Daniel y Miriam (2)

Un mes sin follar y te aseguro que no te la vas a menear más...

Un suizo, un plato de nata y dos ensaimadas. Merendola de martes en la calle Petritxol. Las dos amigas charlaban alegres y divertidas. Exalumnas de Jesús-Maria y compañeras de clase desde pequeñas eran una para la otra la respectiva amiga íntima. Durante años no había habido secretos entre ellas, pero ahora hacía meses que no se veían y tenían muchas cosas que explicarse. Una vez sentadas y servidas surgió la pregunta obligada, aquella que Lilí hacía rato que quería hacer.

  • Y… ¿cómo te va la vida de casada?
  • Perfecta, oh, es maravilloso.
  • Pues Dan no es un tipo fácil.
  • Que dices. Es un cielo, un osito, en serio. Me lleva como a una princesa.
  • Mmmm ¡Caramba!, me alegro.
  • A mi con Javi también me va muy bien, pero, claro, porque yo me acomodo a él en casi todo. Los tíos son así.
  • Oh no, con Dan no es así. Que va, hace todo lo que yo le digo.
  • ¡Otras!, quien lo iba a decir. Pues sí que lo tienes "colao"… Porque tiene un carácter muy fuerte.
  • Sí, pues ya ves… ¡Ah! Y si mete la pata, que la mete, o sea pues lo castigo… - la mirada de picardía y complicidad de Miriam desconcertó un poco a Lilí que tampoco acertó a captar exactamente a qué se estaba refiriendo.
  • Eso es un poco peligroso, ¿no? - advirtió Lilí, suponiendo el típico chantaje sexual de algunas mujeres.
  • Que va… Al contrario.
  • Algún día me tendrás que explicar tu secreto.

Miriam sonrió complacida, satisfecha. Sabía muy bien que tanto para Lilí como para todo el mundo, ella era un poco pava, caprichosa y consentida pero dócil y buena nena. Conocía el comentario que se hacía sobre ella y Daniel durante todo el noviazgo. Él la había escogido tan jovencita para moldearla a su gusto y hacer siempre su santísima voluntad. Ah, pero la gente no conocía la existencia de la palabra mágica… Miriam volvió a sonreír por dentro.

  • Algún día te lo explicaré, je, je.

Miriam estaba muy orgullosa de ser la esposa de Daniel. Su marido era un hombre admirado en todos los círculos que frecuentaban. Incluso un poco temido por su carácter fuerte y su dialéctica fluida y afilada. Era difícil llevarle la contraria y solía ser el centro de las reuniones y tertulias. Conversador versátil, ocurrente, inteligente y divertido. Desde que salían juntos, ella quedaba en segundo plano cuando, tras la fase de observación, hacía su presencia la palabra. Esta situación nunca la había molestado, al contrario, gozaba siendo la novia o la esposa del triunfador.

Los cambios operados en aquellos últimos seis meses, no obstante, habían introducido elementos catalizadores que poco a poco estaban dando precipitados distintos en las relaciones de la pareja y, sobre todo, en la percepción que Miriam tenía de ella misma, de Daniel y de las relaciones entre ambos y de ellos con las demás personas y cosas.

El grupito de compañeras y compañeros de clase de Miriam organizó una cena para celebrar el final del curso. Como era la única casada lo organizó en su casa y, por eso, Daniel fue el único asistente ajeno al grupo. Miriam y él estuvieron todo el sábado preparándola. Querían que fuera perfecta. Y lo fue para todo el mundo, menos para Miriam.

Cenaron, charlaron, bailaron, volvieron a charlar… A Daniel no le costó mucho convertirse en el centro de atracción de los jóvenes. Tenía recursos sobrados para amenizar la sobremesa con anécdotas y comentarios jocosos. Los demás, sugeridos por sus intervenciones locuaces, intentaban sin demasiado éxito introducir las suyas, incluida Miriam. Esta pudo, sin embargo, abrirse camino en una ocasión y captó la atención del auditorio explicando una anécdota de su familia. Daniel la corrigió dos veces, ella las aceptó y continuó la explicación. Pero a la tercera, Daniel prosiguió en solitario hasta el final, desatando las carcajadas del grupo.

Miriam se eclipsó para el resto de la velada sin que Daniel se percatase de nada. Había pasado por encima de ella como un ciclón y ni menos se había dado cuenta.

En un momento en que Miriam volvía de la cocina con otra botella de Cola-cola, la dejó en la mesa junto a Daniel, mientras aprovechaba para darle un beso en la mejilla y susurrarle algo al oído.

  • Prepárate.

