Dani, mi obsesión, y yo

Yo le buscaba y deseaba, pero él me encontró.

Siempre le miraba desde el más recóndito de los rincones. Era un hombre que siempre me había llamado la atención: sus cabellos desaliñados rozando esos hombros que los días cálidos de verano asomaban de su camiseta de tirantes, su piel tostada al sol de los kilómetros que hacía siempre a toda prisa con su bicicleta...

Sí, era el casero del edificio en el que llevaba año y medio viviendo. Un edificio antiguo que precisaba de pequeños apaños continuamente, y dadas las goteras que provenían del tejado del ático donde vivía, sus visitas eran asiduas a mi casa. Era un hombre joven, de unos treinta y tantos, con semejante habilidad manual que era el arregla-todo del edificio. Como dije antes desaliñado, con aires de bohemio y ligón empedernido, aunque nunca llegué a verle llevar ninguna chica a su casa. Supongo que preferiría desquitarse sin llevar a nadie a su casa, no fuera que se obsesionaran con el; algo que podía pasar con facilidad, dados los músculos y perfecto perfil atleta que su cuerpo dibujaba.

Era fibroso, alto, su aspecto denostaba todos los principios de buena conducta. Siempre iba con su barba de unos días, camisetas raídas cubrían su torso en el que se podría hacer un estudio de los diferentes músculos que lo componen, un tatuaje de un dragón dibujado en la piel de su espalda me hipnotizaba cada vez que se agachaba bajo mi fregadero… Y esos pantalones vaqueros, ajados y rotos que marcaban un culo redondo y saliente, que inspiraban mi imaginación pensando en la pedazo polla que resguardarían.

Siempre intentaba vestirme provocativa pero informal cuando le llamaba a mi casa. Intentaba enseñar mis atributos sin que pareciera que lo hacía: me ponía camisetas dadas de sí para que mis pechos sin sujetador asomaran si me agachaba a mirar los bajos del fregadero que arreglaba o sino, una falda corta para que enseñar mi tanga cuando me subía a la silla para enseñarle de donde venía la gotera. Pero todos mis intentos de provocarle, siempre terminaban con una sensación de ridículo que me quedaba según el cerraba la puerta para marcharse.

Sentía el desdén con el que me miraba cuando me cruzaba con él en las escaleras, y eso hacía que me sintiera más ridícula y estúpida cada vez que intentaba acercarle a mí, conquistarle, o como quieran llamarle. Pero yo no podía quitármelo de la cabeza, me ponía de punta en blanco para salir de casa, hasta para comprar el pan. Incluso llegue a empezar a salir a la calle con mi perra con unos taconazos que quitaban el hipo, para girar la esquina y sentarme en un banco, sacar mis deportivas del bolso e irme al parque con un vestido despampanante y mis deportivas. No me importaba lo que pensarían quienes se cruzaban conmigo, mientras que con aquello consiguiera ser deseable para el.

Recuerdo la última vez que hice esto, casi me muero de la vergüenza. Bajé a la calle con la perra, en punta en blanco como ya me había acostumbrado a hacer, y me di cuenta que él no estaba en la casetilla que tenía en el portal del edificio. Supuse que estaría arreglando algo en alguna de las viviendas y lamentándome por no encontrarme con él, avancé hasta la esquina para disponerme al cambio de calzado. Iba ensimismada con mis fantasías hasta el punto que no me di cuenta que se quedó mirándome mientras me calzaba las deportivas.

-Siempre me he preguntado como correrías cuando se te escapa el perro, jajajaja - esa risa irónica me taladró la mente, y al alzar la mirada y encontrarme con esa cara burlona que me miraba con aires de superioridad, quise que la tierra me tragara.

Musité una falsa risa y agaché la cabeza, deseando que una sima se abriera a mis pies y me engullera de golpe. Sabía que hacia las 8 y media de la tarde se retiraba a su piso y por no volver a cruzarme ante el después de tan bochornoso episodio, deambulé por el parque y las calles cercanas hasta que la hora de retirada de mi más deseada presa llegara. No era capaz de volver a enfrentarme a él.

Había quedado en evidencia y el sentirme tan estúpida… ya no había vuelta atrás. Aquella noche miles de preguntas me atosigaban: ¿qué hacer si volvían las goteras? ¿Y la próxima vez que me cruzara con él? ¿Tenía sentido seguir bajando vestida así a sacar a la perra cuando me había pillado calzándome las deportivas? ¿Cómo de estúpida me vería??

