Dani 2.0. (1): El desfloramiento
Dani tiene su primera experiencia sexual con un chico que conoce en una app móvil. Se creía muy pudoroso, pero tiene un vicio encima que ni se lo cree
Me llamo Dani, aunque os podéis imaginar que este nombre es tan falso como la mitad de las historias supuestamente verídicas que circulan por aquí. Algunas de las historias que os quiero ofrecer son igual de falsas. Otras, verdaderas. Otras, puras fantasías. Pero todas, en mi opinión, bastante calientes.
Supongo que el modo correcto de comenzar esta historia es siendo sinceros: siempre me han molado los tíos. Desde que tengo uso de razón (me la pelo desde muy pequeño, cuando no sabía ni lo que hacía) mis fantasías sexuales han brotado en torno a suculentas imágenes de machos sudorosos y pollas como catedrales; pollas que me ahogaban, que me taladraban. Pollas que me me llevaban al Séptimo Cielo. No obstante, entre unas cosas y otras, mi tórrida adolescencia (conmigo mismo) siguió la estela de la de tantos otros jóvenes que pretendieron engañarse a sí mismos antes que ver la verdad. Y así, yo, con la imagen de una polla en la mente, me decía a mí mismo que por mucho que me gustaran los rabos, estaba destinado a encontrar a una buena chica que me diera hijos, familia y todas esas ideas preconcebidas que nos inculcan desde pequeños.
Como os podéis imaginar, esto tuvo sus dificultades a la hora de relacionarme con mujeres. No es que fuera precisamente feo pero siempre encontraba alguna excusa para no pasar jamás de los morreos o de alguna paja bajo un estado de embriaguez extrema. "No eres lo que busco", le decía a ellas. "Son unas estrechas", le decía a mis amigos, y así durante años. En el fondo, o eso reconozco ahora, me sentía culpable de montármelo con una tía cuando lo que me gustaba era otra cosa. Y ahora estoy agradecido de no haber seguido por ahí.
La cuestión es que hasta los 21 años no me di cuenta del percal, y eso que siempre he sido un tío bastante listo. Si lo hubiera "sabido" antes igual hubiera sido diferente. Además de oportunidades con tías, también las había tenido con tíos, pero ni eran mi tipo (señores de 40 que te soban como a un trozo de pan aprovechándose de tus borracheras) ni estaba preparado para ello. Pero, como decía, con 21 me di cuenta de lo que sucedía tras mantener una conversación con un tío tremendo en una discoteca que me podría haber llevado a la cama si no hubieran estado mis amigos revoloteando a mi alrededor. Mea culpa.
Tras esta revelación y unas cuantas semanas de luchas internas me dije: "Dani, esto no puede ser: a follar se ha dicho". Y, ni corto ni perezoso (aunque siendo sinceros soy las dos cosas), me descargué una de esas mágicas aplicaciones móviles para conocer chicos de tu rollo (obviamente no iba a empezar por irme de cruising o a un bar gay). ¡El mundo que se abrió ante mis ojos! Tíos de todas las edades, tamaños, medidas y deseos, ¡y estaban a mi alcance!
Antes mencioné que no era precisamente feo y, aunque mi madre y mi abuela digan lo contrario, lo cierto es que me encuentro en ese grupo poblacional denominado del montón. Puse en mi perfil la mejor foto que tenía (enseñando un poco de carne y con la sonrisa más provocadora que podía poner), mis medidas (177cm, 75 kilos) y lo que buscaba (buen rollo), y los mensajes empezaron a fluir. Los que conozcáis este tipo de apps sabréis que tan solo la mitad de los tíos realmente buscan algo, y que de esa mitad tan solo una pequeña parte puede catalogarse como normal. Viejos, salidos (con salidos me refiero a un "follamos" de primeras), y gente desagradable en general trataron de hablar conmigo, pero pasaron varios días hasta que di con "Mer".
Mer era un tío de mi edad, más o menos de mi altura, que vivía cerca, y tenía una foto de perfil que si bien no era demasiado sugerente, al menos levantaba una sonrisa. Me dijo que, por supuesto, buscaba sexo, pero también amistad, buen rollo y compartir algo más que un polvo. Para un tío como yo que todavía no había probado bocado, la oferta era bastante interesante. Le di el WhatsApp y ahí empezó todo.