Era la primera vez que Miriam profería una amenaza fuera del contexto habitual de sábanas y piel desnuda. Daniel se estremeció, sobre todo por el todo empleado, que no había sido nada cariñoso pese al beso; al contrario, adusto y afilado, casi metálico. Miriam estaba disgustada con él y no sabía porqué. A partir de ese momento la fiesta acabó para él, el resto de la noche se la pasó buscándola con la miraba, intentando escudriñar qué le pasaba. Todo en vano, Miriam no le respondió ninguna de esas miradas. Daniel deseaba que todo el mundo se fuera, pero aún duró la broma un par de horas más.

Al fin los dejaron solos. Daniel se acercó a Miriam con cara de cordero degollado para preguntarle que había pasado, pero la muchacha no le dio tiempo de pronunciar palabra. Se llevó el dedo a los labios.

  • Psss…, calla. Ni una palabra. Ayúdame a recoger todo esto, no quiero ver la mesa así cuando me levante.

Durante casi una hora, en silencio, la pareja lo recogió todo, ordenó un poco la cocina y llenaron el lavaplatos hasta la bandera.

  • Mañana acabaremos con todo esto. Ves al dormitorio y espérame - le ordenó Miriam entrando en el baño.

Cuando Miriam entró en la habitación, con el pijama puesto, Daniel ya estaba con el suyo en la cama.

  • Sal de mi cama, desnúdate y ponte de rodillas. Exactamente aquí - dijo con todo lineal, sin matices y voz firme, señalando con el dedo un punto de la habitación situado en el centro del espacio que quedaba entre el lado de la cama que ocupaba Miriam y el tocador de su abuela que le habían regalado sus padres.

Miriam se metió en la cama, se recostó en el almodón verticalmente dispuesto, encendió un cigarrillo y exhaló una bocanada de humo, sin que Daniel se atreviese a pedir hacer lo mismo. Aquello iba muy en serio. Ella siguió fumando lentamente, sin mirarse al postrado, hasta la mitad del cigarrillo. Entonces quebrantó el silencio.

  • Es la última vez, repito, la última vez que me cortas cuando yo esté hablando – dijo Miriam dirigiéndose a Daniel tranquilamente, sin atropellarse, sin ira, sin casi emoción -, sea en privado o en público… O sea, cuando yo hablo el esclavo se calla, enmudece. No solo no me corregirás jamás lo que diga, es que te callarás. Y no solo eso, es que cuando oigas mi voz, aunque sea un suspiro o un estornudo, tu te callarás hables con quien hables y estés diciendo lo que estés diciendo. No importa nada de lo que puedas decir. Te interrumpes a ti mismo y te callas inmediatamente.

Daniel seguía la admonición de su esposa con atención religiosa. Dejó de mirarla y bajó la cabeza. Ella vio su pene erecto, pero no se inmutó.

  • Hasta aquí, ¿lo has entendido? ¿O necesitas que te repita algo…? – y sin esperar respuesta, prosiguió: - Cuando la princesa habla, los lacayos…, los gusanos se callan - esta última expresión, inusitada en sus labios, fue pronunciada con un deje de rabia y hasta con un poco de desprecio.
  • Miriam… - pronunció Daniel que había captado las novedades: el insulto, el plural, el tono.
  • ¡Calla! Parece que no entiendes… ¡Calla! Nunca más, o sea nunca. Y recuerda muy bien, me importa un pito con quien estemos, con quien hables y lo que estés diciendo. Y estate atento, porque no valdrá la excusa de que no me has oído, no te has dado cuenta y chorradas por el estilo. Tu obligación es estar siempre, siempre, digo siempre, atento a mí, mucho más que a cualquier otra cosa. ¿Lo entiendes?
  • Sí, Miriam… lo entiendo.
  • Bien. Y ahora el castigo, porque ya tengo sueño y estoy baldada. ¿Te acuerdas de lo que ocurrió la noche de nuestro primer aniversario…? Pues quince días. Quince días sin follar. Y ahora a dormir.

Daniel quiso decir algo pero no pudo. Tampoco sabía qué decir y Miriam había tumbado el almodón y cerrado la luz. Él permaneció quieto, muy quieto. Cuando le pareció que ella dormía, se levantó y acostó. Tardó en dormirse, empezaba a clarear.

Durante los días siguientes, la vida de Miriam y Daniel prosiguió con normalidad: sin casi fumar, comiendo queso y sin alivio sexual. Si Miriam tenía ganas de sexo, se aplicaba el método ya ensayado: la lengua diestra en discursos de Daniel la llevaban al goce máximo y él se quedaba seco y empalmado con los testículos tensos, repletos y dolientes.