Decidí que aquello era una fantasía de adolescente, etapa que por cierto debía tener más que pasada, pero el verle, hacía que mi corazón se acelerara, que se me trabara la lengua para articular dos palabras seguidas. Pero aquello fue un cierre de libro.

No podía permitir dar esa imagen de mujer encoñada. Sí, encoñada. Porque su prepotencia me causaba rechazo, pero la atracción sexual que sentía era insoportable. Y aquello no podía repetirse, ese descontrol hasta de mi compostura, era inadmisible.

Siempre he sido una mujer independiente, tengo que reconocer que a mis 31 años estoy soltera porque quiero. Ninguno de los diferentes escarceos que he tenido me ha llegado a satisfacer, por lo que no podía permitir que un tío, por muy bueno que estuviera, consiguiera trastocarme tanto. Esto tenía que acabar y yo debía de dejar de comportarme como una quinceañera. Siempre he sido yo la que he escogido y en esta ocasión no podía ser de otra manera,. No me iba a volver a esconder, porque no tenía por qué hacerlo y mis armas de mujer fatal siempre me han dado buenos resultados.

A la mañana siguiente bajé con mi pantalón vaquero, mis deportivas y mi sudadera para volver a dirigirme al parque. Me vestí decidida a ser como soy, a quitarle importancia a ese chico y a lo sucedido la víspera. Según bajaba las escaleras cada vez me ponía más nerviosa, ¿quién me mandaría coger una perra? Sabía que me quedaba el trago de pasar frente a él, pero decidí hacerlo volcando en ello la poca dignidad que me quedaba.

Cuando pasé frente a él, saludé con un "buenos días" frío y con desdén, a lo que contestó de la misma manera. El simple timbre de su voz hizo que me diera un vuelco el corazón, como me ponía su voz. Mi curiosidad no pudo resistirse y alcé la mirada esperando verle ensimismado en sus asuntos cuando me encontré con su mirada, que me miraba con su típico aire de superioridad y una sonrisa que me atravesó el alma. Sentí un calor repentino en mis mejillas porque mi mirada no se parecía lo más mínimo a la que él me lanzó.

Esa superioridad de su mirada frente a mí sólo me demostraba que sabía lo que pasaba por mi mente, que mi cara era el espejo de mi alma. No pude evitar agachar la cabeza avergonzada y salir de esa situación lo más rápido posible. Había vuelto a quedar en evidencia. En mi frente llevaba escrito "soy una imbécil que se muere porque me eches un buen polvo".

Tras aquel cruce en el portal, volví a ser dueña de mi misma, o por lo menos lo intentaba. Dejé de hacer el tonto para que me viera deseable, aunque si tengo que ser totalmente sincera, seguía intentando serlo cada vez que venía a algún arreglo a mi casa. Era como si viniera a mi terreno y eso me diera la seguridad. No dejaba de soñar con él, con su cuerpo, y el deseo me afloraba aunque yo lo pretendía anular.

Pero era mi orgullo dolido lo único que asomaba, mi postura de mujer fatal era una coraza permanente frente a la reacción física que me producía. Por mucho que no demostrara lo que sentía, era verle y mojarme. Todas las fantasías que creaba en mi mente, se agolpaban unas tras otras en los breves segundos en los que me cruzaba con él. Era como la teoría de Pavlov, verle y mojarme eran un acto reflejo, babeaba sí, pero no como aquellos perros.

Y aquel día, el que iba a ser el día más maravilloso de mi vida, esa acción refleja no iba a ser menos

Habíamos quedado todas las chicas y ese día por lo que decidí ponerme guapa y salir a romper. Quería quitar un clavo con otro clavo, y para ello era necesario ponerse muy guapa. Escogí un vestido que tiempo hacía que no me ponía (desde que decidí dejar de salir a sacar al perro preparada.) y que sabía que resaltaba mis atributos. Era un vestido negro, con un amplio escote y cortito. Me puse lo tacones más altos que tenia, me maquillé y arreglé como sólo yo sé hacerlo y me dispuse a salir al lugar de encuentro.

Siendo sincera, sabía que me encontraría con Dani, que era el nombre de mi portero, y sabiéndome bonita esperaba al menos llamar su atención, pero nunca como lo hice.