Se hacía llamar Mer porque tenía un Mercedes (original no era el chaval) aunque en realidad se llamaba Juan, y cuando le conté mi historia se puso como una moto. Hasta entonces pensaba que la idea de un vírgen no sería demasiado sugerente para ningún tío pero al parecer un culo vírgen y un ser un tío totalmente maleable levantaban todo tipo de tiendas de campaña virtuales. Cambiamos fotos, primero de cara y de cuerpo (totalmente recatadas), y nos gustamos, así que comenzamos a calentar la conversación con guarradas e ideas que posiblemente (y así fue) nunca íbamos a poner en práctica. Llegó el momento de las fotos guarras, algo que me daba mucho palo, pero le seguí el rollo como un profesional. Cuerpo entero, rabo y culo. Y fue con la última con la se selló el trato.
Sí, tenía el plus de la virginidad, pero me guardaba un as en la manga. Poseo un cuerpo bien formado y bastante definido, pero lo que más llama la atención es mi culo. Tengo un culazo grande, redondo, bien formado y sugerente que llama totalmente la atención, y si encima le sumas el plus de antes, me convertía en un partidazo.
El tío me gustaba y parecía majo, así que quedamos en tomar unas cañas por la zona. Cuando le conocí, me llevé una pequeña decepción con su altura (era más bajo de lo que decía) y con que tenía algún ramalazo afeminado, pero la verdad es que el tío estaba bastante bien: moreno, ojos miel, tostadito por el sol y tenía esa delgadez fibrada que tanto me ha puesto siempre. El chaval también se gastaba un culazo, todo hay que decirlo. Hablamos de muchas cosas y me dio muy buen rollo así que, tras las cañas, acabamos morreándonos apasionadamente en un parque cercano. Su lengua se apoderó de mi boca con gran maestría y la saliva fluyó en todas las direcciones; estábamos en celo y con los rabos a punto de estallar, pero la mala suerte quiso que ninguno de los dos tuviera sitio y que el parque comenzara a llenarse de gente.
—Dani, tío, me pones a mil —me dijo—, ese culazo tuyo no es normal.
—A mí también me pones —dije tímidamente— pero aquí no puede ser.
—Venga, vamos a mi coche y nos las comemos un rato. Tengo polla para un regimiento —y sí que la tenía el muy cabrón.
Le tuve que dar largas y dejarle con el calentón, pero no podía ser. Quedamos en que al día siguiente vendría a mi casa, ya que tenía sitio, y así podríamos estar más tranquilos. Seré un cerdo pero también tengo mis costumbres tradicionales, y no me iban a desflorar el culo en cualquier sitio.
Al día siguiente me duché, me lavé bien y me depilé el culo (me gustaba más así, y a él también) y a eso de las 6 llamó a mi casa y apareció en el umbral con una mirada claramente nerviosa. Parecía mentira que el vírgen fuera yo. Le ofrecí una bebida que él rechazó y nos sentamos en el sofá, y empezamos a hablar de gilipolleces.
— Me mola tu casa... me mola tu tele... —decía Juan.
Coño, ¿iba yo a tener que llevar la iniciativa? Pues así fue. Le puse una mano en la rodilla y me acerqué tranquilamente a sus labios, y empezamos a besarnos como dos colegialas. Tardó poco en calentarse y en medio minuto ya le tenía como una fiera comiéndose mi boca y sobándome entero, a lo que yo respondía en igualdad de condiciones. Tiró de mí hacia él y me puso a horcajadas sobre él, aprovechando para sobarme el culazo como un animal. Prácticamente me estaba desvistiendo, así que aproveché para quitarme la camiseta y los pantalones mientras él tenía una mano ya llena de saliva dentro de mis calzoncillos, lubricándome el ano. Yo le dejaba hacer con gran placer mientras le comía la boca, el cuello y los pezones subiéndole la camiseta hasta los hombros, hasta que me metió un dedo en el culo sin decir ni buenos días.
— Joder, tío, ¡avisa!
— No he podido evitarlo —se disculpaba—, tu culo me lo pedía a gritos.
Ambos estábamos como una moto y no quería montármelo en el sofá familiar, así que le cogí de la mano y le guié hacia el piso de arriba. Las escaleras ponían mi culo en mejor disposición y a mitad de trayecto noté cómo me agarraba de la cintura, bajaba mis calzoncillos, y metía su lengua directamente en el culo, comiendo como si no se hubiera alimentado en un mes. Yo no podía del placer y a punto estuve de caerme rodando hacia abajo. Me agarré a la barandilla y le dejé hacer mientras notaba su viscoso órgano moviéndose por mi ano mientras dos de sus dedos estaban montando campamento en mi ojete. No podía más.