Poco a poco, Miriam se fue ablandado. En la siesta del sábado le daría un respiro, haría una excepción y aligeraría el castigo. Pobre Dan, es tan mono; y además había cumplido muy bien sus instrucciones y estaba siempre pendiente de si ella deseaba decir algo, para callar inmediatamente. Ya en la cama, le puso la mano en el sexo y le comenzó a susurrar la palabra mágica al oído. Lo notó crecer. Quería excitarlo mucho para que gozase mucho…, después proseguiría el castigo otra semana más.

  • Bichito…, ¿me deseas mucho?
  • Sí, tesoro, siiii.
  • Ah esclavito, has de ser más bueno, ya ves lo que pasa.
  • Princesa
  • Pobre pilila, pobrecilla tan dura y tan quieta toda una semana… ¿Te han dolido las bolitas?
  • Sí, mucho, casi todos los días...
  • ¿Casi…? ¿Y eso…? - de repente a Miriam le pasó una ráfaga de sospecha por la cabeza; como si se rompiese un velo y perdiese la inocencia de golpe – ¿No te habrás tocado, verdad?
  • Bueno, princesa, no podía más…., un día…. - Daniel, en aquella situación, era incapaz de ocultarle algo o mentir.
  • ¡Te la has meneado!
  • Solo un día que….
  • ¡Como solo! Pero….. ¿cuándo, dónde, cómo?
  • No podía más…, el miércoles…., en la oficina
  • ¿En la oficina?
  • En el lavabo de la oficina.
  • ¡Dios, que cutre! Sal de mi cama, sal ahora mismo….

Miriam estaba muy enfurecida, fuera de sí. Saltó de la cama. A gritos le ordenó que se arrodillara recostado en la cama, se fue corriendo al vestidor y apareció de nuevo en la habitación con la fusta de su equipo de equitación. Sin mediar palabra, empezó a propinarle fustazos en las nalgas, en los muslos… alguno se le escapó y se estrelló en su espalda y uno le alcanzó los testículos por detrás entre las piernas que cerró inmediatamente contraído de un inmenso dolor. Miriam fustigó a Daniel hasta que no pudo más, agotada.

La paliza y la visión de las marcas blancas y rojas que la fusta había dejado en la piel del castigado la excitaban, también la excitó ver a Daniel quebrado por el dolor. Se sentó en el borde de la cama, cogió a Daniel por el cabello y le encastó la cara entre sus piernas que las tenía totalmente abiertas.

  • Lame, esclavo de mierda, lame….

Miriam se corrió con una desacostumbrada facilidad y se dejó caer hacia atrás en la cama, sobre su espalda.

  • Un mes sin follar y te aseguro que no te la vas a menear más. Y… ahora, quiero otro, venga, saca la lengua … y a trabajar.

Daniel supo al instante que aquello había sido un punto de inflexión. Y Miriam, también. La presencia de la fusta en la vida de dos personas no deja nunca nada como estaba. Todo se subvierte.

Cada día cuando Daniel volvía del trabajo, tras los besos y arrumacos, Miriam le hacía la misma pregunta sin ambages ni disimulos.

  • ¿Te has tocado, bichito?
  • No, mi cielo, no.

La pregunta tenía unos efectos precisos y certeros. Un Daniel excitado era un Daniel absolutamente veraz. Ambos lo sabía. Para él, el mejor cinturón de castidad; para ella, la más exquisita garantía de castidad y abstinencia.

Durante el mes de castigo, cuando Miriam quería sexo, primero azotaba el culito de Daniel con la fusta, aunque sin tanta saña como el primer día, diciéndole que debía estar marcado y calentito como recordatorio… La fusta se iba convirtiendo en uno de los excitantes habituales del matrimonio, en un elemento central de su relación. Después Daniel le proporcionaba uno o más orgasmos con su lengua y él quedaba con un palmo de narices y el pene enhiesto.

Lo mejor de todo es que la cama también había dejado de ser el centro de su actividad sexual. Miriam se corría sentada en la mesa del comedor, o en el vestidor, o cómodamente recostada en el sofá viendo la tele. Cualquier sitio era bueno, hasta el garaje o el interior del coche. Tampoco había de ser necesariamente el preludio de la sienta o de la dormida nocturna.

  • ¿Te cuesta, tesoro?
  • La verdad es que sí.
  • O sea… tentaciones.
  • Sí… pero me las reprimo enseguida, tesoro.
  • Bichito, te quiero.