Bajaba los pisos uno detrás de otro agarrada al pasamanos y mirando atentamente donde pisaba, porque los malditos peldaños eran estrechos además de empinados. Hasta que llegué al primer piso, allí erguí mi espalda y con la mirada directa al horizonte me dispuse a hacer la bajada de escalera más seductora que jamás hubiera podido hacer y jo! si dejo huella.

Según llegué al tramo final, y viendo que sutilmente se fijó en mí, empecé a bajar con una seguridad interior que hizo que se me olvidara el tamaño de aquellos peldaños, con tan mala suerte que mi tacón fue lo único que piso aquel maldito peldaño y convirtió aquella escalera en una cuesta por la que me deslicé como un saco de patatas atraído por la fuerza de la gravedad.

Me encontré en el portal, frente a su cabina, con los pies apoyados en la pared y mi vestido a la altura de la cintura. Mis bragas vieron la luz de su mirada y toda la piel de mi cuerpo que asomaba se encontró dolorida por el golpe. Pero donde mayor daño recibí fue en mi propio orgullo.

Del golpe que me di, para cuando iba a incorporarme, Dani se encontraba a mi lado de rodillas preguntándome si me encontraba bien. Entre los nervios y la excitación que me producía, al moverme para ir incorporándome, el olor de mi coño me atravesó las fosas nasales. "Ahora no, por favor…" me dije a mi misma. Alcé la mirada avergonzada y me di cuenta de que su mirada estaba fija en la humedad que asomaban mis bragas y ya no pude volver a mirarle a la cara.

Me ayudó a levantarme, pero yo intentaba hacerlo con la poca entereza que ya me quedaba y dispuse a huir de allí con premura. A lo que él, con una sonrisa y un tono sarcástico que ya tenía olvidado me dijo:

-No te vayas tan rápido Eli! Que te has pegado un buen golpe, jejejeje- Aquella risa me hirió en lo más profundo, entre la humillación de la caída y la vergüenza de mis feromonas danzando por aquel portal, sólo conseguí articular un tímido "se me hace tarde, gracias" y salí como alma que lleva al diablo.

No fui consciente de que me había llamado por mi nombre hasta que entré en el metro y sentada valoraba mi estado físico. Aquello hizo que me sonriera, pero para cuando me di cuenta llegué a mi destino. La noche loca era lo que importaba, y era precisamente para eso, para quitarme a mi portero de la cabeza.

La noche transcurrió como la mayoría que organizábamos así; poníamos a parir a los hombres (tema que aproveche para poner a parir a mi hombre particular), beber, bailar, seguir bebiendo… y así que llegamos al último antro que quedaba abierto, una discoteca. Algunas de las chicas se habían marchado a casa, y las dos amigas que habían aguantado conmigo hasta allí estaban "a su tema", por lo que me dispuse a tomar el último trago y pedir un taxi, porque la borrachera que llevaba encima no me iba a dejar vislumbrar el camino de regreso a casa.

Me acerqué a la barra y en la multitud, esperaba a que me atendieran. Pedí mi orgasmo de licor de manzana y una voz resonó en mi oído hasta el punto que dejé de oír la música:

-Veo que ya no te duele, me alegro.

Me dio un vuelco el corazón. Nadie sabía de mi percance, sólo él, él era el único testigo. Fue girar la cabeza y verle junto a mí, con una sonrisa y dejando 10 euros sobre la barra para pagarme el trago. Al principio, un calor sofocante me subió a la cara pero, dado que estaba sola y borracha y el miedo a volver a quedar en evidencia, me vi en la necesidad de ofrecerle una cordial conversación a aquel hombre que por momentos me estaba volviendo loca.

Resultó ser un chico muy agradable, nada que ver con la prepotencia con la que yo le identificaba. Nos reímos mucho de los vecinos, creando hipótesis de los modos de vida de tod@s. Los tragos fluían uno detrás de otro y yo cada vez mas suelta.

Sentía su aliento en mis oídos cada vez que se me acercaba para hablarme, su olor me estaba empapando literalmente, cuando en un momento confiada por los grados del alcohol y la seguridad que ello me aportaba le dije:

-No sabes cómo me pones

Un silencio reinó entre nosotros por unos segundos hasta que alcé la mirada para encontrarme con la suya. Me encontré con una sonrisa perversa que me miraba fijamente, y observé que se mordía el labio, cuando me contestó:

-Lo sé, patosa. Ya me di cuenta cuando al ir a ayudarte he olido tu coño- mientras colocaba su mano en mi entrepierna, tocando mis bragas chorreantes, y las apretaba contra mi coño.