— Juan, a la cama... por favor... —decía entre gemidos.
Me costó la vida sacarle de ahí pero al final pudimos llegar a mi dormitorio. Allí me quité los calzoncillos del todo y comencé a desnudarle salvajemente. Estaba desatado, y cuando vi el pepino que tenía entre las piernas (un buen cimbrel de 18 centímetros, circuncidado y rosado) no pude hacer otra cosa que arrodillarme y empezar a pajearlo, lamerlo y sobarlo como tantas veces había deseado, mientras mis manos recorrían el resto de su atractiva anatomía. Nunca me había comido un cipote pero debe ser que tenía talento natural, porque cuando me lo metí en la boca, Juan se tuvo que recostar en la cama para no desfallecer. Me sabía la teoría, pero aun así la práctica era diferente. Mientras le pajeaba con maestría (eso sí sabía hacer, estad seguros de ello) me metía el falo en la boca tratando de que me entrara entero (imposible), mientras jugaba con mi lengua por su sabroso glande que me sabía a gloria. Poco a poco me fui acostumbrando hasta cogerle verdadero vicio. Así estuvimos varios minutos hasta que me interrumpió.
— Tío, si sigues así me corro. Déjame follarte.
— Pues fóllame —le dije con una voz de puta que no me la había escuchado en la vida.
A estas alturas estaba más dilatado que una parturienta así que no hizo falta ni lubricante. Tras unos cuantos lametones y escupitajos, Juan se puso un condón y me metió el rabo con cuidado pero con mucha decisión mientras sostenía mis piernas sobre sus hombros, dejando mi culo a su merced. Las paredes de mi ano estaban bien pegadas pero aun así su polla entró como con mantequilla. ¿Me dolió? Apenas, pero tampoco sentía el placer que esperaba. Juan vio mi cara de frígida y la sacó un momento, aprovechando para morrearme de nuevo, poniéndome como una moto. Sin darme cuenta, me la volvió a meter hasta el fondo, y fue ahí cuando vi las estrellas. Joder, qué placer.
Tras varios minutos bombeando, Juan quiso cambiar de posición, pero a mí me apetecía estar encima, así que le cabalgué como un profesional hasta que me dijo a plena voz:
— ¡Me corro, me corro!
Supongo que no se lo esperaba, porque me salí de él, le quité el condón y me metí el rabo en la boca hasta donde entró mientras le pajeaba con fuerza. Así se corrió, soltando una lechada que me supo a gloria en varios trallazos repletos de juventud. El tío estaba que no se lo creía y, aunque no me lo tragué (no fue por no tener ganas, sino porque me estaba asustando mi propio vicio), estaba claro que no se lo esperaba.
— Me toca —le dije, poniéndome a horcajadas sobre sus hombros y colocando mi polla de 15 centímetros sobre su cara.
El chaval sonrió y me la comenzó a chupar, aunque se veía que no tenía tanta experiencia como dándole al metesaca. Yo estaba a cien así que le avisé de que me correría pronto.
—En la cara no, tío —dijo él, adivinando mis intenciones.
¿Sería cabrón? Pues se iba a enterar. Me corrí con gusto sobre su pecho y se me "escapó" un trallazo a su barbilla, simplemente por quedarme como un señor. Tras limpiarnos, nos tumbamos el uno al lado del otro sin mucho que decirnos, y así comenzaron las típicas preguntas poscoitales. Sinceramente, yo me esperaba algo más o mejor, pero obviamente no se lo dije. Aun así, no me corté a la hora de decirle que volvía a estar caliente y que me apetecía follarle, pero el cabrón me soltó que no le gustaba hacer de pasivo. Había que joderse.
Le despedí como a un colega y le vi irse mientras fumaba un cigarro en la ventana. Juan y yo volvimos a quedar un par de veces pero lo cierto es que tenía ya la mirada puesta en otros horizontes. Mi primera experiencia sexual me había gustado y mucho, aunque supongo que tras tantos años de celibato mi cuerpo pedía marcha de la buena. Y por mis cojones que la iba a conseguir.
Aunque esa, por supuesto, es otra historia....