Muchas cosas se habían roto. La principal, no obstante y sin ninguna duda, era la mentalidad de Miriam y su mirada sobre Daniel. Daniel ahora era su esclavo, su esclavo de verdad. Aquella palabra tenía ya más significado para ella que para él. Para Daniel continuaba siendo el centro de su sexualidad, para Miriam era el centro de su vida, incluida la sexual. Y no solo eso. No lo había racionalizado, pero deseaba, inconscientemente, que "ser su esclavo" pasase a convertirse de mero estimulante a la razón de existir de su marido. Es decir, ella y solo ella.

La cama había quedado muy atrás. Ahora el centro era allá donde Miriam se encontrase. Ya estaban en plena canícula, el calor lo invadía todo, como Miriam invadió aquel verano todos los rincones y entresijos de la vida y el ser de Daniel. Ella pasó a dominar las finanzas de la pareja, la agenda de ambos, los gustos, las actividades. Todo. Todo en Daniel era Miriam. Jamás Daniel pensó que podía existir una felicidad así, ni Miriam tampoco lo hubiese creído nunca.

Pero no solo hubo la invasión dominante. Miriam gozaba cada vez con más profundidad con la humillación de su marido. También su excitación aumentaba exponencialmente con los castigos físicos de Daniel.

Pasó el julio y entraron en el agosto. La princesa era cada vez más princesa y el esclavo cada vez más esclavo. Hacía meses que Daniel no penetraba la vagina de su reina. La complacía con la lengua y ella le permitía desahogarse ante ella, una paja bien tirada al ritmo que ella le marcaba.

Un día, antes de irse de vacaciones, Miriam se confesó a Daniel.

  • ¿Sabes, esclavito? Deseo sentirla dentro de mí… O sea, ya me entiendes
  • Oh, Miriam, sí, yo también tengo ganas, hace tiempo que no lo hacemos.
  • Tonto, pero que tonto eres

Hay que reconocer que Daniel, con lo inteligente que era, no había captado en profundidad lo que estaba ocurriendo en su relación con Miriam. Tonto, sí, porque todo estaba llegando mucho más lejos que lo que Daniel imaginaba.

Y como siempre, los deseos de Miriam se cumplieron puntualmente, combinando su deseo de sentir una polla grande y dura en su seno, con la morbosa excitación de revelar su secreto a su amiga Lilí. Miriam gozó sintiendo lleno, repleto, su interior.

La primera semana de octubre, Miriam llamó a su amiga Lilí. Quedaron el martes por la tarde en casa de Lilí.

  • Toma, conecta la tele y pon este DVD.
  • Pero, ¿qué hay?
  • Ji, ji, ya lo verás.

Recostadas en el sofá, saboreando en café, vieron como se iluminaba la pantalla y aparecía la primera la imagen. Se veía el comedor del piso de Miriam, la cámara enfocaba la mesa que estaba perfectamente parada para dos comensales. Dos velas encendidas daban calidez al ambiente.

De repente aparece un chico joven, con facciones aniñadas, vestido deportivamente pero con mucha clase; le seguía Miriam que iba con un vestido negro, mínimo, sandalias de tiras y tacón alto. La cámara estaba fija y no seguía los movimientos, todo estaba tomado en el mismo plano.

  • ¿Quién es?
  • Un compañero de clase, ¿a qué es una monada?
  • Es muy guapo, sí. Pero
  • Espera.

Miriam y el chico toman asiento en la mesa. Al instante aparece Daniel, vestido con esmoquin negro, y les sirve el vino y el agua. Un camarero perfecto.

  • Ei, pero si es tu marido, ¿qué hace así?
  • Pues de camarero, ¿no lo ves?
  • Sí, claro; eso es lo que pregunto.
  • Ja, ja, ja…. Nos sirve la cena… o sea fue tan romántica.
  • ¿A ti y a un amigo de la facu?
  • Pues sí.
  • Miriam… ¿de qué va todo esto?
  • Que impaciente.

Daniel les servía la cena. El primer plato, el segundo, el postre…, la bebida.

  • ¿De qué hablabais?
  • De nuestras cosas, de clase, de los profes, de los amigos….
  • Pero ¿al chico no le extraña que tu marido haga de camarero?
  • No, ¿por qué? Ya sabía que lo haría….
  • Que cosa tan rara.
  • ¿Rara? ¿No te dije que Dan hacía siempre lo que le pedía? Pues, este día le pedí esto y ya está.
  • ¡Ahora estáis haciendo manitas sobre la mesa! ¡En los morros de Daniel!
  • Ja, ja, ja… Claro.