Ya no pude volver a ser dueña de mi misma, nunca más

Sentía sus dedos buscando mi clitorix sobre las bragas, lo presionaba con dos dedos, lo agarraba entre ellos y me pellizcaba en él. Inconscientemente yo abría las piernas y echaba mi cadera hacia delante para dejarle paso. Yo presionaba sobre sus dedos para poder sentirlo más. Me sentía tan excitada y desinhibida. Olía mi coño mojado, me taladraba el cerebro y me hacía mojarme más. De repente acercó su cara a la mía, se acercó a mi oído y con su respiración ligeramente entrecortada me susurró:

-Te pongo cachonda, ¿ehhh?- A lo que yo después de analizar la pregunta durante un segundo, reaccioné nerviosamente apartándome un poco. Agaché la mirada porque en ese instante me sentí fuera de lugar, me sentí una puta barata y ello me llevó a ponerme a la defensiva y le pregunté el porqué de esa pregunta. Me dijo que quería oírlo de mis labios y eso hizo recuperar el ambiente sexual que prevalecía entre nosotros. Yo reaccioné con mi faceta de mujer fatal, al creerlo a mis pies.

-Claro que si - y empecé mi juego sexual. Volví a situarme con su mano apretándome el coño y yo empujaba sobre ella. Tenía las bragas empapadas y él lo tenía que estar notando pero, en la oscuridad de aquella discoteca y el anonimato relativo que eso me daba, me hizo perder la cabeza. Yo coloqué mi mano agarrándole una nalga para atraerlo hacia mí, a lo que el reaccionó quitándomela de golpe, de un manotazo violento. De repente escuché una palabra que me susurró al oído que lo único que hizo fue acelerar aquel baile de hormonas que afloraban por todos mis poros.

-Zorra. ¿Qué es lo que estás haciendo?- Buff, aquello fue como pulsar un detonador. Tomó mi mano y la colocó en aquel bulto que ya comenzaba a sobresalir de aquellos vaqueros. Eso me volvió loca, el sentir la excitación que le producía. Me comió la boca, me mordió los labios mientras hurgaba en mi clítoris sobre las bragas y yo me removía sobre él. De golpe la sacó de ahí y me la puso frente a los labios, el olor de mi coño cachondo me penetró hasta el alma, sentí una mezcla de excitación suprema y vergüenza que se apoderaba de mi. El sonreía, y al ver en mis ojos ese punto de vergüenza, me introdujo dos dedos empapados de mis fluidos en la boca, a lo que yo reaccioné succionándolos como si de su polla se trataran.

-¿Qué pasa zorrita? ¿Qué te quieres convertir en perra?- Me estaba volviendo loca y me esmeré a fondo en demostrarle las habilidades que había adquirido con los años con mi boca, relamiendo sus dedos, metiéndomelos en la boca, ensalivándolos hasta que los dejé de lado totalmente humedecidos y me acerqué a él para contestarle al oído – Si, quiero ser tu perra- Entonces me agarró del pelo y me volvió a comer la boca, como él quiso, jugando con su lengua, apoderándose con ella de mi boca.

Yo quería que pensara que yo realmente era una perra, quería dejarle huella, como él me estaba dejando. Estaba sacando de mi una faceta que ni yo misma conocía.

Después de ese beso, su cara era reflejo de la excitación que sentía, sus ojos brillaban .dentro de aquella oscuridad. Me tomó de la cintura, me giró sobre mi misma y pegando su cuerpo al mío, y haciéndome sentir su polla dura en mi culo me fue empujando para sacarme de aquel ruidoso lugar. Sentía que me llevaba en volandas.

Al salir de allí, el roce en mi piel del aire de la noche me recordó lo mojada que estaba. Dani me apoyó en la pared de al lado de la puerta de la discoteca y pegándose a mí, buscó mi mirada y, a la luz de las farolas y el silencio que nos proporcionaba la insonorización de aquel antro, tengo que reconocer que sentí que me sonrojaba. Agaché la mirada y el con un dedo me levantó la barbilla y, al ver la perversión que su mirada me ofrecía, sentí un escalofrío que él, evidentemente al estar pegado a mi, notó.

