Dando vueltas

Lo que puede ocurrir cuando piensas en alguien en el momento preciso.

Hace mucho tiempo que me gusta esa mujer, y aun hoy me resulta extraño que, después de haber tenido una relación tan larga y tormentosa con otra, pudiese volverme a enamorar de alguien de esta manera.

He de reconocer que me alegra saberme capaz de hacerlo, pero al mismo tiempo me atemoriza sobremanera la capacidad de querer que tenemos a pesar de los pesares. Y más me acongoja el hecho de que no puedo dejar de amarla a sabiendas de que ella se niega a decirlo (porque hay hechos que lo demuestran).

En días como hoy que no puedo evitar evocarla, se me viene a la cabeza la imagen de la primera vez que nos acostamos…jeje, se supone que la que tenía que estar nerviosa era ella, pero no, aquí la experta temblaba como un pedazo de gelatina. Quería que disfrutara, que por un momento se olvidara de todo lo demás y solo se centrara en sus sentimientos y sensaciones.

La noche anterior la invité a mi casa porque quería que me viera tal como soy, sin "fuerzas exteriores", para saber si, realmente, nos gustábamos o, por lo menos, si había algo de química entre las dos. Y si había, un poco de todo. Pero no pasamos de unos besos calenturientos y algún que otro roce poco inocente. Todo quedó ahí.

Y llego la gran noche del estreno. Al principio estaba tranquila porque supuse (mal) que la iniciativa seria mía, pero no, aun bien no entramos en la sala, me tiró en el sofá y se puso encima besándome como si fuese el último día de nuestras vidas. Suerte que mi experiencia venció a su pasión y pude controlar un poco la locura que estábamos empezando.

Me incorporé hasta sentarme, ella estaba sobre mi regazo, y la besé con calma, jugando con su lengua, sus labios, sus dientes... fui cambiando mi boca de lugar a través de su mejilla para llegar a sus orejas y seguir la ruta a lo largo de su cuello, paseando la punta de mi lengua. Mis manos acariciaban su espalda, su cadera, su cintura… y otro ataque de prisa por su lado le hizo despojarse de su camiseta y de la mía, para abrazarme con fuerza.

No podía dejar de besar esa piel, me daba igual el lugar que ocupaba mi boca, solo quería sentir el contacto con su piel. Llegué a sus pechos, la despojé del sujetador y no pude hacer otra cosa mas que quedarme como tonta mirándola y acariciándola como si se tratara de una muñeca de porcelana, mientras ella solo ponía sus manos sobre las mías y suspiraba con cada roce. No pude aguantar más y, sin prisa pero sin pausa, saboreé sus pezones que me apuntaban desafiantes. Hacía mucho tiempo que no sentía lo agradable que es besar de ese modo a una persona por la que empiezas a sentir cosas.

Conseguí hacer que se tumbara y que me dejara seguir a mi ritmo mientras ella me acariciaba la cabeza y suspiraba con los ojos cerrados. Mi camino me guiaba hacia abajo, su ombligo me saludo y mientras hacia un reconocimiento de la zona, le desabroché el pantalón y se lo empecé a bajar, al mismo tiempo que mi boca hacia lo propio. Vaya vicio de olor, vaya vicio de sabor, no podía separarme de ella.

Recorrí sus piernas largas hasta la punta de sus pies y otra vez hacia arriba. Me agarró la cabeza y me condujo a sus labios de nuevo para comerse mi boca y mi mano se dirigió a su sexo para empezar a acabar.

Un gemido en mi oído me indicó que eso estaba bien y ya no pude detenerme. De súpeto todo se precipitó y lo que yo pretendía lento se volvió una locura. Mi boca en su pecho mis dedos en su interior, sus manos arañando con fuerza mi espalda, sus gemidos cada vez mas intensos. La imagen de su cara y mi sensación de estar entre sus piernas. Mi otra mano masturbando su clítoris sin parar. No podía, no quería dejar de hacerle el amor. Quería verla disfrutar, sentir como se me mojaban las manos. Notar su olor envolviendo toda la estancia. Levanté la vista, miré directamente los ojos que me observaban y la vi llegar al clímax. Sus piernas se cerraron en torno a mí y sus brazos me aprisionaron con fuerza desmesurada.

Y me di cuenta de que me acababa de enamorar, y me sentí querida.