De repente, la película se hizo sonora y pudo oírse perfectamente la voz de Miriam que decía: "Esclavo, el café lo tomaremos en la galería". Ella y el joven se levantan y desaparecen de la escena por la puerta del fondo.

  • ¿Esclavo? Le has llamado….
  • Sí, esto es lo que es. Calla un poco y espera.

La imagen se corta y vuelve a aparecer. Ahora enfoca un sofá balancín. En el están Miriam y el muchacho. Ríen, se dicen cosas al oído, se cogen las manos. Por la izquierda de la imagen surge de nuevo Daniel….

  • ¡Va desnudo! - gritó Lilí dando un bote en el sofá.
  • Calla

Daniel lleva una bandeja con los cafés, la leche y el azúcar. Va totalmente desnudo. Se arrodilla ante la pareja y les sirve.

  • ¡Dios!
  • Ya te lo he dicho, es mi esclavo.

"Hace calor, dice Miriam, descálzanos". Daniel le saca las sandalias a ella y después descalza al joven, primero los mocasines y después los calcetines. Miriam le acerca la punta de los dedos de un pie a la boca y Daniel se los besa. "Lame, esclavo". Daniel se los lame durante unos minutos, hasta que ella lo aparta con un pequeño gesto del pie, diciéndole: "Ahora a él". Daniel se queda parado, mirándola. Miriam le devuelve la mirada: "¿Pasa algo?". "Miriam…". Ella se levanta, se acerca a una mesita y cuando se gira puede verse que lleva la fusta en la mano. Sin mediar palabra, Miriam le arrea un fustazo en el hombro, luego otro en las nalgas. "Bésaselos, esclavo".

  • Miriam…. Por favor….. Tu marido….

Daniel se arroja a los pies del muchacho y se los besa una y otra vez mientras recibe los azotes de Miriam en la espalda, las nalgas y la parte trasera de los muslos. "Lámeselos". Daniel obedece y le lame con frenesí los pies. Miriam se sienta y contempla la escena visiblemente divertida. "Perdónale, ya sabes, a los esclavos de vez en cuando se les va la olla y hay que marcarles el camino… y el culito… ja, ja, ja…". El muchacho le sonríe y la besa en los labios. La pareja se abraza, se besa, se acaricia mientras Daniel sigue lamiendo.

  • Si lo no veo no lo creo… Madre mía que fuerte. Y Daniel está trempando como un loco….
  • Ja, ja, ja…. Y mi amigo también, te lo aseguro.

Con las contorsiones de los amantes, el balancín va hacia atrás y cuando vuelve los pies del joven empujan sin querer a Daniel que pierde la estabilidad y queda tumbado en el suelo. La pareja ríe y cuando Daniel se incorpora Miriam se da impulso con sus pies contra Daniel que ya se había incorporado. Así se pasan un buen rato, columpiándose y besándose y tocándose, usando a Daniel de soporte para su vaivén.

Lilí está callada. Sus ojos salen de las órbitas, no dando crédito a lo que ve. Miriam desnuda el torso del joven sacándole la camisa. Él le abre la suya y le acaricia los pechos por encima del sujetador. Daniel sigue ante ellos, arrodillado sin decir palabra y con la mirada clavada en el suelo.

"Ven…", dice Miriam estirando al compañero de una mano. "Tu también, esclavo, te quedarás en la puerta, mirando….". Daniel les sigue a cuatro patas y salen del la galería.

  • Uf, ¿ya está?
  • No, falta un poco.

Ahora la cámara enfoca la puerta del dormitorio del matrimonio. Daniel está de espaldas, postrado en el dintel. Al cabo de unos minutos, sale Miriam, solo cubierta con la camisa de un pijama de hombre. Hace apartar a Daniel co un ligero toque e pie y entra en el salón.

  • ¡Oh! Dan ha sido increíble…, fantástico. Anda, entra y ayúdalo a vestir
  • Miriam se ha sentado en el sofá y espera a los dos hombres fumándose un cigarrillo con auténtico deleite.

Al rato aparece el amante ya vestido seguido a cuatro patas por Daniel que sigue desnudo.

  • ¿Ya le has dado las gracias, esclavo? Me ha hecho disfrutar tanto….
  • Muchas gracias, señor, por complacerla - dice con voz rota Daniel postrado ante el muchacho.
  • De nada, de nada…. El placer ha sido mío.
  • Y lo será más veces, ¿verdad, esclavo? - apostilla sonriente Miriam.

El video se acaba cuando Miriam y su amante desaparecen de la escena. Se les oye despedirse, de lejos.

  • Bueno, niña, ya sabes el secreto. Guárdalo, porfa.
  • Joder, me has dejado de piedra.