-¿Sigues queriendo ser una perra? ¿Quieres ser mi perra esta noche?- musitó pegado a mis labios. Confieso, que en ese momento tuve un momento de lucidez y me pensé la respuesta, pero también pensé en lo que deseaba a aquel hombre y no quería dejar escapar aquella oportunidad. No sabía a dónde me llevaría aquella respuesta, desconocía lo que me cambiaría aquella respuesta.

-Si, Dani, claro que quiero- y le sonreí tímidamente, a lo que él me contestó- Sé que apenas hablamos, sé que no nos conocemos, pero sabes donde vivo y sabes que no soy una mala persona, ¿confías en mi?- a lo que asentí, y el prosiguió- quiero que te dejes llevar, quiero darte una noche de placer que no olvidarás nunca, pero para ello debes de confiar en mi ciegamente.

Aquellas palabras me intrigaban, me excitaron

-Confío en ti Dani- le contesté con una vocecilla que no sé ni de donde me salió. Clavó su mirada en mis ojos y me dio un apasionado beso. Eso me relajo y me dejé llevar.

Me agarró de la cintura y tomamos rumbo a casa. El frescor de la noche me ayudó a asentarme un poco, a que el grado de embriaguez disminuyera.

Sus palabras retumbaban en mi cerebro, su voz se hizo hipnótica. Me seguía preguntando si confiaba en él, si estaba tranquila, que había deseado ese momento desde el primer día que me vio cruzar el umbral de la puerta del portal

De todo lo que me iba diciendo, sólo una oración se quedó en mi cerebro grabada:

-Quiero que confíes en mí. Quiero que sepas que te deseo. Quiero que sepas que te voy a cuidar - eso último reconozco que me extraño, ¿cuidar? ¿cuidarme de qué?.

Entre palabras, besos y miradas de tentación, llegamos a la puerta del portal, cuando me preguntó "¿en tu casa o en la mía?" Una sonora carcajada rompió el silencio de la calle. Me tomó de la mano y me llevó derecha a la puerta de su piso.

Cerró la puerta tras de mí y la calidez de su hogar me abrazó. Me quité la cazadora y la dejé en un perchero lleno de chaquetas que tenía al lado de la puerta. Al levantar la cabeza le vi, de pie, apoyado en la puerta y mirándome desafiante.

Yo le sonreí y él se abalanzó sobre mí clavándome en aquel montón de ropa que colgaba del perchero. Estaba encajada entre las prendas y su cuerpo, tenía su pierna encajada entre las mías, frotándose contra mi coño y su cuerpo apoyado sobre mí mientras me devoraba la boca casi sin dejarme tiempo a respirar.

Sentía su ansiedad, su voracidad, y aquello no hacía más que excitarme más, hasta el punto de volverme loca y dejarme en sus manos. Me sacó de aquella maraña de ropa que colgaba malamente o reposaba en el suelo por el ímpetu de aquel portero prepotente que me miraba por encima del hombro. La excitación me estaba nublando, y a tientas por aquel oscuro pasillo me llevó al salón y de un empujón me sentó en el sofá. Se sentó a mi lado y comenzó a comerme la boca mientras buscaba mis tetas metiendo la mano por el escote de mi blusa. La pasión del momento hizo que me desgarrara todo el cuello de la blusa, ese salvajismo me hizo sentirme una zorra.

Siguió jugando con mis tetas y tomó una de mis piernas para colocarla sobre las suyas. Me remangó la falda y todo el salón se inundo del olor a hambre que mi coño desprendía. Comenzó a jugar con sus dedos sobre mis bragas y con la otra mano me estrujaba las tetas. Deslicé mi mano hacia su polla oprimida en aquellos vaqueros y volvió a retirarla de un manotazo. Sólo tuve tiempo de sentir la dureza de su polla en mi mano, cuando me soltó:

-Tranquila mi zorrita, luego será toda tuya- y en aquel momento me saco las tetas del sujetador, por encima, dejándome las tetas expuestas por el roto de mi blusa. Seguía frotándome el clitorix pero ya por debajo de las bragas y empezó a pellizcarme los pezones y a lanzarse a morderme las tetas. Reconozco que me impactaron sus mordiscos, pero el éxtasis en el que me encontraba, hizo que fuera un aliciente. Comenzó a follarme con el dedo, primero con uno y luego con dos, con brusquedad. Yo estaba a punto de correrme, jadeaba como una verdadera perra, había olvidado donde estaba, bailaba el baile del placer cuando me sacó los dedos del coño y agarrándome del hombro me arrodilló frente al sofá. Aún jadeaba cuando me metió la polla en la boca.

