y cuando Daniel se disponía a penetrarla, ella lo apartó.

  • No... Con la lengua… - expresó casi imperceptible empujándole la cabeza hacia abajo.

Era la primera vez que ella le pedía sexo oral y él nunca se había atrevido a proponérselo. Con redoblada excitación, metió su cara entre los muslos de la muchacha y buscando con su lengua ávida acertó el clítoris introduciéndola entre sus labios. Daniel empezó suave y despacio, acompasadamente. Poco a poco las lamidas eran más profundas, intensas y vigorosas, y el ritmo más rápido. Cuando él oyó el jadeo que tan bien conocía, adivinó que ella se acercaba y frenando en seco subió el cuerpo ágilmente para iniciar la penetración.

  • No, no… Sigue allí, sigue

Daniel perplejo y sin entender nada encastó de nuevo el rostro en su coño y reemprendió la estimulación del clítoris con su lengua. Ahora era ella la que marcaba el ritmo con sus movimientos de cadera y las manos cogidas a los cabellos de Daniel. Dos o tres minutos más y la joven chorreaba mojando la cara de su marido, convirtiendo los jadeos en gritos y el balanceo en contracciones secas y sincopadas. De repente Miriam apartó la cabeza de Daniel de su entrepierna y su cuerpo quedó totalmente distendido.

Daniel permaneció un rato inmóvil, recostado, con el rostro pegado en el muslo de Miriam, respetando su relajamiento. Cuando con timidez sus manos habían ido palpando el vientre de Miriam y comenzaban a acariciarle sus pequeños senos, ella se las apartó.

  • Estate quieto. Ya estoy.
  • Miriam…, yo no
  • Tu no porque estás castigado.
  • Miriam
  • Así aprenderás a hacer malas caras.

Tardó un buen rato en comprender que la cosa iba en serio. Ella ya dormía y él se sacó en condón. Y así, con toda naturalidad, Daniel pasó a dos velas la noche del primer aniversario de bodas. Desvelado por la excitación, escuchando con devoción la respiración de su reina, tardó varias horas en dormirse, con el sabor de la mezcla de quesos en la boca.