-¿Qué pensabas? ¿Qué te iba a dejar correrte?

Yo me afanaba en darle la misma intensidad de placer que me estaba dando. Lamía el tronco de su polla de abajo hacia arriba y según llegaba al capullo me lo metía en la boca como si me lo fuera a comer para sacarlo de repente y volver a empezar a lamerlo. Después de unos cuantos "fregaos" a su polla me la metí en la boca y comencé a succionar. De repente sentí su mano en mi nuca empujando mi cabeza hacia él, me estaba follando la boca. Le oía jadear mientras las arcadas hacían que mis ojos lagrimearan. No podía más y empecé a echar mi cabeza hacia atrás a lo cual él respondía follándome la boca con más intensidad.

Sentía mis tetas sacudiéndose fuera del sujetador y los empujones de su polla en mi boca. Cuando mi resistencia hubo cesado, fue cuando la sacó de mi húmeda oquedad. Me ayudó a incorporarme y me besó profundamente. Me miraba complaciente y yo lagrimeando sentí el orgullo de saberme placentera.

-¿Estás bien?- me preguntó con una mirada de preocupación, a lo que yo asentí intentando recomponer mi cara, secándome las lágrimas con los restos de mi blusa.

-Preciosa, sé que puedo resultar un poco "diferente" de los tíos a los que te hayas podido follar a lo largo de tu vida. Llegados a este punto, te quiero pedir que esta vez, me dejes ser a mí el que te folle como la zorra que te gusta ser- Le miré con miedo, pero tenía razón, me sentía una zorra, y aquello me encantaba.

-Fóllame Dani, fóllame como nunca lo hayas hecho - mis palabras salieron de mi alma, de mi mente y de mi coño, que habían dejado de razonar. Todos los sentidos se dirigían a aquel chico que tanto afán tenía yo de borrar de mi mente.

-¿Sigues confiando en mi? – su mirada era seria pero suplicante, y yo no tarde ni diez segundos en contestar -si Dani, confío en ti.

Se pegó a mí y me miró a los ojos- Te voy a llevar donde nunca nadie te ha llevado, vas a ser una zorra; vas a ser mi zorra y ¿sabes lo mejor? que no volverás a querer dejar de serlo. Presiento que lo disfrutarás como nunca hasta ahora.

Y qué razón tenía

Deslizó sus manos por debajo de mi falda y me bajó las bragas, las tiró al suelo y agarrándome de la mano, con mi blusa rota, mis tetas con sus pezones mirando fijamente a su espalda y mi coño chorreando por mi piernas, me llevó a su habitación.

La decoración era un tanto antigua. Era una cama con un cabecero de hierro, de esos que encontramos en casa de la abuela del pueblo. Por lo demás, la habitación era muy básica, sin mucha ornamentación y con un ligero olor a cerrado. Supuse que no me quiso llevar a su habitación.

Me llevó hasta el borde de la cama y se coloco tras de mí. Mientras besaba mi cuello empezó a darme instrucciones:

-No voy a hacer nada que tú no desees, si me dices que pare, pararé pero, sólo te pido una cosa, confía en mí, sé lo que hago- yo me quedé muda y al ver que no contestaba prosiguió- Voy a atarte a la cama, voy a convertirte en mi instrumento de placer,. pero quiero que tú también disfrutes de ello. Te pido que abras un poco tu mente y dejes viajar a tus sentidos, y que me des una oportunidad. Si ves que lo que te hago no te gusta o te es, digamos, un poco difícil, pídeme tranquilamente que pare. No quiero que lo pases mal, repito. Quiero que disfrutemos los dos. ¿Confías?

-¿Seguro que pararás?

-Sí preciosa, el fin de esto es la satisfacción mutua, sino, no tiene ningún sentido.

Unos segundos de silencio en los que él aprovechaba para seguir besando mis hombros, mi cuello...

-Está bien Dani, llévame donde nadie me ha llevado aún- susurré.

Decidí confiar, y fue la mejor decisión que pude haber tomado.

Me quitó la blusa y el sujetador. Allí estaba yo, sin saber qué hacer. Agarró una de mis manos y me ayudó a incorporarme, me colocó de rodillas frente a ese cabecero de hierro que su cama tenía. Sentí un rasgón de tela, y cuando con ese jirón fue a tapar mis ojos, fui consciente de que destrozó lo que me quedaba de blusa.

-Espera quieta ahí, ahora vuelvo.- Ese minuto y pico de espera, me hizo ser consciente de lo expuesta que estaba en ese momento. Oía un trajín de cajones abriendo y cerrando, cuando sentí sus pasos adentrándose de nuevo en la habitación.

Se colocó tras de mí, sentía su respiración acelerada en mi nuca. Me tomó una mano y colocó una muñequera en ella y la enganchó a la esquina superior del cabecero. Tomó la otra e hizo lo propio en la otra esquina de aquel cabecero. Me agarró de la cintura y echó mi cuerpo hacia atrás, alejándolo del cabecero, mientras que con su rodilla se apresuraba a que mi posición final fuera con las rodillas separadas.

Y allí me visualicé, con mis brazos abiertos y atados, mis tetas colgando y mi coño y culo expuestos a merced de mi portero, cuando un cachete en mi nalga rompió el silencio. Me asusté pero me excitó.

Sentí sus manos palpando mis tetas, como si de bolas anti stress se trataran. Me metió dos dedos en la boca para pellizcar mis pezones con fuerza con ellos humedecidos. Un gemido de dolor y placer resonó de mi garganta.

Esa situación de exposición, de indefensión, el sentir que me podía hacer lo que quisiera y yo no podría resistirme, darme cuenta de eso, hizo que me sintiera una puta perra. Una serie de agujeros para el placer ajeno, mi piel para rozarla, para pellizcarla… me mojaba más y más, y me latía el coño de la sed de su polla que tenía.

Se acercó a mi oído y me susurro "te voy a azotar un poco, sólo quiero saber lo que sientes, si no estás a gusto no dudes en decirlo, pero te pido que me des una oportunidad, mi niña".

Eso me estremeció, pero decidí confiar, quería experimentar qué excitaba a esa persona que me estaba haciendo ser una perra.

Tomó algo de otro cajón y algo plano, que yo no sabía que era, se estrelló con fuerza contra mi nalga derecha. Pegué un salto del susto y del escozor. Volvió a agarrarme de la cintura y situarme de nuevo en la posición anterior.

Otra vez en la otra nalga, pero esta vez no me sorprendió. Hice un esfuerzo por mantenerme estoicamente a lo largo de los primeros palazos que me estaba dando (luego supe que era una pala de cuero), cuando me di cuenta de que el escozor estaba dando lugar a un deseo de que me partiera en dos con su polla. Aquellos azotes me estaban excitando!!

Rozó mi coño con la pala cuando una carcajada resonó.

-Jajajajajaja ¡Me has mojado la pala! Eres más zorra de lo que yo pensaba, y me encanta-Y tenía razón, me sentía más zorra hasta de lo que yo pensaba.

Siguió dándome palazos y yo sólo le ofrecía más mi culo. Mi coño chorreaba, me mordía el labio, sentía mis nalgas ardiendo. Estaba perdiendo el sentido. Sólo quería más y más.

-Fóllame Dani, por favor… ¡fóllame! ¡¡¡Métemela hasta el fondo!!!!

Me agarró del pelo y me metió la polla de un empujón. Me sentí llena de un golpe. Sus empujones hacían botar mis tetas, yo me contraía de la excitación, cuando sentí que metía un dedo en el culo.

Empezó a moverlo en mi cueva inexplorada, y eso me llevó a la locura. Empecé a culear, buscando tragarme ese dedo. Sentí que me metía el segundo dedo. Tenía el culo y el coño ocupados. Yo empujaba hacia él como podía y él me metía la polla hasta el fondo. Ya no era dueña de mi cuerpo, sólo seguía la necesidad de correrme, me convulsionaba, culeaba como una perra hambrienta, sudor, empujones, el sonido del chapoteo de su cuerpo contra el mío, desenfreno, descontrol

Parecíamos dos animales desbocados, y yo no pude aguantarme más. Me corrí como una perra, como lo que me sentía entonces. Mis gritos de placer se tuvieron que oír en todo el edificio.

Cuando me hube corrido, él sacó la polla de mi coño y rozándola en la entrada de mi culo, me empapó toda la raja con su semen, que goteaba entre mis piernas. Estaba extenuada.

Mientras me desataba, me susurró:

-La próxima vez, te follaré el culo.

Sentí un alivio, me hizo saber que habría una próxima vez, y ahora la espero con ansia y deseo. Espero a ese portero que me convirtió en su puta.